29

El camino dentro del taxi fue largo, el tráfico de medio día inundando las calles y el sol quemando contra su piel. Era aquel típico viernes al medio día, tan largo y aburrido. La música del taxi ayudaba para hacer el viaje más cómodo y llevadero, pero la radio anunciando noticias no, se arrepentía de no llevar audífonos. Audífonos que llevaba siempre consigo, pues últimamente escuchaba demasiadas canciones tristes, buscaba en ellas lo que quedaba de sí mismo, hallarse en la melodía tenue y la voz rota. Bastante triste.

Nuevamente hacías aquello, refugiarse en melodías cantadas por otros, melodías que describían a su corazón partido. No tendría porque tratar de hallarse en aquello, pues era su gran culpa, sí, siempre se lo decía, siempre se recordaba que todo era su culpa, como siempre.

¿Qué le costaba ser sincero consigo mismo? ¿Qué le costaba haber hecho bien las cosas desde un principio? Le costaba poco y le costaba mucho.

Cosas arrastradas desde mucho antes, aún llevaba los pedazos de basura en sus bolsillos, debió de haberlos tirado hace mucho.

El viaje eterno llegó a su fin, ya se encontraba frente al mejor restaurante de la ciudad; recuerda haber cenado ahí cuando Ian le presentó a sus padres, también recuerda que ese era el restaurante donde Jimin iba a tener un almuerzo con su familia e Ian, almuerzo que fue cancelado por los "contratiempos" de Ian.

Se bajó del taxi, al parecer Ian ya lo había pagado antes de que fuera por Jimin.

Era lo mínimo que podía hacer, después de haberle hecho llorar tanto.

Al entrar al restaurante pidió la información de su mesa, una camarera le indicó donde su novio le esperaba. El día había sido tan pesado que Jimin no se forzó a sonreírle a Ian, solo agitó su mano en un saludo.

—Hola.—Saludó al sentarse.

—Hola, Minnie.—Respondió Ian.—¿Cómo has estado?

—Ah, bien bien, no me quejo.—Mintió.—¿Qué tal tú?

—Igual, algo ocupado, ya sabes.

—Si...

Hace semanas que se había dado de cuenta de que aquello pasaba se dio cuenta de los silencios en medio de la conversación, esos silencios incómodos, nadie sabía que más decir. Solo era la monotonía que los movía, la costumbre echada a perder.

Un mesero llegó con el menú, ambos pidieron lo que más les apetecía, cuando el mesero se fue con sus órdenes nuevamente el silencio incómodo se plantó en medio de ellos.

Era asfixiante.

Demasiado.

—Y...

—Y...

—¿Qué tal la semana?—Preguntó Ian, bebiendo del vaso de agua.

—Ah, fue buena, no me quejo.—Sonrió.—¿La tuya?

—Igual.

Era incómodo, parecían dos personas que jamás se habían dirigido ni una palabra. Últimamente siempre era así, parecía que, por fin, se habían aburrido de aquella monotonía. Solo faltaba admitirlo en voz alto.

Hicieron un intento de conversación, preguntando cosas vanas y aburridas, tratando de no lucir como una pareja que diese pena, pero la daban. Mucho.

No existía aquella chispa en sus ojos, esa que alguna vez existió, eran simples ojos marrones.

Para acabar con aquel remedo e intento de una buena conversación el mesero vino a socorrerlos, trayendo sus caros platos frente a ellos, empezando su almuerzo de pareja patética que daba pena al primer vistazo, porque todo era tan forzado. Más forzado que el guion de una película mala.

Demasiado.

Las albóndigas eran más interesantes de mirar que el atractivo rostro de su novio, por lo menos en ellas encontraba algo que deseaba.

Las conversaciones forzadas a medio almuerzo eran de las peores, tenia que concentrarse en comer y pensar una respuesta decente.

¿Que nos pasó? Se preguntó Jimin mientras escuchaba a Ian.

Demasiadas cosas, te hizo demasiadas cosas, le lloraste mucho. Se respondió a sí mismo.

Tantas desplantadas que le había perdonado le hacía sentir un estupido, un tonto que perdonaba cualquier cosa solo por un ramo de rosas que ni siquiera eran sus favoritas. Y era triste saber que se había aceptado aquello justo cuando se encontró de nuevo con Jungkook. Aceptó su rota relación al volver a estar de frente de aquella que nunca pudo ser, por todo el miedo en convertirse en lo que ya era hace mucho. Tan roto que volvió a romper toda posibilidad al lado de Jungkook.

Volviendo a quedarse en un tal vez y un quizás.

Tal vez si hubiese terminado con Ian hace mucho, quizá podría estar intentándolo con Jungkook.

Tal vez si no hubiese tenido miedo de que Jungkook se esté vengando de él, quizá serían los que almorzaban en el restaurante costoso. Tal vez si hubiese hablado con Jungkook, quizá no estaría encontrándose en cada canción melancólica.

El triste tal vez y el gran quizá.

Los platos de su almuerzo terminado fueron llevados fuera de su vista, el postre fue el reemplazo, dos pasteles de cerezas, bastante dulces y suavecitos, perfectos para acompañarlos con un té sin azúcar.

—¿Jimin?—Llamó Ian.

—¿Sí?—Dijo sin si quiera mirarlo, la cereza sobre su trozo de pastel se veía más interesante.

Cómo no prestaba atención al accionar de su novio, no pudo ver el momento en el que Ian salió de la mesa y se paró a su lado, arrodillándose para tomar su mano, el tacto fue lo que hizo que le prestara atención.

Al verlo ahí, arrodillado frente a él mientras sostenía su mano su corazón empezó a latir contra sus oídos, retumbando contra todo el lugar.

—Hemos recorrido un gran camino juntos, hemos estado juntos en nuestros mejores y peores momentos, nos hemos sabido levantar de las adversidades que hemos tenido.—Dijo acariciando la mano de Jimin, de repente, los ojos estaban sobre ellos.—A pesar de todo, siempre haz estado para mi, mi amor.

Ya veo.

—Y por eso, hoy, en el mismo restaurante en el que te presente a mis padres, quiero pedirte algo muy importante en el siguiente paso de nuestro relación.—El latido de su corazón se hizo más pronunciado.

Ian saco del bolsillo de su saco una cajita envuelta en gamuza, la abrió, revelando un anillo de compromiso, bastante hermoso que hizo sonrojar a Jimin.

Pero.

Siempre había uno.

—Te amo Jimin, te amo como nunca he amado a nadie y quisiera que tú, amor, me concedieras el aceptar ser mi futuro esposo.—Dijo mostrando aquella joya de más cerca.

Jimin estaba helado.

Con el corazón contra sus oídos y sus mejillas en carmín. Más por la sorpresa que por otra cosa.

Pero el ceño se le frunció.

Aquel acto, aquel acto de querer arreglar las cosas con un evento importante en medio, lo había visto muchas veces. En sus padres repetidas veces. En anécdotas de sus colegas sobre los divorcios que no se llevaban a cabo. El perdón siempre comprado por ir tras los sentimientos y tras un gran regalo de por medio.

Trataba de borrar una gran mancha azul de su historia juntos con un pequeño punto amarillo.

Después de todo que le había hecho pasar, se atrevía a arrodillarse frente a él.

Hasta Jimin sabía que eso era estupido.

—¿En serio me amas?—Dijo conteniendo una sonrisa.—¿Enserio dices eso?

—Te amo, eso es un hecho.—Se defendió.

—Pues.—Se levantó de su silla.—No engañas por bastante tiempo a la persona que amas con tu asistente, no haces llorar a alguien que amas todas las noches por sentirse insuficiente. No digas tales mentiras.

—¿Jimin...?—Frunció el ceño, preguntando donde se había ido aquel Jimin que le decía a todo sí.

—No solo te atreves a decir que me amas, sino que te atreves a pedirme matrimonio recurriendo a remedos de confesiones de amor. En mi adolescencia me han dado mejores confesiones de amor, y solamente para meterse conmigo.—Sonrió.—Eres patético.

Ian se levantó del piso, cerrando la cajita, completamente confundido.

—La respuesta es no.—Dijo con la cara seria, sintiendo los ojos encima de ellos.—Y terminamos con toda esta farsa, te liberas de mi y yo me libero de ti. Fue bueno conocerte, Ian, cuídate mucho.—Sonrió.

Tomó sus cosas y salió del restaurante, sintiéndose liberado de un gran peso sobre sus hombros, sintió el aire del viento entrar por sus pulmones y refrescarle.

Ya era hora de que se pusiera por encima.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top