IV


Noam


La fiesta que tenía programada para hoy no tendría los mismos problemas que tuvo la de ayer. Unos conocidos me dieron su palabra de que duraría hasta el amanecer. No obstante, para sorpresa de todos, cambié mis planes y opté por quedarme en casa. ¿Qué fue lo que me motivó a hacer esto? La chica de la noche anterior. Mi plan era esperar hasta la madrugada para ver si llegaba. Lo cierto es que no sabía si vendría, así que corría el riesgo de que mi espera terminara en nada, pero, con todo, quería salir de dudas porque me daba curiosidad volver a verla.

     A eso de las doce de la noche, arrastré una silla hasta la ventana de mi habitación y observé cualquier movimiento en la calle. No había indicios de ningún alma. Me dio la sensación de que la chica no llegaría, pero, unos diez minutos después, pude ver a alguien acercándose al banco. Era ella. ¡Sí!, dije en voz alta. Me puse de pie y celebré dándole un golpe al pequeño saco de boxeo que estaba a mi lado. No tenía ni idea de por qué celebraba; tan solo fue una reacción espontanea que salió de mí.

     Salí disparado de mi habitación y, cuando estaba a unos pasos de la puerta de salida, me di cuenta de que no llevaba camiseta. ¿En serio?, pensé, al tiempo que me reía. Con la misma prisa, di marcha atrás y me puse la primera camisa que vi en mi guardarropa. Ahora sí podía salir sin problema, pero antes me miré en el espejo. El glamour, ante todo.

     Una vez salí de la casa, miré que la chica estaba leyendo una hoja de papel. Se encontraba tan absorta en su lectura que no notó mi presencia hasta que le hablé. Fui consciente, por su expresión, que se enojó por mi interrupción. Pero eso no impidió que me acercara y me sentara a su lado.

     Hablamos mucho más que la noche anterior. Por fin, me dejó saber su nombre, al igual que su edad: se llamaba Brid y apenas llegaba a los diecinueve años. Ahora bien, noté que se fue incomodando a lo largo de la plática. Creo que dije cosas que no debí haber dicho, en concreto, preguntarle si tenía amigos e invitarla a una fiesta. Y, así, me tocó de ver cómo se iba otra vez.

     Me quedé sentado en el banco un rato más, pensando en que aún podía asistir a la fiesta de esta noche. De repente, una pequeña brisa hizo volar una hoja de papel. Mientras miraba cómo caía al suelo, pensé: «¿Será la misma que tenía la chica?» Para salir de dudas, me puse de pie y fui a recogerla. He de decir que estaba un poco arrugada, pero, aun así, fui capaz de leer lo que decía.

     Razones por las que ya no quiero vivir.

     Se supone que tengo que enumerar unos cuantos motivos, pero prefiero explicar lo que siento en un texto. Aquí va.

     No le encuentro sentido a mi vida, me aburre todo, me siento cansada cada día y tengo la sensación de no encajar en el mundo. Y estoy segura de que no es nada relacionado con la salud física, sino con la mental. Podría seguir yendo a terapia y tomando mis medicamentos para continuar luchando, cosa que, de alguna manera, funcionó hace un tiempo. Pero ahora es diferente. No funcionará porque no puedo ni quiero. Aunque me parta el alma dejar a mi papá, me duele más darle largas a mi existencia.

     Existir es un suplicio: te duele, te quema, te consume y, tarde o temprano, te acaba hundiendo.

     Me dejó en shock lo que leí. ¿Brid escribió esto?, me pregunté en voz baja. En este escrito, resumía, de manera clara, el mal momento que atravesaba. ¿Debía seguirla y devolverle la hoja? No sabía qué hacer con exactitud. En última instancia, preferí entrar a la casa y regresar a mi habitación.

     Abrí la puerta de mi habitación con un suspiro. Me senté en la silla que había dejado junto a la ventana y me pregunté cómo debía actuar ante esta situación. Era la primera vez que me encontraba frente a algo así. Pero tenía claro que no podía quedarme sin hacer nada.

     Una media hora después, se me ocurrió que podría encontrarla en las redes sociales. Tomé mi celular y realicé una minuciosa búsqueda, pero, lastimosamente, no obtuve buenos resultados. Facebook e Instagram no me dieron pistas de ella. Mucho peor Twitter. Solo conocer su primer nombre no me ayudaba en nada. Si hubiera sabido su apellido, tal vez, habría tenido mejor suerte. De igual forma, también existía la posibilidad de que no usara las redes sociales, que me pareció la más viable, considerando que no le gustaba la idea de relacionarse con los demás.

     Mi sueño se esfumó por estar sumido en mis pensamientos, en los que, sin cesar, me exigía a mí mismo una decisión sobre qué hacer ante este escenario. Lo que más quería era quería hablar con ella, que me contara lo que sentía y, por consiguiente, encontrar una manera de ayudarla; sin embargo, sabía que, si le decía a Brid que había leído lo que estaba escrito en esa hoja de papel, lo más probable era que se alejara de mí. Entonces, ¿qué alternativa me quedaba? ¿Intentar ser su amigo? ¿Ganarme su confianza hasta que se sintiera cómoda para contarme todo? Dadas las circunstancias, me parecía lo mejor.

     En fin, mañana tampoco iría a ninguna fiesta. La noche estaba reservada para Brid. 

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