Capítulo 4.
Otra vez no.
¿Porqué tenía que pasarle siempre? ¿Porqué no podía vivir una vida normal? No era su culpa. Tampoco era otra de sus obligaciones, como habría deseado en ese momento, solo para tener algo a lo que culpar. No. Era su naturaleza.
Para ella, no era tan sabia.
Pasaba siempre. Bueno, siempre no. Le pasaba siempre... desde que había llegado a vivir a tierra. Tan solo una minúscula gota tocaba su cuerpo y tenía que salir corriendo para que nadie la viera. Así era casi todos los días. Si no pasaba era porque no salía de su casa.
Corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron, incluso se llevó la puerta de la sala del conserje por delante, pero no le importó. Justo antes de caer al piso, cerró la puerta de un golpe, se machucó un dedo, lo sacó y finalmente, estaba tirada sobre el suelo, inmóvil.
¿Porqué tenía que ser ella quien hiciera ese trabajo? ¿Porqué no podía hacerlo otra? Nunca le habían explicado esa parte. Era como ir a la guerra: tenías que hacerlo, quisieras o no. Obligaciones. Y era en gran parte por eso que odiaba lo que hacía. Porque era otra obligación.
De hecho, Adrianne siempre había odiado toda obligación que se le presentara. Desde que tenía uso de razón, el ser forzada a hacer algo le había molestado. A veces, más que nada al ir a tierra con su hermana, le llamaba la atención ver tanta gente con un gesto de disgusto en el rostro. Cuando le preguntó a Darya porqué era, ella contestó que "Porque hacen cosas que no les gusta hacer". Años más tarde, Adrianne descubrió que eso era ser obligado. Desde entonces, había mostrado un desprecio gigante por ello. Las palabras de su hermana le habían dado un concepto de las obligaciones que le provocaba asco, siempre las hubo relacionado con el disgusto y la infelicidad. Por eso odiaba su vida entera en ese momento. Porque su vida estaba llena de obligaciones. Ya, hasta vivir le parecía una obligación.
Como pudo, intentó alcanzar un trapo de piso que había por ahí. Mala idea: el trapo estaba completamente mojado. Ahora le demoraría el doble de tiempo salir de ahí. Y por si fuera poco, el receso de almuerzo no duraría mucho. Llegaría tarde a su próxima clase, Literatura Antigua, y tendría que quedarse más tiempo ese día, y más tiempo en la universidad era menos tiempo para ir a nadar.
Nadar.
Se sentía tan lindo pensar en eso. Era algo que extrañaba. Desde que había comenzado a hacer vida en tierra, la cantidad de tiempo que pasaba en el agua había disminuido en un cincuenta por ciento. Era algo tan familiar, tan lindo. La hacía sentir en casa. Le recordaba viejos tiempos, como los que pasaba con su hermana o con sus amigas.
Pero eso no pasaba desde hacía mucho. Y dudaba que volviera a poder hacerlo como antes.
Toc toc.
Que fuera su imaginación, que fuera su imaginación.
No lo era.
•
Las manos del moreno se deslizaron por la puerta, la madera áspera, fría, chocando contra su palma. Tocó tres veces, y esperó. Nada. Tocó de nuevo, y entró.
¿Alguien conoce esa sensación de sentirse frustrado, pero exitoso?
Se sentía molesto. No era lo que él había pensado. Pero se sentía tranquilo, por otra parte. No tendría tantos problemas como pensaba.
En realidad, no lo había pensado mucho. Había sido un completo impulso. Era una posibilidad. Él sabía que era algo real. Podía ser. Pero también lo hizo sin pensarlo dos veces. ¿De verdad había pensado que ella iba a dejarlo pasar? "Pasa, quien seas. Tomemos un café mientras te cuento el secreto del siglo."
Ella estaba de espaldas a él, calzándose un zapato, su cabello lacio cayendo alborotado por sobre su espalda. Tenía un poco de tierra sobre su ropa. Al voltearse, sus ojos mostraron terror, mezclado con sorpresa, pero aún terror, de todas formas. Tan rápido como pudo reaccionar, cogió sus cosas del suelo, pasó por al lado de Malik, y salió sin decir una palabra, aunque su rostro seguía lleno de miedo, preocupación, dejándolo confundido.
¿Cómo era todo eso?
Una chica es mojada, y tan pronto como puede sale del comedor. Hasta ahí, tenía algo de lógica. Podía haber ido al baño a arreglarse, ¿pero a la sala del conserje? ¿Qué hacia ahí? Él conocía una respuesta posible, pero...
Era casi imposible.
Y al mismo tiempo, era muy posible.
•
-¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? -se repetía ella, dando vueltas por la sala, con las manos en la cabeza.
Estaba metida en un lío. Un gran, terrible, complicado lío. ¿Cómo se suponía que iba a vigilarlo ahora? Él sabía, por supuesto que sabía. ¡Él se había vuelto uno de ellos! ¡Sabía como funcionaba la genética! ¡Sabía lo que pasaba y cómo reaccionaba uno de ellos!
¿Cómo iba a vigilarlo desde entonces en adelante? Ella tenía que pasar desapercibida por él. Y ahora él sabía algo de ella. ¿Cómo iba a pasar desapercibida?
¿¡Cómo le diría al grupo?!
Las preguntas daban vueltas en su mente, afiladas, tomando a cada parte de su lógica por sorpresa. El miedo estaba comiéndola viva. Sintió que iba a volverse loca. ¿Y qué si era castigada por ser irresponsable? Los castigos que daban en su grupo no eran los mejores. Y no eran de esos castigos que duraban una hora. Podían durar incluso años. Hasta podrían tenerla bajo vigilancia. ¿Y qué si Malik le contaba a alguien? El castigo sería aún peor: tendría que dejar el grupo e irse lejos. Lejos de la costa, lejos de su hogar, lejos de su familia y de todo el mundo que conocía. ¿Y si muchos la habían visto correr fuera del comedor? No se había fijado en eso. Había estado corriendo tan apurada que la podría haber visto el mismísimo presidente y ella no se habría dado cuenta. Tal vez la habían visto pocos pero, ¿y si la habían visto todos?
De repente llegó la peor pregunta a su cabeza:
¿Y si él la había visto antes de volver a su forma humana?
Oh no.
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