Princesa

Jason miró por milésima vez el rolex en su muñeca y luego volvió a prestar atención a su entorno: en guardia, siempre atento, siempre listo ante cualquier irregularidad por mínima que fuera. Por fuera era el perfecto guardaespaldas que cualquiera que pudiera pagarlo querría tener, por dentro maldecía por milésima vez la hora en la que Fredrick Brimill, dueño de la corporación de tecnología más poderosa de medio continente, lo había elegido para proteger a su caprichosa e insoportable hija. Ariana Brimill era la antítesis de la dulzura, calidez o amabilidad

Se removió discretamente en su perfecto traje sastre que, por capricho de la "Princesa", ¡Cómo no!, era completamente negro. No era que eso le molestara, mientras fuera el adecuado para su trabajo, pero ¿A qué venía esa manía de meterse en cada detalle? había elegido la marca del reloj, de los zapatos; si, cómodos, no lo podía negar, pero ¿Los calcetines y la ropa interior? ¡Mocosa atrevida!

Por fin, la puerta de la habitación se abrió e hizo su aparición "su alteza", acompañada de su amigo/amante/novio/prometido. Salieron del brazo y como siempre ella le echó una descarada mirada de arriba a abajo.

—Tienes polvo en los zapatos —dijo, antes de emprender la marcha y seguir charlando con el rubio hijo de un socio de su padre.

Suspiró sin responder, ya que ni siquiera lo había saludado, no era necesario, y caminó detrás de ella hacia el estacionamiento donde la esperaba su flamante Ferrari GTC4Lusso blanco, otro lujoso capricho que su padre no le pudo negar.

Mientras conducía hacia el edificio de su jefe, de vez en cuando, miraba por el espejo retrovisor a la chica. Llevaba un adorable vestido de encaje celeste, zapatos endiabladamente altos y el cabello rubio suelto. Un maquillaje muy discreto y el maldito y sutil aroma de su Benevolence, cuya fragancia almendrada se quedaba flotando dentro del auto tiempo después de que ella se hubiera bajado.

—Ya te dije que no quiero ir a esa fiesta. Seguramente Emily estará ahí y después del desastre de navidad, no quiero verla ni en pintura.

Decía la chica, molesta, mirando por la ventanilla.

—¡Vamos, Preciosa! Haz acto de presencia y ya, entramos juntos, nos toman un par de fotos y te vas para tu casa.

—No, Adrian, no quiero pasar la tarde en el salón de belleza solo para aparecer en las fotos.

El muchacho hizo una mueca, se cruzó de brazos y dirigió su mirada a la otra ventanilla. Jason sabía cómo iba a terminar esto: él haciendo un berrinche y ella accediendo, pero poniendo duras condiciones que sabía sí iba a cobrar.

Llegaron al edificio y subieron los tres al ascensor. Mientras subían ella arreglaba su maquillaje con un pequeño espejo de mano dentro de un estuchito lila y Adrian se entretenía admirando su reflejo en los distintos ángulos de las franjas reflectantes de la pared del ascensor.

En un momento sus ojos se encontraron con los de ella a través del espejo, la chica desvió la mirada y de un golpe cerró el estuchito. "¿Qué diablos fue eso?"

—Jason.

"¿Qué quieres mocosa del infierno?"

—Diga, señorita Brimill.

—Vendrás conmigo a la oficina de papá, dijo que quiere hablar contigo.

—Como diga, señorita.

Adrian Hemdal se bajó dos pisos antes que ellos, no sin antes despedirse de ella con un leve beso en los labios.

—¡Adiós, Preciosa!

—¡Qué te diviertas!

—Já, já. —respondió al sarcasmo de la rubia. Su padre le había obligado a hacer una pasantía en la compañía de su socio y este último se encargaba de que el joven sí trabajara.

Los chismes que corrían en las páginas de sociales era que esos dos tenían "algo" que nunca se atrevían a definir. Ese "algo" era suficiente para alejar a los pretendientes de ella, pero no como para alejar a las "amigas" de él. Así que era un buen arreglo. "Arreglo" porque, a pesar de pasarse mucho tiempo juntos, ir a bailes o fiestas informales, Jason nunca había visto nada más allá de eso. Cuando se encerraban en la recámara escuchaba las bromas, las risas por alguna película o serie y, a veces, discusiones, pero nunca vio nada ni remotamente parecido a una relación amorosa. Incluso los "piquitos" que se daban, parecía más un saludo de hermanos.

Salieron del ascensor y caminó hacia la oficina de su padre con una altivez como si fuera de la realeza, a su paso los empleados saludaron con respeto.

—Buenos días, señorita Brimill.

—Buenos días Odaly, espero que estés mejor de tu resfriado.

—Así es, gracias.

—Buenos días, señorita Ariana.

—Hola, Lucan, ¿cómo sigue tu esposa?

—¡Mucho mejor, gracias!

Bueno, lo de su frialdad y despotismo no era con todos, era un privilegio reservado exclusivamente para él. Entró a la oficina de su padre con algo de timidez. La relación con el líder del clan Brimill era tensa, desde que su madre murió, él se había distanciado de su hija.

—Buenos días, padre.

—Buenos días, Ariana.

—Buen día, señor Brimill.

—Oh, buenos días. ¡Te estaba esperando!

Ariana le dedicó una mirada rencorosa y procedió a sentarse ante un pequeño escritorio, casi completamente de vidrio en una esquina. Ariana quería el puesto de asistente de la presidencia, pero como la actual asistente era muy eficiente, su padre pensaba que era desconsiderado despedirla solo para colocar a su hija en el puesto, así que Ariana había decidido acompañarlo, aunque fuera solo para digitar documentos, para ir conociendo el teje y maneje de las empresas. Frederick no la rechazó, pero tampoco la recibió precisamente con los brazos abiertos.

—Usted dirá.

—Quiero saber si puedes viajar a Londres por un par de semanas.

—¿Londres?

—¿Londres?

Ambos miraron a la esquina donde Ariana también había reaccionado.

—De hecho, es a ti a quien necesito allá a más tardar para el lunes. Pero no quiero que vayas sola, por supuesto.

—¿Por qué a Londres? ¿Por qué ahora?

—Estuve pensando que, si quieres un puesto administrativo, puedes empezar en una las filiales pequeñas.

El rostro de la chica se puso rojo, bajó la mirada y comenzó a tartamudear.

—Pe... Pero... Papá... Yo... Yo quería...

—Será por poco tiempo y te servirá de entrenamiento. —cortó y se dirigió a Jason.

—Te enviaré toda la información en unas horas.

—Como diga, señor Brimill. Con su permiso.

Se dirigió hacia la puerta, no sin antes dirigir una mirada rápida al pequeño escritorio, donde una pequeña chica rubia de hermosos ojos azules enrojecidos, fingía dedicarse a teclear furiosamente. 

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