Epílogo

SED DE SANGRE - Jason

El estruendo de las espadas al chocar sacude el bosque. Las hojas de los arbustos se sacuden con las gotas de sangre que reciben como una lluvia maldita.

Un sólo pensamiento domina la mente del caballero, enturbiada por el dolor y la impotencia: matar a su oponente a como dé lugar.

Matar siempre ha sido parte de su deber. Nunca fue fácil, pero siempre lo hizo como último recurso.

Esta vez es diferente.

Descarga un brutal golpe con la visceral fuerza de la ira ciega. ¿Por qué? La pregunta se sigue repitiendo en su mente y se precipita contra un oponente que lo iguala en fuerza y habilidad. Un trueno resuena sobre ellos, pero ninguno se deja distraer, ni siquiera cuando la lluvia torrencial se lleva los rastros de la sangre derramada.

La sangre sigue brotando de la herida en su costado, el dolor anestesiado por la sed de sangre, una sed alimentada por el recuerdo de los ojos de Ariana, llenos de dolor y vacíos de esperanza, después de lo que ese demonio le hizo, después de haberle robado sus sueños y esperanzas para el futuro. Un futuro que ahora se reduce a despedazar al maldito, a hundir la espada sin misericordia, saboreando cada gota de su asquerosa sangre como un triunfo.

La batalla se prolonga, pero ninguno cede.

La espada de Mirodhyn ha logrado pasar una pequeña brecha en la defensa del caballero. Ha tomado la ventaja y cree que su lucha está ganada. Sin embargo, antes que pueda darse cuenta, su rival esquiva la estocada, no del todo, ya que puede ver la sangre en su espada, sólo lo suficiente para que el daño no sea mortal.

Sabe que esa herida no lo detendrá, pero al menos esperaría que el dolor entorpeciera sus ataques; eso no sucede, ese hombre no parecía humano, sus ojos brillando con un odio feroz... Casi salvaje... Esto no es por deber de guerrero, no es por honor, ni siquiera por orgullo, es algo que va más allá de todos eso

¿Tanto le importa ella?

Mirodhyn ha bajado la guardia, no ha sido ni un segundo, pero el caballero sabe que ha llegado el momento. Con un brutal ataque desarma a su oponente y lo derriba en el fango, listo para dar el golpe final.

¿Qué importa que el demonio ya esté vencido?

¿Qué importa que sea un hombre desarmado?

¿Qué importa que, ahora derrotado, su mano se extienda implorando clemencia?

Lo único que importa es que muera revolcándose en el charco de su derrota, sólo y abandonado, como un perro.

Mirodhyn se da cuenta, lo ve todo claro.

—La amas...

Y esa revelación fueron sus últimas palabras.

***********************

El cuerpo de Mirodhyn yace en tierra, exánime, bajo la turbia mirada del caballero. Es la victoria más amarga que ha vivido. ¿De qué sirve haber matado al bastardo? Nada volverá a ser como antes. Nada le devolverá a Ariana su sonrisa, sus sueños.

La máscara de indiferencia termina de romperse hasta el último trozo. La espada forjada en los Templos de Gaoth, se desliza de sus manos. 

Cae de rodillas temblando, sangrante, completamente derrotado por la pérdida y la impotencia. Por primera vez las emociones son más fuertes que su tenaz determinación y se abren paso a torrentes en medio de su grito desgarrador, sin permiso, sin control y sin retroceso. 


SED DE SANGRE - Ariana

Los carruajes avanzan bajo el cielo gris. Llegarán a Gaoth justo al inicio del invierno, la larga noche ha comenzado. Ariana alcanza a ver, un poco lejos, la bandera de Trondheim alzada al otro lado de una arboleda. La reconoce, es la granja donde vio por primera vez a Roxanne cuando Jason fue herido.

—¡Alto!

—¿Qué sucede? —pregunta Margueritte tomando la daga que esconde entre los pliegues de su vestido de doncella real.

Ariana no responde, se baja de su carruaje. Uno de los soldados llega hasta ella corriendo.

—Alteza, perdone pero no deberíamos detenernos.

—¿Qué pasa allá? —pregunta al mismo tiempo que señala la bandera hondeando.

—Alteza... Es...

—Si alguien te ordenó ocultarlo, te recuerdo que yo soy tu princesa.

El soldado palidece y bajando la mirada responde.

—Han capturado al espía que reveló su paradero, alteza.

Sin decir nada Ariana se encamina hacia donde la guía la bandera de su reino. Una pesada cadena parece enredarse en su cuerpo, parando su avance.

—¿Ariana? ¿Estás bien?

—Yo...

Margueritte la llama por su nombre solo cuando están solas. Ella no puede ver cómo el miedo paraliza sus sentidos, cómo lucha por respirar. Esta vez el miedo tiene rostro y nombre y Ariana sabe que no pasará.

"¡No seré tu prisionera!"

Esta declaración rompe definitivamente las cadenas y avanza decidida.

—... estoy bien.

Al acercarse lo primero que ve es un grupo de personas reunidas, haciendo un círculo, pero no alcanza a ver lo que hay al centro del círculo.

—¿Estás segura que esto es buena idea?

—No lo sé, pero no me voy a detener.

Las personas no se percatan de su presencia y tienen que abrirse paso a empujones para llegar hasta el centro y poder ver qué ocurre.

—¡Por Hela! —murmura Margueritte cuando por fin logran llegar.

Al centro se encuentra Dragah y dos muchachos más, de rodillas, con la cara hinchada y con las manos atadas en la espalda.

Ariana los mira a los ojos e ignora el semblante horrorizado de los soldados que los custodian. Percibe sus protestas: "¿Quién le dijo? ¿Por qué la dejaron llegar hasta aquí?"

Sigue caminando hacia ellos sin vacilar mientras los murmullos se extienden hacia el grupo de aldeanos reunidos. Entre ellos se escuchan también débiles lamentos.

La ley es clara: si un súbdito de Trondheim es encontrado culpable de traición, será degollado de inmediato con la mayor cantidad de testigos posibles. Los ejecutores de dicho castigo sólo pueden ser los soldados de más alto rango entre los presentes y, si los hubiera, los Guardias de Honor.

Un oficial se encuentra listo detrás del muchacho más joven, con su cuchillo en la mano. Detrás del mayor está Sir Kalahan y detrás de Dragah, también con cuchillo en mano, se encuentra Jason.

Los tres miran a la princesa mientras se para decidida frente a los culpables.

—Así que fuiste tú.

—¡Y lo volvería a hacer, perra! —Dragah escupe a los pies de la princesa y recibe un fuerte golpe en el hombro con el mango del cuchillo de Jason.

—¿A quién informaste de la ubicación de tu princesa?

Dragah guarda silencio y recibe otro golpe.

—¡Habla! —demanda el caballero.

—A los nobles de Trondheim... —responde sin mostrar el más mínimo arrepentimiento.

—¿Sabes cuáles eran sus intenciones?

—¡Matarla! —responde esta vez con altivez antes que lo obliguen a hacerlo.

Ariana camina alrededor de ellos y abarca con la mirada a toda la rueda de personas reunidas.

—El hombre al que diste esa información era un noble de Laurassia...

—¡Miente!

—Eres un traidor confeso que está a punto de pagar por tu crimen. Si te digo esto es para que sepas... Para que todos sepan... Que la voluntad de la corona es absoluta.

Llega de nuevo frente a Dragah.

—¡Yo soy la voluntad de la corona y nadie me traiciona impunemente!

Los débiles lamentos se transforman en sollozos. Quizá son madres, esposas, hermanas, prometidas...

—Por el delito de traición, yo te condeno a morir degollado hoy mismo —Ante sus palabras, los tres hombres que tendrán que ser verdugos, toman con firmeza la cabeza de los culpables y les colocan los cuchillos en la garganta—. ¡Mátenlos!

El cuello de Dragah es rebanado limpiamente. Mientras cae, se gira en una lucha inútil para vivir, su sangre salpica el vestido de Ariana y el uniforme de Jason. Al caer se sacude brevemente y luego se queda muy quieto. Ariana mira frente a ella, unos ojos cafés que han perdido toda su calidez y les hace frente un instante antes de darle la espalda y volver a su carruaje. Ahora todos saben quién es, se apartan a su paso y se inclinan ante su princesa.

Desde hoy, me cobraré en sangre cada lágrima que me han arrancado. Nunca más seré luz ni propósito para nadie, pero tampoco seré un blanco. Voy a tomar mi destino con mis propias manos, sin importar sobre quién tenga que pasar ni la sangre que haya que derramar.

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Allá en Bleakville, en el lodoso patio de una humilde casita cerca de un arroyuelo, hay dos tumbas, marcadas por dos burdas lápidas de madera. Ambas están vacías de un cuerpo, pero ambas están llenas de dolor...

Amalia de Soria... Madre.

Jensen Askell... Desde algún lugar en mi cielo.



FIN DE MÁS ALLÁ DEL HONOR


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