Capítulo 20




Miles de preguntas se agolpan en mi mente y siento que voy dando tumbos por un laberinto de dudas. ¿Qué significa esto? ¿Por qué mi padre nos envía este mensaje? Mis pensamientos son interrumpidos por el ruido de pasos y la puerta de la alcoba se abre de pronto. Sé que viene en la madrugada porque siempre dejo la ventana abierta y a la mañana siguiente la encuentro cerrada, pero no me di cuenta que habían pasado varias horas. Aún estoy sentada en la cama abrazando mis piernas y a mis pies el relicario que es una bofetada para mis sueños de volver a casa.

—¿Por qué sigues despierta? ¿Está todo bien?

Trato de decir algo, pero no sé cómo explicarle. Sólo muevo la cabeza en señal negativa. Viene hacia mí y se sienta en la cama quedando frente a mí y ve el relicario a mis pies.

—¿Tiene algo que ver con el regalo de tu padre?

—Eso no es un regalo... Es una despedida... —El nudo en mi garganta se cierra, ahogando mis palabras.

—No lo entiendo.

No, ¿por qué debería? Trato de ubicar el inicio de un hilo que se convirtió en una maraña. Todo nace de quién soy, de lo que soy... O lo que era. Yo solía ser una princesa.

—Siempre son las princesas las que se van de casa para no volver... —Abandonar mi hogar, ese siempre fue mi destino—. Cuando se casan deben ir al reino de su esposo... Es tradición, por eso los reyes encargan una joya especial para cuando sus hijas se van. El de mi madre era muy parecido a este y mi padre encargó el mío cuando cumplí diez años. ¿Lo ves? El escudo y el árbol de la vida, el emblema de Trondheim: un recuerdo de mi hogar para cuando partiera para no volver jamás... —. Mi voz se rompe ante la certeza de lo que no he querido aceptar desde que salí del castillo: nunca volveré. En cuestión de días el mundo que conocía se colapsó bajo mis pies y ya no me queda ni fuerza para tratar de negarlo.

—No tiene por qué significar...

—Es exactamente lo que significa. ¿No te has preguntado por qué, si mi padre quería darme un recuerdo de casa, te lo dio a ti y no a mí?

—Fue una noche muy difícil para ti...

—No. Los padres les dan el regalo a los esposos de sus hijas, es como poner su vida en sus manos, un voto de confianza... Su bendición. "Confío en ti" dijo mi padre cuando me dejó bajo tu protección y te dio mi relicario. Papá no me quiere de vuelta en casa, nunca veré de nuevo mi hogar, tendré que quedarme en esta aldea el resto de mi vida...

Contengo los sollozos y respiro hondo, pero no puedo evitar que el desaliento me aplaste. Antes quedarme aquí era una opción, ya no lo es, es una orden de mi padre.

Jason me toma tiernamente en sus brazos para consolarme. No dice nada, ¿qué puede decir para hacerme sentir mejor? Mi padre prácticamente me echó de casa para poder arreglar los asuntos del reino sin mi interferencia.

—¿Qué será de mí de ahora en adelante? ¿Quién seré de ahora en adelante?

—Puedes seguir siendo mi esposa.

Eso no es consuelo, es una burla, me aparto rechazando su abrazo y me río con amargura.

—¿Tu esposa? No lo soy y lo sabes, soy un problema, un estorbo en tu vida como lo soy en Gaoth.

—Eso no es así.

—Sí, es así. Tú estarás atado a mí por el resto de tu vida y nunca podrás enamorarte y obtener una esposa de verdad por mi causa.

Me toma por la cintura y me besa de nuevo, ya sé cómo terminará esto, él alejándose y dejándome más y más confusa... No puedo soportarlo y por eso lo empujo con todas mis fuerzas rechazando su beso, que es más un gesto de consuelo que de amor.

—No vuelvas a hacer eso si no significa nada... Tú tampoco me ves como mujer, me ves como una obligación que cumplir... Estás conmigo por deber, por honor... Más allá de eso no hay nada entre nosotros.

Parece turbado, confuso y dolido, sé que luego de ese súbito momento en que deja ver sus emociones, sigue ese ritual de volver a tomar el control y ocultar lo que siente, de mostrar esa falsa indiferencia. Sin embargo esta vez es diferente, no oculta nada.

—¿Es lo que crees?

—Es lo que he visto, te acercas y te alejas una y otra vez y ya estoy harta —Él aprieta los puños y desvía la mirada—. Cuando te pregunto sobre lo que sientes por mí, evades mi pregunta, pero aun así me confesaste que sentías celos de mi amistad con Adrian. ¿Qué se supone que debo pensar de eso?

Se pone de pie, pero salgo de la cama y me interpongo entre él y la puerta con los brazos abiertos. La luz de la luna inunda la habitación y un aire frío entra por la ventana abierta, llevo una bata sobre el ligero blusón que me llega hasta los tobillos, pero aun así no me defiende mucho y tiemblo de frío y de rabia por su intento de huida.

—¡Responde! —demando con todo el aplomo de que soy capaz. Me mira entre molesto y preocupado, duda.

—Ariana... —. Se detiene y baja la mirada. ¡Qué desesperante! ¿Acaso no piensa nunca hablarme con la verdad?

—Dímelo —exijo sin menguar en mi determinación.

—No puedo —responde en un tono profundamente doloroso, tanto que estoy a punto de dejar el asunto, pero no puedo dar marcha atrás ahora, si lo hago seguiremos ambos en medio de la nada.

—¿Por qué? —pregunto insistente.

—¡Porque es traición! —responde al fin, pero eso me deja aún más confusa.

—¿Qué es traición?

—Amarte, besarte, anhelarte —Con cada palabra da un paso y yo retrocedo, de pronto choco contra la puerta—, sentir que me muero de celos cuando te veo del brazo de otro —Me toma por lo hombros y sin querer me estremezco—. Ver el brillo en tus ojos apagarse cada vez que me alejo y aún así volver a ti, una y otra vez sin remedio. Traición es sentir que tu voz apaga todas las voces en mi cabeza que me gritan lo mal que está amarte con desesperación. Traición es soportar cada día tenerte tan cerca y luchar para no hacerte mía.

Posa su frente en mi hombro, vencido por su propia confesión. No sé quién de los dos está más alterado por esas palabras, su respiración es forzada, pero la mía casi no existe.

—No lo hagas entonces... ya no luches —. Mi voz es apenas un hilo.

—No me hagas esto, por favor... no lo hagas más duro —. Su súplica me parte el corazón.

—Pero yo también... —Se incorpora rápidamente y pone su dedo en mis labios, silenciándome.

—Ya te dije que no puedes decir eso.

—Antes no podía, pero ahora es diferente: no volveré, ya no puedo.

Se separa de mí y atraviesa lentamente la pequeña habitación hacia la ventana. Sin decir nada quita, el madero que la mantiene levantada y la cierra, lo cual agradezco porque me estoy muriendo de frío. Quedamos iluminados sólo por mi lámpara.

—Eres una princesa —. Lo dice como si quisiera obligarse a sí mismo a no olvidarlo. Sin embargo, para mí ese título ya no vale nada.

—Una princesa desterrada. Ya no tengo un hogar al cual volver.

Camino de nuevo hacia él. Veo la duda en su cara, aun así no retrocede ni se aleja, me espera como si yo fuera un verdugo portando una sentencia de muerte.

—¿Tú me amas? —Mi pregunta no parece tomarlo por sorpresa. Sólo me mira, como decidiendo si decirme la verdad o no. Yo sólo puedo mirar esos ojos que siempre me transmiten esa dulce calidez, incluso cuando quiere ser distante. Yo ya sé tu respuesta aunque no la digas, me lo grita esa mirada y tus manos en mi cabello, la veo en esa feroz determinación por protegerme y tu desesperación por alcanzarme. Yo ya lo sé, pero quiero escucharlo.

—Si... Te amo—susurra, al fin, con profundo pesar.

Baja la mirada, como si acabara de confesar un crimen imperdonable. Si es así, entonces, ambos somos culpables. Tomo su rostro entre mis manos. Mi estómago y me pecho se retuercen, miedo y anhelo por partes iguales recorren mi cuerpo sin misericordia, las palabras que voy a pronunciar han estado prohibidas para mí toda mi vida, y sin embargo, pujan por brotar y las dejo salir, susurrando, mientras me acerco a su rostro: —Yo también te amo.

—Ariana... no...

Lo beso antes de que pueda seguir lanzándome sus argumentos, que yo sé que son válidos, pero ya no me importa. Responde con cautela, aunque poco a poco se deja llevar y me rodea con sus brazos haciendo el beso más íntimo, más profundo. Se separa un poco, aun jadeante.

—Sabes que si esto pasa ya no hay vuelta atrás, ¿verdad? Todo cambiará para ti, para siempre.

Doy un paso atrás, suelto el nudo de mi bata y echo los brazos atrás para dejarla caer a mis pies. Soy consciente de la forma cómo la luz de la lámpara refleja mi cuerpo a través de la fina tela. Casi me arrepiento de haberlo hecho, siento cómo toda la sangre se agolpa en mis mejillas y mi pecho enloquece de nervios. Jason me levanta en sus brazos y en unos segundos me deja caer sobre la cama. Sus labios ahora son exigentes, posesivos, me abraza con fuerza, demasiada fuerza, y comienza a arrastrar la tela del blusón mientras su mano sube por mi pierna y me sofoca el peso de su cuerpo contra el mío... Es más de lo que puedo manejar.

—¡Espera!

Se detiene y temo que se aleje, pero solo se aparta un poco quedando a mi lado. Yo me levanto porque siento que casi no puedo respirar.

—Lo siento... ¿Más despacio?

—¿Puede ser despacio? —pregunto sin aliento y sin poder ocultar la sorpresa en mi voz.

Se ríe un poco y toma mi mano para besar la palma.

—Puede ser como tú quieras

¿Ah, sí? A mí no me dijeron eso. Mi Nana me dijo que tenía que estar quieta, no pedir nada ni oponerme a nada y mantenerme lo más callada posible. También me dijo que cuando viniera el dolor tenía que soportarlo en silencio y no llorar por nada del mundo. ¡Dolor! Ahora siento mucho miedo.

—Es sólo que... yo... yo...

—¿Tienes miedo?

—Si digo que sí, ¿te irás?

—Amor, me iré sólo si me lo pides —responde sosteniendo tiernamente mi barbilla.

¿Amor? ¿Me llamó "Amor"? ¿A mí? ¡Me llamó "Amor"!

—No quiero que te vayas, pero tengo mucho miedo.

Me besa la frente con ternura y me abraza, acaricia mi cabello como me gusta tanto y luego lo aparta un poco para besar mi hombro, luego el cuello, lenta y delicadamente. Me mueve para darle la espalda y comienza a deshacer la maltrecha trenza, pasando sus dedos entre las hebras de mi cabello, muy despacio, para luego deslizarlos por mis hombros. Sus dedos siguen recorriéndome la espalda mientras sus labios insisten sobre el nacimiento del cuello, ante una ligera succión dejo escapar un débil gemido. Jamás imaginé una sensación así, si esta es la recompensa, quizá el dolor es sólo un pequeño precio que pagar.

—Te prometo —susurra cambiando al otro lado de mi cuello—, que tendré mucho... —Otra succión y otro gemido—... Mucho... Cuidado.

Lo dejo seguir, disfrutando de las caricias, pero, entonces me vuelvo despacio hacia él, para enfrentar sus ojos, hago pasar el nudo en mi garganta y me armo de valor para hablar.

—¿Yo también... puedo? —. Justo ahora parece que puedo pedir lo que yo quiera y no voy a desaprovechar la oportunidad.

Alza las cejas interrogante. Ya no puedo hablar para explicar, pero él dijo que podía ser como yo quisiera. Me señalo el cuello y luego señalo el suyo y comprende lo que quiero. Me regala una de esas hermosas sonrisas de lado y responde en un tono seductor que nunca creí escuchar de él:

—Por supuesto —. Se saca la camisa por encima de la cabeza y creo que voy a morir de lo fuerte que palpita mi corazón.

Por un momento me quedo atrapada en la visión de su torso, perfectamente moldeado por el riguroso entrenamiento. Deslizo mi mano desde el abdomen hasta el pecho, admirando su fuerza y perfección. Mis dedos recorren una cicatriz a lo largo del costado.

—Ceòl —responde, con voz trémula.

Mis manos suben hacia los anchos hombros, la de la herida en el bosque aún tiene un aspecto muy reciente, me da la sensación de que aún duele, por lo que me acerco muy despacio y deposito un suave beso sobre ella. "Es por mí", pienso. Se tensa y percibo un leve estremecimiento, eso también fue por mí y me gusta. ¡Me encanta! Es algo extraño saber que yo soy capaz de producir sensaciones y emociones en él. Quiero que se repita, quiero provocar de nuevo ese temblor y más.

Mis labios recorren el camino desde el hombro hasta el cuello, dejo que mis manos exploren, recorriendo sus brazos y espalda, mientras me voy acercando más y más, y en un momento comienzo a dejar suaves mordiscos. Disfruto de los gemidos que trata de contener, hasta que, de repente, toma mis manos y me derriba sobre la cama como aquella vez lo hizo sobre el pasto. Queda suspendido sobre mí, jadeante y tembloroso.

—¿Hice algo mal?

—Solo si esperas que vaya despacio... Es que no esperaba... ¡Ay, Ariana!

Mi pulso aún está acelerado mientras me mira sorprendido y con emoción y trata de recuperar el aliento.

—¿Qué haces?

—Trato de recuperar el control.

—¿No deberías estar haciendo justo lo contrario?

—¿Es una orden?

—¡Sí! —. Tiro de él para que vuelva a besarme y mientras lo hace, escucho el sonido de las botas golpeando el suelo. Cierro los ojos, se remueve para deshacerse de la ropa y yo me aferro a su espalda, sin romper el beso. Presiento lo que sigue, pero me obligo a no pensar, solo sentir y lo que siento supera todo, borra todo, porque crece y crece dentro de mí, un fuego que me consume, oleada tras oleada de intensas sensaciones que no paran de absorberme por completo. Los músculos de mi vientre se tensan, dolor y placer, a partes iguales, combaten dentro de mí. Me he dejado llevar por esas emociones, pero llegado el momento, él se detiene y me mira a los ojos, interrogante.

¡Tengo miedo!

—Tranquila —susurra a mi oído—, si me pides que pare, lo haré, lo prometo... ¿Quieres parar?

¿De verdad? ¿De verdad se detendría ahora? ¿Yo quiero que se detenga?

—No...

Quieta.

¿Cómo voy a estar quieta? Mi espalda se arquea sin que yo lo piense. Cada músculo de mi cuerpo ha cobrado vida propia y se estremece con cada caricia.

Callada.

¿Es siquiera posible detener los gemidos que nacen en mi pecho y escapan, impúdicos, desde mis labios? No quiero, no intento retenerlos...

No preguntes.

—¿Me amas?

—Si...

—Dímelo...

—Te... amo...

Me dijeron que entregarme era rendir mi voluntad, pertenecer a alguien más en cuerpo y alma, pero mientras veo sus ojos desbordando pasión, ternura, deseo... Temblando y suspirando por mí y para mí, entiendo algo que jamás creí posible: él también se está entregando.

Es como si todos mis sentidos hubieran estallado dentro de mí... Todo mi ser se rompió en mil pedazos y se acomodó, como un vitral. Me dejo llevar por un dulce descenso en espiral, devolviendo mi alma al cuerpo lentamente. Algo nuevo ha despertado dentro de mí: algo grande, que me hace sentir ligera; algo que va más allá de cualquier cosa que yo haya conocido jamás: más allá del miedo y el dolor, más allá del odio, el deber o el honor.

La lámpara se apagará en cualquier momento. Su tenue luz apenas nos permite mirarnos a los ojos mientras, a mi lado, besa mi mano tiernamente.

—¿Estás bien?

—Si —. No puedo evitar la sonrisa y tardía vergüenza.

—¿Segura?

—¿Por qué sigues preguntando?

—Miren quien contesta una pregunta con otra —Vuelve a reírse, pero ya no me molesta, río junto con él—. Sólo quiero estar seguro que no te hice daño.

—No hay un mundo donde eso sea posible.

Una dulce pesadez comienza a vencerme... Se me cierran los ojos, me duele todo el cuerpo. Me encojo entre sus brazos y me entrego al sueño.

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La luz del sol se cuela por las rendijas entre las tablas de la ventana. Se reflejan en el emblema de Trondheim, en el relicario de Ariana. Lo sostengo en alto para contemplarlo y entender qué demonios planea el rey al haber hecho esto.

Frederick abrió delante de mí un pequeño cofre. Dentro estaba un relicario, brillante y nítido, como si nunca hubiera sido usado.

—Dentro de dos días, justo al medio día, un carruaje partirá a Castle Falls fuertemente escoltado, Sir Kyle será asignado a su protección.

—¿Kyle?

—En ese carruaje viajarán Lord Hemdal y Lady Amalia, pero Lucrecia tomará el lugar de Ariana.

Entiendo, un señuelo.

—Tú partirás la noche antes con Ariana, en secreto. Llévala lo más lejos posible y no envíes ningún tipo de mensaje hacia el castillo.

—¿Cómo informaré dónde estamos?

—No lo harás. ¡Haz que desaparezca!

Hay mil razones por las que ese plan no tiene sentido, pero me las callo todas porque el rey acaba de dar una orden. Levanta de nuevo el cofre.

—Llegado el momento te entregaré esto. Dásela a mi hija cuando estén lejos y a salvo. Cuando vuelva a sonreír y pueda llamar a otro lugar: un hogar.

...

—...Confío en ti.

¿Me la entregaste?

—Es un voto de confianza. Su bendición...

Ella es una princesa. ¿Qué clase de vida puedo darle yo aquí? ¿Qué clase de matrimonio puede florecer si es una mentira? ¿Por qué yo? Después de esta noche, ya es demasiado tarde para hacer preguntas. Ya sólo queda mirar hacia adelante y hacerle frente a lo que venga. Si es cierto que ya no puede volver, lo único que nos queda ahora es tratar de llevar esta mentira hasta el final... Lo que sea que ese final signifique. 



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