Capítulo 2
Cinco años atrás
En su salón privado, lord Oswald Borchgreving me presenta un documento con varias páginas de línea tras línea de acuerdos escritos de forma confusa y florida. Al final, lo importante es que me da su apellido y paso a ser su hijo y único heredero.
—Bueno, dime qué opinas. Espero que estés conforme.
No, en realidad no estoy conforme, no es la manera como pensaba andar por la vida, con un apellido que no me pertenece y una herencia que se siente como una pesada carga. Me prometo a mí mismo darlo todo por estar a la altura y no defraudar a Oswald.
El invierno ha sido particularmente duro este año. Hasta la primavera tuvo un tono gris. La fiesta anual para darle la bienvenida al verano, que traía el regreso de los días soleados, tiene un significado especial. Lo más emocionante de la fiesta son las exhibiciones por parte de los Guardias de Honor para honrar el nacimiento de nuestra princesa y le siguen siete días de banquetes, fiestas y homenajes. Todo precedido por el gran baile en "La Noche de las Hogueras"'.
El primer día que no hay oscuridad se celebra encendiendo hogueras bajo el sol de medianoche. Se abre la fiesta con una danza tradicional a la cual solo los círculos más altos de la nobleza pueden asistir, los demás se reúnen en el atrio y las almenas para disfrutar de la comida: cerdos asados, frutos secos y en conserva, vinos selectos que los plebeyos solo pueden degustar en esta fecha, además de vendedores ambulantes que gozan de permiso para instalar sus puestos en las almenas del castillo los siete días que dura la fiesta.
Este año parece traer una promesa implícita de que algo será diferente, aunque nadie sepa porqué.
Oswald ha pasado los últimos dos años insistiendo en que acepte llevar su apellido, ya no tiene edad para tener hijos y él es el último de su linaje, después de haber perdido a sus hermanos menores en las batallas contra las tribus, sin dejar de señalar que su familia es una de las más importantes del reino, no puede resignarse a ver morir su linaje y saber perdida sus tierras en manos de los nobles que se la repartirán como buitres sin esperar que su cuerpo se enfríe en la tumba.
Al principio creí que, si me negaba, me dejaría volver con mi familia en la lejana aldea de Bleakville, pero está claro que no se dará por vencido y ahora yo también tengo mis razones para considerar llevar el apellido de un noble.
—Agradezco su bondad. Es mucho más de lo que imaginaba —respondo, tratando de imitar el tono formal que él usa. Hay al menos diez páginas describiendo las propiedades de la familia Borchgreving en Trondheim, Lyon y hasta Marbella; sin mencionar el oro y los sirvientes. Da vértigo pensar en todo eso, me siento como un vulgar ladrón aprovechándose de una pareja rica y sin hijos, ansiosa por encontrar un heredero. Tuve la maldita suerte y eso no es ningún mérito.
—Pierde cuidado, Oswald te instruirá poco a poco en lo referente a sus dominios y el manejo de sus bienes. —Sentada a mi lado y luciendo impecable y reluciente, como siempre, Anbiorg, la esposa de Oswald me regala una de sus francas sonrisas.
Ella está muy feliz de tener en quien volcar todo el afecto materno que tiene guardado desde hace años y, aunque hago un esfuerzo, se ve tan distinta a mi madre, que me cuesta devolver sus atenciones. Es delgada y alta, con apariencia de fragilidad. Sus grandes ojos claros al igual que su cabello, parecen un reflejo de las frías aguas grises de un lago.
—Por lo pronto, podré presentar los colores de mi casa con orgullo en el baile de la Noche de las Hogueras. —Se regodea el noble mientras sigue imprimiendo su sello con entusiasmo en los pliegos. Los nobles se presentan vistiendo los colores de su casa con todos sus hijos. Oswald siempre ha estado solo—. Hasta podrías bailar con la princesa, ¿eh? —Se ríe esperanzado, pero yo no puedo evitar ponerme rígido, eso no será tan fácil.
—Seguramente lord Hemdal estará ahí —señalo, sin ocultar la decepción. Desde hace años, la princesa es acompañada por el noble venido de Burgundia.
—Oh, he indagado y hablé con la reina sobre eso.
—¿Con la reina? —No puedo evitar la inquietud. Anbiorg indagando sobre las relaciones de la princesa con la reina, justo antes de tomar un hijo adoptivo. ¿Cómo tomará esto la Casa Real?
—Sí, y me aseguró que la princesa no está comprometida, ni con lord Adrian Hemdal, ni con ningún otro noble, así que no veo por qué no puedas bailar con ella.
Anbiorg no ve por qué un plebeyo disfrazado de noble no debería bailar con la princesa. Yo debería verlo, pero, al fin y al cabo, todo esto es por ella. Posición, apellido, riqueza, influencia... Solo para intercambiar dos palabras con ella hay que tener cierta posición en la corte, ya no digamos compartir un baile. Si ese día llega, seguramente también seré capaz de volar.
—De ahora en adelante tú representas mi casa, y mi casa no baja la cabeza ante nadie. Así que, para no quedarnos atrás, he elegido tu regalo para la princesa.
—¿Un regalo?
Anbiorg se ríe quedamente posando la mano delicadamente sobre sus labios.
—Tienes la costumbre de responder con preguntas, ¿sabías?
—¿Yo? —Vuelve a reír y pone su mano sobre mi hombro.
Oswald tose levemente para retomar la conversación.
—Le enviaré aquella hermosa yegua blanca que nació hace unos meses. Es tan hermosa que la hemos cuidado como un tesoro, le pondrás nombre y la llevarás tú mismo al establo real. Le has dedicado mucho tiempo a su cuidado, así que me parece apropiado.
El entusiasmo de Oswald me hace pensar que tiene planes bastante altos para mi futuro y hasta da algo de miedo preguntarse qué diablos está pensando. Llevo el caballo de la rienda y el corazón en un puño.
La ansiedad me carcome y no soy capaz de pensar en nada mientras la veo venir hacia mí regalándome una de esas preciosas sonrisas.
—¿Para mí? —pregunta la pequeña Ariana, en medio de una risa nerviosa, mientras acaricia a la yegua y la deja conocer su olor.
—Es de parte de los Borchgreving. —Me trago las ganas de decirle: "Por cierto, ya me adoptaron, ya puedo bailar contigo en la fiesta".
—¿Cómo se llama? —pregunta con sus hermosos ojos azules brillando como dos estrellas, su sonrisa tan fresca y su voz tan alegre como siempre. Casi siempre. Parecía una buena idea cuando elegí el nombre, ahora dudo que ella lo tome como un cumplido.
"Rionnag no es un nombre. Sí lo es, significa estrella".
—Se... se llama Estrella.
La mano que desliza sobre el lomo de su nuevo caballo se detiene, me mira con los ojos inundados de lágrimas y su sonrisa es tan brillante que me deja atontado como un idiota. "Gracias" leo en sus labios, aunque no llego a escucharlo.
¿Quién nos iba a decir que apenas unas horas después su madre, la reina, la dejaría a mi cuidado, apenas momentos antes de morir?
Si me preguntara cómo sobrevivimos a los terribles eventos de ese día, quizá tendría que decirle que fue pura suerte. Los hombres que vinieron por ella eran guerreros entrenados, no mostraban el menor remordimiento por venir tras la princesa y lo único que se interponía en sus planes era yo: un chico sin ningún entrenamiento, sin habilidades de pelea y que lo único que sabía hacer bien era poner una estúpida trampa para conejos. Aun así, me interpuse, ¿qué otra cosa podía hacer?
Ellos vinieron a nosotros con todo lo que tenían y me la arrebataron porque no era más que un inútil. No recuerdo haber recibido una paliza como esa en toda la vida. Llegó el punto en que no podía hacer nada más que arrastrarme, pero seguía tratando de levantarme y salvarla, sabiendo que no podía.
Entonces vino...
Fue como un trueno destruyéndome por dentro. Y ese estallido, junto con la oscuridad, se quedó por meses dentro de mi cabeza. Cuando, al fin, la oscuridad retrocedió ya no estaba en Trondheim. Los Borchgreving me habían llevado a Lyon, donde me dejaron en manos de los monjes sanadores, que me aceptaron y se propusieron, no solo salvarme la vida, sino también lograr que volviera a caminar, cabalgar, usar el arco, la espada, leer, escribir y, aunque nadie lo creyó posible, lo consiguieron. Después de más de un año de luchas incansables.
Presente
—No me ha dicho su nombre, soldado —dice de pronto, sin saber cómo esas palabras me golpean.
—No lo creí importante. —Le sonrío, ¿por qué sería importante para ella el nombre de un perfecto desconocido?
—Es una falta de cortesía, ¿no cree?
—Solo si fuera el primer encuentro.
Imagino que repasa en su mente sus encuentros con los Guardias de Honor, ella no piensa que debe ir más atrás en su mente para encontrarme y seguramente, aunque lo haga, no encontrará nada, porque al volver a Trondheim, descubrí que, en lugar de nuestra amistad, ella solo llevaba un gran vacío por dentro.
—Debo suponer que la última vez que me dirigió la palabra no es un grato recuerdo para su alteza. —Obviamente no era algo que quisiera guardar en sus más preciados tesoros.
—¿Cuándo fue la última vez?
—Hace cinco años, en la exhibición. —Ni merece la pena mencionar las otras ocasiones, de hecho, el rey me ordenó no mencionar nada de lo que ella y yo vivimos juntos antes de ese día.
—¿Estás hablando de...
—El día que perdimos a su majestad, la reina. Puedo ver claramente el miedo volver a sus ojos, sus manos tiemblan y su pecho se agita en busca de aire.
"—Solo haz lo que sea para que piense en otra cosa. Algo que la arranque del pasado y ponga sus pies en el presente de manera contundente".
El rey y el médico real lo hicieron sonar tan fácil.
—Yo... no me acuerdo de...
—Alteza, ¿no le preocupan los rumores que puedan suscitarse en la corte?
—¿Rumores? ¿Sobre qué?
—Sobre el sospechoso aspecto de su cabello.
—¿Mi cabello? ¿y qué tiene que ver...
—Debería ser más cuidadosa con su apariencia, después de todo es nuestra princesa.
Me mira con ira mientras pasa sus dedos entre lo que había sido una elaborada trenza. Sí, ya sé princesa, a quién diablos le importa tu cabello.
—Tienes el don para ser un perfecto impertinente, ¿sabías?
—Mil perdones, alteza. —Eso no aplaca para nada su ira. —Mi nombre es Jason.
—Pues, fue todo un placer, sir Jason —responde con mordaz sarcasmo.
Se adelanta y cabalga por delante muy erguida y murmurando cosas que presiento es mejor no saber.
De entre todas las emociones que podrían ser más fuertes en ella que el miedo, la ira proveniente de su tozudo orgullo tenía que ser la que la sacara de la profundidad de sus pesadillas. No funcionará siempre, tendré que buscar otra forma de traerla de vuelta. Aunque sea lo último que haga en la vida, la encontraré y la haré volver, cuésteme lo que me cueste.
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