Capítulo 12
Hace sólo unos minutos las mejías de Lucrecia se encendían de rubor al pensar en el hombre que amaba, sus dulces lágrimas están presentes aún en mi mente, su hermosa sonrisa cuando bailaba con el caballero que ahora mismo está allá abajo esperándola, para verla nuevamente sonrojarse de timidez al verlo. Eso no pasará. Sus mejillas nunca más volverán a verse así porque ahora están hundidas y marchitas. Sus ojos, antes brillantes de alegría, me siguen mirando, insistentes y apagados. No puedo apartar la mirada de la herida que atraviesa su hermoso cuello, de donde nace un manantial rojo que mancha las delicadas ropas de mi cama.
—Lucrecia...
—Alteza... Aquí está, su majestad me ha ordenado sacarla del castillo ahora mismo.
La voz de Sir Gowen me llega desde lejos. No soy capaz de procesar lo que acaba de decir.
—Lucrecia...
—Será mejor que venga conmigo —interrumpe la voz de Adrian.
—Perdone, Lord Hemdal, debo pedirle que se haga a un lado.
—¿Y si no lo hago?
Los Guardias de Honor tienen una fuerza y una velocidad pavorosa. En el tiempo que me toma llenar de aire mis pulmones, Sir Gowen desenvaina su portentosa espada, la clava en el estómago de Adrian y la vuelve a envainar.
Todavía estoy gritando cuando Adrian se desploma en el piso de piedra de mi alcoba.
Dos soldados me arrastran por pasillos y pasillos sin que yo pueda liberarme de ellos. Son soldados del ejército regular, son mis soldados, mis subditos, pero están siguiendo las órdenes del Capitán de la Guardia de Honor... Las órdenes de un traidor.
Las lágrimas me ciegan y los sollozos me ahogan. Mató a Lucrecia, mató a Adrian... Mi Adrian... Mi mejor, y quizá único, amigo... ¿Muerto? ¡No! No puede ser cierto... esto no puede estar pasando...
—Traidor... —murmuro apenas. Mi pecho se convulsiona aún por el llanto. Ellos me ignoran.
—¡Traidor! —grito, al no poder aguantar la rabia y el dolor. Comienzo a forcejear con los soldados— ¡No pueden hacer esto! Usted juró lealtad a mi padre, usted juró proteger la corona de Trondheim... ¡Traidor! ¡Traidor! ¡Traidor!
—¡Eso es lo que hago! —responde Gowen, al fin, cansado de mis gritos—, yo no juré lealtad a ningún rey ni princesa, mi lealtad está con el reino y lo mejor para el reino es quitarle a Breoghan su única oportunidad de arrebatárnoslo. No volveremos a ser sus esclavos, ¡nunca!
Los soldados me arrastran hacia el patio de entrenamiento. No he visto a nadie desde que encontré a Lucrecia, claro, todos deben estar en el Salón disfrutando del baile, la música y la comida. Yo opongo resistencia, no sirve de mucho, pero al menos me consuelo con la idea de no hacerles las cosas fáciles.
—No conseguirá su propósito.
—Será mejor que colabore. Se supone que debemos llevarla a un lugar donde su muerte no resulte tan dramática para la corte. Si no colabora podemos acabar con todo aquí mismo.
—Sir Gowen, está cometiendo un acto de traición. Debe haber otro camino, mi padre encontrará una solución.
Gowen, que ha encabezado la marcha se detiene y me encara lleno de furor. Espero detenerlo aquí el mayor tiempo posible, no puedo creer que no me estén buscando, no puedo creer que sólo estén allá divirtiéndose. ¡Alguien tiene que haber notado nuestra ausencia!
—El rey, princesa, lleva años tratando de evitar ese matrimonio y no ha logrado nada. No hay otra solución para esto, usted debe morir.
Entonces, ¿podría ser cierto? ¿Podría ser mi muerte lo mejor que puede pasarle al reino? Si yo muero, Breoghan no tendría nada que reclamar. Sin esposa no habrá alianza... Eso suena razonable. ¿Qué pasaría luego? ¿Quién tomará el peso de la corona después de mi padre? ¿Podrá recuperarse de mi muerte? Sí. Podría. Y Yo podría dar mi vida por mi gente. Pero sólo de pensarlo, algo se rebela dentro de mis entrañas. Soy demasiado cobarde para entregarme así nada más y la verdad grita desde mi corazón: ¡No quiero morir!
Una flecha hiere el aire y se clava limpiamente en el pecho de uno de los soldados. Me arrastra con él y ambos caemos mientras el otro a duras penas logra esquivar otra flecha que queda clavada entre las piedras. Las flechas provienen de arriba, desde algún lugar del interior del castillo. ¡No voy a morir! Al menos no ahora.
Gowen me pone de pie tirando bruscamente de mi brazo, produciendo un dolor agudo que recorre mi cuerpo, haciéndome temblar.
—¡Cúbreme! —ordena, y el otro soldado se ubica sin dudarlo frente a nosotros apuntando su arco cargado hacia arriba, a ciegas.
—¡Reconozco esa saeta Borchgreving! ¡Sal ahora y ahórranos el dramatismo! —Gowen aprieta mi cuello con su brazo y presiona brutalmente haciéndome gemir de dolor—. Has venido sólo, ¿verdad? Te conozco niño, siempre haciéndote el héroe. Sabes que puedo matar a la princesa ahora mismo. Sabes que somos dos contra uno y no tienes oportunidad.
No quiero demostrar mi miedo, el dolor, la angustia que siento al recordar a Lucrecia y admito para mis adentros mi egoísta súplica silenciosa: ¡No quiero terminar así! La presión aumenta en mi cuello y comienzo a boquear en busca de aire, el brillo de la daga cerca de mi rostro me hace estremecer. Gowen me lanza hacia adelante y caigo de rodillas, comenzando a toser y con la vista nublada. Trato de escapar, pero tira de mi cabello, yo aguanto las ganas de gritar de dolor y comienzo a sentir tanta ira en contra de este hombre que desearía matarlo. Deseo tanto poder atravesarlo como hizo él con mi amigo.
—¡Esto se acaba aquí y ahora! —grita y levanta la daga para descargar el golpe en mi contra, no cierro los ojos, veo el brillo venir a mí y en lugar de miedo, la ira que sigue creciendo me ahoga con tanta intensidad que no lo puedo aguantar más. Me lanzo con todas mis fuerzas y lo derribo, evitando la daga a duras penas. El soldado que lo acompaña dirige su arco hacia mí, pero no logra disparar porque, simultáneamente, dos flechas provenientes de direcciones distintas, lo hieren a él y a Gowen y ambos caen al instante.
—¡Alteza! —Kyle llega hasta mí, arco en mano y me ayuda a ponerme de pie—. ¿Se encuentra bien?
No lo sé. Dados los eventos de esta noche, supongo que estar viva es estar bien.
—Sir Kyle... Lucrecia... —No puedo decirlo, mi voz se convierte en un gemido antes de poder articular las palabras.
—Lo sé... la vi —Veo sus ojos, esperando encontrar el profundo dolor de la pérdida y sólo encuentro determinación. Como si ser Guardia de Honor significara llevar una pesada máscara que le impide mostrar sus sentimientos.
—Vamos, alteza —. Me rodea con su brazo y comenzamos a caminar, pero alguien grita detrás de nosotros. Gowen, que fingió estar muerto, se ha arrancado él mismo la flecha y corre hacia mí empuñando aún la daga.
Todo pasa tan rápido que apenas logro verlo. Kyle me empuja hacia un lado, su espada atraviesa el estómago a Gowen y la daga de Gowen se incrustó en el pecho del caballero que se interpuso para salvar mi vida. Da un paso atrás y saca su espada, el cuerpo de Gowen cae primero. Sin tiempo para arrepentirse de nada.
Sin embargo, Kyle aún da un paso hacia mí y yo lo recibo en mis brazos, pero no puedo soportar su peso y ambos caemos al suelo. La daga sobresale de su pecho. La sangre impregna mi vestido de fiesta y mis lágrimas caen sobre su rostro.
—Kyle... Kyle... no mueras, por favor, por favor...
—¿Se encuentra... —tose y escupe sangre— bien... alteza..?
—¡Kyle!
Jason ha llegado hasta nosotros, bajando al fin de su puesto, desde donde disparó la primera flecha, y se arrodilla junto a su compañero. Este levanta su mano y se la estrechan con fuerza.
—¡Resiste! Un poco, sólo un poco.
Kyle sonríe. Su cabeza aún sobre mi falda y yo ahí en medio de ellos en su despedida, como un intruso. ¡No quiero ver!
—Ella... era... hermosa...
Si, Kyle, así es como debe ser. Tu último pensamiento debe ser para la mujer que amabas, no la que te mató. Porque yo te maté, como maté a Kristoff, a Lucrecia y a Adrian...
—Escucha, abre los ojos...
—Lo siento... hermano...
—¡No!
Su cuerpo tiembla, su rostro se contrae y después cierra los ojos, dejando caer su cabeza hacia un lado ceremoniosamente y se queda muy quieto.
Se ha ido.
—No... —balbucea Jason en un susurro. Los demás Guardias se acercan.
Jason se aparta y los otros caballeros levantan a su compañero caído con gran ceremonia y casi me atrevería decir con ternura. Y se lo llevan. No me atrevo a preguntar a dónde. Me pongo de pie a duras penas. Quiero decirle a Jason que lo siento, sin embargo, me doy cuenta lo vacías que suenan esas palabras viniendo de la mujer que le quitó la vida a sus amigos.
—¡Ariana!
La voz de papá llama mi atención y corro a su encuentro. Me refugio en sus brazos y él me aprieta con tanta fuerza que provoca un zumbido en mis oídos, pero no me importa, necesito su contacto, necesito su consuelo como él necesita el mío.
—Ariana... Ariana... —repite en mi oído hasta que parece estar convencido de que estoy bien y me suelta.
—Padre... Adrian está muerto...
—No, Lord Hemdal está vivo.
—Pero, yo lo vi...
—Tranquila, el médico está con él ahora, se salvará.
Lo vuelvo a abrazar y comienzo a llorar de alivio. ¡Está vivo! ¡Está vivo!
—Quiero verlo.
—Luego.
Me toma de la mano y nos encaminamos al Pabellón Real. Mi padre casi me arrastra del brazo mientras imparte órdenes a los Guardias, sin mirarlos siquiera.
—Sir Kalahan, haz salir a todos del Pabellón Real, no quiero a nadie a excepción de la comitiva a Castle Falls.
—¡Si, Majestad!
El Caballero grande como un toro y de cabello muy rojo corre delante de nosotros y se pierde en los pasillos.
—Sir Kevin, necesito que prepare personalmente el carruaje, lo quiero delante de las puertas del palacio asegurado, usted y cinco Guardias seguirán la comitiva mientras los soldados la preceden.
Cada uno recibe sus órdenes y se marchan a cumplirlas. Cuando llegamos frente a las puertas de una alcoba de invitados, atravesando un largo pasillo inusualmente vacío, sólo Jason sigue con nosotros.
—Debo reunirme con el Consejo ahora mismo, quiero que acompañes a Ariana para que descanse un par de horas antes de partir a Castle Falls. ¡No te atrevas a separarte de ella otra vez! —grita el rey con una voz de trueno y me encojo de culpa, porque fui yo la que dejó el salón sin decirle.
—Entendido, Majestad.
—Jason —Mi padre lo mira a los ojos al tiempo que pone en su mano una pequeña bolsa de terciopelo negro y me sorprende ver algo extraño en su expresión —, confío en ti.
Me abraza una vez más y siento como si fuera a irme al fin del mundo y no a medio día de camino de aquí. "Vas a estar bien. Es todo lo que me importa." Me susurra al oído Frederick III, rey de Trondheim, mientras me estrecha con fuerza.
¿Voy a estar bien?
Lo veo marchar casi derrumbándome por dentro y sin saber qué hacer hasta que Jason toma mi mano y me hace entrar en la antesala de la habitación. Adentro mi Nana se mueve de un lado a otro preparando mis cosas y cuando me ve, me quedo esperando un raudal de imprecaciones y plegarias, sin embargo no dice nada. Me mira en silencio y me abraza conmovida.
—Ven, te ayudaré a cambiarte —dice mientras me conduce hacia la cama rodeada de pesadas cortinas para mantener a raya el frío. Con la poca cordura que me queda, le hago ver a mi Nana que es absurdo vestirme para dormir cuando dentro de apenas dos horas debería vestirme para viajar, y ella admite que tengo razón, así que me duermo con mi traje de viaje. Algo parece moverse en mi mente, llamando mi atención y quiero volver a abrir los ojos para saber qué es, pero me vence el cansancio.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero deben haber sido sólo unos minutos. Me incorporo con pesadez. Todo está silencioso, sin las habituales idas y venidas de los sirvientes y recaderos. Aparto la cortina al recordar que algo había llamado mi atención antes de quedarme dormida. En la pared de enfrente puedo ver algo como manchas, pero en la penumbra no se distingue nada. Voy hacia la ventana y abro las cortinas para permitir que la luz del sol, que no se ocultará en mucho tiempo, revele lo que hay ahí y al fin me doy cuenta que lo que parecían manchas sin forma, en realidad son letras muy bien trazadas.
Me quedo parada, medio congelada, mirando lo que parecen ser caracteres escritos con sangre... ¡Sangre!
Retrocedo tan bruscamente que voy a golpear la mesita de noche, inmediatamente todo el terror que he vivido esta noche escapa de mi garganta en un grito animal que se confunde con el ruido de las cosas de la mesa al caer estrepitosamente al piso y hacerse pedazos. La cortina se abre de golpe y apenas me doy cuenta que Jason me sacude y me pregunta qué ha pasado, yo no puedo más que señalar las letras difusas escritas en la pared de la habitación con un dedo tembloroso.
No sé cómo he llegado al diván de la antesala. No tengo idea de cómo ha llegado un cazo con un líquido caliente a mis manos y tampoco recuerdo en qué momento mi Nana se sentó a mi lado para confortarme. Sigue repitiendo entre murmullos: "¿Cómo ha podido pasar? ¿Quién pudo hacer esto?"
No lo sé Nana. Justo ahora no sabría responder si me preguntaran mi propio nombre. Sólo puedo recordar los ojos de Lucrecia vacíos... o eran los de Kyle... las letras se forman obsesivamente en mi cabeza una y otra vez... Ellos tenían que haber bailado juntos, quizá después hubieran compartido un beso secreto, por ahí, en un rincón del jardín, decirse sus últimas palabras de amor... y en cambio, ellos... ellos están... Y recuerdo las palabras en mi alcoba:
"La muerte abre la puerta."
¿Qué quiere decir eso?
Jason sale de la alcoba y viene hacia mí apremiante, se arrodilla a mi lado y me sacude un poco por lo hombros como si quisiera despertarme.
—Ariana, ¿podrás montar ahora?
Lo miro tratando de concentrarme en sus palabras.
—¿Montar...? —balbuceo— Creo... creo que sí.
—Nos vamos ahora mismo.
Toma mi mano y un pequeño bulto de ropa, el más pequeño de las que he preparado mi Nana, y nos dirigimos a la puerta.
—Lady Amalia, encarguese de los baúles, nos veremos en el carruaje.
Salimos hacia el pasillo, pero en lugar de bajar al salón buscando la salida hacia el carruaje que nos espera, subimos los escalones hacia los pabellones superiores hasta donde se encuentra la salida que hemos usado otras veces. No iremos en ese carruaje, debió ser obvio para mí desde que me preguntó si podría montar. Vamos hacia las caballerizas y en menos de un suspiro, Estrella y Vengador corren a todo galope por los prados que bordean el palacio, hacia el bosque bajo la luz de aquel ocaso perpetuo. Mientras el frío golpea mi rostro siento como, poco a poco, algo de la presión en mi pecho se desvanece. Soy capaz de cabalgar, soy capaz de seguir adelante, pase lo que pase, soy capaz.
Entro a la cabaña y la temperatura no mejora mucho. Jason entra después de haber asegurado las riendas de Estrella y Vengador, llega hasta mí y me abraza tan imperiosamente que vamos a chocar con la pared de la cabaña.
—¡Oh, por Hela, Ariana! Creí que te había perdido... creí... creí que eras tú...
Sigue balbuceando frases entrecortadas, casi ininteligibles: encontró a Lucrecia en mi cama donde murió desangrada, su cabello rubio, el vestido rojo, pensó que era yo... debió ser una impresión muy fuerte. Sigo sin encontrar mi voz en medio del nublado de mi mente, pero una luz comienza a encenderse mientras logro hacer que mis manos se posen en su espalda devolviendo el abrazo.
Comienzo a llorar de nuevo, pero ahora ya no son sollozos, si no hondos lamentos. Entonces me aprieta contra su pecho nuevamente, mi pecho tiembla y me aferro a él con todas mis fuerzas. Caemos despacio quedando de rodillas sobre las tablas polvorientas de la cabañita. Lloro con todas mis fuerzas. Tratando de sacar en el raudal de lágrimas cada minuto de esta horrorosa noche. Él sólo me abraza mientras dejo que todo salga, aunque él mismo se mantiene tranquilo y acaricia mi cabello con paciencia.
Mi llanto remite poco a poco y, cuando Jason siente que estoy más tranquila, me ayuda a acomodarme en el mismo banco donde me quedé dormida en sus brazos y desperté hecha un caos. Lo veo encender el fuego y colocar la desvencijada olla encima de las llamas.
—Dime que eso del cazo es chocolate, por favor —susurro, anhelando realmente algo dulce y caliente.
Se ríe tristemente al tiempo que descalza mis manos de los guantes.
—Que buena intuición, princesa.
—Llámame Ariana, por favor.
Me mira sorprendido. Para mí es como si diera por olvidadas las cosas horribles que le dije cuando discutimos, es como dar por hecho su perdón sin pedírselo. No quiero perder esto.
—Yo... —comienzo sin saber exactamente lo que quiero decir, a lo que quiero llegar— todo lo que dije ayer, de verdad no debí... es sólo que...
—Tenías razón.
—¿Razón sobre qué? ¿Acaso quieres decir que lo pasó entre nosotros fue porque mi padre te ordenó apartarme de todo?
Se sienta a mi lado y toma mis manos, esquiva su mirada de la mía otra vez y me da miedo escuchar, no quiero escuchar eso.
—No, no fue así —Un largo suspiro se escapa de mi pecho—, pero es cierto que te oculté lo que pasaba entre Trondheim y Laurassia. ¿Podría perdonarme, princesa?
Es curioso, ayer sentía que era el fin del mundo al descubrir las cosas que él sabía y no dijo. Mi padre me lo repitió: "Fue para protegerme". En lo único que pensaban era en mi bienestar y después de lo que he vivido esta noche, estoy segura que hay muchas más cosas que se pueden hacer para proteger a los que amas y ambos están dispuestos a todas ellas por mí. ¿Cómo puedo recriminarles eso?
Lo hago mirarme a los ojos posando mi mano en su mejilla, está tan frío, pálido, cansado... Es como si en estas pocas horas hubiera vivido muchos años. Sus preciosos ojos marrones, nublados de tristeza y mirándome anhelantes.
—Creo haberte dicho que me llamaras por mi nombre y, por favor, déjame ver tus ojos cuando hablamos.
Sonríe apenas y junta su frente con la mía. No quiero que se separe, pero al cabo de unos momentos lo hace.
—Me gusta llamarte "Princesa" —dice poniéndose de pie—, pero supongo, que debo obedecer.
—Así es. Aunque no lo has hecho muy bien que se diga.
—¿Ah, no? Puedo hacerlo mejor.
—Eso habrá que verlo.
Oh, como extrañaba esa sonrisa de suficiencia y su forma de retarme. Lo observo mientras se ocupa en sacar chocolate en las dos jarritas y luego vuelve junto a mí y coloca una entre mis manos.
—Adrian... ¿estará bien?
—Va a estar bien, te lo aseguro. Luchó por estar consciente al menos hasta decirnos por dónde te llevó Gowen.
Pobre Adrian, tan mal herido y aun así procurando ayudarme. Por lo menos sobrevivió, lo que no se puede decir de Lucrecia y Kyle.
—Lo siento... ellos... ellos murieron por mi culpa...
—Fue Gowen, la culpa es sólo suya.
Mira fijamente su jarra de chocolate y puedo ver claramente como sus ojos se nublan, su semblante decae, sus manos tiemblan levemente. Aunque se rehace de forma impresionantemente rápida, ya he visto su dolor.
Y así, la guerra nos ha alcanzado.
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Hoy no hubo noche en Gaoth. El sol no se ocultó y su luz inunda cada rincón de mi reino, excepto mi corazón, porque la única luz que me quedaba: mi pequeña hija, recorre ahora un camino incierto que rezo con fervor la conduzca a la felicidad, al lado de alguien que la ame y la proteja como yo no pude hacer con su madre.
Nuevamente mi reino ve sangre y guerra, nuevamente nos dejamos arrastrar del pasado, nuevamente se me escapa de las manos... ¿De qué sirve una corona que no protege a tus seres amados? ¿De qué sirve un trono si no soy capaz de detener la sombra de la muerte?
—Ana, donde quiera que estés, cuida de nuestra Ariana.
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N.A. Quiero decirles que las cosas tristes no terminan aquí, pero habrá mucha ternura y romance, así que espero que puedan soportar todo lo que se viene. También comentarles que ya casi está completa la estructura y resumen de Más Allá de la Sangre, así que es muy probable que para cuando termine de subir Más Allá del Honor, ya tenga más de la mitad del borrador de la continuación de la historia.
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En el próximo capítulo...
—Jason... ¿qué soy yo para ti?
Se arrodilla delante de mí y quedamos frente a frente. Su dedo pulgar recorre mi boca ceremoniosamente, yo bajo los ojos ante la emoción que me provoca ese contacto.
—Tú eres... mi mundo, mi razón y propósito... eres ese algo en el horizonte que me hace avanzar aunque ya no tenga fuerzas... que me hace levantarme aún cuando ya no queda nada por qué luchar, tú eres mi fuerza y mi vida.
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