Capítulo 9: Cuenta regresiva

  Cuando entró a través de la puerta y escuchó a Halina cantando en el baño, Elliot no pudo evitar sorprenderse. Su novia entonaba a viva voz la letra de Heavy, de Linkin Park, una de las últimas canciones de Chester, y la única en la que hacía una colaboración con una chica.

   Dado que últimamente se le acumulaba el trabajo debido a la frecuencia de sus viajes, solía colocar música mientras trabajaba en su departamento, y Halina, por supuesto, lo dejaba disfrutar a sus anchas. A veces se sentaba a su lado a hacerle compañía y hasta le solicitaba uno de sus audífonos para saber lo que tarareaba. No sé esperaba que se aprendiera la letra de alguno de esos temas musicales.

   —Pensé que odiabas el Punk —comentó mientras asomaba la cabeza a través de la puerta del baño.

   Halina se hundió más en la bañera. No había nada en ella que no hubiera visto antes. El que quisiera evitar que la viera desnuda le hizo sonreír.

   —No lo odio, es solo que en la mayoría de las canciones siento que me gritan y no me gusta. La que cantaba es más tranquila.

   Halina escondió la cabeza entre las piernas, como si hablar de gritos trajera una marea de recuerdos que intentaba hundirla. Escuchó sonidos desde la puerta y, cuando al fin abrió los ojos, se encontró con Elliot completamente desnudo saltando a la bañera como si se tratara de una piscina.

   Se sorprendió tanto que se puso pie antes de que hiciera un clavado, o al menos lo intentara. Era demasiado alto para caber en la bañera de otra manera que no fuera sentado.

   Elliot no tardó en rodearla con sus brazos, atraerla a su lado y besarla copiosamente.

  —Yo nunca te gritaría —aseguró. Segundos después, ambos estaban cantando el coro de Heavy entre besos y susurros entrecortados.

—¿Eso pasó?

   El trío de personas ubicadas en los asientos a la derecha de Halina se reían a carcajadas ante su relato. En circunstancias normales no hablaría tanto con personas que acababa de conocer, pero los padres y hermana de Elliot la hacían sentir en familia.

   El calor parecía haberse arreciado durante el tiempo que duró su paseo, pero eso no había cambiado en absoluto el buen humor de la amorosa familia.

   La casa en la que vivían los Stewart y que había visto crecer a Elliot era cálida y acogedora. Revestida de madera, con una chimenea exterior de piedra, muchas ventanas de vidrios emplomados, un techo con vigas de madera oscura y pocos pasillos. Era fácil imaginarse a Hannah correteando por todos lados mientras Elliot la seguía de cerca.

    El segundo piso, dónde se hallaban las habitaciones de ambos, había sufrido algunas modificaciones con el pasar del tiempo, como si los padres de Elliot se hubieran esforzado por borrar, con pintura y bonitas decoraciones, los recuerdos amargos que había allí.

   —Sí —continuó relatando ella—. Elliot ya me había dicho que había un perro detrás de la verja, pero cuando lo escuché ladrar, les juro que solo no eché a correr porque él me tomó de la mano. Me llevé un buen susto. No sé por qué soy tan despistada para esas cosas. Menos mal que Elliot no le teme a los perros, ¿verdad, Ely? ¿Elliot? —Halina lo vio llevar sus ojos en su dirección con expresión ausente.

   A diferencia de todos los demás, que ya casi habían acabado su porción, Elliot no hacía más que picar su plato con el tenedor, sin llevar nada a la boca; aun cuando intentó sonreírle y contestar a su pregunta, era obvio que ni siquiera sabía de qué estaban hablando en primer lugar.

  —Bueno —dijo Eleanor intentando rellenar el silencio que se produjo de repente—, como su vuelo sale un par de días después de la boda, podemos ir a hacer senderismo o montar bicicleta. A Elliot le encantaba cuando era niño. No sé si te lo ha contado, pero siempre fue muy bueno en los deportes físicos.

    —Sí, me lo había comentado una vez —continuó Halina, agradecida de que introdujera un tema que Elliot contaba con emoción—, incluso me dijo que aprendió a conducir a los doce años. Lo que me sorprende es que usted accediera a enseñarle, señor Evan. Se ve que es un padre muy amoroso, pero de ahí a enseñar a un niño de esa edad a conducir...

    El silencio volvió a cernirse sobre ellos, pero contrario a ser solo Elliot quien se ponía pálido y abría los ojos, horrorizado, tanto Evan como Eleanor parecían tan incómodos con ello que Halina llevó sus manos a su boca, como si eso eliminara de forma mágica sus palabras.

    —Hasta dónde yo recuerdo no fue papá quien le enseñó a conducir, sino... —intentó terminar Hannah, ajena al ambiente tan pesado que se había formado, pero levantándose de su silla tan abruptamente que se produjo un estruendoso chirrido, Elliot golpeó sus manos con fuerza contra la mesa para callarla.

    Salió de la estancia sin decir ni media palabra, cerrando la puerta de su habitación tras de sí con furia contenida.

    No solo era por aquel comentario. Elliot estaba ausente y malhumorado desde su paseo por el vecindario.

    Al principio, mientras caminaban, se veía tenso, alterado. En algún punto del camino Halina pensó en proponerle que volvieran, pero él señaló el bosque y le propuso caminar un rato entre la naturaleza. Aquello lo calmó un poco, aunque caminaron tanto que Halina terminó con unas dolorosas ampollas en la parte trasera del talón.

    Elliot la cargó en sus brazos el resto del camino, y luego la llevó a un lugar cerca del río, donde le explicó que nadie iba, pues estaba prohibido nadar allí.

    Se sentaron tras una enorme roca que casi era del tamaño de él, y allí, mientras Elliot le revisaba la herida, comenzaron a besarse y tocarse hasta que terminaron haciendo el amor o al menos eso intentaron. Las caricias que siempre le habían alterado y llenado de deseo, ese día no surtieron ningún efecto.

    Elliot parecía muy frustrado por la situación. Ella intentó restarle importancia. Consiguió distraerlo un rato hablándole sobre la experiencia que había tenido con su padre en el psiquiátrico durante su última visita, o algunos sucesos curiosos de la universidad. Elliot intentaba ser amable y prestarle atención, pero su mente flotaba en senderos muy diferentes.

    Se habían quedado allí mientras el cielo se oscurecía, solo disfrutando de la tranquilidad del sendero. Volvieron a intentarlo, pensando que el descanso pondría todo en el lugar en el que debían estar, pero solo consiguieron que Elliot se frustrara todavía más. Elliot se puso de pie y le dijo, con algo de brusquedad, que ya debían irse, y desde entonces había estado tan callado y ausente que ella terminó suponiendo lo peor.

    Cada vez se sentía más culpable por el retroceso que Elliot estaba presentando. Jamás debió presionarlo de manera sutil para que se reconciliara con sus padres.

    —Ely, ¿puedo pasar? —preguntó desde la puerta. Él no se había molestado en desnudar la cama, correr las ventanas para que entrara aire fresco, ni mucho menos encender la luz. Estaba acostado hecho un ovillo sobre las sábanas impolutas.

   Halina avanzó hasta él y se recostó a su lado. Lo abrazó con fuerza y empezó a besarle la espalda. El cuerpo de Elliot aún se sacudía involuntariamente por los espasmos que le producía su esfuerzo sobrehumano por no romper a llorar.

    —Lo siento. No debí comentar eso. Solo intentaba...

   —No hiciste nada malo. Perdóname a mí por mentirte. Ya no hace falta que te diga quién me enseñó en realidad. —Elliot se giró y la abrazó a su pecho. Se quedaron quietos por un rato sin decir nada, hasta que Elliot empezó a besarla. Halina respondió de la misma manera hasta que, inesperadamente, él empezó a intentar desnudarla también. Halina opuso resistencia mientras él le besaba el cuello, deteniéndolo con las manos.

    —Estamos en casa de tus padres, no creo que esté bien hacer esto aquí.

    —¿Estás segura de que es solo eso? —Algo en el tono de voz de Elliot le resultó terriblemente amargo.

    Lo vio incorporarse y sentarse en el borde de la cama para colocarse los zapatos. Halina intentó acercarse, pero él se puso de pie para terminar con ello lejos de ella.

   —Ely...

   —¿Por qué siempre intentas suavizar las cosas, Halina? —replicó girándose hacia ella al haber terminado de colocarse el zapato de cuclillas en el suelo—. Si no quieres estar con tu novio, el impotente, solo dilo. Así como me dijiste con tanta convicción que no quieres tener hijos conmigo. Espera, ¿por qué no me explicas también por qué estamos juntos todavía? Te juro que no lo entiendo.

    Halina se quedó muda de la impresión. Hacía meses que Elliot no tenía ese tipo de reacciones. Ni siquiera recordaba la última vez que habían discutido.

    —¿A dónde vas? —Alcanzó a preguntar al verlo tomar su maleta y arrastrarla hasta la puerta. Elliot ni siquiera se detuvo para mirarla.

    —A un hotel. Estar en esta habitación me enferma.

   —Bien, deja que me cambie de ropa y nos vamos.

   —No. Tú quédate aquí. Necesito estar solo.

   Halina sintió en ese necesito una súplica ferviente. Elliot sabía bien cuando estaba en su límite y podía hacer o decir algo de lo que podía arrepentirse. Tenerla cerca recordándole sus frustraciones, solo aumentaba su irritación.

    Elliot avanzó a través del vestíbulo del hotel con el ceño fruncido. Su plan de salir de Pensilvania e instalarse en el próximo estado, había terminado en fracaso luego de que el taxi en el que se transportaba hubiera sido detenido por exceso de velocidad, aunque el chófer no había excedido el límite establecido. Uno de los policías le había sugerido quedarse en un establecimiento cercano, al que podía llegar a pie, y así había terminado justo donde lo querían.

    La sensación de estar siendo vigilado y controlado le enfermaba el estómago.

   Se acercó a la recepción y solicitó una habitación. Todo transcurrió de manera normal hasta que mostró su identificación. La chica tras el mostrador palideció al instante. Le dijo balbuceando que verificaría la disponibilidad de las habitaciones.

   No había ni una sola persona en el lobby, así que era evidente que, aunque fuera un lugar pequeño, no podían tener ocupadas todas las habitaciones. Esperó varios minutos de pie allí, viendo como las agujas del reloj de la pared color malva avanzaba aumentando su enojo. Un señor de edad avanzada, que parecía ser el administrador, asomó la mirada desde las escaleras, subiendo a toda prisa mientras susurraba algo al teléfono.

   Elliot pensó en volver sobre sus pasos y quedarse en algún parque o estación cercana que le ofreciera algo de abrigo hasta el día siguiente. Tampoco era como si pretendiera dormir aquella noche.

   No recordaba la última vez que había dormido plácidamente desde que le prometió a Halina que irían a la boda de Hannah.

   Sus noches, exceptuando cuando ella estaba en su departamento, consistían en revisar papeles hasta tarde, sentir ansias de fumar, dar vueltas a la cuadra, sentir de nuevo ansias, comprar una cajetilla, desecharla sintiéndose basura, revisar papeles nuevamente, levantarse del asiento, recoger la cajetilla del contenedor; llevarlo a su boca y encenderlo, desecharlo luego de la primera calada, y solo entonces, quedarse dormido sintiendo que era patético y merecía morirse. Esa noche se había propuesto ni llorar ni fumar y eso lo estaba matando. Necesitaba hallar la manera de desahogar todos esos sentimientos o explotaría. Necesitaba estar lejos de Halina para no terminar estallando contra ella.

   —Sígame, le mostraré su habitación. —Una mujer de treinta y tantos, cabello crespo y piel mulata, una extranjera sin duda, lo abordó luego de que la chica tras el mostrador volviera. Ella también parecía nerviosa, pero disimulaba un poco mejor que la anterior.

    Elliot decidió seguirla casi por reflejo. Al menos el lugar se veía limpio y bien cuidado. A juzgar por el delantal que traía la señora, parecía ser quien se encargaba de mantenerla así. Atender a clientes difíciles debía ser su segunda función en ese sitio.

    Elliot extendió la mano hasta la perilla de la puerta que ella le señaló, para introducir la llave, y de inmediato se dio cuenta de que había algo extraño en ella.

   —El seguro tiene un desperfecto.

   —¿Ah, sí? —La mujer se acercó y lo revisó, comprobó que, tal y como Elliot sospechaba, no se podía atrancar la puerta—. Esto pasa en ocasiones, pero le aseguro que nadie entrará a su habitación sin su permiso. Nos encargaremos de que lo arreglen en la mañana. Disculpe las molestias.

   —Esto es clásico de mis padres —murmuró Elliot meneando la cabeza mientras esbozaba una sonrisa sardónica, a la vez que llevaba la mirada hacia la mujer—. Adivino, no tiene caso que diga que quiero cambiar de habitación porque no habrá más disponibles; tampoco que cambie de hotel, porque a estas alturas, el juez Stewart ha alertado a todos sus contactos en la policía, para que se aseguren de que los negocios de la zona tomen medidas contra un suicida en potencia.

»Por eso, si voy a una tienda de conveniencia y pido algo potencialmente peligroso como, no lo sé, un par de cordones de zapatos, mi tarjeta rebotará mágicamente y no aceptarán efectivo. Si voy a un restaurante y me colocan un cuchillo para que pueda comer, el mesero no me quitará los ojos de encima hasta que termine, para que no hurte el cuchillo y lo use para cortarme. No puedo ir a una farmacia para comprar un medicamento porque, ¡oh, sorpresa! No me venderán ni un endemoniado ibuprofeno sin proscripción.

    »¿Y sabes qué es lo más gracioso de todo? —continuó luego de reírse—. Que hoy ni siquiera he pensado en matarme; pero mis padres, con su absurda sobreprotección y su demostración de poder infinito, no hacen más que recordarme que soy un maldito inútil que no tiene ni una sola razón para estar vivo. Y son tan estúpidos, que ni siquiera se les ocurrió que lo último que quiero es dormir en la misma habitación en la que me violaron.

    Elliot se llevó las manos al rostro al darse cuenta de que le ardían los ojos. ¿Llorar frente a una desconocida? Lo que le faltaba.

    —Lo... siento mucho. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

   —¿Tienes algo con lo que pueda destruir una casa protegida por el estado?

    La mujer contuvo la respiración. Elliot apartó sus manos de su rostro, soltando un suspiro al notar lo desconcertada y pensativa que la habían dejado sus palabras. Aquella pobre mujer estaba trabajando a las dos de la mañana, porque probablemente tenía la necesidad económica suficiente para aceptar un trabajo con un horario abusivo. Ahora también tenía que lidiar con él y sus estallidos de cólera.

    Arrastró su maleta hasta dentro de la habitación, concluyendo que no tenía caso seguir causándole problemas a alguien que no tenía la culpa de su inestabilidad.

    —Mi hijo olvidó su bate en el auto. ¿Te sirve? —Elliot volvió la cabeza y leyó algo conocido en esa expresión. Ella era uno de los millones de personas que habían visto las noticias.

   —Gracias por traerme.

   Elliot empujó la puerta del auto sin siquiera mirar a la señora. Ni siquiera tuvo que darle la dirección a la que iba. Gracias a sus padres, todos en el país con uso de razón en el 2006 sabían de lo que había ocurrido por dos años en esa casa.

   —Elliot. —La voz de la mujer, a quien ni siquiera se molestó en preguntar su nombre, era baja y cadenciosa. Parecía estar eligiendo con mucho cuidado las palabras para hablar con él, mientras contenía sus propias lágrimas de compasión—. A veces los padres cometen errores graves, pero nunca con mala intención. Nadie quiere que sus hijos sufran de ninguna manera.

   Elliot no respondió a eso. Solo tomó sus cosas del maletero y volvió a darle las gracias.

   —Le enviaré un regalo a tu hijo para compensar el bate. Me aseguraré de que sea algo genial. Y otra cosa —Elliot volvió la mirada hacia ella y trató de sonreír—, sé que llamarás a mis padres, aunque te pida que no lo hagas, así que... dame al menos diez minutos para terminar lo que vine a hacer.

   —De acuerdo. Mantente a salvo.

    «Mantente a salvo», como si esas palabras valieran a esas alturas.

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