Capítulo 5: Escúchame

    Subió el volumen de sus auriculares tratando de ignorar los gritos enardecidos de su madre, pero tal y como ocurría cada día al llegar del trabajo, vociferaba tan fuerte, mientras sus pasos apresurados atravesaban el pasillo hacia su habitación, que sus reproches martilleaban su cabeza.

    Lexie siguió fingiendo que no la escuchaba, con la esperanza de que se cansara de hablar sola y se fuera pronto, pero su madre la haló con fuerza del pelo y la tiró de la silla, descargando en forma de puñetazos y patadas sus frustraciones contra su cuerpo como hacía a diario desde que tenía uso de razón.

    —Estoy harta de decirte lo mismo. No sé hasta cuándo tendré que lidiar contigo y tu rebeldía, niña del demonio.

    —Por mí puedes dejarlo ahora mismo. Me haría muy feliz que me dejaras de fastidiar. Por cierto, sí, creo que sí soy hija de un demonio.

   Como si los golpes recién recibidos no le escozaran, Lexie se puso de pie, se acomodó nueva vez en su asiento y siguió tecleando en la computadora tratando de terminar el trabajo que implicaba casi el treinta por ciento de su puntuación final. A su madre últimamente no parecía importarle su futuro. No recordaba la última vez que tuvieron una conversación que no consistiera en gritos y ataques entre ellas.

   —¡¿Cómo te atreves?! ¿Quién crees que se ha hecho cargo de ti luego de que el ingrato de tu padre se fuera con esa golfa? Eres igual de ingrata que él. Ni siquiera sé por qué me molesto en corregirte si no sirves para nada.

   —¡Pues no me corrijas! ¡Deja de echarme en cara todo lo que haces por esta inútil!

   Lexie se puso de pie y enfrentó la mirada de su madre, preguntándose cómo una mujer tan bajita y regordeta podía hacer que incluso su esposo y su hija desearan estar en cualquier otro sitio, menos en su hogar.

   —Te recuerdo que papá te dejó a ti, no a mí. Si tanto te molesta mi presencia, puedo irme con él ahora mismo. Con razón prefirió a Maxine antes que a ti, debía ser un infierno ser tu esposo.

   —¡¿Cómo puedes decirme esas cosas con tanta ligereza?! ¡¿Acaso olvidaste que yo soy tu madre?!

    Lexie tomó su mochila y empezó a colocar cosas en ella al azar, saliendo a través del pasillo mientras su madre seguía gritándole.

   —¡Vuelve aquí, jovencita! Si sales por esa puerta no te molestes en volver. ¡Debí haberme deshecho de ti antes de que nacieras! ¡Ojalá te murieras!

   En el momento en el que Lexie atravesó la puerta y salió a la calle, llovía a cántaros. El dolor que sentía en el pecho al escuchar a su madre decir esas cosas hacía que todo su cuerpo estuviera tan entumecido que no sentía la baja temperatura.

   Se colocó la capucha de su chamarra y corrió a través de las calles intentando encontrar algún medio de transporte que la llevara a casa de su padre a casi dos horas de allí.

   Hasta el año pasado, él vivía cerca del vecindario, por lo que se le hacía fácil visitarlo cuando su madre se ponía violenta, pero dado que esta se había dedicado a ir hasta su casa a gritarle e insultar a su nueva esposa, su padre se vio obligado a mudarse aún más lejos, intentando evitar que su irracional ex-esposa le hiciera daño a esa pobre mujer.

    Lo único que no entendía de todo aquello era por qué, si sabía la clase de mujer que era ella, su padre no la había llevado a vivir con él desde el principio. En realidad sí lo sabía... no la quería cerca de su nueva familia, perturbando su felicidad, porque al divorciarse de su madre, también se había divorciado de ella.

    —¡Lex! ¿Qué haces aquí?

    La expresión desconcertada e incluso incómoda de su novio, al recibirla en la puerta del dormitorio del campus de su universidad, no era para nada lo que esperaba ver cuándo llegara a intentar colocarse a su resguardo.

    Cuando al fin se bajó del autobús, dándose cuenta de que solo conseguiría importunar a su padre con su visita, decidió quedarse en el vecindario.

    Ya era de noche, aún llovía. Sentía que el frío le calaba los huesos y aunque tomó algunas cosas antes de salir, por absurdo que pareciera, no pensó en colocar en su mochila una muda de ropa para cambiarse —aunque hubiera sido inútil, pues, esta terminó tan empapada como el resto de su cuerpo.

   —Hola, Lucas —dijo dándole un beso en los labios para luego entrar a través de la puerta, aunque él no la había invitado a pasar—, ¿te importaría si paso la noche aquí? Tuve una discusión con mamá y...

    Aunque los chicos presentes en la habitación intentaron ocultar todo, para Lexie era obvio lo que habían estado haciendo. Lucas le había asegurado que lo había dejado, entonces por qué... ¿por qué se estaba drogando con sus amigos otra vez?

    —Conque llegó tu noviecita. No me digas que cambiarás tus planes con nosotros por un par de piernas y pechos.

    Escuchar esa voz revolvió el estómago de Lexie. El mejor amigo de su novio, el mismo que terminaba arrastrándolo a sus adicciones. Lucas decía que dejaría de tener trato con él porque sabía que era una mala influencia, pero siempre volvía a lo mismo.

   —No tienes que quedarte por mí. Mejor regreso a mi casa.

    —Nada de eso. No te lo traeremos muy tarde. Quédate a esperarlo. ¿Verdad, Lucas?

    El chico continuó mirando a Lexie, quien apenas podía contener las ganas de llorar que le provocaba verlo envuelto en esas cosas otra vez, pero prometiéndole que no tardaría, Lucas salió junto a sus dos amigos, a quienes a kilómetros podía percibírseles el olor a alcohol.

    Una parte de Lexie sabía que lo mejor era que se marchara, pero necesitaba hacer entrar en razón a Lucas. Tal vez esta vez sí se alejaría de esos tipos y dejaría de envenenar su cuerpo con esas cosas.

    Su estómago rugió mientras permanecía tirada sobre la cama esperando su regreso, pero las horas avanzaban y Lucas no aparecía. Por momentos temía que le hubiera pasado algo malo, y en otros se sentía tan enojada que juraba terminar con él.

    En aquella ambivalencia de emociones se quedó dormida, cansada de tanto llorar, hasta que, en algún momento de la noche, sintió como alguien deslizaba sus manos por debajo de su ropa. Al principio creyó que era su novio y pensó en darle un golpe en la mano para demostrarle lo molesta que se encontraba, pero pronto sintió un par de manos nuevas, esta vez desnudándola de la cintura hacia abajo. Al abrir los ojos, comprobó con terror que eran ese par de bastardos.

    Lucas yacía sentado contra la puerta, medio desmayado. Ni siquiera sabía si se hallaba borracho, drogado o ambas cosas, pero por más que le gritó que hiciera algo mientras ese par la forzaban delante de él, ni siquiera reaccionó.

    Cuando todo pasó y él al fin recuperó la consciencia, le juró que no había tenido nada que ver con lo ocurrido y que tal vez sus amigos lo habían emborrachado a propósito para aprovecharse de ella. Aquellas excusas a Lexie le valieron menos que nada.

    Aun si había un accidente, aun si no tuvo nada que ver, no la había protegido, no había servido de nada llamarlo a voz en cuello porque él así lo decidió. ¿Para qué quería a su lado a alguien que ni siquiera podía cuidar de ella cuando lo necesitaba?

    —¡Lex! ¡Oye, Lex! ¡Lexie! —Sintió como alguien la tomaba del brazo mientras aquellos tortuosos recuerdos volvían a su cabeza. Llevó la mirada hacia Nathaniel y frunció el ceño—. ¿Acaso no me escuchas? Te he llamado durante toda la cuadra.

    —¿Qué quieres, Nathaniel?

    El chico frente a ella pareció sorprendido por su actitud cortante, pero aun así tomó su mano, ella la retiró abruptamente, maldiciendo la manera en la que su corazón se aceleró. Debía estar volviéndose loca o algo parecido. No podía sentir esas cosas por un chico como él.

    —Te envié un mensaje hace un rato y luego fui a tu departamento al ver que no contestabas. Quería saber si quieres...

   —No, no quiero. Solo déjame en paz.

    —¿Qué te pasa? Nunca me habías dicho que no quieres, Lex.

    —Pues no, no quiero hacerlo. Yo... no quiero seguir con este juego, Nathaniel.

    Los ojos de él se abrieron inconmensurablemente al verla llorar, y sin saber qué hacer, solo se quedó en silencio hasta que ella se hubo calmado lo suficiente para volver a mirarlo a los ojos.

    —Elliot dice que le temes a volverte un adulto y que huyes de las responsabilidades. Apuesto a que ni siquiera has pensado nunca en casarte ni tener una familia.

   —Claro que no. Tú tampoco, Lexie.

   —Por supuesto que lo he pensado. Yo... anhelo casarme algún día y tener a alguien que al fin cuide de mí. Es lo que más quiero en el mundo, pero tú no eres capaz de entenderlo porque siempre has tenido quien vele por tu bienestar.

    Nathaniel abrió los ojos de nuevo, y Lexie se sintió asqueada por su actitud.

   —Escucha, Nath. Ya tengo veinticinco años, en cinco años mis posibilidades de encontrar esposo se reducirán a la mitad, la cuarta parte con mi reputación, y a los treinta y cinco ya no podré tener bebés. No puedo perder el tiempo jugando con un niño que no sabe lo que quiere. Fue divertido revolcarme contigo un par de noches, pero entiende que se acabó. Estoy intentando reformar mi vida y tú no me ayudas a conseguirlo. Vete a una fiesta o algo y consigue a alguien para pasar el rato.

    Lexie continuó avanzando y aunque escuchó a Nathaniel darle un par de voces, no respondió. Ya no quería confiar en nada parecido al amor. Saldría adelante por sus propios medios y construiría la vida que le negaron y que deseaba con todo su ser.

    Halina elevó la mirada al ver a su pequeña alumna caminar hacia la puerta. Alizèe y su madre intercambiaron un par de señales con el rostro y las manos, antes de que la mujer de cabello castaño claro y el rostro salpicado de pecas se alejara de la puerta.

   —Mamá dice que ya vinieron a buscarla, profesora Moore.

   —Gracias, Alizée. Practiquemos esta frase otra vez y es todo por hoy.

   La niña asintió. Halina se quedó observando a la pequeña mientras luchaba con la pronunciación de algunas palabras. Era asombroso que fuese capaz de asimilar sus clases a pesar de ser la única oyente de la casa.

   El padre de Alizeè había quedado sordo debido a una enfermedad cuando era niño, y su madre lo era de nacimiento, pero ambos hacían lo posible por no entorpecer el aprendizaje de su hija, que casi estaba en edad escolar. Alizée aprendía rápido, aunque sin darse cuenta hacía señas al intentar pronunciar las palabras.

   Salieron de la habitación y caminaron por el pasillo de paredes verde limón, observando a la distancia a Elliot caminando de aquí para allá con un bulto en brazos.

   —Tranquila, pequeña. Mamá vendrá en un momento —dijo y a la vez expresó en señas a pesar de que la bebé era tan pequeña que no entendía ninguno de los dos idiomas.

    Verlo sonreír ante sus gorjeos mientras la mecía con cariño hizo que el corazón de Halina se saltara un latido. La manera como la miraba mientras endulzaba su voz para calmarla... con razón la pequeña había dejado de llorar y extendía sus manitas para acariciar su rostro mientras sonreía ante sus gracias. No pudo evitar preguntarse si su temor era tan inmenso como para privarlo de algo que parecía hacerlo tan feliz.

    Tal vez aunque no quisiera debía...

    —¿Le duele el estómago, maestra?

    Halina llevó la mirada hacia Alizeè quien observaba con curiosidad la manera en la que había posado la mano en su vientre, perdida en sus reflexiones. Negó con la cabeza mientras se obligaba a sonreír.

    Elliot le había contado que aprendió lenguaje de señas, aunque en la primaria no había ningún niño sordo, porque quería ayudar también a aquellos que no tenían voz.

    —Es muy difícil sentir algo y que las personas a tu alrededor no te entiendan. Si saber lenguaje de señas puede evitar que al menos una persona pase por eso, me doy por bien servido.

    «¿Tú pasaste por eso, Elliot? ¿Tú también quisiste decirle a otros lo que estabas aguantando, pero los demás no fueron capaces de entenderte?», preguntó para sus adentros, mientras lo veía acercarse a ella tras haber entregado la pequeña a su madre. Sabía la respuesta y era muy dolorosa. ¿No se merecía alguien que había sufrido tanto un poco de felicidad?

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