Capítulo 16: La Verdad
—¡Tía Olivia! —Recibir aquel eufórico abrazo, tan pronto abrió la puerta, la dejó descolocada por unos segundos, pero al divisar a la mujer que venía caminando en el pasillo, solo unos pasos más atrás de aquella niña, tirando de una maleta, soltó un enorme suspiro entendiendo enseguida la escena.
—Hola, Hal. ¿Y esa sorpresa? ¿Qué hacen ustedes por aquí?
—Mamá y yo vinimos a traerte tu regalo de bodas. Aquí está —dijo la pequeña extendiéndole el empaque rectangular con un gran lazo púrpura encima—. Que su matrimonio esté lleno de amor y armonía para que sean felices —añadió, y la reacción del cuerpo de Olivia fue inmediata.
Se colocó de rodillas para abrazar con fuerza a la pequeña de cabello rojizo. Sentir su piel tan suave y tersa bajo la yema de sus dedos junto a su aroma infantil, la llenó de sentimientos encontrados que amenazaron con hacerla llorar.
Con lo mucho que deseaba ser madre, y la vida le había negado cruelmente el tener aquel privilegio alguna vez, mientras otros...
Llevó la mirada hacia su amiga y sintió una rabia inmensa.
... Algunos mostraban no merecer ese privilegio debido a la forma en la que tomaban sus decisiones en la vida.
—Pero no sé queden ahí. Entren. Afuera debe hacer mucho calor. Halina asistió mientras tomaba la mano que su madre le ofreció.
La pequeña pareció medir sus pasos a partir de entonces. Llevaba el pelo desordenado, y una mancha en el vestido. Sus zapatos tampoco estaban en la mejor de las condiciones.
Volvió a mirar a Adelina y sintió enojo de nuevo. Ya ni siquiera parecía la misma chica que fue a la universidad junto a ella. Solo era una sombra de las cosas buenas que había tenido al lado de ese hombre, y hacía a esa pobre niña pagar las consecuencias de su mala decisión.
—Hola, Adelina. Me alegra mucho que nos visites. Y esta pequeña princesa debe ser Halina.
La voz de su esposo, ingresando en la sala, la hizo relajar su expresión, mientras preparaba algo de té en la cocina para sus invitadas. Noah tomó asiento junto a ellas para hacerles compañía a pesar de haber tenido que hacer turno doble en el hospital el día anterior.
A veces se sorprendía de como podía parecer tan sereno y risueño, aun sin haber conciliado el sueño en toda la noche. Estaba convencido de que sería un padre inmejorable... eso si no se hubiera casado con una mujer estéril.
—Usted debe ser el señor Noah, el esposo de Olivia.
—Llámame tío Noah. Eso de señor me hace sentir algo viejo. —Halina soltó una risita mientras cubría su boca con sus manos, y luego volvió a sentarse derecha y con el cuerpo en tensión.
Era lo que más le partía el corazón a Olivia. Siempre estaba tan nerviosa e insegura que no parecía una niña. Sintió los ojos de Noah posados en ella, y secó el par de lágrimas que se deslizaban por sus mejillas intentando que él no las viera. No había hecho más que llorar desde que recibió la noticia.
Lo escuchó proponerle a Halina mostrarle el álbum de fotos de la boda en el balcón, y ella casi saltó de alegría de su asiento deseosa de ver todo, aunque luego bajó la cabeza, sintiéndose mal por haber tenido una respuesta tan eufórica. Miró a su mamá pidiéndole permiso en silencio para acompañarlo; esta le agitó el cabello y le aseguró que no había problema, por lo que Halina aceptó tomar la mano de Noah quien, sabiendo que su esposa y Adelina necesitaban hablar a solas, les concedió espacio para que lo hicieran.
Noah caminó hacia la cocina con Halina aún tomada de la mano y le dio un beso a Olivia, para luego pedirle que lo llamara si quería que estuviera allí otra vez. Ella asintió.
Adelina seguía sentada en el sofá esbozando una falsa sonrisa, pero cuando vio a su hija perderse tras los ventanales de cristal a su derecha, mostró en su rostro todo el desasosiego y temor que la acompañaban ese día y todos los de los últimos años
—Ahora sí, ¿me dirás qué ocurre?
Olivia le extendió la taza y esta la tomó con las manos temblorosas, manteniéndose cabizbaja. Ni siquiera había hablado y ya había comenzado a llorar.
En serio no la entendía. Por qué seguía insistiendo en tener aquella vida si era tan infeliz.
—Es Harrol creo... que pronto tendrá otra crisis. Ha estado celándome con los maestros de Halina. No me dejó ir a tu boda porque asegura que iba a encontrarme con mi amante. Es... por eso decidí venir hoy con Halina. Si ella está conmigo, no tendré que volver. Yo sé que recibir a Halina también será complicado, pero te aseguro que hallaré trabajo pronto, alquilaré un departamento y...
—No.
Adelina llevó los ojos hasta Olivia, sintiéndose abrumada por su respuesta.
A diferencia de otras ocasiones, Olivia no había comenzado a maldecir a Harold, ni decirle lo mucho que valía y lo bien que estaría una vez se librara de su inestable esposo. No hubo palabras de aliento ni de apoyo incondicional. Esta vez Olivia no estaba de su lado.
—¿Qué quieres decir, Olivia?
—Dije que no voy a recibirte esta vez —aseveró frunciendo el ceño—. No tengo problemas con recibir a Halina. Noah y yo podemos darle una vida mejor que la que tú y ese... —Se detuvo. No quería que Halina la escuchara insultar al infeliz de su padre—. En otras palabras, con gusto tomaría a Halina como mi propia hija, pero... no puedo recibirte a ti más en mi casa.
—Pero... solo serán unos meses y...
—Y volverás con él en cuanto te ruegue que lo hagas. ¿Cuántas veces hemos vivido lo mismo una y otra, y otra vez? Al final vuelves con ese bastardo y la que quedo como la mala soy yo. Sabes que me odia, que cree que soy tu cómplice o algo así, que soy quien te busca a los amantes. Sabes bien las discusiones que hemos tenido, cómo me insulta y me denigra cada que tiene la oportunidad.
»Antes no me importaba, sé que no es más que un cobarde sin autoestima que quiere tenerte atado a él a la fuerza, pero Noah no lo verá así, si él viene a mi casa a insultarme... No voy a arriesgar a mi esposo a esa desagradable experiencia para que luego tú vuelvas con él descaradamente. Lo siento mucho, Adelina. Acepta las consecuencias de tus decisiones.
Los labios de su amiga empezaron a temblar ante su dureza, pero aunque pareció ir a ceder al llanto en cualquier momento, solo se puso de pie sin siquiera probar la taza que dejó sobre la mesita de delante, y alzó la voz.
—Halina, ven aquí. —Ahogó un sollozo mientras sus ojos se enrojecían—. Ven aquí, por favor.
—¿Qué pasa, mamá?
—Ya nos vamos. Despídete del tío Noah y de la tía Olivia.
—Pero acabamos de llegar y el tío Noah dice...
—Descuida, otro día podrás venir con más tiempo y ver todas las fotos. Tal vez incluso el tío Noah y la tía Olivia te lleven a Green Gables. ¿Quieres?
La niña asintió, aunque en su pequeño rostro era evidente la tristeza. Adelina la tomó de la mano y empezó a tirar de la maleta de nuevo, y fue entonces cuando Olivia se dio cuenta de un detalle en especial. Tenía el vientre crecido, no le había dicho nada al respecto, pero parecía estar embarazada otra vez.
Aunque aquello debió motivarla a cambiar de opinión y ayudarla, solo la hizo sentir peor. ¿Por qué Adelina sí, y ella no? ¿Por qué a las personas irresponsables e indecisas como ella sí le daban la oportunidad de convertirse en padres?
—Olivia, sabes que no tengo problemas en recibirla. No quiero...
—No. Solo así aprenderá —dijo con amargura tras ambas haberse perdido tras la puerta—. Mientras tenga un lugar al cual huir no saldrá del ciclo. Esto... la hará recapacitar. La llamaré mañana y si aún quiere vivir aquí, entonces iremos por ella. Por ahora... vamos a dormir un rato, debes estar agotado.
Noah suspiró no muy convencido de la resolución de su esposa, pero si algo le había dejado claro el médico que la atendió, es que debía tenerle toda la paciencia del mundo después de haber perdido a su bebé. Seguro Adelina también comprendería que Olivia no era la misma y por eso la había tratado de esa manera.
Al día siguiente seguro estaría más relajada y viajarían a Quebec para ayudarla en lo que requirieran... pero ese mañana nunca llegó.
Halina dejó de avanzar al sentir a Lexie tomar su brazo.
Había intentado cruzar la calle sin mirar a su alrededor. No era la primera vez que se desconectaba de la realidad por unos segundos o eso, y dormir todo el tiempo sin comer nada era una constante en su vida ahora.
Halina le había dicho muchas veces que seguro se debía a los medicamentos y que visitaría a un especialista pronto para que la revisara, pero aquello no terminaba de convencerla.
Sabía que algo había pasado en su viaje a Pensilvania, algo que no solo había causado estragos en su relación con Elliot, sino en su estado emocional. Halina no decía mucho. Solo sonreía y aseguraba estar bien, primera prueba de que no lo estaba. ¿Y si ver a su padre solo la ponía peor? ¿Y si recordar cómo había terminado de esa manera la hacía acabar como hacía dos años?
Odiaba todo ese misterio. Le partía el alma cuando Halina decía solo lo que los demás querían escuchar. Cuando esbozaba esa sonrisa rota y vacía, conteniendo en su interior aquella furiosa tormenta de sentimientos negativos que amenazaba con destruirla.
Nadie podía aguantar tanto. Nadie podía terminar una relación en la que había puesto todo su futuro y esperanza, y luego solo sonreír y desearle lo mejor a la otra persona sin derramar una sola lágrima.
—Puedes esperar aquí, Lexie. No tienes por qué...
—Juntas hasta el fin de los tiempos. ¿Lo entiendes? Si vas a ver a ese... hombre, yo voy contigo.
Halina miró la mano con la que Lexie sostenía la suya y sonrió agradecida de que notara como temblaba y quisiera confortarla con su calor.
Lexie, a pesar de sus propias dificultades, jamás había perdido el contacto con ella, ni había ignorado sus mensajes, aun cuando ella era de esas amigas que desaparecía por largas temporadas.
Lexie sabía que no tenía nada que ver con el cariño que le tenía, que a veces el mundo pesaba tanto que incluso contestar un mensaje era algo demasiado difícil para Halina, que aun sabiendo que del otro lado de la línea había alguien que se interesaba por ella sinceramente, hablarle de lo que la afligía era como sacar agua de un pozo lleno de fango y suciedad.
Sus problemas pesaban, dolían y la desgarraban por dentro, pero estaban bien allí, en su interior, dónde nadie podía verlos, dónde nadie tenía que cargarlos en su lugar.
—Gracias. Te cocinaré algo delicioso esta noche. Puedes invitar a Nathaniel si quieres. Buscaré dónde quedarme mientras tanto para que puedan desahogarse.
—Oye, que no estoy saliendo con ese niño —protestó Lexie mientras sus mejillas se encendían y ese fue el fin de la conversación.
Ella y Nathaniel se comunicaban a menudo, iban juntos a todos lados... Sí salían, solo que ninguno de los dos se animaba a admitirlo, y eso era bueno. Estaba bien que fueran a su ritmo, a sus anchas.
Halina soltó una risita y luego sintió un pinchazo en el corazón y le ardieron los ojos. Esperaba que a ellos sí les fuera bien. Que ellos si pudieran sacar provecho de esos sentimientos y quedarse uno junto al otro de manera permanente. Respiró profundo para evitar soltar a llorar. No lo haría. No quería preocupar a ninguna de las personas que la querían aún.
Avanzaron a través de los pasillos del hospital psiquiátrico y Halina notó como, de forma inconsciente, Lexie apretaba aún más su mano cada que alguno de los pacientes se le acercaba.
Entendía su temor, su recelo, pero aunque esas personas cuyo juicio estaba malogrado podían ser impredecibles, no eran muy diferentes a muchas personas que había afuera, haciéndose pasar por personas amables, que acababan con la vida y voluntad de personas inocentes. De personas que tenían que cargar con los estigmas invisibles de su maldad por el resto de sus vidas, marcas internas que no les permitían hallar felicidad plena y que los hacían sentir odio y rencor incluso hacia sí mismos.
Personas como el hombre encerrado tras esa puerta inmaculada.
—Hola, papá. Te traje tu postre favorito. Pensé que...
—Adelina, ¿qué haces? Suelta eso ahora mismo. —Grande fue el sobresalto de Lexie como el de Halina al ver a Harold abalanzarse hacia ella y sostenerla por los hombros con demasiada fuerza. Halina dejó caer la vasija que traía en sus manos, desparramando por el piso las barras de Nanaimo.
—¿Qué le pasa? —preguntó Lexie con terror al ver a su amiga arrugar la cara de dolor, notando como el hombre seguía repitiendo las mismas palabras mientras miraba a su hija con una mezcla de terror y angustia indescriptibles.
—Parece que está teniendo un delirio. Jamás... ¡Ay! —Halina soltó un quejido y Lexie saltó en su sitio para intentar apartarlo.
Normalmente, había un enfermero con los visitantes para manejar al paciente si se sobresaltaba de repente, pero Halina iba tan a menudo que le había concedido cierta libertad. Lexie tiró de uno de los brazos del señor, pero él continuó inamovible, y es que a pesar de la delgadez y aspecto desaliñado, el hombre de casi cincuenta años que tenían enfrente era tan fuerte y pesado como en sus años de juventud.
—¿Llamo al enfermero?
—Sí. Creo que es lo mejor —dijo Halina intentando no soltar otro grito al sentir que sus huesos crujían debajo de los dedos de su encanecido padre.
Sus ojos, dorados como los de ella, yacían atiborrados de lágrimas mientras incrustaba los dedos en su piel con demasiada firmeza. Halina reconoció esa mirada, ese profundo desasosiego. Estaba tan aterrado como aquella noche.
—Papá, soy Halina. Me estás... me estás lastimando.
—¡Adelina, suelta esas tijeras! ¡Adelina suéltalas ahora mismo!
—¿Tijeras?
Halina examinó la expresión de su padre como si intentara comprender algo que, aun para ella, resultaba ininteligible.
De repente ingresaron a la habitación Lexie junto a un par de fornidos enfermeros, quienes apartaron a Harold de Halina, quien continuó de pie en su lugar como si estuviera dormida con los ojos abiertos.
—¿Te hizo daño, Halina? —Escuchó preguntar a Lexie, pero no respondió, no pudo responder. Sus oídos seguían puestos en lo que su padre seguía vociferando sin parar. En lo que era... la verdad que tanto sus familiares como su mente le habían estado ocultando.
—¡Adelina! ¡Adelina! No tienes que hacer esto. Sé que el niño es mío. No te mates. No, no lo hagas. Yo... te juro que no voy a pegarte nunca más en la vida. Solo... no hagas esto por favor.
Como si su subconsciente hubiera desbloqueado un recuerdo prohibido hasta ese momento, Halina volvió al momento justo en el que se puso de pie en la puerta de aquella habitación y vio toda aquella sangre desparramada en el suelo.
El machado, esa herramienta que su padre había usado para destrozar la puerta, se hallaba tirada a los pies de ella sin una sola mancha rojiza. Más adelante, en el cuerpo inerte de su madre, que su padre abrazaba con desesperación, el borde ovalado de unas tijeras, desde las que brotaba sangre sin parar, y las manos de su madre... las manos de su madre, sosteniéndolas con firmeza mientras cerraba los ojos en medio de su último suspiro.
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