Capítulo 14: Piel a Hueso

   Elliot miraba a la persona junto al río con terror.

   Hacía alrededor de un mes que no recibía las llamadas de Zachary, ni este iba por él a la preparatoria, pero esa noche, no solo se había escabullido a través de la ventana de su habitación durante la madrugada, sino que le había ordenado que lo siguiera el único día en el que sus padres se encontraban ambos presentes en la casa.

   Se veía tan alterado entonces que pensó que en cualquier momento detendría el auto y lo golpearía mientras transitaban las calles vacías del vecindario. No podía siquiera imaginarse lo que le pasaba por su cabeza mientras maldecía entre dientes, ni quería averiguarlo.

   Zachary no tenía intenciones de detenerse en su casa como en las demás ocasiones. Siguieron transitando un par de kilómetros hasta que la carretera se volvió tan angosta que tuvieron que bajarse del auto y continuar a pie. Habían llegado al bosque nacional de Allegheny, situado en las estribaciones de las montañas Apalaches.

   Elliot había ido muchas veces a ese lugar con su familia; solían visitarlo diez u once veces al año antes de que su padre tuviera una agenda tan apretada.

   Recordaba que aquel paisaje lleno de mesetas y valles de mil pies, se teñía de mil colores brillantes en otoño, una espesa capa blanca de nieve en invierno y mil flores de diferentes tipos y aromas en primavera. Su madre decía que le recordaba mucho a su país natal, así que se ponía muy contenta durante cada visita.

    Pensó en la angustia que ella sentiría cuando fuera a su cuarto en unas horas y se diera cuenta de que no estaba. ¿Cómo le explicaría por qué había salido tan tarde? No era nada usual en Zachary actuar tan temerariamente. Jamás se permitía cometer errores que hicieran sospechar a los demás.

    Mientras avanzaban entre los setos tupidos y silvestre del camino alternativo que habían tomado, sorteando la profusión de arbustos frondosos y árboles colosales que conformaban el en ese momento frío y húmedo bosque, se dio cuenta de que no veía la espalda de Zachary desde abajo sino a un mismo nivel. Incluso le parecía que podía ser un par de centímetros más alto que él. ¿Había crecido tanto en solo un año?

   Todas esas cuestiones carecieron de importancia al encontrarse con aquellos ojos verdes llenos de terror. La chica amordazada allí, en plena oscuridad, era lo más cercano a las pesadillas que tenía y que aún no se habían realizado. Pudo respirar más tranquilo al comprobar que no se trataba de Hannah, pero solo le bastó una mirada más atenta para darse cuenta de que era la chica que le había abordado al salir de la preparatoria y por la que Zachary había terminado enloqueciendo.

   —¿Quién es ella? —preguntó de todas formas en un hilo de voz, esperando más bien una explicación para aquello que algo como su nombre.

    Zachary se dejó caer sobre una roca con el ceño fruncido. Parecía exasperado y nervioso.

    —Siempre dices que en realidad te gustan las chicas, así que quiero que me lo demuestres de una vez. Adelante, duerme con ella.

   Elliot lo miró preguntando si acaso había terminado de enloquecer, ¿cómo podía siquiera plantearle una aberración como esa?

  —Yo no... Jamás...

    El sonido del seguro retirándose de la pistola que Zachary apuntó en su dirección, y que parecía haber escondido hasta ese momento, hizo que todo su cuerpo se paralizara. Era la que su padre guardaba en su escritorio. Se la había robado al igual que el reloj. La chica amordazada parecía querer gritar, pero no podía porque tenía la boca cubierta.

    Zachary la había atado de la misma manera cuando era más pequeño e intentaba resistirse a él, así que sabía lo difícil que era incluso respirar de esa manera.

   —No te estoy preguntando si quieres hacerlo o no. Te estoy ordenando que lo hagas. Si consigues hacerlo te dejaré en paz y me olvidaré de tu hermanita. Es un excelente trato, ¿no te parece?

    Elliot volvió la mirada hacia Zachary. Era la primera vez que planteaba alguna posibilidad de liberarse de aquello.

   Miró de nuevo a la chica y se dio cuenta de que era una especie de camarera. Debía tener más o menos la edad de Zachary, o al menos tenía el cuerpo tan formado como una mujer.

    Miró a Zachary, quien ahora dirigió la pistola hacia la chica, y se dio cuenta de que, tal y como le había dicho muchas veces, no tenía intenciones de matarlo a él, sino a ella si acaso se negaba.

   —Cinco... cuatro... tres... dos...

   Como si la cuenta regresiva fuera algún tipo de mecanismo de acción, Elliot corrió hacia la chica y se colocó de rodillas delante de ella.

   Se hallaba contra una gran roca con las piernas y manos atadas. Le desató las piernas en primera instancia y ella empezó a patalear. Era tanta la desesperación en sus ojos verdes que terminó cediendo al llanto al igual que ella.

   Sabía lo difícil que era y por eso entendía que estuviera tan desesperada, pero debían hacerlo, debían... solo debían obedecer.

   —Por favor. Tienes calmarte y escucharme —susurró en voz baja mientras intentaba quitarle con lentitud la cinta adhesiva que tenía sobre la boca, y que seguro debía estar asfixiándola—. Este hombre... te hará mucho daño si te resistes. Si te es muy desagradable lo que ocurra, solo cierra los ojos y piensa en otra cosa.

   —¡No tienes que hacer esto! ¡No tienes que obedecerle! Desátame y ve con la policía. Te prometo que yo...

   Elliot sintió como lo lanzaban a un lado, e incorporándose sobre hierba cubierta de rocío, sin entender qué ocurría, vio a Zachary sujetar del cuello a la muchacha y forzarla frente a él. No pudo mover un solo músculo mientras veía como él terminaba el trabajo que él no pudo hacer, y tras varios minutos la chica solo dejó de removerse e intentar gritar.

   ¿Había hecho caso a su consejo? ¿Estaba pensando en otra cosa y así había conseguido desconectarse?

   —Ven aquí, Elliot. No te quedes ahí parado. Ayúdame a lanzarla al río.

   —¿Al río? —Elliot miró en la dirección en la que Zachary luchaba por cargar a la chica, y se dio cuenta de que se había quedado dormida.

   Avanzó unos pasos. Sus pies pesaban como plomo. Seguro ella se había desmayado porque no soportaba el dolor como le pasó a él en algunos momentos.

  —No podemos lanzarla al río. Ella está inconsciente, Zachary. Se va a ahogar.

  —No se va a ahogar, grandísimo idiota. Está muerta. No puede morirse dos veces.

  —¿Muerta? ¿Tú... la mataste?

   Elliot volvió a mirar a la chica y se dio cuenta de que tenía el rostro púrpura. Los dedos de Zachary estaban grabados alrededor de su cuello. La había asfixiado con sus propias manos. En ese momento cruzó por su mente la imagen de su madre, de su hermana... y no pensó en el miedo que le tenía ni en el hecho de que Zachary aún tenía un arma.

    Se abalanzó contra él y consiguió derribarlo y golpearlo un par de veces, pero él le golpeó la sien con la pistola y terminó abriéndole una nueva herida en la cabeza.

    Ese día Zachary parecía haber entrado en un estado maníaco agresivo, porque lo golpeó tan fuerte en todos lados que le dejó moretones incluso en el rostro. Elliot escupió sangre un par de veces mientras lo veía alejarse de él cuando ya su delgado cuerpo no tuvo fuerzas para seguirlo golpeando, y lo vio arrastrar a la chica hasta el río y lanzarla a las aguas heladas luego de atarle una roca a una pierna para que se hundiera en el fondo.

   —Eres un asesino —murmuró Elliot casi sin voz, ardiendo de furia, y al ver que aún seguía consciente, Zachary volvió con él y empezó a golpearlo de nuevo hasta que perdió la conciencia.

   —Ya basta, por favor, no se lo diré a nadie. Y-yo haré lo que me pidas. Solo... deja de pegarme por favor. Ya no me pegues, te lo ruego —imploró Elliot desesperado mientras sostenía su cabeza como si intentara cubrirla de los golpes invisibles que aquel vívido recuerdo le hizo experimentar.

   Tras aquella inmensa roca cubierta de musgo y hojas, con otra de un tamaño apenas un poco menor atada al cuello junto a la que pretendía lanzarse al río, le encontraron su familia.

   La escena era desgarradora, Elliot estaba fuera de sí. Parecía que al recordar todo había vuelto a gritar y suplicar como lo había hecho ese día.

   Halina, quien fue la única que se atrevió a acercarse, se colocó de rodillas frente a él y lo abrazó mientras lloraba.

   —Nadie te hará daño, Elliot. Ya... Zachary no puede hacerte daño —murmuró a su oído, mientras él lloraba desesperado, y entonces, como por arte de magia, Elliot guardó absoluto silencio.

    Había más de una forma de matar a una persona.

    Halina se aferró del brazo de Elliot mientras avanzaban hacia la terminal del aeropuerto. El que lo tocara de esa manera no provocaba en él ninguna reacción alguna.

    Había estado así, en un estado casi cataléptico desde el día en que lo llevaron de vuelta a la casa y su madre decidió sedarlo para que no se escapara de la casa y volviera a intentar suicidarse.

    Evan y Eleanor le habían confesado a Halina que no era la primera vez que Elliot intentaba quitarse la vida en el mismo lugar, y que si bien se mudaron a Summerside pensando que si perdía el móvil ya no lo intentaría, la situación solo había ido a peor, por lo que temían que ocurriera lo mismo en aquella ocasión.

    Al final, habían decidido enviarlo de regreso a Summerside con la esperanza de que regresar a la vida que conocía le sentara mejor. Halina intentó sacarle alguna palabra o hacer que cambiara de expresión durante toda la semana, pero él seguía sin hablarle o siquiera mirarla.

   Tal vez Zachary había salido de sus vidas al hallarse en la penitenciaría de Eastern State esperando el día en que se cumpliera su condena, pero había grabado su recuerdo en Elliot de una manera tan inamovible que los estragos seguían siendo tan reales como en esos momentos.

    Ambos pasaron los diferentes chequeos en el aeropuerto, mientras ella prácticamente tiraba de él, y sintió lástima por Hannah y Finn que insistieron en acompañarlos al aeropuerto, luego de pasar sus primeras semanas de casados en el hospital y vigilando a su cuñado. Finn por su parte, no lucía sorprendido ni molesto. Se la había pasado pensativo. Había algo en su mirada que le parecía familiar.

    Halina empujó su maleta en el compartimiento luego de elegir los asientos que ocuparían en el avión, notando como Elliot insistía en permanecer de pie al mismo tiempo que fruncía el ceño.

   —¿Desde cuándo lo sabes? —Escuchar la voz de Elliot al fin le produjo alivio y desconcierto a partes iguales. Se puso de pie al notar que por más que halara su mano no consentiría en tomar asiento.

   —¿A qué te refieres, Elliot? ¿Saber qué?

   —Dijiste Zachary. Yo jamás te dije su nombre.

    Halina abrió y cerró la boca un par de veces. Él tiró de su brazo para que lo soltara, y empezó a regresar sobre sus pasos. Halina lo sostuvo de nuevo, pero él volvió a soltarse con excesiva brusquedad.

    —Espera Elliot, déjame explicarte.

    —¡¿Qué me vas a explicar?! ¿Qué has estado fingiendo ignorancia cuando en realidad sabes que no te he dicho toda la verdad de todo este asunto?

    Los demás pasajeros se alteraron con la discusión. Elliot parecía importarle un bledo que lo que bajaran del avión por el escándalo.

   —¿Quién te lo dijo? ¿Olivia, Noah?

   —No. Ellos jamás me hablarían de tus cosas.

   —¿Fueron mis padres entonces?

   —Solo... solo porque yo los contacté en primera instancia. No podía tolerar seguir viéndote así y no saber cómo ayudarte, Elliot. Por eso... les pedí que me contaran la verdad.

   —En otras palabras, todo lo que dijiste este último año, las lágrimas que derramaste, hasta el hecho de salir conmigo.... ¿Todo eso lo hiciste por compasión? ¿Me mentiste porque te compadecías de mi pasado?

   —No. No es la razón por la que reaccioné así. Yo... Elliot... me duele pensar en cómo prefieres no recordar la verdad de las cosas, como minimizas lo ocurrido para que los demás no entiendan la magnitud de tu sufrimiento.

   —¿De qué magnitud hablas?

   Halina miró a su alrededor con precaución, y se acercó a él para intentar hacer de aquella conversación algo más privado.

   —Fuiste torturado, forzado y aterrorizado por dos años, Elliot. Ni siquiera tus padres conocen a cabalidad todas las cosas que sufriste a manos de ese depravado. Estuviste internado en una clínica psiquiátrica, por seis meses, sufriendo delirios de persecución y alucinaciones tras el juicio, y aun ahora sigues teniendo ataques de pánico cada que recuerdas su nombre o estás en situaciones que detonan tus recuerdos. Y esa niña... ese bastardo intentó obligarte a violarla, y cuando te negaste a hacerlo, la mató frente a ti.

    —¡No me negué, solo no pude! Hubiera hecho lo que sea con tal de librarme de él.

    —Elliot... —Halina extendió los brazos para abrazarlo, pero él no se lo permitió.

   —Deja de actuar como si fuera alguien bueno, como si estuvieras ciega a todo lo que pasa frente a ti. No puedes victimizarme ni acusarme porque es mi historia, mis traumas, mis recuerdos. Todo eso es mío, parte de mi vida, y si decidí no compartirlo contigo porque no me sentía preparado para hacerlo, debiste respetar mi deseo y no dejar que nadie te hablara al respecto. Pensé que podía confiar en ti.

    —Puedes confiar. Puedes confiarme lo que sea, Elliot.

    Halina volvió a tratar de tocar su rostro, y siguió intentándolo hasta que él dejó de resistirse a ello. Lo sentía tan distante ahora. Ni siquiera al conocerse se había sentido tan alejada de él.

   —Lamento haberte mentido, lamento haber hurgado en tu pasado sin tu permiso, pero eso no cambia lo que siento por ti, esto... no cambia el hecho de que quiera estar contigo para que salgamos de esta.

   —Para mí sí lo cambia. Para mí lo cambia todo. No puedo seguir con alguien que conoce el periodo más oscuro de mi vida.

    Esta vez Elliot retiró sus manos de su rostro y se marchó corriendo de allí. A Halina la detuvieron al cerrar la puerta para el despegue. Parecía que Elliot había esperado justo el momento adecuado para que ella no pudiera seguirle, para que no tuviera oportunidad de intentar que se arrepintiera.

   Había pasado casi la mitad de su vida haciendo lo que otros decidían por él y ahora que podía decidir al fin, decidía que ya no la quería en su vida.

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