Capítulo 1: Peter Pan

    Los débiles rayos de luz solar hacían relucir la estela de nieve derretida que cubría el suelo. Era lunes por la mañana y Elliot sabía que tenía que irse cuanto antes.

Miró a todos lados, casi olfateando el aire, antes de escabullirse silenciosamente a través de la puerta. Halina lo seguía de cerca. A juzgar por las reacciones anteriores de Lexie, no le haría nada de gracia saber que se había quedado a dormir allí otra vez.

Juraba que no tenía la intención de hacerlo. Si acompañó a Halina en el autobús de Summerside a Charlottetown, luego de Charlottetown a Moncton, esperó media hora a que saliera el tren a Sainte-Foy y, más tarde, se subió al autobús hacia Belvédère, era porque ella había salido de su departamento demasiado tarde —más bien, él la hizo salir muy tarde—. Cuando descendiera del último autobús, ya sería de noche.

Además, era veinte de noviembre, las calles estaban cubiertas de nieve y hacía mucho frío. Aunque Quebec fuera uno de los sitios más seguros del mundo, no sería un buen novio si no se aseguraba de que Halina llegara bien a casa, ¿verdad? Y bueno, tampoco era su culpa que se quedaran charlando por demasiado tiempo en el sofá del salón, mientras Lexie hacía un turno nocturno. Luego, Halina no había querido que regresara porque era muy tarde y, después, habían comenzado a besarse, quitarse la ropa y... Lexie los mataría.

—Empiezo a considerar cobrarles el motel —gruñó Lexie desde el sofá, testigo del inicio de su noche pasional. Mucho antes de que ellos pudieran volver sobre sus pasos al verla.

Con el cabello revuelto y las ojeras marcadas, devoraba un tarro de helado de fresa, a pesar de ser las siete de la mañana. Debía haber sentido el aroma a sexualidad plena que desprendían, pues estaban seguros de no haber hecho ningún ruido en toda la noche.

—Apresúrate a hacer el desayuno de una buena vez, Halina. Ni creas que voy a hacerles algo de comer después de que no me dejaran dormir durante toda la noche.

—Nosotros no...

—Yo me encargaré del desayuno. Lamento que te hayamos molestado, Lexie —interrumpió Elliot, tomando a Halina por los hombros para tranquilizarla.

Sabían que no había forma de que los hubiera escuchado teniendo sexo, ya que se habían quedado dormidos antes de concretar nada. Aun así, haber dormido en aquel departamento, sabiendo cuánto le afectaba a Lexie, estuvo mal. Merecían la reprimenda.

Halina obedeció a la exhortación de Elliot de prepararse para ir a la universidad mientras él se encargaba de la cocina. Raudo, hizo huevos, tocino y unas tostadas, sirviéndole una porción triple a Lexie, que devoró ante la mirada asqueada de Halina al volver de la habitación. Casi no le quedaron ganas de saborear los huevos duros con salsa picante —picantes solo de nombre, ya que Elliot los hacía con la cantidad exacta de especias para que le produjeran un cosquilleo, sin hacerla correr a la cocina en busca de agua— que Elliot había preparado para ella.

—Lexie, ¿no piensas que...? —intentó argumentar, pero Elliot le tocó la mano por debajo de la mesa del comedor, sugiriéndole con un gesto que era mejor no decir nada por ahora.

El chirrido de la silla de Lexie les indicó que se levantaba, y la siguieron con la mirada hasta que se encerró en el baño con un portazo. Elliot soltó el aire contenido y se volvió hacia su novia, que gruñìa por lo bajo, molesta por la actitud grosera de Lexie.

—Solo son síntomas de abstinencia. Lexie estará así de gruñona hasta que ceda a la tentación o aprenda a controlarse, lo que ocurra primero —explicó él. Halina lo miró con ojos desorbitados.

—¡¿Qué?! ¿Tendré que soportar sus reproches indefinidamente?

—Lo siento. Es parte de su recuperación. —Elliot acarició la cabeza de Halina mientras ella inflaba los cachetes, frustrada.

La blusa a rayas de Halina tenía un escote en forma de V que, sin la bufanda atada al cuello, dejaba ver una hilera de lunares que descendían por la curva de sus pechos. Esa simple vista le provocó tal agitación que tuvo que apartar la mirada. Halina, sumida en su malestar, no notó su sonrojo.

La adicción al sexo era como cualquier otro trastorno obsesivo, así que era natural que Lexie estuviera irritable durante los primeros meses de abstinencia voluntaria. A Halina le alegraba escuchar que su amiga hacía progresos, pero lidiar con su mal humor diario le sacaría más de una cana verde.

—Bueno, debo apresurarme e irme a la universidad. Seguro Nathaniel no tardará en venir por mí en su moto —murmuró Halina, suspirando mientras depositaba un breve beso en la mejilla de Elliot. Él, habiendo retomado el control de sus impulsos, volvió la mirada hacia ella.

—¿Nathaniel? ¿El Nathaniel que yo conozco?

—¿No te hablé de eso? Nathaniel me recoge todos los días para ir a la universidad. Le he dicho que no es necesario, pero es muy insistente y... ya sabes cómo soy.

—¡Ajá! Así que ustedes dos no son tan felices como aparentan. —Lexie salió del baño con el cuerpo cubierto de espuma. Halina entornó los ojos mientras Elliot seguía aturdido por la revelación.

Lexie no era la más experta en relaciones, pero mencionar a un chico y que tu pareja frunciera asì el ceño siempre era una mala señal.

—Lo lamento, creí habértelo contado.

—Descuida. Solo me sorprendió un poco.

—¡¿Qué te sorprendió un poco?! Se sube todos los días a la moto de un universitario, ¿y solo te sorprende? ¡¿Dónde están tus huevos, Stewart?! —Halina avanzó hacia Lexie con zancadas furiosas y le metió casi una tostada entera en la boca. Empezaba a desear que su amiga, la ninfómana, volviera. Esa mujer que dejó en su lugar la enloquecía.

Lexie tragó con dificultad mientras sonaba el timbre de la puerta. Halina recorrió los once pasos que la separaban de ella para abrirla de mala gana.

Nathaniel, recostado contra la pared blanca, con su casco bajo el brazo, el pelo castaño atado en una coleta, un oído lleno de aretes y una sonrisa ladeada, esperaba fuera. Abrió los ojos descomunalmente al ver a Elliot sentado en una de las sillas del pequeño comedor, mirándolo con una ceja alzada.

No se habían visto en casi tres años, pero su relación mantenía la misma tirantez de siempre.

—Stewart... —soltó el recién llegado en medio de un gruñido, enderezándose cuán alto era.

Nathaniel y Elliot eran casi de la misma estatura, aunque Elliot le sacaba unos pocos centímetros. Sin embargo, la diferencia entre sus edades y personalidades se hacía patente en sus rostros. Nathaniel, jovial y confiado, como cualquier universitario de veintidós años que sabía que tenía a las chicas comiendo de su mano. Elliot, un hombre de veintiocho que podía ver a través de esa fachada de chico rudo, al niño caprichoso que prorrumpía en llanto cada vez que no conseguía lo que quería.

Para Elliot, era obvio que Halina era el nuevo objetivo del unigénito de Elena, pero aun así, siguió comiendo su desayuno con expresión impasible, como si no lo considerara digno de ser su rival.

—Vámonos, Hal —soltó Nathaniel, enervado por la actitud tan desenfadada del sujeto de ojos grises que parecía ignorar su existencia. Elliot observó por encima de su taza cómo el universitario tomaba el brazo de Halina y se la llevaba a toda velocidad, no sin antes mostrarle el dedo del medio. Elliot rodó los ojos mientras sorbía su café.

—¿Te vas a quedar ahí sentado? Ese sujeto tiene toda la intención de coger con Halina.

Elliot miró a Lexie y se dio cuenta de que seguía en medio de la sala, con el cepillo de dientes en una mano y la toalla envuelta alrededor del cuerpo. Aquello lo incomodó un poco, pero desvió la mirada y reconoció:

—Lo sé. Nath siempre ha sido bastante narcisista. No le he conocido una sola novia que no se la haya quitado a alguien.

—¿Y entonces?

—Sinceramente, siento más pena por él que recelo. Halina puede ser algo... insensible con aquellos que muestran interés romántico en ella.

—¿Insensible?

Lexie reflexionó en la cantidad de chicos que se interesaron en Halina en la universidad, y cómo cada uno de ellos fue rechazado de la manera más fría imaginable. Asintió.

—Siempre ha sido una auténtica mata pasiones.

—Una mata pasiones que cambia ante el objeto de su cariño. —Elliot posó su barbilla sobre sus manos entrelazadas, mirando hacia la puerta con una expresión risueña—. Es como si solo pudiera ver con buenos ojos las muestras de afecto de la persona que eligió. Puede sonar egoísta, pero a los hombres nos gusta experimentar ese sentimiento de exclusividad, saber que la persona que amamos solo nos muestra su lado más tierno e irreverente a nosotros.

Unas ganas terribles de ir por ella y llevársela de vuelta a Summerside invadieron a Elliot. No quería pasarse tres días sin verla. Necesitaba sentir su piel y besar sus labios hasta que aquella ansiedad desapareciera. La quería con él, a su lado y en su cama siempre, pero sabía que debía dejarla estudiar. Diablos. Tenía que controlar sus impulsos o quien necesitaría terapia sería él.

—En otras palabras —culminó, tomando el último sorbo del líquido oscuro de la taza sobre la mesa—, no me preocupa Nath porque confío en Halina, Lexie. ¿Cómo crees que puedo mantenerme cuerdo mientras estamos separados?

La explicación de Elliot, evidentemente agobiado por el distanciamiento, la dejó más desconcertada que los extraños sucesos de aquella mañana.

Los hombres con los que se veía antes de iniciar la terapia no podían sentir la misma seguridad con ella. Ni siquiera ella tenía el completo control sobre sus impulsos: solo seguía absteniéndose, a pesar de lo mucho que la tentaba tirar la toalla y tener sexo con cualquiera que se lo propusiera, porque estaba harta de que todo hombre en Quebec supiera de qué color eran sus sábanas.

Por otro lado, sabía que Elliot jamás cedería a la tentación, por mucho que ella intentara seducirlo. Aun así, él la evitaba como a la lepra porque respetaba a Halina con todo su corazón. Por eso ambos lucían tan tranquilos a pesar de tener que separarse por días.

¿Podría ella disfrutar de algo similar alguna vez?

—En fin, termina de ducharte y vámonos. Tendremos la sesión de esta semana de camino a tu trabajo. De todas maneras, es muy tarde para ir a la primaria hoy.

Elliot suspiró con pesadez. Faltar al trabajo el primer día de la semana se había convertido en una costumbre. Olivia lo toleraba, pero sabía que algún día le cobraría caro. Había ganado la batalla contra sus inseguridades, pero a cambio, había perdido el interés en todo lo que no fuera estar con su novia.

—No quiero. ¿Por qué no nos quedamos aquí a hacer la terapia, Elliot? Ni siquiera tengo ganas de ir a trabajar.

—¿Recuerdas que acabo de decir que confío en Halina, Lexie? —Elliot se puso de pie y colocó su taza junto a los demás utensilios de cocina en el lavabo—. Pues no confío en ti, ni un poco. Dúchate rápido y nos vemos afuera. No me quedaré encerrado contigo después de mes y medio de abstinencia.

Lexie soltó un bufido, ofendida por su comentario, y comenzó a dar zancadas hacia el cuarto de baño. La voz de Elliot la detuvo.

—¿Qué quieres?

—Estoy muy orgulloso de ti. Sigue así.

Elliot notó cómo los ojos de ella se cristalizaban justo antes de que atravesara la puerta del baño y se encerrara a llorar. Se prometió no quedarse a dormir en aquel departamento hasta que Lexie superara la etapa más difícil de su recuperación. No quería que su relación con Halina fuese una piedra de tropiezo para ella.



Nathaniel detuvo la moto frente a la universidad. Halina descendió, haciendo que su cabello cobrizo ondeara en el viento mientras se retiraba el casco. Los chicos que la rodeaban se quedaban embobados mirándola. Nath también delineaba su figura sin disimulo.

Fuera o no consciente de ello, algo en Halina era llamativo para los hombres de su edad. También para los mayores, al parecer, ya que Elliot, el hombre más antisocial del universo, terminó fijándose en ella.

Halina se colocó la bufanda que, con las prisas, no pudo ponerse en el departamento, acabando con la diversión del día. La temporada de nieve había cubierto con su albo polvillo luminoso todo el trayecto hacia el campus, atestado de jóvenes ávidos de vivir y experimentar.

Nathaniel y ella recorrieron la calzada en dirección al pasillo que los llevaría al aula que compartían tres o cuatro veces a la semana, pero el sonido de una notificación hizo que Halina se detuviera para sacar el teléfono de su cartera. Su sonrisa se ensanchó al leer un mensaje que Elliot acababa de enviarle.

Me debes un beso de despedida. Pensaré en una forma pintoresca de cobrártelo ;).

Halina se mordió el labio y tecleó una respuesta. Se veía ridícula mirando a la nada con el teléfono contra su pecho, como si estuviera envuelta en algún tipo de mambo místico.

El día en que Nathaniel y ella se conocieron, la maestra le llamó la atención por la cantidad de mensajes que recibía, pero Halina ni se inmutó. Estaba tan callada y distraída que a Nathaniel le pareció adorable. Pero desde que comprobó que lo de salir con Elliot era verdad, sentía cierto escozor que lo motivaba a fungir como el héroe que la liberaría de sus tenebrosas garras.

—¿No te preocupa lo que diga ese sujeto de... bueno... nosotros? —preguntó al verla retomar el paso ante la mirada atenta de un nuevo grupo de compañeros. Halina lo miró confundida.

—¿Nosotros? ¿A qué te refieres con nosotros?

—A lo que tenemos desde hace poco más de un mes, obvio —aclaró encogiéndose de hombros con las manos en los bolsillos de la cazadora—. No es que me molesten las relaciones poliamorosas, pero si ya dormiste con ese sujeto deberías saber...

—Espera... ¿no te referirás a...? No, no, no. Te equivocas. Aquí no hay ningún "nosotros".

—¿De qué hablas? Estamos saliendo.

—¿Saliendo? —Halina ladeó la cabeza. Aquello le parecía tan absurdo como que alguno de sus estudiantes dijera que era su novia—. Yo no salgo con niños, Nath. El único afecto que puedo sentir yo por ti es fraternal.

Nathaniel parpadeó un par de veces sin poder creer lo que oía. No solo le llevaba casi treinta centímetros de altura, ella parecía más una niña que él.

—Yo no soy un niño. Tengo veintidós.

—Lo eres. Eres como mi hermanito menor. De hecho, la única razón por la que paso tiempo contigo es porque se lo debo a Elena. No podría mirarla a los ojos si no cuido de ti.

«¿Cuidar... de mí?».

Nathaniel sintió un calor subir por su cuello al percibir la mirada burlona de sus compañeros. ¿De dónde habìa salido tanta gente? Era como si Halina le hubiera puesto un pañal y ahora tratara de darle golpecitos en la espalda. Ver a su anterior novia de turno, mirándolo con expresión complacida desde una esquina, fue la gota que derramó el vaso de su nula paciencia.

Decidido a no dejar las cosas así, Nathaniel la tomó de la mano, atrayéndola a su cuerpo, con cierta brusquedad. Halina se espantó al creer que le daría un beso, pero él solo se limitó a sostenerla de los hombros y mantener la cercanía. Una vez capturada la atención de todos, incluyéndola a ella, se decidió a revelar muy cerca de su boca, y con ardor, sus intensos e incomprendidos sentimientos.

—Aunque tú no me veas así, yo sí te quiero, Halina. No me importa que ya tengas a alguien, que en tu corazón no haya espacio para mí, yo te juro que no descansaré hasta que tú...

—Tú tampoco me ves así, Nath —murmuró ella con hastio, palmeándole el pecho para que la soltara. Nathaniel solo dejó de oponer resistencia cuando la vio entornar los ojos en su contra.

Una vez liberada, Halina se arregló la ropa y empezó a caminar, las risas no tardaron en reverberar por todas partes. Cuando la vio llevar la vista hasta su teléfono y volver a su estado de obnubilamiento anterior, el niño que siempre lo tuvo todo en el interior de Nathaniel encontró algo que le habían negado, y, como todo caprichoso y temperamental principito, quería conseguirlo... incluso a la fuerza.

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