Capitulo Nueve
Kaleb
Cerré la puerta del apartamento de Gabriella con cuidado, dejando escapar un suspiro largo y pesado. Mi corazón todavía estaba desbocado, latiendo con una fuerza que hacía años no sentía. Me apoyé contra la pared del pasillo, cerrando los ojos mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. Gabriella me había besado. Ella me había besado.
No podía creerlo.
Por un momento, mi incredulidad chocó con una oleada de felicidad inesperada. Era como si mi pecho se hubiera llenado de aire fresco después de mucho tiempo respirando en un espacio reducido. Pero justo cuando empezaba a saborear esa chispa de alegría, otra parte de mí me obligó a mantener los pies en la tierra.
Gabriella estaba pasando por mucho. Y ese beso, por mucho que hubiera significado para mí, no era algo en lo que pudiera permitirme hacer ilusiones. Ella había estado llorando hacía solo unos minutos, rota por las heridas que Matthew le había dejado. Estaba vulnerable, y yo no podía, ni quería, aprovecharme de eso.
Me alejé de la puerta y caminé lentamente por el pasillo con las manos en los bolsillos y la mente llena de pensamientos. Desde que conocí a Gabriella, ella había hecho algo dentro de mí. Algo que no había sentido en mucho tiempo.
Recordé la primera vez que la vi, parada en el umbral de su puerta, tratando de mantener una sonrisa serena y guardando la calma mientras yo con mi actitud arrogante y déspota le reclamaba por mi lugar de estacionamiento. Aquel día, Gabriella se enfrentó a mí con una calma que no esperaba, y su voz, firme pero amable, me desarmó por completo. Desde entonces, cada encuentro con ella me había mostrado una faceta nueva, una profundidad que me fascinaba más y más.
Ella no era como otras personas que había conocido. Gabriella tenía una fuerza tranquila, una determinación que brillaba incluso en sus días más difíciles. Había algo en su sonrisa, en la manera en que hablaba de sus bebés o en cómo intentaba ocultar su dolor detrás de un "estoy bien", que me hacía querer protegerla, incluso cuando ella insistía en que podía sola.
Mientras aun caminaba de regreso a mi apartamento, me di cuenta de que había sido muy difícil no corresponder a su beso. Porque la verdad era que me gustaba. Me gustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir, incluso para mí mismo.
Cuando Gabriella reía, el sonido era como un recordatorio de que la felicidad aún podía encontrarse en medio del caos. Y cuando estaba seria, pensando en algo que no se atrevía a decir en voz alta, sus ojos reflejaban una vulnerabilidad que me hacía querer estar ahí para ella. No había nada en ella que no encontrara cautivador: su ternura hacia sus hijos, su coraje para empezar de nuevo, incluso su testarudez.
Pero, a pesar de todos esos sentimientos, sabía que no era el momento. Si algo iba a suceder entre nosotros, no podía ser bajo estas circunstancias. No quería ser el sustituto de Matthew, ni alguien a quien ella recurriera porque se sentía sola. Quería ser algo más. Algo real.
Al llegar a entrar a mi departamento dejé las llaves sobre la mesa y me desplomé en el sofá, pasando las manos por mi cabello. Pensé en Gabriella, en cómo se veía esa noche, con las mejillas húmedas por las lágrimas y la ecografía de sus bebés en las manos. Esa imagen quedó grabada en mi mente como una de las cosas más dolorosas que jamás había visto.
Ella no se daba cuenta de lo fuerte que era, estaba cargando un peso que habría roto a muchas personas pero ahí estaba ella, enfrentando un futuro incierto con una valentía que me sorprendía. Cada vez que estaba cerca de ella, me encontraba queriendo ser mejor, alguien digno de estar a su lado, ya fuera como amigo o como algo más.
El beso, aunque fugaz, había sido un destello de algo que podía ser maravilloso, pero no si lo apresurábamos. Quería que ella estuviera lista, que dejara atrás los fantasmas de su matrimonio fallido. Que cuando mirara hacia adelante, no viera sombras del pasado acechando, sino un camino limpio, libre.
Suspiré y apoyé la cabeza en el respaldo del sofá, dejando que mis pensamientos fluyeran. Sabía que el camino no sería fácil. Gabriella tenía heridas profundas, y necesitaría tiempo para sanar. Pero también sabía que estaba dispuesto a esperar. Porque, aunque no lo había planeado, ella se había convertido en alguien importante para mí.
No podía negar que la idea de tener un futuro con ella cruzaba mi mente más de lo que debería. Imaginaba un día en el que sus risas llenaran mi casa, en el que pudiera sostener a sus bebés y llamarlos "mi familia". Pero también sabía que esos sueños eran solo eso: sueños. Y que, por ahora, mi papel era estar ahí para ella como su amigo, como su apoyo.
Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. Me gustaba Gabriella, eso era innegable. Pero si iba a haber algo entre nosotros, quería que fuera de la manera correcta: sin dudas, sin miedos, sin la sombra de Matthew empañando lo que podría ser algo hermoso.
Con esa resolución, apagué las luces y me fui a la cama, aunque sabía que dormir sería complicado. Porque, por mucho que intentara no pensar en ello, sus labios seguían grabados en mi memoria, y mi corazón, por primera vez en mucho tiempo, había comenzado a latir por alguien de verdad.
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La noche avanzaba lentamente, y aunque intentaba distraerme con cualquier cosa como un libro, la televisión, incluso reorganizando la pequeña estantería junto a mi cama, nada lograba apartar mis pensamientos de Gabriella. Cada vez que cerraba los ojos, podía verla. Su sonrisa tímida, los destellos de gratitud en su mirada, y, sobre todo, la fragilidad y el dolor con el que se había aferrado a mí cuando me encontró en su puerta.
Me levanté de la cama con frustración y caminé hacia la cocina. Abrí la nevera sin hambre realmente, solo buscando algo que hacer con las manos. Mientras tomaba un vaso de agua, mi mente divagó hacia los pequeños detalles de Gabriella que había aprendido en tan poco tiempo: su risa nerviosa cuando algo la tomaba por sorpresa, cómo se mordía el labio inferior cuando estaba pensando demasiado, la forma en que acariciaba su vientre cada vez que mencionaba a sus hijos.
Pensar en esos pequeños gestos me arrancó una sonrisa. No podía evitarlo. Gabriella tenía una manera de iluminar las cosas más simples, incluso en medio de sus propios problemas. Me había dado cuenta de eso desde nuestra primera conversación seria, cuando me contó sobre los sacrificios que había hecho por alguien que no supo valorarla.
Volví al sofá, dejando el vaso vacío en la mesa, y me dejé caer pesadamente. No podía negar lo que sentía por ella. Gabriella me gustaba. Me gustaba su resiliencia, su bondad, su manera de no rendirse incluso cuando el mundo parecía estar en su contra. Me gustaba todo de ella.
Sin embargo, la pregunta que seguía rondando en mi mente era si yo era lo que ella necesitaba. ¿Podía ser alguien que le ofreciera algo más que palabras de apoyo y actos de bondad? ¿Podía darle un espacio donde no sintiera que debía cargar con el peso del mundo sola?
Suspiré, y por un momento, pensé en mi hermana. Recordé cómo me había mirado una vez, cansada y vulnerable, durante los días más difíciles de su embarazo. En ese entonces, yo no entendía completamente lo que significaba apoyar a alguien en una etapa tan compleja, pero ahora, con Gabriella, todo cobraba sentido. Quería ser para ella lo que había intentado ser para mi hermana: un refugio.
Pero también sabía que un refugio no bastaba. Si alguna vez Gabriella y yo llegábamos a algo más, tendría que ser cuando ella estuviera lista para abrir su corazón de nuevo. Cuando pudiera verme como algo más que un apoyo temporal, alguien que estaba ahí porque ella lo necesitaba. Quería que me eligiera, no porque estuviera rota, sino porque estuviera lista para construir algo nuevo.
El pensamiento me tranquilizó. Me dio una dirección, algo a lo que aferrarme mientras caminaba este camino con ella. Decidí que, por ahora, estaría a su lado como su amigo. Sería su apoyo, su hombro, su compañero y que, si el tiempo nos llevaba a algo más, lo aceptaría con gratitud. Pero si no, bueno, al menos sabría que hice lo correcto al no apresurar las cosas.
Me levanté una vez más, decidido a escribir un mensaje antes de que mi mente volviera a divagar.
"Gaby, espero que estes descansado bien. Si necesitas algo mañana, solo házmelo saber. Aquí estoy para lo que necesites."
Lo envié sin esperar respuesta inmediata. Cerré los ojos por un momento, permitiéndome imaginar una vida diferente, una donde tal vez ella pudiera verme como algo más que un amigo.
Y con eso, finalmente me dirigí a la cama. Aún con la imagen de su sonrisa en mi mente, me prometí algo: estaría ahí para Gabriella, en cualquier forma que ella necesitara. Porque, si algo estaba claro, era que ella ya había reclamado un lugar importante en mi vida. Y ese lugar no pensaba dejarlo ir.
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