Capitulo Catorce
El día comenzó como cualquier otro, pero sentía que había algo diferente en mí, aunque no podía identificar de que se trataba. El bullicio habitual de la cafetería y el aroma a café recién hecho no podían distraerme de la sensación que había crecido en mi pecho en las últimas semanas. A medida que trabajaba, mis pensamientos se deslizaban hacia Kaleb, hacia cómo su presencia en mi vida había dejado una huella más profunda de lo que había anticipado. Y sobre todo en su confesión de la otra noche y las muchas demostraciones de su interés hacia mí.
No era solo la ayuda o la preocupación constante que mostraba. Era la forma en que me hacía sentir tranquila, aceptada, como si no tuviera que luchar tanto con mis propios demonios. Cada gesto suyo, cada pequeña sonrisa, parecía tener el poder de aliviar el peso de mis miedos y dudas. Pero, al mismo tiempo, algo dentro de mí me decía que no podía dejarme llevar tan fácilmente. No después de todo lo que había vivido, ya no tenía esa confianza de entregar mi corazón ciegamente, sobre todo ahora que ya no soy solo yo, sino que también están mis hijos de por medio.
La mañana en la cafetería pasó rápidamente. Frida, Julia y Grace estaban más animadas de lo normal, organizando las mesas y las tareas con energía. Pero incluso entre las bromas y las charlas sobre la próxima reunión de amigas, mi mente no dejaba de regresar a Kaleb, a esa forma en que siempre aparecía en el momento justo.
—Oye, ¿te has dado cuenta de lo mucho que Kaleb viene por aquí últimamente? —comentó Julia mientras servía un café a la hora de nuestro descanso.
Me detuve un momento, sorprendida por la pregunta, pero traté de mantener la calma.
—Sí, es uno de nuestros clientes habituales. No es nada raro —respondí, intentando sonar indiferente.
Frida levantó las cejas y me miró, una sonrisa juguetona en sus labios.
—No lo sé. Yo diría que viene más por ti que por el café. —Bromeó, y las otras dos se unieron a la risa.
Pero a mí no me hizo gracia. Por dentro, mi corazón latía con fuerza. No era que Kaleb no me gustara; sabía que tenía sentimientos por él. Pero a la vez, la idea de abrir mi corazón de nuevo me asustaba. Había estado sola tanto tiempo, tan protegida en mi burbuja, que la idea de confiar nuevamente en alguien parecía un salto al vacío.
−No es cierto, el siempre ha dicho que el café de aquí es su favorito− Aclare sintiéndome un poco nerviosa porque, aunque no quisiera debía admitir que tal vez si tuviera un poco de razón.
−Si como no, a mi no me engañan ¿Sabes cuantas veces a la semana venia Kaleb antes de que comenzaras a trabajar aquí? − Negue temiendo la respuesta. − ¡Una vez! Solo lo veíamos una vez y eso que no siempre, había ocasiones en las que pasaban semanas sin que el pisara la cafetería. – Dijo y no pude evitar que mi corazón se acelerara pues eso solo me confirmaba aun mas lo que Kaleb me había confesado.
Después de eso la mañana pasó rápidamente entre clientes y pedidos, al medio día las cosas se calmaron un poco y por fin pude respirar tranquila. En un momento, mientras llevaba una bandeja de bebidas a una mesa cercana, Frida me llamó desde el mostrador.
—¡Gaby, adivina quién llegó! Julia te apuesto a que se queda aquí el resto de la tarde− la escuche y no tardo mucho antes de que la mencionada le respondiera.
−No seria una apuesta justa porque sabemos que eso es exactamente lo que va a pasar− dijo burlona.
No necesitaba mirar para saber a quién se referían. Giré la cabeza y allí estaba Kaleb, entrando con su habitual aire despreocupado, pero con una sonrisa que siempre parecía iluminar cualquier lugar.
—Buenas tardes chicas —saludó mientras se acercaba al mostrador.
—Buenas tardes ¿Lo de siempre? —pregunté, colocando la bandeja en una mesa cercana.
—Claro, aunque vine más por la compañía que por el café —respondió, guiñándome un ojo.
Julia, que estaba cerca, soltó una risita e intercambio una mirada cómplice con Frida.
—Deberíamos empezar a cobrarte por el tiempo que pasas aquí, Kaleb. − Bromeo Frida.
—Si eso incluye descuentos por ser cliente habitual, acepto —bromeó, ganándose una carcajada de todas nosotras.
Kaleb se sentó en su mesa habitual, pero no pasó mucho tiempo antes de que me llamara con una pequeña señal.
—¿Estás bien? —preguntó cuando me acerqué, con una expresión más seria.
—Sí, todo bien. Solo estoy un poco cansada, pero nada fuera de lo normal —respondí, agradecida por su preocupación.
Kaleb asintió, pero no parecía completamente convencido.
—Se que te lo he dicho antes, Bella pero no me gusta que vayas sola a casa, especialmente cuando te ves tan cansada como hoy.
—Kaleb, es un paseo corto. No pasa nada —protesté suavemente, aunque sabía que no lo convencería pues esta conversación ya la habíamos tenido muchas veces.
—Eso es lo que me dijiste la última vez que casi te resbalas en una calle mojada. − Me recordó serio.
Frida, que pasaba cerca con una bandeja, se detuvo para unirse a la conversación.
—Es cierto. Kaleb empezó a acompañarte a tu casa diariamente porque un día casi te caes, ¿no? Que bueno que es un buen vecino y se preocupa que llegues bien− dijo en un tono pícaro que no paso desapercibido por ninguno de los dos.
—Sí, pero no fue tan grave como lo hacen parecer —dije, intentando minimizar el asunto.
—¿No tan grave? —intervino Kaleb, arqueando una ceja—. Yo diría que fue suficiente para decidir que no me arriesgaría a que algo te pasara.
Su tono era ligero, pero había algo en su mirada que mostraba lo en serio que se tomaba su decisión.
—Está bien, está bien. Contigo no se puede así que te acepto como mi guardaespaldas oficial —bromeé, y las risas llenaron el espacio.
Tal y como habían dicho las chicas Kaleb se quedo en su mesa el resto de la tarde y cuando llego la hora de cerrar la cafetería nos ayudo a meter las mesas de afuera y a ordenar todo en su lugar.
Al final caminamos juntos hacia nuestro edificio, y como siempre entre nosotros la conversación fue tan fácil de llevar. Hablamos de cosas triviales: sus trabajos de mudanza, algunos detalles que habían pasado en la cafetería, y cómo nos había ido a ambos en el día. Sin embargo, a medida que avanzábamos, algo cambiaba dentro de mí. Cada vez que Kaleb me miraba, una parte de mí quería quedarme allí, en ese momento, olvidarme de todo y permitir que simplemente nos perdiéramos el uno en el otro.
Pero otra parte de mí, la parte dañada que había empezado a cuidarse a sí misma, me decía que no debía dar ese paso tan rápido.
Mientras caminábamos por las calles tranquilas del vecindario, me di cuenta de que ya no podía ignorar lo que sentía. Kaleb no solo era una fuente de apoyo constante, sino que había empezado a ocupar un espacio más grande en mi vida, un lugar que nunca pensé que llenaría nadie más que Matthew. Sin embargo, Kaleb era diferente. Era alguien que me respetaba, que entendía mis miedos y que no me presionaba. Con él me sentía bien, sentía que mis opiniones y pensamientos si valían, que yo como persona Valia.
De repente, sentí un pequeño movimiento en mi vientre, algo que ya había llegado a conocer bien. Sonreí suavemente, pero me detuve, sorprendida por la fuerza de la patada.
—¿Qué pasa? —preguntó Kaleb, notando mi expresión.
—Están moviéndose otra vez. —Coloqué su mano sobre mi vientre, sin pensar en lo que eso implicaba.
Kaleb se quedó quieto, dejando que la sensación de los pequeños movimientos lo envolviera. Cuando sentí la patada nuevamente, su rostro se iluminó con una mezcla de asombro y ternura.
—Es impresionante, Bella. No sé cómo explicarlo, pero me hace sentir conectado con ellos de alguna manera. − Dijo con un tono de voz tan suave que parecía no querer arruinar esa conexión de la que hablaba.
—Es algo mágico ¿verdad? —respondí, sintiendo que algo más profundo estaba ocurriendo entre nosotros.
Kaleb asintió, sin apartar la mirada de mi vientre.
—Nunca dejaré de sorprenderme por lo increíble que es esto. Tú eres increíble Bella, estas creando dos humanitos hermosos ahí dentro y eso es... simplemente no hay palabras para describir lo asombroso que es eso, lo asombrosa que eres tú. – Él me miro con tanta intensidad que por un momento sentí mis piernas temblar.
Por un momento, mis pensamientos se disolvieron, y todo lo que podía ver era su mirada, esa expresión tan pura llena de admiración. Pero entonces, como si una pequeña chispa se hubiera encendido dentro de mí, me di cuenta de algo. También me gustaba él. Me gustaba de una manera que me asustaba un poco. Sin embargo, aún no estaba lista para dar ese paso.
Cuando llegamos a mi apartamento, Kaleb me acompañó hasta la puerta.
—Gracias, Kaleb —dije con una sonrisa, sintiendo una mezcla de gratitud y algo más.
—Siempre, Bella. Siempre estaré aquí. – Prometió mirándome a los ojos.
Le di las gracias una vez más antes de cerrar la puerta detrás de él. Al quedar sola, sentí que algo había cambiado dentro de mí. Había algo en su presencia que no solo me daba seguridad, sino que también me estaba abriendo al futuro de una manera que no esperaba. Pero mientras mi corazón deseaba ceder, mi mente me recordaba que no podía apresurarme. Necesitaba tomar las cosas con calma, por el bien de los bebés y por el mío propio.
Me senté en el sofá, acariciando mi vientre, con una pequeña sonrisa en los labios. Sabía que tenía mucho que procesar, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que quizás estaba lista para abrirme a la posibilidad de un futuro con Kaleb, pero solo cuando me sintiera completamente preparada para ello.
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