☥☥ Más allá del desierto. ☥☥
Antes que nada quiero agradecerle a MaryoricaLenom la hermosa portada que me ha hecho. ¡Me ha encantado, muchas gracias!
«Ven a mí, Thot, oh noble ibis.
Ven a mí y dame tu consejo,
Hazme hábil en tu capacidad».
Extracto de una oración al dios Thot.
Reino Nuevo,
Antiguo Egipto[1].
La caballerosidad es indispensable en un hombre. Claro que también ofrece algunas agradables recompensas. El beso apasionado con el que su querida Amunet premia el valor que acaba de demostrar, para liberarla del destino que los traidores han planeado, es una de ellas.
Porque le cuesta evitar que se entremezclen sensaciones, realidades y pensamientos inconexos. Al aspirar en profundidad la fragancia del ungüento a rosas que le ha ayudado a extender con leves caricias sobre los senos, el cuello y el vientre, las imágenes del pasado se le superponen, igual que a los ahogados en los últimos instantes. Pues, ¿cómo es posible que solo transcurrieran unas horas si parecen más de mil años? Tal como si el desenlace hubiese acontecido cuando construían la Gran Pirámide.
Al contemplar su belleza y deleitarse en los ojos profundamente marrones delineados con kohl, en la túnica transparente salpicada de enormes gotas de fluidos y con el vuelo rozándole los hermosos talones (que tocan la sanguinolenta espada que yace sobre el suelo), en el grueso brazalete de oro con incrustaciones en lapislázuli, turquesas y esmeraldas, en cuyo centro se halla la figura de Isis, que él le obsequió, tiene la certeza de que jamás se arrepentirá de la decisión tomada. Amunet es su reino, el universo entero. Así como en la ciudad del sabio dios Thot y sobre la colina primigenia la Ogodoada fecundó el huevo del que nació Ra (y del cual surgió luego el mundo), su amor por ella siempre fue y sigue siendo protector, sincero y apto para crear vida.
Supo desde que la conoció que eran un único ka, una sola fuerza vital, en dos cuerpos. Incluso cuando, inocentes, corrían desnudos igual que el resto de niños por las márgenes del Nilo, para ver cazar en las aguas a los cocodrilos o avistar a los hipopótamos al jugar o disfrutar en tanto las flores de loto se abrían al comienzo del día. Estas últimas simbolizaban el sentimiento más puro y más sagrado, idéntico al de ellos dos.
O cuando se escondían en la zona del palacio de las khener, para espiar a las muchachas mientras tañían melodías alegres con los sistros y seducían al faraón y a otros nobles moviéndose sensuales, en tanto se reían ante las audacias de los hombres y los alentaban a continuar con sus avances. O también al ellas realizar los correspondientes ritos a Hathor, la diosa de la belleza, del amor, de la música y de la ebriedad.
—¿Crees, Penra, que yo alguna vez tendré que vivir aquí y hacer lo que las hekeret nesut[1] hacen? —le preguntaba Amunet, horrorizada, sabiendo que aunque su progenitor era un reconocido embalsamador, lejos se hallaba la posición de la de los miembros de la corte—. Porque no soportaría estar lejos de ti.
—¡Jamás! —exclamaba él con seguridad, cogiéndola de las manos y mirándola directo a los bellos ojos—. Dentro de unos años fundaremos una casa y tú serás mi pareja. Yo siempre cuidaré de ti y tendremos decenas de hijos.
—Cuidaremos uno del otro, Penra —le replicaba la pequeña, más tranquila—. Porque mi padre me dará una dote y con ella montaré un negocio para los dos. ¿Qué te parece tener muchos barcos que vayan al extranjero, cruzando los mares, y que regresen con sedas, ungüentos y joyas? —Y señalaba algunas barcazas de pescadores que se dejaban arrastrar por la corriente.
Por supuesto, él no tenía nada que objetar de que fuera independiente. En su familia la libertad y la fortaleza de las mujeres era una tradición, no en vano su tía Hatshepsut había empezado como regente del actual faraón[2] cuando este era un infante, para un par de años después reinar ella misma por derecho propio en las Dos Tierras[3]. Y lo había hecho mejor que cualquier varón, proporcionándole prosperidad al reino durante décadas.
Ni siquiera se separaron cuando él comenzó a estudiar en la escuela de escribas ni más adelante al prepararse como arquitecto en el templo, iniciando una meteórica carrera en la Administración.
—Es hora de irnos a vivir juntos, Amunet —le dijo hacía unos meses, mientras ella descansaba a su lado, agotada, después de largas horas haciendo el amor—. En cualquier momento te quedas embarazada. ¿Y qué le digo luego a tu padre o a los míos? Pensarán que no quiero responsabilizarme, cuando lo cierto es que hasta ahora siempre me rechazas. —Y se llevó la mano al corazón como si le doliera.
—¡Tienes razón, mi amado Penra, no deseo que te sientas rechazado! —exclamó la chica y la risa, alegre como ninguna otra, le caldeó el cuerpo por entero—. Pero estamos tan bien juntos que lo he ido dilatando por miedo a que un compromiso mayor arruine nuestra felicidad.
—¿Cómo puedes creer que estar más unidos todavía podría arruinar lo perfecto? —Y la colocó encima de él, estremeciéndose cuando los abundantes senos le rozaron el pecho—. ¡Imposible! Te amo más que a Thot, que a Ra y que a todos los dioses y diosas juntos.
—¿Y más que a tu primo el faraón también? —le preguntó Amunet muy seria, mordiéndole el labio inferior con dulzura y moviendo las caderas para tentarlo.
—¡También!... Espera, no te menees. Necesito pensar, quédate quieta. —Y la retuvo poniéndole con firmeza la mano derecha en la cintura.
La joven aguardó, impaciente. Mientras, él hurgó debajo de la piedra que les servía de almohada. Se hallaba decorada en tonos azules, con diseños de jeroglíficos y figuras de leones. Extrajo de allí una bolsita que despedía olor a mirra y a menta y luego se la entregó.
—¡Qué bonito! —exclamó Amunet, feliz, palpando las figuras protectoras que había dentro y que habían sido talladas en colmillos de hipopótamos: los protegerían al bebé y a ella durante el parto—. ¡Gracias, Penra! —Y le dio un beso cariñoso sobre la nariz.
—¿Formamos una familia, entonces? —la interrogó, con la ansiedad reflejada en el rostro.
—¡Claro que sí, mi amado Penra! Siempre hemos sido uno y lo seguiremos siendo —le respondió al instante y él no le impidió que lo sedujera, tal como era la intención de la joven, puesto que sus movimientos acompasados lo enloquecían.
Dos semanas después, con el beneplácito de ambas familias, empezaron a cohabitar. El faraón, al saber de la unión, le pidió a la Gran Esposa Real que le concediese a Amunet un cargo importante. Ante esta solicitud enseguida la nombraron Supervisora de los Adornos. Lejos se hallaba de su situación durante la infancia y de los temores acerca del destino que la falta de sangre azul le podía acarrear, pues ascendió rápidamente en la escala social gracias a su amor por ella.
El padre de su mujer era hery seshet[4], el que dirigía los embalsamamientos. Se trataba de una persona imprescindible porque realizaba el mismo trabajo que el dios Anubis cuando Isis, empleando magia, convirtió en momia a su marido Osiris, con la finalidad de devolverlo a la vida después de que Seth lo asesinara mediante un complot. De no ser por el progenitor de su amada y por los ritos que cumplía a rajatabla, los cinco elementos que componían al ser humano (cuerpo, ka, ba, nombre y sombra) se dispersarían y a los fallecidos les resultaría imposible renacer en el Duat[5]. Y el ba[6], además, se quedaría en el mundo de los vivos, deambulando sin encontrar la paz. Claro que de ser hija primogénita de un embalsamador a convertirse en aristócrata y pariente del faraón había tanta distancia como desde Tebas hasta la estrella más lejana.
Se sentían tan dichosos que apenas podían estar separados cuando trabajaban en las distintas dependencias del palacio real. Amunet se escapaba para hacerle compañía en algunas de sus horas solitarias y pasaba, con reverencia, la mano por los papiros en los que habían diseñado los planos del templo al dios Amón, que pronto construirían. Y observaba, fascinada, las maquetas que representaban al detalle las numerosas estancias.
—Todavía no hemos realizado la ceremonia de estirar la cuerda, pero pronto lo haremos y podrás contemplar en la realidad el nuevo templo, mi amor —le explicó, abrazándola por detrás y pasándole la lengua a lo largo del cuello.
—¡Estoy deseando, mi querido Penra! —exclamó la chica, rozando el trasero contra su erección—. Me enorgullezco por cómo diriges a miles de trabajadores y por el modo en el que logras crear tanta belleza.
—Bella eres tú, cariño, y no te he creado —manifestó él, levantándole el blanco vestido y poseyéndola; Amunet se afirmó poniendo los pechos y las manos en la mesa donde se exhibían los prototipos, gimiendo, jadeando y moviéndose con la misma energía—. ¡Eres increíble!
Media hora más tarde, ya saciados, percibió una vibración cerca de la puerta principal. El faraón se hallaba detrás del tapiz con la figura de Thot, analizándolos en silencio. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Se hizo el distraído, para evitarle explicaciones embarazosas, y prefirió omitir cualquier referencia a la intromisión.
Un par de días después recibieron en el hogar y de parte del soberano un arcón, con las figuras de Isis y Osiris grabadas en los costados y en la tapa, y que contenía un collar de oro para Amunet con adornos en lapislázuli, turquesas y esmeraldas, que hacía juego con la pulsera que le había regalado hacía años, pero mucho más fastuoso. Para él, en cambio, había mazos, cinceles, escuadras con plomadas, paletas con huecos para tintas, cálamos y tablillas. Es decir, todo lo que un escriba y arquitecto pudiese necesitar y de la mejor calidad. También les regalaba a los seis esclavos que habían transportado los obsequios.
Al agradecerle las atenciones que tuvo con ambos, Menjeperra[7] le replicó:
—Tú sabes mejor que nadie, primo Penra, lo difícil que fue para mí llegar al poder, ya que Hatshepsut me lo usurpó. Y conoces, además, lo complicado que resulta ser faraón. Es una gran responsabilidad servir de nexo entre los hombres y las divinidades, temo no cumplir correctamente con mis obligaciones. Y me atemoriza, además, pensar en reinar como un dios después de mi muerte y que nadie a mi altura me suceda en las Dos Tierras, manteniendo el maat.[8] Por eso es necesario que tenga muchos herederos, para elegir al que destaque entre todos ellos. —Se detuvo; lo analizó, como si dudara, y continuó diciendo, cambiando de tema—: Tus construcciones van a durar miles de años y mi nombre continuará en la boca de todos. Nadie me va a olvidar, y, gracias a ti, me otorgarán vida. ¿Entiendes que tu labor es la más relevante de la corte? Te necesito siempre a mi lado, pase lo que pase. Estoy seguro de que tú también cumplirás con el deber que te impone tu condición.
Se sintió orgulloso de que lo reconociera de esta manera, pues admiraba al faraón. Era bastante mayor que él y desde pequeño había sido su modelo a imitar.
Cuando se lo repitió a Amunet, satisfecho, le sorprendió que no lo felicitara, contenta, y de que su mirada fuese huidiza. Tuvo que insistirle, inclusive, para que le dijera algo.
—Te mereces lo mejor de este y del otro mundo, mi amado Penra —expresó al fin—. Pero creo que pones demasiadas esperanzas en el faraón, que al fin y al cabo solo es un hombre. —Le chocó el comentario, despectivo, ya que iba en contra de las creencias del buen súbdito.
A la jornada siguiente, al salir del trabajo un poco antes, decidió ir en busca de Amunet. Cuando llegó ella se hallaba enfrascada en una conversación con la Primera Esposa Real y no advirtieron su presencia.
—Lo que me estás pidiendo es inhumano y nadie se lo merece —le dijo su pareja, contrariada, mostrándole una inusual familiaridad.
—¡No entiendo por qué te resistes, Amunet, es un honor! —repuso la otra, haciendo un gesto desdeñoso con la mano—. ¿Piensas que a cualquier hija de embalsamador se le concederían tantos privilegios como a ti a cambio de nada? ¡Despierta! Tienes las caderas anchas, le darás mucha descendencia. Creo que no lo has pensado bien. ¿Sabes la tranquilidad que significará para ti contar con herederos que te mantengan en el futuro y que cumplan con el culto funerario después de que mueras?
—Yo también le insisto que pronto seamos padres, pero sigue cuidándose para no preñarse. —No pudo evitar intervenir, feliz de tener en ella a una aliada que animase a Amunet a recorrer la vía maternal—. Quiero que tengamos muchos hijos y si no empezamos desde ahora nos quedaremos solo con media docena.
Notó que la mujer de Menjeperra se mordía la lengua y que se ponía muy colorada, desviando la vista. Lucía mortificada en extremo y un poco culpable. Se arrepintió de ser tan sincero y de no guardar las distancias, ya que por lo visto la confianza en el trato era solamente entre ambas y no se extendía a los maridos.
—Lo siento, mi vida —se disculpó cuando arribaron al hogar—. No he debido entrometerme. Pero entiéndeme, Amunet, estoy deseando que seamos padres. ¿Te imaginas qué hermosa será nuestra niña si se parece a ti?
La chica suspiró mientras se quitaba la peluca negra. Luego la dejó sobre la silla dorada, que se asemejaba más a un trono que a un simple asiento.
—Nada de lo que digas o de lo que hagas está mal, mi querido Penra —expresó la joven, ciñéndole el cuello con los brazos y recostándose contra él, rendida—. Pero me pregunto si hemos hecho lo correcto al trabajar los dos en el palacio. ¿Recuerdas cómo planeábamos comprar barcos y viajar al extranjero para hacernos ricos y vivir aventuras? Todavía estamos a tiempo de emprender esta iniciativa... Podríamos irnos de Tebas...
—¿Tanto te desagrada la posibilidad de tener un hijo conmigo que ante la simple mención pretendes huir? —la interrogó con un gesto de tristeza.
—Al contrario, es lo que más deseo: un niño leal, bello, tolerante, comprensivo, amoroso y tan sincero como tú. —Su mujer comenzó a quitarle la túnica en un arrebato de pasión, haciéndole acto seguido el amor como si no hubiese un futuro para ellos.
Y este fue su último instante de ceguera. Al despertarse seis guardias reales han venido a robarle a su amada Amunet, por órdenes de Menjeperra. Recién ahí ha sido lo suficientemente lúcido como para comprender el calvario por el que ella ha atravesado al resistirse a las atenciones del soberano. Sin mediar palabra ha cogido la espada y no ha dudado en matarlos, ganando un tiempo precioso. La caballerosidad y el profundo amor hacia Amunet son más fuertes que sus obligaciones como Arquitecto Jefe del Reino. Y que cualquier estúpido honor que su deshonesto primo pudiese concederle con la finalidad de recompensarlo y así aliviar su mala conciencia.
¿Qué importancia pueden tener ahora los palacios y el descanso eterno del faraón, un traidor que se deshonra con su conducta? Por él que se pudra sobre una de las márgenes del Nilo y que le sirva de comida a las hienas, a los cocodrilos y a los leones.
Ha sido un tonto al no advertir el deseo intenso por Amunet desde que los sorprendió amándose con los cuerpos, apoyados sobre la mesa de las maquetas, tal como le explica ella entre lágrimas, mientras huyen con la totalidad de las monedas y de las joyas. ¿Convertirla en una concubina real o en una segunda esposa? ¿Justo a la suya habiendo tantas mujeres? Ni siquiera tuvo reparos en transformar a la Primera Esposa Real en cómplice de sus miserias.
Sobre la marcha comprenden que el destino de ambos se halla más allá del desierto. En Nubia, tal vez, o en Atenas, cumpliendo con los sueños de infancia. No le temen a los escorpiones ni a las cobras ni a las tormentas de arena que engullen ejércitos. Guiados y protegidos por Thot, nuevamente, juntos serán felices y pronto se olvidarán de la pérfida Tebas.
[1] Adornos del faraón.
[2] El faraón, hijo y heredero de Tutmosis II, era hijastro y sobrino de Hatshepsut al mismo tiempo.
[3] En el Alto y en el Bajo Egipto.
[4] Jefe de los misterios.
[5] El Más Allá.
[6] El ba estaba integrado por las características invisibles del muerto.
[7] Este es el nombre de nacimiento por el que llamaban al faraón, nosotros lo conocemos como Tutmosis III.
[8] El equilibrio, la justicia universal, la armonía.
1-Atlas ilustrado Antiguo Egipto. Arte, historia, civilización, Susaeta Ediciones, 2004, Madrid.
2-El Antiguo Egipto y las civilizaciones mesopotámicas, Irene Cordón Solá i Segalés, EMSE EDAPP, S.L, 2016, Barcelona.
3-Historia National Geographic. Atlas Histórico. Mundo Antiguo. Egipto. Próximo Oriente. Grecia. Roma. Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2016, Barcelona.
4-Mitos y leyendas del Antiguo Egipto, de Joyce Tyldesley. Austral, Barcelona, 2016.
5-La vida cotidiana en el Antiguo Egipto. El día a día del faraón y sus súbditos a orillas del Nilo, de José Miguel Parra. La Esfera de los Libros, S.L, Madrid, 2015. Leer el capítulo V, El faraón, El que mantiene alejado el caos (páginas 61 a 70), el capítulo XI, El ama de casa. Hijos y más hijos (páginas 129 a 139), el capítulo XII, El niño. «Tu hijo hará lo mismo para ti» (páginas 141 a 153), el capítulo XV, La dama del harén. «Adorno del rey» y peligrosa conspiradora (páginas 179 a 189), el capítulo XXII, El arquitecto real. Los templos son de piedra, los palacios de adobe (páginas 261 a 286) y el capítulo XXIX, El embalsamador. Cadáveres que preservar para la eternidad (páginas 347 a 357).
6-Dioses y mitos del Antiguo Egipto, de Robert A. Armour. Alianza Editorial, S.A, Madrid, 2014.
7-Mummies. Myth and magic, de Christine El Mahdy. Thames and Hudson, España, 1995.
8- Revista Historia National Geographic, Nº161, 7/2017, Imhotep. El arquitecto que se convirtió en dios, Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2017, Barcelona.
9-Revista Historia y vida, Nº 594, 9/2017, Los egipcios y sus dioses. Cómo entendían lo terrenal a través de lo divino. Prisma Publicaciones 2002, 2017, Barcelona.
10- Revista Historia National Geographic, Nº 171, 5/2018, La Justicia del faraón. Leyes y castigos en Egipto. Editor José Enrique Ruiz-Doménec, RBA, 2018, Barcelona.
https://youtu.be/dUpSPG9H27k
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