OO7 || ESPECIAL #1
Creo sinceramente que la decepción más grande que se lleva el ser humano es cuando la persona menos esperada le traiciona.
LUZ AZALEA GARCÍA.
ABIGUEY SMITH.
La casa de Ellie se encontraba en una de las mejores áreas de Chicago; era jodidamente hermosa y enorme, incluso llegué a pensar que era la que más destacaba en el vecindario, pero la verdad era que todas las casas eran preciosas. Y la de Ellie no era la excepción.
Bajé del auto rápidamente, dirigiéndome a toda prisa a la enorme casa que esperaba fuera de la que una vez fue mi mejor amiga. Solté un suspiro de alivio al ver a Ellie sentada en uno de los columpios que tenía alado de un enorme árbol. Estaba ubicado a un costado de su casa, en su patio, y se veía muy cómodo para pasar el rato ahí leyendo, disfrutando de la brisa y la soledad del lugar.
Pero creo que Ellie tenía una perspectiva diferente. Me llevé una grata sorpresa al verla fumar un cigarrillo en el columpio mientras se mecía levemente en él. La poca brisa que la noche llevaba consigo golpeaba levemente su cabello rubio, meciéndolo hacia todas las direcciones posible.
—No pensé que fumabas –dije en cuanto llegué a su lado.
—Lo he hecho desde hace mucho, cuando me di cuenta que la nicotina me relajaba al sentir mucho estrés –al terminar su cigarrillo lo tiró al suelo y lo aplastó con la punta de sus converse– Pasa.
Abrí la pequeña rejilla y me acerqué a ella, sentándome a su lado. Me mecí un poco y pude sentirme más relajada que hacía unos momentos en el camino.
—¿Dónde está? –pregunté.
—Se fue.
—¿¡Qué!?
—Se fue –bajó la mirada para después mirarme con tristeza– Ha ido tras Matthew.
Cerré los ojos con fuerza y suspiré. Él me había pedido que mi padre no se enterara de esto, lástima que me lo dijo después de haberle comentado que lo había conocido. Probablemente mi padre, al enterarse que hablé con Ellie, no supo qué hacer y su mejor solución a las cosas fue venir a amenazar a mis ex amigos para que se alejaran de mí. Otra vez.
—No lo entiendo –me levanté bruscamente del columpio y miré al cielo, el cual, tenía pocas estrellas– ¿Por qué me hace esto?
—Ojalá puedas entenderlo pronto, Abiguey –escuché el chirrido del columpio y después unos pasos. Ellie se colocó alado mío e imitó mi acto– Quisiera ser yo la que te explicara el por qué de su actitud, pero soy la menos indicada para eso.
Aparté la mirada de las estrellas, frustrada con la vida por hacer que me rondaran millones de preguntas sin alguna respuesta de por medio.
—Dame la dirección de su casa –dije después de unos momentos de silencio.
—Es tu padre... ¿sabes contra quién vas a enfrentarte?
—Lo sé más que a nadie.
MATTHEW ANDERSSON.
Unos fuertes golpes en la puerta principal de mi casa me hicieron dar un brinco del susto. Me levanté rápidamente de mi cama y bajé las escaleras preocupado por la desesperación con la que tocaban la puerta. Ni siquiera habían utilizado el timbre y eso me hacía extrañarme más.
Abrí la puerta de golpe y no pude evitar sentir los nervios a flor de piel al ver a Zed del otro lado del marco. Su ceño estaba –como siempre– levemente fruncido y su mirada era realmente intimidante.
—Señor –respondí con mi típica voz de chico malo.
—Tenemos que hablar –dijo, pasando a un lado mío.
Ni siquiera me pidió permiso para entrar a mi casa, lo cual significaba que no venía a darme las buenas noches. Cerré la puerta y me giré para enfrentarlo.
—Habíamos quedado en un acuerdo. ¿Lo recuerdas o tengo que recordártelo otra vez? –su tono duro provocó que diera un paso hacia atrás, pero él se acercó aún más a mí– Respóndeme, Andersson.
—No lo he olvidado, señor –me mantuve recto y alcé mi mentón con valentía.
—Dilo.
—No es necesario.
—¡Que lo digas! –gritó.
Solté un suspiro de frustración y me mordí mi labio inferior molesto. ¿En serio quería que dijera por, no sé, milésima vez el trato que teníamos?
—Que me alejara de su hija –solté.
—¿Y por qué no lo estás haciendo, eh? ¿Acaso quieres terminar sin nada, Matthew?
—¿Otra vez? –sonreí sin gracia.
El señor Lee era una persona muy difícil de tratar y sé, que aparte de mí, lo que más detesta en este mundo es que alguien sonría en una situación como esta. Y lo sabía más que nadie.
—No me interesa cuán enamorado estabas o estés de mi hija, muchacho, pero por este acuerdo tienes que olvidarte de ella o aprender a vivir con ese dolor que llevas desde años. ¿Tanto te cuesta acostarte con muchas, como solías hacerlo antes de conocerla, y olvidarla completamente? –para ese entonces Zed se encontraba gritándome a pocos centímetros de mi rostro. Yo era más alto que él por unos centímetros, pero eso a él no le intimidaba. No de la forma en la que me gustaría que lo fuera– Respóndeme una cosa.
—¿Tengo opción? –caminé hacia el sofá empujándolo con mi hombro y me senté.
—Tómalo en serio, Matthew...
—No es para nada educado de su parte venir y a darme órdenes. ¿No lo cree, señor Lee?
—No me interesa lo que pienses.
—Ni a mí lo que diga.
—Por lo que veo quieres terminar tras las rejas, donde siempre debiste estar –sus palabras fueron tan duras que lograron causarme un dolor en el pecho– Por tu culpa Abiguey perdió la memoria. ¿¡Me escuchaste bien!? ¡Y no te metimos a la cárcel por petición de mi esposa! Pero ahora ella ya no está y no hay quién te defienda.
Miré hacia la nada e intenté negarme a sentir de nuevo la culpa en mi ser. No soportaba que estuviera diciéndome todo aquello, no cuando mi conciencia me lo recordaba todo el maldito tiempo. Nada volvió a ser igual después de ese accidente, nada. Y eso soy ahora sin ella: nada.
Escuché los pasos del señor Lee acercarse y después visualicé su figura en la cocina gracias a su reflejo en la TV.
—Eres el culpable de su pérdida de memoria, Matthew –siguió– Y sé que aún la amas.
—¿Y si lo sabe por qué me quiere lejos de ella? –solté. Esa pregunta rondaba por mi cabeza desde hace muchos años y esta era mi oportunidad para tener una respuesta.
—Porque ambos sabemos que eres dañino para ella. ¿Te has puesto a pensar en los millones de enemigos que te rodean? –me giré y pude ver que abrió el refrigerador y de ahí sacó una lata de cerveza– No eres bueno para ella.
—Pero puedo serlo...
—No, Matthew, entiéndelo. Jamás serás bueno para ella –abrió la cerveza y se acercó para extendérmela. La tomé y pude sentir el frío en mi palma– Caíste en el alcohol después del accidente. El peor enemigo de Abi y su peor pesadilla. Eres eso a lo que ella teme.
Pasé de sus dolorosas palabras y le di un enorme trago a la cerveza. Todo esto me estaba doliendo, sentía un extraño vacío en la boca de mi estómago que aumentaba conforme él seguía hablando.
Aunque odiaba admitirlo él tenía razón. Yo no era bueno para su hija, no lo era para nadie. Intenté serlo en su momento, pero todo se salía de mis manos. Tuvimos problemas por terceras personas, por enemigos míos que al instante fueron enemigos de ella... el simple hecho de ser yo traía problemas a cualquier persona que estaba a mi alrededor. Eso mis amigos lo entendían más que nadie.
Sentía impotencia y frustración al saber que estaba cerca de ella, tan cerca pero lejos al mismo tiempo y que no podía hacer nada al respecto. No podía cambiar la situación de ninguna forma, y si es que hay alguna, aún no la encontraba.
—Su hija estará lejos de mí, no se preocupe por eso –dejé la lata de cerveza en la mesita que se encontraba enfrente mío y me levanté– Así como usted también lo estará.
—Eso se te cumplirá si solo cumples nuestro trato –Zed caminó hasta la puerta principal y se giró para verme– Te tengo vigilado, Andersson. A ti y a Ellie.
—No tiene por qué meter a Ellie en esto, ella fue su mejor amiga –me acerqué a él y lo saqué con la mirada de mi casa.
—Su madre y yo prometimos que iniciaría una nueva vida, una perfecta, y eso incluía dejar atrás el pasado, incluyéndolos.
—No quiero que hagan más eso, papá.
El señor Lee y yo nos quedamos inmóviles en nuestro lugar. Abi se encontraba a sus espaldas, con los puños cerrados y su rostro furioso. Sus pómulos estaban ligeramente sonrojados y sus ojos grises brillaban por causa de las farolas del lugar.
—Hija...
—Ya basta, papá –la castaña se acercó a nosotros y se colocó en medio de los dos– Por eso eres cruel conmigo, ¿verdad? –preguntó, dirigiéndose esta vez a mí.
—No sé de qué hablas –me encogí de hombros y la observé.
—¡Dime la verdad, Matthew! –gritó, acercándose peligrosamente a mí.
Sus ojos grises me miraban con rabia y tristeza al mismo tiempo. Podía sentir su respiración agitada por causa del enojo que estaba sintiendo en esos momentos. No pude evitar perderme en su mirada y en olvidarme de mi alrededor por el simple hecho de tenerla cerca.
Una ola de recuerdos llegó a mi memoria y no pude evitar sonreír de lado al recordarla tiempo atrás. Hace mucho que no la tenía así de cerca y mis dedos se movían inquietos por querer tocar su suave y delicado rostro otra vez.
Abiguey me miró con confusión después de unos momentos, y un viejo brillo apareció en su mirada. Sentí ese mirar como la primera vez que me confesó que le gustaba, y estaba muy nerviosa por decírmelo, así que tomé la iniciativa y le dije lo que sentía por ella. Y de esa misma forma me miró diciéndome que ella también sentía lo mismo.
Ambos fuimos sacados de nuestro mundo de golpe cuando su padre la tomó del brazo y la jaló hacia su dirección.
—La distancia promedio para conversar es de un metro, aproximadamente, y ustedes estaban más cerca de lo normal –dijo Zed, cortando nuestro momento.
—Papá, ya basta. Deja en paz a Matthew y a Ellie. Sé que fueron parte de mi pasado y se me hace demasiado injusto que los quieras alejar de mí cuando fueron personas importantes –Abi se giró y enfrentó a su padre, quien la miraba con asombro.
—¿Tú qué sabes de tu pasado? –el tono duro que el padre de Abi había utilizado la obligó a dar un paso hacia atrás. Zed se dio cuenta de ello y quiso acercarse a su hija, pero esta negó con la cabeza y se colocó a mi lado– Abi, pequeña, ven conmigo.
—Aléjate, papá –Abi miró hacia otro lado, intentando esquivar la mirada de dolor de su padre– No quiero verte.
—Disculpa por mi tono, hija, pero es que Matthew fue...
—No me interesa lo que me digas, eso quiero averiguarlo por mi cuenta. Y créeme que lo haré –la castaña se paró recta y miró desafiante a su padre.
El lugar se quedó en completo silencio. Lo único que se alcanzaba a escuchar eran los ladridos de los perros al fondo, los cuales comenzaron a desesperarme. Malditos vecinos con perros que se la pasaban ladrando a cualquier cosa que veían.
—Bien, como tú quieras. Solo espero que no te arrepientas de lo que sea que vayas a averiguar –Zed dio media vuelta y se fue, subiéndose a su auto y haciendo que las llantas chirriaran con la acera de la carretera.
Me giré hacia Abiguey y alcancé a visualizar una pequeña gota recorrer su pómulo izquierdo.
—No llores, pequeña... –limpié con mi pulgar su mejilla y acaricié suavemente su rostro.
Inmediatamente pude sentir cómo una corriente eléctrica recorrió la punta de mis dedos. Hacía mucho que no sentía algo como esto, solamente lo había sentido una vez y eso fue justamente con ella.
La chica de la que me había enamorado perdidamente.
—Lo siento... por todo –sollozó– No sé por qué ha estado actuando tan extraño desde que se enteró que he vuelto a hablar con Ellie y contigo, pero quisiera pedirte una disculpa.
—Sé que no es tu intención, Abi, tranquila –quité mi mano de su rostro y pude ver cómo frunció levemente el ceño, algo que hacía cuando no quería que apartara mi mano de ahí– Pasa, está empezando a hacer frío y nos vamos a congelar aquí afuera.
Abiguey asintió y se adentró a mi casa. Sonreí por inercia al darme cuenta el brillo de curiosidad en su mirada. No dejaba de apreciar a su alrededor y creo que estaba sorprendida por lo que estaba viendo.
—Pensé que tu casa sería más... formal –dijo, tocando unas repisas donde habían pequeñas artesanías de madera.
—El hecho de que esté estudiando derecho no significa que mi vida será aburrida –reí.
—Pero dicen que una casa transmite la forma de ser de una persona.
—¿Tus estudios psicológicos lo dicen? –me recargué sobre la pared y metí mis manos en los bolsillos de mis jeans, mirándola con ilusión.
—Podría ser –rió– ¿Qué significan? –preguntó observando las artesanías de madera.
—Si te lo dijera no me creerías.
—Haré el intento.
Sonreí. Tenía razón en cuanto le dije que no había cambiado en nada, seguía siendo la misma chica curiosa y divertida que conocí.
Inhalé y exhalé profundo al recordar el significado de aquellas esculturas de madera. Eran pequeñas pero con un valor sentimental enorme.
Miré a la castaña, quién esperaba ansiosa una respuesta de mi parte.
—Hace tiempo atrás conocí a una chica que amaba el arte en todo el sentido de la palabra –comencé mientras me acercaba a tomar la cerveza de la mesita, tomándola entre mis manos– Ella era muy buena haciendo cualquier tipo de dibujo o escultura. Siempre le decíamos que debería estudiar alguna carrera que tuviera que ver con ello, pero ella se negaba a hacerlo –me acerqué al fregadero y tiré el resto de la cerveza para después tirar la lata a la basura y mirarla– Ella lo veía como un hobbit, una pasión, pero no lo suficiente para dedicarse al cien por ciento en ello.
—¿Y qué pasó con ella? –al notar su curiosidad solté una leve risita, contagiándola.
—Sus padres nunca estuvieron de acuerdo en su forma de pensar. Decían que el arte no le traería nada bueno, así que limitaron su sueño de ser una artista profesional –pausé unos pequeños segundos para tomar aire, después, me acerqué un poco más a ella– Yo siempre la apoyé, le dije que estaría ahí cuando nadie más lo estuviera. Incluso le aconsejaba diciéndole que la decisión era de ella, no de sus padres, ni mía, ni del mundo. Solo ella podía decidir qué ser o no ser.
»Un día llegó y me hizo estas esculturas de madera de roble como muestra de agradecimiento –seguí– Y fue una de las pequeñas grandes cosas que me dejó antes de irse de mi vida.
—Eso suena muy triste –susurró.
—Lo es –susurré de vuelta.
Me giré y pude ver que su mirada seguía brillando intensamente, y no tenía ni la menor idea del por qué.
—¿Ella era muy importante para ti?
—Lo es –corregí.
—¿Y por qué no estás con ella?
—Lo estoy ahora.
Ella puso sus ojos en blanco y negó con la cabeza, para después tambalearse un poco e intentar mantener el equilibrio. Me acerqué rápidamente a ella y la llevé hacia el sofá preocupado.
—¿Quieres un vaso con agua? –dije levantándome, pero ella me tomó de la muñeca al instante– ¿Qué pasa?
—Matthew, quiero que me respondas algo –asentí– Con la verdad.
Me puse rígido al instante. Sabía que Abiguey Smith no iba a parar de hacer preguntas hasta obtener sus respuestas, así que asentí con desconfianza y la miré, colocando un mechón de su cabello castaño detrás de su oreja.
—¿Tú... me querías?
—Abiguey, yo creo que...
—Matthew...
—Está bien –suspiré rendido– Sí, te quise mucho...
—Entonces tú eres el chico de mis sueños –dijo, como si estuviera armando las piezas de un rompecabezas.
—¿Chico de tus sueños?
—¡Sí! ¡Lo eres! He soñado todo el tiempo contigo desde que desperté del coma –sonrió– Matthew, tú eres el chico que siempre quise conocer, el de mis sueños.
No pude evitarlo y sonreí. Tenía la esperanza de que no me había olvidado del todo, y el haber escuchado aquello último me hizo sentirme más que feliz.
Felicidad era saber que ella no me dejaba de recordar, no importa que fuera en sueños, de alguna u otra forma siempre aparecía en su memoria.
—Al parecer ya tienes una idea de quién soy –bajé la mirada y sonreí de lado.
—Sí, no sabes cómo me hace feliz eso.
—Y tampoco sabes cómo me siento yo al respecto.
Ambos nos quedamos callados mientras nos mirábamos sonrientes el uno al otro. Para ese entonces ya se me había olvidado el incidente con su padre y las amenazas, había olvidado todo gracias a ella.
La luz de mi oscuridad había llegado para iluminarme de nuevo, y esta vez no pensaba hacer que se apagara otra vez.
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