Introducción

Una bala rebasó los límites de la velocidad, atada a un sonido que resultaba imparable. Imprevista y apenas visualizada terminó impactando en la frente del muchacho de ojos grises; inexpresivos, tan tristes, sumergidos en el olvido de un alma rota.

     Destrozado por una traición innegable.

     La sangre cubrió en segundos su rostro jovial, deslizándose tardía sobre las cejas y los párpados del menor, sus labios entreabiertos perdieron color, se marcaba aún más su piel agrietada, tornando así la muerte en su frágil mirada.

     Solitarios automóviles circulaban en la carretera a un costado, ignorantes a la tragedia, buscando la explicación perfecta para su evidente atraso.

     El asesino aún sostenía el arma, aferrado a sus ideas y perdido, intentaba entender lo que había sucedido, pero en su cabeza sólo existían palabras vacías, promesas rotas y uniones torcidas. Se mostró asustado por la situación, y recibió la misma emoción que el chico sobre el suelo vivió en su decadente alevosía. Al acercarse al cuerpo observó el agujero en la base central de su frente, rígido y frío, cubierto de carmín, reposaba sobre el asfalto como un saco vacío. Ideas inconclusas revoloteaban en su cabeza.

     Sumida en las sombras, la pistola resonó al estampar contra el suelo, la sangre seguía trasladándose en un recorrido oscuro que se trazaba cada vez más rápido entre las piernas del cuerpo. La vista de esto resultó incómoda para el hombre de pie. Una sonrisa macabra y nerviosa asomó en los labios rojos del mayor. Tragó saliva sintiendo el poder de las circunstancias cayendo sobre sus hombros.

     Echó un último vistazo, desesperado por la posibilidad de testigos, y aseguró su escasez al mirar ambas salidas del callejón. Recogió el arma para salir con la calma que con dificultad reunió.

     Caminó por una calle desierta en la ciudad de Vancouver, con las manos limpias a simple vista, pero interiormente rebosantes de sangre, prueba infalible de su obvio delito. Parpadeó sometido a la presión inimaginable que vivía por traidor. La calma lo protegía en un aura de apariencias establecidas por una sociedad siempre injusta y corrupta. Él era el hombre de negocios, visiblemente honrado y, por otro lado, el padre de familia correcto. Aquella máscara algún día terminaría por caer.

     Eso era y lo seguiría siendo, uno más entre muchos que aparentan bondad.

     Hacía una semana atrás se había enterado de la peor noticia que pudo recibir, una que lo dislocó por completo dejándolo varado en medio del amor y el odio. Él jamás había aceptado a los homosexuales, discriminando y repudiando a los jóvenes en las calles o a los padres de estos chicos "desviados" que apoyaban su decisión. Deseó con todo fervor aniquilar esa idea que a su parecer estaba en desventaja.

     Aquel chico de mirada platinada, atractivo y vivaz era homosexual, y ese día después del trabajo había recibido la tan insoportable pérdida, la invitación de boda era un claro ejemplo de su camino errado. No iría. Intentó hacerlo entrar en razón, y el joven no quiso entender la idea. Pudo cambiar, pero evitó hacerlo.

     Mientras avanzaba a su automóvil pensó en su hijo, en el futuro y en el incesante pensamiento de que se equivocaría, claramente se encargaría de lo contrario. No repetiría la misma historia.

     No le agradaría asesinarlo como lo hizo hace minutos con su hermano menor, era incapaz de comprenderlo y estaba frustrado.

     Pero el destino no era bueno complaciendo y ese sólo sería el principio.

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