25 | Siempre seré tuyo
Me observé en el espejo por última vez.
El cabello rizado caía sobre mi frente, perfectamente enroscado; algunos mechones disparejos, y otros desordenados, un desastre que a simple vista parecía improvisado. Las hebras azabaches rozaban con discreción mis cejas. Mi mirada brillaba en un color vivo y libre que destacaba por su lucidez, transparentes como siempre, escondiéndose en los límites de la eterna incertidumbre.
Analicé mi aspecto y el resultado, después de tiempo desperdiciado en intentos nulos y retrasados, fue exacto. Sonreí a la nada, esa cubierta vibrante de vacíos profundos que buscaba contornos inconexos, entre sentimientos desgastados.
Mi traje blanco en el reflejo se ajustaba a mi figura, una talla correcta que me hacía lucir espectacular. La pequeña rosa azul, escondida en la solapa, traía consigo un aire elegante y formal, cercano a la apariencia jovial que rodeaba mi rostro.
Frente a mí una nueva versión escapaba de las sombras, destellando con luz propia. Era esa pequeña bombilla dentro de oscuros caminos que iluminaba como estrella.
Perdí el hilo de mis emociones y mis pensamientos estuvieron a la deriva, susurrando desesperados por un poco de atención, quería callarlos y detener el tiempo, pero en el momento todo se sentía tan correcto. No había más dolor, no había nada más que amor.
Miré el exterior por el balcón de mi habitación, la luna se convirtió en una confidente verdadera, incluso cuando todo había estado en nuestra contra, se sentía mejor que ayer. Respiré otra vez.
Cerré mis ojos, disfrutando del frío, de la pequeña brisa que la noche traía consigo.
Lo había logrado, vencí cada obstáculo por un nosotros, aquella unidad de la que el mundo se olvidó. Un equipo que se disponía a luchar contra todo. Ese amor desgarrador que siempre había deseado presentó su contrato y debía pagarlo.
El color oscuro de la noche reflejó el contraste de mis emociones.
Me sentía mal por mi egoísmo hasta que comprendí el valor de esa palabra. Seguiría siendo egoísta, si eso significaba ser feliz por mí y por los que amaba, la consideración moral no funcionaba con la mayoría de las personas.
¿En verdad permitiría que los obstáculos siguieran deteniendo mis pasos?
El tiempo se acabó, a veces resultaba subjetivo pensar de esa manera, pero así era, una realidad que avanzaba sin cesar, como manecillas de un reloj cruel y despiadado, que lamentablemente jamás se detendría. Dependía de nuestros objetivos el alcanzar cada sueño, sin esperar a que el destino venciera.
Alcancé a Jordán, mi corazón amó todos los segundos que vivimos juntos, seguiría latiendo por él.
Regresé al interior de mi habitación.
A través del espejo pude ver como la puerta de mi recámara se abría lentamente, cautelosa y a la espera de un permiso implícito que flotaba en el aire. Ann entró y me miró con una enorme sonrisa.
Se quedó, ahí, de pie.
—Mírate, te ves guapísimo —susurró en voz baja, y después algunas lágrimas orgullosas en su mirada me robaron el aliento—. Lo lograste.
Sonreí.
— ¿No me dirás que trama Jordán? —pregunté esperanzado, mientras movía las manos en señal de nerviosismo.
—No —respondió mecánica como una actuación preparada.
Rodeé los ojos, y en su mirada, el color se llenó de brillo.
—Tu amigo soy yo, sólo debes contarme lo que planea y así podré estar listo —solté intentando persuadir—. ¿Una cena quizá?
—Es hora de irte, se hará tarde. —Se acercó y acarició mi rostro igual que una hermana mayor—. Toma la mejor decisión, siempre la mejor. Tú sabes cómo hacerlo.
Coloqué mi mano sobre la suya.
Luego emprendí mi camino.
Me dirigí a pasos lentos, avanzando vacilante hacia el que sería el inicio de mi futuro.
La puerta de la entrada pareció de repente distante, un presagio llamativo de un portal lleno de mariposas, revoloteando en el fondo de mi vientre. Estaba ardiendo y mi pulso a punto de reventar, el sentimiento se volvía más fuerte mientras me mareaba cansado de pensar.
Respiré profundamente intentando tranquilizarme.
Escuché la risa de Ann, abriéndose paso en medio de mi frustración y alimentando la curiosidad que cansada quería escapar en libertad. Sentí que nunca le había escuchado tan feliz.
— ¿Estás de nuevo atento a cómo comportarte que olvidaste ser libre? —preguntó inocentemente.
¿Qué haría sin ti, Ann?
—Oportuna como siempre —refunfuñé alisando mi corbata.
Asintió, riéndose.
—Cuidándote con mi alma —corrigió con una sonrisa―. Te quiero.
La vislumbré desde el umbral y sonreí, analizando su postura en defensa.
Siempre en la búsqueda de mi liberación, ella había estado ahí, en cada momento y en cada instante, preparada para soltar un comentario objetivo. Era pequeña comparada conmigo, pero daba la impresión de que era mayor a todos. Aunque en ocasiones me negara a aceptarlo, sabía que ella de entre todas las personas, siempre tenía la razón.
Caminé hacia ella, envolviendo su cuerpo con mis brazos.
Me devolvió el abrazo mientras escondía su rostro en la curva de mi cuello, sentí su calor impregnándome de aprecio, el cariño que emanaba de sus poros reconfortaba mi ánimo. Era la mejor de todas, vivía con ella era verdad, pero sin su presencia la vida tendría colores grises. Sin Ann me habría costado levantarme.
Percibí el sonido de su respiración, y la risa entre suspiros que era amortiguada por mi piel.
Me separé y noté aquellas lágrimas de felicidad que pocas veces mostraba en sus ojos marrones.
—Te quiero, Ann. Siempre he agradecido el que la vida me pusiera justo adelante de ti, eres mi confidente y siempre lo serás —comencé mirando su expresión conmovida—. Ahora que siento esta ansiedad en mi estómago y además empiezo a imaginar lo que Jordán trama, quiero decirte que eres una de las mujeres más importantes en mi vida. Te conocí siendo nada, y me ayudaste a levantarme. Eres ese cubito de hielo, ¿recuerdas? Ese del que te hablé. El que me ayudaba a sostenerme en la oscuridad.
Bajó la mirada totalmente contrariada, la sorpresa coloreaba su rostro dejando en claro que el sentimiento era mutuo, aquellos pronunciados hoyuelos en sus mejillas se formaron con delicadeza. Su belleza florecía.
Acaricié un mechón de su cabello, y me preparé para lo que debía suceder. Enfrentaría lo que Jordán tenía en mente.
— ¿Me vas a decir que trama? —pregunté nuevamente haciendo un puchero.
Respiró conteniendo las lágrimas y rodó los ojos expresando su fastidio.
—Vete, ahora —soltó mientras estiraba las manos para empujarme―. Tienes una velada hermosa que está esperándote.
Caminé algunos pasos, y me volví de nuevo mirando el suelo.
— ¿Me veo bien? —cuestioné.
Su dentadura quedó a mi vista. En sus labios la sonrisa lucía sincera.
—Va a sorprenderse —contestó asintiendo.
Me reí dirigiéndome a la sala, embargado por diversas emociones que cruzaban mi cabeza y corazón. Detuve mi andar al recordar aquel momento en el que pensé sería un día común, ese donde el plan era una visita a un parque.
El amor de mi vida llegó justo cuando más lo necesitaba.
Todo podía cambiar en segundos, era increíble como el destino jugaba con nosotros, provocando pensamientos e imaginaciones de algo que sucedería en cualquier momento. Solté un suspiro prolongado.
Prepárate, Jordán.
Antes de salir apreté un instante el collar con la inicial de su nombre, algo se sentía perfecto, tan cerca estaba de mi felicidad que unas ganas enormes de llorar acudieron a mi encuentro. Había llegado mi momento de vivir.
Las calles de Vancouver se veían sorprendentemente brillosas, iluminadas por faros, anuncios espectaculares y personas con insomnio. Resplandecían mientras avanzaba con dirección al parque.
El sonido arrullador del viento me llamó y mi corazón sintió esa inesperada sensación de calidez, un tipo de ansiedad carcomiendo mi paciencia reducida a cero. Debía controlarme, aunque pensaba en el cómo y en el por qué todo se sentía tan bien.
La fuerza determinada me rodeó, alcanzando los puntos débiles faltantes por abarcar. Siempre valiente frente a cualquier situación. Sonreí, limpiando el sudor de mis manos en el pantalón.
El Stanley Park se podía apreciar a lo lejos; focos azules destellaban suspendidos entre los árboles formando un camino, esencialmente preparados para brillar simultáneos.
Me dirigí a la entrada, siguiendo el contorno de las luces.
El aroma de su colonia estaba cautivándome, lanzando mi alma dentro del vacío eterno en su mirada. Podía notarlo, abarcaba todo. Él era mi ala izquierda, lo necesitaba para poder volar, simplemente para ser completamente libre.
Él se convirtió en mi vida entera.
Observé la fuente y la pista de patinaje en línea, aquella extensión de piso con trazos pintados de un camino disparejo. Los recuerdos invadían, sus labios y su mirada, la sonrisa que abandonó su rostro y la pérdida de mi pasado, uno altanero y cansado de ser recordado.
Había una banca a unos metros, el sonido de la música que antes fue un pitido se incrementaba al avanzar, golpeando ese sentimiento exacto que me hacía estremecer. Escuché la tonada relajante en la melodía, cayendo sobre mis oídos y perdiéndose en el borde de mis sentidos.
El crujido de algunas hojas siendo pisadas alertó su llegada.
Miré el sendero iluminado de tenue azul, como un sonido, y astuto apareciéndose en el límite final, una silueta apagó el miedo.
Penetrante sobre el aura oscura del rededor, la noche llegó a ser deslumbrante como una coraza de carbón, que en delicadas líneas de luz formó una sombra proyectada por la luna. El silbido del viento se atravesó en mi audición, armonioso y compuesto por un mismo tono, repetido sin cesar. Ese incomprensible movimiento fugaz resentía en mi corazón, al ritmo de cada latido.
El tiempo fluyó en cámara lenta, compuesto por sombras borrosas y compactas.
Jordán ascendió de las sombras como un ángel caído, su cabello resplandecía dorado bajo las luces azuladas y, en apariencia al oro, repentinamente me paralizó. Su traje completamente negro contrastaba con el mío, provocando un camuflaje verídico al lado de su terreno, la pacífica y enigmática oscuridad.
Era guapísimo frente a mis ojos, brillaba como sólo el sol podría, estaba hecho de fuego, destrozaba mi alma. Y yo, estaba hecho de agua, me evaporaba con su cercanía.
Se acercó a mí con una mirada cargada de emoción, desconocía el motivo, pero sonreí intentando creer en él, quería demostrarle que me sentía feliz por verlo así.
Las hojas de los árboles danzaban impulsadas por la brisa, el suave rocío caía sobre la vegetación. Esas luces que brindaban paz iluminaban su sonrisa marcada.
El aire se tornó intenso, constituido por una pesada cantidad de vapor caliente que apresaba mis latidos en ritmos lejanos y pausados. Una sensación de presión generó dolor en mi pecho, y el nerviosismo que arrastraba desde casa, se volvió intenso.
La mirada de mi novio se centró en la mía y los latidos se volvieron débiles, atacados por el increíble sentir de su alma en contacto conmigo. Quería abrazarlo, sentí que lloraría, la emoción destrozaba mi cuerpo. Tanta felicidad no cabía en mi pecho.
Una sonrisa destellante y única, tan preciosa, apareció instantáneamente en su rostro, aquel conjunto de bordes creados por los dioses parecía mío, de momento se convirtió en un gesto demasiado especial.
Mi corazón recibió ese choque de latidos característicos.
Él había llegado hasta mí y el nerviosismo se presentó cuidadoso, su presencia se sintió extraña, pero la felicidad rebosaba de sus poros. Era muy abrumador suponer sin entender, y mirarlo ajustó mi eje. Cerré los ojos conteniendo el sentimiento, respiré profundamente llenando mis pulmones con su esencia, cargándome de esa dulce sensación que me tenía al borde del abismo.
Amarlo era en esencia mi mayor osadía.
Cuando abrió los labios su aroma a menta escapó, mostrándome que todo en él me fascinaba. Mis párpados ascendieron, encontrándome así con el ámbar de sus ojos.
Estaba cautivado por su mirada.
—Tengo una sorpresa para ti —comentó un efusivo Jordán, destellando en forma de ilusión.
Algo en él se sentía raro.
¿Qué escondes, mi amor?
—Así que por eso estamos aquí —susurré soltando mi ironía—. Lo suponía, y sabes perfectamente que odio las sorpresas.
Soltó una carcajada, que se hundió, se enterró en mi alma.
—Y tú también sabes que me encanta sorprenderte, porque incluso molesto me pareces el ser más perfecto de todo el mundo —replicó formando un puchero con sus labios fruncidos―. Te gustará, mi amor.
— ¿Seremos cursis? —pregunté sonriente.
Su mirada, bajo la luz, resplandeció única, llena de emoción, de un futuro en puerta.
—Sólo por hoy. Sólo por este instante déjame disfrutarte, déjame querer cada parte de ti y desearlo para siempre.
Parpadeé deteniendo el sentimiento que gobernaba mi cuerpo.
— ¿Qué hacemos aquí, y qué es eso tan importante que necesitas mostrarme? —murmuré sintiéndome de repente nervioso―. Vamos, dame una pista por lo menos.
— ¿Puedes dejar de ser tan ansioso, amor? —apuntó acariciando mi mejilla.
Escuchar el seudónimo formó parte del suave viento que besaba mis labios, estaba temblando por un pensamiento que me consumía lentamente, ardía y se elevaba.
Deseaba entregarme a él sin importarme nada.
Me tomó de la mano y el estremecimiento regresó, atacando mi vientre lleno de fuego.
Caminamos entre los árboles, atravesando la luz que construyó un túnel de color azul, mientras los pasos resonaban en el piso, pude apreciar el sentir de los dos, vibrando a la par de nuestros latidos.
Sonreía como un imbécil perdidamente enamorado, él vio mi interior y se adueñó de mí.
A medida que el camino se terminaba ese choque de mariposas se incrementaba. El césped estaba levemente húmedo, logré comprobarlo cuando me obligó a recostarme para mirar las estrellas. Mi piel sintió el ligero rocío que cubría el suelo.
Los dedos de su mano se entrelazaron con los míos y la otra restante, acarició mi brazo como si tenerme no fuera suficiente. No, no lo era. Nada nunca sería suficiente a su lado.
Necesitábamos más de lo que podíamos tener.
Quizá el secreto del amor se encontraba en esa incesante búsqueda de unión.
Me sentí eterno.
Siempre seré tuyo.
—A veces me gustaría detener el tiempo —confesé volteando a mirar su rostro—. Permanecer de esta manera, contigo y por siempre. Suena de locos, lo sé, pero siento que el tiempo se acaba, y me cuesta trabajo entender que no eres parte de un sueño.
Sus labios se abrieron, un suspiro salió de ellos, y roció mi rostro.
Éramos perfectos juntos.
—Si pudiera detenerlo, lo haría con tal de verte feliz, pero no soy capaz de prometer algo que no puedo cumplir ―contestó, mirándome fijamente―. Aunque no sea suficiente, te prometo que cada segundo va a valer la pena. Somos tú y yo para siempre, ¿recuerdas?
—Lo somos —reconocí observando una estrella titilante y casi invisible, que se ubicó en el cielo.
Así me sentía antes de conocerte.
Era invisible en esencia para todos, menos para él.
—Siempre —aseguró mirando un punto en el cielo, tal vez la misma estrella pequeña.
Miré su rostro, luego el traje, donde una rosa azul también se escondía en la solapa.
— ¿Cómo puedes estar tan seguro? —cuestioné analizando sus dulces labios.
— ¿No lo entiendes? —acotó levantándose parcialmente—. Eres el amor de mi vida y te amo como jamás lo haré con nadie, eso es más que suficiente para quererte a mi lado, suficiente para soñar con despertar contigo.
—En ocasiones pienso que el romántico aquí, eres tú.
Sonreí.
—Es suficiente para desear reencontrarme contigo en nuestra siguiente vida, en esa y en todas —añadió bajando la cabeza, conmovido―. Te amo.
Asentí y volví a cerrar los ojos, aspirando su aroma a gel.
En el pasado fui tan distraído que era incapaz de saber que el amor de verdad existía, que no era un juego de ilusiones o mentiras piadosas, un tablero cruel. La tranquilidad del lugar cumplió su promesa y el sueño comenzó a dominarme, los brazos de Morfeo se estiraban cómplices.
La palma de su mano rozó mi mejilla y un beso casto en mis labios me hizo despertar con una risa juguetona.
En sus brazos me sentía como un niño. Recordar al pequeño de mi sueño me dio la esperanza que necesitaba.
Después de unos minutos en silencio decidimos levantarnos.
Lo miré directamente, sin obstáculos y fuertes, más libres que antes, fijando esa guerra de miradas que sólo él y yo podríamos empatar.
El timbrado de un violín inundó el ambiente, fino y delicado se esparcía por el aire amoroso que su presencia creó. Aquel sonido peculiar era la réplica de antes, sólo que la melodía ya era pausada y apaciguaba mis nervios, la sonrisa aún seguía en mi rostro.
Comprendí que hice lo correcto, después da tantas caídas, me había levantado para elegirlo a él y no estaba equivocado. Era él, el único que mi corazón quería.
Mi otra mitad me miraba con devoción y sabía que sería capaz de cualquier cosa para demostrarle mi amor. Lo importante no era decirlo, sino mostrarlo con mis acciones y dejarle en claro a él, y sólo a él, que mi corazón había ganado.
Lo amaría con todo mi ser.
Me acerqué a preguntarle sobre la canción y fue ahí que un resonar impactó mi estado de tranquilidad. El rostro de Jordán se iluminó; colores deslumbrantes asemejando su brillo, y diversos tonos abarcaron casi la totalidad de su gesto feliz e ilusionado.
Su expresión era épica.
Fuegos artificiales.
Volteé hacia el origen y admiré desconcertado el cielo dibujado con pinceladas de humo y luz. Los bordes y contornos brillaban.
¿Cómo debía reaccionar si el amor estaba reventando en mi pecho?
Era verdad que el corazón recibía un límite de pulsaciones, pero cuando comenzaba a morir el impacto era mayor, y el corazón finalmente se detenía. Mientras miraba el fuego que pintaba las nubes mi corazón se paralizó, porque un espectro en caligrafía fina dibujó mis sueños.
Leí en voz alta la oración que se formó en el firmamento.
Todo ocurría a una velocidad extraordinaria, y mi corazón lo sentía como una eternidad.
Cásate conmigo
No era una pregunta y tampoco una orden, era sólo esa simple oración que tuvo respuesta desde el momento en que su tímida mirada hizo contacto con la mía. Sin pedir permiso gotas saladas escaparon de mis ojos, y su recorrido trazó líneas en mis mejillas.
Una sonrisa sincera amenazó con partir mi rostro y una presión en el pecho me impidió respirar.
Sí, sí, sí... ¡Sí, mierda sí!
Deseé gritar, fue imposible, mi voz golpeó en un punto de profunda frustración.
Las rodillas de sus piernas se flexionaron y aquella altura imponente disminuyó.
El amor de mi vida se encontraba inclinado frente a mí, buscando en su saco negro algo que tomó con fuerza. Me aferré al collar en mi cuello cuando miré una caja de terciopelo azul, enfrentándose a mis expectativas, abriendo la puerta de un futuro. El contenido brilló, provocando más lágrimas rebeldes; un anillo de plata relucía en el centro y sus ojos rojos, completamente cristalinos asemejaban a una cascada en primavera.
Sus labios rosas temblaron nerviosos, y el deseo se escondió en su mirada.
Recuperé mi voz.
Abrí los labios, y él me interrumpió.
—No importa si es un sí o un no, sólo quiero que entiendas que te amo. —Se apresuró a corregir—. No hoy. No mañana. Tampoco en una semana. Sólo quiero que esto sea como una promesa, un compromiso para los dos, un juramento. Que sepas que después de tu respuesta estaré dispuesto a casarme contigo en algún futuro, cuando estemos listos ambos, que deseo desde el fondo de mi corazón, sincera y plenamente, amarte para siempre.
—Jordán...—comencé pensando en mis palabras.
―Míralo, es tuyo. Igual que mi corazón. ―Acariciaba el anillo, y me miraba, se volvía vulnerable frente a mí―. No me importa quien esté en nuestra contra y si hay batallas por librar. Aunque hubiese obstáculos, seguiría eligiéndote a ti, porque no existirá, escúchalo bien, no existirá nadie que logre que mi corazón mande antes que la razón. Porque, mi amor, siempre seré tuyo.
Respiré profundamente encapsulando el tiempo en una burbuja.
La confesión cortó mis latidos, me sentí ilusionado.
—Cuando insultaban mis preferencias, solía pensar en sus palabras —solté incapaz de hacer algo más que hablar—. Pensé que jamás te encontraría, y no sabes cuantas veces sufrí esperándote, pero no me importó porque sabía que llegarías. Lo lograste, Jordán. Estoy perdidamente enamorado de ti.
— ¿Qué me dices entonces? —preguntó tomando el anillo entre sus dedos—. Di que sí, por favor.
Estuve cerca de hablar.
Una risa rota, desgastada y atrapada por la decepción sonó desde lejos cansada.
Tras los arbustos y la oscuridad, visualicé una sombra borrosa. El odio en ella se evaporaba alrededor de nosotros, destrozando el momento, acabando con la valentía.
Vi una sonrisa cínica escapando de su encierro y algo en mi interior, simplemente se rompió.
La burbuja explotó.
El padre de Jordán avanzó hacia nosotros, un trasfondo en su mirada lucía retorcido, la maldad afloró en las arrugas que se formaron debajo de sus ojos. Me miraba directamente, consumiendo mi vitalidad a través de su intolerancia, el dolor en su gesto era capaz de escapar y destruir.
Mi corazón se detuvo asustado, encogido en el fondo de mi pecho y aislado del suspenso, necesitaba palpitar.
Su vestimenta era un recuerdo del antiguo Dominic, se encontraba rasgada y sucia.
Él se miraba hambriento, sus labios temblaban, alertando su desesperación. Los zapatos que calzaba estaban completamente rotos, y manchados de lodo.
Miré a mi alrededor buscando ayuda o algún escape.
—Están lejos, niño. No te escucharán gritar —murmuró entre dientes, moviendo sus manos en una extraña imitación de violinista—. Te metiste con el hombre equivocado.
De pronto, Jordán tomó mi mano, la apretó con fuerza.
— ¿Qué clase de hombre cree que es? —repliqué ignorando la angustia en el rostro del castaño—. Fue capaz de muchas cosas, incluso de asesinar a su hermano.
Miró a Jordán con rapidez, buscando una respuesta en su expresión.
Lo miraba decepcionado, como un padre observa a la vergüenza de la familia, igual que muchos en la sociedad. Su odio era grande, sus labios temblaban, y en su mirada rojiza la furia tenía lugar.
La desesperación invadió mi cuerpo, era el observador de nuestra peor pesadilla.
—Fuiste tú —aseguró Dominic señalando a Jordán—. Por tu culpa me persiguen.
Jordán estaba temblando también.
—Lo asesinaste —susurró el castaño perdiendo la voz.
—Eres un bastardo, el peor hijo —siseó intensificando su odio—. ¿Tenías que pedirle matrimonio?
Miré a los costados, y donde la música hace un momento nacía, no había nadie. Los instrumentos estaban tirados sobre el suelo, el desorden era evidente.
—La policía está buscándote, será mejor que te entregues —soltó mi mano, apretando los puños―. ¿Acaso no puedes ver que soy feliz?
Su padre apretó la mandíbula mirándome, mirando a Jordán, enojado.
— ¿Crees que ellos podrán detenerme? —preguntó riéndose con falsedad—. Te lo advertí. Sólo quería que fueras normal, estuve contigo durante cada uno de tus estúpidos errores y no sirvió para nada. Eres un enfermo igual que tu tío.
— ¡Cállate! —profirió el amor de mi vida con una mueca en el rostro.
Dominic entrecerró los ojos, su decisión implícita se abrió paso en mi cabeza.
—Tendrás que afrontar las consecuencias de tu rebeldía, asesiné a mi hermano por la misma historia e intenté acabar con tu madre —confesó acercándose a los dos.
El castaño comenzó a caminar, unos cuantos pasos, enfrentándose al odio que su padre escupía sin pensar.
La parálisis embargaba mis emociones, y las ideas a la deriva terminaban con mi paciencia, el miedo me tenía de rodillas. Debíamos escapar de él.
— ¿Por qué hace esto? —pregunté intentando ganar tiempo—. ¿No le parece que ha causado mucho daño?
¿Cómo venceremos este obstáculo?
Tomé la mano de Jordán, detuve su andar. Le lancé una mirada de advertencia.
— ¡No los soporto, malditos maricones!
Sus labios vibraron descontrolados. Su mirada rojiza, entre cada parpadeo lucía cada vez más macabra, sádica.
El dolor en él, era un disfraz, y le sentaba de maravilla.
―Esto no se trata de nosotros, esto se trata de usted, ¿no? ―comenté, mirando a Jordán perder la calma―. No le gusta que las cosas sucedan diferente a como las planeaba.
―Me desafiaste, incluso después de demostrarte que era capaz de cualquier cosa, pero no eres rival para mí.
Lo miré, negándome a perder lo ganado.
Señaló a mi novio y comenzó a rebuscar en el bolsillo de su saco roto.
―Tú eres el único culpable ―aseguró, en su mirada desierta la oscuridad yacía resignada―. Lo siento mucho, hijo. Mereces el destino que tu tío obtuvo bajo su capricho.
Mi vista viajó de su hijo hacia él, y viceversa.
El miedo calcinaba a su paso. Mi corazón bombeó rápidamente y mis pensamientos se dirigieron a todo, menos a lo que estaba sucediendo.
Una pistola fue desenfundada y las manos temblorosas que la sostenían apuntaron al amor de mi vida. En esa mirada perdida, el odio se perdía. En esa mirada vacía, el amor no existía.
Jordán gritó en ese instante, se congeló en su sitio.
Y dejé de pensar.
El aire golpeó mi rostro mientras corría apresurado, dispuesto al fracaso y al descenso, entregándome a mi condena por amor, sacrificando lo último que quedaba para dar. Mis piernas se movieron por inercia hacia su ubicación, sucedió demasiado rápido, y en un segundo mi cuerpo cubrió el de Jordán.
Te protegeré, incluso de mí mismo.
Todo se detuvo cuando su padre jaló el gatillo, y el sonido que provocó el disparo rompió la barrera del silencio. El tiempo en un momento se paralizó, se ahogó en un grito de sorpresa, en una luz muriendo ante la oscuridad. Después las manecillas crueles del destino avanzaron con normalidad.
Mi pecho ardió levemente, invadido por el miedo, por la resignación.
El odio había ganado, una vez más contra el amor.
Mi corazón completamente roto palpitó con dolor, después de tantas batallas ganadas, el guerrero por fin cayó. El peón estaba fuera del juego.
Bajé la mirada y observé el centro de mi tórax, justo ahí, un círculo disparejo se coloreaba de rojo, creciendo a medida que lo veía.
La sangre se extendía manchando la camisa y el saco blanco. Mi corbata tenía un hueco que se hundía hasta el fondo. Coloqué mi mano en la herida, donde la bala había atravesado con fuerza. Toqué mi pecho sintiendo el dolor, y la tristeza, fundiéndose en los límites que podía soportar mi cuerpo.
Giré lentamente y miré a Jordán.
Abrió los ojos cuando observó el círculo carmesí que decoraba mi centro.
Logré salvarlo.
En un impulso escupí sangre, manchando el césped con mi sacrificio. Las comisuras de mis labios curvaron hacia abajo y mis pies fueron incapaces de resistir más peso. Caí sobre el suelo golpeándome la cabeza, desde el piso pude ver la mirada perdida de su padre.
Los gritos desesperados de Jordán se acercaban y alejaban, simultáneamente, contra el tiempo. Mis oídos comenzaron a fallar mientras el dolor me engullía lentamente, torturándome.
El amor de mi vida cayó de rodillas, asustado y desesperado, tomándome entre sus brazos intentó ayudar.
Me acercó a su pecho y gritó, soltó sollozos que desgarraban su garganta. El terror y su tristeza entraban en mi corazón agonizante. Estaba muriéndome por él.
Escuchaba palabras y suplicas. Registraba todo con dificultad.
Su voz se entrometió, calmando mi angustia.
—No me hagas esto, mi amor. No así, por favor —suplicó llorando y sus hermosos ojos ámbar ya rojos, sufrieron—. ¿Por qué lo hiciste?
Mi cuerpo recibió convulsiones, y me rompí más.
—Porque te amo —respondí aferrándome a su solapa—. Porque te amo tanto.
Logré salvarte, amor.
Tomé mi decisión.
—No me dejes —rogó quitándose el collar de mi inicial—. Prometiste que jamás me abandonarías. No lo hagas, no así.
Me costaba respirar.
—Deja de llorar —susurré limpiando sus lágrimas―. No llores.
—Tenemos planes —rememoró buscando su celular—. Estarás bien, la ambulancia vendrá. No me abandones, piensa en nuestro hijo, por favor. Déjame ser tuyo.
Estiré la mano, alcanzando su corbata.
—Eres el amor de mi vida —confesé.
—No te mereces esto. ―Estaba llorando, desgarrando su alma frente a mí―. Tú no.
Sonreí, intentando tranquilizarlo, aunque ya no existía remedio. Acerqué mi mano temblorosa a su puño apretado, la cajita seguía ahí, escondida en medio de su dolor.
—La respuesta es sí —susurré mirando el anillo—. Quiero ser tu esposo.
Él sonrió desolado y vacío, su cuerpo vibraba por las lágrimas. El mío temblaba de frío.
Me dolía, dolía demasiado, aguanté por él. Jordán necesitaba verme fuerte, saber que seguía siendo valiente a pesar de mi final.
Me estaba muriendo.
—No me dejes, Byron. No, no, no... ¡No! —comenzó a gritar mientras se aferraba a mí―. No por favor, no.
Lloraba con fuerza, sufría por mi decadencia.
Me concentré en su mirada, aquella respuesta que tanto esperé.
Siempre amé todo de él. Me enamoré a primera vista, y no me importó, le entregué mi corazón, y mi vida a cambio de su amor.
No podríamos estar juntos.
—Haz algo por mí —musité tragándome el dolor—. Sólo quiero que seas feliz, de la manera que sea, pero inténtalo. Sigue adelante.
—No, no me pidas eso.
—Por favor, prométeme que lo serás —solté con esfuerzo.
Comencé a escupir sangre y mi cuerpo dejó de resistir.
Me dolía más que nada. Lágrimas brotaron de mis ojos, mezclándose con la sangre que emanaba de mi boca. El dolor se extendía, y el futuro dejó de existir. Lloré porque no era justo, porque mi corazón quería amarlo más.
Quería tener más tiempo, solamente quería ser feliz.
El frío me envolvió, el dolor golpeó mi vientre y la tristeza quebró mis alas. Mi libertad después de tanto tiempo luchando, acabó por romperse.
Las imágenes de mis recuerdos cursaron como una cinta de cine.
¿Por qué jamás dejé de sufrir?
Lo miré y sentí que mi sacrificio valió la pena.
El amor me enseñó que, sin importar las razones o circunstancias, lo más importante era proteger a quien amas.
Te amo, Jordán.
—Prometo que estaremos juntos por el resto de la eternidad —apuntó mirándome con intensidad.
Tomé su mano para que sintiera que estaba con él, que me iría mirándolo.
Me aceleré bajo su tacto y la punzada en mi pecho comenzó a volverse mortal. La realidad alejó mis esperanzas, la vida no estaba llena de colores por más que quisiéramos imaginarlo.
Había matices bellos, pero también los había oscuros.
Te amé hasta el último aliento.
Escuché el sonido de la ambulancia y sirenas de patrullas. Mis fuerzas se estaban acabando.
Sus manos manchadas de sangre tomaron mi rostro y completamente vulnerable juntó su frente con la mía, adorándome con palabras que parecían subir mi ánimo. Intentaba distraerme del dolor que aquejaba mi cuerpo. Sus lágrimas se regaban sobre mis mejillas y entendí que nuestro amor no venció todos los obstáculos.
—Juntos... —murmuró cerca de mis labios—. Hazlo, por favor. Completa la frase.
...por el resto de la eternidad.
No pude decirlo.
Mis párpados se cerraron y su grito desgarrador fue lo último que registró mi cabeza llena de desgarradores recuerdos. Mi pecho dejó de moverse, perdí la respiración, todo era oscuridad; formidable y aislante realidad.
No había más pensamientos, no había heridas, ni luz.
Mi corazón dejó de latir.
FIN
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