24 | Estaré contigo siempre

El sonido encapsuló en una burbuja al tiempo, atrapándolo en sus barreras, nuestra parálisis duró tantos segundos que mi pulso se aceleró. No podíamos movernos, teníamos esa sensación, dentro, insistente.

     Alrededor los colores se difuminaron en contrastes aún más borrosos.

     Mis manos vibraron, y me sujeté del valor acercándome a Jordán, busqué en el silencio la respuesta de una incógnita que atravesaba su mirada, tardía como el propio amor.

     La luz resplandecía entrando por la ventana, alistándose fuera de la oscuridad.

     Encontré un motivo para refugiarme de mis demonios.

     Avanzamos esperando en cualquier momento algo que necesitábamos conocer. Me preparé mentalmente para lo que podía suceder, el miedo entraba sutil alojándose en mi cuerpo, quebrando mi voluntad. Las ideas coherentes levitaron escasas, imposible fue tomarlas, se alejaron mientras se burlaban de mí.

     Jordán sujetaba mi mano con firmeza, en un instante se agarró fuertemente y le devolví el apretón, haciéndole saber que estaba dispuesto a afrontar todo como hasta ahora lo habíamos hecho, juntos.

     La ventana rota dejó pasar un destello del arcoíris, cautelosamente entrando por el hueco. Resultaba irónico que justamente algo tan hermoso pudiese florecer con mayor belleza en la oscuridad.

     Dejé de lado aquel pensamiento al retomar mi camino junto a Jordán, la puerta cerrada permanecía estática, reflejaba un tipo de extraña tranquilidad.

     El silbido de mi respiración acelerada era lo único que se escuchaba.

     —Quédate aquí, mi amor —murmuró Jordán en voz baja al soltar mi mano―. Iré a revisar.

     —No —respondí buscando el espacio que tanto amor me había brindado.

     Me dio una mirada rápida, en ella, la advertencia quedaba clara.

     —Por favor, haz lo que te digo por una vez ―suplicó, alejándose unos pasos―. Es peligroso.

     —Sabes muy bien que no lo haré. —Entre los límites de mi desesperación busqué sus dedos—. No te dejaré solo en esto. Somos un equipo, ¿no?

     Parpadeó borrando las lágrimas que se acumulaban en su mirada.

     Suspiró.

     —Lo somos —respondió asintiendo.

     Entonces el sonido de un motor destrozó el silencio, atravesándose como una flecha, provocando eco.

     Las pisadas se incrementaron cuando el castaño corrió apresurado, tomando con fuerza mi mano en el camino. Llegamos a la puerta, abriéndole de par en par.

     El automóvil que Jordán había comprado estaba en manos de su padre, y cuando logramos ver su cometido, se perdió en el horizonte. Las llaves se quedaron aseguradas en el auto, Dominic se aprovechó de eso.

     Le ofrecimos una oportunidad, sin planearlo.

     Quizá ya lo sabía, tal vez estuvo vigilándonos desde hace tiempo.

     Miré a mi novio y pude ver su desesperación, el dolor de una traición impregnado en su gesto. Entendí así que vivir con miedo era aceptar la derrota, sumirte al dolor y resignarte a vivir siendo perseguido. No buscaba esconderme más, seguía angustiado por lo que él sería capaz de hacer y asustado, pero mi corazón quería amar libremente.

     Tomé una decisión.

     —No tiene que perjudicarnos más —susurré cuando las ideas tomaron forma―. Ya no quiero seguir asustado.

     Por el rabillo del ojo atisbé su reacción.

     — ¿Qué? —soltó mirándome sorprendido.

     —Será mejor que le dejemos este trabajo a la policía —aseguré mirando los aspersores que aún escupían agua—. Estoy harto de preocuparme por las consecuencias o lo que podría pasar. Quiero vivir. Prometí amarte para siempre y es lo que voy a hacer.

     Se acercó, lento. Respiré profundamente, cansado de luchar, cansado de pelear contra el odio.

     Me limitaría a vivir.

     —Esperé mucho para escuchar esas palabras —replicó tomándome en sus brazos.

     Lo miré directamente, perdiéndome más allá de una mirada ámbar, mucho más de los límites establecidos. Estaba dentro de un borde desconcertante, caminaba sobre la pendiente de mi propio abismo, resignado a dar mi vida por su amor.

     Alcancé la felicidad y aún pensaba que me faltaba algo, conocerlo en su máxima expresión. Dominic escapó, debería sentirme preocupado, pero ya no quería seguir mintiéndome.

     Por primera vez pensaría en el futuro.

     No me preocuparía más porque olvidaba lo que era vivir en el presente.

     Tiempo después hablamos con los oficiales de lo sucedido, tomaban nota en sus respectivas libretas y preguntaban acerca del parentesco. A veces sentía que el papeleo se volvía sólo un requisito inservible, un relleno para cubrir su falta de carácter respecto al delito.

     Jordán seguía perdido en sus pensamientos, yo sabía cuál era el motivo.

     Debió ser un golpe duro enterarse de que precisamente su padre asesinó a su propio hermano por algo que estaba fuera de su jurisdicción. El amor en ocasiones era difícil de sentir, algunos corazones eran más siniestros que otros.

     Mi mundo perdía color cuando lo veía de esa manera, el humor que me caracterizaba se volvía triste y desganado, una mezcla estática de una persona destrozada. Esa conexión entre los dos me hacía delirar, sentir su tristeza, convirtiéndome en un prisionero de su dolor.

     Aparté mis sentimientos dejando que sus miedos me consumieran.

     Acercándome a él, lo encontré sentado en el sofá de la sala. Se veía distante y alejado, como si de pronto la barrera que los dos habíamos tirado se levantara de nuevo.

     Lo estaba perdiendo, y no iba a permitirlo, sería su consuelo las veces que fueran necesarias, porque había una promesa que cumpliría.

     Recargué mi cuerpo en el mueble, sentándome a su lado. Cuando sintió mi aproximación se estremeció animado. Puse mi mano sobre la suya, acercando mi cabeza a su hombro caído y en el segundo que los dos sentimos la conexión, suspiramos aliviados.

     Recargó su cabeza sobre la mía y el amor se encargó de todo lo demás.

     Me dolió sentirlo así. La nube de tristeza se removió en forma de humo, estaba encima de nosotros, dejaba su rastro, atrapando la magia que desprendió el sentimiento. Sólo así podría entenderlo.

     Percibí un suspiro de su parte, luego un sollozo.

     Jordán también era débil, igual que el resto del mundo. No era perfecto.

     Todos teníamos problemas que algunas veces resultaban ser más fuertes que nuestro espíritu. Me negaba a la idea, aceptarlo fue un arduo duelo. La vulnerabilidad era un factor común en el amor, lo que nos hacía humanos estaba justo ahí, podía asegurar que después de conocerlo aquellos conceptos tomaron sentido.

     El amor se convirtió en un poderoso sentimiento lleno de humanidad.

     Una nueva promesa se abrió paso, la escribí en mi cabeza. Recité en mis pensamientos, lo mucho que daría, lo poco que permitiría.

     Lo amaría con todo mi ser.

Estaré contigo siempre.

     Observé su versión infantil con una mirada brillante tiempo después.

     La sonrisa deslumbraba como una estrella en su rostro, sus mejillas sonrosadas se acercaron a la ternura de mis pensamientos. Debía de ser todo un esfuerzo para él mostrarme las fotos que tenía de bebé.

     Sonreí tomando su mano entre la mía, y continué pasando las páginas de su álbum de fotos, miradas desconocidas me regresaban a la realidad.

     Dejamos de hablar sobre el tema de Carson.

     El castaño carecía de fuerza en ese momento, presionarlo era una opción estúpida.

     Me concentré en su amor, era lo único que de verdad importaba, olvidé todo lo que en algún momento nos lastimó. Amar podía ser complicado a veces, el dolor se volvía común, estar con el amor de tu vida no era fácil.

     Su rostro cambiaba mientras pasaba de página.

     Mis dedos danzaban con rapidez y mi cabeza trabajaba en demasía, necesitaba almacenarlo en mi memoria. Cuando nuestro hijo llegara debía saber sobre el pasado de su padre, porque estaba seguro de algo, Jordán no sería capaz de mostrarle sus fotos.

     Reí internamente y me volví para verlo mejor.

     — ¿Cuál era la sorpresa, cariño? —pregunté captando su atención.

     Me miró con aquellos orbes profundos.

     La intensidad de mis latidos se convirtió en una amenaza de inminente presunción, atada a mi vanidad. Entrelazó los dedos de nuestras manos y comencé a temblar.

     ¿Por qué seguía provocándome de esta manera?

     —La estás viendo. —Se acercó inhibiendo mis latidos—. Quiero que me conozcas, toda una vida me he negado a quien soy para protegerme de los comentarios y el rechazo. Contigo es diferente.

     Acaricié su mejilla, donde hace una hora había dejado un beso.

     —Todos lo hicimos alguna vez —respondí cerrando el álbum.

     —No, tú no. Estás lleno de valentía y fuerza. ¿Alguna vez te has mirado al espejo? —apuntó bajando la mirada—. Porque de ser así, entenderías que no te merezco.

     La punta de mi nariz tocó la suya.

     Respiré y exhalé, liberé a la par todo lo que sentía.

     —Nos merecemos —repliqué sumido en mis complejos.

     —Eso es lo que me encanta de ti —aseguró acariciando mi mejilla―. Todo tú eres perfecto, y ni siquiera lo sabes.

     Cerré los ojos, dejándome amar. Saboreando por primera vez la felicidad.

     —Byron ―clamó, llamando mi atención.

     Suspiró en medio de nuestras respiraciones aceleradas.

     —Me salvaste, Jordán ―confesé, besando sus labios―. Me rescataste, tomaste mi mano con fuerza y me ayudaste a salir. Estaré en deuda contigo toda mi vida.

     Sonrió.

     —Perfecto ―contestó―. Porque para ser sinceros, no tengo pensado dejarte ir. Quiero hacer mi vida contigo.

     —Yo...—comencé con la voz rota.

     —Escúchame —ordenó, tomando mi mano—. Hace meses te dije que el amor era relativo, y es verdad. No sólo te amo. También te necesito, amarte me hace cambiar. Te admiro más que a nadie por la fuerza que tienes, porque puedo asegurarte que tú perfección va más allá.

     ―No soy perfecto.

     Ignoró lo que había dicho.

     ―Todos los días después de despertar pienso en ti, entre mis sueños te veo. Sólo a ti. Mierda, eres mío y yo soy todo tuyo. ―Rio pasando sus manos por su rostro, cuando me dejó verlo una sonrisa entre lágrimas me paralizó―. Te odié porque me hiciste amarte incluso cuando no quería, ahora te necesito para poder respirar. Sé que hice estupideces, cometí tantos errores, y te lastimé, pero lo haría de nuevo, repetiría cada paso si puedo tenerte así por el resto de mi vida.

     Algo en su actitud había cambiado.

     Más allá de su mirada había un destello fugaz, una respuesta al dolor, la llave de las cadenas que ataban mis alas.

     Más allá de su mirada estaba la libertad que tanto esperaba.

     —Te amo desde ese día que te vi por primera vez en el parque —expliqué midiendo mis palabras—. Nuestra conexión es enorme. No tienes una idea, ni siquiera la mínima idea de lo que yo sería capaz por ti.

     Sonrió con ternura.

     Ese lado de Jordán que me parecía tan distante apareció. Se hizo notar por encima de la oscuridad, atravesó su alma, y destelló, igual que un rayo de sol. Él era hermoso, imperfecto, y mío, completamente mío.

     Subí en él apartando el álbum de la cama.

     Tomó mis mejillas y se acercó a mis labios, respirando el aroma que desprendía mi piel. Besó mi alma de esa manera que no podía explicarse, demostrándome ese algo del que siempre hablaba, que no se podía ver, que no se podía tocar.

     Me recargó en la cama, colocándose encima de mí.

     Adoró cada espacio de mi cuerpo y alma, fundiéndome en él. Sus latidos estaban fuera de control, y el aire escapaba, temerario como siempre ante situaciones de peligro.

    Mi alrededor en llamas alimentó un corazón agrietado por el pasado, estaba curándome sin saberlo.

     — ¿Puedo hacerte el amor? —preguntó mirándome con timidez.

     Apartándome de él sonreí.

     Mi mundo se había salido del parámetro correcto, aunque me acostumbré a tener mis sentimientos bajo cerradura, encontré la llave correcta. Él lo era.

     Lo besé con el alma entera, dando una respuesta certera a su pregunta.

     Mi libertad estaba condicionada a la suya.

     ¿Cómo sería completamente libre si su alma ya estaba unida a la mía?

     Se separó de mí y comenzó a quitarse la camisa.

     Lo miré embelesado por la belleza masculina que escapaba de sus poros.

     Su cuerpo lleno de músculos quedó a la vista, mi corazón se aceleró, el deseo me invadió con fuerza, alejándose del fuego que ardiente quemaba mi piel. Mis manos tocaron su pecho, lo acariciaron entero.

     Sentí el despertar de mi miembro ansioso, y la necesidad de probarlo por completo, saborear su exquisita vulnerabilidad. Había más confianza entre los dos.

     Sin miedo a amarnos, nos fundimos entre el rastro de la sombra que nubló nuestro pasado.

     Temblé como la primera vez, sabía que así seguiría siendo, porque Jordán era y siempre sería el dueño de mis primeros y únicos momentos. Él único con la capacidad de hacerlos memorables.

     Me quitó la ropa a su ritmo, disfrutando de los constantes roces.

     Jordán era el desorden más bello.

     Pude ver su concentración, y la seguridad con la que su lengua se deslizaba por mis pectorales. Sentía la misma desesperación, porque quería tenerlo y pertenecerle otra vez.

     Los minutos cursaron en lindos e inocentes arrumacos.

     Entonces completamente desnudos miramos nuestros cuerpos.

     Jamás imaginé que alguien como él se enamoraría de mí, antes de conocerlo era un chico inseguro y lleno de complejos. Estaba destinado a destruirme con pensamientos que me torturaban constantemente, vivía encerrado entre rejas del pasado, esperando mi libertad y llegó, escondida en una mirada despampanante e igualmente atormentada.

     Él me miraba también como si fuera un dulce a su disposición.

     Sus ojos expresaban amor, sus labios deseo, manifestaban su admiración por algo bello, quizá lo era. No estaba hablando mi vanidad, lo hacía un corazón que sabía lo que era amar y tener la certeza de que no existía nada más perfecto que un amor correspondido.

     Me abracé a él y comenzamos a liberarnos, delirando en el amor que brillaba con luz propia, que escapaba de nuestro interior, debajo de una oscuridad tenebrosa que no tuvo la fuerza para contenernos.

     Sus manos exploraban los lugares íntimos que sólo le permitiría a él. Me aferré a su espalda, enredándome como la hiedra.

     No necesitaba de un escenario romántico para sentir esa dulce sensación, rompía las cadenas con sus besos, abría la jaula con su anhelo. Me estaba alterando como nadie lo había hecho. Aunque quisiera negarlo, quería tenerlo en mi interior.

     Caímos sobre los brazos del deseo, navegando entre corrientes de fuego.

     Escuché su voz rasposa, silenciando mis latidos, y lo vi tomar el lubricante con cautela. Todo giró, mi vista perdida en el deseo no quiso comprender, cerré los ojos mientras los suspiros escapaban de mis labios secos. Mis manos acariciaron los músculos de su espalda, el calor invadía la habitación, los jadeos resonaron en el interior.

     El cansancio rodeó nuestros cuerpos cuando él me tomó en sus brazos, sosteniendo mis bajos deseos. Cumpliendo cada fantasía húmeda.

     Mis uñas se hundieron en su piel igual que mis dientes en su hombro. Su cadera fue rodeada por mis piernas. El sonido de gemidos excitados golpeó las paredes con firmeza, transformándose en ecos profundos. Mi respiración pesada rompió barreras invisibles, ilusiones casi inalcanzables, deslizándose en la profusa lujuria de dos almas fundiéndose en una.

     Sentí como mi trasero era separado por aquel intruso eterno.

     Mis sentimientos revolotearon como alas, moviéndose sincronizadas a mis costados; libres y dispuestas. El colchón rechinaba por la fuerza de sus embestidas mientras los gritos eran ahogados en nuestros labios.

     El cabello del castaño se adhirió a su frente y mis rizos completamente desordenados se movieron disparejos por previos tirones.

     Cuando salió de mí lo empujé sobre el colchón saboreando su cuerpo con mis besos.

     Sonreí mientras me untaba lubricante, lo acariciaba dispuesto por el deseo, sumido en la lujuria del momento. Lo miré a los ojos y todas las respuestas salieron a flote, el pasado desvaneció con un beso.

     En un movimiento embestí su cuerpo, abriéndome paso en su interior.

     La habitación de Jordán se llenó de nombres sumergidos en jadeos, y en gritos de deseo que sólo un amante apasionado podría entender.

Habían pasado días desde que Jordán y yo hicimos el amor en su recámara.

     Él se estaba encargando del encarcelamiento de su padre, al parecer, según pruebas del policía que tenía a cargo el caso, ya tenían la dirección del lugar en el que se hospedaba desde hace tiempo. Era una situación que el castaño pretendía no dejar pasar, y lo entendía.

     Jordán estaba obsesionado con la idea de verlo tras las rejas, yo me limitaba a existir.

     Dominic debía recibir un castigo por el daño que nos hizo, incluyendo a su hermano menor. Carson luchó por un amor que ante la mayoría era prohibido, que terminó en malas condiciones, su traición quedaría marcada en el tiempo.

     Me había prometido a mí mismo que buscaría a su novio Trevor, y le contaría sobre el asesino, quizá estaba desesperado por saberlo. Imaginaba que, de ser posible, también estaría dispuesto a testificar.

     La homofobia era la excusa de algunas personas para justificar su agresiva intolerancia.

     Mientras caminaba por una calle regresé al presente.

     Necesitaba atender un asunto que ignoré por mucho tiempo, la determinación y el amor me protegían. Mi corazón siguió palpitando fuertemente, el viento acarició mi rostro con su aire tibio.

     El sol había llegado a un punto oscuro, casi púrpura.

     Ese atardecer de entre todos resultó hermoso cuando lo miré con detenimiento, la visión de mi futuro se acercaba cada vez más. Las nubes azuladas y grises esclarecieron eternas sobre el cielo, el firmamento era perfecto en su altura permanentemente lejana.

     La avenida Chesterfield se notaba cercana y el sentimiento de pesar invadió el cielo, rodeándome por completo.

     Habían pasado años desde la última vez que hablamos. El nerviosismo me atravesó como una daga, atacando un punto en mi corazón. Aquellos recuerdos cariñosos envolvían mis ideas, convirtiéndose en intrusos que buscaban detenerme.

     Quise regresar de dónde venía, y alejarme de ahí, pero cuando estaba dispuesto a marcharme su mirada se cruzó con la mía.

     El pasado me atravesó, y se fundió con mis miedos, desbordó sin consuelo.

     Mi madre me observó desde el otro lado de la calle, permanecía estática afuera de la cafetería en la que me había citado; su mirada apenada comenzó a crear una terrible sensación de tristeza en mi interior.

     Recordarla como una heroína se volvía innecesario a cada paso.

     Se plantaba ahí, frente a mí, como una estampa envuelta en sombras. Entrecerré los ojos, porque el sentimiento que en mi pecho se escapaba, tenía otra intención.

     Respiré profundamente y atravesé la calle que nos separaba, escondiendo en los bolsillos de mi pantalón, mis manos completamente trémulas.

     Bajé la mirada al acercarme, el pasado golpeaba de nuevo y el dolor quiso manifestarse en lágrimas. Los recuerdos sobrevolaban a mi costado, se aferraban a mi espíritu, a los restos que de mi corazón le había dejado a ella.

     Furtivas miradas en el espejo, preguntándome constantemente el error que tenía en la cabeza. Sonrisas hipócritas que escondían una inmensa tristeza.

     Me escondí por muchos años, negando mi naturaleza, negándome a mí. Un día, cansado y furioso, liberé mi alma de la jaula de oro que yo mismo construí.

     ¿Por qué no pudo amarme y protegerme cuando más la necesitaba? ¿Por qué después de tanto tiempo se atrevía a buscarme sin ninguna razón?

     Era una respuesta que tal vez nunca podría oír.

     Llegué a ella y la miré a los ojos, guardando mi rencor.

     —Hola, mamá.

     No pretendía que mi voz se escuchara tan rota.

     Tras la mirada marrón ya no había desprecio. Alrededor de una sonrisa cálida, el amor como muestra de rebeldía, se atrevía a derramarse.

     Mi madre me estrechó entre sus brazos llorando desconsolada.

     En ese instante todos mis recuerdos se borraron, quebrándose en el borde de mi anhelo. Uno por uno fueron remplazados, endulzados, se abrió una nueva brecha que los lanzaba a un acantilado. Entre sus brazos, el amor acababa con los prejuicios, se atrevía a protegerme contra el miedo.

     Era mi madre, la única mujer que debería amarme incondicionalmente.

     —Perdóname —suplicó, rompiéndome por el arrepentimiento en su voz—. Perdóname, por favor.

     Lágrimas se acumularon en mis ojos, quería llorar frente a ella, contarle todo lo que había sufrido, que me consolara con sus palabras reconfortantes.

     Necesitaba a mi verdadera madre, a la heroína que siempre procuró mi bienestar, al ángel que se sacrificó para darme su consuelo en cada pesar.

     Me separé lentamente de ella y sonreí incómodo, era una extraña para mí, aunque esa desconocida fuera mi madre. No había mascaras entre los dos, pero sí un enorme abismo.

     Entramos a la cafetería para sentarnos y observé su nerviosismo, huía constantemente de mi mirada y parecía que quería decir algo, seguía siendo una mujer insegura.

     Quizá estaba más alterada que yo.

     Después de tanto tiempo, mi madre me había buscado para pedirme perdón.

     Su cabello rizado creció, se veía algo familiar, una extraña con ese lazo en particular. Aquellos oscuros y grandes ojos miraban mi rostro, analizando el contorno, buscando expresiones pintadas. Nadie podría conocerte mejor que una madre, y eso lo sabía a la perfección.

     Me forcé a sonreír.

     — ¿Cómo has estado? —pregunté notando como miraba sus manos, parecía curiosa, igualmente indecisa.

     En sus labios resecos el labial parecía haberse usado deprisa.

     Aún, dentro de ella, existían restos de inseguridad.

     —Muy mal. No he parado de arrepentirme por dejarte cuando más falta te hacía —explicó con una mueca—. Soy tu madre, cuando naciste juré protegerte siempre y dejé que el mundo te enseñará una lección. Una que no tenías porque aprender en ese momento.

     Asentí, de pronto afligido.

     —Lo sé.

     —Cuando me enteré que eras homosexual me asusté. Estaba demasiado enojada con la vida por ser tan injusta —explicó buscando mi mirada—. Creía que sufrirías, y por eso me comportaba así. Pensaba que con mi actitud en algún momento cambiarías, pero no lo hiciste. Me equivoqué.

     Lamenté en ese entonces no ser el hijo que ella esperaba.

     —Eso ya está olvidado —musité en voz baja porque intentaba creerlo del todo—. ¿Cómo está mi hermana?

     —Te extraña, no ha podido perdonarme —comentó perdida en sus pensamientos como siempre lo hacía antes de hablar—. ¿Volverás a casa?

     Negué con la cabeza, bajando la mirada un instante.

     —No puedo —respondí con una sonrisa—. Tengo una vida aquí y un novio que me ama. He comenzado una historia que no quiero terminar.

     —Entiendo —apuntó tomando mi mano sobre la mesa—. Al menos déjame recuperar tu cariño. Quiero ser tu madre.

     Apreté los labios, intentando evitar, lo mucho que sus palabras podían lastimar.

     —Siempre serás mi madre ―aseguré, aceptando el trato―. No puedo decirte en que tiempo, pero podemos lograrlo, ya lo verás. Necesitamos conocernos mejor.

     —Esperaré, pequeño. Sólo déjame intentarlo. —Se levantó mirándome vacilante—. ¿Puedo abrazarte?

     Importándome poco el pasado me acerqué a ella, envolviendo mis brazos alrededor de su cuerpo esbelto y cansado, esas manos que me acariciaban cuando era un niño en ese segundo me sujetaban con fuerza, temerosas.

     Decidí que podía perdonarla, y amarla, porque ya no podía sentir rencor.

     Los dos lloramos por el tiempo desperdiciado y el dolor de un pasado compartido. La tristeza del recuerdo se filtró en mis venas y corrió en forma de torrente, lágrimas inundaban mi visión y el pasado comenzó a desvanecer.

     No me rechazaba. Sí me amaba.

     A pesar del daño que muchos podían hacerme, y el infierno que me hizo vivir mi mamá, la perdoné. Incluso cuando intentó con su decepción convencerme de que no era libre.

     Sonreí en medio de nuestras lágrimas.

     Todo estaba solucionándose, el destino quizá ya estaba jugando a mi favor.

     Mi madre regresó, para amarme, para armar lo que en su momento con su rechazo rompió.

     Algo vibró en mi bolsillo, y me separé de ella lentamente.

     Decidió alejarse para darme privacidad, no sin antes acariciar mi mejilla. Cuando me interrogó sobre el mensaje en el móvil, sonreí dejando que el entendimiento llegara a su cabeza.

     Era de Jordán.

El amor floreció en dos miradas asustadas y sumidas en la oscuridad. Lo supimos desde el primer momento.

Nuestro amor sería eterno.

Búscame en donde todo comenzó. Ann tiene algo para ti en el departamento, úsalo. No seas testarudo. Te verás más guapo de lo que ya eres.

Esta noche nuestro amor será inmortal.

Te respiro, Byron.

Jordán.

     Levanté la mirada observando el atardecer alejándose de la ciudad con sutileza y lentitud, muriendo frente al anochecer que estaba por tomar su lugar. Una dulce sensación se alojó en mi corazón palpitante.

     Mis manos vibraron mientras guardaba el móvil en mi bolsillo.

     Me gustaba esa faceta de romántico empedernido. Esperaba poder recompensar tanto amor.

¿Qué estás tramando, Jordán?

     Miré la luz del sol siendo engullida por la oscuridad, pensaba en el futuro constantemente y parecía llegar deprisa. Olvidé que el tiempo no pedía permiso, que estaba acostumbrado a avanzar.

     Quizá mi arcoíris ya estaba cerca.

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¡Hola colibríes!

*retumbar de los tambores*

Regresó su escritor más querido, ya sé que me odian por el drama y eso, pero yo los adoro por todo lo que hacen. En verdad que me siento muy contento, ya que...

Próximamente el gran final.

Bueno, estas son las indicaciones. El próximo fin de semana publicaré, el final y el epílogo al mismo tiempo puesto que pretendo que la esencia del capítulo final no se pierda. Así que espérenlo, yo sé que lo harán con ansías.

Este fue el penúltimo capítulo. Les agradezco en verdad por acompañarme en esta travesía que fue una gran aventura para mí.

Estoy seguro de que adoran a mis chicos. Yo lo hago también.
¿Qué les pareció el capítulo?

Lo mejor está por llegar.

Jordán tiene algo especial preparado.

Eso es todo por hoy. Nos vemos el próximo fin de semana, espero ser puntual. No me maten.

Queda de ustedes.

WingofColibri


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