23 | Cuenta pendiente

Las semanas discurrieron motivadas por el tiempo, avanzaban incapaces de detenerse y esperar a que tomara un respiro, el destino no estaba dispuesto a retrasarse después de todo. Ya nada podía cambiarlo.

     Mi corazón seguía latiendo por su mirada, y la vista panorámica era clara, aquellas turbias imágenes fluían en mi cabeza cuando recordaba lo que había pasado hace un mes en esas cuatro paredes. La desesperación del encierro, el frío de su actitud, tan agresivo, tan violento.

     El miedo en verdad era relativo y un riesgo enorme hablando de amor. Un sacrificio sin condición.

     Jordán y yo estábamos mejor que nunca, durante todo ese tiempo disfrutamos de una relación feliz, un romance que comenzó mal, pero llegó en un segundo necesario. Seguíamos avanzando, fortalecíamos tenues contrastes, construimos con esfuerzo, ese final por el que tanto luchábamos.

     Dominic, su padre, desapareció de la faz de la tierra. A pesar de la denuncia en su contra, aún estaba prófugo. No le convenía regresar, tenía ya cargos impuestos.

     Marcel se alejó de nosotros en cuanto se enteró de nuestra relación, después de aquello, él ya no tenía mi confianza. Su presencia era una sombra, una marca del ayer. Sin embargo, mi mejor amiga Ann, aunque inconforme con la actitud del castaño en el pasado, apoyaba incondicionalmente todo lo que me hiciera feliz. Le hizo ver hace una semana, que de volver a lastimarme le cortaría las bolas. Scarlett hablaba con nosotros al teléfono, de vez en cuando.

     Las cosas mejoraron.

     Debía reconocer que en muchos años no me había sentido así.

     Observé la calle por cuarta vez en el día, seguía completamente vacía.

     El invierno terminó dejando atrás el rastro de su desasosiego, el cumpleaños del castaño había pasado antes de conocerlo, pero el mío, inesperado y certero, se acercaba cada vez más. Podría presumir por primera vez de mi suerte, encontré al amor de mi vida en un nido de oscuros impedimentos y aquí estaba, esperando su llegada para la sorpresa que me tenía preparada.

     El sol de una mañana tranquila resplandeció en la cúspide, los edificios lejanos a las nubes permanecían inertes bajo su presencia. Hace horas que el periódico en mis manos dejó de interesarme, cuando la impaciencia se alojó en mí y mi pie derecho no paró de golpear el piso. Mirar el horizonte esperanzando tampoco me calmaba.

     Sentado sobre la acera, afuera de mi edificio, seguí mirando la calle.

     ¿Dónde demonios estaba Jordán?

     Resoplar, en momentos, me hacía sentir hastiado.

     La soledad del día se vio opacada por el sonido de un motor, feroz y agresivo, haciéndose notar sin tenerlo como objetivo. Se veía dominante desde lejos, un automóvil imponente en apariencia.

     Aprecié frente a mí un Audi R8, el color de sus ventanillas polarizadas mantenía nublada la vista del conductor.

     Me levanté para mirarlo mejor.

     El color del vehículo asimilaba a la plata fina de un cubierto bajo el rayo del sol, el ímpetu que lo envolvía transmitió emociones justo en mi centro. Nunca me gustaron los automóviles, pero algo en él resultaba inevitablemente único.

     El Audi avanzó en mi dirección, acelerando su andar.

     Me levanté de la banqueta, asustado por el sonido del motor y avancé hacia atrás, dejando espacio entre la carretera y mi cuerpo. Esperé el retorno del vehículo, pero frenó en seco y volvió a acelerar, buscando asustarme por segunda vez.

     Comprendí que deseaba molestarme.

     Fruncí el ceño cuando frenó de nuevo. No tenía la paciencia suficiente para quedarme callado, pude comprobarlo.

     Caminé hacia la ventanilla con la furia atascada en la garganta y golpeé el parabrisas, sujetando la convicción suficiente y el coraje necesario para hacerlo pedir disculpas. El cabello azabache caía sobre mi frente en movimientos insistentes, y caracterizado por su rebeldía nata.

     Mis labios estaban preparados para soltar ofensas en su contra.

     El parabrisas bajó lentamente y mi pulso se aceleró.

     — ¿Qué crees que haces, idiota? —comencé mientras con mi mano apartaba el mechón de rizos que cubrían mi visión—. Por poco me atropellas.

     Mi mirada se fundió en una de un color tan intenso como la luz del amanecer.

     El cabello de Jordán se deslizó sobre sus cejas pobladas, y sus orbes ámbar vibraron en cada parte de mi ser. Respiré profundamente, tranquilizando la furia que hacía algunos segundos corría por mis venas en forma de lava.

     Sonreí cuando él comenzó a reírse.

     Acomodé el saco de momento nervioso por su perfecto atractivo, mi interior se removió dentro de sus ojos que, analizaban mi vestimenta con firme precisión.

     —Compraba un auto —respondió a mi pregunta, el rojo invadió mis mejillas—. Te ves muy guapo, mi amor.

     Suspiré recomponiéndome.

     ― ¿Compraste un auto? ―solté, incapaz de pensar en algo más.

     Encogió sus hombros.

     ―Mi padre ya no está... ―murmuró, mirando el volante―. Puedo hacer uso del dinero que tenía en efectivo mientras se resuelve su situación legal.

     Pensar en él, traía a mi mente los recuerdos.

     Mi pulso iba a mil. Emociones diversas susurraban incordios alrededor del aire. Él también se veía perfecto. Su camisa roja se ajustaba con soltura a los músculos de su cuerpo y los primeros botones desabrochados le permitían a mi vista llena de lujuria, indagar más allá de un pecho parcialmente descubierto.

     — ¿A dónde iremos? —pregunté logrando que su mirada se encontrara con la mía.

     Mordí mi labio inferior. Se veía tan atractivo cuando hacía eso.

     —Prometí que sería una sorpresa —mencionó después de salir del vehículo.

     Acorraló a su presa con los brazos a los costados del automóvil, y el cuerpo demasiado próximo a sus bajas intenciones.

     Tragué en seco, regulando mi respiración.

     Desabrochó un botón de mi saco y miró mi piel desnuda. Esa hambre que tras el amor se alimentaba, me dejaba sin aliento.

     —Así se ve mucho mejor.

     Se acercó lentamente, respirando los suspiros que escapaban de mis labios. En su cercanía, la fuerza se me iba.

     Me besó apasionado, como un adolescente experimentando el amor. Devolví el beso con aún más desenfreno, saboreando los contornos de su boca, y el deseo hundido entre los fuertes brazos de mi novio. Se convertía en una costumbre que dejaba mi alma varada en medio del amor y el deseo.

     Éramos libres, qué importaba ya la manera en que demostráramos nuestro amor. Podíamos saborear ese privilegio.

     Coloqué mis manos en su pecho y lo empujé suavemente, ya lejos de mí empecé a respirar.

     Avancé hacia el asiento del copiloto abrumado por las emociones, alterado. En zancadas llegó más rápido y abrió la puerta. Sonreí bajando la mirada, mientras me sentaba pude apreciar su andar despreocupado y me sentí terriblemente afortunado, contento por tenerlo.

     Miré el interior de mi dolor, ya no había nada. Era libre de mis miedos. Él se mostraba para mí.

     ¿Cuál sería su sorpresa?

     El vehículo aceleró cuando Jordán abordó.

     Conducía por las calles dejando que la luz del sol acariciara su rostro.

     Lo miré concentrado en el camino, su frente se notaba fruncida y sus labios en una perfecta línea atravesaron mis pensamientos. Tan guapo, el color de sus ojos ámbar resplandecía siendo incluso más brillante que una estrella. Las venas que resaltaban en su cuello me hicieron pensar en su forma física, alto y lleno de músculos. Analizando aquel perfil recto y perfecto entendí que aún seguía sin conocerlo. Existían muchos secretos que lo rodeaban, era un enigma profundo para mí incluso después de haber sido tan transparente.

     Quizá ya estaba perdidamente enamorado de él y mi cordura se limitaba a cero, quizá esa jaula que alguna vez fue de acero, se rompía al vencer su miedo.

     Hice una lista mental de lo mucho que de él me encantaba admirar.

     Me enamoré de su manera de caminar, aquella que demostraba poder justo como si quisiera dejar en claro su presencia, hacerte saber que estaba ahí. Me enamoré de aquellos labios curvos, un tipo de sonrisa boba y sosa que podrías mirar sin cansancio, porque el día podría ser oscuro y ese simple gesto lo iluminaría en tan sólo segundos. Me enamoré de su mirada, esperando no caer en la eternidad de un momento, detener segundos y aislar el tiempo, era imposible, su mirada tenía ese algo, esa chispa que ninguna otra alguna vez tendría. ¿Y qué si el color de sus ojos era bello? ¿O las constelaciones quedaban cortas con la luz de sus ojos ámbar? Amaba lo que los poetas envidiaban, la belleza pura e inocente, de un hombre sin mascara.

     Me enamoré de su risa, aquella melodía en tonos vibrantes y lúcidos, mi canción favorita, porque yo podía ser agua y fuego, derretirme y encenderme cuando él quisiera. Me enamoré de sus frustraciones, y de sus miedos. Me enamoré de su voz, peculiar o no, para mí era perfecta. ¿Qué no era perfecto para mí mientras le perteneciera?

     Me enamoré de los pequeños gestos, los que nadie se tomaba el tiempo de mirar, la sonrisa espontánea y diagonal cuando estaba a punto de reír, la aparente falta de sueño cuando quería esconder su tristeza, el gesto con parpadeos cuando pensaba que nadie le veía y por supuesto, aquel constante movimiento de sus piernas. Adoraba cuando los dedos de sus manos permanecían en su boca, siempre mordiendo sus uñas, jamás me había parecido un gesto atractivo hasta que lo vi en él. Me enamoré de su interior, de sus sentimientos y emociones, de sus virtudes e imperfecciones.

     Me enamoré, así de simple, me enamoré de lo mucho y de lo poco, de la virtud y el defecto. Estaba enamorado de él.

     Supe que ya no me importaba conocer a nadie más. Había encontrado la razón de mi existencia.

     Volteé a mirar por la ventana; la ciudad transcurría en imágenes borrosas, causa factible de la rapidez con la que el vehículo avanzaba.

     Jordán miraba el camino, su concentración me hacía pensar en la prisa que debía tener por llegar.

     —No me gustan las sorpresas y lo sabes —dije mirando como el barrio de Columbia Británica desaparecía.

     —Ese es el problema, yo sé mucho de ti.

     Suspiré resignado a su abstinencia.

     Jordán era un universo de secretos, pero tendría el resto de mi vida para comprender cada uno de ellos.

     Mi amor por él ya era inmortal.

Mis ojos se abrieron lentamente cuando el sonido de cosas cayendo resonó por toda la habitación. Sábanas rodeaban mi cuerpo, y mi cabeza de momento ligera, se sintió herida.

     Aparté de un sólo movimiento la delicada tela, repasando entre mis dedos su suavidad. Lentamente me levanté dejando que mis ojos resecos e hinchados se acostumbraran a la luz del sol que se regaba por las ventanas.

     El sonido permanecía constante, y la determinación a saber que sucedía palpitaba en mi interior, despertando mi curiosidad.

     Avancé hacia la puerta no sin antes echarle un vistazo a la ropa de Jordán sobre el piso. Sonreí, siempre terminaríamos así cuando estuviésemos juntos.

     La perilla de la puerta giró cuando mi mano la movió, mi pulso se elevó y algo en mi corazón se sintió diferente, era como si un nuevo espacio que desconocía estuviese ocupado por alguien más. Salí de la recámara completamente confundido, era una casa distinta a mi departamento en el edificio.

     Miré todos los rincones buscando algo.

     ¿Qué estaba haciendo?

     Caminé a pasos lentos en dirección al sonido.

     Un cristal se rompió del otro lado, después un plato, le siguió un vaso.

     ¿Dónde estaba?

     Risas, también se escuchaban risas, llenas vida, desbordando alegría.

     Atravesé el pasillo dispuesto a preguntarle a Jordán sobre aquel lugar.

     Entonces lo vi, mis ojos brillaron con fuerza, suavizando la dureza que seguro mostraba mi rostro por el recién despertar. Mi corazón saltó de mi pecho, orgulloso. Algo en aquella imagen detuvo mi respiración, paralizando el escaso movimiento de mis piernas.

     El tiempo ya no podía fluir, todo se concentraba y explotaba en emociones diversas que era incapaz de comprender. Mis manos temblaron de repente ansiosas. El color borroso cobró vida frente a mí, todo mi mundo se concentró en las dos miradas que se fijaban en mí.

     El ámbar les rodeaba como una gota de agua partida a la mitad.

     Jordán sonrió cuando me vio llegar y el niño entre sus brazos se rio con fuerza, estirando los brazos en el aire. Lágrimas se acumularon en mis ojos, la nueva sensación que no podía comprender floreció dentro de mi pecho, volviéndose clara.

     Me acerqué lentamente y mis pies parecieron hechos de plomo, me sentí repentinamente pesado porque un espacio en mi corazón revoloteó emocionado cuando observé la sonrisa del pequeño.

     El niño acercó su manita a mi mejilla, la colocó con ternura sonriendo aún más, como si yo fuera lo más hermoso en su vida. Jamás me sentí tan especial.

     Puse mi mano sobre la suya, reconociendo el tacto de dos almas compartidas por un lazo importante. El cabello rizado se notaba diminuto, era de un color tan castaño que brillaba debajo del sol, su mirada ámbar tenía un apreciable contorno marrón.

     Comencé a llorar después de comprender la situación.

     En un susurro, aquellos delgados labios rosas, pertenecientes al pequeño castaño sonrieron y soltaron una palabra que derribó las barreras que rodeaban mis alas.

     El enigma se quebraba frente a mí.

     —Papá —dijo con su dulce voz, filtrándose en mi corazón.

     Miré al amor de mi vida y tomé asustado la mano que me ofrecía.

     Entrelazó nuestros dedos, estirando un brazo para abrazarme, y también al niño que nos rodeaba con sus pequeños brazos. Cerré los ojos concentrándome en mi sabio subconsciente, aquella voz madura que siempre me acompañó.

     ¿Por qué palpitas tanto si sabes que el amor no te gobierna?

     La respuesta llegó por parte de mi corazón.

     Porque soy incapaz de sentir algo más.

     —Despierta, amor. —El constante movimiento de Jordán provocó que levantara los párpados de golpe—. ¿Ya te he dicho que incluso dormido eres muy guapo?

     Lo miré adormilado, aún confundido por la fantasía y mi realidad.

     En su mirada aprecié el recuerdo del pequeño niño.

     Todo había sido un sueño.

     Me levanté del asiento y salí del automóvil que ya se encontraba estacionado en la acera de una casa. Abracé la cintura de Jordán emprendiendo el camino.

     ¿Era acaso una visión del futuro?

     La mansión frente a nosotros resultó terriblemente fría. El enorme sendero de rocas apiladas se elevaba en un diseño fino hacia las puertas, y los árboles que rodeaban la gran casa mantenían su tenacidad sobre el suelo. Su color blanco parecía desde lejos demasiado intenso, podría pensar que era una muestra de aquellas mansiones impresas en revistas.

     Observé a Jordán, pareció dudar antes de hablar.

     — ¿Por qué repetías "mi amor" en tu sueño? —preguntó trayéndome a la realidad.

     Sonreí.

     —Soñé contigo.

     —Ah, ¿sí? —murmuró acariciando mi nariz con la suya―. ¿Desnudos?

     Rodeé los ojos, y comenzó a reírse.

     Carraspeé, recordando con anhelo, lo mucho que esa imagen me dio de felicidad.

     —Una familia, teníamos una familia. También una casa diferente a cualquiera que hubiese visto —comenté mientras caminaba hacia las puertas―, y un pequeño niño con los rasgos de los dos. Jordán, era hermoso. Se parecía a ti.

     Su gesto de sorpresa se hizo ver deprisa.

     ―Si queremos que sea hermoso, debe parecerse a ti.

     El castaño se detuvo a la mitad del camino, y me estrechó entre sus brazos, acariciando mi cabello con dulzura. Respiró sobre la curva de mi cuello y lo abracé fuertemente, creyendo en la unión que nos mantenía vivos.

     Mi alma se sintió ligera como en mi sueño.

     El futuro seguía estando lejos, pero ya tenía al compañero que tanto había buscado, esa pareja eterna que pensaba existía en las historias ficticias. Llegó tan deprisa y no lo entendí hasta ese momento.

     Mi visión del futuro se hacía pequeña, Jordán era el compañero con el que quería compartir la eternidad.

     —Te amo, Byron.

Si pudieras leer mis pensamientos sabrías que todos ellos son sobre ti.

     —También yo, mucho más de lo que imaginas.

     Jordán miró su reloj demostrándome que en verdad tenía prisa.

     Una sonrisa divertida y traviesa llamó mi atención, cuando me tomó de la mano mi vientre se encogió. Corrió en dirección a la entrada.

     Entonces los aspersores enterrados en el jardín comenzaron a disparar agua por todas partes. Cada uno conectado al otro, en una danza de gotas sincronizadas, creando olas artificiales que golpeaban con su humedad nuestra ropa.

     Reímos con fuerza mientras el agua empapaba los intentos por escapar, y fue así como observé detenidamente los chorros lanzándose como brazadas por encima de nosotros.

     El paisaje se levantaba frente a nosotros. El sol reflejaba luz en el agua y pude ver un arcoíris en medio del desastre, resplandeciendo, atravesando a la oscuridad, partiéndola a la mitad.

     Los colores diversos, casi inentendibles me relajaron.

¿Se había ido la tempestad?

     Tropecé con un Jordán igual de torpe que yo.

     Caímos sobre el césped y mi corazón se aceleró cuando lo sentí encima de mí. Detrás de su cabeza el agua seguía cayendo.

     Era perfecto, un sueño hecho realidad.

     —También quiero tener un hijo contigo —comentó después de terminar de reír—. Podemos recurrir a un vientre.

     Sonreír ya no era suficiente. Lo besé.

     —Y yo quiero ser tuyo por el resto de la eternidad.

     Su respuesta, en forma de sonrisa, palpitó frenética en mi interior.

     Me besó debajo de esa lluvia artificial que caía sobre nuestros cuerpos, y noté la irónica situación. Nuestro amor floreció en la tempestad, bajo una oscuridad desconcertante, se resumía a distancias lejanas y todo por él, porque fui capaz de ver su interior.

     Porque tuvimos el valor suficiente para luchar, estábamos hechos de cicatrices que nos encaminaron a este destino. No más heridas.

     —Hace tiempo me preguntaste el porqué de mi amor por ti —reveló sonriendo—. Yo también quiero saberlo.

     Parpadeé, intentando sostener su intenso mirar.

     —Sólo sentí que debía amarte.

     — ¿Cómo? —preguntó ladeando la cabeza en un gesto tierno.

     Cerré los ojos, el rubor se extendía por mis mejillas.

     —Pude verlo —contesté hundido en los recuerdos—. Sabía que tenía que enamorarte.

     Rodó los ojos, y sentí que era la primera vez que lo veía hacerlo, incluso así, era un gesto perfecto.

     —Explícate —soltó irritado—. Vamos, dime algo romántico. Así, improvisado.

     Recordé lo que, en mi habitación, en una hoja de papel, había escrito hace tiempo que, con tinta negra, y en caligrafía fina, se notaba legible.

    Pensé que ese podría ser un buen título para todo lo que viví con él.

     En cinco palabras, mi existencia, y realidad, tenían un ligero declive.

     —Más allá de tu mirada—susurré besando su mejilla, marcando el momento—. Ahí, estaba la respuesta que tanto necesitaba.

     Su parálisis empezó a preocuparme.

     ―Vaya ―comenzó, y sentí que el rubor se extendía por completo―. Eso fue más intenso de lo que esperaba.

     Y reímos, motivados por el cursi momento, ataviados de gotas de una lluvia falsa. Enamorados como muchos, pero libres como pocos.

     Mientras sus orbes se entrelazaban con los míos, prometí en caligrafía implícita que protegería nuestro de amor de todos los obstáculos que faltaban por cruzar.

     Los verdaderos romances empezaban con corazones rotos buscando completarse.

     Nos levantamos después de besarnos un rato. Nada podría contra nosotros.

     Corrimos en dirección a la casa, intencionalmente deseábamos deshacernos del frío helado que, a pesar del día, calaba en nuestros huesos.

     Miré la puerta frente a mí, y me sentí intimidado hasta la médula.

     La estructura era intimidante, mi mano sostuvo la de Jordán y los nervios se esfumaron, me sentía como un colegial que conocería a los padres de su novio. A diferencia de esa versión joven de mí, estaba nervioso por conocer los secretos que hasta ese momento permanecían detrás de su barrera.

     La puerta se abrió, dejándome ver el interior de una mansión gigantesca.

     Apreté la mano de mi amado y me obligué a caminar con él, siguiendo sus pasos seguros.

     El escepticismo rodeaba el aura de su entrada, la apariencia era por demás moderna y contemporánea. Su casa era más fría que el exterior, aquel arcoíris había desaparecido y la oscura penumbra ocupaba el espacio. Me sentí terriblemente triste al comprender que en este lugar vivió por tanto tiempo.

     Avanzamos hacia su habitación subiendo las escaleras en zancadas.

     El agua se impregnó en mi piel y el gélido aliento de la casa nos congeló, necesitábamos urgentemente quitarnos la ropa.

     Su recámara estaba tan cerca que el aire se escapó, su colonia embargó mis sentidos.

     Los nervios me dominaron, sus secretos serían revelados y no sabía si me encontraba preparado para conocerlos. Mi corazón empezó a palpitar a una velocidad extrema, sujeta a la parte emocional que provocó mi nerviosismo. Cuando no supe cómo reaccionar, aparté un mechón de cabello rizado que cayó por el agua.

     Jordán giró la perilla, aguanté la respiración.

     El color de la habitación era tan distinto al resto de la casa que me quedé paralizado, cautivado por la belleza escondida. Parecía un portal, una muralla que dividía su cuarto, como si fuera otro lugar.

     La diferencia entre la libertad y la opresión.

     Atravesé el umbral después de mirar que el castaño avanzaba hacia el interior, su aroma gobernaba el ambiente, me hacía sentir en casa.

     Me acerqué lentamente a la cómoda donde una fotografía reposaba deslumbrante.

     Su mirada joven me devolvió la vida. Era él.

     Un pequeño Jordán sonreía en mi dirección, se veía diferente, tan distinto y alejado a la realidad que por un momento pensé en otra persona. El gran secreto estaba ahí, inerte y expectante, descansando sobre un marco de plástico con decorados infantiles.

     El amor de mi vida se acercó a mí, y su proximidad me hizo entender.

     No podía descubrirlo por completo porque nunca terminas de conocer a una persona, comprendes el lado positivo y aceptas que existe uno también negativo; dos lados, dos caras distintas que podrías ver o jamás conocer. Sin embargo, lo que era verdaderamente importante estaba detrás de mí, conocer sus imperfecciones y amarlas tanto como a él, entendiendo que ellas lo hacían ser quien era.

     Entendía que me equivocaba al pensar que no lo conocía.

     Siempre dejé que Jordán me mostrará sus dos fases y me enamoré de ellas por igual.

     Ya no había palabras suficientes para describir lo mucho que lo amaba.

     —Mi madre la tomó cuando era un niño —explicó mirando la fotografía, ignorante a mi felicidad.

     Había encontrado la respuesta del enigmático amor.

     — ¿Dónde está ella? —pregunté queriendo conocer cada aspecto de su vida.

     Quería saber más, mucho más, quería saberlo todo.

     —Abandonó a mi padre después de que mi tío murió.

     Bajé la mirada avergonzado por la pregunta, la cuestión me dejaba fuera de contexto. La vergüenza me colocó en una posición incómoda.

     Él levantó mi rostro con delicadeza y me miró fijamente, ahí estaba el Jordán del que me enamoré. Estuvo escondido debajo de las sombras que cubrían su mirada.

     Pude apreciarlo en sus momentos vulnerables, pero así, cerca de mí, sin una muralla de por medio, sonreía como jamás lo había visto. Comprendí entonces que no era la habitación, era yo y el amor que sentíamos el que hacía que Jordán mostrara su verdadero ser.

     Se acercó a mí con intenciones de besarme.

     De pronto un sonido quebró la atmósfera mágica que el momento creó, remplazando la seguridad por miedo.

     Salimos de la habitación en busca del causante. Bajamos las escaleras deprisa con la incertidumbre atestada en el pecho.

     La puerta de la entrada estaba completamente abierta y la perilla rota, en la oficina de la izquierda el ruido cesó, alargando las ideas que llegaban a nuestras mentes confundidas.

     Alguien había entrado. Nadie más que su padre tenía motivos para llegar.

     Caminamos sigilosamente hacia el despacho, analizando el interior destrozado; papeles tirados sobre el piso y una ventana rota, además del constante forcejeo que parecía hubo en la alfombra.

     Jordán se dirigió al escritorio, buscaba algo que desconocía, cerraba y abría cajones desesperado por encontrar. Se le veía preocupado.

     Me agaché para recoger un papel sobre el piso, de entre todos ese llamó mi atención por la decoración típica de una ceremonia nupcial. En un marco de flores doradas, el papel blanco, llamaba a abrirse.

     Revisé el reverso y la diminuta caligrafía, impresa en el estampado, detuvo mi respiración.

La felicidad llegó a nuestros corazones después de un camino oscuro, grietas y baches, obstáculos que detuvieron nuestra marcha, pero jamás el amor. Te invitamos a nuestra boda para compartir contigo lo que nos unió.

Carson Savage & Trevor Xander.

     Los dos nombres hicieron un agujero en mi corazón, comenzando a unir las piezas me volví hacia Jordán que sostenía un estuche pequeño y parcialmente roto.

     —Mi padre me contó que mi tío murió en un asalto, dijo que la bala había atravesado en medio de su frente, un tiro limpio —relató perdido en sus recuerdos—. Regresó en la misma noche completamente borracho, y cuando vi algo en su saco me golpeó.

     La comprensión llegaba para arrastrarme al infierno del que pensé había salido.

     —Tu tío iba a casarse —repliqué con la invitación en las manos―. Tu padre lo sabía. Tenía esto aquí.

     Jordán se acercó y tomó el papel. Mientras leía el contenido su gesto se volvía triste. Una lágrima descendió, preocupada, alterada.

     En la profundidad de esa mirada, la sorpresa se llenaba de agua.

     —Me mintió —aseguró soltando sollozos—. Mi padre asesinó a mi tío.

     La noticia no me tomaba por sorpresa, era de esperarse viniendo de un hombre que era capaz de atentar contra alguien sólo por odio.

     —Lo siento tanto.

     Se volvió hacia mí con la boca entreabierta, sus parpadeos mostraban el miedo que en su voz no quería revelar.

     —Byron —susurró sosteniendo el estuche.

     Un nudo en mi garganta se formó y me robó el aire.

     — ¿Qué es eso? —pregunté confundido.

     Me miró, el pánico pudo leerse en su rostro.

     Recordé el arcoíris justo cuando mi corazón comenzó a temblar.

     La promesa palpitó dentro de mi pecho, concentrada en su mirada atemorizada, la tempestad estaba por terminar, y el final apenas comenzaba, el futuro seguía lejos, aunque cercano a un desenlace fatídico.

     El destino sacaba una última carta de la manga.

     La felicidad aún no florecía porque la oscuridad seguía presente. Porque nuestro amor, tenía con la vida, una cuenta pendiente.

     —Su pistola —murmuró removiendo mi interior—. Se la ha llevado.

     Entonces la puerta de la entrada se cerró con fuerza.

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¡Hola mis lectores!

Siempre puntual. Un nuevo capítulo de Más allá de tu mirada.

Bueno, también informo que la historia participa ya en un concurso espero ganar. Y que todos, además de ustedes conozcan esta historia que contiene una reflexión enorme acerca del amor.

¿Cómo han estado?

Después de un capítulo de intriga rayamos ya la recta final. Estamos tan cerca del final. Próximamente veremos qué sucederá con estos dos. Ustedes ya sabían que el padre de Jordán era el asesino, pero todo un shock para Jordán y Byron saberlo. El pequeño niño, es todo un amor, ¿no?

Bueno, sabrán que no es la única historia que voy a escribir así que díganme.

¿Tiene preguntas al autor?

Queda de ustedes.

WingofColibri


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