22 | Cierra los ojos

Entrelacé los dedos de mis manos sobre la cabeza, sujetando mi cabello para aliviar mi desesperación, frustrando intentos, el miedo golpeaba la sensibilidad dentro de mí. Las paredes sometieron escasos gritos que, apoyados en mi ansiedad, escaparon cansados de ser guardados.

     Me picaba la garganta, su sequedad era tan obvia como la afonía de mi voz.

     Seguía gritando, mantenía la convicción, y la vaga idea de ser encontrado. Ese tipo de esperanza difícil de perder.

     Hace días que desperté en estas cuatro paredes desgastadas.

     Observé los rincones, llevando un recuento de las veces que hice lo mismo para saciar mi aburrimiento. El color crema de las paredes se encontraba demasiado maltratado, la evidencia llegaba cuando apreciaba su pintura cayéndose lentamente, desprendida de la piedra en la que fue colocada.

     Una minúscula bombilla de apariencia deplorable permanecía aún titilante iluminando con su tenue destello, era tan insignificante en medio de la oscuridad que fue inevitable no compararla conmigo. Se esforzaba por resplandecer.

     Había dos puertas en la aparente habitación, una era el escape de mi infierno y la otra un pequeño cuarto de baño; aislado entre los bloques asfixiantes del que en su momento pareció ser un almacén. Una bodega más en la ciudad.

     Una cárcel para mí.

     Cuando el somnífero dejó de surtir efecto mis ojos se habían abierto y pude comprender el encierro, estaba debajo de sus pies, atrapado, cautivo. Escuchaba las pisadas desesperadas de un segundo al mando.

     Recordé que el primer enfrentamiento ocurrió el día que grité angustiado, desesperado por ponerme en contexto, quería ver a Jordán, saber que a pesar del golpe en la cabeza se encontraba en buen estado.

     Evan entraba constantemente a la habitación, traía comida, algunas veces se olvidó del agua. Mi estómago rugía dentro de los confines eternos de sus entrañas y su reclamo se hizo obvio cuando la sed llegó.

     Me abracé a mí mismo, flexioné las rodillas y acercando mis brazos formé un ovillo. La debilidad se manifestó en lágrimas crudas, apoyadas en el dolor de un alma libre atrapada en una jaula.

     El colchón comenzó a perecer. Sus resortes se habían escapado de su interior, causando incomodidad al momento de dormir, pinchando a la par.

     Analicé un plato de plástico sobre el suelo y su interior vacío, mis manos temblaron de momento asustadas, mi ansiedad apenas si sabía cómo controlarla.

     Miré la puerta del baño, aunque deseaba no ver lo que dentro se encontraba. El miedo se filtró por mis poros cuando lo recordé, cuando la estampa se posó frente a mí, incluso así, quería saber qué tanto había mejorado desde la última vez.

     Erguí las piernas, temblando internamente. Los dedos de mis manos vibraban y las uñas se me clavaron en la piel.

No lo hagas, no quieres verlo.

     Ignoré la voz en mi cabeza porque quería hacerlo, ver aquella cruel máscara en la ruptura de un alma.

     Entré al cubículo con el corazón en la garganta.

     Bajé el interruptor con los dedos temblorosos, la bombilla fluorescente palpitó cruelmente en el techo, apenas pude respirar cuando el aroma fétido llegó a mi nariz. Miré el espejo sobre el lavabo, apreciando su color marfil casi café, sucio por el poco uso, tan acabado como la herrumbre sobre sus bordes; oxidado y viejo, coloreado de mugre.

No mires el espejo.

     Agaché la cabeza acercándome lentamente a mi reflejo.

     Levantando la poca dignidad que me quedaba observé el interior de un chico roto con los ojos llenos de lágrimas. Los hematomas cubrían una parte significativa de mi rostro, azulados y verdosos motes pintando mis párpados heridos, como una pintura improvisada. El ojo derecho permanecía parcialmente cerrado, envuelto en una capa de piel rojiza, y en mi labio inferior un corte se apreciaba borroso, estaba destrozado.

     ¿Hasta dónde sería capaz de llegar?

     Acaricié mi brazo con uno de mis dedos, completamente mordidos y desgastados, consecuencia del nerviosismo. Me percaté de algunas marcas de los suyos sobre mi piel pálida, y sonreí con tristeza. No podía seguir así.

     Subí a la bañera, y recargué mi cabeza en el borde acrílico de su estructura, sintiendo las capas de sangre que se habían secado en mi boca. Hoy había sido peor.

     Mi mano se dirigió a mis costados, y sentí el escozor que ya conocía a la perfección, el tacto resultaba doloroso.

     Las imágenes transcurrían en mi cabeza, los recuerdos golpeaban mi alma herida. Recordaba sus palizas por diversión, y el sonido de mis gritos cada que una patada llegaba a mi cadera. Ayer estuvo cerca de abusar de mí, por alguna razón no lo hizo.

     —No ahora, pero muy pronto —dijo aquel día, dejando a mi cabeza todavía confundida con más dudas.

     Tenía que enfrentarlo, escapar.

     Escuché el sonido de la cerradura, una llave giró desesperada en el interior del metal, alguien venía. La puerta rechinaba violenta, estaba empujando con fuerza, se atoró.

     Salí del pequeño cuarto, en zancadas rápidas llegué al colchón sobre el suelo y me acomodé en él, estaba tan asustado como la primera vez que entró, aunque conservaba mi fuerza, ese incesante palpitar enervaba rebelde.

     Quizá si fingía estar llorando saldría avergonzado, pero era una idea que había desvanecido con el tiempo, no funcionó aun después de intentarlo. Evan disfrutaba de su trabajo, riendo cuando las lágrimas escapaban y el dolor me hacía gritar, le gustaba verme siendo débil. Se divertía al verme luchar, se reía al verme fracasar a la vez.

     La botella de agua se acabó hace dos días y mi cuerpo seguía convulsionándose, tenía más sed de la que aparentaba.

     La puerta se abrió.

     Pude atisbar su silueta en medio de la escasa iluminación. El rubio entró sosteniendo en sus manos una cuerda. No había comida.

     ¿Por qué hacía esto?

     Él me miró con una sonrisa, tan alegre de verme y excitado por la idea de hacerme daño. Estaba ahí de pie, otra vez, dispuesto a lastimarme, dispuesto a todo con tal de verme herido.

     Se acercó rápidamente tomando entre sus dedos mis mejillas.

     Su dedo índice recorrió mi hematoma derecho, la mueca en su rostro parecía un intento ridículo de lástima, el brillo macabro en su mirada me dio una idea clara de sus intenciones. Intenté alejarme al percibir ese aire vengativo, pero su mano, astuta y cruel, atrapó mi cabello obligándome a mirarlo.

     —Esa decoración en tu rostro te hace ver rudo y tierno también —susurró cerca de mis labios—. Lástima que lo guapo que eras, ahora sólo sea un recuerdo.

     —Suéltame —murmuré perdiendo la paciencia―. Estarán buscándome, seguramente. Irás a prisión.

     Ladeó el rostro, con su lengua recorrió mi pómulo izquierdo.

     ―No te van a encontrar ―aseguró.

     Alejé el rostro.

     ―Estás enfermo, mucho.

     Mis labios resecos se agrietaban cada vez más, hablar de cierta forma, abría las heridas.

     —Me encanta el sexo con violencia, ya sabes, el término sádico y toda esa palabrería. ¿Sabes qué día es hoy? —preguntó fingiendo preocupación―. ¿Jugamos a las adivinanzas?

     —Aléjate de mí, imbécil —solté removiéndome.

     Su mirada se tornó fría.

     — ¡Cállate! —gritó y me quedé sin aire―. ¡Cállate de una puta vez! ¿No ves que intento hacerte esto más fácil? No sería de esta manera, si hubieses sido mío cuando estábamos en el antro, pero tenías que elegir al niño bonito, ¿no? ¡Carajo!

     Acercó su rostro al mío, lo suficiente como para pasar la punta de su lengua por mi labio roto. Sus orbes me analizaban entero, lágrimas en ellos le hacían ver macabro. Se reía, coordinando mal los sonidos, parpadeando tan rápido como podía.

     Se quedó de momento paralizado, mirando un punto fijo, concentrando en sus pensamientos. Sonreía, y lo hacía ver como un suplicio.

     —Estás loco si crees que permitiré que me toques una sola vez —mascullé moviendo la cabeza―. ¡Aléjate de mí, maldito idiota!

     Me aparté antes de que sus manos tomaran mi cabello otra vez, y le escupí en la cara, de un tirón su mano me levantó de golpe.

     En sus ojos rojos, el odio florecía, se enterraba en mí.

     Miraba los alrededores como si alguien pudiese vernos, el dolor, la angustia y la locura tenían lugar, se aferraban en sus gestos, se manifestaban en cada acción, en el sonido de su voz.

     —No intentes jugar conmigo, chiquillo.

     Sus manos rodearon con fuerza las mías, el dolor en mi costado me mareó, el constante forcejeo desvaneció suavemente. Mi memoria se limitó a libertades inconclusas, y promesas de escape colgaron en el techo como candelabros.

     Sujetó con un nudo mis muñecas, acercándome a él.

     ― ¿Por qué estás haciendo todo esto?

     Cuando su mirada perdida se fijo en la mía, el terror que formó un hueco en mi pecho se hizo más grande. Estaba fuera de sí. Sudaba, se expresaba y comportaba como otra persona.

     Evan parpadeó, y su gesto volvió a ser el de siempre.

     —Mueve tu culo y deja de resistirte —acotó dirigiéndose conmigo a la puerta—. Ser valiente aquí no va a servirte de nada. Serás mío de una u otra forma.

     Avanzamos por un pasillo mal pintado, comenzamos a caminar a través de las escaleras ascendentes y vagamente rotas, en el piso el concreto tenía fisuras evidentes. La oscuridad se extendía alrededor de Evan, parecía aún más maligno, un demonio cruel que estaba a punto de romperme por completo, pedazos de un guerrero moribundo.

     Tomó mis alas de esperanza sobre sus manos y las ató frente a mis ojos, todo estaba por volverse realidad.

     El infierno ardía bajo mis pies.

     La luz esclareció convirtiéndose en una salida.

     Quise empujarlo y correr hacia la puerta, escapar de sus ataduras para volverme libre, pero la voz en mi cabeza seguía siendo insistente.

     El pasillo comenzó a perderse por la claridad de una bombilla más intensa que la del encierro. Mi corazón latía fuertemente. No sabía que haría conmigo, mi cuerpo temblaba y las arcadas se presentaban sin detenerse, quería vomitar al imaginar lo que sucedería.

     La oscuridad del pasillo desapareció cuando llegamos a la planta alta.

     Planeaba un escape cuando el tiempo retrasó mis latidos. Mi garganta formó un nudo y lágrimas emanaron en cadena en cuanto lo vi frente a mí.

     Jordán estaba arrodillado a mis pies, sosteniéndose a sí mismo en medio de los golpes que lastimaron su cuerpo. Una gasa cubría su cabeza, tenía un hematoma rodeando su mejilla. Sus manos se encontraban atadas detrás de su espalda, además de la cinta que cubría su boca.

     Aquella mirada ámbar creó una revolución de felicidad cuando chocó con la mía. El infierno perdió fuerza por el reencuentro de nuestras almas, el odio creció en mí, estábamos perdidos tras la injusticia.

¿Qué te hicieron, mi amor?

     ― ¿Lo ves? ―musitó Evan, cerca de mi oído―. Te lo traje, con algunas abolladuras por supuesto, pero aquí está tu niño bonito.

     ―Suéltame ―supliqué.

     ―No, cariño. ―Sus labios acariciaban mi mejilla―. Ese no es el plan.

     Intenté zafarme cuando vi al castaño removerse. Los fuertes brazos del rubio me sostenían aferrados a su capricho.

     Me golpeó el costado con fuerza y caí sobre el suelo. El alma me dolía, más lágrimas escaparon después de que escupiera sangre. Mi cuerpo ya no resistía un golpe más, estaba indefenso.

     Pude vislumbrar la desesperación en el rostro del castaño, destruido por dentro al verme la cara, debió notar las marcas en mi piel.

     Bajé la mirada decepcionado, resignado. No podía salvarlo como él lo había hecho conmigo. Incluso cuando prometí protegerlo de todo.

     A través de la cinta, los sonidos ahogados de su voz intentaron escapar y algo se encendió. El valor de mi sacrificio cobró vida. Lo miré comunicando mi presencia, quería que sintiera que estábamos juntos en esto, y que permitiría cualquier tipo de daño si con eso él estaría bien.

     No importaba lo que pasaría conmigo, sólo quería verlo salir. Entendí que cuando se ama a alguien, se afronta la consecuencia, si con eso existe una mínima posibilidad de salvar al ser amado.

No te preocupes, mi amor.

     Evan me ayudó a levantarme justo cuando una sombra más oscura irrumpió dentro de las cuatro paredes vacías.

     El miedo y la sorpresa rodearon la habitación.

     Jordán miró estupefacto la sombra, así que volteé para verlo mejor. Mi corazón se detuvo. La mirada que nos analizaba se volvía fría y calculadora, el tono de sus ojos; muerto y seco hurgó en mi alma impactada por el momento.

     Su padre sonrió al mirarme, algo en mi cabeza conectó ideas y pensamientos, el mal revoloteaba sin cesar.

     Mi chico forcejeó con más decisión.

     —Evan. —La voz gruesa del hombre sonó molesta—. Sienta a mi hijo en esa silla.

     Obedeció su orden caminando hacia el castaño. Mi cabeza todavía no procesaba la información, mi alma intentaba vagamente entender.

Es su hijo, carajo.

     —Byron, pensé que no volvería a verte —soltó lanzándome una mirada intimidante.

     No me doblegué.

     —Pensó mal —repliqué levantando la cabeza.

     —Eres un chico testarudo y valiente, debo reconocerlo ―confesó, caminando hacia nosotros―. Me recuerdas tanto al molesto amigo de mi hermano, un maldito maricón igual que tú. Eres un estúpido, me desafiaste incluso después de advertírtelo, confundiste a mi hijo con tu patética anormalidad. Lo mismo le pasó a mi hermano Carson.

     La mención de su hermano, hizo que su voz temblara, un titubeo que se mostró leve.

     —Estoy enamorado de Jordán y él de mí —espeté con la voz grave―. Sinceramente lo que usted piense me importa una mierda.

     Su odio hacia mí crecía, pude verlo en su mandíbula apretada, en la forma en que sus cejas se marcaban.

     —Deja de decir estupideces ―escupió, acomodándose el saco que portaba con orgullo―. Él está confundido.

     —Está loco. ¿Cómo puede estar de acuerdo con esto? —pregunté confundido―. ¿Cómo puede estar ahí de pie viendo a su hijo tan herido? ¿Qué mierda tiene en la cabeza?

     Su risa heló mi corazón, detuvo mi respiración.

     — ¿Cómo? —respondió con la ironía que pudo reunir, enervó en el fondo, se enterró en mi confusión—. Yo planeé todo esto, niño estúpido. Evan trabaja para mí, ¿no es obvio?

     El fuego se extinguió en mi interior.

     Mi valentía comenzó a perder sentido.

     — ¿Recuerdas lo que te dije, Byron? —agregó Evan después de atar a Jordán en una silla ubicada en la esquina—. Esto nunca fue una estúpida casualidad. Te vigilé por meses en cuanto Dominic me contrató, siempre esperando el momento justo. Se supone que sólo debía acostarme contigo para que el niño bonito se decepcionara.

     Negué, incapaz de creerlo, lágrimas de impotencia ya se regaban por encima de los párpados, caían sobre mis labios trémulos.

     —Te advertí que no quería verte cerca de mi hijo y me desobedeciste —comentó acercándose―. Este será tu castigo. Evan, ven aquí.

     Evan se acercó por detrás, y sostuvo mis brazos.

     ―Abusa de él ―ordenó, mi garganta se cerró―. Que mi hijo vea. Enciende la cámara, que esto lo quiero en vídeo.

     Aún incrédulo fui testigo de todo en cámara lenta.

     Volteé hacia Jordán, me miraba con los ojos llenos de lágrimas y vergüenza. Se removía insistente. Evan lo había atado a la silla. El amor de mi vida cargaba la situación sobre sus hombros.

     Debajo de la cinta, sus gritos se ahogaban, morían igual que mi espíritu.

     Luché con todas mis fuerzas, intenté apartarme de los brazos de Evan. Nada era suficiente. Pelear era inútil.

     Dominic caminó hacia mí con la jeringa de ketamina en las manos. El odio que de sus poros desprendía, le hacía lucir más viejo, más duro. Tras la apariencia recta, la locura de su actitud, se revelaba como una hoja seca en el otoño más muerto.

     Cuando intenté escapar insertó la aguja rápidamente.

     La punzada creó un zumbido en mis oídos, la droga reventó por dentro. Me aferré a los brazos del rubio y mi mundo comenzó a dar vueltas.

     Jordán se movía constantemente, haciendo ruidos con las patas de la silla. Los gritos amortiguados por la cinta evitaban el reconocimiento de sus palabras. El dolor me atravesaba como una flecha.

Cierra los ojos.

     Colores empezaron a pintar el techo, la habitación dio vueltas, pareciera que giraba sobre mi eje. Mis músculos se durmieron de momento. Mi vista perdía fuerza poco a poco y la mirada del amor de mi vida se notaba aterrada.

     Lo estaba también.

     El miedo me dominaba, pero me mantuve fuerte, aguanté el dolor que sus violentas caricias suponía. Sostuve lo poco que me quedaba de valentía, aferrándome a ella. Haciendo del terror fuerza, miraba todo y a la vez nada, en nada me concentraba.

     Olvidaría de ser posible.

     Jordán negaba con la cabeza mientras forcejeaba. Era inevitable no fijarme en la forma en que lloraba. Su sufrimiento ya había mojado la cinta que ataba su boca.

No es tu culpa, amor.

     Acepté cuando caí en el suelo.

     Lo miré fijamente, sus ojos dorados se veían rojos, lo único que deseaba era pensar en él, mientras Evan hacia lo que tenía planeado. Negué con la cabeza cuando el rubio comenzó a desvestirme, y me sacudí en intentos nulos.

     Ya empezaba a sentirme débil.

     El sonido de las risas de Evan y Dominic se encerró en la habitación en forma de eco.

Cierra los ojos, por favor.

     Evan me quitó el pantalón en un movimiento, y comenzó a tocarme ansioso. Sus dedos crueles acariciaron mi trasero y las piernas desnudas. Aquellas uñas filosas rasgaban mi piel, y sus manos, esas mismas que hace horas me golpeaban, en este momento me tocaban sin cesar.

     No sabía que pensar.

     —No tienes ni una sola idea de las ganas que tengo de cogerte —dijo después de lamer mi cuello—. Tu novio nos está mirando, es una lástima que vea cómo eres dominado por un verdadero hombre. Aprende un poco, Jordán. El espectáculo te va a gustar. Para ser sinceros, no creo que después de esto quieras que él te toque.

     Lágrimas escaparon de mis ojos, todo comenzó a tornarse negro.

     Escuché cuando Evan bajó sus pantalones y también la carcajada de Dominic acaparando el espacio.

     Él obligaba a su hijo a mirar la escena, sostenía su rostro con las manos, y sonreía mientras veía a Jordán removerse. Lo tomaba con crueldad para que observara la terrible situación, un vil comportamiento escondido tras su papel de padre.

Cierra los ojos, te lo suplico.

     Jordán no escuchaba lo que decía en mis pensamientos.

     Cerré los ojos, y apreté la mandíbula, pronto viviría en carne propia lo que de verdad era el dolor.

     Entonces gritos al azar, sirenas, voces y pasos de personas alrededor llegaron sin previo aviso. En los límites de mi visión borrosa alcancé a ver oficiales corriendo detrás de las sombras escondidas entre nubes grises.

     Evan intentó escapar cuando un hombre uniformado lo tomó de los hombros y tiró al piso. El golpe de las esposas sonó lejano, y las pistolas desenfundadas provocaron rechinidos violentos en mi cabeza.

     Jordán fue desatado en segundos, cuando pude verlo ya venía corriendo hacia mí a pesar de la insistencia de los oficiales por retenerlo. Se quitó la chaqueta para cubrir mi desnudez.

     Sonreí acariciando sus mejillas rebosantes de lágrimas, el dolor era palpable entre los dos.

     —No tenías que ver eso —susurré bajando la mirada―. Debiste cerrar los ojos.

     Juntó su frente con la mía.

     —Lo único que importa ahora es tu bienestar. No te hizo daño, ese hijo de puta no pudo abusar de ti. —Lágrimas y más lágrimas escapaban en mayores cantidades—. Perdóname tú a mí por no poder protegerte. Lo siento tanto, mi amor.

     Los colores seguían danzando a mi alrededor y la cabeza comenzó a dolerme.

     Perdí sensibilidad, convirtiéndome en un cuerpo incapaz de moverse. Jordán me cargó en sus brazos avanzando junto a los oficiales. Las luces de la patrulla resultaban borrosas, un manojo de sonidos y voces lejanas, fundiéndose en el eco profuso.

     Las paredes que me tenían encerrado estaban ubicadas en una bodega al sur de la ciudad.

     Ann salió de una de las patrullas, y corrió hacia mí. Sus gritos se hundieron en mis oídos, se alejaban, se ahogaban. Entre la confusión, su voz era lo único que resultaba conocido.

     ― ¡Dios mío! ―Se cubrió la boca, mientras el llanto inundaba su gesto aterrorizado―. Dime que está bien, por favor. ¡Qué le hicieron?

     El castaño la miraba, en sus ojos se leía el dolor. Ann me acarició como pudo las mejillas, su angustia jamás había tenido un escenario tan triste como ese.

     Entramos al automóvil. Mi mejor amiga no se apartaba, me sostenía de los hombros, y cubría mi cuerpo con la chaqueta de Jordán. Besaba mi cabeza, sufría mientras yo la miraba intentando no parecer una carga.

     — ¿Cómo lo... hiciste? —Mi voz desvanecía junto a mis fuerzas.

     El mayor intervino, sonriéndole a la pelinegra.

     —Ann me ayudó —explicó mirándome después tiernamente—. Le llamaron después de que me encontraron en el callejón. Tenía una hemorragia sin importancia, sabía que debía buscarte, lo hice. Siempre estuve preparado para lo que pasaría a futuro. El secuestro repentino me pareció una coincidencia demasiado grande, tomando en cuenta lo sorpresivo que resultó.

     Miré a mi mejor amiga, que me sostenía como un cristal, controlando su impotencia.

     ―Me enfrenté a mi padre tal como lo prometí, lo que había imaginado sucedió, se comportó extraño ―prosiguió, Jordán―. Entonces comprendí que él tenía algo que ver en todo esto. Ann sabía que debía llamar a la policía, supongo que al ver que no regresaba lo hizo.

     — ¿Cómo sabrían que estarías aquí? —solté débil.

     Jordán rebuscó en el interior de su pantalón y me mostró su celular. Sonreía como un niño travieso.

Fuiste valiente por mí.

     La droga golpeó de nuevo mi interior, mi cuerpo se sintió más ligero a medida que el veneno hacía efecto. Colores, y espirales neón danzaron sobre mí.

     —Mírate, mi amor. ¿Qué han hecho contigo? —pregunto mirándome con los ojos rojos—. Estás más delgado que antes, no sabes cuánto lo lamento. No fui capaz de protegerte.

     Acerqué la palma de mi mano aún temblorosa, limpiando las lágrimas heridas que escapaban de su triste mirada. Acaricié su mejilla cariñosamente, perdiéndome en el laberinto eterno de sus orbes ámbar, aquellos que, a pesar de las circunstancias, reconfortaban mi espíritu.

     Empecé a cerrar mis ojos cuando la droga hizo efecto. La dosis era insignificante, lo suficiente para mantenerme consciente. La oscuridad extendía sus finos brazos negros, estirándose macabra y caprichosa a su próxima víctima.

     El color profundo invadía el espacio, envolviendo la valentía reducida que aún mantenía. Estaba desvaneciendo y marchitando, era libre de nuevo.

     Mis alas heridas sanaban porque ellos me sostenían.

     —Se ha escapado, señor —murmuraron a lo lejos―. Buscamos en el resto de las habitaciones. Había una puerta rota. Salió por detrás, aprovechándose del alboroto que causó su cómplice.

     Mi cuerpo débil desvanecía lentamente.

     — ¿Quién se escapó? —La voz de Jordán tenía un tono agresivo.

     Ann me apretó, intentando protegerme.

     —Su padre.

     Todo se volvió negro.

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¡Hola mis colibríes!

¿Cómo han estado con la incertidumbre en su interior?

Bueno, he ahí todas las respuestas. El padre de Jordán―Dominic―fue la mente maestra de todo ese plan. Evan en verdad resultó ser una escoria, ¿cierto?

Sé que algunos me odian, y otros me quieren matar pero ya todo está solucionado. Informo que sigo siendo muy positivo respecto a las visitas inesperadas a mi libro. Muchas gracias por seguir leyéndome.

Estamos con un pie dentro del final. ¿Están listos? Tan cerca, se siente el aire de los tambores y su retumbar celestial.

Ahora, ¿qué les pareció?

Queda de ustedes.

WingofColibri


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