20 | Resurgir de las cenizas

La sombra oscura de la noche ascendió junto a la luz, la niebla de una madrugada rodeó los edificios filtrando caminos inconexos y escondiendo figuras ebrias, envolviendo una mezcla de sentimientos disparejos.

     El amanecer intentaba salir de las nubes oscuras en el cielo, todo moría alrededor, el rastro de los secretos que escondía la oscuridad caminó por las calles.

     Chicos confundidos avanzaban tambaleantes por el alcohol y todo tipo de sustancia, atolondrados por la sombra de sus miedos, escondiendo secretos en el fondo de sus corazones. Ocultaban su dolor en la adicción, en el vicio que cambiaba su realidad, rendidos ante el destino. Resignados a la realidad que les tocó vivir.

     Parecía que en algún momento llovería.

     Los brazos de Evan aún sostenían mi cuerpo. Mi cabeza dolía por cada imagen transcurrida a lo largo de la memoria, rememorando cuando cerraba los ojos. Todo era confuso.

     Sus labios se deslizaban sobre los míos, y mis manos aguardaban a los costados, cansadas, rendidas. Mi rostro se movía a su ritmo, de vez en cuando me sorprendía por uno que otro mordisco de su parte.

     Dentro de mi pecho, mi corazón, ignorado esperaba en silencio.

     El rubio acariciaba mi rostro mientras sus besos curaban mi propia frustración, estaba perdido en medio de la oscuridad, desvelándome como un niño. La escasa voluntad que mantenía comenzó a morir. El humo frío de la niebla envolvió mi traición, calló mi coraje, silenciando lo poco que quedaba de mi voz.

     El corazón se me subió a la garganta, las palabras se atascaban alejando la oportunidad de negarme, la oportunidad de pensar. Aún estaba confundido. Dolido.

     Me sentía traicionado, utilizado, enamorado y perdido. En el rincón de mi subconsciente nada venía, nada emitía voz. Estaba cansado de luchar, cansado de intentar.

     Era cruel, pero nadie podía quitármelo de la cabeza, nadie era capaz de borrar su marca de mí. Porque estar con él me hacía sentir, de alguna manera y a pesar de todo, único.

     Un recuerdo apareció en medio de un respiro, el beso de Jordán y Rayzel rayaba los límites, dolía, dolía más que otra cosa. Fuese o no una confusión, dolía. Me hería, se marcaba con más fuerza, se enterraba en mi garganta y formaba cristales alrededor de mi pecho.

     Jordán me dolía, tanto que pensar en otra cosa me costaba. Me pesaba el pasado, me pesaba él, me pesaba intentarlo todo y conseguir nada. Dolía amarlo de esta manera, necesitarlo tanto como respirar.

     Los edificios fueron engullidos por la neblina y el sol murió, atrapado en su ilusión, en su costumbre de aparecer y marcharse otra vez. El cielo de repente se había oscurecido.

     Me hundí en el fuego dejando que el atractivo chico que me besaba me arrastrara hacia su propio infierno, permití que mis miedos se fundieran en la verdadera pasión. Aquel desenfreno alocado de mi tristeza. La necesidad abrazó mi débil y herido corazón, estaba aliviando la impotencia en sus brazos, recorriendo el camino agrietado de su realidad.

     Fue en ese instante que, a mi pesar, comprendí mi realidad.

     El amor era el sentimiento más complejo, a veces incluso podía llegar a perderse entre tanta oscuridad, aunque en realidad siempre quedaba una pizca de fuego, un gramo de ceniza que volvía a encenderse, porque se confundía, pero palpitaba otra vez. Revivía y se aferraba sin importar las circunstancias, la devoción a un alma era repetitiva.

     El amor era el único que podía morir y resucitar.

Jordán.

     Abrí los ojos y vi a Evan besándome.

     Sus manos sujetaban mi cintura con tenacidad, adheridas al deseo de un furtivo encuentro.

     Pensé en el sentimiento y la confusión se disipó, se mezcló con el humo de la niebla, se unió a las ideas que ya revoloteaban frente a mí. El vapor venenoso que de sus labios se desprendía intentó acercarse, su seductor movimiento se moría alrededor, estaba luchando contra mis propios complejos.

     La soledad quería fundirse en sus labios, y mi corazón se negó, dejó de latir porque él no era a quien había elegido. Él no podía provocarme algo tan duradero.

     Me alejé en un movimiento rápido y bajé la cabeza, avergonzado por mi inmadurez. Quise remplazar algo que brillaba solo, intentaba cubrir mis emociones en su beso, esconder mis insolentes latidos.

     Intenté olvidar al amor de mi vida con un desconocido, entendí que no podía actuar de esa manera.

Eres patético, Byron.

     —Evan —suspiré con pesadez—. Perdóname.

     Un vuelco rebelde en mi pecho me hizo sentir todavía más apenado.

     — ¿Hice algo mal? —preguntó alardeando de su obvia experiencia.

     Lo miré cansado de pensar y no decir. Cansado de olvidar, y huir.

     —No sé qué estoy haciendo ―confesé, frotando mi rostro con la palma de mis manos―. No debí aceptar, yo de verdad lo siento.

     Una sonrisa ladina dividió su rostro en dos, incluso así, lucía tan fuera de mi alcance. Como un demonio con rostro de ángel.

     —Quedamos claros en algo, no buscas un romance y yo tampoco. Un poco de sexo jamás se niega —replicó mirando mis labios.

     —Ese es el problema, yo no soy ese tipo de chico.

     Me miró un instante perplejo, analizando la situación que me dejaba en desventaja.

     Después recuperó la postura arrogante que lo hacía irresistible.

     Sonrió de lado otra vez, se quitó la máscara.

     — ¿Qué pasa, pequeño? —preguntó irónico—. ¿No te ha gustado comportarte como un culo fácil?

     Permanecí paralizado por la intensidad de su mirada.

     Incluso mi interior vibró desesperado, el demonio filtraba sus garras a través de la seductora fachada, rompía en pedazos el disfraz, se revelaba. El verdadero Evan tiraba su apariencia de chico malo para tomar su lugar en el infierno, y mirarme con odio.

     Metió una mano en su chaqueta y sacó un cigarrillo.

     —No me importa quien creas que eres, y te voy a decir algo mocoso idiota. Nadie puede rechazarme, yo decido en qué momento termina esto. ¿Entendiste? ―aseguró encendiendo el cigarro—. Yo ordeno, cuándo, cómo, y en dónde.

     Se acercó mirando el suelo, luego a mí de nuevo.

     En sus palabras la intención quedaba clara.

     Avancé dos pasos atrás, aún impresionado por su discurso.

     Me aferré a la pared detrás de mí, no podía creerlo, sentía su maldad atravesando la piel. Era obvia la manera en que me miraba, cansado, hastiado de soportar los besos que un chiquillo le daba a un hombre unos años mayor. Uno con experiencia, con un objetivo claro.

     Negué con la cabeza.

     Me acerqué después de entenderlo por completo.

     —Te equivocas conmigo —dije soltando mi valentía, por encima del terror que la situación me hacía sentir―. Lamento decirte que yo no sigo órdenes.

     De pronto la palma de su mano golpeó la pared. Se acercó tanto como pudo, recargándose con el brazo, y sacando el cigarro de su boca.

     No me intimidé.

     —Justamente eso es lo que me encanta de ti. ¿Acaso crees que esto es una estúpida casualidad? —Sopló el humo en mi rostro—. Te vigilo desde hace meses. Me atraes, y terminarás en mi cama, abierto de piernas, como todos los que se acercan a mí.

     Me concentré en mirarlo, mostrándole que su manera de dirigirse, no me asustaba en lo absoluto.

     ―No me das miedo ―repliqué, empujándolo―. Apártate o yo lo haré.

     ― ¿Crees que no me di cuenta de lo que hacías? ―cuestionó, tomándome del cuello―. Querías darle celos al niño bonito, conmigo.

     Apreté sus manos con fuerza, intenté apartarlo con poco éxito.

     Sus dedos se enroscaron y presionaron mi piel.

     La cabeza me empezó a doler. Sonidos extraños salían de mi boca, a causa de la limitada respiración. Sentía como si el rostro me pesara, y los labios me fallaran.

     ―Su... elta... ―Su risa me interrumpió.

     Me asfixiaba.

     Se acercó a mi rostro, y sus palabras me helaron apenas se hicieron escuchar.

     ―Esto no termina aquí.

     Apreté los dientes cuando la falta de aire me dejó paralizado.

     En un segundo cayó sobre el suelo.

     El polvo del callejón se elevó fundiéndose en la niebla, uniéndose a lo borroso que todo me parecía mientras recuperaba el aliento. Coloqué mis manos sobre mis rodillas, intentando aguantar las arcadas que querían dominarme.

     Aunque era difícil de apreciar, dos figuras se arremolinaron sobre la acera como sombras opacas. Intenté comprender la situación, fallé.

     El miedo me había encadenado. Mis piernas estaban temblando, y mi cuerpo sudaba frío, estático, entumecido.

     ¿Qué estaba pasando?

     Jordán lo tomó de los hombros golpeando su cabeza en el piso repetidas veces, constantes puñetazos vibraban en su rostro confundido y las patadas que por la desesperación soltaba, llegaban a sus pantorrillas. Evan permanecía sorprendido, intentaba alcanzarlo, pero siempre se equivocaba.

     Movía los brazos intentando zafarse de las rodillas del castaño, aquellos certeros golpes atizaban en el abdomen del rubio.

     Su carne era golpeada y el sonido se aparecía inhumano.

     Entre el polvo y la niebla, la mirada furiosa de Jordán resplandeció como dentro del antro. La mano derecha del amor de mi vida se cerró con fuerza tomando cruelmente el cabello de Evan, levantándolo, exponiéndolo frente a mí.

     Todo se paralizó cuando la imperiosa voz del castaño rompió el silencio.

     — ¡No te le vuelvas a acercar! —gritó en el rostro inexpresivo del chico—. No sabes con quién te estás metiendo, esto es poco para lo que voy a hacerte la próxima vez que te vea merodeando cerca de él.

     Evan le miró, altivo.

     —Si como besa, folla... ―comenzó, mordiéndose con dificultad el labio inferior―, habríamos gemido toda la noche.

     La garganta se me cerró, y un inmenso asco me invadió, rodeó mi cuerpo, lo hizo vibrar. Lo decía en serio, se notaba por la manera en que curvaba los labios, y miraba a Jordán, orgulloso, seguro de sí. Su sonrisa de lado lucía macabra, peligrosa.

     Jordán lo apaleó entonces, dejándose llevar por el momento.

     Sus puños chocaron con rapidez sobre el rostro del mayor. El aire sacudía la niebla, y esfumaba la parálisis que me mantenía pegado a la pared.

     La furia lo envolvía, sus ojos brillaban crueles. En el fondo de ellos, caminando sobre los bordes, un destello pareció de repente siniestro.

     Ya no pensaba, se dejaba llevar por el instinto, por el coraje que tenía almacenado.

     Tenía que actuar.

     Me aparté de la pared del callejón, y avancé hacia él, intentando relajarme. Mostrándome seguro, ocultando el miedo que me causaba todo. Lo vivido, y lo que estaba pasando. Nada de esto tenía sentido.

     —Suéltalo —susurré tocando el hombro del castaño―, por favor.

     Atendió mi llamado mirándome fijamente, la oscuridad que rodeaba sus orbes fue disminuyendo, agonizaba mientras yo le miraba asustado.

     Soltó poco a poco el cuerpo inmóvil de Evan, observando su rostro demacrado. Apenas si podía recordar como lucía antes de todo eso. Me sentí terriblemente culpable.

     Cuando el rubio tuvo oportunidad de levantarse analizó a Jordán y después a mí, aquella mirada tenía más secretos guardados que cualquier otro, y un odio tremendo escondido.

     ―Esto no termina aquí ―repitió, marcando la oración.

     Su mirada vacía me provocó un escalofrío.

     Cuando sus pies comenzaron a moverse, y continuó su camino, un palpitar en mi pecho me alertó enardecido.

     Se fue del lugar con el labio roto y múltiples heridas en el rostro.

     Jordán se acercó cauteloso, la mirada furiosa desvanecía lentamente a la par de los humos infinitos de aquella niebla. La tristeza reflejada en destellos grises lo rodeaba. El tormento ya podía apreciarse en sus hermosos ojos.

     Mi interior se encogió y el corazón como siempre rebelde, comenzó a latir.

     Él estaba aquí, y yo, necesitaba dejar de fingir que podía con todo.

     — ¿Te hizo daño? —preguntó mirándome repetidas veces.

     Alejándome unos pasos me rodeé con los brazos.

     —No —respondí por inercia, perdido en el fuego de nuestra historia.

     Todo ocurrió demasiado rápido.

Gotas.

     La lluvia cayó sobre nosotros, manifestándose con nubes grises alrededor, suspirando en nuestra contra, dibujando el cielo con pintura gris. Cada gota de agua que golpeaba mi cabeza, refrescaba mis ideas, se unía a la agonía que su cercanía revelaba sin premura. Su mirada resplandecía cristalizada, brillando cual sol, enterrándose en mi alma como un rayo de luz de primavera.

     De repente la calidez me mareó.

     Me abrazó, rodeándome por completo, aferrándose con los dedos, apretándome con firmeza. Cuando juntó su frente con la mía respiró de nuevo, reconstruyéndome. Mi corazón explotó dejando restos de dolor distribuidos dentro del pecho.

     El gramo de ceniza se encendía porque el fuego en sus labios invadía mis sentidos y el sonido de la lluvia se encontraba nuevamente con el suelo, silenciando sus sentimientos, afianzando los míos. Estaba amándome de una manera distinta, tan necesitada y sincera que me derretí en su cuerpo.

     Los latidos de su corazón se hacían notar preocupados, angustiados.

     Cerró sus ojos cuando empezamos a temblar, vibrando mientras me sostenía con firmeza, temiendo mi escape.

Gotas.

     Emanaban de sus ojos.

     Comenzó a llorar con fuerza, sin separar su cuerpo del mío, sacudía sus hombros al ritmo de la ruidosa lluvia que caía sobre nosotros en aquel solitario callejón. Mi alma salió de su escondite llorando junto a él, copié su acción dejándome llevar por el dolor. Se separó tomando mis brazos para que me alejara lo suficiente, me miraba mientras su gesto se transformaba y entonces me dejó ver ese lado que jamás había apreciado.

     Jordán me necesitaba tanto como yo a él.

     —Lo siento —susurró destrozando mi coraza―. Lo siento mucho.

     Me alejé, separándome de sus brazos, transformando el dolor en seguridad, formando una armadura.

     Su mirada me buscó, perdida.

     —No hagas esto de nuevo, por favor ―respondí, apretando los labios―. No quiero escuchar tus disculpas.

     Bajó la cabeza, derrotado.

     En mi pecho, latidos diversos, alteraban mi paz.

     —Sé que me equivoqué como todo un idiota, pero te lo suplico, yo... ―rogó, como muchas veces antes ya lo había hecho―. Soy un cobarde, lo reconozco.

     Tenerlo frente a mí, seguía doliendo, seguía hiriendo.

     Entonces lo empujé, deseando estar en otra parte, queriendo en el fondo tener la capacidad de olvidar todo lo que había vivido desde hace meses.

     Olvidar cuando lo conocí, olvidar el momento en que me enamoré como un imbécil de él.

     —Es muy fácil para ti pedir perdón cada que me rompes el corazón —repliqué golpeando su pecho mientras lloraba―. Es mi culpa, ¿sabes? Yo, simplemente no debí dejarte entrar, no debí perdonarte antes.

     Me tomó de los hombros, y apretó, aferrándose a mí. Temblaba, se mantenía a flote a pesar de la tortura que en sus ojos ya se desvelaba.

     Ya no sabía cómo controlarme.

     —Tengo mucho miedo. En verdad mucho miedo. No eres el único que la ha tenido difícil, tú al menos eres fuerte, yo no sé cómo —soltó mirándome desolado—. Me muero lentamente porque no estás a mi lado. No puedo soportarlo. No puedo verte con nadie más. No puedo dormir, no puedo comer. Me siento enfermo.

     La lluvia golpeaba el suelo, se hacía escuchar por encima de mis gritos, de mis lamentos.

     Mis mejillas se enrojecían frustradas, tristemente inundadas por lágrimas.

     ― ¡Me negaste! ―afirmé, rompiéndome―. Te burlaste de mí. ¿Cómo se supone que perdonaré eso? ¿Me harás olvidarlo? ¿Tienes ese poder? Ayúdame entonces a olvidarlo todo.

     No me sentía tan fuerte.

     —No hagas esto —dijo con un tono de voz trémulo—. No hables en pasado, como si ya no me amaras.

     Intenté separarme de él, abrumado por las emociones que seguía provocándome aun estando separados. Era imposible soportar el perdón sincero de un torpe enamorado.

     Sus brazos me tomaron con fuerza, y un incendio dentro de mí comenzó a escapar, regándose como lava sobre tierra.

     Lloré, y seguí llorando, cubriendo de cristales rotos mis labios agrietados. Respirar me estaba costando. Tenerlo frente a mí, de alguna manera, abría cicatrices, formaba nuevas heridas. La vida ya había sido muy injusta.

     ¿Por qué volvía a mí si luego se iría?

     Lamentos escaparon de mis labios, apreté los párpados negándome a la absurda idea de romper mi corazón otra vez.

     El dolor se filtró en sus palabras.

     —No llores —pidió limpiando las gotas que se confundían con la lluvia—. Te amo. En verdad lo hago, créeme.

     Mis brazos ya no podían seguir empujando.

     —Jordán —susurré su nombre sólo por decirlo.

     —Dame otra oportunidad. —Tomó mi mano separándose lentamente―. Déjame ganarte, demostrarte que realmente estoy enamorado de ti.

     Negué con la cabeza, jalando mi mano, aturdido. No podía volver a caer, no así, no con él.

     Ya no tenía la fuerza para creer.

     —No, no me vas a volver a lastimar.

     En su mirada el dolor tenía una esencia marcada, una condena pactada, en esa mirada color ámbar, mi vida se acababa.

     La libertad que tanto presumía, en sus brazos, se convertía en nada.

     Fue ahí que el tiempo se detuvo.

     —No lo haré —apuntó mirándome fijamente―. Enfrentaré a mi padre.

     Parpadeé sorprendido.

     La seguridad con la que sostuvo la oración, la fuerza de su pronunciación, y su postura firme brillaron, calmaron mis pensamientos.

     El silencio se extendió sobre los dos cuando entendimos lo mucho que significaba esa oración. La comprensión llegó al mirar entre cada parpadeo la valentía que tanto ansiaba, esa prueba de amor que anhelaba.

     Lo haría, él estaba dispuesto, lo decía en serio.

     El amor que él me daba había surgido de la nada y avanzaba tan rápido, tan intenso que pensé en ese futuro lejano, en sus brazos rodeándome cada mañana.

     Soñé con esa vida llena de calma.

     Imaginé canas y arrugas. Imaginé sus manos en las mías, imaginé todo y nada, imaginé vivir de su amor, de lo que me diera con sólo una mirada.

     Las gotas de lluvia caían, golpeando el suelo.

     Relámpagos azules retumbaban a kilómetros de distancia, aminorados por el sonido de nuestras respiraciones apresuradas. Estábamos ansiosos por la respuesta que le daría.

     La realidad descendió de las nubes cuando mis alas se abrieron en el firmamento. Noté que su puño se encontraba fuertemente cerrado. Mi alma rota revivió de la desgracia, y otra vez fui libre, compartiendo lo poco que todavía podía darle.

     Me evaporaba en su cercanía, el fuego escapaba de mi fortaleza. Los vientos fríos de un día nublado y lluvioso acudieron al encuentro. Se mezclaron con su firmeza, con la trémula presencia que yo mantenía.

     ―No voy a fallarte esta vez ―juró, mirándome resignado, incapaz de hacer más.

     Jordán había puesto las cartas sobre la mesa.

     Y yo, en medio de la desesperación y el miedo, tomé el riesgo.

     —Te vas a esforzar, y mucho, ¿entiendes? —aceptó mi corazón―. Una, solo una. Si me vuelves a decepcionar, no me verás nunca más.

     Asintió, decidiendo si abrazarme y besarme. Se limitó a mirarme con cautela, asustado, aterrado ante la idea de equivocarse de nuevo.

     Yo permanecí de pie, expectante.

     Su mirada y la mía crearon el relámpago más fuerte de todos. Mi cuerpo y el suyo se unieron convirtiendo el agua en fuego, necesitados de sus mitades, ansiosos por sentirse juntos.

     Dos almas encontrando su razón de ser.

     —No pude hacerlo antes porque tenía miedo de lo que podría pasar después. Tenía todo en contra, y no entendía que contigo, ya tenía todo ganado. Perdóname por haber sido tan tonto, por no entender lo mucho que perdía si te alejabas. Perdóname por ser imperfecto, por amarte con los restos, de lo último que queda de mi alma. —Abrió su puño sorprendiéndome—. Perdóname por haber tardado tanto en darme cuenta que en verdad me haces falta.

     Cuando en la palma de su mano, un destello me cortó la respiración, él aprovechó para liberar mis alas.

     ― ¿Quieres ser mi novio? ―preguntó, revelando frente a mí todas sus verdades―. Con todo lo implica serlo, con las caídas, con los tropiezos.

     El collar con la J inscrita reposaba sobre su mano, y la lluvia caía manchando el momento, un intervalo entre nuestras emociones, un respiro en el sufrimiento.

     Permanecimos hundidos en la burbuja perfecta que nuestras miradas creaban.

     —Recuerda que es eterno —añadió enseñándome el collar de la B inscrita, que ya colgaba en su cuello.

     Reí cuando terminó su parlamento, porque no entendía cómo siendo tan inseguro, se hundía hasta en mis huesos.

     ― ¿Eso que dijiste lo acabas de improvisar? ―cuestioné, sonriendo―. ¿Ya lo tenías planeado?

     Suspiró, aliviado.

     ―Quizá ambas ―respondió, apretando el collar―. Dime que sí.

     Cuando una lágrima se derramó sobre mis labios, y se sintió cálida comparada con la lluvia, entendí que de todos los sacrificios que el amor ofrecía, perdonar era el único que de verdad dolía.

     Pero ya estaba acostumbrado al dolor, estaba acostumbrado a amar sus defectos, y apreciar con sorpresa los arrebatos de valentía que, de sus labios la mayoría de veces, sabían a romanticismo y tragedia.

     Lo besé después de tomar el collar de su mano y ponérmelo, encendiendo el corazón de los dos. Éramos uno, el fuego de nuestro amor convirtió la lluvia en vapor. Nada se sentía real, todo parecía parte de un sueño, pero podía tocarlo y besarlo.

     Volamos.

     Estaba en lo alto perdiendo mi corazón otra vez, entregándome por completo. Arriesgando mi alma entera, por un poco, de lo mucho que él me hacía sentir.

     Acepté bajo la lluvia, en una mañana de invierno, el sentimiento que en una vida rota me hizo resurgir de las cenizas.

Las fiestas navideñas no acabaron con el regreso a la universidad.

     Fue un desastre completo; organizaciones y días en el calendario que se retrasaban, proyectos por entregar y faltas que justificar. Todo este asunto con mi novio, me hizo olvidarme por un momento de que mi vida, no giraba alrededor de él.

     Estábamos a minutos de que el año acabara, y no podía quejarme.

     Hace días perdoné a Jordán.

     Nuestra relación avanzó respecto al tiempo, había más confianza entre los dos, más acercamientos, más destellos de valentía. Planeábamos hablar con su padre juntos, enfrentando las consecuencias que nuestro amor generó.

     El castaño me visitaba constantemente, salíamos a pasear y platicábamos hasta altas horas de la noche, a veces teníamos encuentros que terminaban con él besándome encima de las sábanas. A pesar del deseo, aún no teníamos más contacto, no nos entregábamos. Necesitábamos recuperar el sentimiento antes de volver a amarnos de esa manera.

     La vida en ocasiones avanzaba frente a nosotros y no éramos conscientes de lo que sucedía. Manteníamos la ceguera hacia la realidad, por eso nos escondíamos en fantasías.

     Mi error consistió en vivir mucho tiempo en lo que podría ser. Era momento de enfrentar los obstáculos, de cerrar los recuerdos dolorosos.

     Era hora de olvidar lo que en mis recuerdos hace mucho no dolía.

     Observé fascinado las calles de Vancouver, enormes letreros con destellos ostentosos ocupaban los espacios vacíos entre calles. Un festejo sin comparación estaba demasiado cerca como para ser ignorado. Las luces resplandecían llenando los rincones oscuros de la ciudad, coloreando el paisaje de neón.

     Ann caminaba a mi lado, contestando los mensajes de texto que Dante le enviaba, sonriendo de vez en cuando, en cuanto un audio le llegaba. Evité contarle sobre Evan, algo que caracterizaba a mi mejor amiga era su preocupación extrema, y lo que menos deseaba se encontraba en los recuerdos que mantenía de aquel día.

     Ya no quería mortificarla con todos mis problemas.

     No le volví a ver desde el incidente.

     El móvil vibró en mi bolsillo por sexta vez, mi madre seguía insistiendo.

     Quizá me equivocaba en ignorarla después de la manera en que se comportó conmigo, mandaba mensajes amables rogándome que habláramos. Se notaba lo mucho que quería arreglar las cosas. Armar lo que en su momento había roto.

     Sin embargo, no quería arruinar el momento con Jordán. Sabía a la perfección que cuando ella se enterara querría terminar con mi relación, suponía que aún, no me aceptaba. Me negaba a la idea de perderlo otra vez.

     Estábamos cerca de la proyección de Año Nuevo.

     Sobre los edificios de la ciudad celebrarían un conteo sin precedentes a través de fuegos artificiales que adornarían el cielo. Era la tercera vez que lo presentarían, y por suerte se encontraba a cinco cuadras de nuestro departamento. Mi corazón susurró triste en mi pecho, aguantando las diversas emociones del año.

     No era un creyente o supersticioso, pero seguía la tradición y pensaba en la posibilidad de que el siguiente año fuese mejor.

     En cuanto llegamos respiré profundamente.

     No fue un mal año. No había terminado aún mi historia, pero sentía que ya había ganado.

     El tiempo avanzó con rapidez mientras bailábamos, perdiéndonos en el ritmo, danzando sobre la marcha de muchos otros intentando divertirse. La música inundaba mis oídos, filtrándose insistente en la oscuridad de mis rincones, resaltando mis bordes. Ann movía su cuerpo al ritmo de los altavoces, y las personas aglomeradas se deslizaban, motivadas por los mensajes implícitos de sus cuerpos.

     Las luces invadían las calles y el mundo disfrutaba de un festejo único.

     ― ¡Demonios! —soltó una Ann agotada—. De esto nos perdimos por amargados.

     ― ¿Amargado? ¿Yo? —repliqué mirando la proyección―. Recuerdo que tú, sólo tú, eras la que se la pasaba diciendo que esto era una estupidez.

     Algunas personas voltearon a vernos, y Ann se puso colorada.

     El golpe que llegó a mi nuca me tomó desprevenido.

     ―Ya va a empezar, cállate.

     Sonreí, sintiéndome afortunado. Sería feliz en un futuro, lo presentía.

     Los números se reflejaron en la pared más grande de un edificio. Tan cerca de terminar el día, era una mezcla en secuencia, dígitos moviéndose rápido.

     Observé el otro lado de la calle cuando un estremecimiento recorrió mi cuerpo. El vacío era evidente más allá de la avenida.

     Negué con la cabeza, sonriendo por mi ingenuidad.

No pasará, te ilusionas demasiado.

     Me volví a mirar la proyección, la música se detuvo y las luces golpearon a los presentes. Lo que vivimos en el año estaba por convertirse en pasado.

     Ya tenía más recuerdos almacenados.

Diez.

     — ¡Byron! —Un grito rompió el silencio.

     Volteé con el corazón en la mano.

Nueve.

     Jordán corría hacia mí con una sonrisa.

     Mi corazón aleteó cautivado.

     Las personas alrededor se voltearon, mirándonos curiosos. En algunas sonrisas el apoyo era obvio, por otro lado, el reproche también tenía un papel protagónico.

Ocho.

     Se detuvo frente a mí jadeando.

     Estaba mirándome, de pronto me sentí paralizado, asustado, también ilusionado.

Siete.

     Mis labios comenzaron a vibrar cuando se acercó a mí, y me tomó entre sus brazos, suavizó mis latidos en constantes suspiros.

     Alejó los fantasmas de un pasado entremetido.

Seis.

     —Tengo que cumplir el deseo de un chico hermoso —apuntó observando mis labios­―. ¿Sabes de quién habló?

     Una sonrisa se abrió paso.

Cinco.

     Me mordí el labio inferior por las emociones que golpeaban mi vientre.

     Descendía sin protección alguna. Mis piernas temblaban. Volví a estar dispuesto a caer de espaldas, sólo si él me atrapaba.

Cuatro.

     —Quiero ser tu último beso del año —susurró en mi boca—. Quiero ser el único amor de tu vida.

Tres.

     ― ¿Puede haber dos? ―repliqué, de pronto ensimismado, atrapado en sus brazos―. Porque de ser así, no quiero a nadie después de ti.

     ―Me alegra saberlo ―susurró cerca de mi rostro―. ¿Qué te parece si te beso ya para cerrar la promesa?

     Asentí, notando las miradas de todos.

     Lo hizo, y se sintió puro, inocente, como lo que era nuestro amor, inexperto.

     Mis sentimientos se liberaron consumiéndome.

Dos.

     Su mirada y la mía se unieron.

     Sonreímos al mismo tiempo sin importar que algunas personas nos miraban como insectos.

     A su lado nada me importaba.

Uno.

     —Y el primer beso también.

     Envolvió sus brazos en mi cintura.

     Me aferré a su cabello castaño, acariciando la suavidad de sus hebras, extasiado.

     Tan enamorado estaba de él.

     Entonces volvió a besarme debajo de una noche estrellada y el cielo explotó arriba de nosotros en colores diversos, sólo existíamos él y yo. Mis sentimientos reventaron como los fuegos artificiales en las nubes, brillamos juntos, iluminados por la tenue luz de nuestro amor.

     Mis labios vibraron sobre los suyos.

     El gramo de ceniza que aún permanecía en mi corazón repentinamente se encendió.

     Ardió cual flama agonizante de vela. Mi alma revivió tras las sombras del dolor. La tristeza simplemente se esfumó como por arte de magia, un destello valiente y un beso fueron suficientes ingredientes, sin un instructivo previo.

Te amo, Jordán.

     —Te amo, Byron.

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¡Hola!

He regresado después de que terminara el año.

Estoy muy agradecido porque estoy recibiendo buenas críticas de la novela. Ahora permanezco en la lista de lectura del perfil oficial de Romance y me siento muy contento.

Antes que nada... ¡Feliz Año Nuevo!

Este nuevo respiro viene con más fuerza. Tenemos que luchar por nuestros sueños y no descansar hasta cumplirlos.

¡Muchas gracias!

Vamos por más años. Seguiré escribiendo porque tengo mucho que dar y espero me acompañen.

Este capítulo estoy seguro de que lo amaron.

Queda de ustedes.

WingofColibri

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