18 | El peón que entretenía al rey
Los copos de nieve cayeron a lo largo de la ciudad.
El color blanquizco acentuó sus frías extensiones en los bordes del ventanal y en el centro del cristal podía apreciarse la figura dispareja que el clima dejaba como rastro. El aroma gélido de una mañana alcanzó con roces mi cuerpo cubierto por una manta.
La luz del sol se escondió detrás de las nubes. Moría, huía, el velo que del clima descendía no tenía una comparación exacta.
Habían pasado semanas desde que hice el amor con Jordán.
Los días que permanecí a su lado me hicieron creer de nuevo en mi futuro, ese que parecía llegar cuando menos lo esperaba y más lo necesitaba. Hace años, cuando era un niño solía pensar en el porqué de la disfuncional relación de mis padres, llegaba a distintas conclusiones y ninguna era un progreso, el tiempo se encargó de enseñarme que la felicidad sólo pocos podían alcanzarla, empezando por la confianza y el amor, dos palabras tan distintas, unidas entre sí.
El amor era un grito en el silencio, insolencia en el orden, rebeldía en la sumisión, una luz de esperanza entre tanta perdición.
Ya debía regresar a clases, en épocas navideñas, el deber llamaba. Aún me costaba demasiado adaptarme a tener derecho sólo a noche buena y año nuevo como días totalmente libres.
Era injusto, pero mi futuro aguardaba, y tenía que trabajar para construirlo.
Estaba enamorado también de la navidad.
Desde pequeño, esperar los regalos, abrir la envoltura para recibir una sorpresa, y las atenciones familiares hacían de esa parte de mi infancia un recuerdo feliz. Recordaba entre fragmentos lo mucho que me divertía con mis primos, y mi hermana, Aida.
Mantenía todavía el contacto con ella, la relación se mantenía en la distancia, a pesar de las circunstancias que nos obligaban a estar separados, ella sabía que yo la amaba.
Nada era igual desde que todos se enteraron de mis preferencias. Ya nadie sentía ese mes del año como yo. Por suerte, no estaba resentido por ello, seguía celebrando a mí manera, y con las personas que quisieran estar a mi lado.
Hace años, en una noche vacía y afligida, mi madre salió a la calle en busca de regalos.
Yo sabía a la perfección lo importante que era para ella mantener nuestra ilusión, la ilusión de un niño que cree en la magia, guardar el dolor en sonrisas, y el amor en cajas. Envolver entre destellos un objeto, un sentimiento, la emoción más genuina. Aquella que venía de un sacrificio puro, del aguantar un poco, de reducir gastos.
Ella me amaba. Amaba a Aida. Nos amaba como pocas madres podían hacerlo.
No había dinero en casa. La comida escaseaba y los muebles parte de un regalo, se heredaban, de generación en generación, en sus pilares el tiempo parecía hacerlos migajas. En la casa hacía falta una mano con las paredes, la pintura desgastada se caía sin remedio, y la tristeza nos acobijaba.
Ava, mi madre, era una mujer sacrificada. Sumida en el dolor de quedar sola cuando de dinero se trataba. Sabía lo que era vivir limitada, su infancia tampoco había sido fácil.
La descubrí comprando los regalos mientras en noche buena la acompañaba. Yo no sabía nada, no tenía ni la más remota idea de lo que en realidad pasaba en casa, era verdad que sufría la miseria, la tristeza de una vida con carencias, pero la realidad que ella me pintaba era otra, que se vestía de rojo, con barba, con una enorme panza.
Una ilusión que mantenía bajo llave, que resguardaba de quien tratase de desmentirla, de tirar a la basura el mundo de fantasía que pintó alrededor de nosotros.
Era un regalo caro, un regalo portentoso. Un regalo que llevaba consigo marcas de horas extras, de varios turnos trabajando, de humillaciones.
Cuando al día siguiente desenvolví el regalo bajo el árbol, encontré su sacrificio, sus días de esfuerzo y el tiempo invertido en un objeto que en ese momento relucía mágico.
Entendía su sacrificio, y el dolor que nos acobijaba, no sólo debíamos luchar contra las criticas de nuestra propia familia por la ropa que usábamos, se trataba de olvidar la vergüenza cuando el hambre ganaba, cuando una ración de comida era como para un sediento la cascada.
Olvidarnos de los momentos en que un plato en la casa significaba que al día siguiente quizá sólo podríamos caminar un poco más para encontrar los alimentos más baratos. Sacrificios, y más sacrificios, que en mi niñez la hicieron ver como una heroína, como la única mujer sobre la tierra con el valor suficiente para plantarse frente a los problemas.
Ella me amaba como pocas madres podían.
Me cantaba, me besaba la frente, me acobijaba bajo una manta cuando en su mente recordaba que las cuentas todavía no estaban pagadas. Me protegía de todos, del dolor y de los problemas.
Pero como en todo cuento de hadas la tristeza llegó a mi vida, y el amor se convirtió en una insípida huella de ceniza.
Cuando mi sexualidad salió a la luz, ella, simplemente se olvidó de lo mucho que la necesitaba, olvidó besarme la mejilla, olvidó acobijarme, se olvidó de envolverme entre sus brazos y resguardarme. El amor que ella me tenía se convirtió en costumbre, dejó de crecer, se limitó a hacerme ver que lo que yo hacía me haría perecer.
La varita mágica que en su momento solucionó mis problemas me llevó en ese entonces a una vida donde una jaula era la morada de un ave que ansiaba, aunque fuese una vez, extender sus alas.
Suspiré acercándome a la ventana, ansioso por abandonar esa sensación, sintiendo por primera vez que el recuerdo ya no me podía lastimar.
En la cómoda, la rosa azul que Jordán me dio, relucía marchita. Sus pétalos murieron, y su tallo se desgastó.
Sonriendo con tristeza me recordé, que ese ya no era yo, que había florecido, que como todo ser vivo ante un gramo de libertad, había trascendido.
Me distraje mirando el exterior, sumido en una batalla de pensamientos.
En el fondo, mi corazón satisfecho discutía sobre el posible futuro de nuestro romance, y aún confundido repliqué con ideas negativas mi arrebato. Era imposible dejar de ilusionarme. Ya no tenía remedio, me transformé en un chiquillo que anhelaba un regalo con una envoltura de animales y un moño con destellos.
Que en el interior deseaba verse feliz junto al hombre que amaba.
Una sonrisa decoró mi rostro cuando recordé lo vivido, él encima de mí esa noche y a la mañana siguiente asaltándome con un inesperado detalle; siempre deseé el desayuno en la cama y Jordán lo sabía a la perfección, quizá lo leyó en mi romanticismo o fue un espontáneo comportamiento.
El rojo coloreó mis mejillas. Había dejado atrás al pudor.
Todo se vivía diferente.
La felicidad era entendible para mí, aún sin un significado, pero con un valor impresionante.
Las estrellas resplandecieron sobre nosotros el último día que estuvimos juntos, ese mismo en el que reclamamos nuestros cuerpos por segunda vez. Cuando el amor volvió a envolver nuestros cuerpos, y el deseo nos consumió.
De momento la puerta se abrió.
Ann entró con el cabello mojado por la improvisada ducha, y una expresión irritada. En su ceño el estrés se extendía, se marcaba.
—Se hace tarde. ―Cuando miró mi gesto sorprendido se relajó un poco―. ¿Cómo te sientes?
Respiré profundamente.
―Como si ya estuviese listo para vivir ―solté, pensando en como mis palabras cursis resaltaban al estar emocionado.
―No puedes dejar atrás tu esencia de novelista, ¿no? ―Su carcajada me hizo sentir de nuevo real.
Me alejé de mis recuerdos por completo, y enfoqué toda mi atención en ella. Ya no me costaba controlar mis sentimientos.
―Bueno ―prosiguió, mirando la muerta―. Más vale que muevas ese culo ya no virgen o nos pondrán falta.
La miré escandalizado, aunque en mis labios una sonrisa se formaba. Ella me ayudaba a mantenerme a flote, aún en la misma tempestad.
― ¿Era necesario decir eso? ―expresé negando con la cabeza.
― ¿Qué ya no eres virgen? ―recalcó, incapaz de terminar de molestarme―. Es necesario sí, ya que no quieres contarme los detalles, al menos me divierto un poco.
Rodeé los ojos.
—Eres una pervertida irremediable.
—Desde que te conocí lo soy —comentó fingiendo un puchero—. Y recuerdo a la perfección que justamente tú, prometiste contarme tus aventuras sexuales.
—Jordán está muy lejos de ser una aventura —respondí de repente molesto.
Ladeó la cabeza al notar mi tono de voz. Una sonrisa tierna abarcó todo su rostro en cuestión de segundos.
—Ya veo ―contestó, acercándose―. Es que me parece extraño que estés madurando tan rápido.
Abracé su hombro con un brazo, y la atraje hacia mí.
—Suenas como mi madre —aseguré riendo.
Recargó su cabeza cerca de mi pecho.
—Como si lo fuera.
—No voy a contarte absolutamente nada —apunté soltándola.
Sonreí burlón cuando crucé el umbral de mi habitación. Escuché un leve grito de frustración y comencé a reír.
La vida de momento dejó de parecerme tan injusta.
Las semanas habían transcurrido después de aquel día entre sus brazos, junto con el valor de mis momentos, los recuerdos se esfumaron como humo en el cielo. El anochecer se resumía a perder los nervios cuando pensaba en cómo estaría, las estrellas fueron cómplices perfectas y enigmáticas de mis propios problemas.
Quería estar con Jordán, la nostalgia se escondió en los rincones de mi corazón, esperándolo paciente.
Me dirigí con pasos vacilantes hacia la mesa de noche, en la sala que hasta ahora mantenía su paz. Sobre la misma, la pequeña caja brilló de manera especial, atendía el llamado esperado, uno único y resplandeciente. El contenido no estaba lejos de ser hermoso. Había costado lo suficiente, pero era un detalle mío.
Estaba nervioso por lo que pudiese pensar del collar, y tomándolo en mis manos le hice girar.
Te gustará, Jordán.
—Es un lindo regalo —comentó Ann tocando mi hombro.
— ¿Crees que le guste? —pregunté guardándolo en el bolsillo de mi sudadera—. ¿Será demasiado?
Negó con la cabeza. Sus ojos se veían enternecidos, en sus labios una sonrisa parecía contener un suspiro.
—Le encantará porque viene de ti.
Sostuve fuertemente la pequeña caja mientras salíamos del departamento.
Avancé al lado de mi mejor amiga.
Scarlett visitó a sus padres el último fin de semana y prefirió quedarse unos días más, entendía lo difícil que era estar lejos de la familia, aunque la mía estuviese lejos, aunque en el fondo también me quisieran así.
Salir de mi casa fue el peor episodio de mi vida.
Mi madre gritó como una desquiciada en el momento que le confesé no haber cambiado. Ella esperaba que con su actitud tarde o temprano mis gustos cambiarían, que pasaría de ser el chico deprimido en el que me había convertido, a su más grande orgullo.
¿Cómo cambiar quién eres?
Cambiar no estaba en mis planes, mucho menos en mi naturaleza. No era por ella, ni por nadie, incluyéndome. Ser quien era estaba en mi esencia, así era y seguiría siendo, el fuerte chico que no permitía que el dolor destrozara, se volvió invencible. Mi equilibrio estaba en su punto, la verdad muy tarde se hizo visible y destruí sus sueños; justificados en lo que no pudo vivir.
Mi armadura de cristal dejó de sentirse frágil.
A meses de conocer a Jordán me convertí en el chico que siempre quise ser, en el ejemplo que Ann solía decir, en el ave que extendía sus alas y se atrevía a volar por primera vez.
No volvería a ser el mismo, ya no más.
La universidad estaba cada vez más cerca, la distancia era engullida por mi impaciencia.
Necesitaba verlo y sentir que el amor seguía palpitando en su pecho. Quería abrazarlo y decirle lo mucho que había extrañado sus besos, doblegar mi alma en el fuego de sus fantasmas y apagar en sus labios el ardor salvaje de los míos.
Mi corazón latía desbocado mientras me acercaba.
Ann envolvió su brazo en el mío y nos dirigimos a pasos apresurados, el puente estaba debajo de nuestros pies y mi ansiedad aumentó.
Sonreí mientras los dulces recuerdos soplaban como la brisa del verano, el contraste frío de la mañana arrancó suspiros de mi cuerpo, la luz agonizante del sol me hizo sentir más vivo que nunca.
Estaba cerca. Ansiaba sentirme suyo, sentirlo mío.
Cuando llegué hasta la entrada, los pasillos que conectaban distintas aulas, se volvieron rocas, encerraron de golpe mi ilusión, y ese corazón, que en sus manos latía sin razón; inconcluso y confundido, perdió su color.
La sonrisa que minutos antes adornaba mi valor, desvaneció, y se convirtió en dolor.
Miradas amenazantes arrancaron la felicidad en un movimiento, y las cuchillas ocasionadas por el odio entraron en mi ser.
Gestos de asco en sus rostros alertaron cada idea en defensa.
Algunos chicos que esperaban en el pasillo observaron el suelo un momento y después a mí, algunos desconcertados, otros con sonrisas burlonas. La risa en general se convirtió en un puño que me golpeó agresivo y después comenzaron a comentar, deslizándose como serpientes, hablando en tercera persona de algo que desconocían, de algo que estaba fuera de su imaginación.
De pronto me sentí como un bufón, divirtiendo al reino, cayendo a trompicones por un poco de aceptación.
Sobre los pasillos el motivo de su burla reposaba tieso.
Las fotografías de las que tanto adulaba Rayzel estaban regadas por todas partes, y las copias en hojas de papel pegadas sobre algunos casilleros. En ellas había dos chicos besándose en un callejón, dos chicos que en ese momento se sintieron rotos, dos chicos que eran humillados sin una explicación.
Nuestro primer beso.
Se burlaban a través de mi inocencia, a costa de mi ilusión. Mi corazón se encontraba paralizado, hundido en una herida abierta.
Me agaché a recogerlas con rapidez, y fue inútil.
—Qué asco —susurró alguien de entre todos los que me observaban.
Un temblor me envolvió, se expandió, y me rompió.
—Degenerado —mascullaron.
—Enfermo —comentó una chica de cabello rubio, riéndose después.
Sus voces volaron alrededor de mi desesperación.
Ann comenzó a recoger las fotos junto a mí mientras la impotencia invadía nuestros intentos. Mis puños se cerraron, ansiosos por destruir y derrotar, estaba asustado y preocupado. Después de mi evolución había dejado atrás las opiniones, aunque por el momento la sorpresa se instaló, sus burlas no causaban más que satisfacción en mi persona; orgulloso me sentía por ser mejor que ellos.
Yo no sería capaz de humillar a una persona, de robarle su integridad, de hacer pedazos su dignidad. ¿Por qué entonces me lo hacían a mí? ¿Qué les hacía yo para merecerlo?
Sin embargo, Jordán aún no estaba preparado para algo de tal magnitud, las esperanzas de nuestro futuro se alejaban cada vez más al pensar en su miedo, en el peor descuido que pudimos cometer.
Si esto llegaba a oídos de su padre, lo golpearía, lo lastimaría. Me dolía más la idea de verlo retroceder.
Levanté la mirada para buscar a Rayzel, silenciando mis pensamientos vengativos. En el interior un latido me advirtió, lo mucho que me dolería buscar una explicación, una imagen que partiría mi corazón.
Entonces lo vi, plantado a unos metros, cabizbajo.
Me reincorporé dispuesto a protegerlo y así pude ver que el espacio entre sus dedos, aquel que me había dado fuerza, ahora era ocupado por alguien más. Rayzel sonreía con suficiencia, mofándose de mi ingenuidad, él miraba sus manos unidas.
Descubrí que el corazón, todas esas veces sólo había soportado un pequeño dolor, pero en verdad podía partirse en dos.
Avancé hacia él por inercia, conservando un destello de esperanza, con los labios temblorosos. Me detuve sin siquiera pensarlo, algo en mí estaba rompiéndose lentamente.
Él te ama. Esto no es verdad.
—Jordán —murmuré acercándome a él con pasos lentos—. ¿Qué está pasando?
Su indiferencia me desarmó.
—No te acerques a mí.
Mis ojos se volvieron húmedos. Mis alas se rompían, mi sonrisa se marchitó.
Quería pensar que no estaba pasando, avancé dos pasos y él retrocedió con la misma mirada de asco que todos tenían.
Su gesto era como los del montón.
—Las fotos son obra de ella, ¿recuerdas? —pregunté desesperado por entender la situación.
—Sí, fue el día en que me besaste sin mi consentimiento. Te pedí cortésmente que te alejaras, y me molesté porque seguías empeñado en buscarme.
Parpadeé y la primera lágrima se derramó, deslizándose certera, a través de mi dolor.
Lo miré esperando que ese amor que había jurado escapara de su miedo, y estuviese dispuesto a rescatarme. Me convertí en su burla, en el chiste que todos esperaban oír.
Ya no era Byron, ya no me sentía como yo.
Comencé a temblar al sentir las miradas de todos, ellos sólo veían mi exterior, lo que mostraba la máscara. Sabía que él veía mi dolor, mordió su labio y sus ojos se llenaron de lágrimas, pude sentirlo. Fue así como bajó la mirada.
Me volví a observar mi alrededor y todos empezaron a reír con fuerza, animados por una broma que aliviaba sus propias inseguridades, destrozando la poca autoestima que había recuperado. Un nudo se formó en mi pecho, el aire me faltó.
No sabía si tenía sentido siquiera intentarlo.
Jordán veía mi exterior, era incapaz de sentirme.
Entendí que existían diferentes tipos de mirada, pero algunas destruían más que otras. Algunas te arrancaban el corazón, y otras te devolvían a la realidad, a la injusta y vil realidad en la que el amor apenas podía sobrevivir.
—Te lo advertí, gay de mierda —acotó el triunfo de Rayzel, escapando de su voz—. No quería verte cerca de mi novio o terminarías arrepintiéndote, que desagradable que todos ellos se enteren de la basura que eres. Que satisfacción siento al saber que él me eligió a mí.
Me aguanté el dolor, incapaz de responder a la escasa dignidad que ella tenía.
Sequé mis lágrimas con la manga de mi polera, sólo podía ofrecer una sonrisa rota. Volteé hacia Jordán, aquel nudo en mi garganta amenazaba con destrozarme.
Respiré profundamente antes de acercarme a él por última vez.
—Bien jugado.
Las piernas se me doblaban, sentía muchos puñetazos en la espalda. Ya no sabía cómo respirar, cómo soportar.
— ¿Qué? —preguntó herido.
Recordar sus palabras dolía más, saberme tan estúpido como para caer en todas las promesas que él me dio.
—Creí en tu amor, más de lo que alguna vez lo hubiese hecho. De verdad sentí que me merecía ser feliz —susurré lentamente sintiendo como cada parte de mi ser caía a pedazos―. Supiste romperme el corazón otra vez. Ya no me importa, ¿sabes? Puedes decir lo que quieras, si quieres sigue burlándote, ya nada me puede doler más. Quería amarte, pensé que tú lo hacías. Me creí todo como un idiota, ¿no?
—Byron —mencionó trémulo.
Me apresuré a interrumpirlo, roto y herido, busqué cómo escapar. Necesitaba estar a solas para curar mis heridas, para protegerme de todos y de su humillación.
—Felicidades —añadí caminado hacia el pasillo―. Conseguiste lo que querías.
Los pocos pasos que había avanzado se detuvieron cuando escuché un fuerte golpe.
Me volví encontrando a la causante, y una pequeña sonrisa se formó en mi demacrado gesto. La tristeza se amoldó a mí.
Jordán tenía una mano en su mejilla, escondiendo el agresivo color rojo entre los bordes, acariciaba con una mueca la reciente herida.
Ann lo había golpeado con la palma, una bofetada energética, pugnaz. La pelinegra lo miraba molesta, herida, casi tan afectada como yo. Ella sabía todo lo que había vivido, lo mucho que me afectaba volverlo a vivir.
—Vuelve a buscarlo —advirtió acercándose amenazante—, y juro que te reviento a golpes. No me quieres como una posible enemiga, te lo aseguro.
Se volvió hacia Rayzel con la misma mirada, sosteniendo entre sus manos una de las tantas fotos, mi más grande derrota.
—Me das pena —comentó adoptando una postura diferente a todas las que había visto―. Aguantar a un hombre como Jordán debe ser todo un suplicio. No puedes ser más estúpida de lo que ya eres. Eres tan arrastrada que estás dispuesta a aguantar que un imbécil como él te de migajas.
Una nueva Ann surgía de entre las sombras, dispuesta a protegerme. Se convertía en mi escudo, y en la espada que en su momento necesité, que en ese instante aparecía para defender.
— ¿Lo estás protegiendo? —preguntó la castaña mirándome—. También eres una enferma.
Ann apartó un mechón de su cabello, mostrando toda su seguridad, reluciendo sin intentarlo.
—Solía pensar que eras una idiota, sólo un pensamiento fugaz basado en tu comportamiento, ahora lo puedo ver a la perfección. Hiciste todo esto, ¿para qué? Tener a un chico que ni siquiera te quiere. Eres más patética de lo que hubiese imaginado, y ahora que te quede algo bien claro —comenzó mirándome con una tierna sonrisa—. Byron quizá no pueda hacerte daño porque sería una cuestión injusta, a diferencia de mí, que muchas ganas tengo de golpearte. No eres más que una perra con aires de grandeza. Jamás, escúchalo bien, jamás te podrás comparar con él. Quédate con tu cobarde de closet, y disfruta de lo que pueda darte porque recuerda algo, su homosexualidad es parte de él, igual que de ti lo zorra.
El silencio se extendió alrededor y las miradas desistieron de mirarme a mí. La atención concentrada en ellas revoloteaba a mi costado.
Sobre los pasillos los murmullos comenzaron, aminorados por la furia, fría y calculada, de una verdadera amiga defendiendo el aprecio en forma de lazo. Quizá una amistad no dependía del tiempo como otros solían pensar, sólo tal vez, el cariño surgía de dos corazones rotos buscando hacerse compañía.
Rayzel avanzó hacia Ann que caminaba en mi dirección.
Le tomó de la muñeca con una intención marcada, jalándola en un movimiento inesperado y brusco. La castaña levantó el dorso de su mano para golpear a Ann, humillada, atrapada entre lo que se supone debía hacer para defenderse de toda su verdad.
Entonces con un movimiento cegado y apenas calculado, aquella pelinegra que tanto amor me había dado, cumplió su promesa.
Un puñetazo tiró a Rayzel al suelo.
Los gestos de sorpresa no se hicieron esperar, y como ya era costumbre, a mi mejor amiga le importó poco. Siguió avanzando, sonriente.
—Fue un buen puñetazo. —Sonreí.
—Ni que lo digas —soltó una carcajada―, ahora me duele la mano.
El camino posó frente a nosotros, un pasadizo sin salida que aumentaba mi tristeza mientras la adrenalina del momento se desvanecía en el aire.
Esa sensación de vértigo me precipitó y ahogó en un abismo oscuro del que no podía escapar. El deseo de huir comenzó a derribar mi cuerpo, no dejándolo escapar de sus espinas venenosas. Las paredes cobraron vida y me asfixiaron con sus agrietadas estructuras, una réplica de mi alma derrotada.
Mi corazón se estrujó dolorosamente en el centro, el aire pesado ya no me dejaba respirar y mi pulso acelerado estaba levitando, intentaba escapar del sufrimiento. El vacío en el pecho se volvía más hondo.
Acerqué la palma de mi mano a mi pecho, apretando con fuerza donde antes latió un corazón enamorado. Un amor ingenuo que buscaba ser feliz.
No te preocupes, yo te protegeré. Nadie volverá a romperte.
El dolor crecía, paralizando todo intento de defensa propia.
Me sentí tan estúpido.
Mis pasos se escuchaban retumbar a cada paso que avanzaba en silencio, la debilidad extendía sus brazos cálidos y cobardes, arropándome en su sufrimiento. Frustrado era la única palabra que mi cabeza repetía en cadena, como si aquel incesante susurro advirtiera más problemas.
Estaba hecho un lío, mi inseguridad se concentraba, en una palabra, impulsiva e improvisada.
Odio.
¿Ya te odio?
La decepción me abrazó dejando a la intemperie cada recuerdo de esa noche.
Más lágrimas recorrieron mis mejillas, estaba hecho pedazos. Mi alma se resbalaba sobre los costados, cayéndose por completo. Respiré profundamente intentando relajarme, aliviar mis propios temores y salir adelante como otras veces, luchando con mi fortaleza.
Mi labio inferior completamente descontrolado temblaba con fuerza, y el grito atascado en mi garganta me estaba matando.
Escuché a lo lejos su voz desesperada, ansiosa por llamarme, el timbrado tan conocido resintió en mi alma.
― ¿Nos vamos? —preguntó Ann tomando mi muñeca.
En el interior, una incógnita me aquejó, se disolvió y enredó en mi cabeza. Revoloteaba concentrando la tristeza.
—Déjame hablar con él —murmuré sin más, decepcionado, y resignado.
Su gesto de incredulidad se hizo ver de inmediato.
—Pero...—comenzó apretando su agarre.
—Por favor, Ann —supliqué con la voz rota.
Miró el suelo, y luego volvió a mirarme, demostrando su confusión. Yo también estaba confundido, quizá más que ella.
Suspiró asintiendo.
Acarició mi mejilla mirándome con tristeza y avanzó perdiéndose en el final del corredor.
Necesitaba dejarlo atrás, todo lo vivido y lo que acababa de presenciar.
Quería creer que sólo era un horrible capítulo, uno más dentro de mi miserable vida. Mi historia se dividía en tres secciones; el pasado, había logrado escapar; mi presente destructivo; y el futuro que pensaba tenía claro.
— ¡Byron! —gritó y su profunda voz rompió las barreras que mi debilidad había levantado―. ¡Espera, por favor!
Eres más fuerte que esto.
Caminé algunos pasos, y mi cuerpo se detuvo por un agarre que me sostuvo desesperado, un leve ardor en mi codo izquierdo.
Me dolía que me tocara, dolía pensar que quizá a ella la tocaba de otra manera. Todo fue una mentira en la que caí, me dejé llevar por un romance efímero que destruyó mi alma, y debía afrontar las consecuencias.
Volteé encontrándome de frente con su mirada ámbar, el cálido color lucía triste y no causaba en mí más efecto que traición. Los dedos de sus manos se enroscaron en parte de mi brazo, sujetándome con fuerza, su contacto era decidido.
—Tengo una explicación para esto —comenzó balbuceando con los ojos rojos—. Sólo deja que hable. Yo sé, que lo entenderás.
Lo miré justo como me sentí en ese momento, vacío, destrozado.
— ¿Explicarme?
—Sí.
Apreté los labios.
Me fundí con el dolor, hice del sufrimiento un aliado, un disfraz.
—Eres un maldito bastardo, dijiste que me amabas después de entregarte mi cuerpo y mi alma por primera vez, y hoy estás aquí mirando como mi mundo se viene abajo sin hacer nada —dije sintiendo la furia en mi voz—. ¿Sabes? El idiota soy yo por creer que un estúpido inseguro de mierda como tú, algún día cambiaría.
Se alejó, soltándome rápido.
Mi frialdad lo golpeó de frente, su mirada me analizó y no encontró nada, porque ya no había nada. No quedaba qué robar, no quedaba ni una lágrima que llorar.
—También fue mi primera vez, nunca estuve con nadie más, estaba esperándote. ―Se apresuró a decir, desesperado―. Byron, lo sabes. Te entregué mi cuerpo y corazón, merezco lo que dices, grítame o golpéame, pero escucha lo que tengo que decir.
—No voy a escuchar nada que venga de ti. Ya fue suficiente —escupí, hundido en el veneno de mi odio―. Eres definitivamente lo peor que me ha pasado, intentar salvarte también me destruyó y no me quedaré para saber cómo termina.
Tomó mi mano en un movimiento.
― ¡No me toques, maldita sea! ―Lágrimas se agruparon en mis párpados―. No me vuelvas a tocar.
Su mirada asustada me dolió.
—Prometiste que jamás me abandonarías.
—Ya lo hice.
Retrocedió por mis duras palabras, mirándome herido. Mi confesión parecía haberle causado lo que deseaba.
¿Por qué sentí que no era lo correcto?
— ¿Eso es lo que sientes?
Levantó la voz acercándose a mí.
—Sí —murmuré entre dientes.
Se aproximó en su papel de cazador intimidante. Se encontró con que yo ya no era la presa, ya no más.
—No me voy a rendir, no ahora que te he encontrado. Hablarás conmigo te guste o no —amenazó en el momento que ejerció fuerza para arrastrarme por el pasillo que daba a la pista de hielo―. No te resistas, porque de nada va a servirte.
No estábamos muy lejos del lugar en el que hace tiempo tuvimos nuestra primera cita.
El aroma frío atravesó mi alma y me debilitó, soplando decidido.
Irónico resultaba que justo aquí hubiese sido el inicio de este problema. Primeras veces que no servían para nada en presencia del silencio, era el escenario perfecto para una discusión que advertía terminar con una desagradable pelea.
Me zafé de su agarre, volviéndome en su dirección como quien escapa del fuego.
Te odiaré, Jordán. Lo juro.
—No quiero hablar contigo —apunté resignado a las emociones abrumadoras―. ¿Acaso no ves el daño que me haces actuando de esta manera?
Cerró el espacio que nos dividía, estirando los brazos a mi costado y acorralándome entre las gradas de materiales gruesos.
El metal distrajo mis ideas, aisladas en un recóndito lugar, abstractas como la tristeza. Los restos de mi corazón comenzaron a congelarse.
El olor de su colonia a pesar de las circunstancias me embriagaba.
Pensaba y analizaba, dispuesto a romper con el único lazo que se sentía tangible entre los dos. Intenté empujarlo y no funcionó. Busqué distintas maneras de vengarme, pero en ese espacio, en esa constante lucha estaba mi alma pidiendo ayuda, intentando levantarse. Mis alas ya estaban desechas. ¿Qué más necesitaba romper para darme cuenta de que su amor era tóxico además de necesario?
Cuando su mirada conectó con la mía el dolor me golpeó justo en el estómago, en mi mente los recuerdos revivieron. Seguía mintiéndome.
Mi pulso se aceleró, mis ojos ardieron y estaba rompiéndome, aunque juntara toda mi fuerza para no llorar. Mi alma gravemente herida comenzaba a escapar de mi coraza; aquel escudo que él rompió en pedazos.
Levanté mi máscara, encontrando una fase negativa que aún desconocía.
En cuestión de tiempo una pregunta escapó de mis labios.
— ¿Por qué lo hiciste? ―cuestioné, sujetándome de la dureza, de la seriedad―. ¿Por qué te burlas de mí de esta manera?
Su voz chocó con mis labios.
—Te amo —dijo fluyendo a través de mi cuerpo.
— ¿Por qué me haces daño?
—No lo hago —aseguró con la mirada perdida en instantes de tiempo―. En serio no es mi intención.
Puse mi mano en mi pecho porque de repente respirar dolía.
— ¿Te divierte? —pregunté con el alma rota—. ¿Te está gustando jugar conmigo?
Bajó la cabeza soltando un suspiro entrecortado, parecía a punto de caer en lágrimas.
—No puedo terminar con Rayzel porque ella tiene las fotos originales, amenazó con buscar a mi padre y mintió, les dijo a todos que tú, justamente tú me habías besado ―explicó, buscando mi mirada, yo intentaba esquivar sus acercamientos―. Sé que es mentira, yo lo hice, pero el miedo me dominó, no fui capaz de reaccionar a tiempo. Ella puede decirle a mi padre, Byron. ¿Sabes cómo reaccionaría si se enterara?
—No quiso ver las fotos ―repliqué, molesto estaba por todo, cansado de luchar por los dos y no recibir nada―, ya una vez lo intentó.
—Él está enterado de que estuve en la cabaña, seguramente tiene personas vigilando el lugar o quizá descubrió que me robé su coche y las llaves de la pequeña casa —susurró agachando la cabeza―. Le dije que estuve con ella y se sintió tan orgulloso, no sabes que agradable sonrisa me mostró. Incluso golpeó mi hombro con cariño, no quiero pensar que haría si supiera que tú has sido el primero.
Parpadear también dolía. El escozor en mis ojos no daba tregua.
—Te hace sentir mejor el pensar que fue ella en vez de mí —acoté tragándome el dolor—. ¿Qué es esto que hay entre los dos?
Su respuesta me dejó varado en el inmenso vacío, en la profusa oscuridad.
—Es un tipo de relación enfermiza. Quiero pedirte que mantengamos este secreto más tiempo, y quizá después podamos... Puedo hacer que entres al equipo de hockey, estaremos juntos, seremos amigos frente a ellos. Podemos fingir que esa noche estabas borracho, un corazón roto, yo qué sé. Inventaremos algo creyente —comentó emocionado por aquella estúpida idea—. Seguiré con ella para guardar las apariencias.
Mi asco aumentó a medida que sonreía entusiasta.
—Escuché suficiente —solté irritado, notando como su gesto se desencajaba―. Déjame ir.
Este no era mi Jordán, este era todo lo que siempre odié.
— ¿No te gusta la idea?
— ¿Te estás escuchando? —reté dispuesto a romperle el corazón―. Es estúpido que me creas tan idiota como para caer en tu juego otra vez.
La impotencia tomó forma en su gesto.
—Es una solución para que estemos juntos —replicó tallando sus ojos con los dedos.
—No quiero, y mucho menos seré tu amigo. ¿Eres tan estúpido que olvidas cuánto te necesito? —intenté hacerlo entrar en razón―. Quiero que me tomes de la mano y me beses frente a todos, que no te importe tu padre o el resto del mundo, así como a mí. No tenemos que escondernos. Yo daría mi vida por ti.
—Ya te expliqué como será nuestra situación, entrarás al equipo, seremos amigos y seguiré con Rayzel para evitar sospechas —ordenó mirándome de momento furioso.
Mi corazón se partió, sentí el rechinido de los fragmentos al caer en pedazos pequeños.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, aguanté el nudo en la garganta lo más que pude, cansado estaba de esconderme. Las piernas me temblaban, ya no podía volar.
Después de todo estaba en el infierno, en mi realidad.
—No seré tu estúpido experimento, quédate con esa zorra si así lo quieres y no vuelvas a buscarme, mantente alejado de mí que yo haré lo mismo —afirmé con seguridad evitando su contacto―. Están claras tus prioridades, y siempre he tenido las mías definidas.
Sus manos temblaron, los dientes parecían rechinarle. Su furia era obvia, mi decisión estaba tomada.
— ¡Carajo! —Perdió el control—. Entiéndelo, es lo mejor para los dos. No soportarías el rechazo.
Sonreí con tristeza y asentí, el dolor se aferró fuertemente, desgarrándome por dentro.
―Ya lo soporté ―musité roto.
Me apresuré a empujarlo, emprendiendo mi camino hacia la puerta.
Entonces su mano tomó con fuerza la mía, el ardor se extendió por todo mi brazo y un grito amenazó con escapar de mis labios. Mi piel se sintió irritada por la firmeza con la que me sujetaba.
Acercándome a él, volvió a lastimarme.
¿Por qué me haces daño si te he dado todo de mí?
— ¡Qué es lo que quieres? —gritó en mi rostro―. Dímelo, carajo.
—Me lastimas —susurré débil, incrédulo ante su comportamiento.
Su dolor se manifestó con lágrimas.
—Tú me estás rompiendo el corazón.
— ¡Suéltame! —comencé a empujarlo, frenético.
Apretó con mayor fuerza mi muñeca. Intenté zafarme y resultó inútil, así que solté de golpe todo lo que tenía guardado.
― ¿Qué es lo que quiero? Quiero que me ames, ¿tan difícil es? Sin prejuicios, sin miedos, sólo tú y yo. ¡Mierda! Deseo que sientas lo que yo, y puedas ver que te necesito más que el propio aire. Quiero que entrelaces tus dedos con los míos y me hagas sentir completo. ―Señalé la puerta, deseando estar en otra parte―. Quiero que salgamos ahora mismo a decirle al mundo que nuestra relación va más allá de todo.
Apretó la mandíbula, enojado.
—No puedo hacerlo. No quiero perderte, pero no lo haré —apuntó firme, aún sin soltarme.
—Debí imaginarlo —escupí las palabras cargadas de veneno―. ¿Qué esperaba de un cobarde cómo tú?
Y me lastimó como jamás pensé que lo haría.
Enojado por lo dicho, me empujó contra la pared más cercana y mi cabeza impactó con la dureza. Me sentí de repente mareado, demasiado débil y lastimado como para seguir.
Me dolía el cuerpo después del fuerte movimiento, entre los puntos negros de mi visión pude apreciar su mirada rojiza. Respiré alerta, mi alma estaba hecha polvo, y aquellos suspiros agitados que escapaban de su boca me dejaron paralizado.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo y la tristeza se vio reflejada en los pasos torpes que daba. Estaba cayéndome a trozos.
— ¡No soy como tú! —comenzó a gritar de nuevo mientras se desplazaba en círculo―. No puedo ser como tú.
— ¿Y cómo soy?
Entonces terminé de romperme, varios pedazos de mí se quedaron con él y jamás podría recuperarlos. Había escuchado alguna vez que el cuerpo humano estaba hecho para aguantar el dolor a cierto grado físico, pero ese constante palpitar se alejaba de mis posibilidades, no podía soportarlo. Me dolía todo.
Un golpe de la realidad atravesó mi estómago y mi mundo se cayó a pedazos.
Mis esperanzas murieron como la mirada descolorida frente a mí.
¿Por qué mi corazón duele de esta manera?
— ¡Un maldito maricón de mierda!
Lo miré por última vez.
Me dolía el pecho y lágrimas emergían de mis ojos; insolentes como siempre, rebeldes sin una causa especial.
Él pareció reaccionar a lo que había dicho, acercándose preocupado comenzó a tartamudear, pero ya era demasiado tarde. Mi puño se levantó motivado por la impotencia, impactando sobre su mejilla, esperando causar el mismo daño.
Jordán cayó al suelo y me miró desde abajo, contrariado y tan confundido, sostenía su mejilla con una mirada sorprendida.
Busqué la cajita en el bolsillo y la lancé en su dirección, esperando que mis ilusiones se rompieran en las sombras. Su estructura se abrió al chocar contra el piso.
El collar reluciente brilló cual sol en primavera.
Una cadena con una B inscrita en titanio llamó su atención, la miró estupefacto y luego a mí. Metí la mano en el interior de mi cuello, sacando un collar similar al que se encontraba tirado. La J de su nombre brilló sobre mis manos, suavizada por el dolor que opacaba las emociones.
Lo arranqué sin pensar.
Iba a decirte que te amaría por siempre.
—No te quiero cerca de mí —musité cansado de gritar―. Te voy a odiar como debí hacerlo desde el principio, estás muy lejos de saber cuánto me arrepiento de haberte conocido.
Arrojé la cadena al suelo.
El color de sus ojos perdió vida cuando comenzó a llorar. Su dolor se reflejaba en el mío, me dolía verlo de esa manera, pero lo estúpido que había sido se impregnaba en mí.
Me alejé unos pasos mirándolo sobre mi hombro.
Tomó el collar entre sus manos y sonrió antes de levantar la mirada partiéndome el alma.
Empecé a llorar junto a él porque la vida era tan injusta y la sociedad una mierda, rompí en llanto porque el destino se esforzó en mostrarme aquel camino imposible, un amor desgarrador que me enseñó que podía caer y nunca levantarme.
Salí de aquella pista dejándole un último regalo. Mi corazón ya era suyo, y nadie podría tenerlo.
Los pasos que avanzaba dolían más que la tristeza.
Necesitaba aliviar el dolor, quería olvidarlo.
La imagen apareció en mi cabeza como una fotografía vieja, maligna y astuta, equilibrando un latido en el fondo de mi pecho. Esa navaja se presentaba en bandeja de plata, mi escape estaba dentro de un cajón en la cómoda del departamento, en el sanitario.
Mi debilidad luchaba contra mi equilibrio, la autoestima que aún conservaba junto al valor cayó derrotada. Intentaba resistirme, era más fuerte.
Estaba consumiéndome.
Caminé por los corredores y las miradas se enfocaron en mí de nuevo.
—Los maricones como tú deberían extinguirse —dijo Rayzel con sorna cuando pasé a su lado―. ¿Ahora ves que no eras competencia para mí?
Ignoré su comentario.
La nieve bajo mis pies se sintió fría cuando atravesé la entrada de la universidad.
El sentimiento me perseguía, así fue como lo entendí. Amar no era suficiente contra una sociedad cruel, no cuando te esforzabas en negarlo. El cruel destino me colocó en el tablero y ahora estaba fuera del juego.
Sólo fui el peón que entretenía al rey.
Una lágrima se deslizó hasta mis labios, regando de amargura la sonrisa seca y sin vida. Fue en un segundo, que bajo una tarde de invierno con el sol escondiéndose tras un cielo nublado, me rompí como un cristal.
Adiós, Jordán.
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¡Hola!
Por favor, suplico no me odien. Era necesario que esto sucediera porque es la realidad. Así son las cosas en un mundo destrozado por el odio. Por otro lado me alegro, están aumentando las visitas y eso me gusta, a pasos de tortuga pero es un gran avance.
¿Qué piensan de Jordán?
Vamos, quiero saber.
Bueno en este capítulo tan triste me quedé sin palabras. Así que espero les haya "gustado".
Queda de ustedes.
WingofColibri
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