16 | Te amo
La advertencia en su mensaje aún seguía revoloteando sobre el aire.
Mi corazón completaba los latidos de un segundo recostado a mi lado. Suspiré dejando el celular en la cómoda ubicada al costado de mi cama.
Me recosté nuevamente sintiendo los gruesos brazos de Jordán, abrazándome. Giré sobre mis hombros, buscando el contacto con el pecho duro, y me encontré frente a frente con el fino rostro adormilado, parecía incluso más joven. El cabello castaño caía prominente encima de sus cejas, desordenado y rebelde, un contraste con su personalidad. La oscuridad de una noche seductora no me permitía apreciar el dorado y destellante color de su cabellera, aun así, me permití imaginarlo.
Detuve mi atención un momento en sus labios, respiraba y suspiraba sin descanso, una melodía casi imperceptible; gruesos y rosados como los pétalos de una rosa, tan alcanzables, pero encerrando un enigma. Pude distinguir un pequeño lunar en la base superior de su labio, casi invisible.
Sonreí por el camino al que se dirigían mis pensamientos.
—Te parezco exageradamente atractivo, ¿no? —preguntó en un murmullo, apenas despertando de un sueño que parecía haberle gustado mucho.
Le miré con los ojos entrecerrados.
— ¿No estabas dormido? —ataqué evitando la sorpresa que generó su arrebato—. Además, estás borracho, no sabes lo que dices.
Se acomodó de nuevo cerca de mí.
Su aroma invadió mis sentidos, aunque un rastro del olor a alcohol siguiera presente.
—Mentira ―replicó, moviendo los labios tan lento que perdí la noción del tiempo―. Ya no me siento tan mareado.
Formé un puño para evitar la sensación que intentaba obligarme a acariciar su mejilla.
—Estás delirando, Jordán —repliqué mordiéndome el labio, evitaba caer en sus profundidades―. ¿Por qué te vería?
La curva en sus labios me distraía. Odiaba ser tan evidente.
— ¿Por qué no? —inquirió—. Me gustas y yo a ti.
—El alcohol te hace malinterpretar las cosas.
Negó con la cabeza, como pudo, y sonrió, sabiéndose seguro, con la firmeza que se tiene cuando uno se sabe amado.
—No, ya no estoy borracho. Tu aliento choca en mi rostro constantemente, era obvio que sabría que me observas.
Desvié la mirada.
—Un consejo, cariño. Deberías lavar tus dientes.
Rio entre suspiros, y me reí con él.
La sensación que me albergaba en ese momento pareció distante, un sueño perfecto fundido en la belleza de sus ojos.
Levantó lentamente los párpados, pestañeando con dulzura, enfocándose en mí como si su vida dependiera de ello, la mía también lo hacía.
Necesitaba de él más que el aire.
Inhalé profundamente para poder resistir la tentación que sus labios suponían, mi corazón palpitaba fuertemente dentro del pecho saliendo de su escondite. Todo en él me provocaba, choques cálidos esclarecían al ritmo de las llamas de fuego en su mirada.
Acercó una de sus manos en dirección a mis mejillas, deslizándose por mi barbilla. Sus dedos eran suaves y delicados, vehemente me observaba. Más allá de las pupilas cautivas se escondía un brillo especial, precioso.
Su recorrido llegó hasta mis labios, dejaba pequeñas marcas ardientes.
Evitó besarme. Siguió mirándome a los ojos completamente serio, desconocía el momento en que dejé de respirar.
Se aproximó, y mi boca acarició la suya sin estar unidas.
Me mantuve hipnotizado, atado al ámbar de sus orbes, el análisis de su movimiento resultaba candente. Me derretí bajo el brazo que envolvía mi cintura y su mano acariciando mi rostro. Dejó caer su mirada en mis labios para luego volver a mí.
Dolía, él me dolía. Tan hondo que la marca que su sufrimiento estaba dejando en mi corazón, algún día me haría sangrar.
Aquel mirar confundido parecía destrozado.
Sonrió, tímido por un momento.
— ¿Recuerdas de lo que hablábamos en nuestra primera cita? —preguntó dirigiendo mi atención a una inminente invitación al preludio.
—Tus recuerdos y los míos difieren mucho acerca de ese día.
Mi respuesta lo golpeó, apretó los labios con una mirada herida.
—Dijiste que estabas enamorado de mí —respondió bajando la mirada―. ¿Algo ha cambiado?
Su dolor era el mío.
Suspiré, molesto por lo que estaba a punto de decir.
—Aún lo estoy —susurré obteniendo un tímido aleteo de pestañas―. No creo dejar de estarlo.
Cerré los ojos por la envolvente vergüenza que me gobernaba, no debía decirlo.
Tenía que ser paciente y sujetarme de la prudencia, pero era inevitable soportar más el poder de aquel sentimiento que al mirarlo escapaba de mi pecho. Desde que lo conocí había aprendido a sentir las distintas fases de Jordán, todas parecían fijas en mí, concentradas en atraerme. Al final cada una de ellas lo convertían en el chico perdido del que me enamoré y por el que coexistía.
—Ayer cuando estabas con tus amigas me aferré a Rayzel. No pude evitar odiarme por no tenerte —relató en una exhalación—. Quería sostener tu mano, besar tus labios y acariciarte.
Mordí mi labio con fuerza, la tristeza subía por mi pecho y hasta mi garganta. Incluso así, hablé con el nudo atenazándome.
―Pero no lo hiciste.
Asintió apartando el mechón de cabello rizado que cayó sobre mi ojo izquierdo.
―Me fue imposible vencer el miedo que tenía de que todos vieran quien era, demoré mucho pensando en qué hacer. Mi cobardía fue mayor que mis sentimientos por ti, pero después entendí que debía intentarlo ―explicó y su sinceridad me partió a la mitad―. Esforzarme más de lo suficiente, un poco más. En mis manos habías dejado tu felicidad y yo quería ser parte de ella.
Aparté su mano de mi cabello, sin ser brusco.
―Si tan sólo eso fuera verdad ―musité sintiéndome estúpido―. Pero mañana todo esto desaparecerá, y volveré a ser nada para ti.
Bajé la mirada enfocando a sus dedos que rozaban los míos suavemente, evité caer en lágrimas que deseaban escapar. Hace tiempo solté mis emociones sólo para descubrir que seguía llorando por cosas pequeñas. Quizá era más fuerte de lo que pensaba o ya era un cristal.
Me resistí al dolor apretando los párpados con fuerza. Pensé en la fortaleza que construí a través de los años.
—Mírame —reprendió levantando mi rostro con uno de sus dedos—. Dime que me entiendes, por favor.
Lo hice y me perdí, era espectador de la pared cayendo frente a mí. Me estampé en la oscuridad como una copa de cristal, y caí en sus profundidades.
Miré sus ojos, afligido.
—No quiero verte triste —sentenció buscando una solución a mis emociones descontroladas―. Contigo, a tu lado, me siento libre, único. Ya no hace falta que patine para sentirme así.
Asentí para tomar valor.
—Me dolió tu comentario en nuestra primera cita. Detesté con el alma entera que fueras capaz de insultar quien soy. Sé que fuiste educado de esa manera, pero sencillamente no lo soporto —confesé separándome lo más que pude.
El colchón se acababa, y me sentí atrapado, acorralado. De nuevo era la presa, y él un león, dispuesto a tomar todo de mí.
—Lo siento —susurró con una mueca—. A veces puedo ser estúpido y torpe.
Sonreí.
―De verdad lo eres. ―Su risa llegó a mí, y se unió con mi alma.
―Tu estúpido y torpe ―contestó, acercándose otra vez―. Tuyo.
Exhalé todo el aire que contenía, liberándome de mi pesar, intentando entender.
—Vas a tener que esforzarte mucho.
Aprendió a conocerme, sabía que el amor me tenía encadenado a él.
Hizo un gesto de satisfacción que me tomó por sorpresa. Levanté una ceja, y respondió la pregunta implícita.
—Ayer compré algunas cosas. Estuve buscando las llaves de un lugar que quiero conozcas y también encontré las del automóvil de mi padre —explicó tan rápido como sus pulmones le permitieron—. Recuerdo con exactitud donde se encuentra la cabaña de mi tío y tú vendrás conmigo.
Solté una carcajada. Con él toda situación parecía absurda. Jordán era como un personaje de película.
― ¿Qué te hace pensar que voy a darte otra oportunidad?
Parpadeó, afectado. Me conmoví ante la tristeza que invadía sus ojos.
―Porque me quieres ―carraspeó, y me miró con una sonrisa tímida―. Porque te quiero.
Me mantuve así, estático, paralizado. No sabía qué decir.
Continuó hablando.
―Nos fugaremos a una ciudad cercana. Quiero ser yo mismo y sólo puedo cuando estoy contigo, aunque no lo creas, tú sacas lo mejor de mí ―aseguró, acariciando mi rostro, mirándome con anhelo―. Quiero tomarte la mano y besarte en la acera.
La idea venía a mí, y se deslizaba por mi cabeza, giraba y giraba.
― ¿Cuántos días? ―La pregunta salió de mis labios impregnada de ilusión.
―Un fin de semana ―respondió sonriendo con un poco de decepción―, que quiero recuerdes cuando estés solo. Que yo también quiero recordar.
Pensé en ello.
Él estaría conmigo como una pareja, aunque fuesen tres días. Era injusto para mí y también para él, en el retorno nuestra vivencia quedaría hundida en recuerdos y no cambiaría nada. La ilusión estimuló mis sentidos, iba a perderme, lo sabía perfectamente. Sin embargo, estaba perdido desde que lo conocí.
Jordán seguía asustado, eso era un hecho. Yo estaba herido. Él me lastimaba con sus acciones, y yo continuaba contribuyendo al ciclo tóxico, pero mi intención era ayudarlo. Parte de amar era eso, salvar.
Sonreí ilusionado y mientras asentía frenético preparado para lo que venía me encontré satisfecho. Quise darle el beneficio de la duda. La triste realidad en la que vivíamos nos obligaba a amar en silencio, y ahogarnos en mentiras que generaban sonrisas de aprobación a nuestro alrededor.
Amarlo a él me costaría caro, y lo sabía, pero el riesgo ya estaba tomado.
De improvisto me tomó de los extremos del rostro y lo hizo, juntó nuestros labios en un beso explosivo. Las emociones revolotearon sobre nosotros.
Excitado por su ritmo acoplé mi pecho con el suyo, aislando los malos pensamientos me concentré en provocar y disfrutar de cada choque eléctrico. El calor cubrió la piel descubierta, descongelando el súbito placer escondido en mi cuerpo. Suspiré bajo el manto y la belleza masculina del amor que el destino me había mandado.
Comencé a delirar cuando sentí a sus brazos cargándome.
Entonces me colocó encima de él sin separar sus labios.
Lo deseaba entero.
Se frotó debajo de mí, empujando sus caderas contra las mías, avivó el deseo fundido en mis entrañas, y enloqueciendo el palpitar dentro del bóxer se hundió en un movimiento por encima de su ropa interior. Lo sentí crecer, en segundos se volvió duro, tanto como su convicción. Cada membrana reaccionaba a su apasionado tacto, ascendente por mis muslos y hasta la base de mi rostro.
En mi cabeza todo era nublado, las capas frías de mi corazón se descongelaron. Todo ardía.
Sus grandes y ásperas manos acariciaban mi cuello y alojaban dulces caricias en los matices de mi piel sonrojada. Las abrumadoras emociones destruían lo poco que quedaba de cordura.
El balanceo de sus caderas resintió en mi sexo.
Deseoso de más apoyé mis manos en su duro pecho, los músculos macizos se deslizaron motivados por el ambiente cargado. Sentía las suaves contracciones, ambicionando demasiado, y motivé los sentidos, agudizado por mi presa, saboreando su contorno.
En algún momento de nuestro frenesí Jordán tomó mi mano, frotándose a sí mismo con dureza a lo largo de mi palma.
Me dejó poseerle, y aunque su prominente miembro estaba en el interior de la prenda, sentía que era exageradamente grueso. Necesité de más respiraciones para relajarme.
Comenzó a incorporarse todavía con mi cuerpo encima del suyo, me removí hasta quedar sentado sobre su regazo y con las piernas a los extremos de aquella cintura estrecha.
Me aferré al deseo.
—No te imaginas cuanta fuerza de voluntad necesito para reprimir el deseo de arrancarte la ropa a tirones —dijo en voz bajita cerca de mi oído―. No imaginas cuánto deseo esto.
Mojé mis labios, seducido, encadenado al placer.
—Nadie te detiene —aseguré, dispuesto.
Las manecillas del reloj se detuvieron cuando su mirada hambrienta me recorrió entero. El tiempo agonizaba ante su mirada, frente a los sentimientos que entre sus labios me llamaban.
— ¿En serio? —preguntó deteniendo su constante movimiento de caderas, y cuando lo hizo un inmenso frío me rodeó.
Pensé en suplicar sus besos, sus manos, su cuerpo.
—Acaríciame ―rogué, incapaz de parar.
Sus orbes se abrieron levemente, deslizándose voraces a causa de la oferta.
Un estremecimiento transformó el sentido en capas blandas de debilidad, estaba volando en la lujuria de un amor prohibido e injusto, tan doloroso como caliente por la situación. Disfrutábamos de nuestros cuerpos, saboreando el néctar de aquella pasión desenfrenada y adolescente, experimentando como un par de niños curiosos.
Respiré profundamente llenándome de él, acercaba su cadera a la mía y las corrientes de electricidad subían hasta el corazón.
Aproximándome un poco me atreví a moverme sobre su abdomen, mis manos traviesas y deseosas abarcaron el contorno duro de sus divisiones, irónico resultaba que fuesen tan salvajes como su apellido.
Jordán Savage era mío.
Sobre los límites de la V de su pelvis había una línea de vello rubio que ascendía robando mi escasa concentración. La dureza se sobaba envolviendo en deseos lo que al principio fue un beso inocente. Mi boca ansiaba provocar cada rincón de su exquisita piel.
La adrenalina nos envolvió cuando descubrimos que, a unos metros, se encontraban mis mejores amigas completamente dormidas, ignorantes a la escandalosa situación.
Escuché el sonido ensordecedor de aquella risa cálida.
Me envolvió en sus brazos y percibí cada suspiro.
Mordí mi labio inferior cuando su virilidad se frotó en sincronía con la mía.
—Me estás volviendo loco —admití después de un momento, sentía su lengua delineando mi clavícula―. Demasiado como para querer detenerme.
Su lengua me acariciaba, era tan sutil el movimiento que entendí lo fácil que era para él hacer del momento algo erótico, pero romántico.
—Necesito sentirte. —Abrió la boca succionando mi piel―. Necesito saber que después de esto seguiremos estando juntos.
Fue cuando sus dedos tomaron los bordes de la polera que entendí su intención.
De un tirón la lanzó hasta la esquina. Me sentí expuesto, y ser objeto de su placer me estaba enloqueciendo, el deseo por su cuerpo se intensificaba a medida que mis manos temblorosas recorrían su pecho.
Entre cada caricia sentía su cariño, sus nervios. Obvio era que ninguno de los dos sabía cómo manejar la situación.
Su mirada analizó mi piel desnuda y mientras su dedo se deslizaba por la curva de mi cadera, su dentadura mordía el carnoso labio inferior. Sonreía mirando el efecto que provocaba, extasiado, pero no lo suficiente como para tener la fuerza de levantar una ceja.
Parpadeé por las abrumadoras emociones.
Era nuevamente un adolescente ansioso por sentir, vivir cada pasión pasajera. Jordán era mucho más que un segundo o una hora.
Él era mi eternidad y yo era el único que podía tenerlo de esta manera. Eso me hizo sentir poderoso, y enamorado.
Seguí acariciando su torso, deleitándome por la dureza de sus músculos, decía la verdad sobre el gimnasio que tenía en casa.
Decidí continuar.
Primero una mano y luego la otra, entraban por debajo de la pijama rozando la piel temblorosa. Sus manos se movieron insistentes, provocando estremecimientos en una constante tentada al vacío.
Mientras nuestras caricias proseguían, volvió a besarme, sellando mis leves gemidos en un movimiento. Su lengua entró en mi boca, rompiendo la tranquilidad de mi mente fatigada, estaba consciente, las sensaciones pronto provocarían un desmayo. El frío de la oscura noche desvaneció alrededor sustituido por el sol enorme que escondía tras sus ojos.
Mi corazón esperaba su destrucción.
Me bebía como un sediento.
Levanté la pijama sólo para observar su pecho, analizando mi propia reacción. El aire se acabó de golpe.
¿Hasta dónde quería llegar?
Era perfecto, marcado y duro. Tan ridículamente caliente.
Me abrazó rodeándome, acariciaba mi espalda en círculos y su corazón retumbaba por encima de la piel desnuda. Respiré su aroma, y me permití temblar en sus brazos, hipnotizado por la deliciosa fricción de su cuerpo con el mío. Él controlaba la situación y yo recibía todo el placer posible, gimiendo en su oído para hacerme escuchar.
Me aferré a su espalda cuando comenzó a levantarse y envolví su cintura con mis piernas. Se reincorporó fuera de la cama sujetando mis muslos.
Avanzó unos pasos y me soltó cuidadosamente, extasiado por mi movimiento. Plantado frente a él, todo me daba vueltas y apenas podía sostenerme.
La oscuridad se extendía sobre la superficie, tan sólo aquella luz que se filtraba por el ventanal penetraba a la eterna sombra. Sobre el lienzo negrizco se dibujaban bocetos de luces blancas.
El cielo a través del balcón se había cubierto de estrellas que resplandecían lejanas a mí, como un insignificante testigo de nuestra acción. Tan pequeño comparado con un roce de su áspera mano.
Escuché latidos relajados, casi agónicos entre los dos cuerpos.
Al estirar la mano, Jordán entrelazó sus dedos con los míos, llenando el vacío, ese que albergaba en mi alma. Tan simple pero también tierno, casi un gesto perfecto. Miré nuestras manos, y me sentí único, tan amado.
No entendía porque si nos amábamos de esta manera era tan difícil estar juntos.
Le miré con lentitud, repasando la belleza de su rostro parcialmente iluminado por la luz de luna, los bordes de su delicado perfil resaltaban a la vista y su destellante mirada me devoró.
Mis defensas se acabaron y la imaginación creó la sensación perfecta de un cautiverio, delicado mi cuerpo desvanecía, formando sólo una luz brillante. Me hacía destellar y desear formar parte de él, anhelar que estuviese dentro de mí y me envolviera en sus llamas.
Nos miramos a los ojos por un momento, atentos a lo que el otro hacía, comunicándonos en un idioma secreto a través de los iris.
Era suficiente para saber lo que necesitaba.
Lentamente acaricié su mejilla con la otra mano deleitándome con el contacto de mi piel y la suya. En su barbilla el rastro de una barba raspó mi palma. Sus labios se juntaron, la calidez acarició la piel rosada de los míos dibujándose en tonos rojizos.
Mis manos trémulas se aferraron a su cabello castaño que se sentía suave al tacto, todo dentro de mí se encogió. La convicción que me rodeaba disminuyó a un estado crítico, y parecía que las alas de mi libertad desplegaban en el aire. Volé sin horizonte o destino, hacia mi perdición, hacia él.
Era como si el fuego viviera en mi interior y él fuera capaz de enardecerlo.
Nos movimos sincronizados, como uno solo, inexpertos y conociéndonos a pasos lentos, cada dulce punto acababa con nuestra paciencia.
Abrí los labios lentamente, mi lengua asustada intentaba acercarse a la suya. Tímido probé su sabor, acariciando su boca y concentrándome en él, en nosotros. El rubor se extendía por mis mejillas y en las suyas también.
Delicado, pausado, cálido y tierno. El beso perfecto.
Mis párpados se deslizaron hacia arriba, analicé sus ojos cerrados y sonreí al fijarme en sus pestañas, estaba seguro de que sentíamos lo mismo. Volví a cerrar los ojos para sentir.
Cuando nos separamos fue un momento doloroso, desearía alimentarme de sus labios y no alejarme jamás.
—Déjame tenerte —suplicó, después caminó a la puerta y la cerró con seguro―. Para que no nos interrumpan.
Le miré embobado.
―No estamos haciendo nada malo ―solté después de sonreír.
Él avanzaba hacia mí, me miraba tiernamente a pesar de que sus palabras tenían otro sentido. Expresaba ese sentimiento que no tiene voz e incapaz de describirse o incluso reconocerse, que se transmitía por una mirada y se escondía en el corazón. Más fuerte que cualquier cosa, que confundía y atrapaba, mejoraba y desgarraba, esa sensación que en su momento mataba.
―Entonces no te resistas.
—Jamás me he resistido a ti —repliqué, la comprensión lo tranquilizó y también a mí.
Ninguno de los dos sabía lo que hacía, nos dejábamos llevar por el sentimiento.
Me acerqué a él tomando la iniciativa, mis manos temblaron descontroladas cuando tocaron sus pectorales desnudos. Él reaccionó igual, sus caricias ascendían y descendían, no era suficiente.
Intenté dejar de temblar para demostrar mi amor, los vellos de su pecho se erizaron bajo mi tacto y coloqué mis manos en el inicio de su bóxer.
― ¿Puedo quitártelo? —pregunté nervioso—. ¿Te molesta si lo hago?
Su gesto expresó ternura.
―Haz lo que tú desees.
El aire estaba aún atrapado en mi pecho. Mis sentimientos empezaban a marearme, todas las ideas se revolvían alrededor.
Mi corazón se inundaba y los nervios me dominaban.
―Lo haré ahora —avisé deslizando mi mano por encima de la tela.
Bajé su bóxer con lentitud a pesar de que mi cuerpo me exigía hacerlo rápido.
Asintió, atrapado en mis caricias.
—También quiero tocarte.
Decidió tomarme ansioso, bajándome el pantalón a la vez que lamía mi cuello.
Un instante después permanecimos desnudos, mirándonos por primera vez de esa manera. Cada espacio de su piel caliente me enloquecía, y parecía surtir un efecto parecido en él, porque no apartaba la mirada de mi pecho.
Lo abracé excitado por el momento.
Sentirnos desnudos provocó un estremecimiento desde los pies hasta la cabeza.
Minutos pasaron entre besos y caricias, nuestros cuerpos se encontraban expuestos.
El montón de ropa ubicada en una esquina de la recámara me miraba cómplice. Todo era un desorden, así como el cabello por previos tirones de placer. La luz bañaba su cuerpo con destellos blancos que parecían estrellas adornando el universo, y dibujando un marcado camino por los músculos de su pecho y abdomen.
Era magnifico, tan perfecto. La personificación de lo celestial.
Se acercó a mí y levantó mi barbilla para que lo viera a los ojos.
Pacíficamente su dedo índice recorrió el contorno del mentón hacia la clavícula, dibujando círculos y corazones en mi pecho. Tomó un extremo de mi cintura con delicadeza, abarcando con su grande mano casi todo el espacio. Acaricié su espalda de abajo hacia arriba lentamente, sintiendo el placer exquisito que sus músculos me provocaban.
De un momento a otro dejé de pensar.
Entonces mis rodillas impactaron en el suelo, tembloroso y deseoso caí frente a él. Mis labios vibraban y no sabía que pensar de las imágenes que mi cabeza creaba.
Levanté la vista y observé el tamaño de su miembro; era grande y lo suficientemente grueso como para apenas entrar en mi boca. Me distraje analizando las venas que rodeaban el contorno más erótico que alguna vez hubiese visto, alrededor pequeñas cantidades de vellos castaños abrieron paso a mis bajos deseos y a las más obvias insinuaciones.
Tomé el grosor y comencé con un ritmo lento, arriba y abajo, deslizándolo entre mis manos. Tenía las mejillas rojas y me invadía una mezcla de vergüenza.
Nunca pensé verme en esta situación con él.
Lo miré para saber si lo hacía bien, y la satisfacción llegó con la expresión placentera en su rostro.
Tan caliente...
Vacilante acerqué los labios. Mi cabello cubría parcialmente mis ojos.
Abrí la boca y metí cada centímetro de él, poco a poco, deleitándome por el sabor salado que recubría los cimientos de su perfecto armamento. En efecto, era grande.
Mi mano acariciaba lo que restaba fuera de mi boca, y cuando empecé a acelerar mis movimientos lo escuché respirar con fuerza.
—Oh mi dios —soltó un jadeo en el segundo que la punta de mi lengua abrazaba el glande.
Separé mis labios de su piel para hablarle.
—Me alegra que te guste, cariño.
Utilicé el mote que él solía decir al verlo transpirar.
Me estaba gustando tener el control.
—No pares, por favor —rogó con la voz entrecortada.
Las gotas de sudor se agruparon en su frente, encendiéndome con la maravillosa vista de aquel pecho duro inflándose. Sus manos tomaron mi cabello con ternura y después comenzó a moverme.
Tomó el control.
Me impulsó con suavidad hacía un vaivén apetecible, descubrí con ello límites en mi garganta que desconocía. Estaba probándolo, y lo más extraño era que me fascinaba, degustarlo se volvía una obsesión.
Acaricié sus abdominales, recorriendo los cuadros salvajes que duros bajo mis manos, resultaban ardientes.
Me moví aún más, temblando por la fricción, analizando el contorno de sus piernas. Masturbé y succioné. Aceleré mis movimientos, y repasé mi lengua a lo largo de su extensión, sintiendo cada uno de sus estremecimientos.
—Byron —suspiró—. No puedo aguantar más.
Sabía lo que seguía y lo quería todo.
Mis manos acunaron sus glúteos desnudos, apretando para atraerlo con fuerza.
Envolví mi lengua y mordí con delicadeza, absorto en el grave gruñido que escapó de sus labios.
— ¡Mierda! —jadeó mientras se corría en mi boca.
Me aferré a su pene frunciendo los labios, él intentaba alejarme mientras tomaba todo, pero mantuve mi convicción. El néctar con sabor dulzón se deslizó por mi garganta.
Separé mis labios.
—No tenías que hacer eso —susurró bajando la cabeza, avergonzado—. Perdón, no debí hacerlo así, pero no me dejaste separarme.
Me levanté mirándolo cauteloso.
—Me ha gustado —dije seguro de mi atrevimiento.
Levantó la mirada.
—Fue maravilloso —confesó con una media sonrisa―. Jamás me habían tocado de esa manera.
—Tienes un sabor exquisito —solté aún acalorado.
El pudor se fue cuando su mirada se oscureció por el deseo.
—Quiero hacerlo —aseguró mordiendo su labio.
Mi corazón se elevó y mis piernas trémulas intentaron sostenerme.
—No es necesario —respondí nervioso por su postura―. Estoy bien así.
Se negó a acceder. El deseo nos había abrazado, y él se mantenía dispuesto, atrevido, enardecido.
—No era una pregunta. ―Ladeo el rostro, seduciéndome―. Desde hace tiempo necesito sentirte mío.
Tomó mis hombros y me lanzó sobre la cama.
Intenté incorporarme cuando se entrometió entre mis muslos expuestos. Mi ropa interior desapareció tan rápido que no tuve tiempo para pensar.
Entonces sentí sus labios.
Jordán estaba bebiéndome.
Mis manos alcanzaron a atrapar las sábanas, formando puños con ellas y arrugando la tela mordí mi lengua evitando gritar por la extraña sensación que abarcaba la habitación. Había tocado mi miembro antes como un deleite privado en lo profundo de mi intimidad, pero lo que sentía en ese momento a su lado, cambió mi panorama.
El deseo me arrastraba a un punto intangible entre el cielo y el infierno. Estaba por caer cuando los dedos de mis pies se encogieron con dureza alrededor de sus caderas.
Apoyé mis codos sobre el colchón y levanté el rostro para verlo, la imagen al frente me dejó borroso. Su cabeza estaba hundida en medio de mis piernas, mi miembro desaparecía por sus labios, rodeaba mi piel desnuda y cada sentido existente.
Mi cabeza dio vueltas.
Sentía un mareo extremo, rompiéndome en trozos, si alguna vez me hubiese drogado así debería sentirse.
Observé como su cabello dorado descendía sobre sus ojos y se adhería a su frente por el sudor, consecuencia del constante movimiento. Las hebras acariciaron mis piernas cuando sus labios llegaron a la base del pubis.
Mis ojos se elevaron hacia el techo.
La misma acción se repitió. Me corrí con fuerza en su boca, y aunque el sentimiento de vergüenza estaba presente, me sentí estupendo.
—Quiero hacer el amor contigo —susurró agotado cuando cayó sobre mí—. Pero lo haremos después. No quiero arruinar nuestra primera vez.
El tono de su voz quemaba, y lo deseaba más que antes.
Nos metimos en las sábanas aún desnudos.
Me volví a mirarlo. Él me abrazó manteniendo una cierta distancia, analizaba mi rostro de una manera extraña.
Sonreí y él seguía contemplándome fijamente.
— ¿Pasa algo? —pregunté asustado por la posibilidad de arrepentimiento.
Olvidaba respirar.
—Estás enamorado de mí —murmuró perdido, y algo en mi corazón retumbó—. Amar es relativo.
Fruncí el ceño, confundido.
— ¿A qué te refieres?
—No es ese tipo de amor —apuntó en un momento, dejándome helado—. No pude entenderlo antes porque es más fuerte que eso. Aunque me gustaría no puedo amarte de una manera perfecta. Cada que intento dejar de pensar en ti, se vuelve imposible. Te anhelo hasta cuando estás. Aún así mis defectos terminan alejándote.
Me apresuré a hablar, motivado por el sentimiento.
―Jordán... ―Su voz se entrometió, dispuesta a hacerse notar.
―Yo no puedo quererte de una manera perfecta, pero te ofrezco mis defectos, y lo que tengo por un poco de lo mucho que eres. ―Su mirada se cristalizó, y en sus labios lo que tanto esperaba escuchar escapó―. Porque te amo más de lo que puedes imaginar. Eres como mi aire.
Mi sonrisa se agrandó, tanto que pensé en la imposibilidad, en lo extraño que era en realidad.
No me había sentido así jamás.
— ¿Tu aire?
Suspiré cautivado por el sentimiento.
—Sin ti ―empezó cerca de mis labios―, simplemente no puedo vivir. Ya pude comprobarlo.
Mi respiración se volvió intensa, agonizante. No pude dejar de ver esos ojos mientras acariciaba mi mejilla.
Me sonrió enternecido.
—Te amé desde el día en que me miraste en el parque. Suena imposible, lo sé, pero fuiste el primero en tirar mi máscara —añadió suspirando—. Por eso te amo, porque necesito de ti. Porque si te respiro mi vida se completa.
―Es mucho por procesar ―susurré, mirándole―. Eso es algo que yo diría. Me refiero así, tan romántico.
Juntó su frente con la mía, y lo que dijo terminó por armarme.
―Te amo, Byron ―confesó, fortaleciendo mis alas rotas―. Te respiro con mi alma entera.
La sonrisa en mi gesto se vio opacada por lágrimas que surcaron, emotivas.
― ¿Qué tal eso? ―Su pregunta me hizo reír entre lágrimas―. ¿Es más tú?
Le besé, una, dos, y tres veces. Picos y más picos. Sus labios intentaban responderme y yo seguía encariñado, cautivado por lo mucho que sentía.
―No, esto es más yo ―dije entre besos―. Te amo, te amo, te amo... Te amo.
Empezó a reír y me abrazó por completo, intentando detenerme.
Cuando sus labios me atraparon todo lo que pensé decir se disolvió, se habló con mis besos, con mi alma, y con mi cuerpo. Lo sacaba poco a poco de la jaula en la que su miedo lo mantenía encerrado, eso era lo único que me importaba.
Las cadenas ya no se sentían tan pesadas. Me propuse entonces demostrarle algún día lo mucho que lo amaba.
Por eso cuando lo miré a los ojos sentí que todo sacrificio valdría la pena.
<><><>
¡Hola mis hermosos colibríes!
Sé que quizá estén molestos pues tiene meses que no actualizo. En verdad lo lamento, las ideas simplemente habían abandonado mi mente. Me tomé un tiempo para reflexionar y perfeccionar mi escritura, ortografía, redacción y cosas de más para sorprenderlos. Pues bueno, estoy de regreso con mi habilidad creo mejorada.
Eso ya me lo dirán ustedes.
No voy a abandonar esta novela, llegaré al final y espero me acompañen. Y también me ayuden a promocionarla.
Así que eso es todo.
¿Les gustó el capítulo?
Ya extrañaba a mis chicos. Jordán y Byron son un desastre de emociones pero se aman. El amor logra cosas extraordinarias.
Queda de ustedes con cariño.
WingofColibri
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