15 | Te quiero a ti

Su mirada asustada palpitó en el fondo de mi corazón, desmoronando poco a poco mi fuerza. Sus párpados caídos destilaban dolor, y sus ojos rojos revivieron miedos internos.

     La mirada triste de Jordán estaba concentrada en la mía.

     Él podía romperme mil veces con sus acciones imprudentes o con la cobardía que a veces mostraba, pero el dolor que sentí cuando vi esa mirada, fue más allá de una simple fisura. Me rompía en pedazos porque no sabía cómo salvarlo, él me había traído a la vida y yo no podía hacer nada.

     Me encerré en un mundo de sombras del que escapé antes, era necesario regresar para rescatarlo. Enfrentaría a quien fuera por él, porque no importaba cuanto me lastimara, siempre volvería para luchar contra su miedo, ayudarlo de ser posible para siempre.

     Sería su espada y escudo también, el protector de su alma libre.

     —No quiere que te vea más —confesó en voz baja cuando le había preguntado hacía muchos minutos―. Me golpeó hasta que se cansó.

     Evité contestar, permanecí paralizado con su cuerpo encima del mío y la cabeza apoyada en la fría pista de hielo. Después de meditarlo lo había enfrentado, observando su mirada atenazada por el miedo.

     Me devolvió el gesto, mirándome expectante y mi reacción siguió siendo impasible. Mi razón gritaba que escapara.

Él terminará destruyendo lo que queda de ti. Acabará con el valor que recuperaste al olvidar tu pasado, te consumirá.

     Y a pesar de que me advertían y tenían razón, arriesgué aquel corazón que se formó en su nombre. Ese mismo que tartamudeaba cansado de sentir, de intentar y no ganar.

     Me atreví a lanzarme al vacío sin esperar nada.

     —No me dejes, por favor. No puedo solo —murmuró derrotado—. Te necesito.

     Mirarlo dolía, por primera vez dolía. Nada tenía sentido si los dos no éramos libres, no bastaba con uno afuera de la jaula.

     —Jamás te dejaría, aunque lo hiciera siempre estarías en mi corazón, quiero que lo entiendas —apunté a tiempo vislumbrando el choque de miradas entre los dos―. Esto no es fácil para mí. Te he contado lo que viví con mi madre. Aún hay más.

     ―Cuéntame ―pidió, preparándose para lo que venía, yo también lo hice, recordar todavía me pesaba, aún me quemaba.

     Por un momento miré mi muñeca, y el recuerdo de la venda que estuvo rodeándola me hizo sentir abatido.

     ―Entiendo lo que es tener miedo ―susurré, parpadeando para evitar romperme―. En la escuela, un grupo de compañeros me humillaba. Me arrastraban hasta el baño, en el patio, donde nadie los viera patearme.

     Sus ojos me recorrieron con preocupación. Por un momento, un pequeño segundo, sentí como si mis heridas se curaran bajo su analítica mirada.

     ― ¿Cuánto tiempo? ―preguntó sabiéndose abrumado.

     Aparté la mirada.

     ―Años ―respondí volviéndolo a mirar­―. Durante años me hicieron creer que yo no era otra cosa más que basura. Se burlaban de mí por mis preferencias sexuales. Jugaban con mis ilusiones. Fue mucho abuso, psicológico y físico. Rechazo. Dolor.

     ― ¿Lo soportaste incluso sin el apoyo de tus padres?

     Su voz se rompió, sonaba entrecortada, compasiva.

     ―No por mucho como me hubiese gustado. ―Levanté la mano y le mostré la muñeca―. Me cansé de ser fuerte.

     Lágrimas caían por mis mejillas, y por las suyas.

     ―Perdóname ―susurró, rompiéndose frente a mí―. Lo que dije en ese entonces era una estupidez.

     ―Fue mi único escape, por un tiempo. Jamás me había sucedido algo como eso. No había llegado tan lejos antes, sólo eran pequeños cortes que en su momento me hicieron sentir bien, y ahora son un recuerdo más de lo mucho que me equivoqué.

     Se recargó sobre mi pecho. Mis latidos se incrementaron.

     ―Te admiro, de verdad lo hago ―contestó, sollozando―. No sabes cuánto me gustaría ser como tú.

     ―No soy un ejemplo.

     ―Lo eres ―replicó―. Te impusiste, escapaste y te convertiste en esto que eres hoy. Yo sabía que algo me llamaba de ti, ahora sé qué.

     Besé su cabeza, relajándome después de que el pasado volviera a su lugar.

     —Me gustas, Byron —exclamó levantando la cabeza para mirarme.

     Fue inevitable acercarme tan sólo unos centímetros, analizando cada reacción en sus gestos, y mi alma escapó sin más, desvaneció uniéndose a él. Esos mismos latidos incrementaron cuando hice contacto con la profundidad ámbar de su mirada.

     Olvidé respirar.

     —Dejemos que suceda —pedí conmovido―. Dejemos que fluya.

     Aunque nuestros cuerpos temblaban, y su mano se colocó en mi mejilla aún trémula, en nuestras miradas la felicidad emergía.

     —Ya sucedió.

     Luego de esa escena nos sentamos en la pequeña mesa de bordados blancos.

     Discutíamos temas triviales, desviando nuestra atención del verdadero problema, y aunque las luces resplandecían alrededor, sentía que seguíamos sumidos en la misma oscuridad. La magia destellaba en forma de punto, hundida en las sombras que finalmente nos habían encerrado.

     Me fascinaba el movimiento de sus labios cuando hablaba y la separación perfecta de sus comisuras al sonreír. Sus pequeños hoyuelos cuando formaba una mueca, alegre ante reacciones pasadas. Amaba la manera en que su mentón ovalado cautivaba mis sentidos, y lo único que mi mente pensaba era la impulsiva idea de morder la acendrada piel.

     Enfoqué las arrugas que se formaron en sus ojos y las bolsas debajo de ellos, reflejaban una noche de insomnio.

     — ¿Por qué tu padre no quiere que seas...? —Me detuve al final sin encontrar una palabra correcta, odié las etiquetas.

     Pude ver como se preparaba para hablar.

     —Yo todavía era un niño cuando recibimos una noticia triste. Mi tío era homosexual, murió en las manos de un asaltante. Nadie sabía nada acerca de su sexualidad, él sabía ocultarlo muy bien. —Miró la vela sobre la mesa—. Mi padre me contó que lo asesinaron por enfermo. Después de un día lo encontraron en un callejón vacío. Tenía una bala atravesada en la frente, fue un tiro limpio.

«Enfermo.»

     La palabra se repitió como un disco rayado, rasgando con cada nota el entusiasmo que me caracterizaba.

     Sentí que me partía.

     —Le robaron su vida por ser libre —repliqué molesto—. Tu padre tiene una visión demasiado retrograda del amor.

     Su mirada se oscureció.

     Hablar de su padre parecía aún costarle demasiado.

     —Nadie sabe qué significa amar.

     Yo sabía lo que significaba amarlo a él.

     —Tal vez no pueda explicarse ―empecé, mirándole fijamente―, pero puede sentirse y eso de alguna manera debe darte una idea.

     Levantó la mirada, y me fijé en las lágrimas que rodeaban sus ojos.

     — ¿Qué es para ti el amor? —preguntó con la voz entrecortada.

     Sostuve el fuego justo en medio de los dos, la diminuta flama engullía lentamente la cera de la vela. La luz moría suavemente en una decadente muestra de valor.

     Tomé aire antes de empezar.

     —El amor es para mí el sentimiento incapaz de reconocer venganzas, odio o envidia. Tan puro, sin codicia, fuerte y honesto... tan mágico. Un sentimiento que une dos almas formando un todo. —Miré la vela, un punto de luz común entre los dos—. Sabemos que es difícil porque así nos lo han hecho ver, a veces inalcanzable o incluso imposible, pero existe alguien que es nuestra mitad, la parte que falta en el rompecabezas. Ese algo que tiene sentido cuando está cerca.

     —Detente —graznó el castaño con la voz rota.

     Decidí seguir.

     —Es la seguridad de que eres capaz de dar tu vida por esa persona. No sólo física, también sentimental. Es ser infeliz si no está contigo, es esa sensación hueca cuando se va.

     Su ceño se frunció y sus labios formaron una línea firme.

     ―Por favor ―suplicó, mirándome roto.

     ―Es saberse uno, un equipo. Ser más que una unión, mucho más que un destello. Tenerse a sí mismo, y tener a alguien. El único respaldo que de verdad importa. ―Fueron evidentes los restos de dolor que de mis labios escurrían como veneno―. Eso es el amor.

     Al terminar cerré los labios con firmeza. Él miraba mis ojos con una inmensa tristeza.

     —Aunque a veces somos tan estúpidos como para darnos cuenta —solté levantándome.

     El sonido de la silla al ser arrastrada lo hizo reaccionar.

     —Espera —dijo intentando alcanzar mi mano.

     Me alejé lo suficiente.

     —Sé que extrañas a tu tío. Lo veo en tus ojos.

     Tragó saliva.

     —Lo que no puedo entender es cómo puedes soportar la opresión de tu padre y utilizar las mismas palabras —mencioné aferrándome al dolor—. Duele que hables así. Me duele saber que aquí el único que pone de su parte soy yo. Prometí que no te abandonaría, pero tú me abandonas a mí.

     No sabía de donde sacaba las fuerzas para seguir hablando.

     —Yo jamás lo haría.

     Negué con la cabeza, abatido, destruido.

     — ¿Serías capaz de enfrentar a tu padre? —pregunté buscando esperanza—. ¿Ese hombre que dice que su propio hermano estaba enfermo?

     Bajó la cabeza con la respuesta clara.

     —Lo suponía —acepté suspirando.

     Terminé de empujar la silla y le miré decepcionado.

     ―Casi lo olvido ―añadí lanzando la servilleta sobre el mantel―. Gracias por intentar. En efecto, fue una velada inolvidable.

     Avancé hacia la puerta limpiando las gotas que escurrían temerarias. Caminé tan rápido como mis piernas me lo permitían.

     Creí escuchar su voz, mantenía la esperanza de que él me detuviera, no sucedió.

     ¿Cuándo sería capaz de dejarlo?

     Estaba cansado del desgaste emocional.

Las vacaciones de invierno se acercaban cada vez más.

     Después de aquella noche —hace una semana— Jordán continuó en su relación con Rayzel y también ignorándome constantemente. Había evitado decirle que ella me había mandado a golpear, y mucho más después de entender que ni siquiera se preocupó por mí. Ella dejó el tema atrás, olvidado por completo. No me extrañaría que la relación entre ellos dos sólo fuera de apariencias. No debía, al final yo acepté esa situación, presté mi corazón para el experimento de un chico confundido y asustado.

     Amarlo poco a poco comenzaba a volverse un camino doloroso, uno donde el consuelo no existía.

     Mi corazón era un pedazo de hielo, ya no había forma de descongelarlo porque el único que podía hacerlo se besaba con la chica que me mandó al hospital. Eligió un camino fácil, el único por el que pasaban los cobardes, y yo también había elegido el mío, lejos de él.

     A Marcel lo frecuentaba cada vez menos.

     El tema de su aparente confesión lo dejamos en el pasado, evitaba mostrarse de esa manera cariñosa mientras que yo intentaba reforzar la amistad. Él era otro chico confundido, y no iba a prestarme a la misma situación. Lo que respecta a confianza, seguía fracturada, aquella brecha en medio aún estaba abierta y sería difícil cerrarla.

     Regresé a mi caminata con las chicas.

     Ann y Scarlett pasaban el mayor tiempo juntas, necesitaban ese tiempo para ellas, yo tuve a Ann mucho tiempo. Pocas veces coincidían, en realidad, la mayoría del tiempo Ann hablaba de ella. Eran mejores amigas, era comprensible.

     Era justo compartir con ellas cuando se pudiese.

     Me esperaron fuera del salón, preocupadas por mí. Cuando quise contarles lo de Jordán, decidí olvidarlo, enterrar lo que fuese que él hubiese dicho.

     No podía evitar el dolor que me causaba su abandono, pero sí el recuerdo. Quería terminar con ese infierno, y escapar de las emociones que surgieron desde que lo conocí hace meses.

     De alguna manera platicar con ellas me ayudaba a superarlo.

     — ¿Qué harán hoy? —preguntó Scarlett a mi lado―. Yo ya he pensado en varias ideas.

     Ann me miró fijamente, sabía que ocultaba algo. Me conocía perfectamente.

     Me sinceré.

     —Ponerme a escribir en mi habitación me hará bastante bien.

     Rio con una mueca en el rostro.

     ― ¡No seas aburrido! ―rezongó la pelinegra, empujándome un poco mientras caminábamos―. Divertirte un poco no te hará daño. No voy a permitir que te quedes encerrado en el departamento. Piensa en mí, ya estoy por regresar con mis padres. ¿Quieres que me vaya enojada contigo?

     Sonreí, pensando en la idea. Era verdad.

     ―Tal vez.

     ―Podemos ir a ese parque que tanto les gusta a ambos ­―propuso, volteando hacia Ann que hasta ahora mantenía la boca cerrada―. También el cine me parece una buena idea.

     La mirada de advertencia que le lanzó hizo que Scarlett detuviera su parloteo.

     ―Yo pensaba ir a un boliche que he visto por aquí ―intervino Ann―. Está muy cerca.

     Llegamos a mi casillero y Scarlett continuó hablando.

     ― ¿Un boliche? ―Sus labios formaron una mueca―. Vamos, Ann. No seas aburrida también. ¿Ves, Byron? Le estás pegando tu humor.

     Solté una carcajada, que se transformó en una risa discreta.

     Su esencia me distraía.

     Guardaba algunas libretas cuando una voz cortó la agradable conversación.

     — ¡Byron! —gritaron a unos metros.

     Me volví por inercia y observé a Rayzel caminar hacia mí, sostenía la mano de Jordán, fue inevitable no mirar sus dedos entrelazados.

     Hace días yo ocupaba ese lugar.

     ― ¿Qué quieres? ―repliqué cambiando mi expresión y el tono de mi voz.

     Su mirada se endureció, hipócrita.

     ―Sé que piensas que soy una mala persona, y me gustaría demostrarte que es mentira. Por esa razón quería invitarte ―mencionó, luego miró a mis amigas con un destello de molestia―, invitarlos a un bar cerca de aquí, haremos una fiesta y nos gustaría que vinieran. ¿No es así, cariño?

     Se volvió hacia el castaño ganando un asentimiento, y él me miró intensamente, como si esperara mi respuesta con ansias.

     Verlo a su lado hacía que el estomago se me revolviera, y el corazón se entumeciera. Nada dolía más que saber que a quién amabas, no le eras suficiente.

     Ann la miraba mal, y en Scarlett se notaba el entusiasmo. Ella no sabía nada acerca de ella. Apenas si conocía a Marcel.

     Cerré el casillero con todo el coraje que la situación me causaba.

     —No puedo, ni quiero, pero si voy a pedirte un favor, vete con tus patéticas actuaciones a otra parte porque yo no te creo nada —acoté mirando su actitud furiosa—. Además, tengo cosas que hacer.

     Entonces noté la mirada cargada de tristeza que Jordán dirigía, observé el gesto herido y la mirada que vagaba molesta de Ann y hasta Scarlett.

     ―Ahora. ―Me acerqué a ellos con mis amigas detrás―. Voy a pedirles que se aparten de mi camino. Tenemos prisa.

     En cuanto tuve oportunidad caminé hacia la salida con el corazón hecho polvo.

     A veces, el amor de verdad dolía, como una herida, como el recuerdo de una cicatriz. Igual que un sueño roto buscando hacerse realidad.

Tiempo después llegué al departamento con ellas, fuimos a una partida de bolos, justo como Ann había propuesto. Una noche por demás cansada, y llena de sorpresas.

     Scarlett se divirtió a pesar de su renuencia.

     Ella resultaba ser una muy agradable compañía, siempre dispuesta a alegrar el día con comentarios sutiles, ingeniosos. Sabía perfectamente que su actitud hacia mí derivaba del sentimiento de amistad que había entre los dos, así que el momento se difuminó cuando ganamos más puntos.

     Sin fuerzas para continuar decidieron ir a dormir, quise molestarlas, pero cuando avancé a la puerta que daba a su habitación pensé que tenía demasiada pereza como para siquiera moverme.

     Todavía dolía ese hueco en mi corazón.

     En mi habitación escuché el teléfono sonar mientras miraba el techo, perdido. Sentía el escozor en mis ojos rojos y a mi garganta cansada de gritar. Lo odiaba a él por ser el único hombre en la tierra capaz de robarme el corazón, romperlo y destrozarlo para después curarlo.

     Se convertía en un círculo vicioso de algo tóxico.

     Lo odiaba por amarlo como lo hacía.

     El celular tintineó por quinta vez y me decidí a contestar, harto de escucharlo retumbar.

     —Byron. —La voz del otro lado de la línea me revivió―. ¿Byron?

     Mi pulso se paralizó, y el miedo corrió por mis venas, golpeando en lo más hondo de mi ser. En el recóndito lugar donde mi corazón aguardaba, estaba aquel palpitar, lo noté saltar ansioso y apresurado como siempre.

     El tenue sonido de la voz de Jordán se escuchó cansado, la fatiga pareció de repente dolorosa.

     Susurraba mi nombre arrastrando cada letra.

     — ¿Qué es lo que quieres? —El enojo seguía siendo una cicatriz reciente como las demás que había dejado mi amor por él.

     Justo cuando intentaba olvidarlo llegaba, dispuesto a marcarse en mi corazón, regresaba con aquella voz y sensación que me hacía necesitar más, mucho más. Su amor era peligroso, y yo estaba dispuesto a correr el riesgo.

     —A ti —susurró con la voz rota—. Te quiero a ti.

     Mi corazón se hundió.

     —Voy a colgarte.

     —No, no lo hagas —pidió y comenzó a reír tontamente—. Necesi... necesito... tu ayuda. No puedo moverme.

     Resoplé cansado de la misma situación. Aparté las sábanas que envolvían mi cuerpo, suavizando el constante palpitar dentro de mi alma.

     Necesitaba tranquilizarme y dejar atrás el miedo.

     —No tengo porque... —Escuché sus sollozos, y su llanto.

     Parpadeé fracasando en mi intento de soportar.

     ―No puedo seguir sin ti ―susurró, en medio del dolor, justo a tiempo.

     Cerré los ojos y me froté la frente, frustrado. Me rendí

     — ¿Qué sucedió?

     A lo lejos gemidos de dolor y de nuevo la tos profusa me obligaron a levantarme. Fragmentos de conversaciones, voces de chicas y el grito de una ellas. Definitivamente no era un lugar seguro. Percibí el sonido de máquinas tragamonedas y canciones de bocinas alrededor.

     El arrepentimiento vino de golpe, envolvente como sogas cuando lo escuché llorar más fuerte.

     Finalmente accedí.

     — ¿En dónde estás?

     Las calles de la ciudad se hicieron más angostas cuando bajé del automóvil, conectando entre avenidas y edificios enormes, la mayoría abandonados en mal estado.

     Me arropé a mí mismo por el frío que calaba dentro, mis brazos rodearon mi pecho. Coloqué la capucha en mi cabeza cubriéndome parcialmente el rostro, dejando entre ver tan sólo mis labios que vibraban por el gélido viento susurrante.

     Encima de los edificios el cielo tenía nubes en tonos azulados y negrizcos.

     Miré en el interior de los callejones a pandillas de chicos drogándose, aislando su dolor en los brazos del vicio, terminarían mal y ellos lo sabían. Pensé entonces que habría pasado si yo hubiese recurrido a eso.

     Aunque el dolor seguía siendo una cicatriz vigente estaba agradecido, por haberme plantado frente al miedo, por enfrentarlo.

     Noté lo irónico que resultaba la situación. Acabé con mi miedo, pero estaba en este momento buscando al chico que me había hecho perder la cabeza, el mismo que vivía en un miedo aún más profundo.

     Después de caminar una calle encontré un letrero con letras caídas en colores neón.

"Toc's"

     Tan insignificante en nombre y estructura, aquel lugar se veía como el prototipo de una casa rodante, pero sin ruedas, obviamente sin un conductor a la vista. Las tablas parecían crujir al movimiento, desde lejos descuidadas, aparentemente rotas. No demoré demasiado en comprobarlo.

     En las ventanas sucias se apreciaban en tonos verdosos, escritos repetidos; iniciales de parejas encerradas en corazones mal dibujados.

     El lugar era horrible.

     ¿Aquí deseaba Rayzel hacer una fiesta?

     Me pregunté así, cuál era el motivo de su invitación.

     Una pareja de sombras en una esquina llamó mi atención. Cuando me acerqué la imagen se hizo más clara.

     Jordán se encontraba recostado sobre una pared y una chica visiblemente interesada, parloteaba alrededor del castaño.

Él es mío.

     Tosí interrumpiendo la conversación poco parlante entre los dos, puesto que resultaba obvia la reducida atención que él le prestaba. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Me planté frente a la chica observando con repugnancia su intención.

     Levanté una ceja y después de intensificar mi mirada la miré negando con la cabeza.

     —Llegaste, mi amor —comentó Jordán levantando los labios―. Ven aquí.

     Estiraba una mano, y en ella una lata de cerveza medio vacía.

     Le hice un gesto de desagrado.

     —No hables ―repliqué, irritado―. ¿Cuánto has tomado?

     —Dame un beso, por favor —rogó estirando los brazos.

     La rubia bufó y se fue con la decepción pintada en el rostro.

     Suspiré.

¿Ya viste que me pertenece a mí?

     Me flexioné tomando uno de sus brazos para colocarlo sobre mis hombros, me impulsé y lo levanté con esfuerzo, era un hombre enorme. La gravedad ejercía un efecto agresivo en mí, en comparación a Jordán mi cuerpo era mucho más menudo, menos fuerte.

     Tendría que caminar cargando su peso.

     Avancé a pasos lentos, el vehículo estaba estacionado a una cuadra porque no iba a arriesgarme a perder la única posesión valiosa de Ann, claro está que después del pequeño gato.

     Mientras deambulábamos por una calle, una pregunta envenenó mi corazón, y se manifestó antes de poder reprimirla.

     —Entonces, ¿te liaste con ella? —Me sentí paranoico, no quería saber la dolorosa respuesta.

     Su rostro volteó a mirarme, y en sus ojos pude ver un destello divertido, tras la obvia ebriedad.

     —No, apenas si podía escucharla.

     En mi pecho se sintió el alivio corriendo con rapidez.

     Volví a respirar.

     —Sí, claro —apunté mordaz sin estar convencido del todo―. Se veía muy entusiasmada contigo.

     Se colocó el índice bajo la barbilla, y simuló recordar.

     A pesar del estado, me encantaba su expresión, su sutil manera de robarme una sonrisa, independientemente de la situación.

     —Es cierto. —Arrastró las letras manteniéndose firme, sostenía las palabras con seguridad—. No me digas que estás celoso.

     La idea de dejarlo tirado de pronto se volvió una posibilidad.

     Resoplé sujetándolo con más firmeza cuando se me empezó a resbalar.

     —Ya. Seguramente te has acostado con muchas —solté ignorándolo.

     Sus labios se acercaron a mi oído.

     —Eso es mentira —mencionó perdido en sus pensamientos―. Aún no lo he hecho.

     Permanecí estupefacto, el color de mis mejillas se inundó de un color cereza.

     También era inexperto.

     Negué con la cabeza frenéticamente intentando espantar las ideas.

     —No es verdad. Estás de broma —aseguré después de un minuto, incapaz de aguantar la emoción que palpitaba en mi pecho como un temblor.

     Sentí vértigo.

     —Sí lo es. No he tenido sexo con nadie. —Se detuvo bajando la cabeza—. Pensaba tenerlo contigo y me rechazaste.

     Se le veía mareado.

     Sonreí por la sorpresa permitiendo el goce de su aparente arrepentimiento.

     Mañana se sentiría como la peor mierda del mundo, y en realidad me importaba poco, él dijo lo que quería escuchar.

     Después de una caminata larga se volvió complicado meterlo a empujones en el coche. Sus brazos y su cuerpo terminaban en peor estado mientras forzaba, cuando él recuperó fuerzas se subió por su cuenta. Algo en mi corazón se sintió cada vez más fuerte, insistente.

     Abordé el automóvil con un caos en la cabeza, y cuando comencé a conducir la tensión entre los dos se sintió distinta. Su confesión había abierto el sello de mis bajos sentimientos, todo mi alrededor se apreciaba caliente. No se me ocurría otro lugar más que llevarlo a mi habitación en el edificio, las chicas estarían dormidas. No podía arriesgarme a llegar con su padre y que lo viera en su estado.

     Las calles se perdieron mientras conducía.

     Una hora después entré al departamento con el castaño apoyado en mí, caminé por los pasillos haciendo el menor ruido posible. Parecía que efectivamente, ellas dos estaban dormidas. Era lo mejor.

     Caminé lentamente, y giré el picaporte de la puerta para que pudiésemos pasar a mi recámara. El silencio reinaba dispuesto a hacerme notar la intensidad de mis latidos, las cortinas aún abiertas dejaban que la luz del alba atravesara la ventana.

     Lo recosté en mi cama, y me dediqué a buscar un pijama decente para él y para mí, teníamos olor a alcohol barato impregnado en la ropa.

     Detestaba a los alcohólicos, un trauma de pequeño por culpa de un padre vicioso y descontrolado. Aquellos días en los que solía caerse del sofá por su falta de orientación o cuando intentaba acercarse a nosotros con una sonrisa deformada por la adicción.

     Los recuerdos conectaron momentáneos, aparecieron y desvanecieron como un holograma. Aún me costaba apartarme de mi pasado.

     Concentré mi mente en el chico que se encontraba dentro de mi santuario.

     Sonreí conmovido, se veía tan lindo durmiendo en mi cama.

     En el baño me coloqué la pijama deprisa, evitaba pensar demasiado en su cuerpo y en el mío, de pronto toda idea escondida tras el deseo se formaba con fuego en mi cabeza. Me mareaba incluso al imaginar.

     Cuando salí me acerqué a él. Seguía acostado sobre el colchón con las sábanas destendidas. Una de sus manos se aferraba a la almohada, y la otra se mantenía elevada fuera del colchón. Se veía tan cómodo, incluso libre. En su rostro se apreciaba una calma absoluta, una profunda tranquilidad. Sus labios entreabiertos suspiraban, se cerraban, se abrían. En sus párpados un ligero temblor le hacía lucir más humano.

     Era una estampa admirable.

     Nunca había visto nada más bello, y prometí jamás olvidarlo.

     Lo moví, pero no despertó.

No lo hagas, Byron.

     Solté el aire que guardaba. Era la única manera.

     Me aproximé con un nudo en la garganta, respirando rápido ante la emoción del venenoso placer que recorría mis venas y las espinas que en su camino hacía crecer.

     Retiré su chaqueta negra con cautela, asustado ante la idea de verlo despertar.

     Empecé a levantar su camiseta, respirando con la boca, porque había olvidado como hacerlo bien.

     Mientras la piel pálida se veía descubierta todo mi interior se removió cansado de soportar. Aguanté la respiración al notar la fina capa de vellos rubios que trazaban un denso camino desde su ombligo hasta el inicio de su ropa interior.

     Mi aliento se cortó al observar el paquete de abdominales musculosos, y cada línea separando cuadros perfectamente dibujados en su vientre. Sus pectorales lucían apetecibles, y los pezones rosados se fruncieron cuando mis dedos rozaron el contorno.

     Sentí, aunque quisiese negarlo, que no sólo yo estaba respondiendo al contacto.

     Terminé de quitarle la ropa de la cintura para arriba.

     Mi rostro se teñía y ardía, mis piernas comenzaban a vibrar.

     Un palpitar en el interior de mi bóxer me alertó. El cuerpo duro del castaño detuvo todos los pensamientos negativos. Le puse la camisa del pijama lo más rápido que pude, sin mirar de más, negándome al placer que se extendía en medio de mis muslos, queriéndose liberar.

     Cuando le quité el pantalón fue imposible negarme, miré el bulto prominente levantándose por encima de las piernas gruesas y contorneadas.

     Respiré de nuevo. Necesitaba controlarme.

     Estaba buscando el pantalón del pijama cuando su mano se cerró alrededor de mi muñeca.

     Me volteé perdiéndome en el fondo de sus orbes oscuros. No había sorpresa, no había miedo, bajo sus cejas se notaba obvia la emoción.

     Me miró con profundidad, ansioso por tocarme, hipnotizándome. Entendí que su deseo vibraba igual al mío, apresurado, dispuesto, siendo precoz a pesar de sentirse desde hace mucho.

     —Duerme conmigo —dijo repasando su lengua por el labio inferior.

     No tuve tiempo de reaccionar antes de verme envuelto entre sus brazos musculosos. Sus pupilas estaban dilatadas. Mi cuerpo se sentía dispuesto.

     Me refugió en su pecho y entrometió sus piernas en las mías, inhalando el aroma de mi cabello. Se abrazó a mí, como si quiera protegerme, alejando cualquier posibilidad de huir. Me sostuvo como quien busca jamás separarse, como si no sentirme le doliera.

     Respiré su aliento ardiente, cayendo en un profuso abismo de pasiones escondidas, un lugar donde el amor y el deseo no eran objeto de prejuicios.

     En algún momento el teléfono sonó, callando mis gemidos y deteniendo a Jordán que parecía entusiasmado en pasar su lengua por la piel de mi cuello. Estiré mi brazo aún atrapado por el castaño y encendí el móvil sólo para leer un mensaje de texto.

"Necesitamos vernos para hablar. No quiero otra más de tus excusas. Soy tu madre, aunque no te guste."

<><><>

¡Hola mis lectores!

Como siempre puntual. Espero disfruten este capítulo, estamos acercándonos ya al clímax de la historia y eso me tiene emocionado.

¿Les gustó?

No tengo más que decir, así que me despido.

Queda de ustedes, con cariño.

WingofColibri


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top