14 | Soy tuyo
Luces vivientes y relucientes danzaron frente a mis ojos con un característico resplandor.
El color azul vibró en el suelo, lograba reflejos enardecidos por el frío que emanaba por la entrada de la cancha.
Me concentré en la rebosante oscuridad. Los finos rasgos de Jordán más afilados por el brillo, y el tenue aleteo de la luz acariciaron parcialmente su rostro, aislando la ternura en su perfecta mirada, esta vez parecía diferente; oscura e intensa, reveladora.
Estaba hecho un lío.
El aroma de su colonia atravesó mis deseos, y el suspiro que escapó de mis labios se volvió intenso. Me sumergí en sus profundidades. Me sumergí en su alma, tal como llevaba haciéndolo desde que lo conocí.
Mis sentimientos me hacían delirar, llegué a pensar que me volvían loco.
Entre los límites de aquellos labios rosados, una sonrisa se levantó cortando la oscuridad de su miedo, eterna y radiante. Mi corazón latió tan vivo, tan lleno. Esperé el momento para romperme y volver a armarme, mis alas disfrazadas de fuerza se partían en dos, mi libertad se condicionaba a él.
Las cadenas que lo ataban me envolvieron, y el temblor en mis piernas tentó mi alma. Dejé que su miedo me encerrara en la jaula, lo acepté, con la intención de sacarlo en algún momento.
Sentía la altura correcta, en medio, justo donde el vapor de las nubes rozaba con delicadeza mi rostro y evaporaba mis problemas. Me elevaba, para tirarme después, pero yo sería más inteligente. No estaba dispuesto a permitir que su miedo acabara con los dos.
En frente la imagen perfecta resaltó traslúcida, aquella mirada buscaba la mía detrás de las sombras disparejas, consecuencia de la escasez de luz. Podía notar la profundidad de sus iris ámbar. Mi pulso comenzó a ascender, directo a los bordes de la cordura, atacando cruelmente mi corazón; ciego y moribundo, esperando su inminente promesa de explosión.
La sonrisa que decoraba su rostro me alteró, y aleteó como las alas de un colibrí, sin parar arrastró mi razón hacia la perdición.
—Eres muy guapo —mencionó en un susurro de dulzura y su voz se filtró con lujuria en mis bajos deseos.
Me encantaba la rapidez con la que me convertía en la persona más feliz de todas.
—Tú también, y mucho —acepté su elogio, devolviendo el mío―. La primera vez que nos vimos no había notado lo guapo que eras, y ahora, así tan cerca de ti puedo verlo.
Vi su preciosa y tímida sonrisa, escondiéndose en el velo de la oscuridad.
Cortó la distancia, seguía analizándome, hipnotizado.
—Mirándote aquí, me saltaría todos los pasos ―comentó, haciéndome parte de una intensa ola de calor―, y podría pasar directamente a la parte en que te arranco la ropa con mis dientes.
Mi vientre experimentó la locura, distintas emociones se arremolinaban atacándome y arrancando lo último que tenía de seguridad. El deseo enervó seducido por la presencia de Jordán.
Cuando una sonrisa discreta se asomó en sus labios, entendí que intentaba ponerme nervioso.
— ¿Cómo lograste que la universidad estuviese abierta? —pregunté evitando el diálogo que él estaba dispuesto a empezar.
Evité caer en su juego, aunque en el fondo me moría por contestar, hacerlo realidad.
—Ser uno de los mejores en el equipo tiene sus ventajas —explicó levantando las cejas, se mofaba—. El mantenimiento termina durante el día, y después todo queda vacío. Pensé que, si deseaba abrirme contigo, necesitábamos un lugar para nosotros, y por supuesto, mucha privacidad. Un momento a solas en donde más me gusta estar.
La pregunta se formó en mi gesto antes de escapar a través de mis labios.
― ¿Te gusta estar en la universidad? ―solté riendo.
Entre parpadeos noté como bajaba la guardia. La muralla que lo separaba de mí se rompía con cada acercamiento.
―La pista de hielo ―susurró mirándome, sus ojos brillaban, su sonrisa era sincera, frente a mí un Jordán emergía con lentitud―. Me siento libre al patinar, ¿sabes? Muy libre.
Yo me sentía libre al escribir.
Pude haberlo dicho, pude haber contado cada detalle, y me limité a apreciar la manera en que sus pestañas aleteaban. Me sentí fascinado, atrapado, este él, este Jordán era el verdadero.
Sonreí porque llorar emocionado no era buena idea.
Concentrado en su mirada me hundí en el bajo mundo donde ya no era un desviado, donde podía ser malo importándome poco el rededor y mirándolo de esa manera, cuando las luces danzaban y el calor atacaba mi vientre, fue ahí que la idea dejó de ser abstracta. Le necesitaba, aquí conmigo sin importar la razón o consecuencias.
El sonrojo cruzó disparejo mis mejillas, distribuyendo el tinte vergonzoso a lo largo de mi rostro.
Mis labios vibraron ansiosos por provocar cada poro de su cuerpo.
Me sentí dichoso, enamorado, a punto de caer sin importarme nada. Él necesitaba ser salvado, yo también. Nos salvaríamos mutuamente, aunque de diferente manera.
Acercó la palma de su mano y acarició mi barbilla, le vi cerrar los ojos un instante, las ideas se acumulaban en el borde. Sus emociones le hicieron respirar acelerado y yo sólo pude mirar, admirar como su cáscara caía frente a mí. Me concentré en aprender su tacto, en grabar su aliento y el aroma que revivía mi deseo.
Cerré mis ojos también, sintiéndome amado, sintiendo todo.
Quería esto, su cercanía y atención. Su caricia me robaba el oxígeno, atrapó la burbuja donde mis sentimientos se escondían, y en un movimiento explotó.
—Me gusta cuando te sonrojas —murmuró para llamar mi atención—. Así puedo saber que lo estoy haciendo bien.
Abrí mis ojos y sonreí dejando escapar el aire que contenía.
—No significa nada —musité afectado por su imponente postura, intimidado me dejé llevar.
Se acercó aún más rodeándome con una mano la cintura.
—Puedo hacer mejores cosas, sin usar las manos —soltó en mi oído dejando un tono dulzón como máscara exterior―, y no necesariamente con tu boca.
Fui capaz de notar el doble sentido en cada sílaba.
Cuando comencé a ponerme rojo, él simplemente se rio.
― ¿Ves como si te sonrojas?
Rodeé los ojos para disfrazar lo mucho que me hacía sentir.
—Eres todo un romántico —bromeé golpeando a juego su brazo―. Todo un caballero.
Me soltó la cintura y colocó su mano sobre el pecho, fingiendo una expresión escandalizada.
—Por supuesto que sí. Lo soy —aseguró cambiando su gesto, expresando más sentimientos de los que alguna vez había visto—. Aunque además de sentir algo por ti, también te deseo, y esa es una verdad que no puedo negarte.
El aire dentro de mí comenzó a provocar ráfagas ardientes que desembocaron en cada aspecto de mis propios requisitos, llegando justo donde el borde del abismo terminaba.
Caería en su mirada más veces de las que pensaba.
Los grandes brazos del castaño envolvieron mi cuerpo, pegándome a su pecho.
Mordí mi labio inferior reprimiendo el deseo que quería causar ruido y revolotear. Dentro del mar que chocaba en mis caderas, la excitación se abrió paso, estirando los brazos e intentando alcanzarme.
Ataba mis intentos, acostumbrándose a tener el control sobre mí.
Miró mis labios, y los suyos temblaron como aquella vez, en el callejón.
— ¿Puedo besarte? —preguntó con una mirada frágil, vulnerable.
Su mirar y el mío conectaron, las luces azules vivían con mayor ardor y el color, resaltó llamativo. Mis párpados ascendieron cansados, sentía el calor en mi corazón y el nerviosismo concentrado. Noté en sus orbes lo mismo, una nube acogedora nos envolvía y era capaz de analizar aquellos confundidos sentimientos, veía el miedo y la impotencia, aferrados a su alma.
Mi corazón agitado saltaba en mi pecho, sólo con una mirada era capaz de caer.
El aire comenzó a disminuir, y mis alas, aquellas dispuestas a todo, se cerraron al vuelo. No podía separarme de él. Mis labios ansiaban tocarlo, y me resistí. Era su iniciativa y no la mía, la única que valdría contra sí mismo. Debíamos ir con calma, necesitaba empezar a entender su inseguridad.
Había pasado por el mismo proceso, y ayudarlo estaba en mis manos.
—Sí, puedes —acepté dejando a la palabra estirarse en el aire, dirigiéndose a él―. Bésame.
Miré sus labios, rosados como la más fina capa de pétalos de rosa, en mi cabeza las imágenes fluían como agua hirviendo; el caos sirvió de alimento en mis venas. Observé el tartamudeo en su boca insolente, y la mudez en los intentos por hablar, todo resumido a esa timidez que lo caracterizaba en cuanto estaba conmigo, cuando el miedo le dominaba y la emoción lo abrumaba.
Lo miré fijamente enfrentando una batalla imaginaria, en donde el ganador estafaría a la razón y recibiría de premio el corazón. Encaré el desafío; ámbar contra caoba, un matiz de colores mezclados en la intensidad del amor.
Una guerra de miradas sinceras.
Desde ese día en el parque no había tenido oportunidad de verle así, siendo sincero, estando completo, sabiéndose libre.
Parpadeé atento a cada sentimiento que revelaba frente a mí, encajando a la perfección en los engranes. Él era para mí, lo supe desde el primer día y yo lo era también, aunque no quisiera aceptarlo. Le pertenecía en cuerpo y alma.
Soy tuyo, Jordán.
Aquellas manos me sujetaron con tenacidad, aferrándose con fuerza a los costados de mi cadera, robándome el sentido y dejando al miedo en el fondo oscuro de un mundo misterioso y enigmático. Mis brazos rodearon su cuello, sentía la tensión en el temblor del cuerpo y la excitación que vacilante escapaba por los poros de este. Era poderoso, demasiado libre a su lado. Imparable como una explosión, éramos uno contra todo. Fuego y agua creando destrucción. Tormenta y terremoto contra el temor, ahora lo entendía, él era el sol y yo la luna en un universo confuso.
Ladeó la cabeza iniciando el primer paso y me miró expectante, esperando mi momento de actuar. Él era el verdadero Jordán, aquel chico dentro de una jaula interior. Lo veía salir poco a poco en la forma en que actuaba, en la timidez de sus labios y entre las espinas que rodeaban con miedo su mirada.
Sonreí enternecido.
Me acerqué más, dejando que la distancia pareciera relativamente inexistente, y que las sombras que proyectábamos se convirtieran en una mancha negra sobre lienzo. Cerró sus ojos.
Ese es mi chico.
Respiré su aliento caliente, fascinado por la armonía de los latidos, y atrevido como siempre, coloqué las palmas de mis manos en su pecho. Sentía la cercanía y el poder surgiendo de cada palpitar. Cerré los ojos también, aferrándome a su polera, las emociones me dominaban lanzándome a una profunda destrucción.
La muralla entre los dos se cayó, desvaneciendo en el aire como tintineo de campana.
Ocurrió.
Me besó robándome el corazón, alegrando aquel revoloteo, deteniendo el miedo. Me besó como el alma lo hacía, cuando el control del cuerpo se perdía. Me besó como un amante sediento después de tiempo separados. Me besó como la luz abrazando un nacimiento, emergiendo hacia la vida. Me besó y se sintió a nosotros, a miedo y coraje, a injusticia y pasión, a valentía y libertad.
Su corazón y el mío latieron tan fuerte que juré jamás olvidar ese precioso sonido.
Se separó para abrazarme. Sus brazos me rodearon por completo, apoyó su mentón en mi hombro, respirando cerca. Existía una escasez de aire y pude ver ese logro desbloqueado, mi corazón latía por su mitad.
Suspiré cuando inhaló con fuerza el aroma de mi cabello, le provocaba lo mismo que me hacía sentir a mí.
— ¿Te has enamorado alguna vez? —cuestionó inhibiendo las emociones que volaban en el aire.
Me paralicé por lo directo de su pregunta.
No pude más que ser sincero, abrirme tal como él lo estaba haciendo.
—Sí —susurré rozando su oído, pude sentir a sus piernas vibrar—. A ti.
Su risita tímida me devolvió el alma al cuerpo.
Mi corazón estaba listo para recibir una respuesta.
— ¿Si te pidiera que me perdonaras por tener miedo? —mencionó ansioso, sabía a qué se refería―. ¿Me perdonarías por tener tantos defectos?
No había nada que perdonar, yo también cometía errores.
—Diría que lo hago porque sé lo que sientes y entiendo lo que implica volverte mi problema —respondí seguro de cada palabra que surgía con ternura de mis labios temblorosos.
Sentí que me abrazaba con más fuerza.
— ¿A pesar del daño?
Esperar mi respuesta lo hizo temblar.
—A pesar de todo ―susurré soltando el peso que cargaba sobre los hombros.
Se alejó delicadamente buscándome con la mirada, anclando partes de mi cuerpo que desconocía, y ese resplandor en los orbes ámbar regresó.
Observé su transformación, me dejaba verlo realmente sólo a mí. La intensidad de su belleza desafió mi cordura.
Me miró a los ojos, y sonrió cautivado.
—Si alguna vez puedo enamorarme con tal pasión ―contestó sin apartar ni un segundo sus ojos de los míos―, seré el hombre más feliz de esta y otras vidas si eres tú a quien mi corazón elige.
Lágrimas inundaron mi visión, sin poder evitarlo un parpadeo dejó caer mi fortaleza y aquella gota recorrió insistente. Él se apresuró a limpiar mi tristeza con un beso en la mejilla, casto y dulce, tan inocente que partió mi alma.
—Quiero pensar que esta emoción que me domina cuando te acercas y la confusión al verte significan algo más grande —musitó en voz baja, como si me contara el más grande de sus secretos—. Quizá ya estoy enamorado de ti.
Le miré de repente ilusionado.
No podía entender cuanto le extrañaba hasta que se encontraba frente a mí. Respiré su aire, lo respiré a él. El pecho fornido del castaño se acopló de nuevo al mío, cada movimiento astuto de sus labios impregnaba una letra de su nombre en mi corazón envuelto en fuego.
Era esclavo de sus labios y prisionero de su alma.
Me separé de él comenzando a soltar aire, frenético. Me sentía vivo cuando me miraba a los ojos, sentimientos transversales dentro de corrientes rectas se dividieron. Leía palabras implícitas en aquellos ojos ámbar, y sonreí.
Él también lo hizo, diferente, especialmente para mí. Su mirada desvaneció todo, ya nada tenía importancia.
Nos regalamos una sonrisa que reforzó una promesa.
—Es hora de entrar —acotó apuntando hacia la puerta que daba a la pista de hielo―. Te gustará, lo sé.
Caminó hacia los patines que había dejado al costado con la nota, y me los dio con una ceja erguida. Me mordí el labio evitando reír por mi desastrosa acción. Me declaré culpable por ser tan distraído.
Asentí escapando de imaginaciones confundidas, estar con él de esa manera había logrado que olvidara que teníamos una cita.
Entonces él volvió a sorprenderme al tomar mi mano, envolviendo aquel miedo sofocante entre su piel, y entrelazando nuestros dedos con tal seguridad que pensé en caerme si no volvía a tenerlo para levantarme. Ya no estaba vacío, me sentí completo, más fuerte contra el miedo.
Ese espacio entre mis dedos después de tanto estaba lleno, y no podía describir lo que sucedía en mi corazón después de obtener lo que tanto había deseado, siempre impaciente. Me elevaba en su eterno cielo con una mínima acción.
Un sentimiento rodeó nuestras manos unidas.
Sonreí y casi reí porque soportar tantas emociones me estaba dejando mareado.
Comencé a temblar cuando sentí su tacto y la caricia de su piel, consciente de la iniciativa, enloqueciendo al chico indefenso que se ocultaba en mi alma.
Entramos con pasos vacilantes.
Las luces azules decoraban toda la cancha aclarando lugares que jamás había visto. En las gradas el vacío y silencio saludaron en una clara invitación. El hielo despedía vapor frío, y tenues bombillas reflejaban límites de la pista, bordes apenas perceptibles. Aquellos oscuros rincones, apartados de todo, dejaban ver sombras de algunos recuerdos recibidos estando aquí.
Justo cerca de un borde, un destello me robó mi corazón.
Una pequeña mesa se ubicaba casi llegando a la pista ovalada, era simple en estructura, pero su esencia brillaba por su decoración; un mantel de bordados blancos, dos sillas frente a frente y una vela en el centro bañando de luz los platillos cuidadosamente ubicados.
La pista de hielo se veía increíble. Parecía parte de la escenografía, parte de esta intimidad que comenzaba a formarse entre los dos.
Giré la cabeza buscando a Jordán detrás de mí, pero él ya no estaba. Busqué por los alrededores evitando pensar, no le encontraba.
Permanecí paralizado en mi lugar cuando la confusión me rodeó.
Un sonido cortó el silencio en cuanto se extendió en forma de eco, sorprendido miré en la dirección del origen. De momento asustado por volver a perder intentando.
Desde lo alto un reflector escupió luz en el centro de la pista. Su movimiento de palanca había provocado el estruendo. Seguí el objetivo del faro.
Una rosa reposaba delicadamente sobre el piso gélido, abandonada en la fría plataforma, el color azul de sus pétalos me hizo suspirar aliviado y emocionado. Ese era mi color favorito.
Silencié una risa nerviosa que deseaba escapar.
Se había acordado, recordaba lo que le había contado. En el interior saltaba como un niño ilusionado. Me convertí en mi pasado, pero ya no dolía.
Levanté la mirada y vi al hermoso chico de cabellos castaños que bajaba por las escaleras de metal que llevaban hacia los reflectores. Él sabía que algo tan original sería mi perdición.
No pude decirle lo mucho que significaba para mí todo eso.
Se acercó con unos patines puestos. Eso me hizo recordar los míos, y decidí sentarme para ponérmelos. Deslicé cada agujeta de un lugar a otro, presionando y atando con fuerza. Mi madre solía decir que el doble nudo generaba más fuerza y seguridad en uno mismo, y lo hice, porque necesitaba toda mi valentía para enfrentar lo que él me pudiera mostrar.
Me levanté dudando de mi equilibrio. Incluso así me acerqué a él.
Como si estuviese dando mis primeros pasos.
— ¿Te importaría? —preguntó cortésmente ofreciendo una cálida y estrecha mano―. ¿Patinas conmigo?
Miré su mano, y los nervios me dominaron.
—No estoy seguro de patinar como tú —repliqué con una mueca.
La mirada que me lanzó me hizo sentir capaz de todo, incluso de volar.
—Apóyate en mí ―ordenó mientras me acercaba―. Quizá por una vez, yo sea el que nos sostenga a los dos.
Observé sus labios, embobado.
—Me ha gustado la decoración ―confesé tomando su mano―. Te lo agradezco.
Soltó una risa, se divertía.
—Tienes que pagar, esto no es gratis —mencionó buscando mi mirada.
Fruncí el ceño.
— ¿Qué?
Me atrajo hacia él, y choqué con su cuerpo.
—Patina conmigo —respondió―. Sólo eso.
Me sujetó con fuerza esperando mi respuesta.
Asentí porque era incapaz de ponerle palabras a lo que sentía en ese momento.
Nos dirigimos con deslizamientos largos justo hacia la rosa azul. Mis pies se acostumbraban al escaso equilibrio y a la solidez voluble del hielo. Aunque era seguro de mí mismo, algunas veces, todo se me iba de las manos. En ocasiones sólo bastaba dejarse llevar para sentir eso que tanto anhelábamos.
El humo frío besó mi piel.
Miré la rosa un instante, y el castaño lo notó.
—Sé que te encantan las flores, y también que piensas que es un detalle muy femenino y cursi —rememoró nuestra plática durante el castigo del director—. Pensé que, si la rosa era azul como tu color favorito, te gustaría conservarla.
Negué con la cabeza, era mi turno de divertirme.
—Me encantó incluso siendo un detalle cursi, pero te equivocas en algo —comenté levantando la rosa.
Juntó las cejas en un gesto gracioso.
—Es lo que te digo, cariño. Siempre olvido algo importante cuando intento conquistarte.
Levanté una ceja.
—Ya lo creo. —Hice una pausa—. Olvidaste que mi color favorito ya no es el azul.
Se alejó para extender las manos en señal de duda.
— ¿Cuándo demonios sucedió eso?
Oculté mis labios tras la flor.
—Mi color favorito ―empecé, sintiéndome expuesto, tan vulnerable―, es el de tus ojos.
Entrecerró los párpados tiernamente.
—De todas formas, te llevas la rosa —refunfuñó escondiendo una sonrisa―. Aunque, si puedes de vez en cuando decirme cosas lindas como esa, te lo agradecería.
Reí cuando avanzamos más.
El reflector bañó nuestros cuerpos de luz, logrando un espectacular reflejo en el hielo, y callando pensamientos, cada uno de ellos.
Adorando cada espacio de mí, el castaño me hizo girar sobre los talones, hasta que mi espalda golpeó su pecho. Aquellos suaves dedos se movieron por el contorno de mis piernas, hacia la cintura deslizándose en caricias provocadoras, y su aliento chocó en mi nuca.
―No ha pasado mucho desde que entramos y ya quiero besarte otra vez ―apuntó acariciando mis mejillas.
― ¿Por qué no lo haces? ―rebatí, ladeando el rostro, dándole acceso a mi cuello.
Regó besos por mi clavícula, y ascendió hasta la comisura de mis labios. Cerré los ojos, y suspiré cuando sentí a sus manos en trazos lentos acariciar por debajo de mi pelvis.
Mordió la blanda piel de mi cuello, saboreando el contorno de su cometido.
―Porque temo olvidar cómo separarme.
Nuestros corazones retumbaron violentos, asustando recientes emociones. Su cuerpo y el mío respondieron a ese ferviente toque de pasión.
―Entonces te besaré yo ―repliqué, volviéndome hacia él.
Mis labios cubrieron los suyos y mis alas se abrieron dispuestas, en llamas. Huellas impresas y talladas a mano en ardiente piel aminoraron el frío. El calor se abrió pasó en mi cadera.
―Bésame hasta que mis labios estén heridos ―rogó, separándose de mí un poco―. Para que cuando esté solo hoy en la noche tenga tu recuerdo presente.
Acaricié sus pómulos y le sonreí con lágrimas en los ojos. Ya no estaba dispuesto a fingir, lo quería, lo quería tanto que dolía.
Besé su mejilla con lentitud.
―No hay recuerdo más sincero que este ―respondí cuando mis labios se separaron de su piel.
―Está bien ―aceptó, acercándose―. Yo también quiero que me recuerdes.
Sentí sus castos besos adorando mis mejillas y las comisuras de mis labios, mi alma y corazón, sus cadenas se cerraban alrededor. Besó todo lo que encontró a su paso, sólo picos, tan rápidos que apenas podía sentirlos.
―Ahora tienes muchos recuerdos sinceros.
Llorar de felicidad me hizo sentir liberado.
Segundos después volvió a empujarse en mi pelvis, encendiéndome como una estrella.
Era erótico y romántico. Me fascinaba como él era capaz de unir dos emociones, y hacerme desearlas.
Se alejó de mí en un segundo, dejándome excitado y emocionado, patinó deslizando sus pies alrededor del hielo, ágil como una gacela.
Observé el movimiento de sus piernas veloces y perseverantes. Veía el poder, y la admiración en mi gesto me delataba, era perfecto. Único, deseaba pensar que también mío.
En un desplazamiento se volvió a mirarme con una sonrisa, tenía las mejillas sonrojadas y un brillo especial. Sus labios se alzaron y perdieron en los límites de mi razón, donde el fuego extinto intentaba encenderse de nuevo.
Noté su silueta formando espirales en el hielo. Fue inevitable pensar en él enredado bajo las sábanas, conmigo a su lado, besando su pecho. Amarlo para siempre, amarlo con mis defectos, con mis virtudes.
Moví mis piernas impulsado por la conciencia, persiguiendo su figura alrededor de las sombras dispuestas a engullirnos. Patiné en los espacios azules, levantando nuevas barreras. Giré en círculos acorralando a Jordán como quien captura una presa. Un ovalo donde mis sentimientos se liberaban para alcanzarlo.
Patinamos juntos, y separados, tomados de las manos, a veces persiguiéndonos. Tanto tiempo que casi pude sentirlo como una eternidad.
El equilibrio dependía del peligro. El frío se sentía en el aire, y mi pecho cálido contrastaba.
En un momento me miró desafiante, aliviando los demonios que emergían del infierno, impulsados por el deseo de aquel cuerpo fornido. Se mordió el labio recorriendo el trazo de mi propia sombra.
Me desafiaba con la mirada, y patinaba, se alejaba. Se deslizó alrededor de toda la cancha, riéndose, divirtiéndose. Yo quise ser parte también.
Avancé deseoso, y logré atraparlo en cuanto se distrajo, tirando de él hacia mí. Abracé sus omoplatos, disfrutando del tacto de sus músculos moviéndose bajo mis manos.
—A veces cuando me siento solo, vengo a patinar y siento que eso es suficiente para liberarme de mis propios miedos —murmuró agotado, aferrándose a mí.
Me abrazó con tanta firmeza que nuestro contacto se volvió íntimo.
Era mi turno de sincerarme.
―Cuando yo me sentía solo en casa de mis padres, tomaba la computadora y escribía, escribía y escribía ―relaté haciendo del recuerdo un entierro glorioso―. No lo sé, quizá me ayudaba a desaparecer, ¿sabes? No quería vivir así, limitarme, enjaularme, pero tenía que hacerlo.
― ¿Qué pasó después? ―preguntó acariciando mi espalda.
―Un día le dije a mi mamá que estaba cansado ―expliqué―. Ella se lo tomó mal. Me dolió mucho que no pudiese apoyarme. No estaba dispuesta a entenderme. Yo era el hijo perfecto, hasta que se enteró de mis preferencias.
Se recargó sobre mi hombro.
―Mi padre es así ―reconoció y continuó con su caricia―. ¿Qué hizo tu madre entonces?
Recordar evocó lágrimas alrededor de mis parpados. Lo abracé con fuerza, llenándome de él, transformando el amor en fuerza.
―Me amó a su manera ―respondí cerrando los ojos cuando el temblor me acunó―. Ella piensa que me hizo un bien al intentar corregirme, pero me hirió, me hizo sentir como basura. Ya no era perfecto, era el hijo que más la había decepcionado. Su mirada decepcionada me acompaña desde entonces.
Se separó con delicadeza, y me miró, intentando contener sus lágrimas.
Empecé a llorar, liberando años de dolor.
―No me arrepiento ―aseguré limpiando las lágrimas―. Me volví más fuerte, decidí levantarme. No permití que mis compañeros continuaran molestándome. Me planté ante los problemas y continué avanzando. Me atreví a vivir, me atreví a continuar, siendo yo, amándome a mí sin importar lo que pensara el mundo entero. No tenía a mi mamá, pero me tenía a mí. Me tenía a mí mismo, y era lo único que me importaba.
Acarició mi mejilla.
―Es admirable.
―Yo sé que tú también puedes ―susurré sosteniendo su mano―. Déjame ayudarte.
Bajó la mirada, hiriéndome.
―Quisiera poder escapar, pero pienso que mis actos atraerían algo grave que intento evitar.
Cuando su confesión acabó con el silencio sentí que sí había algo de valentía entre tanto miedo.
—Pensar demasiado envenena el alma ―aconsejé, levantando su barbilla para mirarle fijamente―. Debes ser feliz con tus propias decisiones.
Suspiró.
—Me he equivocado muchas veces, ya no sé qué hacer —dijo recargando su frente sobre la mía.
No le dije cuanto lo amé en ese instante.
—Déjate llevar. ―Tomé su mejilla con ternura.
Teníamos todo el contacto que necesitábamos.
—Lo hago desde que te conocí —musitó suavemente―. Lo hago desde que te vi en el parque.
Besó mi nariz.
― ¿Ves? ―soltó riéndose―. No sé porque me dieron ganas de hacer eso.
Solté una carcajada y comenzó a reír conmigo.
Vibramos a la par. Jamás me sentí tan libre.
Un movimiento en falso y el filo de los patines se atoró con un hueco que ya se había formado en el hielo, la debilidad en mis piernas me hizo caer. En mi intento por evitarlo tomé a Jordán del cuello de la polera.
Caímos sobre el hielo, lacerando nuestra piel en su contacto. La picazón ardiente se extendió por todo mi cuerpo, y Jordán sobre mí intentaba levantarse mientras reía divertido. Pude ver esa otra faceta que noté más allá del tenue movimiento de sus iris. Su pecho se inflaba y soltaba aire mientras su risa embargaba mis sentidos, tal temblor motivaba al miembro palpitante debajo de mis pantalones.
Y cuando el deseo cobró facturas, él se detuvo sintiendo la consecuencia de su frenético movimiento.
Nos miramos, las luces y él resplandecían como una de aquellas tardes de verano con sabor a sol y arena. La brisa de su respiración golpeó mis sentidos, y el destello en su mirada calentó mi cuerpo.
Este era yo. Byron, el peón de un juego amoroso del destino.
Moví las manos, acariciando su cadera, fascinado por el deseo que ya me tenía en sus manos. Intentó detenerme, ya era tarde.
Me detuve asustado cuando el terror y arrepentimiento cruzaron su mirada, provocando un gemido lastimero.
Le miré buscando una respuesta, él se removió con fuerza.
Apretó los párpados, frustrado, y con rapidez me apresuré a levantar su camisa.
En donde la V de sus caderas comenzaba a perderse, un hematoma del tamaño de una pelota se mofó de mí. Levanté la cabeza para mirarlo nuevamente y desvió el contacto, avergonzado.
La claridad de los recuerdos regresó.
Él le había hecho eso, su padre, por mí. Por ser como yo, por intentar luchar contra su miedo a sí mismo. Mis latidos se incrementaron, sentí a mi sangre hervir furiosa. Parpadeé deteniendo las lágrimas de impotencia, y lo abracé confundido.
Aquel momento mágico y especial desapareció.
Me aferré a su espalda, y lo arropé en mis brazos. Dejé el rastro de un beso dulce en su mejilla, y me concentré en ver la luz del reflector.
—Te protegeré, incluso de mí mismo —susurré a la nada, dirigiéndome a él y a su miedo.
Le hice una promesa, y la guardé en mi corazón, la sentí marcándose en mi interior. Supe así que me había convertido en su mitad.
Escuché cuando inspiró con fuerza, reconocí sus batallas internas. Sabía lo que seguía después. La tensión en sus hombros se transformó en sollozos y en desesperación. Entendía a la perfección, el miedo y su confusión.
Lloré con él, comprendiendo el dolor. Necesitaba de mi fortaleza, pero no era capaz de aguantar la tristeza que me provocaba verlo así.
Fue así como lo perdoné, porque estaba completamente seguro de una cosa. Este no sería el único obstáculo en nuestro camino a la felicidad.
Sonreí valiente.
Prepárate, Jordán. Mi corazón te alcanzará.
<><><>
¡Hola mis lectores!
Un nuevo capítulo, espero les haya gustado.
Estoy comenzando a enamorarme de estos dos, son tan lindos.
¿Qué les pareció?
El padre de Jordán comienza a volverse un enemigo, y créanme que será el peor de todos.
El amor debe vencer.
Queda de ustedes con amor.
WingofColibri
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