13 | Enamórate de mí
El sabor de sus labios impregnado en los míos hizo imposible pensar con claridad. Me perdí entre las olas de un sonido relajante, entre notas apenas perceptibles, disparejas.
Seguía los ademanes del profesor, aunque en mi cabeza una batalla había comenzado. El lienzo en blanco esperó paciente mientras la pintura negra trazaba figuras tristes, aferradas y bohemias de una escultura a base de dolor.
Mi boca aún vibraba, mi corazón aún estaba escondido bajo las oscuras tinieblas, deseaba salir, no podía culparlo. También me encantaría escapar de esta cruel y despiadada realidad, donde ser quién era formaba parte de una lista de delitos. Mi crimen perfecto, fue enamorarme del peor delincuente de todos. Aquel ladrón de corazones que vivía en el miedo, miedo a su confusión, miedo a ser él mismo, a ser libre.
¿En qué momento la libertad se hundió entre cadenas?
Vislumbré las letras dibujadas en mi cuaderno, y los jeroglíficos difíciles de entender. No presté atención a la clase, tampoco lo hice con mi dignidad, era obvio que dejé salir parte de mi debilidad.
Aún era el vulnerable cristal por el que todos parecían caminar.
La clase terminó cuando las manecillas del reloj rebasaron el pequeño número, alcanzando la cúspide ansiosa en cada uno de nosotros.
Me levanté mecánicamente en una estúpida imitación de robot y me dirigí en zancadas hacia la puerta, esquivando a Marcel que parecía querer hablar conmigo. No podría, no después de todo y por ningún motivo le dejaría ver que ignoraba la clase porque las lágrimas no me dejaban ver claramente. La vergüenza me alcanzaría si él viera mi cuaderno manchado, o peor aún mis párpados irritados.
En los pasillos gobernaba el silencio.
Acabó el día, también mi paciencia. Los colores blancos en las paredes alimentaron mi irritación. Daría lo que fuera por tener a Ann y Scarlett aquí conmigo, acompañándome en las olas del dolor que no querían dejarme ir, y se aferraron con convicción al indefenso cristal.
Miraba hacia el frente dispuesto a llegar a la salida, cuando un par de brazos me sujetaron desde atrás. Intenté voltear, pero la fuerza que ejercía me inmovilizaba.
Me removí insistente, forcejeando contra quien fuera que me tenía atrapado. En el forcejeo terminó cubriendo mi boca.
Desesperado pataleé, intentando en vano zafarme. Transportó mi cuerpo, desprendiendo mis pies del suelo y aminorando el peso, en aquel instante sus pasos se dirigieron a la puerta del último pasillo. La que seguramente utilizaban para guardar escobas, entre otras cosas.
Atravesamos el marco, escuché el sonido de la puerta al cerrarse.
La mano dejó de cubrirme y los brazos tomándome de los hombros, me giraron hacia su dirección. Sin previo aviso los labios de mi atacante me forzaron, atándome a un beso apasionado.
Parpadeé contrariado cuando vi el rostro del dueño.
Jordán saboreaba mi boca dejando tiernas mordidas. Sus manos acunaron mis muslos, levantándome en el aire. Por inercia entrelacé mis piernas en su cadera, permitiendo el acceso salvaje de sus labios domándome.
Su lengua entró en mi garganta acariciando los límites de mi deseo, tentando a la excitación en mi cuerpo. La fase expuesta se ablandó escapando asustada, y mi fortaleza transformada en líquido hundió mares de exquisito deseo, fundiendo sensaciones de su cuerpo al mío.
Mis manos tomaron su cabello y lo jalaron robando gruñidos.
Sonreí en el beso dejando que el fervor dominara mis acciones. Pensando en nada, hundiéndome en su sentimiento.
Regresé al suelo con las palmas de sus manos acariciando mi trasero. Sorprendido por su acción me separé de sus labios sólo para ver que su mirada descendía a mi cuello.
Tomó los rulos de mi cabello con una mano, tirando con delicadeza hacia atrás, deseaba obtener acceso a mi piel desnuda. Comenzó a lamer la clavícula descubierta y exploró en mi piel, sólo para regresar y besarme en los labios.
Esto era nuevo para mí, jamás lo había sentido.
Tuve iniciativa acercando su cuerpo al mío, frotaba su pecho y deslizaba mi lengua en su cavidad bucal, explorando como un dominante en terreno peligroso. Junté su miembro, y lo acaricié con la pelvis, sonriendo al escuchar sus gemidos ahogados.
Me sentí victorioso mientras mis manos acariciaban su duro pecho, descubriendo entre caricias su forma musculosa y firme.
Un pensamiento ascendió entre el mar de deseo que desembocaba en mis caderas, floreciendo como un lirio abierto. El momento desvanecía frente a la voz que insistente me llamaba desde dentro.
No te quiere, Byron. Sólo juega contigo.
Abrí los ojos y observé el panorama. Trapeadores y escobas, algunas cubetas, un foco medio encendido. Testigos inertes, testigos sin voz. Era tan triste que las telarañas colgaban del techo.
Sentí que mi alma ardía de rabia.
Me separé violentamente empujándolo con las palmas extendidas al entender que me había arrastrado a un cuarto de limpieza para besarme.
Él seguía siendo un cobarde, y yo un ingenuo. Comprendí mi inmadurez, y la falta de dignidad que tuve al aceptar su apasionada relación, que terminaría por destruirme.
Yo necesitaba ver un cambio, un destello de valentía, de esperanza, no un beso entre escombros y cajas.
— ¡Aléjate de mí! —espeté mirándolo con frialdad—. Me haces daño, ¿no lo ves?
Me miró confundido.
―No parecías muy lastimado hace unos segundos ―espetó, golpeando con sus palabras a mi moribundo corazón.
Me alejé de él, poniendo una clara distancia entre los dos.
―No puedo aceptar estar junto a ti sólo cuando estamos encerrados entre cuatro paredes ―susurré, triste―. Te quiero, pero no así. Necesito que lo intentes, que de verdad lo hagas.
Su gesto desconcertado parecía sincero.
—Tú no lo estás intentando —dijo aproximándose, me miraba furioso―, esto es lo que soy, no hay más.
Retrocedí dos pasos, decepcionado.
—Es obvio que esto fue un completo error ―respondí, caminando hacia la salida.
—No saldré de aquí confesando algo que ni siquiera entiendo —aseguró señalando la puerta―. ¿Por qué no puedes entenderlo?
Asentí con una mirada firme, y resignada.
—Puedo entender cómo te sientes ―confesé, acercándome a él―, pero tú no quieres hacer nada contra el miedo, y yo no puedo esperar a que me lastimes.
Apretó los labios, estaba molesto.
—Actúas como un niño ―escupió, hiriéndome―. No sabes lo que quieres.
Caminé hacia la puerta, resistiendo la tristeza. Sabía que lo que decía era cierto, aunque no fuese la manera correcta de decirlo.
Pero amarlo de esta manera me hacía actuar como un idiota.
—Quédate con Rayzel entonces, son exactamente iguales —respondí avanzando hacia la salida.
Su voz me apuñaló a medio camino.
—Tú no eres mejor.
Me detuve acongojado.
—Es mi culpa ―reconocí volteando poco a poco― No debí enamorarme de alguien como tú, pero se acabó.
La confesión ya había escapado de mi boca cuando pude darme cuenta.
Sus orbes se abrieron sin creerlo.
—Es ridículo. ¿Cómo puedes amar a alguien que apenas conoces? —soltó, mirándome como si de pronto fuese un extraño.
La realidad golpeó mi rostro con aquel puño injusto, acababa de confesarme involuntariamente y él decía eso, arrancando el último pedazo que quedaba de mi corazón, sostuve el aliento.
Me endurecí bajo capas de humo y calor, escondiéndome en el centro de la destrucción.
Caminé hacia la puerta y él se atravesó, bloqueando la salida.
Desvié la mirada reuniendo fuerza, preparando mi valentía para escapar de él y de los sentimientos que me inspiraba estando cerca. Necesitaba salir. Respiré profundamente relajando cada espacio de mi cuerpo, amoldando huecos y calibrando tenues hilos, sostenía mi calor en la aspiración de algo mejor.
Su dedo índice se apoyó en mi barbilla levantando mi rostro.
— ¿Estuviste llorando? —preguntó dolido, y en el fondo de su voz noté su miedo―. Yo, lo siento. No fue la manera correcta de decirlo.
Sonreí.
Fingir mis emociones era lo que mejor sabía hacer.
—Apártate —ordené cansado—. No me obligues a hacerlo por mi cuenta.
―Byron, en serio. ―Intentó tocarme, me alejé con recelo―. Perdóname.
Llevábamos poco de conocernos, y esa palabra ya se había usado más que un te quiero.
―Apártate ―repetí cuando mis sentimientos se interpusieron―. No puedes darme lo que yo te daría sin dudar.
Entonces asistiendo se alejó de la puerta.
Ya no me miraba, estaba ignorándome, se sentía confundido, también lo estaba, aunque en diferente medida.
Enojado por la situación crucé el umbral. Decepcionado me encontraba por ser lo suficientemente estúpido como para perdonar su cobardía.
Los pasillos me ahorcaban, y me asfixiaban.
Caminé vacilando. Me sentía destrozado.
¿Cómo podía ser fuerte en situaciones como esta?
Me tragué el dolor en un suspiro y aquellas lágrimas que no terminaban de aparecer salieron sin más. Algo dentro de mí gritaba que escapara, y también que regresara a él, gritar y decirle que amarlo me hacía fuerte. Confesarle mis miedos, y cada sueño presente, resumir en segundos un pasado ferviente que transcurría en pendiente. Aunque no serviría de mucho, él no sentía lo mismo por mí. Esta mezcla detonadora, explosiva y atolondrada de sentimientos apasionados me consumía cada vez más rápido.
La complejidad en sus acciones me lastimaba. La complejidad en las mías lo confundía más.
Entonces volvió a esperanzarme.
—Byron —dijo en voz baja, detrás de mí.
No contesté, sólo me detuve, esperando, intentando encontrarle una solución a la situación. No sabía cómo hacerle entender que si no deteníamos este ciclo tóxico, terminaríamos destruyéndonos, terminaríamos acabando con lo que comenzó con un acercamiento puro, con una mirada.
―Perdóname. Sé que es difícil para ti entenderme, y lo siento demasiado por orillarte a mis propios miedos ―exclamó, acercándose―. Quiero todo menos hacerte daño, sólo espero comprender qué me está pasando contigo.
Giré para verle, y caí en sus profundidades. Iba saliendo de la bodega, mirando el suelo. Su mirada perdida me hería más que sus palabras.
«Recházalo.»
La razón condescendiente gritaba en mi interior.
«Amamos a este idiota con todos sus defectos y lo sabes.»
Mi corazón susurró lentamente y con timidez, como siempre ciego, completamente ciego.
En medio de aquella batalla estaba yo, intentando elegir qué era lo mejor para mí, el sacrificio había empezado desde el día en el parque. Porque no había mayor sacrificio que amar.
Cada sentido se inclinaba ante él, como los plebeyos frente al rey. El amor no era más que un camino, un aficionado del sentido, un grito de clamor.
La confusión seguía acercándose y me arropaba en su manto.
Se acercó para besarme, dulcemente tirando lo poco que quedaba de convicción en mi decisión. Era él y siempre lo sería, no podría dejarle, no cuando mi aire desvanecería junto a él.
Elegía un camino equivocado, lo sabía.
Mientras mi cabeza daba vueltas, mi corazón se volvía loco.
Mi libertad ya se había usado, y lo había escogido a él.
—Mi intención no es confundirte —comenté después de separarme—, es sólo que necesito ver tu esfuerzo.
Sonrió, desvelando su sufrimiento.
—Lo sé, cariño.
Tomó mi mano, y acarició la palma, demasiado ensimismado.
— ¿Cuánto tiempo necesitas? ―pregunté de alguna manera accediendo al trato.
Me miró entonces, golpeando mis sentidos, alejando mi pasado.
—Sólo te necesito a ti, y lo lograré —murmuró con una sonrisa―. Estoy seguro.
Me alejé de él, y volteé observando las siluetas que aparecían en el pasillo. Sonreí tristemente antes de alejarme por completo.
—Es hora de irme.
Así, en la nada, me encontraba a punto de lanzarme de espaldas.
Marché hacia las sombras prejuiciosas, aquellas culpables del temor de muchos. Caminando a pasos lentos, el trayecto doloroso que mi corazón experimentaba por nuestra separación pareció crecer.
—Espera —soltó en un suspiro—. Te veo aquí, en la noche. No preguntes cómo, sólo preséntate y por favor, intenta.
Sonreí encariñado.
—Quizá —tenté levantando una ceja.
Seguía de espaldas a él.
—Es la única forma de entenderlo, necesito intentar.
Su ilusión se podía palpar, igual que la sorpresa que yo empezaba a transpirar.
— ¿Intentar? —pregunté volteando para verlo a los ojos.
—Sí —contesto mirándome tiernamente―. Es una cita.
Sonreí dulcemente sujetándome a la pequeña ilusión, y a la esperanza de un cambio, de una impresión distinta a la primera.
El amor a veces era tan instantáneo que no podías reaccionar, te faltaba el tiempo suficiente para escapar. Y eso fue lo que pasó, me enamoré de un hombre del que estaba seguro era el mejor del mundo porque no hacía falta conocerlo. Entendía que existía eso que cambiaba, y modificaba la verdadera esencia, era el miedo.
Me enamoré del Jordán encerrado bajo las garras de la injusticia, escondido por miedo. Aquel que se filtraba cada que me miraba, el que descubrí en cuanto sonrió por primera vez, era ese chico inseguro y confundido el que tenía mi corazón.
En ese momento el verdadero Jordán me observaba, y sentía la fortuna de tenerlo porque estaba seguro de que sólo yo podía verlo.
—Acepto.
La sonrisa pintada en sus labios me dejó ver que no me había equivocado, no erré al sentirme dispuesto a intentarlo. Porque necesitaba mi ayuda, me necesitaba a mí tanto como yo lo necesitaba, simplemente porque valía el sacrificio por tenerlo.
Suspiré.
¿Cuándo podremos estar juntos para toda la eternidad?
Hacía algunos años solía emocionarme por cualquier pequeño detalle, divertido por dibujar sobre todo tipo de material. Mi corazón todavía escondido del amor no conocía el dolor.
Recordaba las tardes de verano y la lluvia en otoño, la intacta imagen en mi memoria de cada juego infantil.
Me sentí así, como un niño, jugando sobre el tejado, a punto de caer sin importarme en lo absoluto.
Desde lejos atisbé luces encendidas en la entrada de la universidad.
La oscuridad levantó sus brazos y extendió la oscura manta sobre la claridad, aquel cómodo silencio rodeaba aspectos y el único sonido provocado por los vehículos al pasar, resultaba embriagador.
Había llegado hace unos segundos a la cita pactada con él, y aún esa sensación de miedo no desaparecía por completo. Miedo a la incertidumbre, miedo a su miedo, miedo a enamorarme más de él.
Avancé vacilante descubriendo que las puertas se encontraban abiertas.
¿Qué hiciste, Jordán?
En el fondo de mi ser, el alma ansiaba estar con su complemento.
Vientos fríos golpeaban mi piel con delicadeza, crispando los vellos de mis brazos y alcanzando puntos distintos. Los nervios atacaron, provocando estremecimientos constantes.
Un camino improvisado de velas me robó una sonrisa en cuanto se atravesaron en mi campo de visión, ascendían por las escaleras, repartidas a los costados.
Observé ilusionado cada una de ellas y la intensidad de sus flamas.
En el interior todo estaba decorado por más de ellas.
Mordí mi labio inferior resistiendo la sonrisa que deseaba escapar.
Caminé acompañado por mi guía especial, el alma enamorada que ante la presencia de su mitad palpitaba, mi cabeza dejaba de pensar. Aquellos sentidos que tenía sellados se liberaron y sentí un ligero temblor, espontáneo.
Me sentí yo mismo.
Después de seguir el camino de las velas encontré las puertas de la pista de hockey medio abiertas, dentro se apreciaba una tenue luz azul, filtrándose sobre las velas. Creaba un sentimiento pesado en mi cuerpo.
Mi estómago experimentó la famosa sensación de las mariposas, estas parecían ser más salvajes, igual que mis sentimientos. La respiración entrecortada hundía el rededor, mis nervios llegaban al límite de lo inimaginable.
Me dolían los nudillos de las manos por ejercer tanta presión.
Comencé a revisar mi aspecto buscando algún indicio de imperfección. Deseé verme atractivo para él.
En un costado de la entrada un par de patines me observaron cómplices, y en ellos una nota reposaba despertando incertidumbre.
"Si vamos a descubrir lo que siento, será mejor en mi territorio. Te necesito, Byron. Más de lo que imaginas, espero descubrir hasta donde soy capaz de llegar por ti. Hoy voy a saberlo, por eso te prometo que esta va a ser una velada inolvidable.
Jordán."
Me faltó el aire cuando me acerqué a los patines, y el sonido de las puertas abriéndose me alertó. No me atreví a girar, por el rabillo del ojo aprecié su silueta.
— ¿Estás listo, cariño?
Respiré profundamente. Mi ilusión y fuerza regresaron.
Enamórate de mí, Jordán.
Entonces giré y lo vi sólo para descubrir que no estaba equivocado al elegirlo, porque de entre todas las miradas y aunque pasaran miles de reencarnaciones, siempre buscaría los orbes ámbar que me hicieron perder la cabeza, y el corazón.
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¡Hola!
Como siempre puntual, nueva actualización de Más allá de tu mirada.
Espero en verdad les haya gustado el capítulo, me emocioné demasiado lo juro, cuando lo volví a releer casi salto de felicidad.
Perdón por el suspenso, pero tengo algo preparado para estos dos en esta su primera cita, romántica y espontánea.
¿Qué creen que sucederá en el próximo capítulo?
Me voy, no sin antes decir que: No tengan miedo a ser ustedes mismos, el amor se pasa volando y si no somos lo suficientemente valientes para tenerlo, ¿quién lo será por nosotros?
Queda de ustedes.
WingofColibri
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