09 | Eres mío

Bajé la mirada, intentaba a la vez fijarme en la mesa frente a mí, evitando el contacto inminente con el dolor. La escena que se había dado en el lugar provocó risas y silbidos generales entre sus amigos, seguramente porque como la mayoría pensaban más con sus genitales que con el cerebro.

     El espectáculo atrajo las miradas curiosas de los recién llegados, excepto la mía.

     Mis músculos se sentían repentinamente débiles, de momento exhaustos. Una parte de mí —la más terca— deseaba irse a casa, y podría haberlo hecho, pero decidí que tal importancia era algo que ellos no merecían. Esperé a que Ann me ayudara, como ya era costumbre, ella también observaba desconcertada el beso. Recordé que había descartado contarle acerca de su actitud hace unas horas y al mirarme, supe que ya lo sabía. Quizá después hablaríamos sobre ello.

     Suponía que ella tendría expectativas en lo referente a Jordán.

     También las tenía.

     Marcel con su mano en mi espalda me empujaba levemente para ponerme a avanzar.

     —Los panecillos de hoy se ven especialmente exquisitos ―avisó, entusiasmado―. Tengo mucha hambre.

     Su boca parlanchina aliviaba mi dolor, recordándome el lugar en el que estaba y la fortaleza que me caracterizaba. Ayudaba a distraerme de alguna forma.

     Decidí seguir su conversación.

     — ¿De verdad tienes hambre? ―protesté mirándole fijamente―. No es como que llevemos cuatro horas en la universidad.

     Según había relatado, sus hábitos de alimentación diferenciaban de los míos. Él era especialmente exagerado, tal vez no tanto, la comida parecía causarle provocaciones constantes en las que obviamente caía.

     ―Dos, de hecho ―contestó Ann, observándome―. Yo también tengo un poco de hambre.

     Lucía decepcionada. Yo también lo estaba.

     Roto, ilusionado, atrapado en una jaula en la que sólo cabía yo.

     ―Siempre tengo hambre. ―Marcel se encogió de hombros.

     Me concentré en seguir el hilo de la charla.

     —Es raro ver la forma que mantienes comiendo todo lo que nos estabas diciendo hace un momento —susurré después de meditarlo mejor―. Yo no soy tan aficionado de la comida.

     Soltó una carcajada, que bien pudo llamar la atención del resto.

     — ¿La forma? —preguntó mirándome con los orbes abiertos—. ¿Crees que estoy en forma?

     Parpadeé analizando su pregunta.

     ¿Acaso noté un poco de ilusión en sus palabras?

     —Tienes un cuerpo atlético, así que me parece extraño que comiendo como dices hacerlo, mantengas esa figura ―contesté sin más, intentando no coquetear―. Ejercicio, quizá.

     Me pareció verlo sonreír.

     El entusiasmo en sus palabras desvió mis pensamientos, obligándome a aguantar las lágrimas que invadían mi mirada. De repente quise huir, gritar, desgarrar mi alma para terminarla de romper.

     Me dolía el pecho también.

     ―A veces practico un poco de natación ―reconoció, y después me miró con preocupación―. ¿Te pasa algo?

     Hasta ahora entendía que estaba por llorar, era la ilusión derramándose, el amor sucumbiendo ante el dolor.

     Marcel no tenía ni idea de lo que sucedía, y preferí guardarlo como otro más de mis secretos. Ann me miraba con tristeza. Por primera vez parecía no saber que hacer, se notaba que intentaba pensar en algo, nada habría servido en realidad.

     Avanzamos hacia una mesa desocupada, la única vacía después de una búsqueda rápida, y que se ubicaba cerca de un ventanal que dejaba ver el jardín de la universidad, la luz atravesaba el fino cristal. Sentí por un momento que podría dejar de pensar.

     Sin embargo, la vista no resultó del todo perfecta al notar su cercanía con la escena de Jordán y la chica.

     Suspiré.

     No debía darle importancia y eso estaba haciendo.

     Llegando a la mesa escuché una risa femenina, seguramente de la tipa que seguía sobre el regazo del castaño. Mis ojos se cerraron en un vago intento de mitigar el dolor que su tono agudo provocaba en mis oídos. Sonaba irritante, exactamente igual que ella.

     Intenté por segunda vez dejar de observarlos, pero fue imposible evitarlo.

     — ¿Te gusta, Jordán? —preguntó ella con un tono de voz insinuante, y acercando los labios a su mandíbula dejó rastros de un labial rojo.

     También vulgar.

     Se mordió el labio inferior y respiró sobre su clavícula para posteriormente regar besos en la curva de su cuello, colocó después ambas manos en los extremos de su rostro. Volvió a besarlo.

     Pensé que algo quería demostrar, pero fui incapaz de saber qué.

     — ¿Qué tal eso? —agregó después de recomponerse.

     Una emoción oscura enervó dentro de mí con fuerza y explotó, era como si el pensamiento de arrastrarla por el piso no fuese una mala idea. Ese tipo de rencor insano se instaló en mi corazón destrozado, aquellos pedazos rotos se volvían negros tras escurrir alrededor de su propio veneno.

     El arcoíris que antes veía cercano de alguna manera se había vuelto opaco.

     Negué con la cabeza cuando seguí pensando. No, yo no era así.

     Él no reaccionó.

     Se limitaba a mirarla, se limitaba a destrozarme con su nula libertad.

     No habló durante el transcurso de su pequeña escena. Ella en definitiva era una exhibicionista intentando llamar la atención. Jordán permanecía inexpresivo, miraba hacia todas partes buscando algo que no encontraba.

     Cuando volteó hacia mí, la tristeza se acumuló en mis ojos. Era esa sensación de sentirse descubierto, de anhelar estar en otro lado, de proteger el corazón.

     En un segundo su mirada chocó con la mía y se detuvo asustado, parecía reaccionar diferente a la manera en que me trató antes. Pude ver un destello de arrepentimiento que desapareció en cuanto parpadeó.

     Entonces la chica siguió el mismo trayecto y me miró. En ese instante el color de sus orbes se inundó de frialdad.

     Levantó el mentón, y apartó sus manos del rostro de Jordán. Levantándose de sus piernas se dirigió a la mesa en la que estábamos, sonriendo con tal cinismo que pensé en la lástima que aparentemente me inspiraba. Las miradas le siguieron.

     Se plantó frente a mí sin mirar a nadie más, aunque podía sentir la rabia que Ann transpiraba. Evidentemente mi mejor amiga conocía a la chica.

     —Byron, ¿cierto? —Le miré desconcertado—. Soy Rayzel. Estamos juntos en la clase de Anderson —susurró después de observar mi confusión.

     Observé su aspecto; alta, quizá tanto como Ann y castaña, ondas caían sobre sus hombros en un perfecto aire libre, le gustaba presumir y eso se notaba desde su cabello. Guapa, quizá demasiado y lo suficientemente voluminosa para saberse segura de sí.

     Cuando crucé mi mirada con la suya, descubrí un par de orbes color avellana, y en el fondo ese modo frío y calculador.

     Entendí que no llegaría a caerme bien.

     Miré detrás de ella y me encontré con Jordán observándome con intensidad, nos mantuvimos conectados por el injusto sentimiento que desgarraba, y arrastraba nuestras almas hacia un abismo, uniéndose a mi corazón, atándome a él. Mi pecho bombeaba, me convertí en un filtro; uno que vibraba y me hacía sentir débil, expuesto.

     — ¿Conoces a Jordán? —preguntó Rayzel atravesándose en mi visión.

     El momento con él se esfumó y me sentí vacío. Ella notó las miradas, seguramente enfurecida por mi indiferencia decidió romper el lazo.

     — ¿Por qué debería importarte? —replicó Ann en un tono irritado.

     Se volvió un segundo hacia ella, sostenía una sonrisa falsa.

     —Oh, Ann ―reprendió, mirándole por encima―. Creo que la pregunta está dirigida a Byron. Es de pésima educación estorbar en conversaciones ajenas.

     Como lo supuse, se conocían.

     — ¿Qué quieres? —resoplé cansado.

     Su mirada se inundó de odio, me miraba con mucho coraje. Me pregunté en ese instante como era capaz de fingir tanto, y mostrar tan poco.

     —Sólo quería —comentó acercándose a mi rostro, y cerca terminó la oración—, advertirte que Jordán es mío.

     Su voz fue demasiado baja, tanto que escucharle resultó difícil.

     Cerré los puños sobre la mesa, sentí ese tipo de vulnerabilidad que corroe por dentro, el peso que mi cuerpo recibió fue tal que el aire escapó.

     Me levanté de mi lugar intentando amortiguar mi impotencia.

     —Quédatelo, son tal para cual.

     ―No me conoces ―rezongó―. No te conviene tampoco.

     Sonreí, igual que ella.

     ―Tampoco me importa. —Miré su rostro, ahora furioso—. Y si era todo lo que tenías por decir, será mejor que te vayas.

     ― ¿Quién me va a obligar? ―masculló burlándose―. ¿Tú?

     Apreté la mandíbula.

     ―No te ofendas, pero apenas puedes contigo mismo ―añadió, mirando la venda en mi muñeca―. No eres lo que él está buscando.

     ―Tú tampoco ―solté, haciéndole un gesto de despedida a Ann y Marcel.

     Avancé hacia la salida para mi sorpresa con mis amigos atrás, avivando las conversaciones y los susurros en general que invadían la cafetería.

     Empujé las puertas dispuesto a dejar el tema olvidado.

     —Byron —llamó con un tono hipócrita—. Olvidaba decirte que a Jordán no le gustan los hombres.

     Detuve mi andar sorprendido por sus palabras, irritado por su afán de sacarme de mis casillas.

     Me volví para ver que lo que deseaba evitar se manifestaba frente a mí.

     Todas las miradas estaban posadas en el indefenso chico pelinegro, en especial la de él. Esto parecía confuso, un sueño profuso con final desgarrador. El miedo que sentía mezclado con otra emoción alargaba sus garras, trayendo el pasado con más fuerza.

     Era un adolescente otra vez, con el miedo de verme descubierto. Mi cabeza daba vueltas, pero mis sentidos seguían alertas, la furia vibraba entre mis venas dispuesta a salir y lo permití.

     Incluso así, mi valor se interpuso. Ya no era el mismo, ya no le tenía más miedo a la gente como ella.

     —No entiendo de qué hablas, pero sí puedo asegurar que te ves demasiado insegura actuando así. Temes que un chico te robe la atención —repliqué despreocupado, dejando que mis palabras cobraran vida y la golpearan—. Me das lástima, sinceramente.

     Atravesé el umbral con el recuerdo de su mirada cargada en odio.

     Nada me importaba.

     Me dirigí a mi casillero para terminar de recoger mis libros. Quizá en la siguiente clase podría despejar mis emociones, liberar mi frustración.

¿Por qué tenía que pasarme esto a mí?

     En mis planes no estaba tener una enemiga y seguramente, en este momento ella comenzaría a planear algo. Aunque en realidad me tenía sin cuidado lo que sucediera después, había sufrido durante tanto tiempo que ahora lo único que realmente me importaba era ser valiente, demostrarme con cada acción que podía llegar a ser más fuerte.

     Muchas personas suelen decir que el amor destroza, o que incluso acaba con nuestras vidas; tantos errores a lo largo de los años no pueden cambiar en segundos, pero estaba seguro de que el amor mejoraba, ayudaba a encontrar lo que con insistencia escondimos en el alma.

     Y yo tenía la voluntad para continuar mejorando, para hacer de mí una versión más fuerte, más libre.

     Ella parecía el tipo de mujer que dispuesta seguiría adelante en cada plan. Quizá me equivoqué al pensar que era una chica más, ilusionada por un chico que destacaba de los demás. En ocasiones la obsesión y el capricho cambiaban a las personas, bajando sus máscaras y mostrando su realidad. Su realidad era esa, fría, rota, insegura, aunque intentase ocultarlo bajo una sonrisa de superioridad.

     Saqué mis libros y avancé hacia el salón.

     — ¿Estás bien? —Ann soltó cuando llegamos a la puerta del aula―. Esa tipa es una imbécil.

     Observé a Marcel que me miraba con curiosidad.

     Algo en sus orbes se levantó despertando de un sueño en el que parecía estar, ahora ese algo estaba fijo en mí. Sonrió, diferente, y aquella curva nerviosa entre sus labios le delató.

     Él definitivamente no había creído en mi contraataque hacia Rayzel, sospechaba quien era y pareció no demorar demasiado.

     —Sí ―solté, después de entrar y sentarme en una banca vacía―. Prefiero no darle importancia al asunto.

     —Rayzel cree que todo es de su propiedad —aseguró Ann―. La había visto antes, y sabes que analizo a las personas. Ella, simplemente, no puede hacerse pasar por una buena chica.

     Saqué una libreta, quizá escribir ayudaría a calmarme.

     ―No tendría que reclamarme a mí entonces.

     Marcel que hasta ahora se mantenía en silencio, se metió en la conversación.

     —Quizá fue el hecho de que Jordán no apartaba su mirada de ti —comentó con naturalidad―. Aunque bien pudo haberle reclamado a él.

     El aire escapó de mis pulmones por la sorpresa, y mi gesto se transformó, la inseguridad atrapó mi corazón con cadenas de púas. Los fantasmas encontraron mi cabeza confundida en medio de una oscuridad portentosa.

     Marcel lo sabía.

     Ann se volvió inmediatamente hacia él, y empezó a pensar, lo notaba en su manera de mirar. Esa concentración sofocante. Ella quería ayudarme, como siempre, pero esta vez no había escapatoria.

     —No lo sé —contesté cortante.

     No necesitaba más información y pareció ser insuficiente.

     Me miró analizando mi reacción, leyendo cada movimiento de mi cuerpo. Paralizado sería la primera palabra que escogería en el vocabulario de mi nerviosismo.

     Me controlé intentando reflejar emociones normales.

     Entonces se acercó a mí y en voz baja dijo:

     —No me molesta en absoluto ―señaló sonriente―. Eres quién eres y lo respeto.

     Eso era lo último que esperaba escuchar y la sonrisa parecía un poco tímida.

     Me sentía mejor liberando un secreto porque el irremediable hecho de sostener una máscara falsa se volvía cada vez más cansado. La tranquilidad se arremolinaba sobre mí acariciando el borde pacífico de armonía. Apaciguado comencé a respirar y le devolví el gesto.

     No debería estar asustado por ser quien era, pero cuando recibías críticas a lo largo de tu vida, el miedo y la ansiedad eran más que costumbre. Era una rutina dolorosa que te perseguía.

     Ann suspiró aliviada, yo lo estaba también.

     Solté una carcajada que se convirtió en una sinfonía compartida por los tres al darnos cuenta de la patética situación. Sonreí mirando el umbral del aula, pensando en el momento en que el azul dejó de ser mi color favorito.

     Ahora sus ojos eran mi perdición.

     Unas horas después me encontraba en el estacionamiento de la universidad esperando a Ann. Buscaba desesperadamente las llaves de su automóvil en el infinito que era su bolso púrpura, siempre tan complicada. Desconocía el motivo por el cual guardaba tanto en pequeños objetos.

     La mayoría de las chicas complicaban sus vidas dentro de compartimientos decorados por colores vistosos, elegantes y en cuantiosas cantidades monetarias.

     Comencé a caminar hacia la puerta del copiloto. Me dirigía a pasos lentos, igual de sosos que mi propio estado de ánimo. Estaba completamente nervioso, ansioso por salir de aquel lugar. Quise disimular y casi lo logré.

     Mi corazón ya se sentía más tranquilo, herido aún.

     Pensar en esa escena sólo me hacía daño.

     En el instante en que levanté la mirada mi mundo se detuvo.

     Jordán caminaba hacia mí encontrándose terriblemente cerca. Todo mi interior se removió alterado por los sentimientos adquiridos en tan poco tiempo.

     Mi mirada cayó en la suya y la conexión regresó fugaz, distinta. Los colores ámbar y marrón se combinaron en motes tan variados, unidos, pero también separados, como un conjunto paralelo de tonos rebeldes. La sonrisa en mi interior era demasiado radiante, y la cercanía que se acortaba con cada uno de sus pasos me paralizó.

     Ya no era un humano, me había convertido en aire, sólo el alma que momentáneamente escapaba para unirse a él.

Boom, boom, boom...

     Mi traidor corazón retumbó agonizante, y mi cerebro dejó de captar órdenes. Estaba a su completa merced.

     —Byron —dijo trayendo consigo a la debilidad que abandoné.

     Escuchar mi nombre salir de sus labios fue como una caricia sin roce.

     Pero seguía molesto, no por el beso, él no me había dado una señal clara. Me culpaba por ser tan estúpido, era verdad. Estaba enojado por su rechazo, por su actitud, por ser tan imperfecto, tan real como para tenerlo fuertemente marcado en el pecho.

     No respondí, recordar las duras palabras que habían salido de esa misma boca que se volvía irresistible, causaban daño en mi herido corazón.

     Le miré convirtiéndome en un cubo de hielo, y me volví a ver el automóvil ignorando su presencia. Pero al parecer Ann no pensaba lo mismo, puesto que con una mirada falsamente arrepentida abordó el vehículo cerrando la puerta del copiloto con seguro.

     La ventanilla bajó lentamente y pude oír su voz con claridad.

     —Te veo en casa ―dijo, mirando a Jordán con una advertencia marcada, y a mí con esperanza.

     El polvo se levantó como si quisiese marcar su oración.

     —Oh, Ann. Eres una... ―El motor silenció mi oración desapareciendo después de arrancar.

     Mi mejor amiga había decidido dejarme aquí con el tipo que acababa de romperme el corazón.

Te arrepentirás, querida. Lo juro.

     Lágrimas se agruparon en mis ojos, en cuanto su voz se filtró por todo mi cuerpo, y retumbó como nunca lo había hecho en mi pecho.

     —Lo siento —susurró ansioso—. Me he equivocado muchas veces y esta palabra se vuelve repetitiva. Sé que fui un imbécil inconsciente, puedo verlo en tu actitud, pero me gustaría escuchar de tus labios que no me odias. No podría soportarlo.

     Abrí los labios, no había voz.

     ―No debí hablarte así hace horas, estaba molesto conmigo por ser tan... cobarde ―añadió, pude escuchar cómo se estaba acercando más―, y me aferré a mi humor. Tan sólo estabas preocupado.

     A mis espaldas su voz adquirió un tono sincero.

     Me volví a mirarlo con una expresión relajada que aparentemente atacó la suya; seria y concentrada, tan equilibrada como podía. Estábamos tan cerca de nuevo, que mi alma se escapaba, huía para llegar a él.

     Parecía costarle demasiado esfuerzo y decidí que tampoco le dejaría el camino tan fácil.

     —Eres un imbécil ―aseguré, encontrando mi voz en medio de la tristeza.

     —Sí ―aceptó, mirándome con los ojos rojos―. Perdóname.

     Apreté los labios porque me moría por abrazarlo, por fundirme y morir entre sus brazos.

     —Inmaduro.

     —También —respondió herido.

     Sentí que debía escapar ahora o ya no habría vuelta atrás.

     —Es obvio que no debí preocuparme por ti —dije sin respirar―. Apenas te conozco

     Sonrió, rememorando.

     —Entonces conóceme.

     Sonreí también recordando mi arrebato aquel día.

     La palabra enterró un profundo agujero en el fondo de mi totalidad, orillándome al abismo que se abrió por dentro. El sonrojo violento pintó mi rostro.

     Comenzamos a reír un segundo después, y en el rincón de mi ser, justo donde la razón no existía y la ceguera era algo normal, ahí donde mi corazón reposaba, los pedazos se reconstruyeron con el sonido de su risa. Me llenaba tan profundo, que sentirle lejos me estaba matando, era patético porque apenas si lo conocía, pero ya no podía retroceder.

     Le pregunté al destino entonces, por qué me mandaba un alma a la cual amar, si no había libertad de por medio.

     Me destruía, y me armaba de nuevo, así actuaba Jordán. Mi salvación y mi perdición, mi imperfecto y afortunado error.

     Algunas veces desearía que la voz del destino bajara y pudiese escucharle susurrar: «Todo está bien, tengo algo especial preparado para ti.» Sí, saber con certeza mi futuro, pero entonces la vida dejaría de tener mucho sentido.

     Y el chico de mirada ámbar se convertía cada vez más en ese susurro.

     —Alguien me dijo que adoras las películas románticas —comentó sonriéndome un momento después.

     Mi corazón se revolvía en saltos frente a él.

     — ¿Alguien? —pregunté divertido—. Hmm.

     Levantó la mano, y la dejó caer, me pregunté que quería hacer.

     —Ok. Ann me lo dijo cuándo le pedí ideas.

     Sonreí cuando lo vi caminar, y le seguí, inmerso estaba en el sonido de mi corazón.

     — ¿Cuándo hablaste con ella?

     —Ayer en una clase que compartimos antes del partido —explicó hurgando en su bolsillo—. La había visto platicando contigo y quise saber algo más sobre ti, además de lo que me contaste.

     Le miré extrañado.

     ― ¿Te acercaste a ella sin siquiera conocerla? ―cuestioné, riéndome.

     Se mordió el labio con tanta ternura, que sentí que estaba dispuesto a soportar su miedo, sería capaz de protegerlo de todos.

     ―Yo... ―soltó, mirando el suelo―. Sí.

     ― ¿Cómo? ―reí de nuevo, porque esta conversación era tan absurda―. ¿Qué hiciste?

     ―Así como dije, me acerqué, le conté que te conocía ―explicó, y le miré sonriente―. Después le pedí un consejo.

     Ahora entendía porque la decepción en la mirada de Ann. Tendría que hablar después con ella.

     ―Supongo que debería sentirme intimidado ―susurré mirando como sus manos temblaban―. Pero me parece un lindo gesto, de verdad.

     Abrió las manos mostrándome su contenido con una sonrisa.

     ―Por eso me tomé el atrevimiento de comprar este par de boletos para una función a la que iré feliz si aceptas acompañarme ―susurró, rompiendo mis candados.

     —No lo puedo creer —solté una pequeña risita―. Eres increíble, en serio.

     Le miré fijamente, mostrándole toda la sinceridad que podía.

     —Me falta experiencia en estas cosas —musitó perdido y se aclaró la garganta—. ¿Te gustaría ir al cine conmigo?

     Sonreí y me sentí de nuevo feliz, él me estaba mirando a mí, mi mascara se caía bajo el firme brillo de sus ojos.

     Mi corazón revivía ante la actitud, ante la intención de un amor prematuro.

     —Me gustaría ―afirmé, tomando los boletos de su mano en un arrebato de valentía―, mucho.

     Miró su mano, y lágrimas de felicidad se agruparon en mis ojos, me sentía tan dichoso que el sufrimiento se disolvió.

     — ¿Podrías darme tu número de teléfono para contactarte?

     Bajé la mirada con timidez.

     Los minutos pasaron entre una conversación que se alargó demasiado.

     Decidimos sentarnos en una banca cercana y platicar sin parar, animado por su ocurrencia pensé en lo ocurrido con anterioridad. Mis sentimientos seguían adulando los vagos acercamientos que él tomaba hacía mí.

     Quería detenerme antes de hacer más grande mi amor. Fue imposible. El tiempo avanzaba como siempre apurado, analizando nuestras sonrisas y expandiendo la felicidad que albergaba en mi pecho.

     Un rato después una pregunta escapó de mis labios cortando el momento mágico en fisuras pequeñas.

     — ¿Y Rayzel?

     Parpadeó contrariado.

     Su mirada descendió un segundo.

     —Ella no vendrá. —Pude ver su sonrisa y la imité―. Sólo tú y yo.

     Ese momento y él eran perfectos, tanto como el día que lo conocí. ¿Por qué lo incorrecto de la situación me parecía tan perfecto?

     El amor era así, destruía bajo la incomprensión, pero también sanaba; voluble y constantemente cambiante. No perdonaba, pero sentenciaba.

     En un instante la sonrisa de Jordán se agrandó resplandeciendo a la luz del día y su mirada me observó de tal manera que me hizo pensar en el futuro.

     Era así como el amor no parecía tan doloroso.

La ropa sobrevolaba por doquier, cayendo por todas partes y los colores resultaron intimidantes. El puntero implacable del reloj avanzó furioso, mientras la desesperación se apoderaba de cada parte de mi ser.

     Mi libertad estaba atada a la suya. Mi corazón latía con fuerza, el nerviosismo carcomía mi alrededor, empeñado en hacerse notar.

     Ann estaba en mi recámara igual o más ansiosa que yo.

     — ¡Es suficiente! —grité sorprendiéndome y deteniendo su andar, sostenía en sus manos una camisa azul―. Déjalo ya.

     Me observó cautelosa.

     Rompí en sollozos derrotados, era tarde y aún no encontraba un atuendo ideal para verle.

     Hace horas había llamado a mi celular ofreciéndose para recogerme, decía que le encantaría hablar más conmigo y la idea me pareció perfecta. Nada de lo que tenía en mi armario me parecía adecuado, quería impresionarle, pero tampoco deseaba parecer desesperado por atención, era tan complicado.

     Cubrí mi rostro con las manos ahuecadas y me dejé caer en el colchón. Ann que todavía corría por toda la habitación, ansiosa por encontrar ropa, se acercó a mí.

     —Acompáñame.

     —No quiero ir a ningún lado. Cuando venga Jordán dile que me enfermé o algo que lo convenza —solté con un suspiro―. Hazlo, por favor.

     Me lanzó una almohada en la cara.

     — ¿Así de fácil resuelves las cosas? —replicó molesta―. No te comportes como un niño.

     Le miré, harto.

     —No hay nada que me haga lucir bien aquí —espeté cansado―. Ya revisamos todo el armario.

     —Acompáñame —repitió avanzando hacia su habitación―, ahora.

     La seguí vacilante, parecía emocionada por mostrarme lo que escondía. Sólo quería terminar con esto, mi cuerpo estaba vibrando por el miedo y el estar desesperado no era buena combinación.

     Recordé lo que él me había dicho.

     ― ¿Jordán se te acercó antes del partido? ―pregunté, y mi voz la tomó por sorpresa.

     ―Sí, una clase antes.

     Entró a su recámara. Le seguí.

     ― ¿Y por qué no me dijiste? ―repliqué, alcanzándola cerca de su armario―. Me he de haber visto ridículo presentándotelo minutos antes del partido, cuando ya habías hablado con él.

     Me miró seria.

     ―Da igual ―soltó―. Él quería sorprenderte, yo quería que lo hiciera.

     Sonreí con un hueco en el pecho.

     Anhelé tener más tiempo para estar con ella.

     ―Gracias ―contesté con el corazón en la mano―. Gracias.

     Ladeó la cabeza, confundida.

     ― ¿Cómo? ―respondió mirándome fijamente―. ¿Por qué me agradeces?

     ―Por ser mi mejor amiga.

     Sus ojos se llenaron de lágrimas de momento, y sentirle tan cerca, me dio mucha tranquilidad. Su fragilidad, era también su mayor fortaleza.

     ―Sólo quiero verte feliz ―explicó presa de sus emociones.

     Observé el interior de su habitación; artículos que no tenía antes ahora reposaban en su cómoda. Eso me hizo recordar lo malo que a veces era con ella. Ann solía apoyarme sin condición, pero en ocasiones yo resultaba borde por mi falta de paciencia y tacto.

     Hace tiempo dejé de entrar a su habitación, las pláticas hasta horas de la madrugada se transformaron en noches de fiesta. Yo no bebía, ella sí.

     El tiempo caminaba deprisa y no le reconocía, era imposible verle frente a mí mofándose de mi manera estúpida de humillarme y rebajarme, y tenía razón. Yo era más, mucho más de lo que creía y algún día lograría demostrarlo.

     ―Yo también a ti ―declaré, sincero.

     Ann salió del armario al escucharme. Así fue como vi la camisa y pantalón delicadamente cuidados sobre sus brazos.

     Abrí la boca para decir algo, pero nada salía.

     —Lo compré para tu cumpleaños, sabes que me gusta ser precavida —comentó mirándome con una leve sonrisa―. Aún faltan meses para que llegue, y esta es una emergencia.

     La emoción regresó de golpe.

     Me lancé contra ella, abrazándola con fuerza y sintiendo el alivio corriendo por mis venas.

     Agradecí a la vida por tenerla, por amarla como lo hacía, por haberla conocido justo cuando más la necesitaba.

     Tiempo después estaba frente al espejo, analizándome fijamente.

     Mi cabello negro y en rulos descendía sobre mi frente completamente desaliñado, la camisa se encontraba desabotonada por dos botones y el pantalón se ajustaba perfectamente a mis caderas. Me veía estupendo.

     Salí de mi habitación y Ann silbó, negué con la cabeza.

     Mientras me acercaba a ella para agradecerle por segunda vez sonó el timbre, justo cuando pensaba en él, se presentaba insistente en mi cabeza. Estaba deseando verlo. Mi mejor amiga acarició mi mejilla asintiendo, ella solía tratarme como una hermana y lo era, la que mi corazón escogió.

     Avancé hacia la puerta para posteriormente abrirla.

     Descubrí que el corazón suele detenerse más de lo que un humano puede resistir.

     Las hebras doradas de su cabello acariciaban su frente, y los pómulos firmes se notaban más pronunciados por la hermosa sonrisa que apareció en su rostro. Aquellos tenues hematomas, decoraban el contorno de su párpado y labio, incluso así pensé que no existía nadie más guapo. Sus orbes destellaban dorados y las pupilas de sus ojos se dilataron cuando su mirada viajó por todo mi cuerpo.

     Tenía un saco informal que se ajustaba a su ancha espalda, y los vaqueros estaban a punto de reventar por la musculatura fascinante de sus piernas.

     Se veía tan perfecto.

     Mi rostro se encendió cuando me ofreció su mano.

     —Te ves muy bien —confesó amenazando a mi pulso con detenerse.

     —También tú.

     No hicieron falta más palabras en el momento que tomó mi mano, mis inseguridades perdieron esencia y me guio, atravesando ese muro de miedo que nos dividía a los dos.

     ―Lo traeré en un rato ―aclaró Jordán, cuando la mirada de Ann se fijó en él.

     ―Más te vale.

     El único cine cerca se encontraba a tres cuadras, y al parecer su idea era caminar en esta noche agonizante y llena de secretos escondidos, las cadenas que ataban nuestros tobillos después de tanto habían decidido romperse.

     Pude ver un gesto genuino y la sinceridad pintada como un cuadro en exhibición.

     Él soltó mi mano al salir por el pasillo.

     Comenzó a hablar.

     —Sé que quizá no podrás entenderlo —acotó buscando las palabras correctas—. Rayzel se presentó afuera de la universidad cuando el partido terminó, saludó a mi padre con descaro y él automáticamente la aceptó.

     ―No es necesario ―recalqué, en cuanto sentí que quería contarme todo―. Olvídalo.

     ―Después en la cena que pocas veces compartimos, estuvo hablando de ella como si la conociera. Le había visto en alguna que otra clase y poco me interesa ―explicó, inmerso en el relato―. Tal vez suena extraño lo que estoy contándote, pero a veces necesitas aferrarte a alguien porque te hundes con facilidad.

     Sentí que algo golpeaba mi pecho.

     — ¿Me estás diciendo que te aferras a ella? —pregunté dolido.

     —Estoy asegurándote que necesito aferrarme a ella por mi padre. No puedo defraudarlo, a él no le gustó el abrazo que te di.

     —A mí me gustó, y claramente no me importa lo que ese mediocre piense —espeté pensando en su progenitor—. Es tu padre, lo sé.

     Asintió, comprensivo.

     ―Lo siento, es sólo que digo las cosas como las pienso.

     —Me gusta que lo hagas ―replicó con una sonrisa.

     Me miró con tal fuerza que estuve tentando en lanzarme a sus brazos otra vez.

     —Sólo quería que supieras porque estaba hoy con Rayzel —prosiguió―. No quiero que confundas las cosas.

     — ¿Por qué me explicas esto?

     —Por la misma razón que estamos hoy aquí ―susurró, tomando mi mano rápidamente, un movimiento fugaz, que se desvaneció en cuanto me soltó―. Porque me importa lo que pienses. No sé qué estás haciendo conmigo, y te aseguro que al principio me negué a ello.

     ―Entiendo.

     ―Esto que hay aquí. ―Se señaló, y me señaló―. Entre los dos avanza con rapidez y quiero que crezca.

     Asentí incapaz de decir más.

     Me sentí confundido por sus sentimientos, por los míos. Me aferré entonces a lo único que tenía seguro, al momento, al segundo en que permanecía a su lado, caminando juntos en la acera.

La película había terminado con un final feliz, en las mismas condiciones que todas, los protagonistas lograron culminar su amor. La historia fue hermosa, desde el principio hasta el final, creando una fantasía que en la realidad llegaría a parecer absurda.

     El héroe luchó contra cada adversidad para llegar a ella, y después celebraron una boda. Aquel mismo cliché de todas las historias.

     En ocasiones todos nosotros, creemos ficciones como esa para llenar ese vacío perpetuo en el corazón, intentando pensar que algún día viviremos lo que ahí se vende.

     Quizá por fin me tocaba vivirlo a mí. Sólo tal vez, yo estaba listo para luchar también.

     Caminé al lado de Jordán mirando hacia adelante, satisfecho por la película y confundido por su explicación de hace horas. No me gustaría incomodarle. La sala estuvo repleta de parejas besándose y para nuestra fortuna, estábamos justo en medio de todos.

     Cabía recalcar que muchas veces noté su atención en mí, y en la pantalla.

     La noche cayó golpeando con destellos oscuros las esquinas y formas de la ciudad, rociando de viento los finos alrededores. El aire acarició cada espacio como una partitura en función, tocando un sonido que combinó a la perfección. Las pequeñas luces en los faros de los autos parecían estrellas diminutas y al observarlas, sentí que vivía una historia diferente, lejos del prejuicio y el miedo, deseé por un instante vivir un amor tan intenso que quemara en la piel.

     Sonreí por el rumbo de mis pensamientos.

     El silencio reinaba los callejones desiertos.

     Ya era tarde. Algunas lámparas brindaban luz a las calles.

     Creí oír que Jordán decía algo, murmurando por lo bajo, y decidí escucharlo volviéndome hacia él. Un fondo oscuro de titubeos cansados se elevó dentro de su mirada.

     Entonces el aire escapó de mis pulmones.

     Mi corazón se escondió en mi garganta y el ardor que se concentraba en mi espalda me hizo sentir molesto. Cerré los ojos por un dolor punzante que se presentó de repente, y cuando mis párpados ascendieron Jordán estaba frente a mí.

     Me había empujado a un callejón.

     Los brazos del castaño me tenían acorralado, cada uno encerrándome y asfixiándome en un pequeño espacio entre su cuerpo y el mío. Mi respiración entrecortada por el repentino golpe no daba tregua, y la pared en la que me encontraba recargado se sentía cada vez más ardiente. Estábamos cerca del edificio y él me tenía atrapado.

     Mi pulso siguió el ritmo de su mirada potente, el calor se extendía encendiendo llamas dentro de mi pecho.

     Levantó la mano y pensé que iba a golpearme, pero la colocó en mi mejilla.

     Intenté pensar en algo para contactar a Ann, fue inútil.

     Solté un suspiro cuando una de sus piernas se entrometió entre las mías cerradas y rígidas. Le di acceso al intruso.

     — ¿Qué estás haciendo? —pregunté encontrando mi voz en medio de la desesperación―. ¿Estás loco?

     Miré sus labios, que temblaban frente a mí, tan ansiosos como los míos.

     —No puedo, ya no puedo soportar. ¿Recuerdas lo que te dije? —dijo sin obtener respuesta—. Te necesito, no sabes cuánto.

     La furia hirvió también.

     — ¿Qué sucede contigo, te besas con esa zorra y después me dices esto? ―pregunté intentando empujarlo―. ¿Qué es lo que quieres?

     Hice amago de escapar, y él me sujetó con firmeza, tan fuerte que la adrenalina subió hasta mi garganta.

     — ¿Es que acaso no lo entiendes? ―cuestionó alzando la voz―. Intentaba olvidar aferrándome a quien mi padre aprueba.

     ― ¿Y se supone que esto me hará olvidar que lo hiciste? —repliqué de momento exhausto―. Suéltame.

     Se acercó a mi rostro, y el aroma que desprendía se unió a mi respiración acelerada.

     — ¡Olvidarte a ti, maldita sea! —gritó rendido ante el sentimiento.

     Sus labios se acercaron tentadores.

     Mi cuello recibió choques eléctricos, su pelvis se acopló a la mía y mis brazos se sujetaron de su espalda. En una incómoda posición decidió abrazarme como aquel día. Me recargó en la pared, y se empujó más, juntando su pecho con el mío.

     Las manos de Jordán me tomaron de la cintura, sus labios se convirtieron en el nuevo intruso.

     Y me besó.

     Feroz y ansioso, cálido y frío. Las combinaciones que su aparente resistencia levantó dejaron de ser obstáculos. Su lengua me hizo perderme en el fondo invadido de mi alma. Saqueó mi boca sin descanso, el sonido de sus labios y los míos cubrieron el silencio, moviéndose sincronizados. Tan unidos, como si conociesen.

     Inexpertos, tan curiosos, con el miedo entre cada movimiento.

     Me besó, y lo besé. Nos besamos.

Eres mío, Jordán.

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¡Hola!

Lamento haber tardado un poco, pero aquí está ya la nueva actualización.

Espero se hayan emocionado tanto como yo al escribirlo, y es que... ¡Dios!

Se han besado. No tenía pensado esto para el capítulo, pero se dio y no quise detenerme.

Ahora, díganme.

¿Qué piensan de la historia?

Queda de ustedes.

WingofColibri


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