01 | Dulce sensación
El sonido se filtró por mis oídos aún destartalados por el recién despertar, y mis párpados se abrieron con propia lentitud. Sería difícil descubrir la causa de mi sueño ahora interrumpido. La luz atravesaba el cristal de la ventana como una invitación de clara molestia.
Cubrí mis ojos todavía desorientados con el dorso de mi mano.
El día bajaba su velo irritante ante mis protestas de sueños reparadores y relajantes, ese tipo de estrés asfixiante esperaba mi caída. Nada fue suficiente. No bastaba con enterrar la cabeza en la almohada. Ya no podía volverme a dormir.
Me reincorporé sobre mi cama arrastrando las sábanas enredadas alrededor del colchón, un bostezo rompió el crudo silencio y mi cabeza comenzó a doler. Nada parecía surtir efecto. Me tomé un momento, relajando mis músculos y estirando los brazos, una costumbre que ayudaba a que mis respiraciones fuesen más profundas y limpias. El aire vibró dentro de mí y me fundí entre sus brazos, aproveché para ordenar mis pensamientos.
El sonido se hizo presente por segunda vez, mezclándose con golpes huecos y tintineos constantes. Bien podría confundirse con una melodía desafinada o partituras mal equilibradas, pero yo sabía a qué se debía el desastre que venía del exterior.
Una distante réplica se extendió insolente como el viento.
Me levanté cansado y confundido, el mareo parecía presentarse con insistencia. Avancé hasta la puerta jugando una partida en contra del temblor en mis piernas, cuando llegué al pomo le giré sin más preámbulos para posteriormente salir de mi habitación. Todo me dolía. Definitivamente dormir se volvió un suplicio, quizá como otras veces, había dormido en una posición incómoda.
Jamás volveré a salir.
Una mirada marrón se enfocó en mí cuando salí por los pasillos y hacia la cocina; gesto que por hábito se presentaba cada fin de semana. El par de cejas mantuvo una fija convicción, resaltando el bronceado de su tez morena. Bajo el manto solar ella parecía más concentrada.
La pelinegra movía su larga cabellera al compás de una melodía —improvisada como siempre—, algo desafinada. Sus puntas desgastadas caían como lluvia alrededor de sus hombros, una detrás de la otra y sus dedos golpeaban sobre la barra que dividía la cocina de la sala. Un departamento modesto y lo suficientemente grande para dos universitarios.
En el taburete, sentada y metódica, se encontraba una de las mujeres más importantes de mi existencia, mi compañera de travesía. La mueca que decoraba su rostro era de evidente enojo, un gesto común en ella. Aquella mirada parecía perdida en imaginaciones pasajeras, ese tipo de esencia que se pierde y a veces desvanece. Sus labios se fruncieron reflejando una falsa seriedad, casi pude imaginar a los engranes de su mente trabajando sin parar. Típico en ella. Pensar y actuar era lo que mi mejor amiga sabía hacer a la perfección.
—Ann —pronuncié llamando su atención—. ¿Qué estás haciendo?
Parecía más perdida de lo normal. Aún permanecía de pie cerca de la barra, mi cabello rizado seguía enredado entre sí y mis manos dejaron de ser tan útiles como un cepillo.
—Escuché ruido y no me dejas dormir. Me duele la cabeza como no tienes una idea, hacerte caso fue un completo error. Recuérdame mandarte al demonio la próxima vez que me invites a una fiesta —continué acercándome un poco a su ubicación.
Mi mejor amiga comenzaba a parpadear desconcertada, claramente su atención no estaba en mí. Sus pensamientos comenzaron a huir de su imaginativa cabeza y se fijó en lo que quería decirle.
—Tú también estuviste muy insistente con... —gruñó frotándose los ojos, irritada.
Cuando su mirada viajó de mi rostro a mi cuerpo pareció sonreír con mofa.
—Linda pijama ―musitó levantando una ceja―. Luce... natural, bueno, más que el resto de tu repertorio.
Bajé la vista, constatando con vergüenza que la única prenda adherida a mi cuerpo era un minúsculo bóxer y que, por demás, resultaba más ajustado de lo normal. Mis mejillas se tiñeron de rojo, avivando una sonrisa nerviosa; más que el embarazoso momento que cruzaba mi ya estresante mañana.
¡Carajo!
Corrí tembloroso a mi habitación con su risa contagiosa de fondo. En secreto, prometí que buscaría la forma de hacerle pasar un momento igual de bochornoso.
En minutos salí de mi recámara vestido con una muda decente y una sarta de improperios creativos en lista para usar con ella.
El departamento se encontraba inundado por vapores negros que emanaban de una acción irresponsable, un conjunto de nubes negrizcas volando sobre mí.
—No puede ser —susurré para mí mismo mientras avanzaba―. Lo volviste a hacer.
Ann luchaba por mantener el intento de huevo cocido en el sartén pequeño que usábamos para preparar alimentos. La nebulosa surgía del artefacto doméstico, tan lejana y arraigada que por un momento pensé en irme y dejarla con su aparente problema. Sin embargo, los amigos estábamos para ayudar con el problema del otro, y claramente no me iría hasta burlarme un poco.
Sonreí, se veía tan tierna. Hace tiempo intenté enseñarle, pero simplemente no estaba hecha para ello. Resultaba fácil a primera vista.
—Ann, cariño. Lamento decirte que tu intento de desayuno se echó a perder —comencé a decir con burla—. Otra vez. Es más, creo que ya incluso perdí la cuenta de las veces que lo has arruinado.
Me miró despectiva, juntando las cejas en una mueca que parecía vulnerable. No me extrañaría que estuviese molesta.
El huevo cayó del sartén ensuciando el suelo, era una fortuna que justamente el día de hoy a ella le tocase limpiar la cocina. Admiró el desayuno sobre la losa y después a mí.
—Más vale que no te rías —advirtió levantando un dedo en mi dirección.
—No lo haré.
—Te estoy viendo, Byron. ―Entrecerró los ojos―. Te quieres reír.
—Tranquila ya puedo controlarme mejor que antes. ―Apreté los labios―. No me reiré y es mi última palabra.
Miré el huevo sobre el suelo. Su rostro parecía un volcán que deseaba explotar. Y bajo todo pronóstico, el vibrar de mi vientre, expulsó lo que contenía débilmente.
—Oh, mierda —comenté antes de romper en carcajadas.
Mi risa vibró sobre mi pecho ejerciendo presión en mi estómago, las vueltas en mi cabeza y el mareo recobraban vida ante mis ojos. Todo mi alrededor se removió mientras la veía refunfuñar.
Se acercó a mí y me dio un leve empujón. Después su pecho tembló con fuerza cuando se soltó a reír. Ella se unió a mi sinfonía aferrándose a su estómago. Nos empujábamos entre risas.
Momentos como este solían diferenciar el dolor de la felicidad, y los problemas siempre se esfumaban.
Terminé preparando el desayuno para los dos.
Hace tiempo en nuestro desasosiego cumplimos la mayoría de edad.
Estaba ansioso por libertad y ella, necesitaba relajarse. Así que nos mudamos lo más lejos posible del origen, y encontramos como alternativa la ciudad de Vancouver. Lo mejor que pudimos hacer fue vivir juntos, podríamos romper y negarnos a lo que quisiéramos. Al principio fue un desastre total. Una lucha constante por ver quién tenía más razón, en cuanto a costumbres ocasionalmente paralelas. Sin embargo, la amaba, aunque mis hábitos la sacaran de sus casillas y a mí sus defectos. En la intimidad las imperfecciones brillan con más intensidad. Convertimos nuestro espacio en una batalla eterna.
Hoy, a una semana de nuestro primer día en la universidad estábamos mejor que nunca.
— ¿Y cómo estuvo la fiesta? ―retomé el tema, bebiendo un poco de leche directo del cartón.
Me analizó el rostro como si tuviese un tercer ojo y después suspiró con fuerza.
— ¿Qué clase de pregunta es esa? —replicó mordaz—. Estuviste ahí. No me digas que te enrollaste con alguien, y por favor, no hagas esa porquería de nuevo.
— ¿Qué?
―Eso que haces. Es asqueroso. Después yo querré beber un poco de leche y tu saliva estará ahí. ―Juntó las cejas, y simuló vomitar.
―No exageres ―comenté regresando el cartón a su lugar en el refrigerador―. Morirías por sentir mi saliva directo del empaque.
Señalé mi boca.
―Por suerte para mí no te gustan las vaginas, y yo, mi querido amigo tengo una.
― ¿En qué momento hablé de vaginas? ―cuestioné soltándome a reír―. La asquerosa eres tú. Pero ese no era el tema, estábamos hablando de la fiesta. No me acuerdo de nada.
―No recuerdo verte después de que la música se acabó ―señaló con una sonrisa ladina―. Seguro te fuiste con el chico de la chaqueta de colores. Dios. Esa chaqueta tenía todo el arcoíris plasmado.
―Estás loca, Ann.
―Recuerdo que hace años me dijiste que cuando perdieras tu virginidad me contarías todos los detalles.
―Por dios. No es eso. ―Me pasé la palma de la mano por la cara―. ¿Por qué todo lo relacionas con eso, pervertida?
―Tú eres la zorra aquí, no yo.
―No sucedió nada. ―Rodeé los ojos―. No seas ridícula.
― ¿Por qué haces preguntas tan estúpidas entonces? ―comentó demasiado cómoda como para analizar su pregunta.
Algunos de los recuerdos que aún mantenía intactos se presentaron en el momento indicado.
―Sólo parece ser que tú lo pasaste mejor que yo. Lo digo porque estuviste especialmente interesada en los shots que incluso parecías desesperada. Te perdí. Ya no eras la misma ―expliqué logrando desestabilizarla―. Decías tonterías y sonreías como imbécil. Ya lo eres, obvio, pero suponía que guardabas algo de prudencia.
Sonreí interiormente.
―El alcohol te afecta ―añadí con una ceja erguida―, querida.
―A veces eres demasiado pesado. ―Me lanzó una mirada cargada de reproche.
―Y tú demasiado tonta.
Bufó golpeándome con cariño el hombro. Negó un momento con la cabeza antes de sonreír cariñosa, aliviando mis inseguridades. Así era todo el día. Una riña insignificante y después sonrisas.
Ella podría ser una hermana más.
―Visitemos el parque que está a unas cuadras, dicen que la vista es espectacular ―propuso cortando el silencio―. Tenemos que divertirnos ahora que podemos, pronto mi rutina será la universidad y no me quiero arrepentir.
―Me parece perfecto. Me daré un baño y nos vamos.
Analicé su aspecto desaliñado pensando en mi golpe final.
―A diferencia tuya yo sí conozco el jabón ―completé con una sonrisa bobalicona.
Mientras mis pasos resonaban sobre la losa un pedazo de comida que ella me lanzó sobrevoló a mi costado con insistencia. Recordé su rostro indignado antes de cerrar la puerta de mi habitación y una sonrisa se formó en mis labios.
Nuestra amistad era tan compleja.
Una pista de patinaje en línea expresó su vanidad en el momento que llegamos al parque, el aspecto en general de los árboles creaba un ambiente generoso entre ramas torcidas y desgastadas, usualmente el tiempo avanzaba acostumbrado a ganar.
El lago azul que rodeaba los bordes no podía apreciarse desde aquí, aunque su resplandor florecía exuberante. Esa estampa disipó mis emociones por la pausada calma, esencialmente poderosa. El Stanley Park se describía con una sola palabra: maravilloso.
Ann caminaba a mi lado con su brazo entrelazado, relajada. Observaba el rededor con una sonrisa, el aire libre siempre nos hacía bien. En ella encontré lo que muchos buscan, una relación fraternal; libre de problemas de confianza e hipocresías repetitivas.
Parecíamos novios a simple vista, un error que muchos cometían al pensar. Desde secundaria repasamos una extensa lista de apodos melosos, y una carta gigantesca de personas equivocadas, no podríamos cambiar nuestra amistad por nada. Además de ser prácticamente imposible tener una relación con ella por obvias razones.
Nadie podía ver mi interior. Somos incapaces de notar más allá de una fachada perfecta, a menos que las fisuras de una máscara se transformen en aberturas. En este mundo lo único que en verdad parecía importar era la apariencia, el interior había sido sumido a una condena, pero por alguna razón esas reglas en mí no habían aplicado del todo.
Fui arrastrado hasta el enorme camino con líneas verticales. Ann insistía en patinar. Esa fuerte conexión entre los dos le permitía tomarse atribuciones, y pensar, que lo necesario después de una fiesta era sin lugar a duda, conseguir distraernos. Como si eso fuera suficiente para olvidar el dolor. Pensó en todo, me percaté de ello al observar el par de patines colgando entre sus dedos.
Sonreí agradecido por el gesto.
Verla tan acostumbrada a sonreír me hizo pensar en lo mucho que me había costado hacerlo también. Mi infancia era un tema complicado de explicar.
Todo aún era confuso para mí.
Mis preferencias siempre fueron negadas por la ignorancia. Notaba el cambio en los chicos de mi edad; la maduración de sus rasgos, su incremento muscular y esa enorme atracción por sus físicos de atleta en desarrollo. Sus bromas pesadas me hacían volar en las nubes, y su fuerza también. Las chicas sólo me inspiraban un sentimiento de amistad, y confidencia.
Era diferente a los que me rodeaban, pero lo que es distinto en un mundo como el nuestro, se esconde, se hunde y finalmente se ahoga.
Me situaba en el borde de una tenue línea entre el amor y el odio, divido por dos sentimientos adversos. No estaba ni cerca de amarme.
Ann me observó analítica y le sonreí, evitando preguntas que seguramente respondería. Fingir se me daba a la perfección.
La vida en ocasiones es tan injusta, gira y gira, sin llegar a nada en especial.
No escogí ser quien era, mi naturaleza ya estaba escrita en las páginas de una historia injusta. Sólo yo podría volar lejos. Necesitaba creer en mí, pero estaba muy lejos justamente de eso, creer.
― ¿Quieres sentarte? ―preguntó de improvisto Ann.
Me volví a mirarla y sentí que algunas lágrimas se agrupaban bajo mis párpados, bajé la mirada avergonzado por ser tan débil, en verdad dolía, aún no se iba, el dolor no terminaba por marcharse.
Los pensamientos se difuminaron con el viento, y el boceto quedó incompleto.
―En realidad. ―Hice una pausa con la voz entrecortada―. Me gustaría pensar un poco, si no te molesta.
Solté ese rebelde suspiro, esperando desde lo más profundo, ser comprendido. Sabía que al menos ella siempre lo intentaba.
―Entiendo.
Me miró con la angustia brotando del rostro, y se limitó a sonreír, no era una felicidad absoluta claro está, era sólo calma, comprensión.
―Gracias, Ann. ―Recargué mi mano sobre su hombro―. De verdad.
Ella me entendía.
―No agradezcas. Piensa un rato que tu amiga estará por allá esperando. ―Comenzó a caminar y se detuvo un momento―. Si te tardas regreso y te obligo a patinar.
Asentí concentrado en la pista que frente a mí parecía hecha un lío. No deseaba romper la burbuja de tranquilidad.
―Quiero estar solo ―comenté mirándola a los ojos―. Sólo necesito un segundo.
Suspiró.―Está bien. Me iré a sentar en esa banca del fondo.
Avanzó dejándome cerca de la fuente. Al final el paseo se estropeó por mis estúpidos y pesimistas pensamientos. Ansiaba encontrar el motor de mi fortaleza interior.
Observé la palma de mi mano, y entre mis dedos, el espacio todavía estaba vacío. Un nudo se formó en mi garganta provocando lágrimas silenciosas. No me gustaba sentirme tan solo. Tenía a Ann, y aún tenía contacto con mi hermana, pero la soledad se sentía en el fondo, tan marcada, que era imposible olvidarla.
¿Cómo encontrar el amor cuando no conoces el propio?
Me acerqué a la fuente admirando fascinado el resplandor, mi cabello rizado caía en ondas sobre mi frente y esa mirada; triste y rota me recordó por un momento el camino por el que muchos tenemos que pasar. El color caoba se apagó desde que descubrí que el amor no llegaría. Mi personalidad era lo único que pensaba valía la pena en mí.
Desde que tenía memoria todo se trataba del amor, de sentir y expresar, de vivir, de sanar.
Levanté la mirada enfocando a mi amiga, se le veía contrariada. Escrutaba la banca con una mueca, definitivamente era un bicho. Negué con la cabeza volviéndome hacia un punto diferente. Sentí que debía mirar por encima de las personas que caminaban ignorantes al palpitar en mi pecho. Entonces lo hice, miré aquel punto.
No podía explicar porque en ocasiones algo de la nada se atrevía a brotar. Pero sí reconocí en ese entonces que, si de algo no había duda, era que todo llega cuando tiene que llegar.
Y ahí, más allá de todos, estaba el respiro que bajo el dolor, alguna vez me atreví a anhelar.
Inmóvil.
Permanecí paralizado por esa cadena ardiente que envolvía mi insistente corazón. Una dulce sensación clavó sus garras apretujando el interior de mi alma asustada.
El viento sopló alrededor de nosotros cubriendo con su manto, tornando el fervor en ráfagas de aire caliente. Las respuestas a muchas incógnitas prohibidas comenzaron a resolverse, las cadenas que sobre un abismo rebosante de sombras atrapaban mi esencia, se destrozaron y algo dentro, muy en el fondo escapó. Sentí esa presión en el centro que todos se esfuerzan en negar, empujando con fuerza, vibrando con ímpetu.
Estaba de pie, vulnerable y expuesto, como si el espejo en la mirada del chico a metros de distancia reflejara mi alma desnuda. Mis imperfecciones se volvieron más que eso, brillaron como un hermoso cristal hecho pedazos.
No necesitaba saber el nombre que el mundo le daba a esto, pero sí estaba seguro del extraño muro que caía frente a mis ojos, como un rayo de luz que destella en un fondo oscuro. Mi respiración se cortó momentáneamente y después se aceleró. El aire dejó de ser respirable, una nube de vapor ardiente surgió y me acarició suavemente.
Entreabrí los labios para dejar pasar el oxígeno por mis pulmones, con una absorción lenta llené mi interior de aire, mis hombros bajaron y luego subieron al compás de su ritmo. Suspiré por inercia como si fuese una orden predestinada.
El tiempo también se detuvo, sólo escuchaba el palpitar de mi corazón concentrado en mis oídos. Era como una simple gota de agua cayendo en el inmenso mar. Y ese sentimiento era mío, por primera vez algo era realmente mío y sentí que nadie me lo podía quitar.
Mis manos trémulas se unieron a mi inquietud, tomé el borde de la polera esperando calmar la ansiedad que se aferró en mi cuerpo. En mi vientre una revolución de estremecimientos me atacó cautelosamente, torturando y acelerando el nerviosismo que se hospedó en mí. Repentinamente el mundo dejó atrás la coherencia, pensamientos disparejos atravesaron un cúmulo de emociones confundidas.
Esa mirada color ámbar traspasó la mía pareciendo inteligente y astuta, cruzando mis barreras. Esa mirada de entre todas, me miraba a mí.
Mantuve mi atención al frente. Concentrando mis sentimientos en el desconocido parado a lo lejos. Quería ver, saber, y recordarlo de memoria, pero sus ojos eran imposibles de ignorar. Él parecía comunicarme algo. Y yo necesitaba saber qué.
Quise acercarme, también llorar y las preguntas atacaron mi mente, el vértigo inundó mi garganta. La voz perdió sentido.
¿Qué sucedería si me acercara?
Toques pequeños de electricidad recorrieron mi piel descontrolada, y mis piernas plantadas como acero vibraron por dentro, sentirlo tan cerca estaba atando mis sentidos.
Un extremo de su rostro ascendió y me percaté tarde que no era el suyo, sino el mío.
Después de tanto tiempo sentí una sonrisa sincera partiendo mi rostro. Mis labios abandonaron su tristeza, enterraron el dolor en lo más hondo y mi pasado; altanero y lastimero, desapareció en segundos.
Eso que tanto soñaba me esperaba al otro lado y no supe cómo reaccionar. No sabía incluso porque mi corazón seguía latiendo sin parar.
Jamás pensé encontrarle, mucho menos de esta manera, y resultaba confuso que sintiera tanto por alguien que por primera vez veía. ¿Cómo era posible que todo este tiempo estuviese ciego? ¿Por qué no lo encontré antes?
¿Por qué había tardado en llegar?
Él sonrió levemente, casi imperceptible y por un momento pensé que todo había valido la pena. Se le veía afectado. Lágrimas se concentraron en mis ojos y un parpadeo fue suficiente para destrozar mi inseguridad. Mis alas rompieron sus candados. Deseé acercarme, abandonar el miedo y decirle tanto. Las palabras y posibles conversaciones se incrementaron a medida que pensaba.
Iba a hacerlo, lo necesitaba, y entonces él cortó el contacto. Lucía inseguro, asustado.
Bajó la mirada apretando los puños.
Abrí los labios para decir algo, pero la voz no salió.
También estoy asustado.
Él se volvió y comenzó a caminar dejándome atrás. Mi cuerpo volvió a ser mío.
Cuando la cordura regresó a su lugar, y la respiración se acomodó a la par, una pregunta se volvió inmortal.
¿Volveré a verte?
"Amar no es sólo proteger o sentirse protegido. Es alimentar con el paso del tiempo ese sentimiento que inició con una mirada." ―WingofColibri.
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¡Hola!
Esta es mi primera historia, soy un escritor principiante.
Anteriormente había escrito la novela, pero un problema me obligó a comenzar de nuevo. Así que el usuario WingofAngel queda descartado.
Trataré una temática de amor porque es amor, sin importar los involucrados, así son las cosas.
Recomiendo el tipo de lectura horizontal, al rotar su pantalla, o como ustedes quieran.
Si has llegado hasta aquí te agradezco me estés leyendo.
Me encuentro muy emocionado.
Queda de ustedes.
WingofColibri
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