Ideogramas y Pergaminos

Pequeña escena fuera del canon de la historia principal, por lo que no afecta a la trama. Pueden salteárselo sin problemas.

La nieve caía perezosa, arremolinándose contra las paredes de piedra del castillo y helando el aire que golpeaba la ventana de la biblioteca. Seteh se arrebujó en la manta, hundido en el sofá, absorbiendo el calor del fuego de la chimenea y deseando tomar algo que le calentara las tripas.

Fei Long, por otra parte, estaba sentado sobre la alfombra frente al sofá, con las piernas cruzadas y varios pergaminos que parecían añejos apilados a su lado, otro sobre su regazo, siendo sostenido con el cuidado que se merecía. El muchacho rojo apoyó la cabeza en el posabrazos y miró por encima del hombro la caligrafía pulcra y cuidada del papiro. Hablaba sobre las cosas que ocurrían y que no había remedio, que había que aceptarlas: Shoganai.

—¿Por qué es tan interesante esas palabras extintas? —preguntó Seteh.

Su amigo sintió la calidez de su aliento en la nuca y el vello se le erizó, girando la cabeza para mirarlo con un sobresalto. Había estado tan absorbido en la lectura que no se había percatado de lo cerca que estaba él. Frunció los labios en un gesto que indicaba que por más que quisiera explicarle no iba a entender y el muchacho rojo se encogió de hombros.

—Solo preguntaba. Siempre estás enfrascado en papeles y tinta —se quejó, haciendo un mohín en una expresión infantil.

Fei Long tragó saliva al quedarse incómodo con aquella expresión que le pareció tierna.

—Me gusta. Me hace sentir conectado con un mundo que existió alguna vez —respondió, volteando nuevamente hacia los pergaminos.

Seteh se envolvió en la manta y bajó del sofá, sentándose al lado de su amigo. El calor del fuego se percibía mejor desde el suelo, o quizá era la presencia del muchacho a su lado.

—Mierda, que sabe hacer frío —gruñó, abrazándose y estirando los pies para calentar los dedos fríos—. Selba debería hacer que todo el año fuera verano.

Fei Long dejó el pergamino que había leído en una pila a su lado y tomó otro que estaba más alejado. La palabra que estaba escrita allí era yuanfen, que tenía que ver con amores predestinados.

—La magia no debe alterar el curso natural de las cosas —dijo mientras memorizaba los trazos de los ideogramas—. Así como los sentimientos, es algo que no puede ser forzado.

Seteh alzó las cejas, extrañado ante aquella comparación.

—¿Así como los sentimientos? —repitió, irguiéndose y acomodándose de espaldas a la chimenea, con la mirada carmesí fija en el muchacho azul. Este trató de ignorarlo con el rostro volteado hacia el pergamino en su regazo—. ¿Insinúas que estoy forzando algo?

Fei Long alzó la cabeza al notar que lo había malinterpretado.

—No, solo fue un ejemplo —aclaró. Los ojos de Seteh se habían vuelto sombríos, cargados de un sentimiento que él no se atrevía a dar pie. No dijo nada mientras le sostenía la mirada, mas él fue el primero en desviar sus orbes carmín hacia el fuego.

—Mocoso —murmuró chasqueando la lengua.

Fei Long esbozó una sonrisa ante el apelativo. De cierta forma sentía el cariño que emanaba de su tono de voz. Volvió a concentrarse en el pergamino.

El crepitar de las llamas fue el único sonido en la habitación mientras el muchacho seguía estudiando los ideogramas antiguos. Seteh se quedó donde estaba, con la mirada perdida en algún punto del sofá. Boketto era la palabra que tenía sobre el papel, que describía a la perfección la expresión del rojo en ese momento.

Dejó el pergamino en la pila. Seteh se movió para acomodarse a su lado otra vez, la presencia tan cercana de su amigo inquietaba a Fei Long. Enrolló el siguiente papel y lo dejó sobre su pierna, pero rodó y cayó entre los dos. Ambos se apuraron en sujetarlo. Sus dedos se rozaron.

Se detuvieron. Las manos inmóviles. Seteh alzó los ojos, encontrándose con los de color azul. Maldijo con los dientes apretados, sujetó el cuello de Fei Long con la otra mano y lo atrajo hacia sí. Sus labios presionaron los suyos, buscando frenéticamente una respuesta. Al principio hubo reticencia, mas el calor de su boca hizo que cediera al fin. Respondió con torpeza, con temor, sus dedos dejaron el pergamino para buscar los de él. Tenía las mejillas calientes, no sabía si era por el fuego o por lo intenso del beso.

Koi no yokan era la expresión del pergamino entre los dos.

Koi no yokan: es una expresión japonesa que no tiene significado literal, es ese sentimiento que tienes al conocer a alguien y saber que te vas a enamorar irremediablemente de esa persona, pero no como "amor a primera vista", sino algo más profundo.

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