🌸EXTRA🌸

Todavía no me acostumbro a la vista que me recibe al abrir los ojos por la mañana. Las habitaciones del castillo de Gaoth eran oscuras, casi siempre estaban todas las ventanas bien cerradas y mi cama tenía un grueso dosel de pieles que me mantenía caliente en los helados inviernos.

Mi cama en Laurassia tiene un delgado dosel de seda, los amplios ventanales siempre están abiertos de par en par y cuando amanece un raudal de luz entra por ellos.

Hoy es diferente, porque todavía no ha salido el sol cuando despierto. Me levanto deprisa para ir a las caballerizas. Yo sé que siempre hay alguien vigilándome, aunque se mantiene a cierta distancia, no podrá ver lo que quiero hacer.

Llego hasta las caballerizas y me dirijo al sitio especial que Breoghan hizo acondicionar para mi yegua. Ayer, cuando traje a Estrella, Breoghan estaba muy cerca y no me despegó la vista, así que no pude extraer lo que venía escondido en la montura.

Está muy solitario a esta hora, nadie me ve romper la bolsa que trae cosida y extraer su contenido: un objeto pequeño envuelto en varias capas de tela negra. La guardo en la bolsa de mi amplia falda y procedo a preparar a Estrella para ir a dar un paseo. No puedo averiguar de qué se trata hasta que esté de nuevo en mi habitación.

Doy algunas vueltas en el prado de las tierras del palacio, no quiero que mis carceleros sospechen de mi visita mañanera a las caballerizas. Parece ser que a Estrella le gusta el clima, se ve gozosa y me alegro mucho de que esté aquí conmigo.

La devuelvo a su nuevo hogar después de prometerle que volveré al día siguiente y regreso a mi habitación tratando de estar calmada. Cierro la puerta detrás de mí y saco la tela para ir desenvolviendo poco a poco hasta ver el pequeño objeto brillante que alguien escondió para mí en la montura.

Me dejo caer aún con la espalda contra la puerta y siento la tibieza de las lágrimas rodando por mis mejillas.

Es mi relicario.

La última vez que lo vi fue pocos días antes de iniciar el viaje a Laurassia. Lo recuerdo vívidamente brillando a la luz del fuego de la chimenea en la cabaña...

Nuestra cabaña.

Algunas noches atrás nos habíamos encontrado en una de las habitaciones del pabellón real. Como Margueritte había mencionado, era normal que tanto los guardias regulares como la servidumbre acostumbraran ser muy discretos sobre lo que pasaba ahí y no prestaban mayor atención a cortesanos haciendo visitas clandestinas a menos que fueran personas reconocidas. Por supuesto, la princesa y el capitán de la Guardia de Honor no hubieran pasado desapercibidos, pero el simple hecho de usar ropas de sirvientes servía para que nadie reparara en nosotros y especialmente si alguno de los dos conocía bien los horarios de los guardias y los cambios en las rondas. Aun así, había que ser muy precavidos y por eso siempre me enviaba a mi alcoba poco después de medianoche.

Esa noche me había quedado profundamente dormida en sus brazos y su voz me despertó de mis cálidos sueños.

—Ariana...

—¿Mmh?

—Ariana... es hora.

Acomodada sobre su pecho, abro los ojos y me encuentro con los muebles sofisticados pero comunes de las habitaciones de invitados. Me encojo más contra él y me niego a irme.

—No quiero volver aún —gimo esperando que mi súplica haga alguna diferencia, sabiendo que siempre es inflexible en cuanto a eso. Si no estoy en mi alcoba cuando aparezcan las doncellas por la mañana, habrá un caos en el castillo y eso no sería precisamente ser discretos.

—Vamos, no hay que correr riesgos innecesarios —dice con firmeza mientras sale de la cama y se prepara. Yo me siento, pero no hago el menor movimiento por levantarme. Al ver mi poca cooperación regresa y se sienta a mi lado.

—¿Pasa algo? —Me coloca el cabello detrás de la oreja y me traspasa con esa mirada que a veces me hace pensar que me lee la mente. Niego moviendo la cabeza porque un nudo en la garganta me impide responder.

Tenemos un acuerdo tácito de no mencionar nada sobre mi compromiso, ni la separación. Los pocos minutos que podemos estar juntos son como una pausa de la realidad que nos rodea. Pero, aunque no lo mencionemos, sigue estando ahí, aplastando incluso los escasos momentos de felicidad que podemos obtener.

—¿Sabes qué quisiera?

—Dime.

—Una noche —digo ocultando mi rostro entre las sábanas y sintiéndome muy tonta. Es un capricho, lo sé.

—¿Una noche?

—Si, una noche completa. Sin tener que volver a medianoche, esperando juntos el alba... Como entonces...

—Está bien.

Levanto la vista cuando me sorprende con solo esas dos palabras.

—¿Qué? ¿Quieres decir que es posible? ¿Cómo?

Se ríe y me toma por la barbilla.

—No importan los detalles, una noche es una noche.

Me sorprende que la sensación que me produce cuando nuestros labios se unen no haya cambiado a pesar de todo. Cierro los ojos y rodeo su cuello para acercarnos más, intentando que cambie de opinión y me deje quedarme, pero él rompe el beso y me aleja empujándome suavemente por los hombros.

—No hagas trampa, debes volver ahora.

—¿Tu autocontrol no descansa nunca?

—Alguien debe tenerlo.

Aunque no me alegra la idea, hago lo que dice sin dejar de preguntarme si realmente puede cumplir mi deseo.

La respuesta no tarda mucho en llegar. Dos días después, antes que termine de prepararme para empezar una nueva mañana, Margueritte entra en mi habitación luciendo una enorme y sospechosa sonrisa.

—Te ves muy feliz —digo en tono de reproche, lo que hace su sonrisa más amplia.

—Estoy feliz, tendré un par de días de descanso.

—Ah, ¿sí? No estaba enterada.

—¿No sabías que la princesa está partiendo ahora mismo a Castle Falls para un retiro espiritual? —escupe la última palabra en medio de una carcajada mientras se encarama al grueso alféizar de piedra de mi ventana para señalar la pequeña parte del camino real que se alcanza a ver desde aquí.

—¿De qué estás hablando?

Me asomo a la ventana y veo lo que me señala. Es mi carruaje, fuertemente escoltado y luciendo todos los estandartes reales, que se dirige tranquilamente hacia el norte.

—Tal parece que vas a desaparecer por un par de días.

¿Qué está pasando? No he comenzado a formular las preguntas en mi mente cuando mi amiga y doncella vuelve a hablar.

—Por otra parte, hay una chica que recibió unas extrañas ropas de cazador, ¿qué tal?

Mientras habla, abre el gran baúl al pie de mi cama y extrae de él las ropas de las que habla.

—¿Son para mí?

—Si no quieres que te falte el respeto, no hagas preguntas bobas. ¡Ponte esto antes de que alguien te vea! ¡Vamos, rápido! Dos días se van volando.

Me ayuda a cambiarme y luego me acompaña hasta la entrada del túnel. Al salir de él, Jason me está esperando atrás de las caballerizas con dos caballos ensillados que no son los nuestros.

—¿Por qué tardaste tanto? —reprocha mientras sonríe y me entrega las riendas de un hermoso corcel castaño.

—¿Cómo preparaste todo esto?

Se acerca y me atrae tomando mi cintura. Aunque me muestro tranquila, la verdad es que siempre me hace sentir como si me quitaran el suelo que piso. Es como si el mundo desapareciera cuando estamos juntos y todo deja de tener sentido, su mirada me atrapa, su voz me hechiza, el contacto de sus manos arrasa con todo mientras todo mi ser implora por su cercanía. Cuando acerca sus labios a mi oído no puedo evitar estremecerme.

—El secreto es parte de la magia —se burla y lo empujo intentando parecer molesta—. ¿Nos vamos?

Cabalgamos con toda calma hacia el bosque y tomamos el sendero que va a la cabaña. Me pongo un poco nerviosa porque hace un tiempo no la he visto y tengo miedo de que esté tan deteriorada que no la reconozca, pero me sorprende ver que parece incluso mejor que antes. Un nudo me cierra la garganta al pensar que esta es la última vez que la veré.

Desmonto y no puedo evitar el recuerdo que aún me parece que fuera ajeno. Me recuerdo a mí misma caminando despreocupada por estos senderos, el cielo se nubló y la lluvia comenzó a caer, camino hacia la puerta de la cabaña y me parece estar viendo como era abierta con cautela desde dentro y ahí estaban... esos ojos y una mirada recelosa que irrumpió en mi corazón para quedarse ahí.

—Ariana... ¿Me escuchas?

Hasta ese momento siento las lágrimas recorriendo mis mejillas. Una verdad en la que no había reparado antes se me revela como una epifanía:

Yo lo amé desde ese primer instante, más corto que una gota de lluvia rompiéndose contra las rocas, más breve que el batir de alas de una mariposa, un instante que no respeta el tiempo ni la realidad, un instante que vive dentro de mí por siempre. Su primera mirada fue como un relámpago que cruza el cielo, sin aviso ni licencias, solo existe para iluminar.

Empujo la puerta y al entrar me recibe una vista completamente distinta a la de mis recuerdos. Las paredes están cubiertas de terciopelo púrpura y las cortinas de las ventanas no son viejas pieles raídas, sino ricas telas bordadas. El banco no está y frente a la chimenea descansa una gruesa alfombra de pieles sobre la cual hay diversas frutas, vino y, por supuesto, jarras con chocolate.

—No era así la primera vez, ¿cierto?

—¿Te refieres a cuando te encontré aquí hace un año?

Me hace reír porque no fue exactamente lo que pasó.

—Tú sabes que no me encontraste, me seguiste hasta aquí. Pero no, me refiero a la época anterior a la muerte de mamá.

—En ese entonces esto no era más que una vieja casita... ¡Espera! ¿Qué dijiste?

Me toma por lo hombros para que lo vea a los ojos y puedo notar la emoción en su mirada. Me dejé llevar, no era mi intención que supiera que lo recuerdo todo, pero supongo que es demasiado tarde.

—Ariana... Tú... ¿Lo recuerdas?

Dudo un poco, no pensé que esto sería tan difícil. Sin embargo, siento que es momento para cerrar ciclos, así que tomo aire y me decido.

—Si, lo recuerdo... Lo recuerdo todo.

Me estrecha entre sus brazos con emoción. Por mi parte lo que siento es miedo porque no estoy segura de que los recuerdos sean lo mismo para los dos. Por un lado, siento alivio de que esa época ya no sea más una sombra oscura en mi vida; por otro, el hecho de que el nacimiento de lo nuestro esté ligado a la muerte de mi madre es algo perturbador.

No puedo pensar en nuestros paseos por el bosque sin que se atraviese en mi mente su rostro cubierto de sangre y los ojos vacíos, no puedo recordarlo con cariño, es más bien, un recuerdo amargo.

—Todo este tiempo habría querido pedirte perdón.

Me separo un poco para verlo a los ojos y entender qué me está queriendo decir.

—¿Perdón? ¿Por qué?

—Por no haber podido protegerte, por la muerte de tu madre...

—Espera —Termino de soltarme de sus brazos—, no sigas, por favor. Tú me salvaste, casi mueres por intentar protegerme, no puedes estar pidiendo perdón por eso.

—Pero si hubiera podido...

—¡Basta! —Detengo sus palabras con un beso y lo recibe un poco dudoso, me separo apenas para aclarar lo que realmente pienso—. Yo no estaría aquí si no fuera por ti, por favor, no vuelvas a decir eso.

No puedo imaginar lo que significó para él cuando nos volvimos a ver justo en este mismo lugar, sabiendo que en ese momento para mí no significaba nada y llevando la carga del dolor por los dos. Si tan solo pudiera liberarlo de esa carga en este abrazo que desearía que durara para siempre... Lástima que pocas veces en la vida los deseos se hacen realidad.

—Pero, habías preparado algo especial para mí, ¿no es así? —digo esforzándome por volver a un tono casual y disfrutar del momento.

—Cierto —responde, forzando una sonrisa—, pediste una noche.

—Sí, una noche, pero no esperé recibir... ¡Esto!

—Considero mi misión superar tus expectativas —Aunque nos reímos, como si se tratara de una broma, no paso por alto que esto tiene más el aire de una despedida.

Mientras cuelga nuestras capas, me siento sobre la alfombra y comienzo a picar de las frutas que reposan sobre una enorme bandeja. Me lo imagino colocando todo esto aquí y arreglando la cabaña con esmero y se me hace un nudo en la garganta, sin embargo, lo ignoro porque no quiero arruinar el momento echándome a llorar.

—Deja algo para después —reclama mientras se sienta a mi lado y me quita de las manos una fruta que estaba a punto de acabarme—, vamos a estar aquí un buen rato y esto es todo lo que tenemos para comer.

—Siempre podemos ir a cazar algo, como antes.

—Todavía es invierno, dudo mucho que haya nada digno de cazar y no creo que quieras pasar el tiempo preparando presas, ¿o sí?

Extiende su mano para que le entregue la fruta, pero lo ignoro mientras la sigo disfrutando, pero más despacio y sin apartar la mirada de la suya de forma retadora. Me sonríe.

—¿No la vas a entregar?

Niego moviendo la cabeza y dando otro mordisco.

—¡Atente a las consecuencias! —advierte al tiempo que se lanza hacia mí intentando quitarme la fruta de la mano, yo trato de mantenerla lejos, lo que dado el poco espacio y mis brazos más cortos, no consigo. Toma mi muñeca para acercar la fruta a sus labios y muerde un poco.

—¡Eso es trampa! —grito entre carcajadas.

—No, esto es trampa —Me estrecha consiguiendo que la razón de la "pelea" ruede por el suelo mientras sus labios transmiten el néctar dulce a los míos. Poco a poco nos vamos dejando llevar por la calidez del momento, quedamos recostados sobre la mullida alfombra de piel, bajo el hechizo del fuego que crepita cerca de nosotros. Se detiene un momento y se separa apenas lo necesario para mirarme a los ojos, esperando mi señal para continuar.

—Y... esas consecuencias —digo entre jadeos—, ¿serían muy serias?

—Serían terribles —murmura mientras, con una mano, suelta los nudos de mi ropa y la va apartando despacio—. Y muy, muy intensas.

Me estremezco ante el tono apasionado con que pronuncia esas palabras y la mirada llena de fuego que se va posando en cada porción de piel que va dejando expuesta.

—¿Te había dicho lo irresistible que me resultas?

Me dijo esas mismas palabras en Bleakville, en nuestro hogar... Es como volver por un momento a aquel breve tiempo en que no importaba nada más en el mundo que nosotros dos.

—Demuéstramelo —demando, dejándome llevar también de una intensa oleada de emociones y sensaciones como fuego que me recorren cuerpo y alma.

—¡Como ordenes!

Nos vamos fundiendo en una danza amenizada solo por nuestros jadeos y el rugir del viento de afuera, dejando que la pasión tome el control y abandonándonos a cada sensación, a cada impulso, a cada deseo... sabiendo muy bien que cada caricia solo nos lleva un paso más cerca del infierno, aunque en ese mismo instante nos parezca un cielo, un cielo de lleno de estrellas.

Una vez que el fuego que nos consume alcanza su punto álgido, en el cual remontamos la cumbre de todo lo que está prohibido, un suave descenso plagado de dulces besos y suaves caricias, vuelve a poner nuestros pies en la tierra y nos quedamos abrazados entre las cálidas mantas de pieles, dentro de un pequeño universo sin tiempo ni tamaño, tan solo una pequeña porción de vida atrapada en el cristalino de sus ojos.

—Duerme —susurra con sus labios pegados a mi cuello.

—No quiero —gimo luchando contra una fuerza invisible que me cierra los ojos.

—Estaré aquí cuando despiertes.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Me pierdo, cayendo en brazos de la inconciencia, aun pensando en lo falsa que es esa promesa y de todos modos aferrándome a ella como un náufrago que se sostiene de una pequeña tabla de salvación en contra de todo un mar que se lo quiere tragar y me quedo dormida.

Cuando despierto puedo sentirlo a mi lado y me abrazo a él, contenta de que al menos no me va a enviar a mi alcoba. Alcanzo a ver que sostiene algo en su mano, algo que brilla a la luz del fuego de la chimenea.

—¿Aún conservas eso? —pregunto. No me mira, solo sigue observando aquel objeto.

—Deberías tenerlo tú.

—No tiene sentido, mejor consérvalo.

—Lo conservaré... al menos por un tiempo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Deja a un lado mi relicario y me estrecha un poco, aunque por poco tiempo porque me vuelve a soltar.

—Levántate, quiero mostrarte algo.

—¿Ahora? ¡Hace mucho frío!

—Tiene que ser ahora. Escucha... La noche está cantando para nosotros.

—¿Eso qué significa? —Se adelanta a prepararse para salir sin responder.

Me visto a regañadientes y me saca de la cabaña en contra de mi voluntad. Es de noche todavía y reniego de cada paso que damos guiados apenas por una antorcha. Penetramos en un claro y yo sigo con la vista clavada en el camino pues temo que en cualquier momento voy a tropezar. Llegamos a la mitad del claro y apaga la antorcha al tiempo que me señala arriba y dice un simple: "Mira".

Lo hago y me quedo sin aliento.

Inmensas bandas de luz en distintos tonos de azul, rojo y verde surcan el cielo en un brillante baile que serpentea a través del cristal negro como espíritus que cantan... ¡La noche está cantando!

Lo había visto algunas veces desde mi ventana, pero aquí afuera, con la vista perdiéndose en el tenue horizonte, es como si el cielo entero hubiera cobrado vida.

—¡Por los dioses padres! Es... es... —No existe una palabra que alcance para describir la belleza de luz danzante que se mueve sobre nuestras cabezas. Solo me limito a contemplar aquel prodigioso espectáculo, conteniendo la respiración y arrobada por lo maravillosa noche.

Jason me rodea con sus brazos dándome calor y seguridad.

—Aunque no te lo parezca —susurra con sus labios pegados a mi oído—, vas a estar bien...

Algo dentro de mí se encoge ante sus palabras. Las emociones se vuelcan sin control.

—Yo... no puedo creer en eso.

—Tendrás dudas, sí. Quizá, incluso, querrás darte por vencida, pero no lo harás.

—¿Cómo lo sabes? —digo con la voz ahogada en sollozos.

—Porque te he visto seguir aún cuando piensas que no puedes, te enfrentas a tus enemigos y defiendes a tus amigos sin importar las consecuencias.

El llanto no me deja responder, no me creo capaz de cumplir con mi responsabilidad. Su voz vuelve a envolverme y yo solo quiero perderme en ella para siempre.

—Mira la luz —Hago lo que me dice. Las intensas bandas fosforescentes siguen corriendo por el cielo—, esos espíritus han encontrado la paz y van a descansar. Algún día tú y yo estaremos ahí, sin importar el tiempo y la distancia que nos separe en la tierra, nuestras almas se volverán a encontrar, justo antes de cruzar el puente, y entonces nada ni nadie nos volverá a separar. Estaremos juntos.

—¿Hasta el final?

—Hasta el final.

Volteo y me arrojo a sus brazos dejando mi llanto fluir. Siempre creí sin dudar en todo lo que dicen los libros sagrados, todos creemos en algo porque necesitamos la fe cuando sentimos que ya no hay esperanza, ahora más que nunca necesito creer y aferrarme con todas mis fuerzas.

—Te amo... tanto... —sollozo en su hombro.

—Te amo con mi vida —responde manteniendo el control de sus emociones y aún así logro sentir como tiembla mientras me abraza con fuerza.

La luz disminuye, como si el desfile hubiera llevado a los espíritus a un mundo de paz lejos de esta tierra. ¿Realmente nos volveremos a encontrar al final? Algunos dicen que cada uno de nosotros se forja su propio infierno, si es así, quizá también nos forjemos un pequeño cielo donde morar en paz por toda la eternidad.

Caminamos de vuelta a la cabaña y al acercarnos y ver la tenue luz que se escapa pienso que, si me dan a elegir, este es el único cielo que yo anhelo.

Margueritte tenía razón: dos días se van volando y después de, no una, sino dos noches juntos y dos amaneceres en sus brazos, llega la hora de regresar.

Abro la puerta y el frío me golpea con ímpetu. Una vez que de un paso fuera habré dejado todo atrás, para siempre.

No más noches junto al fuego, no más besos robados en las polvosas alcobas, no más juegos, ni discusiones, ni miradas a hurtadillas en los pasillos, ni cosquilleos de emoción al rozar disimuladamente nuestras manos en las reuniones del consejo, no escucharé más el sonido de su risa y sus palabras derritiendo mi corazón... Ni sentiré sus manos en mi cintura... Ni su piel contra la mía ardiendo en un deseo que nunca se apaga...

—Tú puedes —dice detrás de mí, quizá sintiendo como la duda va ganando terreno.

—¿Por qué no intentas detenerme?

—Porque has tomado esa decisión como gobernante y si te quito eso, sería como quitarte lo que realmente eres, la verdadera tú que te has negado a ser toda la vida.

—¿Y quién soy?

—La reina.

La cálida brisa irrumpe por los ventanales haciendo danzar las delicadas cortinas de seda, recordándome dónde estoy ahora, quién soy ahora.

Estoy muy lejos de casa.

"La reina".

Me pongo de pie, rehaciéndome a mí misma desde los despojos. Guardo el relicario entre las pequeñas cosas que me recuerdan mi casa y hago lo posible por arreglarme frente al majestuoso espejo. Esa mujer no tiene nada que ver con la temblorosa doncella que se entregó a un amor imposible, esa mujer pasó de la felicidad para enfrentarse a su verdadero yo, esa mujer, aquí y ahora, tiene entre manos el destino de las naciones y nunca va a retroceder.

"Porque te he visto seguir aun cuando piensas que no puedes, te enfrentas a tus enemigos y defiendes a tus amigos sin importar las consecuencias".

Yo puedo, podré siempre.

Cuando entro al salón real esa mañana, todos se quedan estupefactos. Breoghan me mira complacido desde el trono, ya que es la primera vez que uso el vestido negro que ha estado esperando por mí todos estos días.

—Mi diosa y mi reina.

Todos susurran y se postran ante mí. Con cada paso, dejo atrás lo que fui y acepto lo que soy, al menos lo que seré hasta que mi cuerpo encuentre su fin y mi alma sea libre para ir tras la luz y alcanzar la última felicidad.


Hasta entonces, mi amor, nos volveremos a encontrar.

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