⚔ Capítulo 8🛡
CAPÍTULO8. VENENO
Reino de Laurassia
Año 469 de las Eras de Trondheim
El cuchillo se hundió en el pecho y se arrastró con fuerza en diagonal, las costillas crujieron al resquebrajarse astillando la afilada punta. El cuerpo se convulsionó mientras sufría la agonía del desgarre de la piel y los músculos que cedían al implacable filo, dejando un profundo tajo por el cual brotaban manantiales de sangre.
El príncipe de Laurassia cayó de rodillas escupiendo sangre y luego se desplomó. Antes de caer había logrado hundir su espada hasta la empuñadura en el pecho de su agresor y al menos tuvo la satisfacción de verlo morir antes que él.
Porque él también iba a morir, estaba seguro de eso.
Sentía perfectamente la sangre tibia derramándose por la herida del pecho y el dolor aturdiendo sus sentidos sin misericordia.
No podía respirar. No podía hablar. No se podía mover.
Sin lugar a dudas, había llegado su hora.
Se alegró porque su padre había invertido tantos años de trabajo en él y se quedaría sin el fruto de su esfuerzo, se alegró porque el viejo moriría en amargura sabiendo que no dejaba heredero, se alegró porque muriendo y arruinando sus planes, cumplía la venganza en su contra que tanto había anhelado.
Imaginar la rabia y frustración infinitas de Hilsgard quitaba algo de oscuridad a aquel último momento, era triste abandonar la vida, pero era peor quedarse en la que se había visto obligado a llevar.
Era todo.
Ahí terminaba su vida y había sido en el campo de batalla, luchando con honor, inmortalizando su nombre como uno de los grandes héroes de su reino. No había mayor gloria que entregar la vida y derramar la sangre en nombre de su reino. No en nombre de su padre, no en nombre de su corona, sino en nombre de la gloria de Laurassia.
"Madre, voy a ti".
La recordó claramente, en aquella última visita. Sus grandes ojos llenos de desolación, escuchando aquellas crueles palabras salir de la boca de su hijo de diez años.
Lo absorbió la oscuridad y lo único que poblaba sus sueños, en aquella amarga hora, era la sombra de un cuerpo que se balanceaba. Su cadencia y monotonía, que habían llenado sus noches de terror, ahora se le presentaba como un bálsamo, llenando de paz sus últimos momentos, ya que pagaría su deuda y podría descansar como nunca en sus años lo había hecho.
Cerró los ojos y se permitió la primera y última sonrisa sincera de su vida como adulto.
El aire golpeó su pecho y jadeó.
Abrió los ojos y trató de levantarse.
—¡No! ¡No puedes levantarte, estás muy débil! —Una voz de mujer le llegó desde lejos, atenuada por un ruido como el rugido de la corriente del río cuando arrastra ciudades enteras con su furia descomunal.
Unas manos frías y suaves lo obligaron a recostarse de nuevo. Entonces vino una oleada de dolor que le robó el aliento y estremeció por completo su ser.
—Le duele... haz algo, maldita bruja... —Era la inconfundible voz de su padre.
—Por supuesto que duele... pero está vivo, ¿verdad?
Las imágenes que le enviaban sus ojos se confundían con las pesadillas, haciendo que le pareciera ver al fantasma de su madre inclinada sobre él, hundiéndole las manos para abrirle el pecho.
—Haz que pare...
—Tranquilo...
—Por favor... haz que pare...
—Haz algo, detén el dolor —Volvió a rugir la voz del hombre que más odiaba en el mundo.
—¡Eso intento!... Breoghan... escucha, haré que pare, lo prometo, pero tienes que calmarte, ¿entiendes? Tienes que estar quieto.
—Haz que se vaya...
Percibió el denso silencio que siguió a eso y luego una puerta que chirriaba al abrirse para después cerrarse con un estruendo.
—Se ha ido... vas a estar bien, solo quédate conmigo... Así, tranquilo, sé que duele, pero sopórtalo solo un poco más...
—Arlette...
—Sí, soy yo, aquí estoy primo.
—Déjame morir...
Otro silencio aún más pesado se sintió en la habitación. Sintió la pequeña mano temblar mientras tomaba la suya.
—Lo haré... bebe esto.
Le acercó algo a los labios y lo bebió agradecido. Se dejó llevar de nuevo y recibió la oscuridad con gozo.
La luz se derramó llegando con su calor hasta los rincones más sensibles de su alma.
Estaba en su habitación. A su lado, sentada en una silla y con la ropa cubierta de sangre estaba su prima.
La contempló un buen rato hasta que ella despertó sobresaltada y sus ojos se encontraron.
—Estás despierto.
—Lo prometiste.
—Te mentí.
—Eres una maldita sabandija mentirosa.
—Lo siento Breoghan. Tu padre sabe que aprendí el arte de sanar y las opciones que me dio en caso de que no te salvara la vida no eran alentadoras, así que perdona mi egoísmo, no deseo convertirme en la perra de los verdugos de tu mazmorra.
Debió suponerlo, el rey tenía el poder hasta para traerlo de regreso de la muerte. Daba igual, iba a hacerlo pagar de todos modos. Algún día, pagaría por todo el daño que le había hecho a su madre.
Día con día, Arlette estaba siempre a su lado. Su padre había ordenado que nadie más que ella se encargara de su cuidado, así que, en el largo proceso de recuperación, era la única que lo ayudaba. Aunque él sabía que solo lo hacía para evitar un horrible castigo.
—Te ves mucho mejor —dijo alegremente una mañana entrando con un jarrón lleno de flores.
—Eso no es ninguna sorpresa —respondió con la apatía que cada día le costaba más demostrarle—, espero que no pienses dejar esas ridículas flores aquí.
—Cuando seas capaz de levantarte, podrás tirarlas por ti mismo. Hasta entonces, sopórtalo.
Bufó ante la burla de la insoportable mujer.
Como todas las mañanas le retiró los vendajes del pecho para examinar la herida. Se inclinó sobre él y pudo sentir su aliento mientras se murmuraba a sí misma lo que podía observar y asentía satisfecha.
Cuando ella intentó incorporarse, la retuvo tomando su mano. Ella lo miró sorprendida.
—Vaya, veo que estás recuperando tu fuerza, son buenas noticias, así podré volver a mi vida.
—¿Y qué vida es esa a la que quieres volver? —preguntó tirando un poco más de ella y mirando aquellos hermosos labios sensuales adornados con una delicada argolla.
—Mi tío me ha conseguido un matrimonio muy favorable.
Breoghan soltó su mano y no pudo evitar mirarla alarmado.
El matrimonio de Arlette era la señal para poner fin a su vida. Se sorprendió al darse cuenta de que el dolor por la herida en su pecho no era nada comparado al dolor que sentía al imaginar que Arlette dejaba de respirar y partía de este mundo para siempre.
—¡No lo hagas! —demandó fuera de sí.
Ella no lo tomó en serio, se sentó tranquilamente en la silla al lado de la cama.
—¿Por qué? ¿Estás celoso?
—¿Acaso eres imbécil? Mi padre va a matarte después que te cases.
Los ojos de la hermosa muchacha mostraron una gran decepción.
—Eso lo he sabido siempre, él no puede permitir que yo tenga hijos que reclamen el trono, ¿cierto? Solo espero que cumplas tu promesa y no me mates tú.
—Arlette, me salvaste la vida, puedo hacer lo mismo por ti. —Su voz sonaba apremiante, ansiosa. Se percibía el dolor físico que aun lo mantenía débil, pero también un dolor más profundo que se derramaba desde sus profundos ojos cafés.
—¿Cómo?
—Te ayudaré a escapar. Haré que te lleven al reino más alejado de Laurassia, donde Hilsgard no pueda encontrarte nunca.
Volvió a bajar los ojos con tristeza. Trataba de leer en ellos algo más que no fuera la amarga resignación.
—No quiero...
Esperó a que ella terminara la frase, pero la dejó así, flotando en el aire como si él pudiera encontrar la respuesta, pero no podía y necesitaba saber: ¿Por qué no querría ella huir para salvarse? ¿Qué podría ser más importante que su propia vida?
—¿Por qué?
—Porque no quiero dejarte.
Por un momento se quedó hilando esas palabras, tratando de darles un sentido sin llegar a comprender su verdadero significado. Y la conclusión a la que llegó era tan inverosímil que solo dejó escapar su duda en una pequeña palabra.
—¿Qué?
—Nada... Olvídalo.
Se levantó de la silla e intentó salir, pero con todo el terrible dolor que eso le provocaba, él la tomó de la mano nuevamente y tiró de ella haciéndola caer en la cama a su lado y tomando sus labios de forma inesperada y violenta, posesivo, exigiendo de ellos tanto como estaba dispuesto a entregar, sumergido en la sensación de su boca cálida y húmeda, que le permitían explorar y disfrutar mientras ella respondía de igual manera entregada a aquel momento.
—Déjame y sálvate, idiota —dijo haciendo una pausa y jadeando de dolor por el esfuerzo de mantenerla lo más cerca de él como le fuera posible.
—Ven conmigo —suplicó ella clavando su mirada en aquellos ojos que la miraban con una mezcla de dolor, duda y ansiedad.
—¿Estás loca?
—Huyamos juntos, vámonos lejos y hagamos una vida juntos.
—No creo que sea...
Fue ella quien lo besó esta vez, teniendo mucho cuidado de no lastimar su herida y entregándole sus labios despacio y profundamente. Dejándole sentir todo su calor y delicadeza, impregnándolo de su olor y su abrasadora presencia.
—Piénsalo —susurró apartándose lo suficiente para verlo a los ojos, antes de salir de la habitación y dejándolo solo para que pudiera lidiar con todas esas emociones nuevas que nacían en él.
Arlette se fue a su habitación y cerró la puerta tras ella, para luego apoyarse en esta abrumada de emociones.
—Estás jugando con fuego niña y las consecuencias podrían ser fatales.
La contundente declaración de Jeur no la tomó por sorpresa. Se apartó de la puerta despacio mientas se limpiaba la boca con asco.
—¿Fatales? —soltó una risa que no tenía ni pizca de diversión—. El rey va a matarme cualquier día de estos sin que yo pueda hacer nada para defenderme. No hay nada más fatal que eso. Esta es la última carta que me queda por jugar.
—¿Meterte en la cama del príncipe va a salvarte?
—¿Su cama? —dijo tomando un rico manto bordado, último recuerdo de su madre y se dirigió a la ventana para observar aquel jardín lleno de recuerdos—. No, yo no me conformo con su cama, yo apunto a lo más hondo de su corazón y llegaré hasta ahí, aunque tenga que devorar su carne como una sanguijuela para lograrlo y luego... Lo voy a aplastar entre mis manos como una frágil fruta nueva.
—¿Por qué piensas que el príncipe Breoghan te entregará su corazón? Él es como su padre, un hombre desalmado y cruel, ni siquiera debe tener sentimientos.
—Sí, Jeur, los tiene. Hoy pude comprobarlo y si una cosa sé es que ningún hombre puede fiarse de sí mismo cuando sus sentimientos se inclinan hacia una mujer e invariablemente eso lo llevará a su perdición.
Jeur se dolió de la pequeña niña que dejaron a su cuidado, esa niña había muerto el día que murió la reina, ese día también supo que, sin lugar a dudas, ella tendría el mismo destino y comenzó a albergar pensamientos de odio, deseos de venganza y un instinto de supervivencia animal que la llevaría por los rincones más oscuros del alma humana, rincones que todo Leingrayd estaba condenado a recorrer.
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