⚔ Capítulo 33🛡

CAPÍTULO 33. EL ELEGIDO DE HELA

Los últimos días han sido una pesadilla. Aunque seguimos avanzando, la escasez de provisiones, el frío que aumenta día con día y la tensión en el grupo, hacen del trayecto un infierno. Al toparnos de frente con una pared casi vertical, comprendemos que hay que parar y revisar el desastre de ruta que hemos trazado.

—Dijiste que podíamos pasar por el lado sur —recrimina Dimitri a Pelkha que le da vueltas a un desgastado y antiguo mapa.

—Debe ser un derrumbe... Este era el camino marcado, estoy seguro.

—¡Se suponía que sabías el camino!

—No puedes culparlo por esto —interviene Madelein en la discusión. Todos la miramos sorprendidos, ya que, ella siempre se ha mostrado callada y apartada de todas nuestras discusiones.

—Si lo hago, ¿qué?

Es evidente que Dimitri la está provocando a propósito solo para jugar con ella. Todos hemos estado de pésimo humor y él lo ve como una forma de liberar un poco la tensión, pero ella enrojece de ira y se le acerca amenazante. No me queda más remedio que parar esto.

—¡Basta! —Madelein se para en seco—. Vamos a descansar un par de horas mientras pensamos en otra ruta.

Margueritte y yo tomamos los arcos y nos vamos a buscar alguna presa. No me hago muchas ilusiones, a esta altura el frío a ahuyentado a muchas criaturas.

—¿Crees que lo logremos? —pregunta secamente sin despegar la vista de los árboles en busca de algún ave descuidada.

—No tenemos otra opción.

—¿Qué pasará cuando lleguemos a Trondheim?

—No lo sé... No sabemos qué información tienen, Breoghan ha tenido tiempo de enviar mensajeros con cualquier mentira.

—Shhh...

Un ruido llama nuestra atención. Nos escondemos detrás de unos arbustos y apuntamos sigilosamente con los arcos.

—Ustedes tiene serios problemas con las emboscadas —Nos volteamos y nos encontramos a Hildegard apuntando con su espada—. Pude haberlas matado tres veces.

—Pues, que forma de desperdiciar tus oportunidades.

Envaina su espada y me mira seriamente, aunque no estoy segura que tenga otra forma de hacerlo.

—No quiero matarte.

—Lo disimulas bien —responde mi amiga.

—Algunas personas podemos separar nuestras emociones de la política —Me pongo tensa, son las mismas palabras que me dijo Dimitri—. Me caes muy mal, pero seguimos siendo aliadas, tenemos un mismo propósito: rebanarle el cuello al maldito Breoghan y mientras vayamos por el mismo camino, seré leal a ti.

Eso tiene sentido para mí.

—Esa era tu misión, ¿Verdad? Por eso fuiste como delegada de mi comitiva, tu verdadero propósito era matar a Breoghan.

—Evitar que tuvieras un hijo suyo, daba igual si lo mataba a él o a ti. En Alania apoyamos a la facción de los nobles brahmires.

—¿Y esos quiénes son?

—Son un grupo de nobles que apoyaban el reinado de Brahnmar, era el hermano mayor de Hilsgard y legítimo rey de Laurassia. Ellos creen que la hija de Brahnmar está viva, escondida en alguna parte. Si esa mujer existe, sus hijos serían los verdaderos herederos al trono, por eso es importante evitar que Breoghan tenga descendientes legítimos.

—Espera, espera, espera —interrumpe Margueritte—. ¿Podemos retroceder a la parte donde confiesas que estabas dispuesta a matar a Ariana?

Hildegard sonríe con malicia.

—Afortunadamente no fue necesario.

Margueritte se le encara.

—¿Cómo sé que no volverá a "ser necesario" para ti?

—Primero: si así fuera, se lo diría. Yo iré de frente. Segundo: tú no podrías impedirlo, no eres rival para mí, peleas como hombre.

Pronuncia lo último de forma tan despectiva que me causa gracia y no puedo evitar reírme.

—Vaya, nuestra pequeña reina vuelve a reír. Sigue así, lo estás haciendo bien.

Me palmea la espalda y avanza hacia el camino que nosotras seguíamos en busca de presas.

—No la soporto.

—No es tan mala —respondo, sin dejar de reírme.

Nos adentramos las tres al bosque y al mediodía volvemos con algunas buenas presas que nos servirán mucho porque, al parecer, estamos más que perdidos.

No hay forma de saber si nuestro camino desapareció por un derrumbe o nuca existió, en realidad eso no importa, tenemos que concentrarnos en encontrar uno nuevo y pronto.

Cuando llegamos no vemos a Madelein y Angèle, quizá fueron en busca de agua. Los tres hombres mantienen una tensa discusión con el mapa extendido sobre una roca. Hildegard y Margueritte se hacen las desentendidas y se ocupan de las presas, pero yo me acerco para saber qué está pasando.

—¿Ya tenemos ruta nueva? —Los tres me miran y por sus expresiones deduzco que la respuesta a mi pregunta no es muy agradable—. ¿Qué?

—No hay camino —responde Dimitri de forma tajante.

—Entonces, ¿qué se supone que vamos a hacer?

—Lo más seguro es quedarnos aquí hasta que las cosas se calmen y luego seguir la ruta que habíamos trazado, para entonces ya estará despejada.

Jason y Pelkha desvían la mirada.

—¿Ustedes están de acuerdo con esto?

—Es la opción más segura —dice Jason sin mucha convicción.

—Quiere decir que tenemos más opciones.

—Una más. El páramo congelado.

¡La Caminata!

—No es una opción —declara Dimitri. Miro a Jason y me sorprenden sus palabras.

—Esta vez, debo darle la razón.

No me esperaba esto, pero debí suponer que tampoco sería fácil. Esperamos a las chicas y una vez todos reunidos, les explicamos la situación. Tendremos que quedarnos en este lugar por algunas semanas hasta que estemos seguros de que el camino está despejado.

—¡Después de haber llegado hasta aquí! No podemos detenernos ahora. ¿Dónde queda todo nuestro esfuerzo?

Angèle tiene razón, pero no tengo nada qué decir a eso.

—Deberíamos intentarlo —dice Hildegard con firmeza, igual que lo hace todo.

—¿Cruzar el infierno de hielo? Los hombres más fuertes del reino perecen intentándolo.

—En invierno, ahora es verano, tal vez tengamos una oportunidad.

Quiero creer que es posible, pero hemos tomado demasiados riesgos hasta ahora, es un milagro que sigamos con vida. Sin embargo, veo en sus rostros que prefieren correr riesgos que esconderse aquí y solo pasar unas tranquilas vacaciones mientras que con cada día que pase nuestros reinos podrían hundirse más.

—Creo que estamos muy agotados. Vamos a intentar tener una noche de descanso y mañana lo decidiremos con calma.

Todos están de acuerdo. Nos refugiamos en una gruta poco profunda y, como siempre, tomamos turnos para vigilar. Margueritte, Angèle y yo tomamos el primero. Aunque la princesa a veces se une a los entrenamientos, apenas da sus primeros pasos, aún así la tomamos en cuenta en las guardias y parece ser que a ella le complace porque se siente útil.

—¿Escuchan eso? —dice Margueritte de pronto.

—No escucho nada —responde la princesa de Lyon prestando más atención.

—A eso se refiere —aclaro al darme cuenta del denso silencio. Algo pasa, pero por más que me esfuerzo en percibir algo a través del follaje no veo ni escucho nada. ¡Debimos traer a Hildegard!

—Deberíamos volver —Asiento, incapaz de encontrar mi voz ante el miedo abrumador que se apodera mis sentidos. Trato de forzarme a guardar la calma, pero algo me dice que nada está bien.

Doy media vuelta y al tiempo que Angèle grita, me topo de frente con un hombre alto, vestido de pieles, una mirada feroz, la piel tatuada hasta donde alcanza la vista y adornado con un collar que parece estar formado con dientes muy afilados.

Permanece en silencio ante nosotras mientras que de las sombras aparecen más guerreros empuñando hachas que parecen muy pesadas. Cada fibra de mi cuerpo reacciona, adopto la posición de defensa y calculo las oportunidades según el número de enemigos, pero estas están muy cerca de cero.

—¿Quiénes son? ¿Qué quieren? —Me sorprendo de lo firme que suena mi voz. A mi lado, Margueritte también parece muy calmada mientras tratamos de proteger a Angèle.

Los hombres que nos rodean no dicen nada, es una voz de mujer que va saliendo poco a poco de las sombras hacia la luz de luna la que habla.

—Dado que son ustedes las que invaden nuestro territorio, yo debería hacer las preguntas.

Es tan alta como Hildegard, lleva la mitad de la cabeza rapada y la otra mitad arreglada en apretadas trenzas que parecen manchadas de sangre.

—Somos viajeros, solo queremos llegar a la frontera.

—Viajar es lo que haces ahora, no me dice nada sobre quién eres.

Su razonamiento es lógico, pero no podemos revelar quiénes somos. Tenemos la opción de pelear, con algo de suerte hasta podríamos ganar (Siendo muy positivos), ¿Y luego qué? No sabemos en realidad cuántos son y si es cierto que este es su territorio, quiere decir que podría haber cientos o miles de ellos.

—No queremos nada, solo atravesar la frontera —digo tratando de ganar tiempo, detrás de mí Angèle comienza a sollozar quedamente.

—¿Y qué haces de este lado? Trondheim y Laurassia llevan enemistados varios siglos, hace mucho que no se cruza esa frontera. Si no me dices la verdad, no me quedará más remedio que ordenar su muerte.

Todos dan un paso al frente y nos apuntan.

—Es una hermosa noche para morir —La voz de Margueritte suena bastante firme.

Morir combatiendo siempre es mejor que morir en una mazmorra, así que nos preparamos. Incluso Angèle saca su arma, una vieja espada que apenas sabe usar.

—Ustedes lo han querido —sentencia la mujer y sus compañeros se lanzan contra nosotras. Vienen uno a uno, lo que demuestra que no nos consideran rivales para ellos y aunque me ofende, tengo que admitir que tienen razón.

El primero hombre que vi corre hacia mí, detengo el golpe de su hacha y siento el impacto vibrando en todo mi cuerpo haciendo que me tambalee, pero aún así, vuelvo a levantar la espada. Me embiste con todo su cuerpo y caigo de espalda, cuando se arroja sobre mí, levanto los pies y logro pararlo. Lo lanzo lejos de mí y me pongo de pie. Escucho la otra pelea cerca, Margueritte sigue viva y creo que Angèle también, pero no sé por cuánto tiempo más.

Nuevamente mi contrincante ataca, con tantos y tan rápidos movimientos que me cuesta seguir el ritmo y detener los golpes. Comienzo a jadear, no podré seguir así por más tiempo. En una pausa me dejo caer de rodillas, el hombre se detiene, como supuse no quieren matarnos, solo ahuyentarnos. Dejo escapar un gemido y cuando él se acerca pensando que estoy herida, saco el cuchillo de hoja larga y se lo clavo en el muslo.

El hombre grita profiriendo palabras que no entiendo, se saca el cuchillo, lo arroja lejos y, sin cojear siquiera, me derriba y me somete con el peso de su cuerpo. Esto no salió como esperaba.

Sin prestar atención a la sangre que brota de su herida, levanta su hacha, dispuesto a descargar un certero golpe del cual estoy segura no saldré con vida.

—¡Alto!

Esta mujer debe ser muy importante porque al instante las peleas de detienen. El tipo alto me libera y me obliga a ponerme de pie.

—¿De dónde sacaste esto?

Pone frente a mí el cuchillo de hoja larga con el emblema de los Borchgreving gravado en la empuñadura. Aún chorrea la sangre de mi enemigo.

—¡Responde! —grita lanzando su aliento con aroma a hierbas y sangre a mi cara.

No le digo nada y ella me propina una bofetada. ¿Por qué conoce esa arma?

Tira de mi cabello hacia atrás, obligándome a levantar la cara y mirarla a los ojos mientras el hombre al que herí me somete con los brazos hacia atrás.

—El muchacho, el dueño de esta arma, ¿está vivo?

El dolor me atraviesa cuando pone más fuerza en su agarre, pero aprieto los dientes y lo aguanto. Su interés me llena de miedo porque no tengo idea de qué conoce a Jason y menos cuáles son sus intenciones.

Ante mi silencio me tira al suelo y presiona su rodilla en mi espalda al tiempo que tira de mi brazo hacia atrás. Ahogo un grito y siento cómo las ganas de llorar del dolor me van ganando.

Margueritte y Angèle gritan, pero me zumban los oídos y no logro entenderlas. Saben por qué guardo silencio, espero que no vayan a decirle nada.

—¡Dime de una maldita vez! ¿De dónde sacaste este cuchillo?

—Lo compré... —miento con los dientes apretados. Creo que, si sigo callando, se dará cuenta de que escondo algo.

—¿A quién?

—A un comerciante... en una aldea del sur...

—Mentira...

—Es verdad —añade Margueritte. Su voz también suena dolorida—. Yo vi a unos soldados intercambiarla en Bleakville por provisiones.

—Bleakville —murmura al tiempo que afloja la presión en mi espalda, lo cual agradezco—, eso está cerca de Ceòl. ¿Hace cuánto?

—Tres años —respondo deprisa porque ahora tengo una pista. Hace tres años ocurrió la batalla de Ceòl, la ciudad que casi cae en manos de los bárbaros.

Asumo que esta mujer fue parte de esa batalla, pero Jason nunca me contó la verdad de lo que ocurrió allá, así que estoy a ciegas, no sé qué esperar de ella.

Me obliga a levantarme, quedando de rodillas. Mis amigas caen de rodillas a mi lado.

—No les creo —susurra en mi oído. Aparta el cabello que tengo pegado al rostro por el sudor y pasa la hoja del arma en mi mejilla. Envuelve mi cuello con toda su mano, tan grande que sus dedos se tocan—, si no me dicen dónde está, te voy a arrancar jirones de piel hasta que solo seas una masa sin forma de músculos y huesos.

No esperas encontrar una guerrera con alma de artista en medio de la nada. Me reiría si no estuviera describiendo con tanto placer la hermosa forma de torturarme. ¿Cuánto podría soportarlo? ¿Alcanzaría a morir sin decirle que la persona a la que busca está a menos de media legua de aquí?

—¿Dónde está? —grita en mi oído.

—Aquí estoy.

Se me paraliza el corazón. Mi alma grita un "No" que espero llegue hasta algún dios, pero mi fe no es tan fuerte. La mujer me libera de la presión y puedo levantar la cabeza para verlo salir de las sombras y entrar al círculo de luz que nos envuelve en el pequeño claro bañado de la luz de la luna. 

—Vaya, vaya. Tanto tiempo, muchacho. Los designios de Hela son insondables. ¿Porqué esta mujer pelea con tu arma?

Me enoja que le pida explicaciones, ¿porqué piensa que tiene derecho de hacerlo? Sin embargo, él levanta las manos y se saca las vendas despacio. Las cicatrices de las quemaduras son visibles aún a la escasa luz.

—Porque yo no puedo usarla.

Para mi sorpresa ella se la entrega por la empuñadura, pero él no la toma.

—Ahora le pertenece a ella.

La mujer me mira con curiosidad. La hace una señal a sus compañeros con la cabeza y estos retroceden permitiendo que Angèle, Margueritte y yo nos pongamos de pie. Ella viene a mí y me examina de pies a cabeza. Me entrega el cuchillo por el mango y se acerca mucho para hablarme al oído.

—Tú serás su perdición —susurra, dejándome perpleja ante semejante declaración.

Se une a los demás. Angèle corre a los brazos de Jason quien la conforta, pero no aparta sus ojos de los míos.

—¿Están bien?

—Oh sí, claro. Solo estamos conociendo a tus amigos —responde Margueritte con la voz un poco temblorosa.

—No es cualquier cosa que el Elegido de Hela nos honre con su presencia, vendrán a nuestra aldea para celebrarlo. 

—No es necesario...

—Insistimos —dice con una sonrisa mientras todos apoyan sus hachas en el hombro de forma insinuante—, y sus demás amigos que pretenden esconderse entre los árboles también vendrán.

Ante tan amable invitación, no nos queda más remedio que aceptar y en cuestión de minutos caminamos dócilmente detrás de ellos. Hildegard, Dimitri, Pelkha y Madelein también tuvieron que unirse a la excursión inesperada.

—¿El Elegido de Hela? —pregunto un poco resentida porque nunca me contó nada sobre la batalla de Ceòl.

—Supersticiones de su gente —responde sin interrumpir la marcha a través del bosque en medio de la noche.

—Pues parece una superstición muy importante para ellos.

—Siento que hayas pasado por eso.

—No es eso lo que me molesta, es que estaba muy asustada, ella preguntaba por ti y yo no sabía por qué. Si al menos hubiera conocido la historia, quizá  podría haber entendido lo que ella quería.

—Ya no importa, ¿o sí?

Detecto el tono de reproche en su voz. Tengo que admitir que estamos pasando por un momento complicado, pero seguimos estando juntos... O al menos eso pensaba yo.

—Siempre importa. A mí me importa.

Se detiene de golpe y yo hago lo mismo.

—Creo que no eres consciente de que estar juntos significa gobernar juntos. ¿Estás segura de que es lo correcto?

—¡Por supuesto! —respondo sin vacilar. Me mira con sorpresa. Yo suelo tener muchas dudas sobre muchas cosas, cualquiera diría que mi vida entera es una interrogante sin respuesta, a pesar de eso, no quiero darme por vencida.

—Demuéstralo.

¿Qué? ¿Demostrarlo? ¿Cómo?

Corro hacia adelante, los alcanzo a todos y los paso hasta encontrar a la mujer que parece ser la líder.

—¿Podemos detenernos?

—¿Por qué?

—Porque tengo algo que decir.

—Esto no es una excursión, es peligroso detenerse en medio del bosque.

—Es importante.

Pone los ojos en blanco y levanta la mano. Todos se detienen, algunos aliviados por el inesperado descanso y otros molestos por la parada no planeada. Localizo a mi Estrella, llevada por las riendas por uno de los hombres, llego hasta ella y saco una pequeña bolsa de terciopelo negro que siempre llevo en su montura. A estas alturas todos están pendientes de mis movimientos y me ven volver hacia Jason y ponerme de rodillas mostrando mi relicario.

—¿Te casarías conmigo?

—¿Qué haces?

—Te estoy pidiendo que me concedas el honor de ser mi esposo y mi rey.

Me toma suavemente por los brazos para que me ponga de pie.

—No me refería a esto —protesta, medio sorprendido y medio divertido por mi ocurrencia. 

—Yo sí, quiero que veas que ya no tengo dudas, que quiero estar a tu lado, si es que tú quieres estar a mi lado, ya sea en una aldea o en un palacio, en medio de la guerra o de la paz y cualquier otra cosa que venga. ¿Aceptarás también estar a mi lado sin importar lo que venga?

Duda por unos momentos, toma el relicario envolviendo también mi mano y tira de ella para abrazarme.

—Quiero estar contigo, Ariana, pero sabes que no tengo sangre real, ni ejércitos para apoyarte.

—Entre nosotros ya nada de eso importa, tú y yo estamos más allá de la sangre, los ejércitos y la guerra.

—¿Estás segura de que es lo que quieres?

Tomo su rostro entre mis manos.

—No quiero, lo necesito, desde lo mas hondo de mi corazón.

—Entonces, supongo que acepto —responde, mostrándome una maravillosa sonrisa. 

Me dejo llevar del momento, controlando las ansias de huir mientras me envuelve en sus brazos y hasta ese momento noto el alboroto a nuestro alrededor. Tanto nuestros amigos como los hombres de las montañas nos aplauden y se ríen, celebrando.

—¿Acabamos de comprometernos delante de personas que posiblemente nos quieren matar? —pregunto sin romper el abrazo.

—Si vamos a morir, era el momento perfecto.

—Se acabó el descanso, hora de seguir —dice la líder del grupo queriendo parecer seria, pero dejando entrever una sonrisa.

Pues sí, si vamos a morir era ahora o nunca.

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