⚔ Capítulo 24 🛡
CAPÍTULO 24. CULPA Y SECRETOS
Creo que estoy perdiendo la razón. No tengo noción del tiempo, no puedo poner en orden los recuerdos, las voces de amigos y desconocidos se confunden en mi mente y todas las imágenes de los recuerdos de anoche me llevan a esa habitación fría, a los ojos de Breoghan y al sonido del látigo.
—Ariana, cálmate...
"Su corazón... se ha detenido".
—¡Ariana! ¡Cálmate! ¿Me escuchas?
Dimitri me sacude y es como si un velo de niebla se apartara de delante de mí, me grita en la cara y hasta ese instante soy consciente de que he estado llorando descontroladamente. Respiro hondo tratando de recuperar el control.
—Tú puedes, solo concéntrate, quédate conmigo.
—Dimitri...
—Aquí estoy.
—¿Qué fue lo que pasó?
Estamos sentados aún en la orilla del río. Creo que es media tarde ya, el sol brilla en todo su esplendor y las aguas cristalinas corren tranquilas.
—No sé, corriste sin rumbo y fui tras de ti, llegamos aquí anoche y has estado yendo y viniendo del infierno desde entonces. No sé qué ha pasado en el campamento.
Son las palabras justas de lo que estoy sintiendo.
—¿Entonces... está...?
—No lo sabremos si no volvemos.
Me abrazo las rodillas. Nuevamente mi mente comienza a refugiarse en la confusión para no tener que enfrentar la realidad. Una nueva voz comienza a golpear mi escudo de locura queriendo penetrar en mis oídos, pero yo me niego a dejarla pasar hasta que algunas palabras sueltas traspasan la barrera y su significado me deja paralizada.
Vivo...
—¿Qué...? ¿Qué has dicho?
Es Angèle. Por su aspecto, parece que llevara muchos días vagando sola en medio de un basurero. Su ropa está sucia, su cabello es una maraña sobre la cabeza, tiene los ojos hinchados y las mejillas hundidas. ¿En serio solo llevo aquí una noche?
—Está vivo...
—¡Dijeron que su corazón se detuvo!
—Sí, así fue, pero...No sé lo que fue. Después que nos dijeron eso te pusiste como loca, bueno, todas lo hicimos, pero, yo creo que eso fue lo que pasó —Intercala su tono normal y balbuceos confusos—. ¡Margueritte! Si, ella... ella... Se fue sobre Jason, comenzó a gritarle y reclamarle que se fuera golpeando su pecho como loca. Tuvieron que separarla por la fuerza y luego... Pelkha...
—¿Quién?
—Uno de los rebeldes que nos ayudó a escapar, él se acercó para cubrir el cuerpo de Jason y notó un movimiento...
Angèle se detiene y yo siento que no puedo respirar. Quiero decirle que siga, pero tengo miedo de que lo haga y no sea lo que yo espero, además de que es preocupante su tono completamente errático.
—Estaba respirando... Apenas, eso sí, pero su corazón latía y estaba respirando.
Angèle está exultante y me mira esperando mi reacción. Pero yo no sé cómo reaccionar.
—Ariana —Dimitri me habla despacio y con suavidad—, vamos a volver al campamento.
—No.
—¿Qué es lo que te pasa? ¡Vamos ahora mismo! ¡Debes volver! —grita colérica. Parece que no soy la única que tiene las emociones fuera de control.
—Angèle —dice Dimitri con calma—, vuelve ahora, yo la llevaré.
—¡Allá tú!
La princesa nos da la espalda y camina por la orilla del río imprimiendo a sus pasos tanta fuerza que deja hondas huellas en el fango.
—¿Por qué no quieres volver?
—¿Y si ella está equivocada? ¿Y si tengo esperanzas y no son ciertas? ¡No lo resistiré, Dimitri! Ya no puedo más, creo que si algo más pasa me voy a romper en mil pedazos, ya no quiero dar un paso más, ni levantarme de aquí, ni pensar nada, ni decidir nada. Solo quiero quedarme aquí y morirme de una vez.
Me dejo caer de nuevo en el lodo y él vuelve a sentarse a mi lado.
—Tranquila, tranquila, entiendo. Haremos una cosa, volveré y cuando esté seguro de lo que realmente pasó vendré por ti.
Dimitri hace el amago de levantarse, pero solo de pensar en quedarme sola de nuevo entro en pánico.
—¡No! No me dejes sola... No quiero estar sola...
—Ariana, por más que quieras refugiarte aquí, no puedes hacerlo toda la vida. Tu mente está tratando de huir, pero eres demasiado fuerte, no podrás esconderte dentro de ti misma de nuevo. Lo siento mucho, pero tienes que ir y verlo por ti misma.
Tiene razón. A pesar del horror no puedo detenerme ahora, no puedo dar marcha atrás ni esconderme. No encuentro mi voz para responder, así que muevo la cabeza afirmando y le doy la mano para que me ayude a levantarme.
Caminamos despacio y a cada paso siento cómo una carga sobre mi pecho se vuelve más pesada. Recuerdo el estado en el que estaba cuando lo saqué del calabozo y los crueles latigazos. ¿Puede alguien sobrevivir a eso? Otro paso. Solo uno más.
—Vamos, ya casi llegamos —susurra el príncipe de Burgundia mientras tira suavemente de mi mano.
La voz del verdugo. La muerte del mismo a mis manos. Mis manos manchadas con su sangre. Los ojos del rey de Laurassia antes de... Cierro los ojos y me dejo guiar, dejo de pensar, de sentir y, poco a poco, me voy apartando de mis propias emociones. Y así, sin darme cuenta, estoy parada frente a una tienda desde la cual se escuchan débiles lamentos.
Dimitri aparta la tela sucia y ensangrentada de la entrada y penetramos en la oscuridad. Mis ojos se van adaptando a la escaza luz y voy distinguiendo las formas. Personas heridas sobre viejos camastros y hombres y mujeres sentados a su lado o de pie esperando lo inevitable.
Ahí está. En el último rincón, donde Margueritte permanece sentada al lado de uno de los lechos con la mirada perdida. Ni siquiera le hablo, solo miro el cuerpo tendido sin poder asimilar que sea el mismo hombre que conocí cuando todavía era un niño, el guerrero que lo ha dado todo en el campo de batalla. El insolente que siempre estaba pinchándome con sus comentarios sarcásticos mientas me miraba como si yo fuera el centro de su universo.
Estoy a punto de echarme a llorar, pero me resisto. Dimitri guía mi mano y hace que la ponga sobre su pecho.
¡Lo puedo sentir!
—Es... es su...
—¿Corazón? Si.
Retiro la mano porque me da la impresión de que su cuerpo se partirá en pedazos de un momento a otro.
—¿Por qué tiene los ojos vendados?
—Será mejor no hablar de eso ahora.
—Ella tiene que saberlo.
Ambos miramos a Margueritte que hasta ahora no había dicho nada.
—No ahora.
—¿Crees que le dolerá menos si esperas a que las heridas sanen y el dolor se aplaque? La conozco, se va a culpar por esto y es mejor que enfrente todo de una vez.
Ante las palabras de mi amiga él me toma del brazo y me saca. Me lleva hasta donde un joven se ocupa en moler hierbas en un mortero.
—Pelkha. Explícale a la princesa Ariana lo que les pasa a los invitados de Breoghan en sus aposentos.
El chico de tez morena, ojos redondos y cabello tan liso que da la impresión de pinchar al contacto, se aparta unos mechones de la frente y se pone de pie un poco dudoso.
—¿Te refieres a cómo los tortura?
La última palabra es como un cuchillo al rojo vivo que me quema el alma.
—Si —respondo con una fingida firmeza que él cree auténtica.
—Hemos rescatado a algunos de los nuestros antes. Los que sobrevivieron nos contaron que luego de quemar sus manos, hace marcas en su cuerpo con una daga.
Respiro hondo recordando la daga manchada de sangre que Breoghan me presentó. Pelkha me mira dudoso, pero yo no muestro ninguna expresión, así que continúa.
—Luego, usan datura.
—¿Eso que es?
—Es la infusión de una flor. Es un alucinógeno muy fuerte, es como hacerte vivir tus peores pesadillas una y otra vez, algunas de las heridas de las víctimas son provocadas por ellos mismos al tratar de quitarse la vida para detenerlas. Por supuesto, Breoghan los somete para que no puedan hacerlo. Dependiendo de la cantidad que haya bebido, podría tardar muchos días en salir de las alucinaciones y con frecuencia pierden la vista temporalmente y los latidos de su corazón son irregulares, incluso podrían detenerse por algunos minutos. Sin importar cómo los tratemos, ellos nunca más vuelven a ser los mismos, algunos dicen que es como si la pesadilla viviera dentro de ellos para siempre.
Recuerdo cuando yo sufría por las pesadillas de la muerte de mi madre. A veces pasaban varios días para recuperarme de las fuertes emociones que eso me provocaba. No puedo ni siquiera comenzar a imaginar lo que debió haber sentido siendo sometido de esa manera.
—¿Está ciego?
—Temporalmente.
—¿Lo sabe?
—Si, despertó en una ocasión, estaba muy alterado y lo único que hacía era preguntar por usted. Tuvimos que dormirlo usando un narcótico.
Dimitri presiona mi mano para recordarme que sigue a mi lado.
—¿Algo más que deba saber?
El joven se ve incómodo, se retuerce las manos y mira a mi amigo buscando su aprobación. No volteo, pero creo que este asiente porque el chico respira hondo y responde.
—Es probable, no lo sé con certeza... Pero... es posible, quizá, que no pueda volver a empuñar una espada. Las quemaduras de las manos son muy serias...
—No estás seguro, entiendo. Gracias Pelkha, te agradezco tus cuidados y sobre todo que hayas arriesgado tu vida para ayudarnos a salir. No tengo como pagarte.
—Mátelo.
—¿Cómo dices?
—La única razón por la que los ayudamos es porque usted es la última esperanza que tenemos contra Breoghan. Les quitó a mis padres todas sus posesiones, apenas era un modesto mercader de especias, pero había logrado levantar un hermoso huerto en las tierras que heredó de sus padres. El rey se llevó a mi madre y hermanas y mató a mi padre para quitarle sus tierras. Mate a ese maldito y considere su deuda saldada.
No espera mi respuesta. Vuelve a sentarse y sigue con su labor.
Volvemos a la tienda de los heridos. Entro sola y me voy a sentar al lado de Margueritte. Esta apoya su cabeza en mi hombro y comienza a sollozar quedamente. Nunca la había visto llorar, no se me ocurre más que acariciar sus negros rizos desordenados. Al cabo de unos minutos se levanta y se va.
Al quedarme sola a su lado, me atrevo a verlo detenidamente. Trato de no recordar todo lo que Pelkha me explicó y pensar solo en que está vivo y aunque las secuelas de lo que sufrió sigan durante mucho tiempo, me prometo que no dejaremos que nos vuelvan a pisotear de esta manera. Tenemos que recuperarnos de lo que vivimos esa noche y seguir adelante.
—Juntos, ¿recuerdas? Hasta el final.
Levanto la mano con la intención de tomar la suya, vendada a causa de las quemaduras, pero siento como si una pared invisible me lo impidiera. Miro mi mano como preguntándole qué le pasa, pero no encuentro explicación. Lo intento de nuevo, vuelvo a sentir una inquietud tan grande que desisto. No puedo tocarlo. ¿Por qué? ¿Qué me pasa? Me abrazo tratando de calmar los temblores.
En ese momento se remueve como si estuviera a punto de despertar y un pánico inimaginable se apodera de mí. Si despierta y sabe que estoy aquí me va a preguntar cómo estoy, querrá saber lo que pasó. ¿Cómo voy a decirle lo que Breoghan me hizo? ¿Cómo voy a sumar a su dolor el mío también?
Me pongo de pie de un salto y salgo corriendo despavorida. Corro por todo el campamento ante la vista atónita de los rebeldes que detienen sus quehaceres para verme pasar mientras solo pienso en alejarme lo más que pueda de él.
No lo puedo tocar. No le puedo hablar porque me vería obligada a decirle la verdad o mentirle. Eso me deja completamente sola y vacía porque él era mi ancla, ahora estoy a la deriva. ¿Cómo voy a superar esto sola?
Me detengo y miro a mi alrededor, a la espesura de un bosque desconocido. No voy a llorar. Esto es lo que tengo delante y Dimitri tenía razón, ya no puedo huir ni refugiarme en el olvido.
Un sonido familiar llega hasta mí. Son espadas chocando. Sigo el origen de aquel familiar y reconfortante eco y encuentro a Margueritte y Hildegard entrenando.
—Vaya, miren a quien tenemos aquí.
Detienen su combate y me miran. Yo no sé que hacer y al final es Margueritte quien habla con impaciencia.
—¿Y bien? ¿Te unes o no?
Hildegard viene a mí y pone una espada en mi mano.
—Creí que querrías tener esto.
Miro la espléndida arma y una sacudida me recorre de pies a cabeza. El emblema de un águila rodeada de llamas brilla en su empuñadura. Es el escudo de los Borhgreving. Es su espada.
—Ahora vas a tener que ser la protectora, no la protegida y para eso debes aprender a pelear como se debe, si quieres evitar que algo como lo que pasó esa noche vuelva a suceder.
Una vez me prometí que no permitiría que me hirieran de nuevo, sin embargo, fui solo una ingenua creyendo que sabía pelear cuando no era más que una niña jugando a ser soldado. Ya maté una vez, para salvar la vida de la persona más valiosa para mí, y lo volveré a hacer las veces que sean necesarias. Tal vez las cosas nunca vuelvan a ser lo que eran antes entre nosotros, pero si de una cosa estoy segura, es que nunca más quiero ser la damisela en apuros, voy a ser la guerrera que libra sus batallas, aunque me deje el alma en ello.
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