⚔ Capítulo 23 🛡

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CAPÍTULO 23. MONSTRUOS 

La Noche del Escape

Pueden haber pasado minutos u horas, quizá días... Ya no me importa. Solo siento el frío y duro piso de mármol. El dolor en mi interior recordándome las escenas vividas y la amargura de saber que él ha ganado. Sin la voluntad necesario para reemplazar los jirones de mi ropa o si quiera limpiarme, sigo aquí negándome a pensar en nada. 

La unión se ha consumado, en contra de mi voluntad, pero ¿Qué le importa eso al rey y a los generales? Soy su legítima esposa y nada puede cambiar eso.

La puerta se abre de nuevo y ni siquiera levanto la cabeza para ver de quién se trata. Ya pueden venir de nuevo y tomar lo que le pertenece, no importa nada. 

—¿Ariana? ¿Qué te pasó?

—Vete. Váyanse sin mí. —Me hago un ovillo y escondo mi rostro. La vergüenza me consume, solo quiero estar sola. 

—No digas idioteces —dice Dimitri haciendo el esfuerzo de levantarme.

—¡No me toques! ¡Dije que te vayas! —Lo empujo con fuerza y me dejo caer nuevamente— ¡Soy su esposa ahora! Lo que tanto esperabas pasó, consumó la unión por la fuerza y ahora yo... yo...

No soy capaz de seguir. Ya no tiene caso escapar, debo quedarme aquí y aceptar mi destino. Respiro con desesperación y me llevo las manos a la cabeza. 

—¿Hubo testigos?

—¿Testigos? —¿A qué viene esa pregunta ahora? ¿Acaso no escuchó lo que le dije? 

—Si, para que tu matrimonio sea legal debería haber testigos en la consumación. Para eso vino tu comitiva, para ser testigos de la unión que representa el sello de la alianza. Lo que ese maldito te hizo no cambia nada, sigues siendo libre.

Me levanto despacio pensando lo que Dimitri acaba de decir.

—Escucha, sé que lo que acabas de pasar es muy duro, no voy a fingir que lo entiendo, pero ahora mismo tienes muchas cosas entre manos: tienes que salir de aquí. Tienes que ir por Jason a las mazmorras y volver a Trondheim para advertirles lo que Breoghan está haciendo.

Me pongo de pie y me tambaleo. El malnacido me drogó para aprovecharse de mí porque sabía que me defendería. Dimitri tiene razón, no me puedo dar el lujo de regodearme en mi miseria, ellos me necesitan. ¡Jason me necesita!

—¿Podrás? —pregunta con los brazos listos para sostenerme si caigo de nuevo. 

—¡Por supuesto que podré! —Tomo la daga que me da y sin importar que esté mirando, me deshago de mi ropa desgarrada para comenzar a vestirme con la ropa de montar que usaba en Trondheim. La dejé preparada para esto. Dimitri tiene la decencia de desviar la mirada.

—Muy bien. Jeur averiguó que cerca de la medianoche Jason será llevado a las mazmorras.

—¿No es ahí donde ha estado? —Me cargo el carcaj y envaino mi espada.

Dimitri duda de responder, así que detengo mis preparativos para verlo a los ojos.

—No, estaba en la habitación de Breoghan. Él mismo se encargó...

—Entiendo.

Él mismo se encargó. Yo me encargaré de su muerte con mis propias manos.

—Deberás esperar la distracción para que los guardias y verdugos se vayan. Escucha, por ningún motivo debes salir antes porque si alguien te ve darán la alarma y todos vamos a morir.

—No saldré antes. —Recojo mi cabello en una trenza.

—Los esperaré en la entrada de las catacumbas.

—De acuerdo. —Mis ojos caen en la daga manchada con la sangre de Jason y me la guardo en el cinto.

Fui traicionada, otra vez. Engañada, manipulada, mancillada... pero aún estoy de pie y así me mantendré hasta que ponga a la gente que me importa a salvo.

Dimitri se va y yo me dirijo a los pabellones abandonados. Breoghan no espera que ande deambulando por ahí porque cree que estoy hecha pedazos llorando en el piso donde me dejó. Quizá lo estuviera si no tuviera algo más importante que hacer.

Bajo sigilosamente a las mazmorras y me quedo en el nicho oscuro desde donde vi al desgraciado manipular a unas pobres niñas. Como la vez anterior, hay guardias llevando y trayendo cuerpos deformados por las torturas. Escucho los gemidos y susurros desesperados en distintos idiomas.

Me quedo en las sombras esperando que algo pase, pero corren los minutos y mis piernas comienzan a flaquear. Una puerta que no alcanzo a ver desde mi escondite se abre y entra un guardia arrastrando un cuerpo que deja sin ninguna ceremonia dentro de una celda.

—¿Y este? —pregunta el verdugo con aburrimiento.

—Déjalo morir —responde el guardia en el mismo tono. Los lamentos se suman a los que se dejan oír por todo el lugar.

Me siento más nerviosa con cada segundo que pasa y la puerta se abre una y otra vez mientras van depositando más cuerpos. Unos con sus débiles quejas y otros completamente en silencio.

La distracción ya debería estar aquí. ¿Qué pasa Jeur? No tenemos toda la noche.

De nuevo se abre la puerta que no veo y baja otro soldado arrastrando otro cuerpo inerte. Parece que torturar es el pasatiempo favorito de esta gente.

—¿Otro renuente a cantar? —pregunta otro verdugo más joven. Tiene un rostro hermoso, como la mayoría de lauranos, con sus ojos tan profundos y largo cabello oscuro, pero solo verlo me da náuseas. Se divierte haciendo esto, goza haciendo sufrir a los prisioneros.

—Este es distinto, el rey lo atendió en persona. —Ambos ríen con estridencia.

—Oh, un invitado especial. ¿Y qué quiere sacar el rey de este?

—Nada.

—¿Cómo, nada?

—Solo doblegarlo. Creo que es un regalo para la reina, así que no lo mates.

¿La reina? ¿Cuál reina? Me tapo la boca con ambas manos, casi no conseguí reprimir el grito que se me escapó al comprender lo que el hombre decía.

El rey lo atendió, invitado especial, no necesita información de él, un regalo para la reina... para mí.

Me deslizo hacia el suelo, aún con la espalda contra la pared. Presiono mi boca con toda la fuerza de la que soy capaz. No puedo llorar ahora. Pasan delante de mí arrastrando el cuerpo maltratado, cubierto de sangre y casi inconsciente. Lo encadenan al poste y el joven sádico se dedica a elegir uno de los látigos colgados de la pared. Mi alma se desploma al ver cómo toma un látigo cuya trenza se divide en tres cuerpos rematados por afiladas puntas metálicas.

¡Tengo que detenerlo!

—Despiértalo —ordena con voz suave y tranquila.

El otro va hacia un barril con agua y saca una cubeta. Deja caer el agua con fuerza en su rostro y el prisionero jadea al despertar bajo el ataque del agua helada.

Por favor, desmáyate, no despiertes.

—Mira nada más, el rey te ha dejado un lienzo limpio para trabajar.

Me doy cuenta que, a pesar de las heridas y golpes que han dejado marcas en su cuerpo, la espalda está intacta. "Un lienzo limpio".

Sigo sentada en el suelo cubriéndome la boca con fuerza para no llorar. 

—Suerte, dicen que los caballeros de Trondheim mueren en silencio.

—Ah, ¿sí? ¿Cuánto te juegas a que lo hago suplicarme que lo mate?

Me pongo de pie y cargo mi arco. No lo harás... 

—Una moneda del rey.

—Dos monedas.

Levanto el arco y lo apunto a la cabeza del maldito hijo de perra.

"Debes esperar la distracción..."

Maldición, Dimitri, la distracción no llega.

"Por ningún motivo debes salir antes".

—Tres monedas, si lo consigues con menos de cuarenta latigazos.

—¡Hecho!

Veo cómo Jason cierra sus puños con fuerza en la cadena que lo inmoviliza en el poste. Respira hondo y despacio. Se prepara para resistir.

Tenso más la flecha. Lo tengo a tiro, solo sería relajar la mano el monstruo estará muerto en cuestión de minutos. 

Los rostros de Hildegard, Angèle y Margueritte pasan delante de mí.

"Van a dar la alarma y todos vamos a morir".

No pierdo de vista el blanco mientras levanta el látigo. Pero no puedo hacerlo, bajo mi arco cerrando los ojos con fuerza. 

No puedo hacerles eso. No puedo permitir que mueran aquí.

El látigo restalla y no se oye más sonido después de eso. Los hombres ríen.

—Es muy valiente, ¿eh? Uno.

Caigo de rodillas. A cada latigazo le sigue el sonido de las cadenas tintineando por la sacudida de sus puños. Pero ni un sólo gemido sale de sus labios.

Dos... Las lágrimas vuelven a rodar por mis mejillas... Tres...

¡Basta! Por favor, basta...

Puedo ver claramente los jirones de piel despegarse y la sangre chorreando sin parar. ¿Cuánto tiempo podrá resistir?

—¿Qué le hiciste al rey para que te dejara esas marcas a fuego?

—¿No es obvio? Parece que nuestra reina le ha brindado sus... delicias...

—Es una ramera, después de todo.

—Piensa en ella entonces... ¡Cuatro!... Ojalá haya valido la pena el revolcón a este precio...  ¿Dónde está tu reina ahora?

¡Ya no puedo más! Me pongo de pie y tenso el arco de nuevo... Ya no me importa quién muera esta noche, esto se termina ahora.

Risas de mujeres resuenan por los pasillos. Mujeres jóvenes, con los pechos al aire, riendo y regando los pisos de piedra con vino barato que se mezcla con la sangre de las torturas.

¡La distracción!

—Vaya, no las esperaba hasta mañana —dice el soldado que trajo a Jason hasta aquí. Sale de la celda con entusiasmo —. ¿Vienes?

¡Vete, maldito!

—Creo que no...

¿Qué?

—Todavía tengo un asuntito aquí... ¿verdad? Tú y yo nos vamos a conocer... caballero.

Los soldados y verdugos se unen a las chicas y se van a un cuarto al final del pasillo. Se oyen las risas y los gemidos de placer. Pero otro tipo de lujuria brilla en los ojos de este hombre. La vista de la sangre le complace. Le levanta el rostro y puedo ver cómo una herida ha dejado la mitad de la cara cubierta de sangre, uno de los ojos cerrado por la hinchazón.

—Tal vez el rey te invite a la consumación, será un hermoso espectáculo... podrás verla una vez más antes de morir, claro, si es que no está ahora mismo reclamando lo que le pertenece, y no lo hará amablemente.

"Doblegarlo".

Quiere romper su concentración. Doblegarlo, tanto física como emocionalmente. Pero no lo dejaré.

Con el arco aún cargado en mi mano, salgo de las sombras...

Cinco...

—¡Suplica misericordia! Seis... ¡Pide clemencia y te dejo en paz!...  ¿Quieres que se acabe ya?... Siete.... Podrás decirle "adiós".

—Adiós, maldito. —Mi flecha se clava justo en su garganta y él se lleva las manos a la herida confundido y aterrorizado. Me acerco y de una patada lo tiro al suelo para sentarme a horcajadas sobre él. 

Montada sobre su pecho lo tomo por la ropa disfrutando de su rostro lleno de terror, de sus ojos desorbitados clavados en mí y del chorro de sangre que salpica sobre mi cara a intervalos regulares.

—¿Qué pasa? ¿Quieres que se acabe ya? —pregunto con un tono dulce. Balbucea algo, pero ya no puede hablar, mucho menos gritar, ni dar ninguna alarma—. ¡Suplica misericordia y te dejo en paz! ... —Me mira con odio y miedo—. ¡Pide clemencia maldito aborto del infierno!

—Por... favor...cle... mencia... —grazna desesperado. No se entienden sus palabras, pero leo sus labios. Saco de mi cinturón el cuchillo de Jason.

—No. —Hundo el filo en su cuello, despacio, deslizándolo de lado a lado, disfrutando de lo fácil que es abrir su carne mientras se le van los ojos para atrás y se convulsiona con violencia, aferrándose a sus últimos segundos de vida, en medio de gorjeos y graznidos ininteligibles.

Me salpica el rostro con sangre y sus manos se sacuden desesperadamente intentando detenerme, pero es en vano. Al cabo de unos segundos se queda completamente quieto con la cabeza caída a un lado y los ojos abiertos reflejando sus últimos segundos de vida llenos de terror. 

Me levanto de encima de él, temblando, y toda la euforia y el placer que sentí al quitarle la vida desaparece al darme cuenta de lo que acabo de hacer.

Lo maté, lo maté con mis propias manos. Soy una asesina no mejor que ninguno de ellos. Soy un monstruo... como todos ellos. 

Un gemido en medio de todos los demás me devuelve a la realidad.

—¡Jason! Soy yo... vamos a salir de aquí.

No me responde. Busco las llaves en las ropas del verdugo casi riéndome de mí misma por los escrúpulos de revisar el cadáver de un hombre al que yo misma maté.

Al encontrarlas corro a abrir los grilletes y Jason se desploma por completo. ¿Cómo vamos a salir de aquí?

—Jason... ¿Me oyes? Tenemos que salir de aquí, no puedo sola... —Ahogo el gemido al ver el estado en que está. Apenas lo reconozco—. Por favor... tienes que ayudarme...

Se remueve y veo sus esfuerzos por ponerse de pie, pero no puede hacerlo. Como puedo paso su brazo por mis hombros y logro que nos pongamos de pie. Su mano se alza palpando el aire, como si no pudiera ver donde estamos y a dónde vamos. Asumo que es por la hinchazón del ojo y la sangre que le cubre el rostro.

Comenzamos a andar por lo túneles, no debería faltar mucho para llegar a las catacumbas, pero a cada paso lo siento más y más débil porque me va dejando toda la carga de su peso.

—¡Por favor! Solo un poco más... resiste unos pasos más...

Apenas consigue dar algunos pasos y ambos caemos.

—¡No! No, no, no, no...

Intento arrastrarlo, consiente de que le hago daño, pero no sé qué más hacer. No tengo fuerzas, estoy muy cansada y mi cuerpo aún reciente los efectos de la droga que Breoghan clavó en mí, sin mencionar el dolor de mi cuero por su violento abuso. Hace rato que comencé a sentir mi sangrado, pero no me queda más que ignorarlo. 

—Ariana...

Apenas logré escuchar su voz. Es ronca y tan débil que es solo un susurro.

—Aquí estoy, aquí estoy.

—Vete.

—¡No! No te voy a dejar... Juntos hasta el final, ¿recuerdas? ¡Tú lo prometiste! —Su cabeza cae hacia un lado—. ¡Jason! No me hagas esto de nuevo, te lo suplico, respóndeme, por favor, vamos a... —No puedo detener más mi llanto—. ¡Vamos a escapar! Tienes que ir con Angèle, ella te espera, tienes que... vivir... por... fa... vor...

Me abrazo a su cuerpo que ya no me responde. No puedo irme, no puedo dejarlo aquí, incluso si... incluso si ya no está... no puedo...

—¡Ariana!

—¡Dimitri! No pude salvarlo... llegué tarde...

Dos hombres que no conozco lo acompañan. Me apartan de él con dificultad porque no quiero dejarlo, pero entre los tres me alejan y los dos desconocidos se acercan a él. Dejo de revolverme entre los brazos de Dimitri que me aprisionan cuando veo a uno de ellos poner el oído en su pecho.

—Escucho su corazón, aún está con vida.

—Rápido, hay que llevarlo al campamento.

Doce Horas Después del Escape

Todo lo demás lo recuerdo cubierto con una espesa bruma, en parte por el sedante que Breoghan me clavó con el dardo y en parte porque mis emociones son un remolino que no se detiene.

Subimos a una carreta, fuimos por un camino secreto que usan los rebeldes y llegamos a su campamento. Creo recordar a Margueritte, no estoy segura de en qué momento. También recuerdo que Angèle lloraba mucho, pero es como si sus rostros y sus voces estuvieran girando alrededor de mi cabeza.

Había una carpa grande donde había muchos heridos, ahí llevaron a Jason, pero no me dejaron entrar, ni siquiera cuando escuché sus gritos.

—¿Qué le están haciendo?

Lucho por entrar a la carpa, pero hay como tres pares de brazos que me paran.

—Hay que cauterizar las heridas —dice alguien, pero solo consigue desesperarme aún más.

Todo el remolino se detiene cuando alguien sale de la carpa con cara compungida. No sé quién diablos es, pero me dice:

—Su corazón... se ha detenido.


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