Capítulo XVII
Me basta con levantar un poco la mirada para darme cuenta de que sigo en el hospital. ¿Qué día es? ¿Sigue siendo el cumpleaños de Alex?
Es de noche y las luces de pie están encendidas. Lo último que recuerdo es haber estado con ella y... ah, cierto. La entrega de los regalos. Entonces debe de ser domingo por la noche.
Florence está sentada al final de la camilla, en una de las sillas, y sostiene en sus manos un plato con pollo y patatas. Me incorporo lentamente y me siento, procurando no despertar a Alexandra, que duerme a mi lado.
—¿Quieres comer algo, James? —susurra Florence sonriente después de tragar un mordisco de carne.
—Sí, por favor —contesto en su mismo tono de voz y con total sinceridad.
La verdad es que sí tengo hambre. Y ahora que lo pienso, también tengo la garganta seca. Pero tengo más hambre que sed.
No he probado bocado desde el mediodía, y lo único que he conseguido comer en ese entonces han sido un par de sándwiches, aperitivo y pastel.
Bueno, "lo único"..
Florence se pone de pie y saca de la encimera uno de los dos platos. El que sobra debe de ser para George. Ambos contienen la misma comida, que parece estar aún caliente. Genial.
—Gracias.
—¿Has descansado algo? —me pregunta.
—Sí, bastante... la última vez que he mirado el reloj eran las cinco de la tarde. —Mastico un trozo de pollo y lo saboreo. Está buenísimo.
—¿Qué hora es, Florence?
—Son las... —revisa su reloj pulsera— once de la noche. Sí, al parecer has dormido bastante, por suerte. Necesitabas hacerlo.
¿Once de la noche? ¿Cuántas horas han pasado? ¿Seis, siete?
Vaya, eso me pone de muy buen humor.
—¿Te quedarás aquí el resto de la semana, o...? —me pregunta.
Ahora que lo pienso, no he ido a casa en toda la semana, y debería ir a lavar la ropa que llevo puesta y la poca que tengo en la bolsa. Creo que no me he duchado en cuatro días, y no me había dado cuenta hasta ahora. Definitivamente iré a casa. También tengo que hacer la muda de ropa para lo que queda de la semana que se avecina. Bueno, en realidad la que empieza en una hora..
—Sí. Supongo que sí. Solo tendré que ir a trabajar y al instituto por lo menos una o dos veces para terminar con los trabajos de cívica y de física.
Tuve que pedir unas horas extra para poder entender los temas que se están dictando en esas asignaturas. Estas últimas dos semanas he estado muy ocupado y se me ha dificultado un poco el estudio.
Digamos que lo puse en un cuarto o quinto plano, si es que antes estaba en el tercero o en el segundo.
—Está bien. No te preocupes si no puedes estar, ya me siento muchísimo mejor y estoy mucho más descansada. Estaré aquí todos los días hasta que podamos volver a casa.
Asiento mientras trago un sorbo de agua de la botella que está al lado de la camilla. Qué deliciosa y refrescante es el agua.
—Iré a casa ahora a ducharme y a lavar la ropa. Me ausentaré un par de horas, así que supongo que cuando vuelva estarás durmiendo... o, al menos, eso espero.
Florence sonríe con ternura.
—¿Dormirás aquí, entonces? —pregunta.
—Tendré que pasar apuntes, debería haberlo hecho durante el fin de semana. Supongo que no podré dormir mucho, pero sí que estaré aquí.
—Perfecto.
Hace mucho frío y dentro del R4 eso queda muy claro. Los cristales están empañados, y utilizo el parabrisas a lo largo de todo el camino a casa.
Cuando llego, me saco el abrigo y el gorro y me dirijo al lavadero con toda la ropa que cargo encima. No es tanta, no me llevará mucho tiempo meterla en la lavadora y ponerla en marcha antes de irme a la ducha.
Al entrar en contacto con el agua, mi piel se estremece. Cae caliente y con poca fuerza pero rítmicamente sobre mi cuerpo provocando que el frío de mi piel pronto se convierta en algo lejano. Eso me gusta mucho. Me había olvidado de lo que disfrutaba las duchas. No hay nada que me guste tanto para despejar la mente como una buena ducha caliente llena de vapor. Permanezco unos veinte minutos bajo el agua y no me arrepiento del tiempo invertido.
Me pongo una camisa, unos vaqueros y zapatos, algo cómodo para estar dentro del hospital, y luego meto dos mudas más en la mochila, además de desodorante, cepillo de dientes y varios pares de calcetines y ropa interior.
Tiendo la ropa limpia, me abrigo con otra chaqueta, me pongo la mochila, palpo los bolsillos y... mierda. Me he dejado las llaves arriba. Subo las escaleras de mala gana, y una vez que tengo las llaves en mano las bajo otra vez.
—¿Te das cuenta de la hora que es? —me sorprende la voz de mi padre.
¿Dónde está? Lo busco un poco con la mirada y lo encuentro allí abajo, al lado de la entrada.
Termino de bajar las escaleras pero me quedo alejado de él. No tengo ganas de hablarle... No lo he visto en dos semanas, y eso no cambia nada en absoluto. No tenía ganas de verlo, y menos ahora.
Está con los brazos cruzados y los ojos entrecerrados, como esperando una explicación de mi parte. Se tambalea levemente, pero no me extraña que esté borracho. El olor a alcohol ya forma parte del aire aquí adentro.
—Son las doce y veinte. ¿Qué pasa?
—No juegues así conmigo. Es tarde y no es un horario razonable para que llegues a casa.
—Nada es razonable, papá.
Suelta una risita como burlándose de lo que le acabo de decir. El mal humor empieza a subir por mis venas. «Contrólate, James. Puedes salir de aquí y todo seguirá en orden».
—¿Adónde planeas ir ahora? —dice, sin importarle mis posibles respuestas—. ¿Saldrás de fiesta con esa noviecita rica tuya? ¿Vas a gastar tu sueldo y llevarás a esa niña malcriada a algún restaurante caro en la ciudad? O espera... ¿Acaso iréis a un hotel de lujo a pasar la semana? Ahora me he enterado de que has dejado el instituto... ¿Cuándo coño planeabas decírmelo, James?
De pronto siento ganas de romperle el alma, más de lo que seguramente ya está. El mal humor y la rabia han conseguido dominarme y hacen que mi piel hierva hasta el punto de querer estallar. Inspiro y trato de reunir valor, aunque sea para mandarlo a la mierda.
Por lo menos por última vez.
—Cuando era niño tuve que entender que mi padre no era como el de los demás... nunca me quisiste. Me alejaste siempre de ti, como si hubiera sido mi culpa la muerte de mamá, de Jeanne y de Liza. Nunca me has dejado nombrarlas y ni siquiera has querido hablar de ello cuando yo era apenas un niño y no necesitaba explicaciones, ni siquiera cosas materiales, solo el amor de la única familia que me quedaba y sentirme acompañado por alguien más en este mundo que se sentía igual que yo. Has demostrado que no te importo, y eso ya no me molesta, he aprendido a aceptarlo. Ah, y Alexandra tiene cáncer. No te lo he dicho porque no me has preguntado, como nunca en tu puta vida.
—Siempre eres la víctima, James, no cambias nunca.
—¡No me lo puedo creer! ¿Sabes qué? No me importa si te follaste a tu secretaria, a la hermana de mamá, a sus amigas, a quien fuera. La verdad es que no soy quién para juzgarte y no me voy a entrometer porque ni siquiera me importa... no me importa nada tuyo, ya no. Me he cansado de esperarte, a ti y al mínimo atisbo de intención de recordar a mis hermanas y a mi madre. ¿Y sabes qué? Nombrarlas a ellas de vez en cuando hace bien, porque me recuerda que fueron parte de mi familia, de mi verdadera familia, porque tú nunca has formado parte de ella...
—La vida es dura, hijo. Acéptalo y vivirás más tranquilo.
Me río casi por despecho mientras el rencor crece en mí sin un segundo de descanso mental.
—No entiendo que te vió mamá. ¿Cómo pudo haber amado a una persona tan poco humana? Porque eso eres, papá. Eres algo que carece de humanidad. Y, ¿sabes qué es lo peor de todo? Sabías el daño que me estabas haciendo. ¡Lo sé, porque a pesar de que no tengas ni puta idea de quién soy, yo te conozco y sé que nunca te ha importado una mierda mi vida, y te juro que lo que menos quiero es que ahora te importe! Simplemente ahora ya no aguanto más la mierda que eres. La familia que tengo es Alexandra. Ella es la única que me ha entendido, me ha acompañado y me ha querido más de lo que creía merecer. Eso es lo único que he necesitado y lo único que voy a necesitar... ¿Sabes qué, papá? ¡Me he cansado de hablar! Y espero nunca más hacerlo contigo.
Me doy cuenta de que he gritado como nunca lo había hecho, estoy llorando y lo he estado haciendo durante todo mi discurso. Lágrimas llenas de malos recuerdos, de malas sensaciones y de pensamientos feos recorren mi piel hirviendo.
Mi padre me observa atónito y trata de decir algo, pero nada sale de su boca. Ya estoy decidido a salir de aquí. No aguanto más esto.
Trato de pasar de largo, pero él me frena y pone su mano sobre el picaporte de la puerta, bloqueándome el camino con su brazo.
—Te lo advierto, James. Si cruzas esa puerta, nunca más serás bienvenido en esta casa —se anima a decir. Aún quiere tener la última palabra.
¿"Bienvenido"? ¿En serio ha dicho eso? ¿Tan poco tacto tiene como para que todo lo que le he dicho le haya entrado por un oído y salido por el otro? Ya realmente no sé quién es este tipo. Me alegra ser distinto a él, por suerte no he heredado su arrogancia.
—Vete a la mierda.
Respiro frío, dejo que mis lágrimas se sequen con el viento. Dejar atrás esta casa significa dejar atrás los malos recuerdos de mi pasado, porque él está en ella. Toda esa negatividad ha crecido conmigo a lo largo de mi vida, y ya no estará más porque mi padre no formará parte de ella.
Eso duele, pero ya entiendo que no debo malgastar energía en algo que no lo merece. Como decía aquel ensayo de Alexandra que leí la primera vez que visité su casa: "Con cierta distancia les grito silenciosamente desde lo profundo de mi ser que de nada vale venderse por algo que no perdura...". Porque así es. He tardado una vida en entenderlo, mi padre no vale la pena.
Parece mentira. Tan poco tiempo y tantas cosas a las que hacerles frente. Salgo de pelearme con mi padre y ahora debo enfrentarme a una enfermedad mortal. Y lo peor de todo es que no es mía. Dentro del coche, antes de arrancar, vuelvo a llorar.
Llego al hospital y subo rápidamente las escaleras. Necesito descargar de alguna manera toda la energía que llevo dentro, como si no hubiera sido suficiente con el llanto de hace un rato. No me pelearé físicamente con nadie, no tendría fuerzas para hacerlo, así que me resigno y subo los cinco pisos hasta llegar al pasillo que, hace unas horas, cruzábamos riendo.
Camino con la cabeza gacha, tratando de esconder mi cara marcada por el llanto. Me siento miserable.
—James, ¿qué sucede? —me sorprende George, muy asustado, cuando llego a la puerta de la habitación de Alex.
Trato de hablar, pero las palabras no salen. Simplemente lloro y no quiero hacerlo. Odio no tener control sobre las cosas, pero odio más perder el control sobre mí mismo.
—Hijo, tranquilo —me dice después de abrir sus brazos para ofrecerme un abrazo.
Busco consuelo en él, casi lanzándome sobre su cuerpo. Lo abrazo mientras las lágrimas empiezan a brotar con más fuerza de mis ojos. Ya no me preocupo por retenerlas. George intenta calmarme, como yo solía hacer con mi madre y como hice con Florence aquel día que fui a casa de los Goodman a disculparme con Alexandra. Pasa sus manos por mi espalda, y después de unos segundos logra tranquilizarme.
Nos separamos lentamente y me seco las lágrimas con la manga de mi abrigo.
—Seguramente no quieras hablar ahora, pero debes saber que todo irá bien, James. Te lo prometo. Puedes confiar en mí cuando quieras, después de todo eres como mi cuarto hijo.
George, el hombre de pocas palabras, me ha llamado "cuarto hijo". Realmente no entiendo cómo lo hace para tener las palabras justas en el momento indicado.
—Es mi padre. Es un maldito...— Mi mandíbula se cierra como una ostra, forcejeando por contener dentro toda la ira.
—Ajá. ¿Le has dicho todo lo que no le has dicho en toda tu vida? ¿Le has gritado que es una mierda y ahora te sientes como una mierda?
¿Cómo lo sabe? Apenas le he nombrado a mi padre un par de veces.
—¿Cómo...?
—Si sabré de relaciones enfermizas y malas... mi padre también era adicto. Empezó con las pastillas para dormir... Luego vino mi primera mujer —dice antes de sacudir la cabeza como si se hubiera ausentado por un segundo—. Algún día te contaré la historia de mi vida.
Alexandra. Ella pudo haberle mencionado algo del día en el que lo conoció.
—No creo que vaya a volver a casa nunca más —le digo completamente liberado pero aún con la voz ronca, gastada de tanto llorar.
—Vivirás con nosotros, James.
¿Qué?
—George, no podría...
—Eres de la familia, así que no hay otro lugar donde debas estar más que en la casa Goodman.
—Pero-
—Nada de peros, por favor. Te queremos con nosotros.
No puedo entender cómo de pronto todo se ha calmado en mi interior, pero agradezco infinitamente que eso haya sucedido. George es una persona increíble. Me sonríe y, por más que nos cueste a ambos, le devuelvo el gesto. Después de todo, las cosas no suceden porque sí. A veces hay que hablar de frente por mucho que duela para poder sacarse un gran peso de encima.
Entro en la habitación y me siento en el sillón con ruedas al lado de la cama de Alex. Noto que tiene los auriculares puestos y el iPod que le he regalado está encendido entremedio de su brazo. Con cuidado cojo el pequeño aparato entre mis dedos y leo lo que dice en la pantalla: "Love", y el modo repetición está encendido. Una pequeña sonrisa se escapa de mi boca.
"Love" es una de las canciones de John Lennon que aparece en Plastic Ono Band, un disco que por supuesto he conocido por medio de Alexandra. Antes de estar con ella, solo sabía de la existencia de dos temas solistas de Lennon, los dos que todos conocen. Esta canción se ha convertido en una de mis favoritas, y aprendí a tocarla en la guitarra para poder grabársela a ella como parte del regalo. Me gusta saber que la está escuchando en algún lugar de su inconsciente.
Vuelvo a dejar el aparato donde estaba y lentamente acerco mi oído al auricular para escuchar algo.
La canción dice lo siguiente:
El amor es real, lo real es el amor.
El amor es sentir, sentir el amor.
El amor es querer ser amado.
El amor es tocar, tocar es el amor.
El amor es llegar, llegar al amor.
El amor es preguntar ser amado.
El amor eres tú.
Tú y yo.
El amor es saber
que ambos podemos ser.
El amor es libertad, libertad es el amor.
El amor es vivir, vivir el amor.
El amor es necesitar ser amado.
Saber que ella en su interior está escuchando algo que quiero decirle, por siempre y en modo repetición, hace que la emoción me encienda de golpe. Algo de pocas palabras pero que alberga tantos significados y emociones. Apoyo mi cabeza en el duro colchón y la observo. Le tomo la mano lentamente y la entrelazo con la mía para intentar descansar. Esto es lo que necesito ahora. Estoy agotado y no hay nada mejor que pueda hacer más que mirarla dormir.
Le falta pelo, algunos espacios vacíos entre mechones dejan ver parte de su cuero cabelludo. No entiendo cómo, a pesar de faltarle pelo, puede estar tan guapa. Solo ella puede lograr irradiar tanta belleza, aunque su cuerpo deje de funcionar poco a poco. Respira lentamente, y eso me conforta. Está sumida en un profundo sueño, y yo acabo de enfrentar un poco de realidad. Esa realidad que he decidido dejar atrás para poder seguir adelante.
Porque así se vive la vida, dejando morir algunas cosas para que otras puedan nacer.
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