Capítulo IV
Abro los ojos y me encuentro en mi habitación. Las luces están encendidas y me siento energéticamente drenada y físicamente exigida, pero es una incomodidad satisfactoria. Escucho una respiración detrás de la mía. James. Su brazo descansa sobre mí, y las sábanas cubren parte de nuestros cuerpos desnudos. Necesito verle la cara. Me doy vuelta lentamente tratando de no despertarlo y lo encuentro más pacífico que nunca. Parece un niño. No por la manera en que duerme sino más que nada por sus facciones, que se acentúan mientras inhala y exhala rítmicamente. Joder, además de sexy, tierno. ¿Lo cual lo vuelve más sexy...?
Lo observo e intento congelar este momento en mi mente. He dormido con James McOwen en mi cama, y no ha sido un sueño. ¿Cuánto he dormido? Miro el reloj de mi mesa de luz. Levanto la vista hacia los artilugios que cuelgan de mi techo mientras escucho que James hace ruiditos como si se estuviera despertando. Qué agradable que es estar a su lado.
—Hola —saluda con la cabeza sobre la almohada y los ojos cansados, sonriéndome de oreja a oreja pero sin abrir la boca.
Realmente es demasiado guapo, y parece que no puedo tener suficiente de él. Creía que ya iba a estar saciada, pero no. Lo quiero para mí todo el tiempo.
—Hola —le respondo.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —me pregunta mientras busca con la mirada un reloj.
—Son las nueve de la noche.
Se ríe.
—Es verdad que íbamos a hacer el trabajo de literatura, y estoy aquí desde... ¿qué hora exactamente?
—¿Desde las dos? No lo sé muy bien, más o menos esa hora.
—Es difícil ubicarse en el tiempo con las persianas cerradas, ¿no te parece?
—Esa es la idea. —Mi barriga hace un ruido muy fuerte—. Me parece que tengo hambre —le digo conteniendo la risa.
—Te acompaño en el sentimiento. No hemos comido nada, ¿verdad? —James se ríe entre medio de un bostezo.
—No recuerdo muy bien qué ha pasado cuando hemos llegado.
Me paro a pensar: al salir de la cocina vine al cuarto con provisiones. Me siento en la cama y las busco con la mirada. Me pongo de pie y camino hacia la comida que había dejado sobre el escritorio hace unas horas.
La habitación está más desordenada que antes. Mis prendas y las de James junto con nuestra ropa interior, esparcidas por el suelo.
—¿Podemos congelar este momento para siempre? —me pregunta, apoyado sobre su brazo.
Vuelvo a sentarme en la cama, apoyo las cosas sobre las sábanas y busco el calor de su cuerpo. Me acuesto con mi cabeza sobre su pecho mientras comemos las galletas.
—Sí... hagámoslo —le respondo después de besar su brazo.
Dibujo círculos en sus manos tan perfectas, esas que apenas unos días atrás observaba con tanto fervor. Son tan suaves y acogedoras.
—También deberíamos hacer el trabajo de literatura —me dice al oído.
—¡Bobby! —Me exalto y me doy vuelta para verle la cara. —¡Nos hemos olvidado de Bobby! Oh, no. ¿Y si viene y nos ve así? Peor aún, ¡¿y si ya ha venido?!
De pronto pienso que debería haber pasado por mamá antes. Oh, Dios. Mamá. Ella sí nos ha visto. Y peor... nos ha visto ya sabiendo lo que sucedería después. Sabe perfectamente lo que pasa entre James y yo. Además, sabe que acabo de conocerlo. Debe de pensar que soy una regalada, va a sacar conclusiones estúpidas. ¿Y George? ¿Se lo habrá contado a George? Qué vergüenza, tendré que dar explicaciones como ha exigido mamá, pero me preocuparé mañana. No planeo moverme de este lugar en las próximas horas y a sabiendas de que ella no vendrá. Al menos eso parece, podría haberlo hecho en estas horas y sin embargo no lo ha hecho. ¿Debería preocuparme ahora?
—Bobby no vendrá, Alexandra —pronuncia, trayendo al sujeto que ha dado inicio a esta conversación.
—¿Por qué? ¿Cómo lo sabes?
—Porque me lo dijo —admite mientras me acaricia la mejilla con el pulgar.
—¿Cuándo te lo dijo? —James toma un trago de zumo directo desde la botella—. James... ¿Cuándo te lo dijo?
—Ayer —me responde, se da por vencido después de eternos segundos.
—¿Y no pensabas contármelo? Ya veo. Sabías que no iba a venir y has fingido... habías planeado todo esto —suelto decepcionada.
Claro que lo había planeado, qué estúpida soy.
—¿Qué? ¿Acaso piensas que ya sabía lo que iba a pasar? ¡No! Bobby me contó que no podía venir pero me dijo que trabajáramos igual. Le advertí que no lo aceptarías y que propondrías quedar el sábado. Él me dijo que pasaría el fin de semana en Louisville, así que nos he ahorrado una discusión y simplemente he venido solo.
Lo miro mientras tomo su mano entre las mías y evalúo qué creer.
—A eso le llaman mentira blanca —le respondo conteniendo una mirada acusadora.
—Va en serio... ¿Cómo piensas que pude haber planeado esto? Además, no sabía que eras tan increíble como imaginaba. Aunque no lo parezca, suelo fantasear mucho, ¿sabes? Antes de que las cosas pasen.
—Y eso te trajo varios problemas con el amor allá en Manchester, ¿verdad, McOwen?
—No estoy de humor para anécdotas y mitos urbanos.
—¿Así que el guapísimo James McOwen tuvo el corazón roto y no solo una vez, sino varias? Oh. Qué sorpresa... —expreso con tono sublime mientras me observa con los ojos entrecerrados y reprime una sonrisa.
—Alexandra, realmente no quieres saber lo que pienso.
—Me gustaría escuchar qué pensabas... —le digo sonriendo mientras me apoyo sobre su torso desnudo— acerca de mí.
—¿De veras quieres saberlo?
—Por favor.
Mira el techo mientras me acaricia el pelo, y me acomodo para
escucharlo.
James entrecierra los ojos como testeando mi pedido, a ver que tan en serio voy. Pongo las cejas en alto, dandole la señal de que voy muy en serio.
—Bueno. Para empezar, apenas te vi imaginé que eras una persona muy excéntrica pero no de las que se esfuerzan por serlo, sino más bien de las que tratan de reprimirlo y fallan notoriamente. Me llamó la atención cómo combinas tu ropa sin esforzarte en hacerlo. Esas sonrisas auténticas la primera vez que nos quedamos hablando en el comedor, como si te salieses del guión de ser tú misma... Eso admito que me daban ganas de besarte. Hubo una vez que tuve que contenerme y me alejé unos centímetros de tu cuerpo porque creí que no podría aguantar. El día que recitaste la poesía en clase... no puedo dejar de recordar cómo la narrabas, con cierto miedo a olvidarla combinado con la omnipotencia de tu voz, dulce y rebelde. Lo perfecta que parecías, tus ojos tan profundos. La forma en que crees saberlo todo, tus impulsos, lo poco que te importa lo que los demás piensen... Todas esas cosas fueron despertando ciertos deseos en mí. Y además, debo reconocer, Alexandra, que no hubiera hecho esto si no me hubieras demostrado que yo también te gustaba. Lo que tienes de excéntrica, también lo tienes de transparente, y eso me encanta.
Guau, no sabía todo esto. Pero lo de ser transparente, eso sí lo sabía. ¿En serio le gusta mi sonrisa? Pensaba que era yo la única embobada.
—A mí me cautivó la manera en que llevas tu pelo peinado pero despeinado a la vez. No sé cómo consigues ese efecto pero, por favor, no dejes de hacerlo. ¿Sabes qué es lo que no entiendo? No entiendo cómo puedes conseguir que todo lo que haces parezca perfecto. Hasta me ha frustrado en algún punto, porque pensaba que estabas en un nivel más arriba que el mío todo el tiempo.
James me acaricia la espalda.
—Qué curioso, pensaba que era yo el que te creía perfecta...para mí, claro.
Otro momento más para congelar. El mundo no puede ser tan perfecto. Realmente, después de tanta perfección, algo malo tiene que pasar. Abandono ese pensamiento y vuelvo a empaparme del presente.
La noche transcurre lenta y fastuosa. Hay momentos en que me duermo mientras él reda el trabajo práctico en mi ordenador; luego me despierta con besos en la oreja o en la nariz, y continuamos haciendo el trabajo juntos. Más tarde, él se queda dormido mientras yo lo observo dormir o escribo. De pronto nos despertamos los dos y hablamos de cualquier cosa. El tiempo parece estar detenido.
Después de despertar por enésima vez en la noche, observo el reloj... son las cuatro de la mañana.
Me doy vuelta y descubro a James leyendo una hoja suelta de color hueso, ¿de dónde ha sacado...? ¿Qué?
—¡¿Qué haces?! —le pregunto sorprendida y se la saco de las manos—. ¡No puedes leer eso!
—Eres increíble, Goodman. Escribes muy bien, ¿cómo lo haces? Uf. No dejas de sorprenderme.
Mierda. ¿Qué más habrá leído? Debo admitir que a veces escribo en hojas sueltas que dejo tiradas por ahí, y no imaginaba que alguien pudiera encontrarlas. No sé si me parece apropiado que ya me conozca tanto, ha pasado solo una semana, y estamos desnudos en mi cama hablando de lo mucho que nos gusta el otro. No creo que sea el momento de saber cosas tan íntimas.
—James, ¿qué has leído? —le pregunto cada vez con más miedo.
—Un ensayo sobre mí titulado "Los ojos de James McOwen". —Me toma el pelo. Lo golpeo torpemente en el brazo y evalúo esa posibilidad mientras él se ríe a carcajadas, como si supiera que eso podría pasar. —Mentira. Se llama "Crónica de una cotidianidad" y, por lo que he leído hasta ahora, es muy bueno, pero has interrumpido la lectura.
Lo miro dubitativa, no recuerdo ese escrito en particular. James me observa, luego desvía la vista hacia la hoja y se acomoda en su lugar. Suspiro y se la entrego, dudosa. ¿Es como venderle el alma al diablo?
—"Hoy es uno de esos tantos días en los que me quiero ir bien lejos" —lee James, y ahora ya recuerdo cuál es—. "No importa a dónde, pero estas ganas dominan mi ser, suben desde mis extremidades hasta meterse adentro, bien adentro, y se apoderan de lo que alguna vez fue mío. Retumban en mis oídos conversaciones vacías, mis retinas captan imágenes huecas que solo quieren complacer al otro. Huelo ese olor a falsedad y engaño y se impregna en mi ropa, a veces con tanto apego a mí que parece contagiarme pero no... otra vez no... no voy a permitirles ser protagonistas de mi historia. No voy a dejarlos absorberme como ellos han sido absortos. No me interesa ser uno más de ese montón típico, clásico, aburrido, banal. No quiero mostrarme al mundo de esa manera y que por dentro me carcoma la inseguridad. Porque a ellos los domina la inseguridad, los doblega y los transforma. Son tomados poco a poco por la nube tóxica de malos aires, y los lleva a malos ambientes, malas costumbres, malas actitudes. Pero freno un segundo y respiro hondo. Intento tragar y nutrirme de aire puro, de los buenos recuerdos, buenos momentos, buenas historias. Porque las hay, y no son pocas. Es difícil buscar en los polvorientos rincones de mi mente y, como quien no quiere la cosa, me dejo llevar otra vez. Dominada al fin por estos buenos aires, me lleno los pulmones y salgo a mi cotidianidad. Nadie dijo que iba a ser fácil, pero nadie me recordó lo difícil que sería. Y otra vez salgo a este mundo confuso, absorbente y tóxico, pero con otra actitud, otra postura. Porque soy yo contra ellos. Y más vale acostumbrarse de una vez que vivir negándolo. Me lo recuerdo, lo releo y me lo creo. Y si es cuestión de actitud como muchos dicen, y en todo lo malo hay algo bueno, me enfrento al mundo y a sus invasores y los veo con otra mirada. Ya no los fulmino, los aprecio. Ya no los juzgo, los conozco. Y ya no me quedo sin participar de sus juegos. Me interesan, pero con cierta distancia les grito silenciosamente desde lo profundo de mi ser que para nada vale venderse por algo que no perdura...".
James me observa atónito después de leer mi escrito.
—Esto... es muy bueno. Deberías empezar a publicar estas cosas.
—En realidad es más una manera de descarga, al igual que la pintura. Las cosas que no sé expresar en palabras habladas... las escribo o las plasmo en un lienzo.
—Me encanta.
Quizá sea demasiado pronto para todo esto. No sé si estoy lista para amar tanto a alguien. Nunca lo he hecho... esta sería la primera vez y hay muchas cosas que me asustan. ¿Qué debería hacer?
—¿Te pasa algo? —me pregunta James, acercando mi cara a la suya—. Ey, dime, ¿qué pasa?
Realmente, ¿cómo lo hace para saberlo todo? Debe de tener un poder que percibe las vibraciones en el aire o algo así, quizás un sexto sentido. No se me ocurre otra opción.
—Me gustas mucho. En serio. Y me asusta desearte más de lo que debo. Piensa que acabamos de conocernos, James. No es muy normal que estemos tan fascinados el uno con el otro cuando ni siquiera ha pasado una semana desde que nos conocimos. —Nos sentamos en la cama, está preocupado, lo noto en sus ojos—. Lo que quiero decir es que todos los chicos que me han gustado a lo largo de mi vida me han dejado de gustar cuando la cosa se ponía seria. Seguro que hay un trasfondo psicológico, pero no me interesa saberlo. Da la casualidad de que siempre me ha pasado, menos contigo. Esta vez es distinto, lo siento en mis entrañas. Nunca nadie me ha despertado tanto como tú y, a pesar de haber dormido juntos ayer, creo que quiero más de ti.
—¿Y eso es... un problema?
—No tengo ganas de arriesgarme, sabiendo que puedo llegar a hacerte daño. Como te habrás dado cuenta, soy muy impulsiva y también muy independiente. Tengo miedo de hacerte daño y no darme cuenta. —James me observa pensativo—. Soy complicada, lo sé, pero ¿acaso no es mejor avisar antes de que el daño esté hecho? Porque puedo hacerlo sin darme cuenta y, si comparto mucho tiempo con alguien, lo último que quiero es pretender ser lo que no soy.
—Entiendo lo que quieres decir. Pero también debes entender que no puedo alejarme de ti, menos aún al saber que nos pasan cosas similares cuando estamos juntos. Vemos las cosas de distinta manera, y sé que lo entiendes. No puedo alejarme de ti ahora, a no ser que que realmente lo desees. Si así lo quieres, deberé hacerlo. No sé cómo, pero encontraré la manera.
Parece desanimado. Qué tonta. ¿Por qué se lo he dicho? Está bien que diga todo lo que pasa por mi mente, pero quizá no esta vez.
—Perdona, James, olvida lo que he dicho. ¿Ves? A veces no me doy cuenta del daño que puedo hacer al sincerarme. No está bien.
Lo siento, en serio.
Le acaricio las manos.
—No no, esto es justamente lo que está bien, Alexandra. No dejes de decirme lo que piensas nunca, por favor. No quiero que dejes de ser quien eres por estar conmigo. Pero, si me permites sincerarme, me parece que debes darle una oportunidad a lo que está pasando aquí entre nosotros. Solo eso. Probemos cómo van las cosas y luego decides. ¿Te parece bien? —trata de convencerme mientras me acomoda el pelo detrás de las orejas.
Le respondo con un gran beso y luego me acurruco a su costado.
—Me parece muy bien.
—Encontraremos la manera de estar juntos —dice, unos segundos antes de que me quede dormida... otra vez.
Vuelvo a despertarme, pero ahora ya es definitivo. Me desperezo mientras recuerdo... ¿qué recuerdo?
—¡Alexandra! —me grita George desde algún lugar de la casa. George. Mierda. ¿Mamá le habrá contado algo? No puedo jugármela ahora. No puede ver a James en mi habitación. Es demasiado. Además, ¿cómo me animaría a hablar de la manera en que hablamos siempre si sabe que su hija folla? Ahora entiendo por qué existen los tabúes. Benditos tabúes.
—¡Alexandra! —vuelve a repetir George en voz más alta todavía e interrumpe mis pensamientos.
—¡¿Qué pasa, papá?!
¡Mierda! James se despierta un poco y luego, con pereza, se tapa la cabeza con la almohada.
—¡En una hora salimos para casa de tu abuela! ¡Hoy es su cumpleaños! ¿Lo recuerdas?
Mierda. No es que lo haya olvidado, es que ni siquiera lo sabía. Recordaba que cumplía años a finales de agosto, pero no que era hoy.
—¿Lo recuerdas? —me repite papá del otro lado de la puerta.
Por suerte respeta mucho mis espacios. Dios mío, cuánta adrenalina. Maldigo en voz baja mientras James permanece acostado.
"No, papá, no lo recuerdo. Pero hay un hombre en mi habitación papá, ¡¿lo quieres conocer, papá?!"
—¡Sí, papá! Lo recuerdo —le miento rascándome la cabeza y me pongo de pie para pensar con claridad y obligar a mi lado dramático a cerrar el pico.
—Tu madre ha ido a Louisville a buscar el regalo, no sé qué compró con la tía Lilly pero no tenían envío, ¿te lo puedes creer? ¿Que clase de tienda no tiene envío hoy en día?
—¡Una poco seria, la verdad! —le respondo mientras trato de pensar qué mierda se supone que debo hacer. Poco seria yo, no la tienda.
—¡Eso mismo dije! En fin, ha salido hace una hora más o menos, ya estará por llegar. Cuando lo haga, quiero verte aquí fuera lista para irnos, ¿vale? No nos hagas llegar tarde hoy que a tu abuela le hace mucha ilusión verte.
—Mmhmmm...—mascullo mientras analizo todas las opciones posibles—. Miro la hora en mi reloj y veo que son las diez de la mañana. Mierda. Ha pasado mucho tiempo. No creo que mamá haya hablado con George. Si supiera que hay un hombre durmiendo en mi habitación, a pesar de ser tan comprensivo, sacaría su lado protector y lo echaría de casa sin problema, y no queremos un drama familiar en este momento—. ¡No tardo, papá! —le respondo mientras saco los restos de comida en mi cama y los pongo sobre el escritorio. Me envuelvo en la sábana en la cual me encontraba enroscada y empiezo a sacar las prendas del suelo.
—¿Estás bien, Alexandra? —me pregunta papá y empieza a abrir la puerta del cuarto.
¿Justo hoy a todos les da por hacer lo insólito? ¡¿Desde cuándo George es tan invasivo?! Supongo que es la ley de Murphy; como cuando estás mirando una película y aparece tu madre para decirte que ordenes tu habitación, y todos los personajes deciden empezar una orgía, aunque sea una película apta para todo público.
Apenas escucho el sonido del picaporte, corro hacia la puerta y la bloqueo antes de que sea demasiado tarde. Mi cama se encuentra en el lado izquierdo, así que me sitúo en medio del minúsculo espacio de apertura y veo a George muy pulcro, como siempre. Me tapo lo máximo posible, hasta cubrirme toda con la sábana blanca. Actúo un poco y me refriego los ojos mientras sostengo la puerta con el pie.
—Hola, papá, ¿qué te trae por estos prados? —le digo simulando un bostezo.
—No sonabas bien, Alex... ¿Has dormido bien? —Me observa confundido.
—Eso es porque me acabo de despertar. Estoy bien, papá, ahora mismo me cambio, así estoy lista para ir a casa de Nanny.
Lleva una camisa lisa y el mismo peinado de siempre. Gel en el pelo y una sonrisa muy carismática.
—He visto el Ford aparcado en el garaje. Tu madre me ha dicho que te lo ha prestado un compañero para practicar. Me parece muy bien que finalmente quieras aprender, pero ¿por qué no lo haces con el escarabajo, que es más seguro?
Mamá me ha cubierto. Uf. Qué alivio. ¿Qué le digo ahora? Vamos, Alexandra, piensa rápido.
—Es solo por el fin de semana, papá. Me lo han dejado justamente porque tenía miedo de sacar el escarabajo. No me siento cómoda conduciendo ese coche, no sé por qué...
Bastante bien.
—Bueno, podemos comprarte otro más nuevo si no te sientes cómoda.
—¡No! Está bien. Ya me acostumbraré. Gracias.
—Como tú digas, reina.
George hace ademán de irse mientras yo sigo escondida detrás
de la puerta.
—Estás muy guapo, papá. Ese perfume te queda genial.
—Qué dices, si no llevo puesto perfume.
Dios mío.
—Por eso mismo —añado guiñándole el ojo, simulando tenerlo todo bajo control.
George entrecierra los ojos, dubitativo, y se huele el cuello disimuladamente.
—Gracias, hija —dice, satisfecho pero un poco confundido.
Cierro la puerta y vuelvo a respirar de nuevo. Despierto a James acariciándole la cara con ternura pero a buen ritmo.
—James... Jamie, despierta. Vamos que ya es tarde, y mi padre está en casa —trato de sonar lo más suave posible.
—¿Qué pasa? —pregunta con los ojos cerrados.
—Que tienes que irte, ahora. Más tarde hablamos, ¿vale? Fúgate por la parte de atrás. No podemos arriesgarnos a que mi padre te vea —le advierto mientras recojo su ropa y la sostengo en mi brazo; se sienta al borde de la cama y bosteza.
—¿Tu padre está aquí?—Parece muy dormido mientras se pone los calzoncillos.
—Sí. Por eso tienes que irte por la parte de atrás —le repito y abro la puerta de mi habitación de arte.
—¿Qué? ¿Hoy no es un gran día para conocerlo?
Pongo los ojos en blanco y lo ignoro. Ahora que lo noto, es la luz la que hace que me duelan los ojos. Los ventanales cubren todo el espacio octogonal y el techo también, y a través de ellos, el sol matutino inunda el espacio. Dejo abierta la puerta que conecta ambos ambientes y me pongo la ropa interior. Luego le meto prisa a James mientras me visto con dos prendas que estaban allí tiradas, una falda y una camiseta cualquiera.
De pronto se escucha el sonido de la bocina del Audi. Mierda. Mamá ha llegado.
Empujo a James hasta la sala de arte, y él trata de entender lo que está sucediendo. Se encuentra tapado con otra de mis sábanas y tiene puestos solo los calzoncillos. Le alcanzo la mochila y la ropa.
—¡Alexandra! —grita mi padre, golpeándome la puerta.
—No tienes tiempo de cambiarte —le digo a James—. ¡Ya va! —grito a todo pulmón.
—No pasa nada —me responde, sonriendo.
—Llamaré a papá y a mamá a mi cuarto, así puedes coger el coche y pirarte. El garaje está abierto, mamá acaba de llegar, así que...
—¿Estamos rompiendo las reglas? —pregunta mientras me besa.
Le devuelvo el beso rápidamente.
—Conmigo vas a romper muchas reglas —le advierto en tono desafiante y me muerdo el labio inferior.
—Qué excitante que es usted, señorita Goodman —exagera su acento británico lo más posible aunque aún suena dormido.
—¡Alexandra! ¡Te estoy llamando! —me grita George otra vez, y escucho que mamá entra en casa.
—¡Ya va, papá!
Abro la puerta de vidrio y James la cruza. Tiene toda la ropa encima y la mochila también. Hace un poco de viento. Ojalá no se enferme. Corre nuevamente hacia mí y me besa la cabeza. Me río, y se va caminando por el césped. Frena un segundo y se despide con la mano, como solía hacer durante la semana cuando nos despedíamos antes de entrar en clase. Parece que eso fue hace mucho tiempo, pero apenas han pasado un par de días. Observo a aquel hombre que me ha cautivado por completo mientras hace un par de muecas graciosas que me hacen reír a carcajadas. Cierro la puerta y veo que da la vuelta a la casa y se dirige hacia el garaje.
Es el momento.
—¡Papá! ¡Mamá! ¡Venid! —llamo a mis padres lo más fuerte posible, acomodo bien la cama y me meto adentro.
A los cinco segundos entran en la habitación.
—¿Qué pasa? —me preguntan ambos mientras George me observa preocupado. Mamá me mira de distinta manera, entiende lo que pasa y actúa de cómplice.
—Me encuentro un poco mal. —Finjo toser —. Papá, ¿puedes darme algún medicamento antes de ir a casa de Nanny? No me gustaría pasarlo mal en su cumpleaños.
—¿Así que te encuentras... mal? Ya veo... —advierte mamá y se cruza de brazos, sabe que les estoy mintiendo.
—Pero hace cinco segundos me has dicho... —empieza a decir George, sin entender.
—No quería preocuparte, papá. Si me dais una pastilla o algo, seguro que mejoro. —Finjo toser más alto y los miro con los ojos entrecerrados.
—Seguro que sí. Vístete, ya estamos llegando tarde. Ponte algún abrigo, te cogeré algún jarabe para la tos —dice George, acariciándome la cabeza.
Se va de mi habitación, y mamá me hace señas de "te voy a matar" antes de irse, a lo que le respondo con un "gracias" en voz muy baja.
Apenas salen de la habitación corro al baño a darme una ducha rápida. Papá me da el jarabe y luego nos vamos a casa de Nanny, una especie de estancia a unos cien kilómetros de Beechmont, a medio camino de Lexington y cerca del National Forest, donde se encuentra Cave Run Lake, un lugar al que solíamos ir a pasar el día de camping con Florence y George cuando era niña.
Viajamos en el Volvo de George, y noto que mamá me da otro trato, diferente del habitual. Parece que esta noche tendré que tener una larga charla con ella, pero agradezco que me haya ayudado.
Vaya, ha sido un día largo. Pienso en James y siento los mismos escalofríos de siempre, pero esta vez más cercanos, más reales. Ahora conozco lo que se siente al tocar su piel, el verdadero color de sus ojos, la manera perfecta en que canta o besa. Espero verlo más tarde. Ya lo echo de menos.
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