Capítulo III
¿Planes para el fin de semana? Descanso mental de todo. Necesitoalgún tipo de conexión natural con el verde. Quizás el sábado me lo pase pintando en las afueras de casa o salga a dar una vuelta en bicicleta, a buscar inspiración para escribir algo. Sé que solo es jueves, pero me gusta ordenar mi mente de alguna manera si se trata del fin de semana.
Esta vez llego temprano al instituto. Al notar mis pasos extrañamente tranquilos, me miro los zapatos y admito que pueden parecer bastante aniñados, de esos con hebilla y arcos en el cuero que permiten ver el color de las medias que llevas puestas. Creo que se llaman guillerminas. Aferro mis manos a las correas de la mochila y camino por el pasillo principal mientras me cruzo con los mismos seres no identificables de siempre.
Ayer no compartí ninguna clase con James y ni siquiera lo vi por el bar del instituto o en las cercanías de por aquí. Quizá no vino. Hoy tengo Literatura, por ende, él también. Ojalá asista a clases, debo preguntarle de alguna manera si puedo estar en su equipo para el trabajo práctico. Sé que tendré que soportar a Bobby, pero no me queda otra opción. Prefiero eso a que la profesora me incluya en otro grupo. Además no puedo dejar pasar más tiempo, la primera entrega es la semana que viene.
El asunto es cómo se lo digo sin sonar desesperada. De cualquier manera, que le diga "Ey, James, ¿puedes incluirme en tu equipo?", sonará como: a) Hola, soy una persona sin amigos con quienes realizar un trabajo; b) Necesito estar cerca de ti el máximo tiempo posible y estar en tu equipo me proporciona la oportunidad; c)... No sé, pero parezco desesperada de todos modos. Quizá si lo disfrazo un poco...
Bueno, qué más da.
Entro temprano al aula y solo veo a tres alumnos charlando entre ellos; un par sentados sobre los pupitres y otro sobre una silla. Sin pensarlo, me dirijo al mismo lugar donde me senté el martes. Lado izquierdo, tercera fila. Suena el timbre.
La profesora pasa lista y luego comienza con la clase. Cada vez que escucho entrar a algún alumno me quedo petrificada en mi lugar y trato de disimular mis ansias, pero los tres que llegan diez minutos tarde se sientan al fondo y después de unos segundos me doy vuelta disimuladamente para identificarlos. Ninguno de ellos es James. Eso me alegra un poco porque, si fuera él, tendría la posibilidad de sentarse a mi lado, ya que el asiento se encuentra vacío... me extraña el hecho de que no esté. Me detengo un poco en mis pensamientos y me doy cuenta de que estoy más estúpida que nunca. ¿Acaso este chico británico despierta más cosas en mí de las que debería? Sé que soy una persona muy obsesiva con lo que me gusta, pero esto está llegando demasiado lejos. ¿Hace cuántos días que lo conozco? ¿Una semana? No, ni siquiera... Cuatro días, me parece... ¡¿Cuatro días?!, ¡¿cuatro días y ya estoy actuando así?! Dios mío, qué me resta para lo que queda del año, si acaba de empezar.
Nerviosa, comienzo a dibujar garabatos al costado de la hoja. ¿Qué me pasa? Voy a terminar espantándolo. ¿Se habrá dado cuenta de lo mucho que me gusta? Aunque lo acabe de conocer, no me podría gustar más que de esa manera. No sé, ojalá que no. Si se llegara a dar cuenta, eso me convertiría en la persona más desesperada del instituto o, peor aún, del mundo. Dios mío, Alexandra, qué vergüenza. Deberé empezar a ignorarlo un poco. Me será difícil, ya lo sé. Pero será mejor para mi bienestar emocional. Mierda. Soy tan estúpida.
—¡Hola, Alexandra! ¿Puedo...? —me sorprende una voz muy rasposa y grave. Y británica.
¿Dónde estoy? Cierto, en clase. James me mira como esperando una respuesta, y todavía no consigo reaccionar. Está vestido con una chaqueta gris y lleva puesta una bufanda color rojo granate. Parece ser que seguimos con la ola de frío. ¿O echará de menos Inglaterra? Tiene el pelo desprolijamente perfecto, su sonrisa perfecta y los ojos también perfectos. Sí. Definitivamente es James McOwen. ¿Que no es acaso humano? Repaso rápidamente sus facciones intentando encontrar un punto negro, una cicatriz de la infancia o una desproporción facial. No. Ni una maldita imperfección. Uf. Suspiro mientras vuelvo en mí y recuerdo que debo responderle.
Saco torpemente mi mochila del asiento contiguo a modo de respuesta.
La profesora Thompson, que antes estaba escribiendo en la pizarra, se da la vuelta y cruza los brazos con el semblante serio. Uf, aquí viene.
—¿Alguien más quiere llegar tarde a mis clases? —pregunta irónicamente pero muy seria. Guau, parece otra persona este año, menos paciente. Eso sí, es gracioso cómo el favoritismo mantenido en el tiempo es algo que nunca ha existido en esta mujer. Una clase te adora, la otra te detesta. Creo que hace que me guste más—. Señor McOwen, ¿le parece aceptable llegar tarde justo a una clase de literatura? Y además, siendo usted británico... Pensaba que la educación en ese país era algo primordial.
La profesora enfatiza las palabras "tarde", "literatura" y "británico" mientras mira a James a través de sus gruesos cristales. Él tarda en reaccionar ante el reto y la examina con los ojos entrecerrados. Incluso unos pocos reaccionan dignándose a hacer comentarios de abucheo y risitas cómplices. Qué idiotas.
Los demás alumnos, incluyéndome, lo observamos esperando su respuesta.
—Con todo respeto, profesora Thompson, deberá saber que una persona es como es independientemente del lugar donde nació. Por supuesto, estoy enterado del hecho de que mucha gente ve a la cultura inglesa como un aglomerado de gente educada, y la verdad es que no sé qué relación tiene ser educado con el tono de un acento, si es que la conexión viene por ese lado. Una persona adquiere educación en su hogar, y la puntualidad es parte de una actitud de responsabilidad ante quien corresponda independientemente del país de nacimiento. Lamento mi retraso en el día de hoy, sé que no tengo argumentos para defenderme, solamente espero que entienda que hay cosas que van más allá de uno. Disfruto mucho de su clase, de verdad. Y espero que comprenda que no fue mi intención llegar tarde. Si quiere, puedo aceptar cualquier tipo de castigo... puede hacerme recitar o leer algo en voz alta, pero aclaro que no lo haría tan bien como la señorita Goodman. —Su modo de mencionar mi apellido hace que algo se encienda dentro de mí. Lo observo sin poder sacarle los ojos de encima. ¿Realmente le habrá gustado cómo recité aquella poesía? Oh, que deje de hablar, su voz me está haciendo espectacularmente mal y ya comienza a notarse en mis mejillas—. Pero si usted lo prefiere, puedo retirarme ahora mismo. Tomo completa y absoluta conciencia de mi retraso —dice James, tranquilo, y hasta con ternura. Hace ademán de levantarse, y la profesora, casi petrificada por lo que acaba de escuchar, reacciona con una suerte de delay.
—Está bien, McOwen, puedes quedarte, pero procura llegar puntual a mi clase. No soporto la impuntualidad.
La profesora se da la vuelta y continúa con la clase sin más. ¿Cómo puede ser? ¿Ni una sonrisa de aprobación o guiño? Definitivamente le ha llegado la menopausia.
James me mira mientras y me hace un gesto de "uf, qué suerte". Si supiese que Thompson jamás sería capaz de echarlo de clase. Me detengo en su complicidad. No puedo dejar que sus encantos me lleven a pretender más de él. Concéntrate, Alexandra. Debes empezar a prestarle menos atención.
La clase continúa con una lectura de El extranjero de Albert Camus, que la profesora realiza en voz alta. Presto atención a aquellas maravillosas palabras, a pesar de haber leído ese libro más de cinco veces. Es uno de mis favoritos. Sabato también habla del existencialismo en El túnel. Los temas recurrentes en este tipo de lecturas son el de la incomprensión, la imposibilidad de comunicación entre el hombre y el mundo, y entre el mundo y el hombre, y la condena perpetua de vivir en un mundo al cual uno no cree pertenecer. "Ni siquiera estaba seguro de estar vivo, puesto que vivía como un muerto", escribe Camus en esta obra. Qué maravillosas palabras. No practico el existencialismo en mi vida, pero hay pequeñas cosas con las cuales me siento identificada.
Termina la clase y me felicito por haberle prestado poca atención a James durante estas dos horas. No sé cómo lo he hecho, pero lo he hecho. Supongo que Meursault y su nihilismo han sido de mucha ayuda.
—Por favor, hoy no te largues a correr por el pasillo. Estoy bastante agotado como para salir corriendo detrás de ti —me dice James mientras se pone la mochila—. Por cierto, eres bastante rápida.
Sonrío y comenzamos a caminar por el pasillo.
Debo decírselo ahora. Es el momento.
—James... ¿Te molestaría si hago el trabajo de literatura con tu equipo, es decir, contigo y con Bob Freeman? Sé que cuando me lo dijiste el otro día fue por compromiso, pero me vendría bastante bien la propuesta.
Bien hecho.
—¿No escuchaste que no creo en los modales? —me dice, chistoso.
—Puede ser, pero no juega a tu favor la manera en que hablas, pareces muy educado todo el tiempo. Lo lamento, pero así es como suena...
—¿Ah, sí? —me pregunta al acercarnos al mostrador del bar. No sé por qué, pero lo sigo en sus acciones—. Bah, los norteamericanos sois muy desproporcionados, me parece.
—En eso puede ser que tengas razón. Al menos aquí, dentro de estas cuatro paredes, la mayoría lo es —le respondo mientras miro la vitrina con los alimentos conservados bajo frío. Cupcackes, galletas con chips de chocolate, sándwiches... De pronto, como si acabara de recordar que existe la comida, un hambre feroz se apodera de mí.
—¿A qué hora sales hoy de Historia? —pregunta con la vista clavada en la vitrina.
Espera un segundo...
—¿Cómo sabes que hoy tengo Historia? —advierto intrigada, tratando de no mostrar la pequeña alegría de saber que ha averiguado ese dato.
James me mira y luego vuelve su mirada a la vitrina alzando los ojos. Observo su maravilloso perfil mientras espero su respuesta. Hoy sus ojos están de un color verde muy brillante y su nariz... no lo había notado antes, pero tiene una curva bastante perfecta y algunos rulos, o más bien ondulaciones enruladas, caen despeinados al lado de sus cejas. De pronto me invaden las ganas de dibujarlo, pintarlo en un lienzo, plasmarlo de alguna manera, observarlo sin un tiempo límite para hacerlo. James hace ademán de darse la vuelta y... Se me ha acabado el tiempo de escaneo.
—Cuando hablamos el otro día, sobre lilas y compañeros, pensé que terminarías formando parte de nuestro grupo y le pregunté a Bobby si estaba de acuerdo. Me dijo que sí, que no había problema, y quedamos en juntarnos hoy después de clases en el comedor para preparar la primera entrega. Al parecer, como lo demostraste entonces, eres una persona bastante impulsiva, así que no sabía si asistirías a Literatura. Le pregunté a Bobby si sabía qué clase tenías después, para buscarte a la salida. Él me contó que tenías Historia, y lo sabe porque comparte las clases contigo desde hace tiempo, entonces pensaba ir a buscarte para decirte que hoy nos juntaríamos a hacer la primera entrega del proyecto y para ver si podías reunirte con nosotros, pero ya ves... te has adelantado un poco. Así que ya lo sabes —me dice.
—¿Qué queréis? —pregunta Alice del otro lado del mostrador, con ese típico gorro de cocinera medio transparente que contrasta con su tez tostada y arrugada por llevar excesivas horas de sol encima. —¿Quieres algo, Alexandra? —me pregunta James mientras observo dubitativa la vitrina por enésima vez—. Yo quiero un cupcake de arándanos y uno de esos refrescos, por favor. —Vuelve a dirigirse a mí.—. ¿Y?
—Quiero una galleta con chips de chocolate —le digo a Alice mientras saco la billetera de mi mochila—. Por favor —agrego. Vaya... parezco maleducada a su lado. Bah, en realidad siempre lo he parecido, solo que ahora se nota.
—Serían siete con cincuenta. ¿Te cobro a ti, chico, o por separado? Ambos respondemos a la vez pero dos cosas distintas. Él dice: "A mí". Yo digo: "Por separado". Oh, no. Odio este tipo de discusiones.
—En serio, déjame pagar, James —le digo, extendiéndole el dinero a Alice.
James no me mira y también le extiende el dinero a Alice. Le dice: "Por favor", de manera muy calma. Alice nos observa a ambos y toma el dinero de James.
¡¿Por qué ha elegido su dinero y no el mío?! ¿Acaso esa mirada nos tiene a todas hipnotizadas? La profesora Thompson, ahora Alice. Dios mío, esto es muy injusto, por no decir machista.
James le agradece, coge su cambio, levanta la bandeja y me hace un gesto con la cabeza para que lo siga. Al parecer no vamos a tener ninguna discusión. Sigo sin entender lo que ha hecho. A fin de cuentas, es educado... ¿o debería decir "caballeroso"? ¡¿Cómo de machista es que esté intentando justificarlo?!
Nos sentamos a una mesa doble, y me da mi galleta sin mirarme. Aclaro mi garganta tratando de captar su atención.
—¿Por qué no me has dejado pagar mi comida?
—¿Por qué tienes que preguntarlo todo? —Sigue mirando su comida—. Simplemente he querido hacerlo y fin del asunto. No hay un por qué para todas las preguntas, Alexandra.
De pronto se me ha ido el hambre. Miro a James dubitativa y le doy un pequeño bocado a mi galleta.
—Entonces, ¿te quedarás hoy después de Historia para hacer el trabajo con nosotros? —pregunta antes de dar un bocado.
—Sí... ¿Tú también tienes Historia? —le pregunto, esperando un "sí" como respuesta.
—No. Tengo Estudios Cívicos.
Asiento mientras le doy otro bocado a mi galleta.
—¿Tienes ganas de contarme por qué has llegado tarde hoy? Quiero decir... solo si tienes ganas —digo ya arrepentida de preguntarle eso—. Perdona, no es de mi incumbencia, lo siento... además ha sido una pregunta estúpida.
—Tranquila, no pasa nada —responde. Sus ojos brillan más que lo normal, y ahora sonríe. —Como habrás notado, soy inglés. Vine con mi padre desde Manchester y llegamos el domingo antes de empezar las clases. Nos mudamos a los Estados Unidos porque papá no conseguía trabajo de su oficio en Inglaterra y necesitábamos alejarnos de allí, de todo, en realidad. Él pensó que el lugar más fácil para una rápida adaptación en el instituto y para conseguir trabajo por el idioma, sería aquí. Solo quedamos nosotros dos en mi familia, así que fue una decisión rápida. Mi abuela paterna falleció hace un mes, y lo heredamos todo porque papá es hijo único. Ese dinero nos ayudó a decidir nuestro viaje y a comprar los billetes y una pequeña casa en Beechmont. Como sé que eso no durará para siempre, decidí contribuir con la causa trabajando en un bar por las noches, los días entre semana. Es el único trabajo y horario disponible al cual podía adaptarme. Llegué tarde porque volví de mi primer día de trabajo a un horario poco conveniente y solo pude dormir una hora. Me quedé dormido unos minutos, y el resto es historia.
—¿Por qué Beechmont? No es un lugar donde los extranjeros suelan venir.
—Por eso mismo lo elegimos.
Proceso lo que James me ha contado de la misma manera en que mastico mi galleta. Lenta y progresivamente. Además de que anda con problemas económicos, me pagó la comida. ¿Por qué lo hizo? Realmente no era necesario. James toma su bebida y me observa con la cabeza apoyada en el brazo.
—¿Y cuánto tiempo planeas quedarte a vivir aquí?
—Todavía no lo sé. Por lo pronto un año, y luego veré qué quiero hacer con mi vida. Me gusta este lugar.
—¿Te gusta?
James asiente.
—Por ahora no tengo planes para irme del país.
—Espera a conocerlo un poco más —le respondo con absoluta sinceridad.
—No hace falta conocer algo para saber que te gusta, Alexandra —me advierte, entrecerrando los ojos—. ¿Qué? ¿Quieres que me vaya?, ¿Acaso me estás echando?
¿Qué? ¡¿Qué?!
—¡No! —contesto demasiado rápido—. No, por supuesto que no... no sé por qué he dicho eso. La verdad es que... —James me observa esperando una respuesta—. La verdad es que soy muy impulsiva y, como ves, no pienso lo que digo... o no digo lo que pienso... a veces. Casi nunca.
Suena el timbre y nos ponemos de pie.
—Eso es bueno, pero solo a veces —me dice sonriendo mientras muerde la pajita de su refresco.
Basta. Que deje de hacer eso. Los impulsos no me vienen bien ahora. Alexandra, recuerda: dale su espacio.
Respiro al darme la vuelta para salir del comedor.
—¿Entonces quedamos con Bob a la una de la tarde?
—A la una de la tarde —repite James. Se despide con la mano mientras pasa por una de las puertas azules.
Este chico me está volviendo loca en el mal y en el buen sentido de la palabra.
El resto del día transcurrió irreprochablemente normal. Al mediodía nos reunimos en el comedor con Bob y James. En verdad debo admitir que Freeman me gustó en comparación con la impresión que tenía de él. Parecía un chico bastante vago, de esos que no leen y hablan sin saber, pero cuando le pregunté qué leía, esperando un "nada" de su parte, me sorprendió con un "Kafka". Bastante absurdo de mi parte prejuzgarlo de esa forma.
Charlamos sobre cómo íbamos a encarar nuestro proyecto, lo apuntamos en mi portátil y nos pusimos de acuerdo con algunas fechas tentativas para organizar el resto del trabajo.
James propuso la idea de quedar también hoy, viernes, para terminar la primera entrega. Según nos comentó, esta noche habrá un partido importante en el que juegan dos equipos locales de Irlanda, yo no tenía idea de eso y no tenía por qué saberlo pero, en fin, ahora lo sé. Parece que los dueños del bar donde él trabaja son irlandeses, viven allí mismo y lo cerrarán para hacer un evento privado con su familia o algo así. No entendí mucho y tampoco me pareció que valiera la pena preguntar. Lo importante es que James no deberá ir a trabajar hoy y, por ende, tendrá la noche libre para realizar el trabajo.
Bobby al principio se quejó porque "el viernes es un día de descanso". Estoy de acuerdo con eso, pero un trabajo de Literatura no me parece para nada aburrido para hacer un viernes, sumado al hecho de que James también deberá estar presente, y además nos quedan pocos días para la entrega. Claro que entiendo que a Bobby no le interese tanto como a mí quedar con James, así que no se lo discutí. Tratamos de buscar otra fecha para vernos, pero nuestros horarios eran casi incompatibles, más que nada con los de Bobby. Parece que ser quarterback en el equipo del instituto es más demandante de lo que creía. Entrena casi todas las tardes, menos los jueves y los viernes. Y la entrega es el martes, así que quedaremos hoy por la tarde.
Acerca de dónde quedar para hacer el trabajo, Bobby dijo que en su casa era imposible porque su hermana daría una fiesta de cumpleaños. James advirtió que su casa estaba aún llena de cajas y los muebles tapados con plástico y polvo pero que, si no quedaba otra opción, estaba disponible. Lamentablemente tuve que ofrecer mi casa, y obviamente, para comodidad de todos, parecían estar conformes. Detesto invitar gente a casa, nunca lo hago. Odiaría las conclusiones que pudieran llegar a sacar con respecto a los lujos de mi hogar. Eso es lo único que no me gusta de todo esto. Y menos ahora que sé que el padre de James vino a este país para buscar trabajo. ¿Qué pensará de mí después de conocer mi casa? ¿Acaso me verá como una niñita caprichosa, superficial y adinerada? Me altero al pensar en esa posibilidad.
Ya es mediodía y no hace tanto frío como los días anteriores. Hay muchas nubes, asoma un poco de sol de vez en cuando. Ya estamos a mediados de agosto y es normal encontrarse con un clima bastante variable, pero debo admitir que nunca hemos pasado un verano tan frío como este. No tengo frío en este momento pero sí ansiedad y dolor de cabeza. Tomo una pastilla del blíster, aunque estoy segura de que estas no curan los nervios. ¿Será por los nervios que últimamente me duele tan a menudo? O será la ansiedad... Mierda, McOwen. Me provoca cierta risa interna tener a quien culpar de todos mis males y que esta vez no sea mi madre. Qué ilusa.
Pensar que James, Bobby y yo iremos a mi casa en menos de una hora me hace tener ganas de huir lejos.
Lástima que no vaya a poder hacerlo.
De pronto suena el timbre y salgo de mi clase de Francés. Me dirijo a la entrada del instituto, donde hemos quedado para encontrarnos los tres para ir desde allí juntos a mi casa. A medida que me acerco a la puerta me invaden los nervios. ¿Por qué soy tan insegura con este tipo de cosas? Sé que me interesa la opinión de James, pero no debería preocuparme si se basa en mi casa para juzgarme. Además, todavía no han venido y ya estoy maquinando de esta forma. "Concéntrate, Alexandra."
Miro por el cristal de la puerta principal y diviso a James, con gafas oscuras, apoyado contra uno de los árboles. Salgo de allí, impotente ante su figura, y exhalo con fuerza para ahuyentar esa bola de nervios y de ganas que se apodera de mi estómago. Me dirijo con lentitud hacia él mientras observo detenidamente sus movimientos. La manga arremangada de su camisa cuadriculada, el cuello de su camiseta blanca, la manera en que caen los tejanos ajustados sobre sus piernas perfectas, su pelo. Oh, Dios.
Ya no puedo más.
—Hola, James —digo, y lo saludo con un beso en la mejilla—. Alexandra, ¿cómo estás?
—Bien, supongo... ¿Y tú? Sabes... creo que es la primera vez que nos hacemos esta pregunta desde que nos conocimos sin conocernos.
—Tienes razón. Esa sí es una pregunta complicada.
Sonrío, y me acuerdo de Bobby.
—Tenemos que esperar a Bobby. Debe estar en detención, siempre lo está. Normalmente duran como mucho quince o veinte minutos. Esperémoslo aquí fuera.
—¿No te lo dijo? —me pregunta James con las manos en los bolsillos de sus tejanos e interrumpe mi ademán de sentarme en el césped que bordea la escalinata del instituto.
—¿Decirme qué?
—Que hoy no iba a clase porque su madre le había pedido ayuda con los preparativos de la fiesta de su hermana, y por la tarde tiene que ir a casa de su padre a ayudarlo con un trámite o algo así... ¿Recuerdas que nos contó que es diplomático?
Eso lo recuerdo, pero me sobra la certeza para afirmar que nunca me dijo que no asistiría hoy.
—¿Entonces no vendrá?
Una mezcla de inseguridad y ansiedad se apodera de mí.
—Dijo que intentaría llegar aunque sea al final. Vaya, pensaba que habíais hablado —suelta James mientras camina hacia la calle, donde hay algunos coches estacionados. Lo sigo, intentando mantener su ritmo, pero va muy rápido.
—No, no me dijo nada —respondo, fingiendo cierto desánimo.
—¿Quieres que lo dejemos para otro día? Pensaba que podríamos ir avanzando nosotros, así no tenemos que hacerlo en medio del fin de semana, se nos complica más a todos... —dice James sacándose las gafas.
Sus ojos parecen distintos. Siguen siendo claros, pero hoy están más azulados de lo normal. Quiero decir, verdes. Estamos a pocos centímetros uno del otro y de pronto recuerdo que debo respirar.
—Sí, supongo que es lo mejor —acepto, disimulando por completo mi ansiedad ante el hecho de estar sola con él esta tarde. Eso está bien. Muy bien. Lo malo es que mi madre empezará a hacerme preguntas estúpidas acerca de James si solo somos nosotros dos, y sacará sus típicas conclusiones. "¿Hace cuánto que estáis juntos?", "Creo que sois más que solo amigos"... O me guiñará el ojo a la que James no nos mire... o, peor aún, mientras nos esté mirando.
Cuando le conté que el viernes por la tarde vendría a casa con dos compañeros del instituto para hacer un trabajo, se puso como loca. Parecía estar más emocionada por eso que por cualquier otra cosa que le haya contado en estos últimos días. Le pedí que se calmara y que nos dejara tranquilos. Me imagino que, cuando llegue a casa sola con James, se va a comportar como una estúpida.
James rodea uno de los coches, un viejo Ford, y saca unas llaves de su bolsillo trasero.
—¿Subes? —me pregunta una vez abierta la puerta del lado del conductor.
Parece que no tengo opción.
—¿Llevas... cuánto, menos de una semana en otro país, y ya tienes coche? —le pregunto por arriba del techo del gastado vehículo.
—Es de segunda mano, y era necesario. Lo necesitaba para trasladarme hasta mi trabajo en la ciudad y, además, mi casa no está tan cerca del instituto —me responde cuando ambos estamos adentro.
Ahora su voz tiene una acústica mucho más perfecta. Alejada del griterío estudiantil, los tonos graves parecen más melódicos. Podría escucharlo hablar durante horas y no me aburriría.
Guío a James hasta mi casa mientras hablamos con las ventanillas un poco bajadas. Dejamos atrás las casas típicas de Beechmont y nos adentramos en las afueras, donde están algunas construcciones más grandes.
Miro por la ventanilla y veo que ya estamos cerca de casa. Debo decírselo. Ahora.
—James...
—Dime, Alexandra —me responde mirándome de reojo.
—Debes saber que mi padre... mi padrastro es un empresario bastante reconocido. Demasiado para mi gusto. Quiero que entiendas que la manera en que vivo no cambia mi forma de ser. Quizá no entiendas mucho de qué estoy hablando, pero ya lo verás cuando lleguemos.
—No te entiendo. ¿Quieres decir que procure no juzgarte porque tu padre tiene mucho dinero? —dice en una simple frase, en vez de enroscarse tanto como yo.
Debo aprender a ser más simple cuando me explico. —Sí... —digo ruborizándome—. Realmente quiero que me entiendas lo máximo posible ya que nos estamos conociendo... como amigos... y prefiero decirte las cosas cuando las pienso, de la misma manera en que funciono en cuanto a mis acciones, aunque suene contradictorio. Sé que quizá suene estúpido, pero... —Está bien, Alexandra, no tienes que explicarte tanto. He entendido lo que querías decir. Con respecto a eso, debes saber que no suelo juzgar a la gente por su estatus social, así que tranquila, no voy a juzgarte —me dice, sonriendo hacia el final de la frase. Uf, ahora me quedo más tranquila. Sienta tan bien decir las cosas cuando las sientes.
Llegamos. James estaciona su Ford en el garaje al lado de un viejo escarabajo en el cual practico a veces. Soy pésima al volante, por eso prefiero no usarlo hasta que sepa conducir bien.
Entramos y lo guío directamente a la cocina. Por el camino, lo observo un poco incómoda, sin saber qué hacer con invitados, mientras él escanea con su perfecta mirada la sala de estar y el comedor. Los ventanales que dan al parque, la chimenea, los sofás color beige, los almohadones haciendo juego con la alfombra persa, la enorme mesa de cristal, la araña que cuelga del techo, en fin... todo. Trato de obligarlo a seguir mi paso rápido para llegar a la cocina lo antes posible.
Al entrar ambos en la cocina, veo a mi madre sentada a la mesa con su iPad y las gafas de leer puestas.
¿Qué mierda hace en casa a esta hora?
—Mamá, no sabía que estabas aquí, pensaba que volvías más tarde... —le digo mientras ella examina a James de pies a cabeza con una sonrisa de aprobación.
Lo está escaneando. Y lo peor es que acaba de llegar.
—Hola, Alex. Bien, ¿y tú? —me pregunta sacándose las gafas y poniéndose de pie—. No he ido a terapia. La doctora Seymour ha cancelado la cita porque estaba con dolor de estómago. No te preocupes, me iré igual en unas horas.
Maldita doctora Seymour. ¿Justo hoy le parece el día más adecuado para tener dolor de estómago? ¡¿En serio?!
James tose sutilmente para captar mi atención. Ah, sí, he olvidado presentarlos. Qué momento tan incómodo.
¿Por qué no se va a acompañar a George al trabajo o a tomar un café con sus amigas, si para eso están?
—Mamá, él es James McOwen. James, mi madre —los presento con el típico gesto de señalar a cada uno mientras James se acerca a mi madre para estrecharle la mano.
Mi madre observa encantada el gesto de James, y se lo devuelve con gusto. Británicos.
—Es un placer, señora Goodman.
—El placer es mío, James —contesta mamá sonriéndome, otra señal más de aprobación. ¿No puede parar de ser tan obvia?
—Tiene una casa muy bonita, muy bien ubicada y muy bien decorada, debo admitir —comenta James y se gana la instantánea fascinación de mi madre. ¿Acaso está jugando con ella también?
Creo que no le he contado esto a James, pero mamá es decoradora y fue quien diseñó todo el espacio. Sé cuánto le gusta que halaguen sus trabajos, y más aún si se trata de un guapísimo británico con el pelo perfectamente despeinado.
—Gracias, James, me alegro de que te guste. Supongo que Alexandra te habrá enseñado ya sus cuadros, que están en el pasillo de su habitación, ¿verdad?
—Acabamos de llegar, mamá —la interrumpo mientras saco de la nevera un cartón de leche y otro de zumo y cojo del armario un paquete de galletas surtidas.
—No me los ha enseñado, pero en un rato lo hará —dice James, sumando más puntos con mi madre. No es ningún idiota.
—Vamos a estar en mi habitación. Trabajando. Cualquier cosa, llámame al móvil. Lo tendré encendido. Adiós, mamá.
James se despide de mi madre y ella le devuelve el gesto. Una vez que él sale, miro a mamá y le hago señas de "basta". Ella me sonríe y levanta los pulgares en alto, otro de los tantos gestos de aprobación que me ha lanzado en los últimos dos minutos. Pongo los ojos en blanco y salgo de la cocina cerrando la puerta detrás de mí. Encuentro a James en el pasillo, observando uno de mis cuadros.
—Eres muy buena en esto —dice mientras mira uno de los que he realizado hace más o menos tres años—. ¿Qué es exactamente?
—No tiene un fin narrativo, quise retratar de alguna manera la sensación de exaltación del alma, el estado de éxtasis en una persona. Los colores hacen prácticamente todo el trabajo, como verás...
—Guau. Tienes talento. —Camino por el pasillo, y James me sigue—.Todos estos cuadros lo demuestran.
—Bueno, prefiero llamarlo creatividad. No sé aún qué pienso sobre la palabra talento, pero gracias. Trato de plasmar en ellos sobre todo sensaciones. Es lo que más me gusta del arte abstracto. Poder mostrar cosas con la libertad de hacerlo sin ligarse a ningún tipo de reglas —le respondo, ya tranquila por haber pasado la peor parte del día.
Al terminar de cruzar el pasillo, abro la puerta de mi habitación y enciendo las luces.
Los faroles chinos y las lámparas hindúes que cuelgan de mi cuarto se encienden poco a poco. Al entrar, James se detiene a cada paso para observar las luces, los pósteres y todos los artilugios.
—¿No te gusta la luz del día? —pregunta al notar que las persianas están cerradas.
—Sí, por supuesto que sí. Pero me gusta mucho la noche, así que prefiero simularla en mi habitación ya que eso es posible. Siento que la ambientación del espacio cambia mucho en cuanto a la percepción de lo que allí sucede, quizás aprendí eso de mi madre. Además saco fotografías solo con cámara analógica, y para revelarlas son necesarias la oscuridad y las luces rojas. Lo tengo todo allí. —Señalo mi pequeño laboratorio fotográfico casero. Las fotografías cuelgan con pinzas de ropa en cordeles que cruzan de un lado a otro aquel rincón del cuarto.
Ambos nos sacamos el abrigo, pero James lo hace sin dejar de examinar cada minúsculo espacio de mi habitación. Me acerco a él para que me dé su chaqueta y huelo el increíble aroma que desprende. Creo que me gusta más que mi propio perfume de frutas. Noto que ahora observa cada uno de los pósteres. Si planea escanear así toda mi habitación, comenzaremos a hacer el trabajo a las doce de la noche.
—Veo que te gusta la música... y las películas —dice señalando un póster de La naranja mecánica, una de las mejores.
—Sí. Kubrick es de mis preferidos, ¿te gusta el cine? —le pregunto mientras me siento sobre el grueso acolchado de plumas de mi espaciosa cama. Me acomodo del lado de la cabecera y cojo una almohada, con la que juego entre mis manos.
—Sí, pero no de esta manera —sigue recorriendo las paredes de mi habitación con la mirada, casi como si tuviese miedo de romper algo—. Es una de esas cosas que me gustaría conocer para poder opinar. La música absorbe más mi tiempo.
—Sé lo que es tener una lista de cosas para hacer y nunca llegar ni siquiera a la tercera por quedarte absorto en la primera —respondo desde mi lugar.
—Y eso también está bien.
—Supongo.
Veo la figura de James de espaldas e imagino lo perfecto que será su cuerpo desnudo. Es fácil darse cuenta del físico de una persona a través de su ropa y de la manera en que esta se adapta al cuerpo, pero James... Apuesto a que él sí podría ser un modelo de ropa interior según los parámetros que exige la moda hoy en día.
—¿Y esto? Seguro que la has pintado tú... —dice señalando una guitarra vieja llena de arabescos de colores, apoyada sobre la pared frente a mi cama.
—Sí, pero no sé tocar la guitarra. Soy pésima para la música, a decir verdad, intenté tocar de niña pero nunca fue lo mío —le explico mientras me acerco a él sin levantarme de la cama.
—¿Puedo? —me pregunta mientras la señala.
—Por supuesto. Debe de estar muy desafinada, nadie la toca desde hace años. George solía hacerlo bastante bien de joven. Era suya —suelto mientras me pongo de pie para alcanzársela—. ¿Sabes...? —le pregunto atenta a sus movimientos, que nos conducen a sentarnos en la cama, él en el lado de la cabecera y yo a los pies.
—Muy poco. Aprendí cuando era niño. Mi madre era profesora de música y me enseñó lo básico. Pero... al morir ella hace cuatro años, dejé de tocar como lo hacía antes. No sé bien por qué, supongo que me hacía recordarla.
Guau, ni me lo imaginaba.
Pobre James. No debe ser para nada fácil adaptarse a otro país, con gente nueva y sin madre.
—Supongo que debe de ser difícil. Yo también perdí a alguien, mi padre. En realidad, al no haberlo conocido tanto, no lo siento como una falta; de no tener a George, mi historia sería otra, pero él es prácticamente mi padre.
—Es increíble, ¿no?
—¿El qué?
—Todo lo que pasa y lo que no... cómo, cuándo. Parece que esté todo escrito y que simplemente actuemos de nosotros mismos.
Observa la guitarra desde todos sus ángulos, la pone en posición sobre su cuerpo, acaricia las cuerdas, juega con las clavijas. Supongo que estará afinándola.
De pronto me invaden las ganas. Algo se enciende dentro de mí mientras veo a aquel británico con la cabeza gacha tratando de afinar esa vieja guitarra después de haber dicho esas palabras y de esa forma. No hay nada que me guste más que ver a los hombres haciendo música. La música lo mueve y enciende todo. Absolutamente todo. Y ver a un hombre tan guapo como lo es James y con un instrumento, me da ganas de tener más de él.
"Todo lo que pasa y lo que no...". ¿Por qué tengo que simular un buen comportamiento y retener mis impulsos?
Intento poner mi mente en frío y cierro los puños con fuerza.
—Perdón por el desorden. Trato de ser ordenada, pero como verás... —digo un poco avergonzada, obligándome a dejar de pensar en lo obvio.
—Está bien, Alexandra, deja de disculparte por cosas tan estúpidas.
—Perdona —le respondo instantáneamente.
¿Me suelo disculpar por cosas estúpidas? Oh... Otra cosa más en la que debo trabajar.
Detiene lo que estaba haciendo y me observa mientras se ríe en voz alta. Bueno, me he disculpado por disculparme... supongo que es gracioso. Cuando me doy cuenta, también me río, mordiéndome el labio para contenerme.
—¿Cantas también? —le pregunto mientras lucha con la afinación de las cuerdas.
—Me defiendo. Mamá nos daba clases a unos amigos y a mí unas tres veces por semana, pero solíamos hacerlo de niños y cuando teníamos mucho tiempo libre. Supongo que me gustaría volver a hacerlo en algún momento —me explica observándome con la mirada perdida—. Digo, tocar la guitarra más a menudo —agrega y completa definitivamente la frase.
—¿Te puedo hacer una pregunta?
—¿Qué?
—¿Por qué los ingleses cantáis imitando el acento estadounidense? Tenéis una pronunciación tan bonita y sin embargo copiáis la manera en que se canta aquí.
—Es más que nada un hábito, pero lo digo en primera persona. Desde niño escuchaba grupos o cantantes estadounidenses, y eso influyó muchísimo en mi forma de cantar, por costumbre, como todo. De mucho hacer o escuchar algo, se internaliza y luego terminas adoptándolo. Lo mismo pasa con respecto a las personas que te rodean. Asumes muchas cosas que nunca imaginabas o también influyes en el otro de la misma manera —me explica su teoría—. ¿Piensas que tenemos una pronunciación tan bonita? —me pregunta entrecerrando los ojos, divertido.
—Sí. Es una pronunciación, digamos, perfecta... Yo siento que en otra vida fui británica. Me hubiera gustado tomar el té inglés todas la tardes, hacer comentarios comunes pero que parecen grandilocuentes gracias a un maldito acento, leer a Dickens compartiendo el ambiente de su inspiración, el sarcasmo, los días grises, la lluvia... —abrazo la almohada con la que jugueteo desde hace rato—. Además, tenéis a los Beatles.
Los Beatles son el mejor grupo que haya existido en este mundo. Cuatro músicos que lograron tocar las almas de miles de personas. Sus canciones son... tan todo. No puedo explicar muy bien lo que ellos causan en mí cuando los escucho, pero es algo así como una excitación infinita y puede que se deba a la histeria que generaron en la generación joven de los sesenta. Me gustaría escribir sobre ello algún día.
—He notado que te gustan —dice observando mis paredes. Lo miro mientras le da la vuelta a la guitarra, la sitúa boca abajo y apoya sus brazos sobre ella y su cabeza sobre sus brazos. Dios mío. ¿Por qué tiene que hacer esto y encima sobre mi cama? Una nube de pensamientos poco educados surcan mi mente dibujando imaginaciones que hacen encender cosas dentro de mí.
—¿Te puedo hacer una pregunta yo ahora? —James sonríe y me hace volver a la realidad.
—Lo que quieras.
—¿Qué es lo que más te excita? —me pregunta con completa naturalidad, como si quisiera saber cuál es mi sabor de helado preferido. ¿Perdona? ¿Acaba de preguntarme...?
—¿Qué? —le contesto atónita, pero dejando despertar el deseo dentro de mí, sin contenerlo.
—Eso mismo que acabas de escuchar, Alexandra. ¿Qué es lo que más te excita? —Deja la guitarra a su lado, sobre mi cama—. ¿Te molesta que me saque la camisa? —me consulta y se pone de pie mientras se la saca.
No le he dado permiso alguno, y lo está haciendo igual. Maldito británico. Sabe perfectamente qué hacer y cómo hacerlo, y eso... eso me está excitando.
—¿A qué juegas, McOwen? —le pregunto con una sonrisa y trato de contener las pequeñas vibraciones que expulsa mi piel.
James levanta los hombros como indiferente y vuelve a sentarse en la cama. La camiseta blanca de manga corta que lleva puesta deja ver los tatuajes trabajados y el camino perfecto que dibujan sus venas al pasar por debajo de la piel de sus brazos. Brazos fuertes. ¿Cómo hará para mantener su figura tan perfectamente bien? ¿Será uno de esos que pasan el día entrenando en el gimnasio? No. Conociendo lo poco que conozco de él, sé que eso es casi imposible. Seguro que es un ser mágico que encarnece lo que piensa, de otra manera no se puede explicar semejante mente y cuerpazo.
—Antes de responderte, creo que me debes una pequeña explicación. ¿A qué viene esa pregunta exactamente? —Me acomodo, nerviosa, en mi lugar.
Lo veo luchando por esconder una pequeña risa que sale de su boca. Se agacha un poco y levanta las cejas con la boca entreabierta, juntando las manos. Oh, no, está tan cerca de mí... Alexandra, respira.
—Nada raro, solo que... solo que cada vez que te veo, desde el primer segundo en que te conocí, no puedo dejar de pensar en cómo serás en la intimidad, ese lado sin censura que todos tenemos y que, por alguna extraña razón que desconozco, muchos ocultan. Sé que no eres de ese tipo y, además, siento que percibes la tensión sexual de la misma manera en que percibes el arte en la vida. Necesito saberlo y no puedo dejar de pensar en ti. Dijiste que hacías y decías las cosas cuando las sentías, así que puedo admitir que me estoy aprovechando un poco de eso. No quiero hacerte sentir incómoda, pero por favor... Si puedes decírmelo, te lo agradecería enormemente. Solo dímelo.
OK. Entonces aquí estoy, en mi cama, con un hombre al cual acabo de conocer hace apenas unos días y ya hemos descubierto que no hay barreras en esta "relación de amistad" que estamos empezando a forjar. Ahora la pregunta es... ¿se fijaría en mí de esta forma alguien que quisiera solo una amistad? Nunca nadie lo ha hecho de esta manera, tan genuina e intensa. Y lo más increíble es que al parecer ambos percibimos las cosas en la misma sintonía. Y más increíble todavía es el hecho de que quiera saber qué es lo que más me excita, y no pueda "dejar de pensar en mí", A MÍ, Alexandra fucking Goodman. Por lo visto, no he sido la única perturbada por la presencia del otro estos últimos días.
Uf. Mi interior se relaja como si hubiera estado alterada desde el lunes. Qué bonita y extraña sensación. Dejo que el alivio se apodere de mí, relajo mis músculos y hago notar ahora los pequeños espasmos que antes contenía. ¿Por qué tendría que esconderle a James lo mucho que me gusta? De todas formas estamos en la etapa de conocernos... ¿como amigos? Hay cosas que todavía no entiendo, pero voy a dejarlas de lado por el momento. "Concéntrate en lo que está sucediendo. Le debes una respuesta, y ya han pasado unos segundos."
Me río soltando los últimos rastros de nerviosismo y me acomodo el pelo.
—No valen psicopatías o sacar conclusiones injustas acerca de mi respuesta, ¿vale?
—Vale—me dice James, más relajado que antes, como si eso fuera posible.
—Un hombre... una excelente y perfecta pero rasposa voz británica y la canción más excitante que haya existido jamás. Supongo que eso sería, en conclusión, un hombre británico cantando I Want You de los Beatles —digo, excitada con solo imaginar esos sucesos en mi mente. —Pero eso es casi imposible. ¿De dónde sacar una persona que cante tan bien como John Lennon e imite el acento británico haciendo las variaciones de...?
De pronto, su voz irrumpe en la mitad de mi frase y me deja petrificada en mi lugar. James está cantando I Want You, acompañando con la guitarra su ¿...espectacular e increíble voz? ¡¿Cómo puede ser?!
No entiendo qué está pasando. Mierda, quien sea que controle los sueños se está yendo a la mierda. ¿Mi inconsciente quizá? Es un sueño de mal gusto. Me va a costar enfrentar la realidad después de esto. Joder, esto se está pasando de la raya. Debo despertar ahora mismo.
Tardo unos segundos en entender que esto es real y que va más allá de la realidad misma. Mi mente empieza a viajar muy lejos mientras mis oídos ven a este británico sobre mi cama y mis ojos escuchan la perfecta melodía medio rasposa que genera su voz al recitar entre notas esta canción. Y es así porque mis sentidos se entremezclan, dejando que el deseo se apodere de mi cuerpo. No tengo control alguno, y ya no puedo más con mi vida. Realmente no puedo... no puedo esconder nada. Mi cuerpo se agita por los brincos de mis latidos y mis exhalaciones son muy fuertes y hasta casi nerviosas. Los ojos de James me penetran como nunca antes. No observa sus manos ni la guitarra, solo mis ojos. Y me encanta. No puedo enfocarme en otra cosa, no puedo pensar en nada más que las ganas que tengo de tocar a esta persona. Pero no, ¡joder!
James termina de cantar, y me pongo de pie furiosa y exaltada. Me saco la falda sin tapujos y se la tiro en la cara mientras él apoya la guitarra fuera de mi cama.
—¡¿Este era tu plan desde el principio?! ¿Eh? ¿James McOwen? ¿Esto era lo que querías? ¡¿Excitarme?! —le grito mientras le tiro mi camiseta con rabia. Él trata de esquivarla.
Estoy muy enfadada. No puede salirse con la suya todo el tiempo. ¡¿Cómo mierda lo hace?!
—Sí...sí, pero... —vocifera James tratando de defenderse.
—Sí, sí, pero ¿¡qué?! —le grito mientras me saco las medias y se las tiro.
—¡Sí, pero no de la manera en que piensas! —exclama. Ya no está tranquilo ni relajado. Ya era hora...
—¿No de la manera en la que pienso? ¿Qué? ¿Te crees que soy idiota y que no sé qué los hombres lo único que quieren es meter su miembro en cualquier orificio que encuentren? ¿Qué se aprovechan de nuestra debilidad heredada por años del machismo sistémico y después de conseguir esa pequeña porción de ilusión, la destruyen apenas pueden? ¡Maldita sea, McOwen! Puede ser que ser sensible me haga parecer idiota, pero no lo soy.
—¡No! No. No lo entiendes, no es lo que... —dice James, se agarra la cabeza y da vueltas en círculos al lado de mi cama.
De pronto la puerta de mi cuarto se abre y veo a mi madre de pie. Al verla, me enfado más todavía. Alejo a James, que se encontraba demasiado cerca de mí. Perfecto. Mamá, James y yo en la misma habitación, y yo en ropa interior. Oh, sí, una escena muy típica en mi vida.
—¡¿No te dije que me llamaras si necesitabas algo, mamá?! —digo al borde de la locura.
—Venía a avisarte que me voy a casa de la tía Lilly y que cualquier cosa que necesitéis me la digas ahora, pero veo que no necesitáis nada, así que... —mamá habla con los ojos cerrados y hace ademán de irse.
James está sentado al borde de la cama. Se muestra muy tranquilo. Claro, él no está en ropa interior.
—Mamá, ¡vete! —grito, y trato de evitar que el rojo suba a mis mejillas.
—Claro que sí, mañana me darás tus explicaciones, jovencita. ¡Adiós, James! —dice antes de cerrar la puerta.
—Adiós, señora Goodman... —se despide James.
Se pone de pie y volvemos a quedar uno delante del otro. Yo en ropa interior, y él vestido. Estoy realmente furiosa. Trata de frenar mi verborragia pero todos sus intentos son inútiles.
—¿No entiendo qué, James? ¿Allí en Inglaterra es común eso de abusar de vuestros encantos y vuestras bonitas voces como putas sirenas y atraer a seres indefensos que responden como idiotas a todo lo que proponen? ¿Que no os dais cuenta de que el sistema está creado para que vosotros lo tengáis todo a vuestra puta merced? Todos los hombres sois tan iguales. ¿No os cansáis de ser iguales? ¡Mierda, James! Mierda.
—¡No lo entiendes!
¿Así que ahora me desafía?
—Claro que lo entiendo: eres un fuckboy y no lo he querido ver, porque siempre me invento lo que quiero creer y no acepto la puta realidad tal y como es.
—¿Un qué...?
—¿No conoces el término fuckboy? ¿De dónde has salido?
—Alexandra, ¡por favor! Entiende que me resulta difícil hablar si no me dejas.
—¡¿Qué mierda te resulta difícil a ti?!
—¡No sé cómo explicártelo sin que te exaltes! ¿Sabes qué? Esto ha sido un error —me dice mientras me coge de los hombros para hacerme entrar en razón pero, por más que se calme mi voz, me rehúso a cambiar mi forma de pensar.
Me suelta y camina en círculos maldiciendo en voz alta, como lo hacía hace unos segundos.
—¡Oh, vamos! Por si no lo notas, ya estoy exaltada, James. Suéltalo de una vez, así ya dejamos todo este drama.
Debo tranquilizarme si quiero que me lo diga. Sigue caminando nervioso, se rasca la cabeza y se frota las sienes. De pronto me acuerdo de que estoy en ropa interior, y eso me frustra más todavía. Cruzo los brazos bajo mi pecho y trato esconderme sin éxito.
—Bueno, ¡perfecto! Bravo fuckboy-británico. ¡Lo has conseguido...! — Pierdo la paciencia de nuevo, cuando James de pronto me sorprende apareciendo delante de mí y logra callarme al presionar fuertemente sus labios contra los míos.
La "yo excitada", despertada hace unos minutos, logra uno de sus objetivos y deja a la "yo enfadada" callada por un rato. Me acerca a su cuerpo con sus manos mientras enredo mis dedos en su pelo. La textura de su cabello es más suave que la mía y la sensación de su lengua dentro de mi boca es una de las cosas más placenteras que jamás haya sentido. Me han besado antes, pero nunca a la perfección como esta vez. No quiero que este momento termine jamás. Nuestras cabezas se mueven de manera sincronizada, como si fuera una coreografía perfectamente planeada.
James se aleja lentamente y me obliga a dejar de besarlo. No quiero que se aleje. No ahora.
Dejo mis manos entretejidas en su pelo mientras él me tiene agarrada por la cintura con los dedos de sus manos entrelazados.
—Tengo que tenerte. Necesito que seas mía —me dice, expulsando su cálido aliento sobre mi cara.
Si tan solo entendiese que está frente a la chica menos romántica de todas, la que siempre ha sido solo suya, la que nunca ha compartido decisiones con nadie más y la que siempre contraataca con la dicotomía porque siente que el mundo tiene que ser más equilibrado.
Es la primera vez que puedo mirarlo tan de cerca. Sus ojos son verdes. Al menos con esta luz y esta extrema cercanía. Y su pelo está tan bien, más despeinado que antes. Uf, qué perfecto que es este chico, y qué bien besa. Creo que voy a necesitar una intervención médica después de esto.
Vuelvo al aquí y ahora repitiéndome lo que me ha dicho. James quiere que sea suya. Me muerdo el labio inferior tratando de esconder mi emoción al haber escuchado esas palabras. Es extraño que no me resulte posesivo sino más bien tierno, porque sé a qué se refiere. Lo entiendo, y eso es lo más emocionante de todo.
—Pero ¿qué haremos con nuestra amistad?
—Alexandra, tú y yo no podemos ser amigos. Además acabamos de conocernos... nunca hemos sido amigos —dice entre risas. Reafirmo el hecho de que soy muy estúpida. Tiene razón. Nunca hemos sido amigos. Tengo ganas de estar cerca de él desde el primer momento en que lo conocí. Sonará cursi, pero no puedo ocultar lo que siento, y que esa retaguardia esté abandonando mi ser es algo liviano y agradable.
James me observa y me acerca a él para besarme, lo freno posando mi mano entre nuestros labios. Debo admitir que mis impulsos sexuales quieren maldecirme en mil idiomas en este momento, pero no puedo evitar decir lo que pasa por mi mente.
—Ahora va a pasar lo que sucede en las películas, ¿no? Cuando ambos saben lo que va a pasar pero actúan como si todo les saliese de manera, no lo sé, natural.
—¿No te resulta natural esto?— caza mi mano, la que le tapaba la boca.
—Meh...
—¿Quieres hacer esto?
—¿Es una broma, James? Primero me preguntas qué es lo que más me excita, no solo me lo preguntas sino que luego lo haces increíblemente bien, consigues que me quede en ropa interior, ¿y ahora me preguntas si realmente quiero hacerlo?
—No quiero que hagas algo que no quieres de verdad. Si no me deseas de la misma manera en que te deseo yo, es mejor que me vaya ahora mismo. Pero creo que tú sientes lo mismo por mí, eres demasiado obvia, Alexandra —me dice sonriendo.
—¿Qué has dicho? Disculpa, pero me han distraído tus ojos exóticos y la manera en la que me observan... todo el tiempo—le respondo con ironía y las cejas en alto. Yo seré muy obvia, pero él también.
Quizá lo he idealizado demasiado, pero eso él no lo sabe, no tiene forma de saberlo.
Sonríe y me acerca más a su cuerpo.
—Te lo advierto: esto será intenso.
—No tengo tiempo para lo que no lo es, pero creo que es hora de que dejes el romantic-chat y te quites esa puta camiseta de una vez.
James se saca la camiseta por encima de su cabeza y la tira en mi cara. Se ríe mientras la dejo caer al suelo mordiéndome el labio. Su cuerpo es tan perfecto como lo imaginaba. Está cubierto con muchos dibujos en tinta oscura.
—Oh... ¡tienes tantos tatuajes!
—¿No te gustan? Si quieres, vuelvo a ponerme la ropa.
—¿Estás loco? Después de un británico cantando, lo que sigue en la lista de cosas que me excitan son los tatuajes —le contesto sonriendo.
James me besa la nariz y se ríe. Me observa sin pestañear mientras se quita lo que le queda de ropa y me besa entre prenda y prenda. Lo siento sobre mi cama y yo sobre él sintiendo su miembro erecto en mi vulva. A pesar de que la ropa interior nos separa, me acomodo dando pequeños círculos encima suyo. Lo cojo del pelo con fuerza como si fuera lo único que me mantiene estable y no le quito la mirada de encima. Siento cómo se le pone dura y cómo me vuelvo más húmeda a cada caricia, beso y mirada. Pasa su lengua por mi cuello encendiéndome cada vez más, como si eso fuese posible. Sus dedos no se quedan quietos y abrazan cada porción de mí con breves pellizcos. Lo beso metiendo mi lengua en su boca profundamente, como tratando de poseerlo de alguna manera. Me toma por la cintura y me da vuelta con un brazo depositándome con cuidado sobre la cama. Una vez sobre mí, mete su mano entre mi ropa interior llegando a mi vulva. Siento estallar partículas de diversos tipos de placer dentro de mí. Algunos que me contienen y otros que me expanden hacia sensaciones que no llego a terminar de entender. Creo que nunca me habían tocado tan bien como yo. Hay algo en la comunicación con este ser que no me incomoda, sino que por el contrario, me hace sentir demasiado a gusto. Al final el sexo no es más que cuerpos, uno o más, comunicándose.
Me acaricia con su pulgar entrando rítmicamente hasta llegar a mi clítoris. Me curvo en placer al sentirlo con tanta precisión y me abandono a este estado de "sobrefelicidad", si es que así puedo llamarlo.
Saco un preservativo de mi cajón mientras él sigue masturbándome. Se lo pone mientras lo estimulo yo a él.
—No aguanto más —suelta con una sonrisa mientras me saca la mano de su miembro y empuja entre las paredes de mi vulva para meterse en mí. Me muerdo el labio y hacemos silencio, jadeando al sostener nuestras miradas con tanto deseo.
No me lo puedo creer. Lo he conseguido.
Sonrío.
"Bien hecho, Alexandra."
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