Capítulo 10

Odio las fiestas. Muchas cosas bastante desagradables suelen pasarme durante las fiestas y bailes reales y, aun así, me veo en la obligación de sufrirlas.

—Seda en rojo o púrpura —pregunta Hilda muy sonriente—, el rojo resalta su cabello.

—Rojo —respondo aguantando las ganas de explicarle que no me puede importar menos.

Se organiza un fastuoso baile en honor a nuestros invitados y, aunque no están precisamente encantados, aceptaron el agasajo. Angèle sigue igual de ácida que siempre y Dimitri ha comenzado a tener enfrentamientos con Brandett en cada comida, en las cuales ambos intentan brindarme el honor de su compañía.

Una tarde, harta de tanta parafernalia, me escabullo hacia la torre abandonada y tengo la suerte de conseguir que Adrian vaya también. Apenas pudimos vernos la noche que llegaron, pero justo ahora tenemos algún tiempo.

Al entrar lo veo parado cerca de la ventana, se voltea hacia mí y abre los brazos, a lo cual respondo corriendo a echarme en ellos. Me levanta como solía hacerlo, haciéndome girar en el aire.

—¡Preciosa! —me dice más que feliz y yo comparto su alegría—. ¡Te eché tanto de menos!

Me baja y se detiene a mirarme unos momentos. Sus ojos, antes brillantes, lucen cansados y la picardía en su mirada no es ni la mitad de lo que fue antes de que la guerra nos quitara tantas cosas.

—No has cambiado nada. —Trata de bromear en medio de una triste sonrisa.

—¡Qué mentiroso!... Yo también te eché de menos... ¡Mucho!

Me acurruco en sus brazos y me aprieta con fuerza. Si pudiera, guardaría este momento en una botella para usarlo cuando me sienta sobrepasada.

—¿Y bien? ¿Vamos a beber o no? Necesito fuerzas para aguantar tanta política —suplica exageradamente.

Lo tomo de la mano para llevarlo a nuestro destartalado, pero bien provisto, rincón. Al llegar me dejo caer en el viejo sofá mientras le señalo nuestra "cava" secreta.

—Te entiendo, a veces solo quisiera gritarles un par de cosas.

Se deja caer a mi lado mientras toma una de las botellas con el mismo desparpajo de siempre.

—¿Tú? ¿La princesa perfecta? ¡No me lo creo!

Aunque un poco apagada, su sonrisa me llena de calidez y paz.

—Te sorprenderías.

Nos reímos, aunque sea imposible olvidar lo que pasa afuera.

—¿Has estado en batalla? —pregunto y me mira sorprendido, para luego sacudir la cabeza con pesar.

—Era lo que quería cuando me fui de casa, no contaba con la amistad de Ademar con mi padre que lo convenció de ponerme de niñera del príncipe.

Se le ve un poco decepcionado, aunque yo me siento aliviada. No quiero recibir una carta avisando de su muerte, o quizá ni siquiera haya carta. Muchas veces las familias no saben lo que ocurrió a sus seres queridos, simplemente desaparecen para siempre de su vida dejando incertidumbre y duda.

—No te pierdes de mucho, te lo aseguro.

—Ah, ¿sí? ¿Me presumes de haber logrado lo que yo no?

—No seas ridículo.

—¿Sabes qué? —dice al tiempo que se pone de pie y comienza a mover muebles para despejar un área al centro de la habitación—. Quiero ver qué has aprendido en todos estos años.

—No —respondo moviendo la mano con fingido aburrimiento para molestarlo—, no estoy de humor para humillar ex nobles jugando a los soldados.

—Já. Já. Já —enfatiza cada sílaba socarronamente—. No lo digas, solo hazlo.

—¡Bien! —Me levanto y voy a tomar una de las espadas oxidadas amontonadas en otro rincón de dónde él también toma una—. Solo, por favor, no vayas a llorar.

—Miren a la pequeña presumir.

Adrian se lanza contra mí, me muevo unos centímetros por lo que su ataque me pasa de largo y aprovechando su propio impulso, le doy un golpe en la espalda que lo hace caer.

—¡Oye! ¿Qué fue eso? —reclama tendido en el suelo. Le doy la mano y la toma para ponerse de pie.

—¡Vamos! Esto apenas comienza.

Vuelve a atacar y esta vez logro desarmarlo, al tiempo que mi espada queda a centímetros de su cuello.

—Ni siquiera te vi, ¿cómo lo haces? Parece brujería.

Y es precisamente por eso que me llaman "Bruja" en el campo de batalla. Pero no es brujería, es simple estrategia. Una que nos tomó muchos meses, a Margueritte y a mí, asimilar y poner en práctica.

Reino de Trondheim

Ciudad de Gaoth

Año 492 de las Eras de Trondheim

Hildegard me lanza una vez más y caigo de espaldas, ya sin fuerzas para volver a levantarme.

—¿Cuándo dejarás de aferrarte a la forma de pelea que aprendiste? Ni las técnicas de los Guardias de Honor ni el entrenamiento de los ejércitos de Burgundia fueron ideados para ti.

Margueritte está tan derrotada como yo. Llevamos semanas sometidas al implacable entrenamiento de Hildegard sin haber obtenido los avances que esperábamos.

—Miren —dice en tono cansino, sentándose en el suelo cerca de nosotras—, tienen que entender que jamás podrán igualar a los hombres en combate cuerpo a cuerpo, ellos son y siempre serán más fuertes y grandes, su entrenamiento está diseñado para aprovechar esas cualidades, las cuales, nosotras no tenemos. Hay que entrenar para sacar provecho de lo que sí tenemos.

—¿Y qué tenemos? ¿Ojos bonitos y cabello sedoso? —pregunta Margueritte, tan harta como yo de sentirse una completa inútil.

—Resistencia, agilidad y astucia. Con un cuerpo más pequeño puedes aprovechar las debilidades de su defensa y en lugar de usar tu fuerza, usa la de ellos. Y, sí, también un par de ojos bonitos te pueden ayudar en circunstancias muy específicas, podrían resultar un buen distractor.

Hildegard nos entrenó para pelear contra enemigos más grandes y fuertes, a movernos más rápido, a calcular los movimientos del contrincante y usar su propia fuerza en su contra.

De todos modos, nada te prepara para ir a los dominios de la muerte donde, no solo el cuerpo sufre día con día, mente y alma también se desgarran, hasta que conservar la humanidad se vuelve la batalla más dura.

Presente

Adrian sigue atacando sin pararse a pensar que, al hacerlo, me está dando la ventaja. Esquivo los ataques durante tanto tiempo que termina exhausto y cuando el cansancio ralentiza sus movimientos, es cuando me voy contra él desarmándolo y ganando el combate.

—Pudiste haberme dejado... dar... aunque sea... un golpe... —reclama casi sin aliento.

—¡Jamás! No perderé mi invicto por sentimentalismos.

Se pone de pie y le ofrezco la botella, de la cual bebe aliviado. Se acerca a la ventana para tomar aire y lo acompaño.

—Te has convertido en un arma andando, preciosa. No debí descuidarte tanto tiempo, recuerdo cuando no podías vivir sin mí.

—¿Te refieres a cuando me usabas como excusa para que tu padre no te buscara esposa?

—Cuando bailábamos juntos en todos los bailes hasta que...

Se detiene de golpe. Hasta que lo reemplacé aquella Noche de las Hogueras.

Hace tiempo mis amigos dejaron de intentar que les contara lo que pasó esa noche en la cabaña. Desde que comencé a entrenar a todos les quedó muy claro que no iba a mirar atrás, al menos no de manera que ellos lo noten. No es que me quiera hacer la misteriosa, es solo que no hay manera de ponerlo en palabras y ahora hay tantas heridas acumuladas que esos eventos solo son las más viejas, las que tarde o temprano tienen que cicatrizar.

—También quieres una lección de baile, ¿eh? —agrego ignorando sus palabras y él me sigue el juego.

—Puedes ser una guerrera letal ahora, pero jamás me ganarás en el baile.

—Demuéstralo —demando cruzando los brazos sobre el pecho. Esa hermosa sonrisa que adoro le adorna el rostro.

—¿Ahora?

—¿Por qué no?

—No hay música.

—Excusas.

—¿Sabes? —Toma mi mano y me hace girar despacio—. Quizá no estés lista para los atrevidos bailes lyonenses.

—No te atrevas a subestimarme.

Tararea una melodía mientras giramos y reímos en el mismo lugar donde minutos antes practicábamos con espadas. Aumenta la velocidad de la melodía e incorpora algunos pasos complicados. Nada del otro mundo para quien tuvo que superar una prueba que consistía en evadir las flechas de dos arqueros corriendo sobre un puente que no era más que un tronco podrido sobre el río.

Aunque sigue aumentando la velocidad de los giros y las combinaciones de pasos, le sigo el ritmo, hasta que ambos nos dejamos caer en la alfombra exhaustos, en medio de carcajadas.

—Está bien... me venciste... —concede mientras la risa va muriendo y nos quedamos en silencio algunos minutos, que no resultan para nada incómodos, solo nos sentimos el uno al otro, como hace tantos años. Su mano se desliza hacia la mía.

Un nudo en la garganta me impide decirle cuánto aprecio y valoro que nuestra amistad persista a través de los años y las tensiones entre nuestros reinos, tan solo consigo apretar su mano con fuerza.

Cuando nos separamos esa noche, una fuerte sensación de vacío se apodera de mí. He enfrentado la soledad y el vacío por tanto tiempo, que recordar la calidez de la amistad solo hace que ese vacío se sienta más hondo.

En el fondo del baúl aguarda una pequeña joya que revive tantas cosas. Tomo el relicario en mis manos después de años en los que traté de olvidar su existencia, parece tan brillante como en aquel entonces.

Pensé que, con el tiempo, podría reemplazar esos sentimientos tan amargos por una dulce resignación, sin embargo, eso nunca pasó. Preguntas y más preguntas comenzaron a surgir, como sombras que invadían mi corazón. Demasiadas cosas que no entiendo, que, vistas desde la distancia, no tienen sentido. Lamentablemente, quien tiene las respuestas desapareció de mi vida sin mirar atrás.

—Yo también pagué un precio, aunque al final no te importara nada de eso —grito como una desquiciada al inocente objeto que brilla en mi mano—. ¿Y sabes qué...? Eso que llamaste absurdo... Eso fue... fue... quizá lo único bueno en mi vida...

Tiro el relicario dentro del baúl y cierro la tapa con violencia.

—¡Yo también puedo darte la espalda!

Eso es una gran mentira, porque, aunque a los ojos de los demás yo pasé página y seguí adelante, en lo más hondo sigue doliendo que se haya ido sin siquiera intentarlo, sin pelear, aunque fuera una sola vez más, sin escucharme, sin darme el beneficio de la duda.

A pesar de la hora, me voyal salón de armas porque la única cosa que me salva de la locura en momentoscomo este, es entrenar hasta quedar destruida, sin fuerzas ni siquiera parasufrir por todas esas cosas que ya no puedo cambiar.

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