Capítulo 1


Reino de Trondheim

Cerca de la ciudadela de Gaoth

Año 491 de las Eras de Trondheim

(Tres días después del baile de compromiso/ Un mes desde el inicio de la guerra)

El sol se oculta a lo lejos.

¿Cuántas veces se ha ocultado desde que salí del castillo? No recuerdo. ¿Cuándo me detuve a descansar por última vez? No tengo idea. Detengo a Guerrero porque él no tiene la culpa de lo que pasa, no es justo que lo mate de cansancio. Paramos junto a un riachuelo y lo dejo pastar y tomar agua mientras solo me tiendo bajo un árbol.

Supongo que debería intentar cazar algo, pero simplemente no encuentro la voluntad para hacerlo. Las provisiones quedaron esparcidas en el suelo de la cabaña, así que, inicié un viaje incierto sin siquiera un odre de agua.

Da igual.

Ya ni recuerdo a dónde voy ni porqué voy.

Al salir del castillo lo único que pensaba era que hacía un viaje, como tantos otros: preparar provisiones, pensar la mejor ruta, llegar a la frontera. Aferrado con fuerza a esos pensamientos para no dejar pasar los otros que pujaban por invadir mi mente y demolerlo todo a su paso.

Al menos esa era la idea, hasta que ella entró por la puerta con su mirada llena de dolor y culpa, con las lágrimas bajando como cascadas por sus mejillas y la voz quebrada.

"Cuéntales a todos lo que escondes en tu escote".

El recuerdo de esas palabras abrió la presa que contenía todo lo que he intentado rechazar desde que crucé las puertas del salón real.

"Tú eres ese hijo".

Me llevo una mano al pecho desde donde el medallón quema, haciendo eco de esas palabras. Lo siguiente que recuerdo es ver una puesta de sol a lomos de Guerrero, sin saber dónde estoy o cuánto tiempo ha pasado desde entonces.

Cierro los ojos y me dejo embargar del frío y el cansancio esperando una muerte rápida y sin dolor a la sombra de este árbol anónimo.

Un fuego crepita.

Abro los ojos y mi mirada choca con las llamas de una fogata y los restos de un animal sobre una estaca.

—¿Carne?

Vismair estira hacia mí otra estaca con un pedazo de carne asada a las brasas. Lo miro unos minutos tratando de pensar qué hacer.

—Vamos, no me hago más joven.

Tomo la estaca y me dedico a luchar por hacerlo pasar, pero parece que mi cuerpo no está por la labor y vomito lo poco que logré tragar. Da igual, me muevo un poco para evitar el desastre y vuelvo a dormir.

Por la mañana Vismair ha traído algunas frutas silvestres.

—Probemos con algo ligero.

No tengo ganas de pasar por lo mismo otra vez.

—Oye, Leanna me va a matar si te dejo morir de hambre.

En realidad, no tengo hambre.

Tomo una fruta, no provoca el mismo efecto que la carne, aunque no me sabe a nada. Luego un poco de agua. Otra vez prefiero dormir.

La rutina se sigue repitiendo hasta que Vismair declara que es hora de seguir. No le pregunto seguir a dónde, me da igual quedarme aquí o ir a alguna parte. No cuento los días ni me fijo en el paisaje, solo sé que cada día es más frío que el anterior. El viaje se prolonga por días. Pasamos por aldeas y por lugares despoblados, hasta que reconozco las montañas.

El territorio de los Hijos de la Tierra.

Atravesamos toda la aldea hasta un pequeño grupo de casitas de madera muy bien construidas, no están en los árboles, se asientan en tierra firme. Un grupo de ancianas se ocupa en moler hierbas, otras tejen, otras van de acá para allá con frutas o vegetales y algunas más preparan presas.

—Esta es la villa de las ancianas, ellas prefieren estar aquí abajo, se ocupan también de los hombres heridos, los cuales se quedan aquí mientras se recuperan y puede volver a pelear.

—¿Y si no quieren volver?

—No obligamos a nuestra gente a hacer nada que no quiera. Confiamos en que la madre Tierra sane tanto su cuerpo como su alma.

Se detiene frente a una casa igual a las otras, el mismo tamaño y estructura, pero alejada de las demás y separada de estas por un espeso grupo de árboles.

—Bueno, hemos llegado.

—¿A dónde?

—Este será tu hogar mientras así lo quieras. Aunque podrías volver a los árboles.

No quiero ver los árboles ni mucho menos dormir en una de las casas de arriba, incluso ahí hay cosas que recordar.

—Me quedo aquí.

—Bien. Las ancianas pueden proporcionarte lo que necesites y si necesitas hablar con nosotros puedes decirles a ellas.

Vismair se va. Encuentro dentro de la casa una cama, fruta sobre una manta, agua y nada más. Me dejo caer en la cama y me abandono nuevamente. Es reconfortante no pensar, negarse a analizar los porqués de todo y aún más preguntarme sobre el futuro. Si mi vida ha quedado en una especie de limbo, es mejor así. Dejar de vivir, dejar de luchar, dejar de soñar, dejar de esperar, dejar de... amar.

La imagen que he estado rechazando con tanta fuerza que no me queda vida para nada más, golpea como una roca que va despedazando todo por dentro.

Ariana arrinconada en la cabaña, llorando, suplicando, perdida entre acusaciones e intrigas que fueron tan lejos que ninguno de los dos podría jamás sobreponerse a ellas.

"No me puedes decir que todo lo que vivimos no fue nada".

¿Cómo podría decirle eso? Y sin embargo lo hice. Ella estaba tan desorientada que aceptó todas mis hirientes palabras, permitiendo que cada una se clavara en su pecho, hundiéndose más y más, y aun así, yo sabía que ella no renunciaría, que incluso si la culpaba por cosas de las que no tenía el control, probablemente insistiría en luchar por nosotros y eso era algo que no podía permitir. Solo me quedaba una cosa por usar para terminar de romperla e impedir que pensara en seguirme: mi origen.

"¿Crees que podrás soportar que te toque siquiera?".

Mientras viajábamos, ignorar lo que pasó fue una opción, todo cambió cuando volvimos. Estábamos comprometidos y los dos sabíamos que, si no hubiera sido por lo que vivió en Laurassia, nuestra relación habría sido muy diferente. Percibía sus temblores cuando la tomaba de la mano, el esfuerzo que hacía para reprimir el horror que revivía cuando estábamos juntos. Su lucha me atormentaba porque fui muy consciente de que esas cosas no le pasaban con nadie más. No le ocurría con Dimitri.

Cuando estaba con él se relajaba, su risa brillaba, no había miedo, ni temblores, ni horror. En los entrenamientos, caminando por ahí con sus amigas, con su padre, con las cortesanas, toda su vida parecía volver a su cauce, hasta que nos encontrábamos y ella volvía a parecer un pequeño animalito asustado esperando el golpe de su verdugo. Me tenía miedo, era la única conclusión a la que podía llegar.

"¡Llevo su sangre, Ariana!".

"Tú eres ese hijo".

Esa era la verdadera razón por la que ya nada podría ser igual. Si antes ella no era capaz de mirarme a los ojos sin sufrir, sabiendo eso sería un tormento para ambos. Incluso en el destierro, podríamos encontrar la forma de estar juntos, pero esa verdad lo cambiaba todo.

Por eso lancé el último dardo, envenenando cualquier luz de esperanza que ella pudiera guardar.

Ariana es más fuerte de lo que ella cree. Sin importar lo destruida que la dejaron mis palabras, se levantará y seguirá adelante. Encontrará un nuevo propósito y luchará por él con todas sus fuerzas... sin mí.

—Ya pasará... ya... ya...

Una de las ancianas está junto a mí. Su mano pasando suavemente por mi cabeza.

—Shhh...

El calor humano tiene un efecto bastante extraño. Me reconforta, pero también debilita hasta el punto en que ya no soy capaz de detener el dolor que rebalsa por mis ojos.

Me encojo y la dejo seguir con sus palabras de consuelo. Cada día me prometo que será la última vez, pero cada día se repite la historia. Una de tantas mañanas me ofrece una de sus infusiones de hierbas.

—¿Crees que me cure con hierbas? —pregunto llevándome la bebida a los labios. Como todo lo demás, no sabe a nada.

—No lo sé. ¿Te quieres curar?

Su nombre es Áine. Las ancianas son consideradas líderes espirituales en la aldea. No sé si tomó la responsabilidad por cuenta propia o fue asignada al considerarme otro soldado herido a quien cuidar.

—Quizá no. Podría quedarme aquí a beber tus remedios de por vida.

Ella se ríe de buena gana.

—Si es así, comienza por parecer presentable y luego ven a ayudarme.

Saca una navaja y se ocupa ella misma de cortar mi cabello y barba. No del todo, dice que le gusta la apariencia de los hijos de la Tierra, el cabello largo y las barbas espesas son símbolo de fiereza y dice que así le recuerdo a su hijo que se fue hace muchos años a pelear para defender sus tierras y nunca volvió.

No puedo dejar de pensar que pude haberlo matado yo.

Reino de Trondheim

Territorio de los Hijos de la Tierra

Año 491 de las Eras de Trondheim

(Tres meses desde el inicio de la guerra)

Ya no me paso el día en mi pequeña casa porque he comenzado a hacerme cargo de algunas tareas que a ellas les resultan más pesadas. Insiste en que intente usar las hachas, dice que mis manos pueden llegar a sanar, yo no lo creo, pero la dejo tener esperanzas porque es bonito ver los ojos de una persona con esperanzas.

Un buen día, una voz me sobresalta.

—Vaya, hasta pareces uno de nosotros. —Me volteo y me encuentro con Leanna. Una extraña sensación me embarga, intento reprimir los temblores, pero algo llama desde mi alma. Me resisto y no le pregunto lo que mi alma anhela desesperadamente.

—Bienvenida —digo simplemente y sigo con la tarea de apilar heno. Ella da unos pasos hacia mí.

—Necesito de tu ayuda.

—No.

—¿Solo así?

—Vienes de Gaoth, estabas allá para firmar un tratado y seguramente la casa real puso alguna clase de condición y quieres mi ayuda. No.

Se ríe y se une a la tarea de apilar heno por montones.

—Ya me habían hablado de esa habilidad tuya de leer la mente.

Lanzo el montón de heno con más fuerza de la necesaria.

—¡Gran habilidad es ver las obviedades!

Me alejo de ella. No quiero verla. No quiero saber.

La verdad es que me da miedo que la nombre y que todas esas sombras que tanto trabajo me ha costado mantener a raya vuelvan a acosarme. Necesito a Áine.

—Ya no puedes seguir huyendo. Tienes mucho por hacer, preguntas que necesitan respuestas y un camino que elegir. Vales demasiado para seguir aquí lamiendo tus heridas miserablemente.

Entra a la casa después de mí y se sorprende de encontrar a Áine cosiendo tranquilamente.

—¡Abuela! ¿Qué haces aquí?

¿Abuela? Viéndola bien, el parecido es asombroso, en especial, porque las ancianas se conservan bastante bien para su edad, por lo cual Áine conserva los rasgos que la asemejan a su nieta.

—Lo que me da la gana, como hago desde que soy la moidir en esta aldea.

—¿Podrías dejarnos solos?

—No.

Leanna suspira y decide seguir con la conversación.

—Escucha, entiendo cómo están las cosas... Pero necesito convencer a las siete moidir de los clanes para que acepten firmar el tratado y nuestro territorio sea reconocido.

Me dejo caer en la cama. La paz que encontré aquí es algo extraño en mi vida y no quiero perderla.

—¿Yo qué tengo que ver?

—Ellas no podrán rechazarlo si El Elegido de Hela se los pide. —¡Otra vez con eso!—. El tiempo corre en nuestra contra, las tropas ya partieron a las fronteras, se están armando las estrategias y si nos quedamos fuera, pelearemos solos y Laurassia podría reclamar estas tierras.

Entiendo la ansiedad de Leanna, necesita formar parte de Trondheim y unir fuerzas para defender este territorio. También comprendo por qué Frederick pidió unanimidad en el acuerdo de parte de las tribus, una sola que no esté de acuerdo significaría combatir dentro del reino además de las fronteras y con la amenaza de las divisiones provocadas por los nobles, no puede darse el lujo de enfrentar otro frente más.

—Lo haces ver como si fuera mi obligación solucionarlo. Fui exiliado, ya no le debo lealtad a nadie.

—No, esta vez no será por lealtad, ni deber, ni por honor. Todo lo que hagas a partir de ahora, será solo por tus propios deseos.

—¿Y qué crees que deseo?

La voz de la moidir nos sorprende a ambos.

—Reivindicación.

Nos quedamos en silencio. ¿Reivindicación de qué?

Leanna me mira esperando la confirmación de esa sola palabra, pero no puedo dársela porque estoy tan confundido como ella.

—Ve, muchacho. No has terminado, te queda todavía un buen trecho hasta cumplir con el propósito que elegiste, nada ha cambiado, tú sigues aquí y tu camino está delante. Eso que tanto deseas será tuyo, pero el precio sigue siendo el mismo.

—¿No crees que ya pagué bastante?

—Grandes destinos, requieren grandes sacrificios y el tuyo es excepcional.

Viajar por los territorios de los Hijos de la Tierra y abogar por aceptar el tratado que propone Trondheim, cuando fue el reino que me lo quitó todo. ¿No es dejar que me sigan usando como una herramienta? No, porque ahora no estoy en la obligación de seguir sus leyes, ni sus deseos tienen porqué ser los míos.

Puedo hacer esto por esta gente, desde una posición diferente.

"Ellas no podrán rechazarlo si El Elegido de Hela se los pide".

Si ellos aceptarían ese tratado solo porque yo se los pida, ¿qué más podrían aceptar?

Áine asiente hacia mí como si leyera lo que pienso y diera su consentimiento.

—Leanna, ¿cuáles son las condiciones de ese tratado?

Parece desorientada y observa a su abuela antes de responder un poco titubeante.

—Todo el territorio a ambos lados de la frontera será nuestro, seremos una comuna más y...

—¿Con gobierno independiente?

—La casa real desea enviar un gobernador...

—Recházalo.

—No podemos, Trondheim necesita un puesto de avanzada aquí.

—Tú serás el gobernador y habrá un puesto de avanzada leal a ellos, pero controlado solo por ustedes. Lo aceptarán, diles que fue la condición de las moidir y que, si no lo hacen, se unirán a los rebeldes de Laurassia.

—¿Qué te hace pensar que aceptarán?

—La casa real de Trondheim es un nido agrietado e infestado de plagas, su peor amenaza está dentro de sus propios muros. Te necesitan más a ti que tú a ellos, aunque quieran hacerte pensar lo contrario. Es más, tendrás un voto en el Consejo Real.

—¿Y para qué quiero usar ese voto?

—Será un comodín y cuando llegue el momento, sabremos cómo usarlo.

Leanna se da por vencida. Ella es una guerrera, la política es un campo de batalla muy diferente a lo que conoce, los ataques son más insidiosos y la crueldad tiene escalas desmesuradas, no hay velocidad ni fuerza que valga, la principal arma es el poder, y cualquier dosis de poder bien utilizada puede entrar al juego.

Áine se pone de pie y viene hacia mí.

—Bueno, parece que mi trabajo está hecho.

—Extrañaré tus brebajes, anciana embustera. —Toma mis manos entre las suyas mientras ríe. Nunca sospeché que ella era la figura más importante en la aldea.

—Cosas de vieja, no me lo tomes en cuenta y recuerda: un paso a la vez.

—No lo olvidaré, moidir.

Solo nos toma unos días preparar el viaje hacia los clanes de los Hijos de la Tierra. Obviamente ya contamos con un voto para el tratado, nos resta convencer a las seis moidir restantes.

Leanna decidió ocultar mi verdadero nombre y, como mencionó antes, con la apariencia que me dio su abuela y las ropas propias de los guerreros, parezco uno de ellos. No les caería en gracia que su "Elegido" proviniera de Trondheim... o de Laurassia en todo caso.

—Tu nuevo nombre es Brandar Yllir. Apréndelo pronto, podríamos cruzarnos con vigilantes por los caminos.

Nos despedimos de las ancianas y nos dan su bendición. Queda aún un largo trecho por recorrer y esta vez lo seguiré según mis propias reglas. Un nuevo juego dará comienzo, pero ahora también voy a mover las piezas.

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