XV
Capítulo XV
(Parte 1)
Loú Khelss
Año: 233 D.M
48 horas después del Fuovlem
Gremio: Vicus
—¿A qué te refieres?
Loú era terrible para fingir ingeniudad, pero aun así ladeó la cabeza hacia un costado y sonrió con suavidad, justo como lo hacían los buenos mentirosos.
Como lo hacía Loki.
Henry había avanzado hasta el sofá mullido y se había sentado en el, ajustando sus gafas para observar a través de la luz tenue de la lámpara. Sus ojos azul acero como dos relámpagos: brillantes y peligrosos.
—¿Me forzarás a decirlo? —Su mirada se posó en Melinòe—. ¿Estás segura?
Loú percibió como se le revolvía el estómago, al tiempo que se le empapaban las manos de un sudor familiarmente helado.
—¿Estás amenazándome? ¿Crees que eso funcionará en mí?
—Creo que tienes mucho que perder —aclaró—. La cuestión es... ¿Te arriesgarás a perderlo? —Sus labios se crisparon en una mueca de profunda diversión, de placentero disfrute.
Henry era ese tipo de hombre, encantador al principio, letal al final.
De los que eran capaces de destruir sólo a base de palabras dulces, pero plagadas de crueldad.
Loú no lo odiaba, no se atrevía. Pero en ese instante deseó poder hacerlo con todas sus fuerzas.
Observó a Melinòe, con los brazos recogidos sobre su pecho, y la respiración tan irregular que Loú se sorprendió por la ausencia de movimiento en su cuerpo. Sabía que Ava había conversado con ella, que le había dicho ciertas cosas que Loú habría preferido mantener en secreto un poco más de tiempo.
Lo que no sabía —y tenía miedo de preguntar— eran las repercusiones que esto pudo haber generado en la mente de su hija.
Parecía afectada... A pesar de que Ava había omitido las partes más importantes en su confesión.
Henry frunció el ceño, comenzaba a impacientarse.
—¿Y bien? ¿Quieres que le hable sobre él? ¿Cómo era que se llamaba? —Las hebras oscuras de su cabello cobraron vida cuando zarandeó la cabeza hacia atrás, un gesto brusco, amenazante—. Por supuesto, Lok...
Loú sintió como la sangre bombeaba a su cerebro a toda prisa, la pulsación constante le provocó náuseas.
—¡Cállate! Ya entendí. No digas nada más.
—Oh, claro, él es tu punto débil. Que trágico, una humana y un... —Hizo una mueca de desagrado, pero se permitió el deleite de no terminar la oración.
—¡Henry! Una palabra más y... —advirtió.
—Las mentiras son como el veneno, Loú —Sonrió con aires de profunda superioridad y añadió—: Lentas, indescriptiblemente dolorosas. La infección total puede demorar, pero te aseguro que llega. La pregunta es, ¿cuánto tardarás en intoxicarte?
Melinòe dejó de respirar por unos segundos.
Los dedos de Loú se crisparon, el poder ardiente empezaba a desbordarse a través de ella rápidamente, como una granada cuyo anillo acababa de ser retirado.
Si no lograba calmarse de algún modo, temía que su hogar explotase en llamas.
Inhaló y exhaló dos veces antes de hablar.
—Responderé tu maldita pregunta, pero no enfrente de ella —Señaló a su hija.
No fue necesario que dijera nada más, Melinòe agachó el rostro y subió las escaleras en silencio, como si fuese un fantasma.
Henry lo tomó como una señal para continuar.
—¿Sabes? No puedo evitar preguntarme qué pasó esa tarde, el día del atentado en el Fuovlem —explicó. Los dedos de su mano tamborileaban sobre el brazo del sofá violeta—. A pesar de la estricta vigilancia... ¿Cómo logró Melinòe desaparecer sin ser descubierta? —Había un desafío sutil, empalagoso, en su voz. Responde si te atreves.
—Larss la ayudó, ya te lo había dicho.
—¿Fue así? ¿Y cómo...? No, déjame ser mas específico, ¿hacia dónde huyó ella?
Loú no estaba segura de por qué, pero algo en su interior le suplicaba que se callase y no continuase con esa conversación.
Tuvo miedo, del mismo tipo que sentía cuando era joven y tenía que acompañar a su padre al panteón griego, donde los dioses la observaban como si fuese un ser diminuto e irracional. El mismo tipo de mirada soberbia que su esposo le estaba dando en ese instante.
La diferencia radicaba en que Henry era un simple humano, mortal e imperfecto. Loú no, ella era mucho más que eso. La sangre inmortal corría por sus venas, el poder que había heredado de su padre se alojaba en su interior, silencioso, pero listo para estallar de ser necesario.
Entonces, ¿por qué se sentía tan intimidada por Henry?
No había motivo, él no debía controlar su vida... ella no podía dejar que lo hiciera.
Era suficiente con el hecho de que haya sido forzada a casarse para ocultar su identidad, para cumplir con el papel que los Musgravités le encomendaron en el régimen.
Loú era más, más que ese hombre que la despreciaba por no ser como los demás, por no ser completamente humana.
Se inclinó hacia delante y sonrió. Si la bomba tiene que estallar, ¡que estalle!
—Rog —soltó—. Estuvo en Rog y según Lawrence, cerca del centro de experimentación humana, es un verdadero milagro que nada haya salido mal... ¿No te parece?
En algún momento en medio de la charla, la diversión burlona de Henry había desaparecido de su cara, reemplazada por una mirada fría y horrible. Cuando fue su turno de hablar, Loú lo observó con detenimiento, intentando descifrar si solo estaba actuando o si tanto él como ella estaban guardando secretos entre sus dientes apretados.
—Rog... —pronunció con una mueca de asco—. Imposible, si ella hubiese estado ahí, yo...
—¿Tú qué?
El hombre se mordió la parte interna de su mejilla, pero no dijo nada.
—¿Tu qué, Henry?—Loú bajó el volumen de su voz y continuó—: ¿Hay algo que me estés ocultando? Sabes que el pacto que hicimos te lo prohíbe.
—Conozco los términos a la perfección.
—¿Entonces?
El hombre carraspeó y evitó su mirada.
—Yo... tengo contactos en Rog. Gente que hace lo mismo que hago contigo.
—¿Los experimentos? ¿O te refieres a tu labor de "médico"? —preguntó Loú con burla, haciendo especial énfasis en la última palabra.
—No estoy bromeando, Loú. Pudieron capturar a Melinòe, si la hubiesen visto...
—¿Oh? ¿Así que ahora sí te importa?
Sin previo aviso, Henry desconectó la lámpara de la encimera y se levantó del sofá violeta. Acto seguido, se aproximó a la castaña, sus ojos centellearon en la lobreguez de la habitación.
Tomó a Loú del mentón con delicadeza, y atrajo sus rostros tan cerca que ella pudo percibir la calidez húmeda que desprendía su aliento.
Sus pechos ascendieron y descendieron con lentitud, casi de forma sincronizada.
Henry se relamió los labios y acarició con suavidad los rizos cobrizos que sobresalían.
—Me interesa lo que podría pasarle a mi futuro sujeto de prueba —le susurró.
Loú lo empujó rápidamente.
—¡¿Qué dices?! Ella no era parte del trato.
El maldito trato que había firmado cuando era joven, el pacto que detallaba su sentencia de muerte.
El cual concedía, entre otras cosas, el permiso absoluto para que Henry pudiera hacerle pruebas médicas espantosas en su cuerpo y mente, en busca de la chispa de un elemento primiginio que había desaparecido hace siglos: El Caos.
Loú no conocía mucho al respecto, pero sabía que Dioses y seres inmortales, de diversos panteones, lo estaban buscando. Parecía ser muy importante para ellos, e incluso para las personas como Henry.
Según relataban, después de la creación de la Galaxia, el Caos se dividió en pedazos inmateriales a lo largo del tiempo, habitando seres humanos, animales e incluso objetos. Con el único propósito de no ser descubierto, pues albergaba un poder inmenso, poder que ningún Dios o individuo era digno de controlar.
Su padre, uno de los 12 dioses principales del Olimpo, le había advertido sobre ello. Le había recomendado alejarse de todo lo concerniente al Caos, sin saber que la propia Loú era sospechosa de contener una de sus partes en el interior.
—Creo que tendremos que modificar ligeramente nuestro contrato, Loú —dijo Henry con una sonrisa retratada en el rostro.
—No... No, no te lo permitiré —la mujer comenzó a temblar—. Puedes seguir experimentando conmigo, no me importa. Pero no te atrevas a tocar a Melinòe. Ella no...
Henry la tomó de las manos, heladas por la reciente conmoción, y las cubrió con las suyas. Un gesto aparentemente dulce, pero cargado de intenciones ocultas.
—Sucede que tu turno ya concluyó... ahora le toca brillar a Melinòe. No empezaré de inmediato, no te preocupes. Primero, debo prepararla.
Loú lo sujetó de la camisa, sus ojos inyectados en pura y desenfrenada rabia.
—¡No! ¡Dije que no! Si le pones un solo dedo encima, te juro que-
—¿Qué? ¿Qué harás? —El hombre la arrinconó contra una de las columnas mohosas—. Aún no lo entiendes, ¿verdad?... Tú eres mía. —Rozó con el pulgar su frente empapada de sudor—. Así que limítate a obedecerme.
Loú enmudeció, no por el extraño comportamiento de Henry, o por lo insoportablemente cerca que se encontraba de ella, sino por las palabras que se había atrevido a decir.
¿Suya? ¿A qué demonios estaba jugando?, pensó.
—¿Estás drogado? —lo apartó de un manotazo, y el cuerpo de Henry cedió como si se tratase de una ligera pluma.
—¿Qué te hace pensar eso? —Su cara estaba completamente roja.
—No sería la primera vez... ¿te excediste con las Liberté? Pareces un adicto, que asco.
Henry había adquirido la horrible afición de devorar pastillas una vez al mes. Guardaba su ración diaria y las acumulaba hasta ese momento; luego, una tarde, y sin miramiento alguno, las ingería desesperadamente, como si la vida se le fuese de no hacerlo.
Eran uno de los pocos momentos en donde Loú podía verlo perder el control, imperfecto y salvaje, como un verdadero humano.
Loú suponía que, debido a su estado, no hablaba en serio cuando decía querer experimentar en Melinòe. Sí, él no podía ser consciente de lo que pasaba.
¿Verdad?
La castaña suspiró aliviada.
—Bien, antes que te obligue a largarte de aquí y llame a algún Navii, ve a lavarte la cara. Te ves terrible.
Henry enarcó una ceja
—Sabes qué día es hoy, ¿no es así?
—Es miércoles... —Los ojos pardos de Loú se encendieron súbitamente—. Mierda ¡Es miércoles! ¿No podemos hacer una excepción? Estoy muy cansada. —El hombre negó con la cabeza y suspiró hastiado.
Tres veces a la semana, de forma intermitente, Henry le inyectaba un sedante transparente en las venas; y cuando ella perdía el conocimiento, le realizaba exámenes y pruebas de todo tipo. Loú estaba muy agradecida de tener una gran resistencia al dolor por su condición de semidiosa; de lo contrario, no hubiese podido soportarlo durante tanto tiempo.
Lawrence, su mejor y único amigo, no lo sabía. Y era preferible de esa forma. Ella le ordenaba que no los vigilara por esos días, que mantuviera su distancia. Porque si él se enteraba... Loú sospechaba que Henry iba a amanecer sin dignidad, y sin vida.
Y Loki... Bueno, él era una de las principales razones por las que ella hacía todo eso.
Por permanecer a su lado.
Loú se recostó en el sofá, el tacto acolchado y felposo le produjo un dulce sentimiento de calma, de alivio. Henry había desaparecido por una de las puertas de madera que se ubicaba detrás del pequeño comedor en la salilla. El chirrido metálico del aparato que trajo consigo en cuanto salió, provocó cosquillas en el estómago de la mujer.
Loú observó con pesadez como su esposo le aplicaba la usual inyección cristalina en el brazo derecho, sus ojos lagrimearon, mientras que el corazón le comenzó a latir con mayor lentitud a medida que el líquido se mezclaba con su sangre.
De repente, tuvo la sensación de que tenía dos grandes bloques de concreto en los párpados, forzándola a cerrarlos con violencia.
—Perfecto. No te muevas, no tardaré mucho —murmuró Henry.
Pero ella ya no lo escuchaba, ya no lo veía.
Antes de perder el conocimiento, lo único que Loú sintió fueron las frágiles caricias del único hombre al que realmente amó en toda su vida.
A Loki, el Dios de las mentiras.
...
PIE DE PÁGINA:
¡Y llegamos con el nuevo capítulo de hoy! Espero que lo hayan disfrutado. <3
¿Qué opinan de Henry? ¿Cuales creen que son sus verdaderas intenciones?
¿Qué será eso del Caos? ¿Tienen alguna teoría al respecto?
Sin más que añadir, me despido. ¡Nos vemos el próximo sábado!
El viejo y señor de los cuervos les manda besitos
BinnieOut
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