XIX
Capítulo XIX
Ro
Año: 218 D.M
Gremio: Dajmond
Ro adoraba sacar a los perros de paseo.
Le gustaba sujetarlos con correas de cuero rosa. Observar como las venas de sus cuellos se estiraban y palpitaban bajo la sofocante presión.
Como ladraban hacia los extraños y gruñían con obediencia. Mostrando los caninos blancos, jugosos y brillantes, como diamantes.
La forma en la que se agachaban para lamer sus zapatos de tacón, succionando la punta lenta, pícaramente.
Rendidos ante los pies de Ro. Esclavos de sus impulsos y anhelos carnales.
Como los animales inferiores que eran.
Le provocaba una especial emoción el asombro que generaba. Los perros de juguete y ella, transitando por las pulcras calles de Dajmond; con gafas fucsia en los ojos, labial igual de intenso que el azul de sus orbes rasgados.
Música vibrante resonando en sus audífonos portables. Los pasos certeros, al mismo ritmo que el Synth Pop* en sus oídos. Y la goma de mascar, reventando sobre las comisuras de sus labios embarrados de gloss.
La coronilla de oro que surcaba la coleta en su cabeza, los hilos cobrizos que se entremezclaban con el negro de sus mechones lisos. La piel bronceada que refulgía como escarcha bajo los rayos del sol.
Y es que todo ambiente era reducido a cenizas ante la exuberante belleza de Ro.
Cuando llegaba a la puerta del PentHouse, los perros se abalanzaban sobre ella, como cachorros necesitados. Como escarabajos que se arrastraban y retuercen por la mugre, a cambio de atención.
Ro los acariciaba, deslizaba las uñas largas por su pelaje, por el pecho desnudo y velloso.
Ellos resollaban y expulsaban jadeos de alegría, de desenfreno. Y, como recompensa, ella soltaba las correas. Los liberaba.
Ellos corrían en círculos, levantaban las manos adoloridas y sucias, los pies acalambrados y las rodillas despellejadas por haber caminado antinaturalmente a cuatro patas.
Hablaban y esbozaban una sonrisa tonta, encantadora. Se acercaban a Ro, querían besarla, hacerla suya.
Ella no los culpaba; después de todo, eran hombres.
Se apretujaban entre sí, tibios y carnosos. La animaban a recostarse a su lado, se relamían, incapaces de tolerar el apetito, las ganas de saborearla.
Ella reía, el sonido más suave y placentero que habían escuchado en todas sus vidas. Y también el último.
Se retiraba la manta de seda que la cubría de pies a cabeza. No se apresuraba en hacerlo, quería que sufrieran. Observaba la magia que salpicaba sus ojos en forma de pecado, como se aplastaban mutuamente para intentar tocarla.
Ro reducía la distancia entre ellos, batía sus gruesas pestañas seductoramente. Les ordenaba que gritaran su nombre, que la aclamaran con todo el ardor de sus gargantas.
Y cuando lo hacían....
Ella los asesinaba.
—Estos tampoco duraron mucho —murmuró.
La sangre, escurriendo del manantial espeso de los cadáveres, le manchó los labios. Ro pasó la lengua y se reconfortó con el sabor metálico, algo agridulce.
Rico, pensó.
Los perros siempre lo eran.
—¿Todo en orden, querida?
De pronto, escuchó un silbido, luego un fugaz susurro.
Una figura alta, con voz grave pero aterciopelada se aproximó hacia ella. El collar de zafiro que le surcaba el cuello contrastaba con la palidez de sus clavículas. Le sonrió y sus pupilas violetas centellearon en medio de la oscuridad.
—Isas —empezó Ro—. No creí verte tan pronto.
El muchacho llevaba una camisa azulina, holgada y desabrochada a la altura del pecho. Su melena castaña como la de un león ondeaba por el viento.
—Parece que te cortaste —mencionó Isas.
Ro se percató del líquido que le empañaba el vestido.
—También podría cortarte a ti.
—Adorable... pero quizá en otra ocasión. Hoy tenemos un trabajo pendiente —Isas meneó la cabeza con disgusto por los cuerpos sin vida sobre la alfombra de piel—. Primero encarga a alguien la limpieza de esto. Me da asco y pienso desayunar pronto.
—Que dramático eres, cachorrito. No olvides que en algún momento serás uno de ellos.
—¿Lo seré? Dulce de tu parte imaginarlo —Isas arrancó la correa del cuello de los hombres y la arrojó lejos—. Las almas de estos sujetos no saben bien. Escoge mejor a tus mascotas, por favor.
—¿Puedes probar un alma sin siquiera extraerla? —preguntó Ro.
—Soy un Shinigami —El joven guiñó el ojo y añadió en tono meloso—. puedo hacer muchas cosas.
—Seguro que sí.
Ro odiaba cuando hacía amalgama de sus capacidades. Ella ya sabía lo poderoso que era el Dios japonés. Lo había sentido en carne propia.
Pero Ro era mucho más poderosa.
Soltó una risilla y dijo:
—Podemos jugar todo lo que desees al finalizar el día —Atrapó con sus dedos uno de los rizos de Isas, y lo desenredó con fuerza—. Por ahora trabajemos, cachorrito.
El muchacho le sonrió, el tipo de sonrisa indescifrable a la cual ella ya estaba acostumbrada. Había aprendido a interpretarla como aburrimiento.
Muy distinta a la que le regalaba cuando ambos estaban entrelazados bajo las sábanas de pluma en su cama.
Se tomaron de la mano y caminaron hacia la escalera en caracol, ubicada en el centro de la gran sala de mármol.
El departamento donde vivían era amplio, con siete habitaciones alargadas, mismas en donde los juguetes de Ro aguardaban la oportunidad de ser usados y desechados. Había ventanales cristalinos de extremo a extremo, los cuales reflejaban las noches estrelladas, y los atardeceres calurosos. No tenían cortinas, pues amaban ser vistos.
Habían jarrones bañados en oro naranja, con cadenitas diamantadas alrededor; sillones compactos de cuero de becerro, una pantalla holográfica del mismo tamaño que la pared lateral y un equipo de sonido de la más alta calidad, empotrado en el dormitorio principal.
Ro adoraba la música y su capacidad de envolverla en notas adictivas, casi como una droga.
La muchacha pasó las uñas rosadas por un cúmulo de joyas que reposaba en una de las encimeras, se regocijó ante el tacto metálico de las mismas. Las piedras preciosas no tenían mayor valor que el de ser un adorno... pero que bien que se veían puestas en ella.
El castaño la condujo hacia el piso subterráneo. El collar de zafiro en su pecho emanaba la suficiente luz como para sofocar la oscuridad del camino.
Isas era silencioso; en ocasiones, Ro le preocupaba perderle el rastro. Se movía rápido, con precaución, producto de la gran experiencia como espía que tenía. Ro observó como su camisa se retorcía por la brisa y se elevaba ligeramente, dejando ver un tatuaje de cruz invertida esculpida sobre el final de su columna vertebral. Le gustó como la tinta púrpura impactaba contra la palidez de su piel.
En cuanto llegaron al final de la escalinata, Ro encendió la linterna de su celular —transparente por ambos lados— y alumbró el suelo, cubierto por una gruesa capa de polvo y una sustancia marrón reseca. Tuvo cuidado de no ensuciarse las botas.
Un individuo robusto y muy alto se encontraba amarrado en una de las sillas de piedra al fondo de la estancia.
—Vaya, vaya. ¿Pero qué tenemos aquí? —Ro esbozó una sonrisa felina—. Mi querido amigo... espera, ¿cuál era tu nombre, tesoro? Lo acabo de olvidar... ¿Puedo llamarte tesoro? Me gusta como suena.
Hincó uno de sus dedos en las costillas amoratadas del hombre y este rugió de dolor.
—Qué bonito sonido acabas de hacer, me gusta... me gusta mucho —dijo Ro y clavó un puñal en la pierna desnuda del individuo, la sangre semi dorada escurrió de la herida—. Vamos, no seas tímido. ¡Hazlo de nuevo!
El hombre apretó sus labios con fuerza, negándose a complacerla. Lo que él ignoraba era que Ro amaba los desafíos.
—Terrible decisión, tesoro —murmuró Isas, observando todo a la distancia.
Ro estiró las uñas hasta tocar los globos oculares del individuo con estas. Hizo presión, primero poca, pero fue aumentando la intensidad a medida que la boca del hombre temblaba para ocultar sus gritos.
La córnea era suave y blanca, a Ro siempre le había fascinado la perfección inintencionada de la anatomía humana. Moldeada a imagen y semejanza de los Dioses.
Pero, a diferencia de ellos, los mortales eran frágiles. Podían romperse en cualquier momento, ya sea por una brisa o por el aullido de un huracán. Sus existencias eran efímeras y angustiantemente cortas.
A diferencia de la divinidad, los hombres sangraban.
Ro arrancó el ojo izquierdo del hombre. Este liberó un alarido agudo y rasposo, como el sonido de los cristales al destrozarse.
—Dime, tesoro. ¿Fue divertido ver cómo todo explotaba en pedacitos? Apuesto a que sí —La morena lo rodeó con los brazos y atrapó su rígido cuello con las manos—. El problema es que te metiste con mi trabajo, y ahora yo debo recoger la basura de los MusGravité.
Isas se acercó a ella y le tendió una especie de arma muy similar a un martillo oxidado. Le sonrió mientras volvía a retirarse tras el manto de la oscuridad.
—Verás, a mis jefes no les agradan los contratiempos. A mí tampoco. Y tu intervención en el Fuovlem, lo que sea que esperabas lograr al plantar 13 bombas... Uf, vaya que fue un contratiempo —Ro le acarició la cabeza calva, dibujó un círculo con el índice—. Sé que crees tener inmunidad por ser un Semidiós y, además, un Naqlurk; pero tesoro, nadie. Y escúchame bien, nadie escapa de mí.
Tras pronunciar la última palabra, Ro inhaló con fuerza y el tiempo se detuvo por completo.
La estancia se tornó azulada, como si el sótano mismo estuviese conteniendo la respiración. La escalera en espiral se retrajo levemente y desapareció.
Ya no había escapatoria.
Un reloj circular flotante, con bordes celestes, se manifestó de pronto. Inició una cuenta regresiva, 7 minutos se leía en el contador. El tiempo suficiente como para que Ro pueda masacrarlo sin detenerse a tomar aire.
La muchacha ajustó las cadenas de los 3 relojes de pulsera que tenía en cada brazo, escuchó el ligero click.
—Quiero saber el porqué... ¿por qué provocar semejante espectáculo? ¿Tenías un objetivo en mente? —La muchacha hundió sus garras en la piel vieja del militar, el ardor hizo que se estremeciera—. Oh, acaso, ¿ese objetivo era un quién?
—E-El futuro líder de los padres supremos —escupió el hombre de forma mecánica, como si hubiese ensayado esas palabras muchas veces antes.
—Kale Rothschild —afirmó Isas.
—¿Querías asesinarlo? —preguntó Ro, pegando el pomo helado del martillo sobre la frente del Naqlurk—. ¿O querías tomarlo como rehén para exigir un trato?
—Un trato... ¡Si! ¡Quería un trato! —aseguró el hombre a través de gimoteos—. Las condiciones de vida en Sáfir son repugnantes comparadas a las qué hay aquí. No era lo que merecía, ¡soy superior a todas esas escorias mortales! Tú más que nadie debería entenderlo.
—Comprendo el sentimiento —suspiró Ro, y luego añadió con una mirada feroz—: Pero eso no te da el derecho de hacer travesuras en mi territorio. Los perros malos deben ser castigados. Y tú, tesoro, has sido un perro muy malo.
La joven acero el filo redondeado del martillo, esta vez a su cuello y golpeó con fuerza. El metal impactó la carne como si se tratara de gelatina maleable.
—¡Espera! —gritó el hombre con la garganta casi desgarrada—. Te lo suplico, ya confesé mi crimen. ¡Dijiste que sólo debía hacer eso y me liberarías!
—Los MusGravité me ordenaron impartirte una sanción. Y como su consultora principal, ¿cómo podría negarme? —Ro arrancó de un sopetón una capa de pellejo fresco que comenzaba a descamarse del cuello del Naqlurk. Este soltó un estridente alarido—. Isas, estás grabando todo esto, ¿no?
El muchacho señaló el collar de zafiro, el cual refulgía con más viveza que antes. Asintió con una sonrisa cruda en los labios.
—¡Esto no fue lo que acordamos, perra estúpida! —rugió el hombre mientras comenzaba a perder la consciencia.
—Atrévete a llamarme una vez más así y te arranco la lengua —susurró ella.
Ro retiró la daga de su rodilla y la clavó en el vientre del hombre, la arrastró hasta culminar en el ombligo. La sangre empapó rápidamente el traje descosido, mientras la carne hedionda continuaba cediendo ante la presión.
Ro urgo aún más en el interior del sujeto y hundió el arma lo más profundo que pudo, creyó dar con el inicio de sus vísceras rojas.
Agradeció mentalmente la resistencia que su condición divina otorgaba al pobre enclenque frente suyo.
Era un hijo de Seth*, perteneciente al panteón egipcio.
Y Ro adoraba, con especial vehemencia, molestar a los dioses de ese panteón.
Se mordió el labio inferior mientras sacaba la daga del hombre y limpiaba el filo con la camisa rota del mismo.
—Y así, mis queridos jefes, es como se recepciona a un traidor del régimen. Les prometí encontrar al culpable y eso hice... Por supuesto, muy pronto daré con sus cómplices —Ro se acercó a Isas y tomó el collar entre sus manos bañadas en sudor y sangre—. Y prometo otorgarles el mismo trato.
—Eres... eres una —tartamudeó el Naqlurk—. Una maldita trai-
Ro hizo un movimiento rápido con los dedos y la lengua del hombre salió volando de su boca hasta los zapatos de la muchacha. Levantó el tacón y pisó con excesiva fuerza el órgano gustativo.
—Te lo advertí, tesoro. Nada de groserías aquí.
—Déjame culminar el trabajo —pidió Isas, mientras un arma larga y dorada emergía en sus manos. Su guadaña.
El joven posó el objeto filoso en el pescuezo a carne vida del Naqlurk, no lo pensó dos veces y flexionó el brazo. La guadaña traspasó el cuello a corte limpio. La cabeza arrugada y maltrecha no tardó en rodar hacia el suelo frío del sótano.
Isas pateó la cabeza como si se tratase de una pelota de plástico, y cuando la perdió de vista acercó el arma al corazón inerte del hombre.
Una estela de luz gris se deslizó hacia afuera, una especie de mancha traslúcida, imperceptible frente a ojos inexpertos; pero cotidiana para el Shinigami: su alma.
Isas degustó el delicioso sabor que tenía, las casi inmortales siempre eran sus favoritas, tan escasas y con una pizca de regusto a eternidad. Perfectas.
La guadaña se agrandó por unos breves segundos y consumió el alma, la cual serviría como combustible para nutrirla y, por supuesto, al Dios de la muerte que la portaba.
El cadáver del Naqlurk fue engullido por la oscuridad misma que se apoderó de la habitación como una marea furiosa e inevitable.
Ahora ya no quedaba rastro alguno de su existencia.
El contador llegó a 0, y el reloj flotante se deshizo en polvillo transparente. Ro tomó una gran bocanada de aire; y percibió, no por primera vez, cómo sus pulmones se habían contraído por el desgaste. Desajustó el broche de sus pulseras.
Isas se arrancó el colgante de zafiro, restregó el dije y un holograma rectangular apareció encima de este. Se veía la grabación de la tortura en una calidad maravillosamente nítida.
Accionó un botón minúsculo dentro del zafiro y el holograma azul se desintegró.
—Hecho, lo he enviado a la central principal. Los jefes lo recibirán muy pronto —señaló Isas, mientras se acercaba a la morena.
Ro se sentía bien, muy muy bien. Se sentía viva.
Había logrado su cometido, se deshizo de un obstáculo mayor. El sendero diamantado del éxito se extendía frente a ella, con caminos libres y pulcros.
Ahora solo debía adherirse al plan y ser la mejor consultora de la élite MusGravité. Y, de ese modo, lograr convertirse en la representante oficial del Clan Rothschild. Sí, solo así ella podría gobernarlo todo. Ella y....
Dirigió su atención al muchacho y no pudo evitar admirar lo hermoso que era cuando tenía la boca cerrada: con aquellas pestañas frondosas, los labios sonrosados y carnosos, y aquellos rizos sedosos que se ensortijaban como enredaderas en sus dedos cuando ella los besaba, cuando aspiraba su aroma a notas afrutadas.
Él era uno de los pocos seres que le provocaba apetito. El tipo de apetito que se siente hacia una botella de vino añejo. Hacía un objeto muy costoso y necesitado. E Isas era, sin lugar a dudas, su objeto favorito. Tan fácil de manipular, de engañar...
No obstante, muy en el fondo, a Ro le agradaba la idea de quedar hipnotizada bajo su hechizo embriagador. O, en el peor de los casos, derretirse bajo la profundidad morada de sus ojos, cuando se enfocaban en ella directamente, como si todo lo demás no existiera.
Justo como ahora.
—¿Sucede algo? —Ro alzó una ceja.
Isas sacó un cigarro del bolsillo interno de su pantalón azul y lo colocó en los labios de la muchacha.
—¿Y esto?
Él se inclinó hacia ella, estaba tan cerca que Ro podía percibir su aliento gélido en el rostro, el hedor a muerte y tabaco que destilaba. Isas chasqueó los dedos y un encendedor incrustado en rubíes brotó sobre estos.
Le retiró con delicadeza los rastros de sangre que salpicaba el rostro de la muchacha.
—¿Me permites, bella dama? —dijo y encendió el cigarro, el humo escapó en forma de nube platinada.
Ella absorbió el dulce sabor del veneno, ingresando a sus pulmones y trayendo una inmensa calma consigo. Sintió el peso de la mirada brillosa de su compañero sobre ella. Sus manos que ahora se deslizaban hacia la cintura delgada de Ro, la forma en que apretó sus cuerpos. Piel con piel, corazón palpitante contra un espacio hueco.
A Isas le excitaba verla cubierta de sangre y cenizas.
Y a Ro le excitaba saberlo.
—¿Me acompañas, querida? —Le tendió la mano y esbozó una preciosa sonrisa con hoyuelos.
Ella le correspondió y se dejó guiar por la escalinata empinada, hacia una puerta secreta que llevaba al mundo del más allá.
Y era solo, durante esos breves segundos, cuando ella olvidaba lo mucho que lo odiaba.
Lo mucho que deseaba hacerlo pedazos.
Pie de pagina:
1. Synth Pop: en español, pop de sintetizador, también conocido como techno-pop, es un subgénero del pop y de la música electrónica nacido a finales de los años 70,
2. Shinigami: los Shinigami son dioses o seres sobrenaturales que invitan a los seres humanos hacia la muerte, o inducen sentimientos de querer morir. Son conocidos también por ser recolectores de almas.
3. Seth: Dios perteneciente al Panteón Egipcio. Señor del caos, dios de la sequía y del desierto en la mitología egipcia. También es el hermano de Osiris.
¡Buenas tardes queridos lectores!
En esta oportunidad introducimos a un personaje muy importante para lo que se viene en la trama. ¿Les agrada Ro? ¿Les desagrada?
Es un personaje muy curioso, ¿no es así?
¿Se han dado cuenta de un detalle? La ausencia de negritas en este capítulo... ¿tendrá un motivo?
Un besito a todo@s. No se olviden de hidratarse y nos vemos en el siguiente capítulo ❤️
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