XIV
Capítulo XIV
Melinòe Retter
Año: 233 D.M
48 horas después del Fuovlem
Ciudad: Vicus
Este era el final.
La música paró de repente, las luces artificiales mermaron su intensidad hasta parecer traslúcidas.
Ya nadie bailaba.
La tierra se sacudió con violencia, los demonios de la noche emergieron de las fosas como una manada de lobos rabiosos.
Las rocas de granito se destrozaron bajo el impacto de la explosión; el estruendo había sofocado los gritos de las personas aterradas.
El hedor a muerte se podía oler a kilómetros de distancia, palpable, como una verdad inalterable.
Un destello cegador, semejante a una estela, terminó por incinerar la superficie de mármol. Las copas de vino estallaron por la presión; mientras que las máscaras blancas, ahora regadas por el suelo, eran pisoteadas por el tumulto ansioso por el escape.
La exuberante fiesta se había transformado en un recital de golpes y chillidos de criaturas inhumanas y hambrientas.
Melinòe se restregó los ojos, una vez, y luego otra, hasta que sus párpados le escocieron por la fricción.
Era una de sus pesadillas.
Estaba en medio del salón, con un largo vestido negro, y un antifaz semi roto sobre el rostro. Una serie de libros flotaban en círculos a su alrededor, encerrándola. Cada uno de ellos con runas brillantes en las portadas. Melinòe creyó reconocer un par de estas.
Observó un cuervo posado sobre una de las elegantes mesas, ahora partida en pedazos. El animal le devolvió la mirada.
De pronto, una mano la arrastró fuera del círculo.
—Mocosa, ¿qué haces? Tenemos que irnos ¡Ahora!
—¿Larss?
El muchacho de ojos dorados hizo una mueca.
—¿Y quién más podría ser? No seas tonta y muévete.
Una columna, recubierta de oro rosa, se desplomó entre ambos.
—¡Nòe! ¿Estás bien? Uff, sabía que no debíamos separarnos.
Ava se acercó a ella, llevaba una armadura dorada, en la que sobresalía una espada hecha de luz pura; mientras que una corona de plumas le decoraba bellamente la cabellera rojiza. Melinòe pensó por un momento que se trataba de un ángel.
—Tú...
—¿Qué hacen las dos? ¿Dónde está Larss?
Un adolescente rubio y delgado trotó hasta alcanzarlas, le seguía un niño pequeño con ropa andrajosa.
—Alek...Mikaela ¿por qué están todos aquí? ¿Dó-dónde estamos?
De todos los lugares que había visitado en sus sueños al anochecer, no recordaba nunca haber visto aquel salón de baile, tan blanco y apestosamente rico, como solo podían ser los diseños de Dajmond.
Pero ella jamás había pisado Dajmond antes.
El grupo la miró con extrañeza, como si tuviese una gran mancha de pintura en la cara.
—Debe ser efecto de las runas nórdicas, leí hace un tiempo que eran peligrosas si se usaban de forma incorrecta: pueden causar pérdida de memoria.
Una nueva voz, Melinòe no sabía quién era; aún así, recordaba su rostro vagamente. Del terrible día que marcó su vida: del Fuovlem.
—Kale... ¿Y la salida? Las criaturas no tardarán en pasar la barrera, todos los demás están siendo atacados.
Kale...
¿Donde había escuchado ese nombre antes?
—Tenemos dos opciones. O nos aventuramos a escapar por el pozo que conecta el tragaluz de afuera con el salón. O...
—¿O? —preguntó Larss con fastidio.
—O dejan que los guíe hacia mi lugar personal. Cómo ya sabrán, soy el dueño de este edificio. También de sus vidas.
Melinòe soltó un pequeño aullido de sorpresa. ¿Era Kale Rothschild? ¿Ese Kale?
El heredero de los MusGravité.
¿Por qué estaba él ahí?
En medio del caos, Ava estiró su espada, la punta vibró por un instante y envolvió el centro del salón en una especie de burbuja invisible.
—O tomamos la tercera opción, y me hacen caso —ordenó con una sonrisa amarga y añadió—: No son muchos, podemos con ellos.
Una criatura se abalanzó hacía Alek, pero Larss fue más rápido y lo partió a la mitad de un espadazo.
—No te despeines, Ava. Yo sólo los haré pedazos —declaró con triunfo.
Melinòe percibió la pulsación en la nuca nuevamente. Se agarró la cabeza con las dos manos; sin embargo, el dolor no parecía querer parar.
La pesadilla era tan real, mucho más de lo que había sido jamás. Sus sueños siempre consistían en imágenes difusas e inconexas, pero ahora todo era diferente. Algo había cambiado.
Miró hacia el fondo del recinto, el cuervo ya no estaba. Pero en su lugar había un par de ojos violeta, como puntos chispeantes en medio de la envolvente oscuridad. Observándola.
—¿Quién eres? —preguntó.
Nadie contestó, pero los ojos centellearon aún más en las penumbras. Distinguió en la lejanía un objeto dorado y filoso, una especie de arma muy similar a Ankla.
La realidad pareció resquebrajarse por unos segundos, vio a Larss y Ava, ocupados abriendo un extraño portal vaporoso. A Kale vociferando que parasen y que, en su lugar, huyan por una escalera que llevaba a las catacumbas del edificio. A Mika y Alek, quienes por su parte, corrían en círculos, tratando de evitar que las criaturas pasaran la barrera burbujeante.
De pronto, ya no vio nada.
Las manos le ardieron, las levantó y observó: un líquido tibio y espeso se derramaba a través de la punta de sus dedos, como si se hubiese bañado en sangre.
Sus compañeros se encontraban tendidos boca abajo en el suelo de mármol, con los ojos cerrados y los puños tan apretados que sus nudillos estaban completamente blancos. Melinoe se acercó rápidamente a Ava, la zarandeó con fuerza, pero la muchacha no despertaba. Repitió la acción con Larss, y luego con Alek. Sin embargo, el resultado fue el mismo.
Melinòe se percató que ya ni siquiera respiraban.
Le comenzó a faltar el aire, las criaturas rasgaron el velo que los separaba del centro del salón. Ingresaron con fiereza, sus dientes empapados en saliva, con un intenso rojo en los caninos, producto de la carne que habían masticado de los invitados. Carne humana.
Le dedicaron una cruel sonrisa.
—Esto es tu culpa.
Melinòe escuchó unos pasos, unas pisadas firmes que se aproximaban a ella con lentitud.
—¿Qué?
—Todo esto es culpa tuya. Ellos están aquí por ti.
Una mano se posó en su hombro desnudo, el frío tacto provocó que brincara levemente.
—¿Quiénes? ¿De qué hablas?
—Los monstruos, los servidores del Ragnarok... Te están buscando.
Melinòe volteó y se encontró cara a cara con un muchacho rubio y delgado, Kale Rothschild.
Sus ojos celestes gris la estudiaron con atención, casi como si se encontrara realmente allí, como si pudiera ver a través del sueño lo mismo que Melinoe veía. Casi como si estuviesen conectados.
—Finalmente, te atrapé —dijo antes de clavarle una daga de plata en el pecho. La muchacha tosió, y la sangre comenzó a escurrir de sus labios a toda prisa.
Se palpó la herida, el rubio frente a ella esbozó una débil sonrisa.
—Ahora ya no podrás dañar a nadie.
Las criaturas hambrientas se retorcieron, como presas de un terrible espasmo y desaparecieron.
Los cuerpos de sus amigos se iluminaron. Melinòe observó como unos guardias, con una gran R en el pecho, los llevaban hacia una escalera subterránea.
Y, de repente, todo se volvió negro.
—Ese es tu destino, pequeña humana. Debes perecer para que el mundo renazca. Solo así el caos podrá ser libre.
¡Pum!
—Auch...
Melinòe se golpeó la frente con la lámpara ubicada en su mesita de noche. Se acarició la zona afectada y sintió unas gotitas calientes derramarse por su nariz: sangre.
Mierda.
Percibió todo el cuerpo adormecido, como si fuese incapaz de mover un solo músculo. Se tocó el pecho, justo donde Kale la había apuñalado en la pesadilla: no había nada, ni una sola marca.
Todo fue producto de su imaginación... O ¿tal vez no?
Súbitamente, recordó la conversación que tuvo con Ava en el Ghepolum, las cosas que ella le había dicho sobre los dioses. Lo irreal que le pareció en ese entonces, y lo innegablemente real que se le hacía ahora.
Griegos, nórdicos... había mencionado que todos ellos existían. Y lo que era peor, que la estaban buscando.
Teniendo eso en cuenta, sus sueños comenzaban a tener más sentido. Incluso, esa voz ronca y profunda, que escuchó en la pesadilla y de los labios de Ava.
Melinòe temía sufrir una crisis nerviosa —como las que su madre padecía— en cualquier momento. Era tanta información nueva...
Ella ya sabía de los dioses, por las ofrendas que se les otorgaban ocasionalmente los viernes; y por las clases en las que se hablaba poco sobre ellos. Pero siempre lo había visto como una especie de superstición, del mismo tipo que se tiene con respecto a los horóscopos o la suerte.
A los únicos a los cuales se veneraba con total entrega era a los MusGravité. Su religión consistía en eso, en creer ciegamente en las 13 familias y acatar todo lo que ordenen, sin quejas o lamentos.
Sin embargo, el panorama había cambiado con la aparición de estos "seres" en su vida. Primero Ava, luego Larss, (no sabía que tenía que ver Alek, pero estaba involucrado de alguna forma), y ese tal Kale. Quien, por cierto, acabaría matándola en una fiesta extraña si su pesadilla se hacía realidad.
Y, por desgracia, Melinòe sospechaba que así sería.
Las palabras resonaron nuevamente en su mente: "¿Te gustaría ver el futuro?"
Lo que había visto... ¿era en verdad el futuro? Su futuro.
Y si ese era el caso, ¿por qué ella? ¿Qué había hecho mal? Sólo era una simple ciudadana, obediente, y en la medida de lo posible, útil.
Pero si Kale tenía razón... ¿los demás morirían por su culpa?
Se mordió el labio inferior con fuerza. A Melinòe no le importaba en realidad. Las vidas eran efímeras y reemplazables. Incluso la de Ava... incluso la de ella misma.
O al menos eso le gustaba pensar.
Meditó seriamente, y aunque fue solo por unos instantes, si debía reportarlos a todos con los Naviis. Si debía destapar sus mentiras, una a una, capa por capa, y dejar solo el hueso seco de la verdad.
Ello implicaría entregar a Ava, a Larss, a su madre... incluso a Henry; para ser juzgados por los MusGravité por conspiradores y traidores, por blasfemos y falsos. Por ocultar algo tan grande como la existencia de tantos Dioses a sus amos, por fingir sus identidades.
Melinòe cerró los ojos y aspiró el aroma a menta y limón de su habitación, suponía que ella también tendría que entregarse tarde o temprano.
La cuestión que la molestaba era, ¿realmente los MusGravité no sabían nada? ¿Cuales eran las posibilidades de que ellos no fuesen también unos mentirosos?
Se pellizcó la piel del brazo, no podía pensar en esas cosas. No estaba bien dudar de los padres del régimen.
Pero con todo lo sucedido, tampoco creía poder confiar ciegamente en ellos de nuevo. Así que Melinòe tomó la decisión de esperar, de ver atentamente que pasaba en el transcurso de los días... si las cosas amenazaban con salirse de control, siquiera por unos momentos, ella lo contaría todo. Absolutamente todo.
Rio para sus adentros. Siempre había sido de esa forma. Ella era sólo la observadora, una mera espectadora en su propia vida. El personaje secundario de una historia mal contada... siempre esperando, nunca actuando.
¿Algún día cambiarás?, le susurró la voz en su cabeza.
Ojalá, respondió ella.
El cielo, pintado al óleo de un violeta retorcido y premonitorio, se enrojeció con la luz blanca de un relámpago. Melinòe pegó un sobresalto al tiempo que se levantaba de la cama acolchada.
El sonido de una discusión en la planta baja captó su atención, se acercó a la puerta forrada de madera y la abrió (con cuidado de evitar el chirrido natural) y descendió por la escalera empinada con sigilo, como si fuese una sustancia translúcida e insignificante. No tan difícil para ella.
Una vez abajo, tuvo la sensación de que tal vez no debió haber salido de su habitación.
Sus padres estaban hablando en un tono demasiado rápido y alto, moviendo las manos bruscamente, intentando parecer civilizados, pero sin lograrlo en absoluto.
—No me lo puedo creer, ¡te digo que no tiene sentido! ¿Por qué nos ascenderían a Dajmond? Ha de ser una trampa —Loú caminaba de un lado a otro con nerviosismo.
Melinòe trastabilló al escuchar ese nombre... ¿les habían asignado Dajmond? Era una locura.
—Quizás —concedió Henry—. O quizás han notado mi potencial como médico en el gremio, y desean que imparta mi conocimiento en un lugar más adecuado.
—No seas estúpido.
—¿Estúpido? ¿Entonces cuál piensas que es el motivo?
—¡No hay motivo! Ese es justamente el problema —La castaña se mordió las uñas.
—¿Y? Nos darán mayores comodidades, una vida libre... ¿Por qué no puedes estar conforme con nada? —Henry se acomodó las gafas de titanio con cuidado de no empañar el vidrio.
—Sabes que no funciona así... las cosas no son tan fáciles.
—¿Y qué si sí lo son? El único inconveniente que veo aquí es tu hija.
—¡No te atrevas a hablar de ella de esa forma! Ha estado inconsciente un día entero ¡Un maldito día! Desde que Ava la trajo desmayada —vociferó Loú—. Y no has podido hacer nada... vaya potencial de médico.
—Suena terrible... —Henry ladeó el rostro y miró a la pelinegra que se ocultaba tras una columna mohosa—. Lástima que ya despertó.
Melinòe sintió el rostro caliente al verse descubierta. No se supone que escuchara las conversaciones de sus padres, no se supone que intervenga en ellas. Y sin embargo...
—Acabo de levantarme —No había advertido lo seca que tenía la boca hasta ese momento, las palabras escapaban de su garganta como una sustancia pastosa y difícil de contener—. Lo siento.
Loú corrió hacia ella y, por algún motivo desconocido, la atrajo con fuerza hacia su cuerpo. En cuanto su aliento húmedo rozó la frente pálida de Melinòe, soltó un suspiro. Uno largo y cargado de alivio.
La abrazó con excesiva delicadeza, como si Melinòe pudiera romperse en cualquier momento. Y la jovencita comenzaba a pensar que, debido a las circunstancias, era posible que sucediera.
Henry las observaba desde el otro lado de la sala, con el ceño fruncido y los labios curvados en una perfecta mueca de incomprensión.
—Excelente —comentó mientras juntaba las palmas de sus manos—. Ahora que están las dos reunidas, he querido preguntarles algo desde hace un tiempo.
—¿Qué es? —murmuró Loú, aún aferrada a su hija.
—Cuando Melinòe huyó... ¿A dónde lo hizo? —Henry dirigió su atención a la pelinegra, su mirada penetrante le provocó escalofríos.
—¿No te lo había dicho ya?
—No, Lòu. Créeme que lo recordaría.
La castaña se separó de repente, no dijo nada, y el silencio invadió la estancia como el recordatorio de que algunos secretos estaban mejor en el olvido.
—¿Y bien? ¿Debo adivinar?
—¿Por qué te interesa saberlo? Ya pasó, no importa.
Henry soltó un casi imperceptible gruñido.
—Loú... sabes que no me gusta repetir las cosas dos veces —Se acarició el mentón con exasperación, su cabello alborotado lo hacía parecer más joven de lo que realmente era—. Tengo algunas sospechas, pero necesito que me lo digas. Necesito escucharlo de ti.
—¿O qué? —Loú apretó los dientes, sus ojos marrones se movían simultáneamente de su esposo a la pequeña figura que tenía al lado.
Henry esbozó una sonrisa, tan falsa como solo él podía ser. Se acercó a Melinòe.
—O le diré a nuestra hija lo que su madre ha estado ocultando de ella todo este tiempo.
...
PIE DE PÁGINA:
¿Cómo están queridos lectores? De nuevo estamos reportándonos por aquí con un nuevo capítulo❤️ Espero lo disfruten.
Ahora ¡Las preguntas del día!
1. ¿Que piensan de Melinòe y su actitud frente a lo que está pasando? ¿Ustedes que harían en su lugar?
2. ¿Que creen qué haya sido ese sueño del principio? ¿Realmente Kale matará a Melinòe?
Finamente, los anuncios parroquiales:
Queremos notificarles que ahora contamos con un grupo de whatsapp para que puedan dejar sus comentarios sobre la obra, teorías o recomendaciones.
De igual manera se hizo con el fin de tener un contacto más cercano con ustedes, nuestros amados lectores. Daremos consejos de escritura si así lo desean, ayuda en sus obras personales, y, además, podrán charlar entre ustedes, creemos juntos una bonita comunidad :3
Pueden seguirnos en nuestro instagram como @binnieout y próximamente en facebook.
Sin más que añadir, ¡hasta el próximo capítulo!
Pd: El cuervo del viejo los observa.
BinnieOut
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