XI

Capítulo XI

Kale R.

Año: 233 D.M

1 hora después del Fuovlem

Gremio: ?







—¿Y entonces? ¿Descubrió el origen del bombardeo?

Kale jadeó, su aliento tibio se acumulaba como una nube borroneada sobre la cristalera. Del otro lado, más allá del portón de vidrio con detalles de oro, los sub representantes de cada linaje discutían enérgicamente.

—Los Naviis encargados afirman no haber visto nada sospechoso antes del incidente.

—Que individuos más incompetentes... —rezongó una voz femenina.

13 personas, hombres y mujeres, con trajes sobrios, pero ostentosos. Con broches impecables en el pecho, entallados con el escudo característico de cada familia.

Todos con mirada desafiante y el ánimo por los suelos.

Y aún así reunidos en una sola oficina para solucionar asuntos diplomáticos en nombre de sus amos.

La oficina semialta estaba recubierta por un panel cromado, tenía incrustaciones de piedras preciosas a lo largo de los bordes. Kale distinguió el zafiro azul, reluciente y peligroso como un océano voraz.

En medio de las joyas, las letras MG, de un blanco marmoleado, coronaban la cúspide del portón dorado como si se tratara de una imponente advertencia.

Todo dinero, nada de alma.

La sub representante del linaje Rockefeller soltó un largo suspiro y añadió:

—Tenemos dos horas para brindar una solución óptima a este inconveniente. Seamos razonables, por favor.

Kale los espiaba, por supuesto. Aún no se le otorgaba el permiso para participar en las reuniones secretas. No le molestaba en absoluto, usualmente esperaba en la mansión hasta que el sub representante de su familia los visitara e informara sobre las materias tratadas.

Pero, en esta ocasión Kale no podía darse el lujo de esperar.

Él había sentido en carne propia las consecuencias de la terrible explosión.

Había observado cómo su propia gente era pulverizada en cuestión de segundos.

Había seguido a la muchacha de ojos carmesí hasta el límite de Rog. La vio desaparecer a través de las penumbras del bosque.

Y no se atrevió a ir más allá.

Kale gruñó.

—¡Esto es inaudito, realmente inaudito! —Alguno de los presentes levantó la voz de repente.

—No se ha visto esta clase de afrenta desde las primeras revueltas el día de la selección —respondió otra persona.

—Es claro que es un mensaje... 13 bombas, 26 muertos, 39 heridos.

—No solo atacaron el Gremio V, también arremetieron contra Sáfir. Las bajas en recursos son considerables.

—Deberíamos erradicar a todo el gremio como sanción —sugirió el sub representante de los Romanov. ¿Es eso lo suficientemente razonable para ti, Rockefelller?

La mencionada lo observó con aversión.

¿Erradicarlos? ¿Y luego, qué? Eso no solucionaría el problema, razonó Kale. Debían haber culpables, la sangre debía pagarse con sangre.

Era la única forma de apaciguar a las bestias.

—No, Romanov. No liquidaremos a ovejas inocentes. —La señorita Rockefeller ordenó unos documentos y los esparció en la mesa circular—. Enfoquémonos en atrapar al lobo que las alborotó

—Aquí —continuó—, están los pasos para despellejarlo.

Kale se asomó por el orificio blando de la cristalera, quiso leer pero las letras estaban tan lejos y eran tan pequeñas que le resultó completamente imposible.

Se preguntó si el nombre de la muchacha de ojos carmesí estaba escrito allí.

Melinòe...

¿Era ella realmente la causante de todo?

Su rostro había rondado la mente de Kale la última hora, sus labios, la extraña aura que la envolvía, su mirada vacía y penetrante.

Kale conocía a las personas como ella: falsas, destructivas.

Una parte de él deseaba que hubiese muerto en Rog, pero la otra parte esperaba que no.

Kale odiaba que los misterios concluyeran muy pronto. Y ella era un jugoso misterio que estaba dispuesto a resolver.


Cueste lo que cueste


Los presentes estudiaron los papeles con aprensión, sus labios se curvaron en un mohín de profunda decepción.

—Lo admito, me engañó por un instante —El subrepresentante de los Habsburgo se acomodó los anteojos chapados en titanio—. Esto no tiene ninguna utilidad. No hay pruebas suficientes para condenarl...

El reproche fue interrumpido por el rígido toqueteo de las uñas contra el cristal.

Damas y caballeros, lamento la tardanza —El portón se abrió con pesadez,  una esbelta figura morena emergió de entre las luces artificiales—. Ro, un placer.

Kale la vio en cuanto entró.

Era imposible no verla, incluso a la luz tenue de la oficina.

Estaba vestida de rojo: una elección que no era precisamente sutil, pero nada en ella habría merecido esa palabra. Su pelo negro caía en ondas sueltas en torno a su rostro. Sus labios tenían el mismo tono que el vestido, y sus ojos eran de un azul llamativo.

Kale la había visto antes, un par de veces en la mansión de oro blanco.

Recorrió con la mirada al elegante grupo frente a ella, esbozó una sonrisa presuntuosa.

—¿Qué sucede? No me digan que estaban esperando mi llegada. —Se sentó en la silla de cuero más grande de todas, olía a hierba fresca con un dejo de tabaco.

Consultora —inició la señorita Rockefeller—. Me alegro de sobremanera que esté aquí.

—Sé que sí —Ro abrió la maleta de piel de becerro que había estado sujetando—, ¿algún progreso?

—Tenemos indicios, pero nada concreto. Hay un muchacho... —repuso el hombre que representaba a los Habsburgo.

Ro lo detuvo con un gesto de la mano, bebió un sorbo de su copa de Champagne.

—Continúa —Le sonrió una vez que vació la copa.

Habsburgo se removió con incomodidad.

—Hay un muchacho sospechoso. Pero es curioso, a pesar de las grabaciones que obtuvimos de los Drones, el sujeto no parece ser una criatura consistente.

Ro recorrió el borde de la mesa con las uñas platinadas, sus largas piernas se descruzaron y volvieron a cruzarse, y sus tacones altos resplandecieron como navajas en el límite del campo visual de Kale.

Casi pudo sentir como sus miradas se encontraban.

—¿A qué se refiere? —intervino el sub representante de los Romanov.

—El Dron lo registró como una existencia desconocida, sabe lo que significa.

No es un ser humano, concluyó Kale mentalmente.

—Ya veo, si ese es el caso, tendremos que tomar medidas especiales —alegó la señorita Rockefeller.

—Debemos replantear nuestra estrategia. Primero, realicemos un informe para los MusGravi...

Queridos, queridos ¿Por qué pierden el tiempo?, ¿creen que sus amos estarán contentos con eso? —Ro tomó un sorbo, de su ahora llena, copa de vino tinto—. Piensen más allá, lo que necesitan es un espectáculo, una puesta en escena donde el protagonista sea el culpable. Necesitan demostrar que el poder del régimen es infalible.

—Esa es justamente la cuestión, no hemos descubierto la identidad del o los culpables —espetó el hombre de los Romanov.

—¿Y por qué tienen que descubrirla? —rio suavemente—. No sean ridículos, usemos un chivo expiatorio.

Kale frunció el ceño, los presentes observaron a la muchacha con repentino interés.

La escucho... —dijo Rockefeller.

—Lo único que nos debe preocupar es la imagen que proyectan los padres fundadores. Una imagen social poderosa —Ro estrujó la copa entre los dedos—. El poder no es compatible con los errores, menos con uno tan escandaloso. Los habitantes deben estar preguntándose: "¿cómo es posible que los MusGravités permitieran un bombardeo?", "¿acaso se han vuelto débiles?", "¿ya no pueden protegernos?".

"¿Deberíamos buscar un nuevo líder?" —Ro observó a Kale, directamente a los ojos. Le dedicó una cruda sonrisa.

El niño se estremeció.

—Tenemos que erradicar esos pensamientos de sus cabecitas —La muchacha observó sus uñas, relucientes contra la luz menguante—. Propongo seleccionar una familia con antecedentes, sin labores relevantes dentro del gremio, y juzgarlos frente a los demás pobladores. Nadie cuestionará nada...

Kale apretó los puños hasta que sus nudillos palidecieron.

—¡¿Sugieres castigar a personas inocentes?! —La señorita Rockefeller se levantó estrepitosamente de la silla de cuero, los documentos que sostenía se desparramaron por el suelo.

—Si tienen antecedentes no son completamente inocentes —señaló Romanov y miró a Ro—. Tiene mi aprobación.

La señorita Rockefeller abrió la boca para intervenir pero fue interrumpida.

—También cuenta con la mía —El sub representante de los De Medici le besó delicadamente la mano, sus labios pegajosos impactaron la fría piel de Ro. Ella le arrebató la mano de inmediato—. Finalmente comprendo por qué es consultora del sagrado linaje Rothschild.

Kale se sorprendió al oír el nombre de su familia.

—Soy consultora de los MusGravité —Le corrigió—. Sin embargo, espero ser ascendida pronto.

Sus labios rojos y pelo negro se reflejaron en el acabado metalizado del portón, y el reflejo se deformó como si ella estuviera en llamas.

Los otros presentes se incorporaron y con una sutil reverencia demostraron su conformidad.

—Entonces, decretamos pre-aprobada la moción-

—¡Esto es ridículo! ¿Qué tipo de castigo se le otorgara a la familia? —La señorita Rockefeller recogió los papeles y los guardó en su carpeta amarilla. Se obligó a mantener la compostura.

—La muerte, naturalmente —respondió Ro sin darle demasiada importancia—. Degollarlos sería muy elegante, ¿no les parece?

—Una represalia digna —confirmó Romanov—. Mi amo estará complacido de escuchar sobre ello.

—¿Y si los verdaderos culpables aparecen? —cuestionó Habsburgo—. Recordemos que se trata de una criatura inconsistente, su sola presencia causará estragos en los gremios.

Max, Max... —Ro se acercó, el hombre reparó con disgusto la forma en que pronunciaba su nombre, como si él fuera la copa que tenía entre los dedos, algo con lo que podía jugar—. Esto es solo una fachada, las investigaciones reales sobre el incidente no cesarán. Atraparemos a los bastardos que me forzaron a asistir a esta modesta reunión —Le guiñó el ojo con aire juguetón.

—Espero que así sea —dijo Rockefeller, sus manos temblaban ligeramente—. Podemos dar por concluída esta junta.

Los presentes se llevaron la mano al pecho y se dirigieron al portón bañado en oro con solemnidad.

Kale se alisó el traje rápidamente, su cabello ceniza se había esparcido por su frente como un manto rubio, se lo arregló con los dedos.

Desde su escondite, él podía verlos. Pero ellos no a él, o al menos eso había pensado Kale durante 10 años, desde que comenzó a vigilar las reuniones de emergencia.

Hasta que observó cómo Ro se le acercaba con una intrigante sonrisa en el rostro y los brazos abiertos.

—Vaya, no pensé encontrarlo por aquí, pequeño Rothschild —murmuró con voz cálida—. ¿Ha estado espiándonos?

—Es mi trabajo verificar que las reuniones se lleven a cabo con orden y eficiencia —Kale le ofreció la mano, plagada de anillos brillantes y coloridos. Su antebrazo aún permanecía cubierto por vendas elásticas, cortesía de la herida que recibió en la explosión.

La muchacha le correspondió el saludo.

—En ese caso, ¿le gustó mi aporte? 

La idea de los chivos expiatorios era algo que Kale ya había considerado y; naturalmente, descartado. Era eficiente, sí. Pero sólo una solución temporal.

Era cuestión de tiempo hasta que la criatura volviera a atacar alguno de los gremios.

Además, atribuir semejante hazaña a una familia cualquiera resultaba increíble; y lo que es más, sembraba duda en los pobladores. Duda acerca de cuán sólidos eran los cimientos que sostenían al régimen.

Si unos ciudadanos ordinarios eran capaces de aliarse y bombardear dos gremios... ¿qué detendría a los demás de hacer lo mismo?

—El miedo —respondió Ro, como si le hubiese leído la mente.

—¿Disculpe?

—El miedo es muy útil, ¿no lo cree? —Los tacones altos de Ro resonaron en la superficie marmoleada mientras se arrodillaba frente a Kale—. Si presentamos un espectáculo aterrador el día de la sanción, si pagamos sangre con sangre...

—Los pobladores nos temerán —Kale la escudriñó con atención—. No querrán volver a cometer el mismo error.

Ojo por ojo...

—Diente por diente —concluyó Kale.

Ro se relamió los labios carmesí.

—Así es. Es tan inteligente como dicen los rumores, que alegría.

Un pitido seco proveniente de la maleta de piel que sostenía Ro, los interrumpió.

—¡Oh! ¿Le molesta si contesto?

—En absoluto, planeaba retirarme de todos modos —Kale hizo el ademán de dirigirse hacia el ascensor hidráulico a sus espaldas.

Pero él no pensaba irse,

no aún.

No sin antes comprobar las sospechas que tenía con Ro.

Había algo extraño en ella, algo que no estaba bien. Kale lo sabía, podía ver a través de su alma.


Podía ver lo podrida que estaba


La muchacha contestó. Kale oyó una suave voz masculina del otro lado.

Ro sonrió, la estancia pareció vibrar por unos breves segundos.

—Hola, cachorrito. ¿Me extrañaste? 


...

BinnieOut

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