X
Capítulo X
Larss
Año: 233 D.M
5 horas después del Fuovlem
Ciudad: Vicus
Lawrence no estaba sorprendido.
Había aprendido a controlar sus reacciones frente a esta clase de situaciones.
Se había preparado para no decir o hacer nada; a pesar de lo mucho que sus manos temblaran por actuar, a pesar de la rabia que lo embargó cuando vio a ese hombre sujetar a Loú.
A su Loú.
—Oye, ¿estás bien? —Dirigió su atención a la castaña.
Ella no volteó, Larss no estaba seguro ni siquiera de que lo hubiera escuchado.
Tenía los ojos desorbitados, la mirada fija en algún espacio perdido. Los dedos empapados y brillantes, consumidos por una hilera de chispas rojizas. Larss casi pudo sentir la fricción inquietante que desprendían, la presión asfixiante que la embriagaba de pies a cabeza.
Su rostro aún permanecía húmedo, por las lágrimas que había derramado antes de la llegada de Melinòe. Mientras que sus mejillas estaban cubiertas de ligeras magulladuras, raspones que ella misma se provocó en uno de sus ataques de pánico.
Larss había intentando vendarla sin éxito.
—Loú... —La tomó de los hombros con la mayor delicadeza, que alguien como él, podía emplear—, escúchame, por favor. Todo está bien, y si no es así... dime que hacer para que lo esté.
Larss no mentía, estaba dispuesto a ir hasta el fin del mundo si ello implicase que Loú fuese feliz.
Después de todo, ella significaba el mundo entero para él.
—Melinòe pudo haber muerto.
—Sí... pero ese no fue el caso. Me insulta que pienses que soy incapaz de protegerla, ¿sabes?
—Ella pudo haber muerto.
El pelinegro se mordió el labio inferior, percibió el regusto metalico de su piercing.
—Loú... Melinòe está bien, ahora mismo está en su habitación con ese sujeto.
Larss quiso acercarse más a ella, pero temió su reacción. Apretó los dientes, se sentía impotente, justo como cuando eran niños y él no podía protegerla de alguna criatura monstruosa. La diferencia era que ahora nadie, ni siquiera el Dios de las sombras, podía salvarla de su propia oscuridad.
—Estuvo en Rog, pudo haber muerto —La castaña se abrazó con desesperación, enterró las uñas en sus brazos—. Si le hubiese pasado algo malo, yo...
Larss no pudo soportarlo más, la atrajo hacia su cuerpo y se aferró a ella, casi con urgencia. Como si lo hubiese necesitado por más de un milenio. Porque él la necesitaba.
Loú le correspondió, sollozó con fuerza en su pecho, lo estrechó y Larss besó su frente, como solían hacerlo antes.
Sentir la vibración de su cuerpo, entrelazados en un abrazo, saber que ella estaba ahí, que confiaba en él... fue, era y será la sensación preferida de Larss.
Y todo podría ser mejor, si tan solo pudiesen permanecer así para siempre.
Si tan solo él no tuviese que irse.
Si tan solo ella también lo amase.
Los dedos de la castaña brillaron, calcinando la espalda del muchacho, el reciente picor lo devolvió a la realidad. El pelinegro jadeó, pero no la apartó.
—Lawrence, ¿crees que soy mala madre?
La pregunta le tomó por sorpresa. Aun así, Larss no creía que ella podía ser mala en nada.
—Por supuesto que no, eres excelente.
—Apuesto a que Henry no piensa lo mismo...
—¿A quién le importa lo que piense ese tipo?
Loú se separó del abrazo rápidamente.
—A mí.
El pelinegro no pudo evitar suspirar, debía cambiar de tema o iba a perder los estribos. Loú miró con insistencia el bolsillo izquierdo de su abrigo, Larss comprendió de inmediato lo que significaba: necesitaba una ayuda extra para recuperarse. Extrajo del bolsillo un frasco compacto repleto de pastillas amarillas, Liberté: píldoras de la felicidad, se leía en estas.
Odiaba tener que observar como se atiborraba de drogas insípidas para apaciguar su dolor. Le había recomendado otras opciones, como la ambrosía, con un efecto mucho más sutil y gustoso. Naturalmente, Larss estaba dispuesto a luchar con cuántos dioses hiciera falta para obtenerla, lo único que requería era que ella se lo pidiese.
Pero Loú detestaba todo lo concerniente a su pasado; en ocasiones, Larss creía que él también estaba incluido en eso.
La castaña le arrebató el frasco y se introdujo 3 pastillas pequeñas en la boca.
—Gracias —susurró—, por cargar siempre con las píldoras. Sé que es una molestia.
Larss ocultó el frasco nuevamente en su abrigo azabache. Antes de que a ella se le ocurriese tomar más de lo debido.
El efecto fue casi inmediato, el semblante de la mujer se iluminó con gracia, sus dedos dejaron de liberar chispas cercenantes (pruebas del secreto que ocultaba); y sus pecas, que antes lucían deprimentes, se cubrieron con un suave sonroso encantador, como si una porción de las estrellas del firmamento hubiese decidido alojarse en su rostro.
—Hey, no digas tonterías —Larss le meció el cabello castaño con los dedos—. Jamás será una molestia ayudarte.
No era difícil conseguirlas, de todos modos. Las dichosas, "pastillas de la felicidad" se comercializaban en todo el régimen. Desde Vicus, donde la distribución era cuidadosamente contabilizada; hasta Dajmond, donde existían todo tipo de drogas y sustancias estimulantes.
En el Ghepolum, comedor público, después de cada almuerzo, se entregaban 3 píldoras por familia. Era así como se mantenían contentas a las masas; con un sedante creado a base de dopamina, serotonina artificial y demás químicos que Larss no sabía pronunciar.
No eran pocas las ocasiones en las que algún miembro de los gremios se volvía codicioso y deseaba más. Pero solo existía una forma de obtener esa clase de privilegios: cambiando de Gremio, ascendiendo.
Lógicamente, ascender no era una tarea sencilla. Es más, nadie lo había logrado en más de 150 años desde el establecimiento del régimen. Por lo que, aquellos que cedían ante la adicción de las seductoras Liberté, eran privados de su consumo total. Eso los enloquecía, justo como lo habían planeado los MusGravité.
Ante ello, esas personas solo podían recurrir al escape más evidente y penoso de todos: venderse a cambio de las píldoras, subastar sus almas y cuerpos en el gremio donde todos los sueños, y pesadillas, se hacen realidad: Dajmond. Eso, o recurrir al suicidio.
Las viejas costumbres nunca cambian, pensó Larss.
—Bueno, bueno. Veo que aun sigues aquí, Lawrence.
Henry bajó las escaleras con una expresión agridulce en el rostro.
—Sí, ¿te incomoda?
La verdadera pregunta es porque sigues tú aquí, quiso decir Larss.
—¡En absoluto! Me alegra que después de tantos años podamos estar reunidos los tres. Solo faltaría Ava...
—¿Cómo está Melinòe? —interrogó Loú.
Henry la observó con pesadez, parecía querer evitarla.
—No lo sé, ¿cómo podría estar luego de lo que hiciste? —olisqueó el aire de forma sagaz.
Loú enmudeció, Larss aborrecía tener que verla palidecer frente a alguien más. Sin embargo, él no justificaba sus acciones, la castaña podía llegar a ser muy intensa. En especial, cuando el asunto versaba sobre Melinòe o ese tipo.
Tampoco la culpaba, después de todo, sabía la clase de mierdas que Loú había tenido que vivir hasta ahora. La palabra difícil, no llegaba ni a acercarse a lo tediosa y sofocante que fue su infancia, la infancia de ambos.
Pero juntos, Larss estaba seguro que habrían podido superarlo todo.
—Deberías disculparte —sugirió Henry.
—No, no tengo nada de qué disculparme —replicó Loú.
—Loú, si lo haces... te recompensaré adecuadamente.
—Dije que no.
El pelinegro parpadeó extrañado, era realmente particular ver a esos dos no estar de acuerdo en algo. Loú solía platicarle de lo segura que estaba de que ese tipo y ella eran almas gemelas.
Tonterías, pensó Larss.
Ahora que reflexionaba sobre ello, las únicas veces en las que los había visto discutir era cuando la disputa trataba sobre la mocosa. Loú tenía una forma muy especial de criarla, de controlarla. Mientras, que el zoquete no siempre parecía entenderlo ¿Cómo podría? él jamás había criado nada, nunca se quedaba lo suficiente para hacerlo.
Larss sí, él estuvo desde el principio, y lo estaría hasta el final.
—¿No crees que es momento de que te largues? —Se interpuso entre ambos.
—¿Yo? Pensé que le hablabas a tu reflejo.
—No me importa quién o qué seas, estás cruzando la línea que limita mi paciencia.
—Oh, ¿sigues charlando con tu reflejo? —Henry levantó los hombros con aspereza—. No te culpo, todos tenemos fetiches.
—¿Podrían callarse los dos? —Loú separó a los dos muchachos y se aferró al brazo de Henry—. Me duele la cabeza.
—¿Lo ves? Le provocas dolor de cabeza. Lárgate —Larss se desplomó en el ajado sofá violeta.
Henry señaló con la mirada, su ahora entrelazada mano, con la de la castaña. Sonrió con triunfo.
—Sospecho que Loú prefiere mi presencia, ¿no es así, preciosa? —Acarició su mejilla con delicadeza y le depositó un beso en la coronilla.
Larss tuvo la sensación que la sangre le comenzaba a hervir en las venas. Iba a levantarse y golpear al aberrante tipo frente suyo por provocarle de esa manera, pero se contuvo.
Loú odiaba la violencia.
La castaña movió los labios para decir algo pero fue interrumpida por un estridente pitido: el berrido entumecido de Cripth, la chatarra que servía de altavoz en todas las calles y chalets del gremio. La cual alertaba, entre otras cosas, el fin del horario de almuerzo en el Ghepolum. Cabe resaltar, con asistencia obligatoria para cada uno de los miembros de Vicus.
Regla que había sido rota por la familia Retter.
—Mierda —murmuró Loú, sus manos comenzaron a temblar con fiereza—. Van a venir por nosotros.
—¿Qué? No, nadie vendrá. Apuesto a que ni han reparado en nuestra ausencia —Henry soltó una risa incómoda.
La castaña lo miró como si le hubiesen salido dos cabezas.
Larss se irguió con seguridad, sabía como solucionar esta clase de asuntos. Claro que sí.
—¿Quieres que me encargue de esto, Loú? Puedo sobornarlos para...
—¿Ambos son idiotas? Estamos hablando de los Naviis, contabilizan la asistencia, y jamás aceptan sobornos... Además, ¿como lo harías? no tenemos moneda de cambio.
—Puedo matarlos.
—¡No todo es matar, por los dioses! —Loú mordió sus frágiles uñas—. Estamos jodidos.
Larss oyó como la puerta del piso superior rechinaba con lentitud, supuso que la mocosa bajaría por el escándalo. Escuchó unos pasos, el crujido de sus botas violeta al rozar la alfombra deteriorada, observó su mano posarse en la barandilla de metal. El suspiro cansino que liberó cuando lo vio.
Pero Melinòe jamás bajó.
Lawrence sintió una punzada de culpa en el pecho.
—Tal vez, si...
La, muy probablemente, inútil sugerencia de Henry fue acallada gracias al golpeteo incesante en la puerta de madera. Por la expresión horrorizada de Loú, el pelinegro dedujo que no esperaban visitas.
Larss se fundió en las sombras en cuanto observó la puerta abrirse.
—Familia Retter, ¿no es así? —Un hombre canoso y exageradamente alto se aproximó a ellos, un Navii—. Tengo un comunicado para ustedes.
El militar clavó la mirada en Loú con desdén. Le tendió un papel amarillento y rígido, se distinguían una cúmulo de frases en Dhîavet escritas en este. La carta iniciaba de una forma poco prometedora: Anuncio de inminente sanción.
La castaña inclinó la cabeza dócilmente, sus manos estrujaron el papel con fuerza.
—Me enteré que tampoco ha asistido a sus labores como regente de las Althonas el día de hoy... una pena —El hombre la tomó de la camisa con rapidez y murmuró tentadoramente cerca de su cuello—: Por eso digo que las mujeres se deberían limitar a realizar lo único que saben hacer bien.
Larss sintió que el pecho le iba a estallar de la rabia. Consideró asesinar al militar, pero eso sólo supondría ponerla en un mayor peligro.
Además, Loú odiaba la violencia.
Aun así, no estaba seguro de cuánto tiempo más podría contenerse...
—¿Y eso sería? —intervino Henry.
—Servirnos, por supuesto —El militar le sonrió con complicidad, sus dientes torcidos centellearon en las penumbras—. Y ser golosinas, lo suficientemente deliciosas, como para que nos dignemos a probarlas.
Palmeó suavemente la mano de Loú.
Oh, no. Claro que no.
Larss iba a matarlo
—¿Ah, sí? Que divertido, ¿no es este el siglo 22? —Henry apartó a Loú y sujetó el brazo del militar ágilmente. Le devolvió la sonrisa—. Sabe, conozco a mujeres mucho más listas y fuertes que usted... si ellas son una simple golosina, ¿qué clase de insecto eres tú?
—¡¿Qué?!
—Fue una broma, no se altere por favor —replicó Loú. Su voz escapaba de forma apresurada, en tonos irregulares.
El Navii los observó con aversión, su ojo comenzó a tiritar, presa de un tic nervioso.
—En fin, tengo un anuncio adicional —El hombre se zafo del agarre de Henry, y alisó su liviana corbata en un intento por recuperar el control—: se ha descubierto la identidad de los insurgentes que provocaron el incidente del Fuovlem, el castigo correspondiente les será aplicado mañana en la plaza. Como pueden deducir, la asistencia es obligatoria. —Hizo especial énfasis en las últimas palabras.
—¡Por supuesto! Ahi estaremos, insecto —murmuró Henry.
—¡¿Dijo algo?!
—En absoluto, ¡que tenga un buen día!
Henry cerró la puerta de madera con un gruñido.
—Que cerdo tan repugnante, creí que jamás se iría —comentó Larss mientras emergía en el mullido sofá violeta.
—El apocalipsis deja de ser un miedo y se torna una esperanza...
—Por primera vez, estoy de acuerdo, camaleón —El pelinegro estiró los brazos, sus músculos crujieron por la tensión acumulada.
—¿Camaleón?
—Sí, ya sabes, por tus pode... —Henry entornó los ojos—. Mejor olvídalo.
El tiempo pareció aglutinarse en el viejo Chalet. Loú estudió la carta, releyó el contenido una y otra vez, intentando encontrale el sentido a las palabras sueltas.
—Las cosas van a cambiar drásticamente a partir de ahora —dijo finalmente—. Recibimos el primer alĵso*
—¿Eso es bueno o malo? —cuestionó Henry.
Loú lo ignoró. Larss quiso revisar la carta.
—Hey, sabes que si necesitas ayuda, del tipo que sea...
—Lo sé, lo sé —La castaña guardó el papel celosamente—. Pero no necesito nada, gracias.
—Bien...
Ella se veía muy calmada, demasiado, pensó Larss. ¿Era el efecto de las Liberté?
Tal vez él también debía probarlas, solo para estar seguro.
De pronto, oyó a Melinòe caminar en el piso superior. Percibió su pulso acelerado, su rápido andar en círculos.
—¿La mocosa no bajará?
Loú apretó los nudillos inconscientemente.
—No, quiere estar sola —Henry toqueteó su anillo de plata, rozó la pequeña serpiente del medio—. Quizá deba ir a verl...
—No, iré yo —Larss se interpuso, necesitaba quitarse esa espinilla de culpa.
—¿Tú? ¿Por qué?
—Porque sí. Debe tener muchas dudas sobre lo de hoy.
Henry enarcó una ceja.
—Vaya, vaya ¿Y tú se las responderás?
—¿Tienes algún problema con eso?
—Solo están exagerando la situación, ambos —Loú se pasó los dedos por la maraña de rizos caoba—. Melinòe ya es lo suficientemente mayor como para seguir queriendo llamar la atención, ¿no lo creen?
—Loú, preciosa, ella es solo una niña.
—Una niña muy débil —Le corrigió—, si necesita que su padre la reconforte cada vez que se siente mal por banalidades. El mundo real es una mierda, si ella quiere sobrevivir...
Larss no prestó más atención a la conversación, porque decidió escabullirse al piso superior.
La superficie estaba cubierta por una esponjosa colcha gris, una especie de alfombra improvisada. Solo habían dos puertas, ambas revestidas con láminas de madera adusta.
El muchacho no pudo evitar exhalar ante la fragancia de limón y cuero gastado que revoloteaba en la estancia, atesoró el grave sentimiento de calidez que le acompañaba.
Vio a Melinòe apretujarse contra una de las puertas. Se acercó a ella.
—¿Necesitas algo, Larss?
—Loú está preocupada —mintió—. Quiere saber como te encuentras.
—¿Cuál es tu relación con mi madre? —Melinòe ignoró sus palabras—. Y no intentes engañarme. Sabré si lo haces.
El pelinegro arrugó la frente con exasperación.
—¿Uh? Ava lo dijo, somos amigos.
—¿Y por qué ella jamás me habló de ti?
—Tal vez no lo consideró importante.
—Mientes... siguiente pregunta, ¿tienes poderes o como sea que se llamen los trucos que haces?
—¿Trucos? —Larss se sentía insultado—. ¿Regresarás a ser una inquisidora, eh?
Los ojos rojizos de Melinòe lo estudiaron con atención, no quedaba mucho de la niña ingenua que fue en Rog.
—Bien... no son poderes, son habilidades. En mi caso, me fueron conferidas hace muchos siglos para cumplir con mi, llamémosle, misión.
Melinòe pareció reaccionar negativamente ante la palabra siglos.
—¿Qué misión?
—¿No es obvio? Soy tu guardián, tonta. —Hizo presión sobre el puente de su nariz—. Aunque no siempre lo fui...
—¿Eso quiere decir que me has estado vigilando? ¿Por cuánto tiempo?
Larss sonrió de lado.
—Desde siempre.
En cuestión de segundos, los colores abandonaron el rostro de Melinòe.
—Eso no tiene sentido —repuso—. Se más específico.
—Por desgracia, aún recuerdo cuando naciste... fatídico día.
—Ah —Melinòe movió el pie ansiosamente—. ¿Por qué tienes que protegerme? ¿De qué me tienes que proteger?
—Cálmate, mocosa, esto no es un estupido juego. Mientras más sepas, el peligro aumenta.
—Eso no importa —Melinòe balanceó los brazos, su mente parecía estar calculando la cantidad de preguntas que podría llegar a hacer en un corto periodo de tiempo.
Entonces sí es suicida, pensó Larss. Menuda suerte tenía.
—Debo evitar que te atrapen, asesinen, esclavizen, diseccionen blah, blah... ya sabes, lo básico.
—Lo básico —repitió la pelinegra.
—Sí, y lo hago porque tengo qué. Una persona importante me lo pidió, además...
—¿Fue mi madre?
Larss bufó.
—¿Qué comes que adivinas? —El muchacho hizo una mueca—. Sí, fue ella.
—¿Los MusGravités saben que las cosas como tú existen?
¿Las cosas como yo? ¿De qué carajos hablaba la mocosa?
—¡Ja! Igual de encantadora que tu padre —Larss se arregló el cabello con los dedos, soltó un gruñido cuando escuchó pasos—. Hablando del rey de Roma...
Henry los recibió con una taza de café y dos pares de chocolatinas verdes.
—Se tardaban demasiado, entonces vine a revisar si todo estaba en orden.
—Nadie te preguntó —Larss le arrebató la golosina y se la introdujo en los labios—. De todos modos, ya me iba.
Melinòe lo sujetó del brazo. Henry frunció el ceño.
—¿Te volveré a ver?
—Quizás —murmuró—. Pero yo definitivamente seguiré viéndote, a través de la oscuridad.
—Que miedo —dijo Melinòe y soltó una risilla.
El pelinegro descendió por la escalinata de cemento sucio, cada paso levantaba finas capas escarchadas de polvo. Tal vez debería limpiar un poco antes de irse...
Henry se aproximó a Larss cuando llegaron al final, lo detuvo.
—Ellas no son tu familia —le susurró.
—Tampoco la tuya, camaleón.
El aludido esbozó una sonrisa amarga.
—¿Ellas saben quién eres? —Larss apretó su hombro, la carne cedió ante la presión—. Quién realmente eres.
—Por supuesto, no soy particularmente aficionado a las mentiras —Henry se movió, sus pupilas electrizantes se clavaron en las doradas de Larss.
—Que interesante... ya sabes, viniendo del rey de las mentiras.
Henry se irguió, sus ojos se distorsionaron por un breve segundo. Larss notó como el color azul acero se transformaba en un profundo escarlata, un tono más oscuro que la sangre misma.
—Ju ju, me caes bien Lawrence —Le sonrió—. Pero no te pases de listo. No querrás tenerme como tu enemigo.
—¿Es una amenaza?
El hombre con gafas rio suavemente.
—Oh no, para nada. No me gustan las amenazas, son vacías... es una declaración —Le depositó un beso en la mejilla, el pelinegro se removió con incomodidad—. No deseas que se repita lo de la última vez, ¿o sí?
Larss abrió los ojos con fuerza. Retrocedió instintivamente, justo como lo hacían las presas frente a un inminente depredador.
—Esta vez ya no tengo grilletes que me retengan —canturreó Henry—. Apuesto a que no quieres descubrir lo que soy capaz de hacer con las manos libres... ¿O sí?
Pero Larss no era ninguna presa.
De pronto, reparó en el tatuaje en espiral por encima del cuello de Henry, una especie de símbolo formado por tres triángulos entrelazados.
Una runa antigua.
El mismo que Larss tenía tallado en la espalda desde hace siglos.
Escuchó el graznido de los cuervos a lo lejos, su repiqueteo incesante, acercándose cada vez más rápido.
Supo de inmediato que él los estaba observando.
Lawrence sonrió con autosuficiencia.
—Me gustaría ver que lo intentaras, Loki.
...
Pie de página:
Cripth: Aparato pequeño, que funciona como una especie de altavoz en las calles y casas de los Gremios. Se utiliza para indicar el inicio y fin de las actividades diarias.
alĵso: Strike, advertencia de una futura sancion.
Loki: Dios nórdico de las travesuras y las mentiras.
BinnieOut
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