VIII

Capítulo VIII

Isas Kane

Año: 233 D.M

1 mes antes del Fuovlem

Ciudad: Dajmond





—¿Entonces qué bebida ordenará, joven?

El bartender le ofreció la carta de licores más exclusiva de todo el gremio, con unos cuantos líquidos ilegales de por medio.

Isas se relamió los labios. El grupo de mujeres que lo observaba murmuraron obscenidades. Todas con tacones de aguja, la piel suave, y figuras perfectas... con rostros iluminados por el dramático maquillaje azul.

La belleza le parecía tan aburrida.

Había estado con muchas personas hermosas a lo largo de su inmortal vida.

El género no era el problema, los había probado a todos: Hombres, mujeres... criaturas. Ninguno satisfacía su apetito real.

Todos eran asquerosamente aburridos.

—Este —señaló con el dedo, tintineando por los anillos de oro, un vino de la sección platinum. El barman asintió rápidamente.

—Por supuesto, enseguida le traeré una copa.

—¿Quién habló de una copa? Quiero la botella completa.

El grupo de mujeres rio sonoramente. Batieron las largas pestañas, al tiempo que mordían con proeza sus carnosos labios.

—Y ustedes señoritas, ¿desean beber algo?

—Lo deseo a él —Una de las chicas se cubrió la boca con timidez.

Isas volteó el rostro y simuló deleitarse con el cumplido. Les guiño un ojo con aire juguetón.

Las mujeres se ruborizaron instantáneamente.

El bar era una especie de azotea llena de luces, música y risas. Toldos de gasa y sofás con muchos cojines, mesas bajas de oro y vidrio; largos estantes repletos de variadas sustancias alcohólicas, desde champagne hasta Vodka. Pero lo que atraía la atención de Isas no era ninguna de esas cosas.

Se trataba del hombre que acababa de llegar por el ascensor.

Sus ojos púrpura centellearon en la oscuridad.

Te tengo.

El castaño se levantó. Al caminar, sentía sobre él la mirada punzante de todas las mujeres, y la de la mitad de los hombres también. El traje azul acero, confeccionado con seda de morera, estaba ceñido en los lugares correctos, y suelto en el pecho, dejando a la vista sus pálidas y antojadizas clavículas.

Llevaba una redecilla metálica que tenía entrelazada con el pelo, formando unas cuencas diminutas de un dorado casi blanco. El único toque de color extra eran sus ojos rasgados, de un violáceo vívido, enmarcados por pestañas oscuras, y sus labios, ligeramente sonrosados.

Debía lucir bien, era una estrategia adecuada. Atraía futuras víctimas con una preocupante facilidad.

Como la que estaba a punto de saborear.

—Disculpe... ¿Es usted Yor White? —El castaño embaucó al hombre en cuanto puso un pie en el colorido bar. Sonrió con fragilidad, se pasó los dedos por el cabello liso, lenta, seductoramente.

El hombre pareció reaccionar favorablemente.

—En carne y hueso —Yor señaló unos asientos vacíos al fondo de la sala—, ¿conoces mi trabajo?

Isas lo siguió en silencio. No habló hasta que se alejaron lo suficiente de la música y las risas vacías.

—¡Oh! Claro que lo conozco. Debo admitir que me considero un fan —Isas lo observó fijamente, procuró mantener la sonrisa con hoyuelos en las mejillas durante toda la plática—. La labor que hace es taan difícil. Pero para alguien como usted no debe ser problema.

Isas recorrió con los dedos la musculatura del hombre, se detuvo en sus brazos.

—Por supuesto, no es fácil ser un Naqlurk —Yor infló el pecho con orgullo—. Debo supervisar a los Naviis, encargarme de las tareas más importantes de los Gremios, las celebraciones...

—Como el Fuovlem.

—Exacto, el Fuovlem —El hombre entornó los ojos, parecía estar recordando algo desagradable—. Vicus y Sáfir son un completo desastre al organizarlo.

Isas bajó la mano hacia el pecho de Yor, palpó suavemente la piel que se ocultaba bajo el uniforme azul del militar.

El hombre se sonrojó con violencia.

—¿Y tú? ¿Qué hace una belleza semejante en un gremio como Dajmond?

—Verá, soy un simple servidor de la vida. Estoy para quienes me necesitan.

Los dedos de Isas trazaron una línea recta en el cuerpo de Yor, la línea desembocaba en el cierre de su ajustado pantalón. Jugueteó un poco.

Isas rio suavemente.

El hombre cubrió con rapidez el bulto de su entrepierna.

—Puedo ver que sabe cómo mantener a las bestias bajo control, qué encantador—. El castaño se acercó más, su aliento tibio rozaba la oreja de Yor. Pasó la lengua ligeramente por su lóbulo inferior.

El hombre se estremeció bajo el toque.

—Mierda, no lo soporto... vayamos a otro lugar —Yor se levantó abruptamente y arrastró a Isas a su lado. Se imaginaba lo atractivo que se vería con una gargantilla de cuero y unas cadenas por todo el cuerpo.

El castaño lo siguió con una sonrisa ingenua en el rostro.

Isas era un depredador muy, muy travieso.

Le gustaba jugar con la comida antes de devorarla.

Yor lo llevó hacia la planta baja, en una habitación solitaria sin iluminación. El único sonido en la estancia era el débil murmullo de la música y el aliento entrecortado del castaño. El hombre le señaló la cama con sábanas cremas, su cuerpo latía con lascivia.

Isas movió las piernas hacia un lado y él se acercó. Olía a manzanas y canela, un cambio agradable después de la suciedad pegajosa de aquellas mujeres borrachas y enérgicas.

Las manos del castaño se deslizaron, ligeras como una pluma, sobre sus hombros, contra su cintura. Ese leve contacto lo inundó de calor. El hombre quería más.

—No seas tímido, puedo recompensarte adecuadamente si haces lo que debes.

Y como si Isas hubiese estado deseando oír esas palabras, empezó a actuar: el castaño apretó la mandíbula, tomó al hombre con fuerza y lo arrojó sobre el lecho esponjoso. Estrujó las nervudas manos de Yor con las suyas, lo apresó bajo el toque.

Este exhaló, arqueando su espalda. Al parecer ese era su día de suerte.

Isas, aun sobre él, acercó el rostro a su cuerpo. Olfateó el pecho, en el lugar donde se encontraba su corazón. Sonrió con complacencia, se dispuso a retirarle el uniforme de militar utilizando sólo la boca.

Estaba por el borde de la camisa cuando el celular comenzó a vibrar. El pitido estridente produjo que sus músculos se tensaran.

Isas se detuvo súbitamente. Sus orbes púrpura parecieron encenderse, como una flama naciente. Yor frunció el ceño.

—Tienes razón... —el castaño gruñó con discreción, su cuerpo se derritió bajo las sombras lóbregas de la habitación—. Hay algo que debo hacer.

La atmósfera se inundó en un océano de tonalidades rojizas. La cama, las sábanas, la puerta, todo se había fundido en tinieblas. Los ojos vidriosos del hombre se entreabrieron con sorpresa. Se apoyó sobre la encimera restante, el roce helado le provocó escalofríos.

Isas se mordió el labio inferior. Su cuerpo se materializó frente al trepidante de Yor.

Ah, esto podría haber sido mucho más entretenido... pero se acabó el tiempo para los juegos.

El castaño chasqueó los dedos. En su mano apareció un arma brillante: una cuchilla curva insertada en un palo semirrígido, su preciosa guadaña.

Isas pasó la lengua por la punta, el metal dorado pareció llamear como respuesta.

Yor intentó retroceder rápidamente, pero sus pies no se movían. Quiso gritar, pero de su garganta no escapó sonido alguno. Isas acercó la guadaña a su cuello, el roce áspero lo indujo a un sueño vivido.

De pronto, ya no estaba en la habitación.

Estaba en Sáfir, frente a los niños que había torturado hace unas semanas.

Los niños que había arrancado de los brazos de sus padres por haber tenido el atrevimiento de chocar contra él.

Yor los contempló con pánico: la cabeza de un pequeño descuartizado lo observaba desde el suelo meloso, sobre un charco de sangre y orina.

Los demás niños se arrastraron hacia él. Sus dientes se clavaron con fuerza en la piel recia del militar. Este soltó un estridente bramido. Pretendió girarse y correr, pero resbalaba con su propia sangre, una y otra vez.

No había reparado hasta entonces, que al igual que muchos de esos niños, de su cuerpo, sólo el torso permanecía intacto. Trató de suplicar piedad, pero la piel que cubría su garganta fue arrancada de un cruel mordisco. Un pequeño se abalanzó a él, lo obligó a observar cómo le calcinaba el pecho con una varilla de metal ardiente.


Justo como él lo había hecho con ellos.


Los niños sonrieron, todos con un brillo púrpura en los ojos, inyectados en sangre y venganza.

El pavimento, ahora bañado en todo tipo de fluidos, se agrietó bajo su cuerpo. Yor sintió cómo cada uno de sus huesos se quebraba, cómo la presión desbordante lo arrastraba hacia el abismo. Oyó una voz, una risa, el crujido de unos pasos.

Vio a Isas a la distancia.

—Dime, ¿lo estás disfrutando? —El castaño lo atrajo hacia sí mismo—. Yo sí.

Isas acarició el rostro rasguñado de Yor. El hombre tembló con fiereza.

Durante toda su vida, las personas lo habían mirado con lujuria, con deseo. Pero esta vez era diferente.

Esto era miedo.

Y lo hizo sentir muy bien.

Yor comenzó a rezar, sus dedos se cernieron sobre el crucifijo de madera que le colgaba del cuello. Dios mío, repetía, sálvame.

—Él no responderá a tus oraciones, pero yo lo haré —Isas encajó la punta metálica en el estómago del hombre, la sangré escapó a borbotones—. ¿No crees que es mucho más divertido venerarme?

Yor enmudeció, el sudor resbalaba por su frente con lentitud. Sintió como si el tiempo se hubiese fragmentado en pedazos irregulares.

En un momento veía a Isas, acechándolo, y luego él se fundía tras la oscuridad.

El hombre creyó que tal vez había muerto, que quizás esta era su versión del infierno.

—Ahora... me dirás todo lo que sabes sobre el Fuovlem. Quiero cada uno de los detalles —El castaño jugueteó con la punta metálica de la guadaña, ahora bañada en la sangre de Yor—. Céntrate en Vicus y Sáfir.

—¡¿Por-por qué haces esto?! ¿Quién te envió?

No, no, no —Isas meneó la cabeza—. Respuesta incorrecta.

La guadaña atravesó el brazo derecho esta vez. Yor gimió, el dolor se cerró sobre él como una marea.

No lo soportaba, ni un segundo más.

El sueño vivido, pesadilla —se corrigió— lo estaba enloqueciendo. Cada fibra de su ser, cada ápice de su voluntad, eran desgarrados en cuestión de segundos por el arma dorada.

No había padecido tal cantidad de terror desde que inició su entrenamiento como militar, incluso ahí, con las debidas influencias, la estancia podía ser agradable.

Yor soltó un alarido, el quejido lastimero brotó de su garganta como el llanto de un animal herido.

Isas rio con excitación.

Entonces lo comprendió, no había forma de que saliera con vida de ese trance.

Canta para mí, dulce criatura...


O tal vez sí la había.


Abrió la boca, advirtió como las palabras se escabullían de sus labios sin premeditación alguna.

En cuanto reparó sobre el delito que estaba cometiendo, ya era muy tarde. Había soltado toda la información confidencial del Fuovlem, toda.

Con que es así... —Isas toqueteó su cuello luego de haber escuchado la confesión, parecía estar meditando—. Bien, ahora debo comunicárselo.

De pronto, la habitación y todos sus muebles retornaron, como si jamás hubiesen sido engullidos por el abismo oscuro. Los niños ensangrentados se convirtieron en polvo, la guadaña se evaporó en el aire helado.

Yor percibió la repentina ausencia de dolor; palpó su cuerpo frenéticamente: ni una gota, ni un sólo raspón, estaba entero.

Pero no era libre.

Cuando intentó incorporarse sintió unas cadenas que lo sujetaban, acero frío en la espalda y correas tan apretadas que se le hundían en la piel.

Observó un destello plateado en las manos del castaño, una pistola.

—¡Ya te dije todo lo que sabía, déjame ir! —Isas no reaccionó—. Mierda, por favor... —suplicó.

Tengo miedo —susurró Yor.

—Lo sé —respondió el castaño, relamiéndose los labios sonrosados.

Delicioso, pensó Isas, y justo entonces sonó su teléfono. Lo sacó del bolsillo y vio en la pantalla una letra curva: la R.

Atendió.

—¿Te estas divirtiendo, cachorrito? —dijo la voz femenina al otro lado de la línea.

—Mucho.

—¿Tienes la información que necesitamos?

—Sí. Nuestro invitado fue muy colaborativo.

—Excelente —se produjo una breve pausa en el teléfono—. Descubrí a qué gremio irá nuestro pequeño amiguito por el Fuovlem. Adivina cual.

—¿Te refieres a Kale? Supongo que irá a Dajmond... —Isas observó al hombre que se sacudía con violencia en el suelo, las cadenas habían lastimado severamente sus muñecas.

—No, vamos, ¡esfuérzate un poco más!

—¿Sáfir?

—No...

—¿Rog?

—No seas idiota —La mujer del teléfono refunfuñó.

Vicus... —El castaño sonrió mientras lanzaba un puñetazo al hombre, que segundos atrás, había comenzado a llorar. Dos de sus dientes volaron al suelo.

—¡Sí! ¿Crees que deberíamos hacerle una visita ese día? Podríamos iniciar el plan desde Vicus.

—La idea me agrada, tengo un viejo amigo en el gremio. Quizá nosotros volvamos a...

La línea fue cortada por una interferencia repentina. Isas estrujó el teléfono en sus manos, que infantil, pensó.

Yor lo observó con amargura. Isas pareció reparar en su presencia, se le acercó lentamente.

El hombre se retorció de inmediato, como presa de un espasmo. Pataleó al aire, trató de sujetar la camisa del castaño, pero él estaba fuera de su alcance.

En aquella habitación, la fe de Yor había flaqueado.

En aquella habitación, había encontrado el infierno.

Y la única divinidad que vio fue al demonio que lo estaba cazando.

—Suéltame —gruñó Yor con los dientes apretados.

—Por supuesto... qué modales los míos —dijo Isas, y lo desató.

El hombre se tambaleó, desequilibrado por la súbita libertad, y antes de que llegara a enderezarse, Isas sacó su pistola y le disparó en la cabeza. Un tiro directo al cráneo.


¡Bang!


Y ahora, déjame probar a qué sabe tu alma.


...

BinnieOut

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top