VI
Capítulo VI
Lawrence
Año: 233 D.M
4 horas después del Fuovlem
Ciudad: ROG
Larss quiso golpear a la muchacha. En verdad tenía ganas de hacerlo.
Ya había probado todas las ideas que se le pudieron ocurrir. Cada elemento que había leído en el manual hace tantos años.
Aún así, nada surtía efecto.
Primero, intentó con la arena rojiza. El delgado polvo no parecía afectarla.
Segundo, le esparció ínfimas gotas de agua. La joven apenas y se removió.
Por último, la expuso frente a la ardiente brisa de ROG. El calor se limitó a pintar sus mejillas.
Pero la niña permanecía dormida.
¿Acaso la había noqueado con demasiada fuerza?
Larss soltó un bufido. Loú se iba a enojar.
—¿Podrías dejar de hacerme perder el tiempo? Levántate, mocosa.
El cuerpo inerte de Melinòe Retter yacía recostado sobre sus brazos. Se veía tan pequeña...
Su mirada se ablandó por un segundo. Larss limpió con el pulgar la suciedad que cubría el rostro de la muchacha, se aseguró de no emplear mucha presión para no dañarla.
El cabello, desparramado sobre sus hombros como un manto negro, ocultaba un profundo arañazo; el verde opaco no había tardado en sustituir el rosáceo de su piel. Larss infirió que era sólo cuestión de tiempo para que se formara un hematoma.
Por otro lado, su mano izquierda, serpenteada en finísimos hilos de sangre, descansaba en el regazo del andrajoso vestido. Larss palpó la herida con el ceño fruncido.
Tomó nota mental de ello, debía curarla cuando llegaran a casa.
Si es que llegaban.
Los infames rayos del sol artificial le provocaron cosquillas en ambos brazos, algo de picor en los dedos. En ROG no existían estructuras que brindasen sombra alguna. A excepción de los centros de experimentación humana.
A este punto no albergaba dudas, la luz acabaría por calcinarlo.
Intentó moverse, pero la cabeza de la niña se lo impedía.
Que situación de mierda, pensó.
Le comenzaba a molestar.
—¿Do-dónde...? —Melinòe se incorporó de repente. Aún tenía los ojos semicerrados.
—Uff, ya era hora. Estaba a punto de...
Larss recibió una patada en el estómago. Aflojó los brazos, la muchacha aprovechó la oportunidad e intentó escapar.
No era muy rápida.
Antes de que tropezase con una roca, Larss la tomó de la muñeca.
—¿Qué es lo que crees que haces, tonta? ¿Quieres matarte?
Melinòe tembló, el grito del joven la asustó.
Larss suavizó el tono.
—Cálmate, ¿si? —Se aproximó hacia ella con delicadeza—. Soy Larss.
—Larss.
El joven asintió
—Y tú eres Melinòe.
—Melinòe.
La niña parecía confundida.
Definitivamente era tonta.
—Estamos en ROG.
—Rog... —Larss tuvo la sensación de que no lo estaba escuchando.
De pronto, Melinòe pareció procesar la información recabada.
—¡¿ROG?!
Pegó un sobresalto. Sus ojos comenzaron a recorrer el vasto desierto con rapidez. Las pupilas rojas se dilataron en cuanto avizoró la gran muralla de piedra junto al roble estéril.
Los recuerdos se arremolinaron en su interior. La muchacha liberó un débil quejido.
La cabeza le daba vueltas. El estruendo de las bombas la perseguía sin cesar, mientras que la sangre se materializaba en su mente. Sus piernas terminaron por ceder ante el pánico. Larss la sostuvo antes de que cayera en la arena.
Los labios del pelinegro se curvaron con irritación. Le dio suaves palmaditas en la espalda.
Melinòe parecía perdida.
—Hey, escúchame. Estoy aquí... todo está bien ahora.
Larss se aproximó y la ayudó a incorporarse. Se aferró a ella.
La niña comenzó a sollozar.
¿No estaba siendo muy patética?
De repente, Larss experimentó una opresión en el pecho. Un recuerdo, el déjà vu de algo que ya había pasado.
Por un breve segundo, creyó ver a Loú a su lado: llorando, acurrucados sobre el viejo manzano, compartiendo el aliento, sonriendo después de un mal chiste.
Justo como cuando eran niños.
No era como si Melinòe fuese una réplica de su madre, pero el parecido en las facciones era innegable. Tenían la misma nariz, los labios en forma de corazón, el mismo lunar posado en la mejilla izquierda.
La cubrió con sus brazos inconscientemente, la pelinegra tiritaba bajo el toque.
—Shh... tranquila, tranquila —El muchacho no era un especialista en consolar personas, pero no podía evitar intentarlo.
Era débil a los llantos. Especialmente si se parecían a los de esa mujer.
Acarició levemente el cabello de la niña con la punta de los dedos. Melinòe parecía calmarse poco a poco en sus brazos.
—Todo está bien ahora —dijo con lentitud—. Ya nadie jamás te hará daño. No lo permitiré.
Melinòe volvió el rostro y lo observó fijamente. Parecía estar analizándolo. Larss se dio cuenta de la situación y la soltó de inmediato.
¿Qué carajos le pasaba?
Ella no era Loú. Era sólo el estorbo que se la arrebató.
—¡Ah, en fin! Será mejor que empieces a moverte, mocosa. Las criaturas podrían estar cerca.
Larss avanzó frente a ella. Se dirigía al bosque del cual Melinòe había huido. La distancia que debían caminar era considerable, pero si se apuraban un poco...
La niña no se movió ni un centímetro.
—¿Ah? ¿No piensas venir?, ¿acaso no quieres volver a tu casa? —El muchacho se frotó la sien con fastidio—. Te lo advierto, mocosa, no me hagas perder la paciencia.
La pelinegra secó sus lágrimas con el rabillo de su vestido. La sensación de tristeza la abandonó, para darle paso a la sorpresa.
Melinòe trotó hacia donde estaba el joven.
—¿Eres de aquí? ¿Vas a comerme?
—¿Por qué te comería? —Larss hizo un esfuerzo por controlar su mal genio. Reprimió las ganas de largarse de allí.
—Dicen que los habitantes de ROG se alimentan de personas...
—¿Quién dice eso?
—Mi mamá.
Larss tragó en seco. Tendría una charla muy seria con la castaña.
¿Qué clase de ideas le estaba metiendo a la niña en la cabeza?
—Con que tu madre, eh...
—¿La conoces?
Larss tuvo la sensación de que el corazón se le aceleraba. La muchacha pareció reparar en ello.
—No —Se apresuró a decir—, y no soy de ROG, vengo de un lugar un poco más lejano —Percibió cómo los ojos de la pelinegra se encendían—. Ni siquiera te molestes, no te lo diré.
—¿Por qué me estás ayudando?
La pregunta lo tomó por sorpresa. Podría haber respondido con la verdad, decirle el motivo real por el cual estaba obligado a protegerla de por vida.
Pero no lo hizo.
—Porque me apetece, ¿algún problema? —soltó en su lugar.
—¿Por qué mientes?
Ah, había olvidado que la mocosa era un pequeño detector de mentiras humano.
Larss se comenzó a irritar aún más.
—¿Vas a seguir interrogándome, o quieres volver a tu casa?
Melinòe abrió la boca para comentar algo pero se arrepintió al instante.
—Bien... sé una buena niña, ¿sí? Sólo sígueme.
Y, después de tantas molestias, Melinòe al fin lo hizo.
Ambos emprendieron la marcha, caminando sobre puentes derrumbados, viendo paisajes convertidos en polvo.
Larss no pudo evitar cubrirse las fosas nasales con la mano, el hedor a muerte y azufre abundaba en la atmósfera. Percibió un hormigueo incesante alrededor de sus zapatillas. Las pequeñas criaturas del subsuelo se agitaban y revolvían en la arena, si Larss se detenía por mucho tiempo no dudaba en que terminarían por morderle toda la piel desnuda del tobillo.
Después de todo, ya habían iniciado con alguno de sus dedos mientras sujetaba a la mocosa dormida.
Vaya mierda.
El desierto de ROG era sumamente largo y peligroso. La arenisca rojiza se extendía, por lo que parecían 500 kilómetros a la redonda; en ocasiones, se generaban tormentas de polvo que levantaban a las criaturas sumergidas en la tierra. Larss tuvo la oportunidad de ver seres de todo tipo y tamaño arrastrándose, flotando... tratando de atacarle.
Por supuesto, los liquidó al instante.
El sol abrazador —y artificial— desplegaba su sofocante chispa sobre todo aquel que osara pisar el territorio. La alta temperatura de los cielos producían insignificantes incendios sobre los musgos secos. Parecía un espectáculo de luces pálidas y amarillentas, casi como si un reflector gigante se estuviese cerniendo sobre ellos.
Larss entornó los ojos, tuvo la sensación de que quizá lo estaban observando. Ocultó a Melinòe tras su propia sombra.
El sudor no tardaba en adherirse a la piel y ropa. Las gotas viajaban con lentitud por la nuca, atravesando su garganta, para finalmente desembocar en la abertura de la camiseta oscura, en su pecho semidesnudo.
La piel afectada le escocía, hizo un esfuerzo sobrehumano para no restregarse.
No existía mucha vegetación, por lo que el oxígeno era una sustancia espesa y difícil de digerir. Larss notó cómo Melinòe tenía problemas para respirar. Se recordó que debía cargar con un respirador artificial a la próxima. Aunque, sinceramente, esperaba que no hubiera próxima vez.
Los canales trapeciales de agua serpenteaban las periferias de ROG, estaban dispuestos en recipientes de granito a lados opuestos del desierto. Tan lejanos que uno podía morir intentando llegar a ellos.
En ambos, se encontraba esculpida una imponente R. Cuando el agua colisionaba, los bordes de la R se irrigaban uniformemente. El líquido que contenían era semiturbio, y Larss estaba seguro, que también venenoso.
Por ello sólo salpicó pequeñas gotas en Melinòe. La miró con sigilo: no había ronchas, estaría bien.
—¿Cuánto tardaremos en lleg—
El pelinegro la interrumpió, sus orbes dorados estudiaron con atención el lugar. Si los sentidos no le fallaban, había alguien más con ellos. Alguien los había seguido.
—Haz silencio.
—¿Por qué... ? ¿Viste algo?
Una sombra, el murmullo de unos pasos.
—Sólo cállate.
—¿Me dirás qué está pasand-
Larss le cubrió la boca rápidamente. La arrastró hacia lo que parecía ser una roca sedimentaria.
—Creo que me estás subestimando, mocosa. Si digo que te calles, te callas.
Melinòe lo miró con aversión.
Hace algunas horas, Larss había logrado interceptarla. Esa estúpida niña estaba a punto de ser descubierta por las gorgonas que custodiaban a los prisioneros de ROG. Por ello, se vio forzado a noquearla y llevarla a un lugar seguro. Claro, si "en medio de la nada" fuese un lugar seguro.
Aun así, estaba convencido de que no había criaturas que representasen un verdadero peligro cerca. Había estudiado la zona, conocía con exactitud cada grumo de la superficie, cada ligera rotación del viento. Sabía dónde se encontraba la salida.
Sólo existía un inconveniente: la luz. En específico, la ausencia de oscuridad. Larss no podía viajar sin ella. No tenía mas opción que transportarse manualmente junto a la mocosa por todo el desierto rojizo.
O al menos así sería, si es que no hubiese alguien más acechándolos.
Larss percibió una presión creciente sobre él. Unos ojos que se habían clavado en su espalda.
Un rugido estridente.
¡Mierda!
—L-Larss, qué... ¿qué es eso?
Uno, dos, tres.
3 segundos fue el tiempo que la bestia tardó en localizarlos y aumentar el ritmo de sus pisadas.
—Es el toro de creta. No te muevas.
Cuatro, cinco, seis.
6 segundos bastaron para que corriera hacia ellos.
—¿El toro de qué? —Larss empujó a Melinòe detrás de la roca, mientras la criatura se acercaba a ellos. La muchacha rodó al suelo—. ¡¿Qué es un toro?!
Siete, ocho, nueve
9 segundos para que Larss tomara el colgante que llevaba en pecho y lo rompiera. Las pezuñas de la bestia crujieron en la arena.
—¿Es eso un collar? ¡¿Vas a pelear con un collar?!
—Melinòe... ¿podrías callarte?
¡Y Diez!
El colgante fue engullido por una maraña de sombras difusas. Súbitamente, se elevó y cambió su forma a un objeto largo y filoso. El brillante metal refulgía bajo el sol.
Larss empuñó la espada. La carga ya empezaba a derramarse al aire que lo rodeaba, y la energía crepitaba en sus extremidades. Relajó los músculos ligeramente, no debía aplicar demasiada fuerza, la criatura era mas débil que él.
Las fosas nasales del toro dejaban escapar corrientes de humo negruzcas, sus ojos, dispuestos a ambos lados de su cabeza, centelleaban de ira. En cuestión de segundos, los cuernos plateados embistieron a Larss.
El pelinegro sonrió.
Necesitaba este tipo de diversión.
Se inclinó lo suficiente como para esquivar el ataque, movió el brazo rápidamente para tocar el suelo. El animal parecía confundido, pero no dejó de arremeter contra él.
Se dispuso a trazar una línea recta con la mano que sujetaba la espada, el viento se estremeció a su alrededor. El muchacho levantó el rostro hacia el animal. Este se retorció bajo el roce, el filo había rasgado parte del cuero de su lomo. La sangre dorada regurgitaba de la herida como un manantial de oro.
Larss exhaló con aspereza, comenzaba a excitarse.
El sudor se había acumulado como rocío en la punta de sus cabellos, la humedad contrastaba con la oscuridad de los mismos. El joven se sacudió las gotas restantes.
Se mordió el labio inferior bruscamente, el sabor metálico de su piercing lo deleitó.
Ahora, sólo debía dar el golpe final. La última estocada directo a la cabeza del toro, en el centro gris que se arremolinaba entre sus ojos. El punto débil de esa criatura no era otro que su propia frente peluda.
Larss se enorgulleció, no muchos conocían esa información. Las personas ordinarias lo ignoraban por completo. Para ellos, los seres mitológicos, como dice el término, no eran más que un mito, un cuento para asustar a los niños al anochecer. Una simple historia de fantasía.
El toro rugió, rojo de rabia. Su herida comenzaba a regenerarse.
Pero Larss les podía asegurar que eran reales. Muy reales.
Se preparó para atacar. Curvó sus labios con satisfacción, encontraba la presión de la espada en sus dedos sumamente reconfortante. No había duda, cazaría a su presa... como siempre lo hacía.
Liberó un camino de sombras borrosas mientras se aproximaba a la criatura. Calculó el ángulo de la estocada, cómo hacer la escena menos sangrienta.
Por un instante, sus ojos se toparon con los del animal. Larss lo observó.
Había tristeza en ellos, una intensa pena que le erizaba la piel. Pero también vio ira, un destello certero de volatilidad que surgía de lo profundo de su alma. Era la mirada de alguien que es utilizado en contra de su voluntad. Larss podía reconocerla... la había visto tantas veces frente al espejo.
¿Alguien más estaba controlando al toro?
—¡Larss, detrás de ti!
El sonido bisbizeante de una flecha en el aire acalló sus pensamientos. La punta rasgó su mejilla, pero no iba dirigida hacia él.
La fecha atravesó rápidamente la distancia que separaba a Larss de la criatura. El golpe estaba destinado a un lugar en específico, la frente del toro.
El corazón del pelinegro se aceleró.
Las sombras lo recogieron en cuestión de segundos, mientras Larss extendía el brazo para atrapar el arma. No dejaría que maten a su presa, no si él podía evitarlo.
Se interpuso entre el curso de la flecha y el animal. Una nube oscura lo rodeaba de pies a cabeza, una advertencia para los demás.
La flecha se detuvo repentinamente.
—¡Larss! ¿Estás bien? —Melinòe se apresuró a correr a su lado.
—Te dije que no te movieras —El pelinegro estrujó el arma entre los dedos, una hilera de escarcha se desparramó entre ellos.
El toro estaba paralizado. La arena ya no crujía bajo sus pezuñas, sus ojos ya no brillaban. Parecía vacío.
¿Qué carajos acababa de pasar?
Larss apretó los dientes con fuerza. La pelea había generado una densa tormenta de polvo a su alrededor. No podía ver nada.
Pero sí escuchar a la perfección.
Oyó el murmullo nuevamente, pisadas suaves en la tierra. Demasiado débiles para pertenecer a un monstruo.
¿Humanos?
Larss ocultó a Melinòe tras su cuerpo. La muchacha parecía presentir algo.
De pronto, ya no pudo escuchar nada.
Los remolinos de arena se difuminaron como trazos borroneados, el sol contribuyó a que se volvieran transparentes. La atmósfera se aclaró.
—Veo que encontraron a mi mascota, ¿se portó mal?
Es entonces cuando Larss reparó en sus presencias: un muchacho, y un niño. Ambos rubios y delgados, ambos con un carcaj de flechas en la espalda.
Larss adoptó una posición defensiva, cubrió aún más a Melinòe.
—¿Quién demonios son ustedes? ¿Qué quieren?
El pelinegro desplegó su espada hacia ellos. Si se movían de alguna forma sospechosa no dudaría en rebanarlos.
—¿Por qué tanta agresividad? Vamos, relájate un poco —El rubio mayor se descolgó el carcaj y lo lanzó al suelo, le dirigió una mirada al niño para que hiciera lo mismo—. Soy Alek, por cierto.
—Mikaela, un gusto —El más pequeño alisó su túnica rota y sonrió alegremente.
—Yo soy Melinòe.
—¿Por qué te estás presentando? ¿Eres tonta? —Larss la arrastró de la muñeca y la separó de los recién llegados.
—No me interesan sus nombres —El pelinegro los observó con tirria—. Sólo quiero saber qué hacen aquí.
—Pero acabas de preguntar quienes somos, y te respondimos. Sé coherente, por favor —El rubio, llamado Alek, estiró los brazos hacia el cielo. Larss pudo escuchar como alguno de sus huesos crujían.
—Les advierto, mocosos. No jueguen con mi paciencia.
Los rubios se miraron entre ellos y rieron.
—¿Mocosos?, ¿y cuantos años tienes tú? ¿100?
—Muchos más que ustedes.
—¡Qué va! pareces tener la misma edad que mi hermano —El pequeño hizo un recuento con sus dedos—, él tiene 17.
—Yo tengo 15.
—Melinòe, por un carajo, ¡deja de hablar con ellos!
—En fin, veo que eres alguien muy gruñón, ¿no es así? —Alek sonrió con suavidad—. Estoy aquí porque mi hermanito tiene una deuda pendiente.
—¿Una deuda?, ¿se supone que eso debe interesarme? —Larss meneó la cabeza. Ya estaba harto.
Una sola tontería más e iba a explotar.
—Oh, estoy seguro que te va a interesar —El rubio más grande se inclinó hacia él. Larss retrocedió por instinto—. Presta atención... la razón por la que estamos aquí es por ella.
Sus dedos larguiruchos se estiraron hasta lograr señalar a Melinòe, la niña se estremeció tras el cuerpo de Larss. El pelinegro supo de inmediato que algo andaba terriblemente mal.
Ese sería un largo día de mierda...
...
BinnieOut
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