V
Capítulo V
Kale R.
Año: 233 D.M
0 horas previas al Fuovlem
Ciudad: ?
Kale estaba harto de los gritos
Los había escuchado tantas veces, cientos de veces.
En cuanto abría los ojos, el sonido se apaciguaba hasta convertirse en un suave murmullo lastimero.
Pero Kale no podía olvidarlos. No podía olvidar a los dueños de estos.
La imagen se había grabado a fuego vivo en su mente: los rostros deformados por el dolor, las cavidades huecas en donde deberían estar sus ojos, la sangre escurriendo a borbotones.
Recordaba cada pequeño detalle.
En especial a la responsable de todo ello, la persona que tejía sus pesadillas al anochecer:
La muchacha de ojos carmesí.
Kale no tenía que pensarlo dos veces, podía verlo.
Las casualidades no existían. El destino, sí.
Y estaba convencido de que ella formaría parte del suyo tarde o temprano.
La única interrogante que se hacía era: ¿cuándo? ¿Debería informar a su líder al respecto?
No, él podía manejarlo.
Si sus cálculos eran correctos, si había analizado bien el contenido de las pesadillas —y claro que lo había hecho—, el primer contacto sería pronto. En el Fuovlem, probablemente.
Kale llegó a esa conclusión luego de estudiar sus patrones de sueño por dos años: tres veces a la semana, 2 horas con 15 minutos, las visiones emergían en lo profundo de su psique. Parecían cambiar de escenario cada día; los sujetos y el argumento de este se tergiversaban, como si fuesen piezas separadas de un enorme rompecabezas.
Debía existir una conexión, estaba seguro. Y Kale la había descubierto.
Era la muchacha y las sombras que siempre parecían acompañarla.
Si Kale la encontraba, y eventualmente lo haría, podría prevenir una catástrofe. Evitar que los gremios sean destruidos por dentro.
Impedir que la basura sea desechada antes de tiempo.
En las últimas dos semanas, las visiones cobraron vida propia. Se tornaron mucho más intensas, realistas. Algunos escenarios se conjugaron con otros, personas que había visto en sueños distintos se unían y morían. Así, una y otra vez, en un ciclo sin fin.
Todo, coincidentemente, cuando el Fuovlem estaba cerca de acontecer.
La M.O.C. (muchacha de ojos carmesí; apodo cortesía de Kale) aparecía también en ellos. Y, casi como una rutina, observaba todo desde la distancia, en una fosa repleta de cadáveres desmembrados, banderas y libros calcinados.
Su flequillo negruzco ondeaba al compás de la brisa, parecía querer ocultar su mirada, sus intenciones. Pero Kale lo veía todo.
Alcanzaba a ver su alma y lo podrida que estaba.
Ella era culpable.
Ella amenazaba al régimen.
Aún no sucedía, pero Kale no albergaba dudas.
Debía matarla.
Se acomodó el broche dorado que descansaba en su pecho, una gran R llameaba en este.
—La nave lo espera, amo.
—Excelente, Marion, saldré enseguida —El muchacho sonrió falsamente y se despidió de su criado.
Relajó los brazos y observó su reflejo en el cristal obsidiana. Los círculos diamantados refulgían en el borde como grandes constelaciones. A Kale nunca le habían gustado los objetos brillantes, le parecían superficiales, vacíos. Aún así, toda la mansión R estaba adornada esmeradamente con joyas de todo tipo.
Se pasó una mano por el pelo rubio corto, sus ojos claros parecían voraces en su rostro delgado.
Había bajado de peso.
Siempre había sido delgado, pero ahora, al levantar el mentón, la luz tenue que le daba enfrente proyectaba sombras en su mandíbula y en el hueco de su garganta.
Kale liberó un suspiro, comenzaba a sentir la presión de las hombreras en su cuerpo. Tenía que descansar... pero no podía.
No lo necesitaba.
Su pálida piel contrastaba con la bandera negruzca que le rodeaba el torso. Se veía frágil, como un pétalo de rosa que podría ser arrancado en cualquier momento.
Los demás podrían pensar que lo era.
Eso estaba bien, a Kale no le molestaba. Era conveniente.
Quieto, pero nunca totalmente inmóvil.
Ojos cerrados, pero los sentidos despiertos.
Imperturbable, divino.
Así era Kale realmente.
Un joven de ojos celestes, casi grises. Cabello idéntico a la ceniza rubia que flotaba por el viento al atardecer.
Siempre con el traje oscuro, perfectamente impecable. El único hijo del linaje R, el heredero oficial de los MusGravité.
Con la capacidad de acabar con todo si lo desease.
Se colocó los anillos en cada uno de sus 5 dedos: verde oliva por ROG, violeta por Vicus, azul por Sáfir, blanco por Dajmond. Por último, una combinación de todos los colores anteriores, por los MusGravité.
Tenía el control, la vida de todos en la punta de sus dedos. Si los chasqueaba muy fuerte podrían desmoronarse.
Kale miró sus manos, las agitó en las penumbras. Se imaginó a las vidas que contenían.
2 047 950 sobrevivientes, ciudadanos del nuevo orden mundial. Sus ciudadanos.
Sin importar lo inteligentes o resistentes que fueran, Kale lo era aún más. A sus cortos 14 años había superado a la mayoría de sus compañeros, e incluso a los Naviis que lo instruían.
No tenía rival.
Podía jugar con ellos, destruirlos.
O podía salvarlos, como lo habían hecho sus antecesores.
La elección sólo dependía de él.
Bueno, no aún. El mundo aún no era suyo, se recordó. Pero lo sería, si Kale representaba bien su papel.
Sonrió, su reflejo le devolvió la sonrisa.
Inspeccionó su habitación por última vez, la larga pila de libros que había leído hasta el amanecer fue recogida y organizada nuevamente por sus criados. Separados en base a títulos y colores de los lomos: economía, política, cultura, filosofía e historia.
Sus zapatos pardos lo esperaban en la puerta bañada en oro blanco. El mayordomo la abrió y se arrodilló frente a Kale.
El joven avanzó con pasos certeros, seguros. Los zapatos fueron finalmente atados. Kale no tenía que pronunciar una sola palabra, no debía mover ni un dedo. Pues todo ya estaba hecho.
Desde las distintas vestimentas que usaría a lo largo del día, hasta el discurso que debía recitar para apaciguar a las bestias de Vicus.
Incluso, cada uno de sus pensamientos, cada una de sus acciones, cada palabra que emergía de sus labios, habían sido cuidadosamente planificadas por los líderes.
Por su padre.
Kale pareció titubear por un segundo al recordar su rostro inerte, completamente indescifrable.
Sintió un nudo en la garganta. Una falta, una carencia en su interior.
Lo extrañaba...
El muchacho recobró la compostura con rapidez,
no debía decepcionarlo, pensó.
Quizá así, su padre acceda a verlo finalmente.
Había hecho la petición hace más de un año. Pero siempre recibía la misma respuesta.
"Él no tiene tiempo que perder"
Kale no era una pérdida de tiempo, e iba a demostrarlo. No sólo su padre, todos en el régimen lo sabrían.
Es por ello que volvió a escoger asistir a Vicus.
Lo había hecho hace un par de años, y su padre parecía sinceramente complacido con ello. Atreverse a pisar el mismo suelo y respirar el mismo tipo de oxígeno que las bestias era, en efecto, una hazaña. Vicus era el último gremio. ROG jamás contaba.
Vicus era el lugar indicado para el gentío ordinario y estúpido. Apenas racionales, casi como animales. "Seres sin valor alguno'', confirmaron sus maestros.
Ninguno de los herederos de los linajes restantes deseaba presentarse allí. Rogaban a sus maestros que les asignaran Dajmond, o en el peor de los casos, Sáfir.
Pero Vicus...
Sólo uno de ellos se arriesgaba a asistir.
Kale debía ser ejemplo para los demás, un verdadero paradigma, como decía su padre. Además, no le incomodaba en absoluto tener contacto con esas personas. Mientras mantuviera su distancia, todo estaría bien.
El muchacho ingresó en la Nave plateada. Acomodó su pequeño cuerpo en el asiento delantero, el peculiar olor a cuero fresco lo recibió.
Se alegraba que aún hubiesen animales que sirvieran en el territorio de los MusGravité. Aunque le gustaría algún día tener una mascota...
Eso sólo lo distraería, se recordó.
Ahora, debía esperar 15 minutos para llegar a su destino. Gracias a la avanzada tecnología de gravitón que poseían, transportar partículas en un corto período de tiempo había dejado de ser un sueño.
La materia se podía transformar, moldear, incluso a través del espacio. Lo confirmaron los especialistas hace 83 años, cuando la teletransportación artificial fue creada.
Pero Kale no la usaba, le provocaba náuseas el fugaz trayecto. Además se despeinaba...
Cepilló sus mechones rubios por inercia. Suspiró aliviado al ver que ningún cabello se había movido de su lugar, por el momento.
...
Vicus se veía más miserable de lo que recordaba.
El joven observó a través del cristal mientras su nave aterrizaba.
¿De quién había sido idea colocar un cartel tan ridículo en medio?
Agradeció mentalmente que era él, y no su padre, quien se encontraba allí. De lo contrario, podría ser considerada una ofensa con la suficiente gravedad como para aniquilar al gremio entero.
Kale era justo, no lo reportaría. Le habían enseñado a ser benevolente con los seres inferiores a él.
Los regentes lo esperaban en la entrada de piedra: el líder de los agricultores, los Dhrades, y la líder de los artesanos, las Althonas. Parecían ansiosos.
¿Acaso tenían miedo de él?
A Kale le gustó la sensación.
La escotilla se abrió.
Antes de que el joven pudiera poner un pie en el exterior, 13 hombres y mujeres fornidos lo cubrieron con sus cuerpos. Llevaban trajes oscuros, armas brillantes, letales, y una insignia metálica en el pecho que mostraba su posición social
Los guardaespaldas personales de Kale.
—Es un placer recibirlo en nuestro humilde gremio, amo R —El hombre más decrépito de todos se acercó y le besó los pies.
Los demás formaron una fila para repetir la acción.
A Kale le provocaba repulsión, pero debía aceptarlo. Meras formalidades.
—El gusto es mío, ciudadanos de Vicus. El día de hoy he venido a presenciar cómo honran a los padres fundadores del régimen —El rubio se irguió frente a su público, a pesar de su edad, era más alto que la mayoría de ellos—. Espero que la celebración esté a la altura —concluyó con una sonrisa mordaz.
Los regentes asintieron obedientemente, inclinaron la cabeza mientras Kale marchaba a su lado. No podían mirarlo a los ojos, se quemarían. Los ciudadanos de Vicus estaban convencidos de que los MusGravité poseían un origen divino. Algo que estaba mucho más allá del alcance de unos simples humanos.
Eran superiores, en todo sentido.
Incluso, su pulcra apariencia lo confirmaba. Y Kale lucía mucho más hermoso que cualquier otro individuo en el territorio.
No tuvieron que caminar en absoluto, pues las plataformas levitantes se encargaban de transportarlos. Habían llegado a la plaza, aún vacía. Los ciudadanos la ocuparían en la tarde.
No podían correr el riesgo de que el tumulto estrese al futuro líder de la humanidad.
Los ojos celestes de Kale estudiaron con rapidez lo que estaba a su alrededor: el horroroso cartel, el gran escenario del centro, las banderolas con las iniciales de MG que sobrevolaban la cúspide de los edificios, las posibles salidas en caso de emergencia.
No se le escapaba ni un detalle.
—Amo, por aquí, por favor —La regente de las Althonas, cuyo nombre parecía ser Loú, se inclinó frente a él y le ofreció su mano.
Su mano
La mujer pareció darse cuenta de inmediato de su error pues la retiró y suplicó perdón.
Kale se lo otorgó.
Nadie podía tocar directamente a los MusGravité. Mucho menos una simple pobladora.
El muchacho la siguió en silencio luego del incidente. Ella lo condujo al interior del escenario, en donde un mullido sofá de la más alta calidad lo esperaba.
Kale no estaba cansado, pero tampoco tuvo opción.
Las gruesas barras que cargaban con la explanada eran de acero gris, fortificadas por una capa traslúcida de pegamento. El suelo estaba pavimentado con cemento sucio, sin ningún tipo de tarrajeo extra. Mientras que las cortinas violetas que lo separaban del exterior estaban ligeramente rasgadas en los extremos. Daban la sensación de haber sido lavadas el día anterior.
Kale jamás había visto tantas cosas pobres juntas.
Incluso el aire se sentía pesado. La garganta le ardía por el esfuerzo que realizaba al respirar. Percibía sus pulmones como globos, globos a punto de ser reventados por una aguja invisible.
Si eso era lo mejor que tenían, no quería ni imaginar qué era lo peor.
—Amo R, póngase cómodo y siéntase libre de hacernos cualquier tipo de petición para su gusto. Debemos esperar un par de horas antes del inicio oficial del Fuovlem.
El viejo decrépito del principio lo interceptó. Parecía querer charlar, quizá quería ganarse el favor de Kale.
Ja, pensó el rubio.
Él ya tenía una actividad preparada. Sacó el libro que había ocultado en uno de los amplios bolsillos de su gabardina y se dispuso a leerlo.
Los presentes parecían asombrados. Era evidente, jamás habían visto un libro antes.
Sólo los MusGravité, poseedores del conocimiento, tenían el derecho de contar con pertenencias del anterior mundo.
Los demás debían contentarse con las clases orales.
Kale los observó fijamente, ellos asintieron con la cabeza agachada. Era hora de que lo dejaran solo.
El muchacho liberó un débil jadeo.
Podría entretenerse con el libro de matemáticas, pero la tétrica atmósfera comenzaba a molestarlo. Todo se veía tan triste, tan forzado...
Eso sí se lo comentaría a su padre.
...
Kale dio un rápido vistazo al público a través de las cortinas.
Todos tenían apariencias muy ordinarias. Vestían trajes semi formales —violetas, como siempre— y limpios. Algunos habían restregado tan fuerte sus camisas que terminaron por deteriorarlas, aún así parecían orgullosos del resultado.
Estaban dispuestos alrededor de asientos de granito frente al escenario; separados por familias, las más importantes iban delante. Kale reconoció de inmediato al viejo decrépito y a su esposa.
Los niños que eran huérfanos iban al final. Había muchos de ellos...
Kale supuso que sus padres habían sido castigados, o descendidos. Pues era muy extraño morir de forma natural en aquellos tiempos; y por supuesto, no existía la opción de abandonar a los hijos.
Después de todo, ellos eran el futuro del régimen.
Y Kale era el elegido para guiarlos.
La mujer llamada Loú tomó el micrófono y dio apertura a la sagrada celebración.
—Buenas tardes, ciudadanos de Vicus. Como ya es sabido, el día de hoy, 15 de mayo del año 233 D.M., se conmemora el inicio oficial de nuestro régimen. La creación de Dhïvenet, nuestro hogar —Loú pareció dudar por un momento, pero continuó con la bienvenida—. En especial, se celebra el día en que los padres, MusGravité, decidieron acogernos en sus brazos y salvarnos de la extinción.
Kale se regocijó internamente. Estaba muy orgulloso de la labor de sus antepasados.
Loú hizo una breve pausa. Buscaba algo con la mirada, o a alguien.
Kale lo notó de inmediato.
—¡Levántense de sus asientos y pronuncien la sacrosanta plegaria! —Un Navii, con un segundo micrófono, se adelantó.
El gentío, rápidamente, vociferó a todo pulmón:
Oitùle abuthil il fronet uze egklo drêjum an il ulthsamì zenttale ez u kâlthen, qu rôldk màlintru ol uri brulthen an ol uri kjènlin.
La mujer a su lado parecía nerviosa, sus ojos estaban fijos en un sólo lugar.
—Ahora, ¡brindemos nuestro más cálido saludo a un futuro miembro de los MusGravité! —El Navii se arrodilló frente a él, le indicó con ambos brazos cómo subir al escenario—. El poderoso amo Kale R.
Las personas reunidas vitorearon con emoción. Callaron cuando el militar dio la señal.
Y ahí estaba.
Kale tuvo la sensación de que su corazón se detenía.
Tragó en seco, percibió como cada vello de su cuerpo se erizaba velozmente. Estuvo a punto de gritar, pero se detuvo a tiempo.
Ahí estaba... la muchacha de ojos carmesí.
Recostada en los asientos delanteros junto a un hombre.
Se paralizó, Kale la observó.
La joven parecía haber reparado también en su presencia. Sus miradas se conectaron. Ella lucía alarmada, mas no sorprendida. ¿Tal vez también lo conocía?
Sus ojos, rojos como el rincón más profundo del infierno, lo estudiaron con atención. Él le correspondió: los suyos, celestes grises, semejantes al color del cielo en invierno, la analizaron a toda prisa. Su altura, su peso, la ropa que vestía, cada uno de sus lunares.
Kale quiso acercarse, llevársela de ahí.
Matarla.
Pero no podía.
No generaría un escándalo frente a tantas personas.
Se tragó el escalofrío que lo comenzó a recorrer y avanzó hacia el centro de la palestra. Tomó el tercer micrófono con las manos temblorosas.
La muchacha no despegaba la mirada sobre él.
Por primera vez, Kale tuvo miedo.
—Ciudadanos de Vicus —pronunció con lentitud, su mente estaba en blanco—, es un placer para mí encontrarme en el Gremio que nos provee de comida y vestiduras. Sin la labor que ejercen a diario, no sería posible la subsistencia del régimen. ¡Enorgullezcanse de ello!
Las personas comenzaron a aplaudir.
—En esta oportunidad, les honraré con un discurso. Un mensaje proveniente de los MusGravité, para ustedes, sus hijos más amados.
Una gota de sudor resbaló de su pálida frente. De pronto, se le dificultaba mentir. Era como si una presión voraz se cerniera en sus labios cada vez que los despegaba.
La M.O.C. seguía observándolo. Tuvo un mal presentimiento.
Kale no cedió ante ella.
—En primer lugar, yo-
¡BOOM!
Kale escuchó gritos
Todos en Vicus gritaban
Sollozos,
sangre a borbotones
Kale se forzó a parpadear rápidamente. En cuestión de segundos, los guardias se lanzaron sobre él y lo cubrieron con sus cuerpos. Dos de ellos habían perdido una mano.
El muchacho creyó que estaba soñando. Las bombas no dejaban de estallar. El polvo y el humo habían engullido con ferocidad lo que antes fue la plaza central de Vicus. Los pobladores corrían, sus rostros distorsionados por el pánico, tropezando unos con otros. Aplastándose mutuamente.
Kale mantuvo los ojos bien abiertos mientras era transportado hacia una salida de emergencia.
Sus oídos le zumbaban, el pecho, ardía. Apenas podía respirar adecuadamente. Los guardias le colocaron una mascarilla artificial.
Las personas se arremolinaron a su alrededor, suplicando ayuda. Los guardaespaldas los fusilaron de inmediato. Sus cadáveres rodaron por el asfalto.
Si Kale no contó mal, ya habían explotado 12 bombas.
Si esto era un mensaje a los MusGravité, como él infería, faltaba una más.
Kale observó al grupo de huérfanos. Sus pequeños cuerpos temblaban al ritmo del estruendo. Las lágrimas y la sangre se habían esparcido por sus mejillas, pero ya no sollozaban. Eran sólo 5 niños, de los 15 que vio en un principio.
Se abrazaron unos a otros, parecieron rezar. Pero ningún Dios bajaría a salvarlos.
Sólo quedaba...
En ese momento Kale supo dónde se encontraba la bomba restante.
Se abrió paso, golpeó a los guardias con toda la fuerza que su delgado cuerpo le permitía. Un escombro se desplomó frente a él. Por poco y lo aplastaba.
Pero Kale no cedió. Corrió más aprisa que antes.
Si no había nadie más, él era quien debía proteger a su pueblo. A sus ciudadanos.
¿Qué clase de gobernante huía en una situación como esa?
Un pedazo de vidrio se enterró en su antebrazo. Kale jadeó.
Escuchaba los gritos de los militares detrás suyo, los guardaespaldas que le ordenaban que regresara. Una muralla de piedra cayó entre ambos. Creyó ver un torso mutilado en medio de la niebla espesa.
Tosió un poco. Los niños estaban cerca.
Él iba a salvarlos, cueste lo que cueste.
¡BOOM!
La última bomba detonó mucho antes de lo previsto.
La cristalera del edificio reventó. Los restos se esparcieron por el pavimento.
El muchacho sollozó, el humo le empañaba la vista. Escuchó un pitido, la cabeza le comenzó a dar vueltas. Un líquido rojo escurría por su brazo, le ardía.
¡¿Y los niños?!
Su pecho latió con fuerza. Temió lo peor.
Y de repente, a través del caos, la vio. La muchacha de ojos carmesí... y alguien más.
Ambas sostenían en brazos a dos niños de apenas 3 años. Escuchó cómo la pelirroja vociferaba que se alejara.
Pero Kale no lo hizo.
La M.O.C. lucía asustada, estaba herida. Sus brazos serpenteados por hilos de sangre, una magulladura gigante que dejaba a la vista la carne viva de su mano.
Y aún así no soltaba al niño.
Kale observó en la lejanía como el horroroso cartel se venía abajo. Justo enfrente de ellas. La presión de la estructura era suficiente como para reventarles el cráneo.
El muchacho se obligó a cerrar los ojos. El estruendo sofocó sus quejidos.
Pero ellas seguían con vida. O al menos eso parecía.
El impactó levantó una densa capa de polvo que lo alejó al instante. Escuchó un grito, le siguieron muchos más.
—¡Ava! ¡¿Qué haces?!
Las piernas de la pelirroja habían quedado atrapadas bajo el andamio. Ella soltó un chillido estridente.
La M.O.C. se encontraba tendida en el piso, un profundo gesto de sorpresa le contraía el rostro: su compañera la había salvado. Antes de que Kale pudiera reaccionar, observó como la pelirroja abría los labios con fuerza para soltar dos palabras, las últimas antes de perder el conocimiento.
—¡Melinòe! ¡CORRE!
La susodicha empezó a moverse de inmediato.
Kale se limpió con el borde de la camisa, ahora empapada por su propia sangre.
No iba a dejar que escapara.
La seguiría... incluso hasta el fin del mundo.
Y eso hizo.
...
BinnieOut
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