IX
Capítulo IX
Melinòe Retter
Año: 233 D.M
5 horas después del Fuovlem
Ciudad: Vicus
Melinòe quería desaparecer.
Quería que la tierra la tragara y jamás la expulsara.
Lo había anhelado con especial intensidad desde aquella mañana.
Desde que Larss la noqueó, y todo se volvió oscuro; desde que despertó en el gremio más temible de todos. Al lado de dos psicópatas y un niño que —coincidentemente— fue quien la guió allí en primer lugar.
Sí, Melinòe en serio quería desaparecer.
Pero debía continuar fingiendo.
Ingeniudad frente al idiota llamado Larss, amabilidad con el niño que la abandonó en el bosque, repudio contra el rubio de sonrisa bonita.
Y confusión frente a Ava.
Pero en particular, debía fingir que todo lo que había escuchado y visto no era una completa locura.
—Melinòe, ¿estás bien? —La pelirroja trató de retirar el flequillo de sus ojos, pero Melinòe la esquivó.
Sí, sólo debía pretender. Justo como las voces le ordenaban que lo hiciera.
—Lo... estoy.
Era sencillo engañarlos. Melinòe conocía todos los trucos para ser un buen mentiroso, lo había aprendido de su padre, Henry.
—¿Qué pasó exactamente? Larss, ¿le hiciste algo malo? —Ava dirigió su atención al pelinegro.
—No me hables.
—¿Quieres dejar de comportarte como un imbécil?
La pelinegra necesitó tres segundos para deformar el rostro y soltar unas cuantas lágrimas falsas. Ava la abrazó, angustiada.
—¡¿Ah?! ¿Y ahora por qué lloras, mocosa?
—Yo... yo no entiendo nada. Estoy muy asustada —Melinòe apretó los nudillos con tanta fuerza que terminó por clavarse las uñas en sus manos, la presión provocó que una de sus heridas se descamara—. Sólo quiero ir al hólum¹*...
Esta vez no estaba fingiendo.
—Nòe, sé que todo esto te debe parecer muy extraño; pero te lo explicaré, lo prometo —Ava intentó reconfortarla—. Lo único que tienes que hacer es preguntar. —Sonrió con suavidad.
Bien, pensó Melinòe, eso estaba bien.
No, no sólo estaba bien, era perfecto.
Los ojos hundidos de la pelinegra brillaban, tenía las pupilas dilatadas por la emoción.
Jamás le habían permitido cuestionar nada de lo que rodeaba, mucho menos había recibido una oferta tan jugosa.
Preguntar para descubrir la verdad... Se cuestionó hasta qué punto estaban realmente dispuestos a contestar. Quizás las preguntas agresivas y directas los pondrían incómodos. Las interrogantes estúpidas solo la harían perder el tiempo. Y no había tiempo, ni siquiera para fingir ingenuidad.
Melinòe llegaría al fondo de esto, incluso si significaba exprimir toda la información posible de sus compañeros.
Primero, tantearía el terreno.
—¿Cómo es que puedes caminar? Estabas atrapada bajo el cartel gigante...
—Oh, eso. Podría decirse que soy muy fuerte —Ava observó sus zapatos con repentino interés, clara señal de que estaba a punto de mentir—. Los sobrevivientes del atentado me ayudaron, son muy amables ¿Sabes?
Melinòe iba a tener que aplicar un filtro si quería distinguir los datos valiosos de los falsos.
—¿Entonces tú fuiste la que me siguió por el bosque?
Ava parecía alarmada, mas no sorprendida.
—No, en realidad fue alguien más —La pelirroja se acarició la barbilla, estaba meditando—. Aunque no pensé que iría hasta el bosque...
Verdad.
—Así que conoces su identidad.
—Sí, pero no creo que debas saberlo. Podría ser peligroso.
Verdad.
Uh, Melinòe urgaría en ese detalle más tarde.
—¿Tú y Larss ya se habían visto antes?
—Sí... pero solo un par de veces, desde hace 1 año.
Falso.
—¿Tú–
—¿Es esto un maldito interrogatorio? ¿Creen que tengo tiempo para esto? —Larss se interpuso entre ambas y se frotó la sien con enfado.
—Nadie te pidió que te quedaras. Eres libre de irte, Lawrence —Ava sonrió cínicamente—. Además, hay alguien que te espera allá, ¿o me equivoco?
¿Esperar? ¿Allá? ¿Donde era allá? Melinòe quiso preguntar, pero el rostro contraído en irritación del pelinegro la hizo cambiar de opinión.
—¿Y la mocosa?
—Melinòe estará bien, conmigo.
—Tsk, bien. Las veo después —Larss agitó la mano en el aire, el viento pareció rasgarse con una lentitud abrumante—. No hagan estupideces.
¿Después? ¿Por qué nos vería después? Melinòe mordió sus uñas con impaciencia.
—Seguro. Manda un saludo a Loú de mi parte.
¡¿Loú?!
—¡¿Qué?!, ¡espera! ¿Qué acaba de decir? —La pelinegra corrió hacia Larss, lo sujetó del brazo.
—Pero... ¡Déjame ir, mocosa tonta!
Ava soltó una fuerte carcajada.
—Supongo que él no te lo ha dicho aún, ¿eh? —Melinòe la observó fijamente—. Tu madre y Larss, ellos... son buenos amigos.
Larss se sonrojó violentamente.
—Mi madre jamás me lo dijo, ella no tiene amigos.
—Buu Larss, parece que no significamos nada para Loú —Ava fingió lloriquear—. Aunque... eso ya lo sabías, ¿no? —Miró al pelinegro con una sonrisa de oreja a oreja.
—Cállate.
Melinòe no entendía lo que estaba pasando, de nuevo.
—¿Alguien podría explica–
De pronto, el viento rasgado se transformó en un portal oscuro, una especie de vórtice encantado. La neblina fría le empañó la vista.
Larss puso un pie dentro, las sombras se acomodaron en su cuerpo como piezas perfectas de un rompecabezas. El círculo que rodeaba al portal se encrespaba en remolinos vaporosos a medida que transcurrían los segundos.
El pelinegro exhaló satisfecho.
—Repito, no tengo tiempo que perder con ustedes. Ciao —espetó Larss mientras se disipaba bajo la bruma húmeda.
Las muchachas se sumieron en un profundo silencio. Melinòe fue quien rompió el hielo.
—¿Qué es ciao?
—Adiós.
—¿Qué?, ¿tú también te vas?
Ava comenzó a reír exageradamente. Melinòe parpadeó varias veces, confundida.
—¡No! Significa "adiós", ja, ja.
—Ah... espera, ¿qué?
—Mejor vayamos a tu casa, tu madre debe estar preocupada —Ava tomó a Melinòe del brazo y la llevó a su lado.
—¿No responderás más mis preguntas?
—Por hoy no... además, es más entretenido que lo descubras sola ¿No lo crees? —La pelirroja la miró con dulzura.
Falso.
—Sí, vaya que lo creo.
Plan fallido, pensó Melinòe.
—¿Cómo pasaremos la barrera sin que los Naviis nos atrapen?
Ava observó hacia el horizonte, donde estaba la cristalera satinada que recubría la frontera de Vicus. Los militares caminaban de un lado a otro; las pistolas eléctricas en sus cinturones gamuza, el brillo metálico que amenazaba con dar el golpe de gracia en cualquier momento.
La pelirroja flexionó los brazos, sus músculos se tensaron por inercia. Esbozó una sonrisa intrépida.
—Eso déjamelo a mí.
...
Melinòe no tenía idea de como logró llegar a la puerta mohosa de su casa. Ava le había ordenado que se tapase los ojos y la nariz, mientras dispersaba un extraño gas por el aire. Los dos Naviis que resguardaban la barrera pestañearon con insistencia, sus ojos lagrimearon de inmediato.
El aroma fétido revolvió el estómago de Melinòe. Y antes de que pudiese quejarse por ello, los cuerpos de los militares impactaron con fuerza en el pavimento.
—¿Están... ?
—No, despertarán pronto. Será mejor que nos apuremos —Ava la arrastró a la entrada. La cúpula pareció burbujear en cuanto se introdujeron en ella.
No tuvieron que caminar mucho, pues Melinòe vivía cerca de la frontera.
Y Ahora, frente al Chalet violeta de madera, la pelinegra se preguntaba si había perdido la razón, y todo lo que estaba sucediendo era sólo producto de su elocuente imaginación.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de unas voces familiares. Una discusión en casa, nada extraordinario.
Distinguió tres voces: Loú, Henry y... ¿alguien más?
La voz ronca se hizo más notoria, escuchó como su volumen se intensificaba.
¡¿Larss?!
—¿Qué hace él aquí? —Oyó como el pelinegro gruñía al otro lado de la puerta.
—Lawrence, querido, yo vivo aquí —repuso Henry.
—Tú–
—Bueno, Nòe... —Melinòe dirigió su atención a Ava, quien parecía nerviosa—. Es aquí donde nos despedimos. Te veré mañana.
—¿No entrarás conmigo?
—No... por desgracia, tengo que lidiar con algunos asuntillos —La pelirroja le guiñó el ojo—. Mucha suerte.
—Sí, gracias —Melinòe sonrió para animarla, y animarse también a sí misma.
Al cabo de unos segundos, Ava se marchó.
No importaba cuánto reflexionara sobre ello, no se sentía preparada para descubrir lo que se ocultaba tras la puerta de madera.
No puedo hacerlo, no puedo hacerlo, no puedo hacerlo, se repetía.
No quería hacerlo, pero tenía que.
En cuanto posó los dedos sobre las tablas violeta, un malhumorado Larss le abrió. Sus ojos dorados la estudiaron con atención, iba a decir algo pero Melinòe lo interrumpió.
—¿Qué haces aquí?
—Eso no te incumbe.
—Esta es mi casa.
—¿Y?
—¿Lawrence, quién es? —La voz melosa de Henry frenó la plática.
Melinòe soltó un largo suspiro y empujó a Larss para que le cediera el paso. El interior del estrecho Chalet lucía descuidado, las pertenencias de su familia estaban regadas por el suelo, como si un huracán las hubiese azotado.
Al percibir como una mirada lacerante se cernía sobre ella, Melinòe advirtió que ese huracán tenía nombre:
Loú.
—Melinòe, finalmente... —Henry corrió hacia la pelinegra, y la cubrió suavemente con los brazos—. Estuve muy, muy preocupado.
La niña se estremeció bajo el toque. Al parecer él ahora era el Henry de los días buenos, aquel que se comportaba con amabilidad y ternura, el Henry que Melinòe apreciaba.
En contraposición a su homónimo, el cual nunca parecía inmutarse por nada.
Podían pasar días sin que se efectuara el cambio entre ambos, días en los que Melinòe era ignorada por su padre. Hasta que, sin previo aviso, Henry se volvía extremadamente agradable y protector.
Melinòe amaba esa transición, se sentía a salvo.
A salvo de los monstruos que la acechaban en casa.
Observó a Loú, esta le devolvió la mirada, cargada de rabia y dolor.
Melinòe tembló.
—Hey, cariño, tranquila —Henry acarició con dulzura su cabello—. No pasa nada, ¿por qué no subes a tu habitación? Iré enseguida.
Loú se acercó a ambos, tenía los nudillos blancos por la presión. Larss le sujetó la mano, pero ella se zafó.
—Sí, papá. Iré a–
La bofetada que la castaña le pegó fue suficiente para que Melinòe resbalara y cayera al suelo. Su mejilla, ahora rojiza, tiritaba de dolor.
Las ojeras en el rostro de Loú ensombrecieron su semblante, su labio inferior comenzó a palpitar con desesperación.
Larss había enmudecido.
—Loú, preciosa... —Henry sujetó el brazo de la castaña rápidamente, antes de que pudiese soltar otro golpe. Se interpuso entre las dos—, ¿podrías calmarte?
Melinòe gateó hacia la espalda de Henry, ocultó la cara tras sus piernas. Sintió la apremiante necesidad de correr a los brazos de su madre, de suplicarle perdón.
De rogarle para que no la dejase de amar.
—¡¿Tienes alguna idea de la idiotez que has hecho?! —vociferó Loú—, ¿acaso no sabes usar tu cabeza? Pudiste haber muerto.
Henry cubrió a la niña aún más. Abrió la boca para decir algo, pero Melinòe lo detuvo.
—Mamá... lo lamento. Te prometo que no volverá a suceder. —La pelinegra hizo un esfuerzo para no tartamudear.
—¿Crees que disculparse es suficiente? ¿Eres estúpida? —Loú jadeó con indignación—. No importa cómo... siempre logras decepcionarme.
—Yo... —Melinòe comenzaba a asfixiarse.
—Loú, ya basta —advirtió Henry.
—¿Sabes cuántas cosas tuve que sacrificar por ti? —La castaña se acercó, el sonido de sus pasos se entremezclaba con los latidos del aterrado corazón de Melinòe.
—¡Tuve que abandonarlo todo, absolutamente todo! —rugió Loú—. Todo para que pretendas suicidarte ahora.
Melinòe sintió una terrible opresión en el pecho, escuchaba las palabras de su madre, pero no las entendía realmente.
Era como si su cuerpo y mente se hubiesen desconectado, el uno del otro.
Veía a Henry rezongando, a Larss casi paralizado. A Loú juzgándola severamente.
Sin embargo, Melinòe no podía moverse... ni siquiera llorar. Su cuerpo ya no le pertenecía, sus emociones se habían apagado por completo.
Divisó la escalera que conducía a su habitación. El murmullo bisbiseante de las voces la perseguía; intentó levantarse, pero la superficie parecía agrietarse por el esfuerzo. La estancia se tornó nebulosa, en una gran mancha cenicienta.
Henry la ayudó a incorporarse y la guió con delicadeza al piso superior. Melinòe tropezaba con cada paso que daba, mientras escuchaba los gritos indescifrables de su madre en la lejanía.
Cuando llegaron a la habitación, el rumor de la discusión se hizo mas débil. Ahora, el altercado versaba sobre Larss y Loú. Melinòe no quería saber qué decían.
Su padre la arropó con las mantas, la apretó contra su regazo y le habló muy bajito:
—Shh, ya estás aquí, mi dulce niña... Todo está bien ahora.
Falso.
No, nada lo estaba.
Henry pareció leerle la mente.
—Quizás la situación se vea complicada. Pero te prometo que lo solucionaré, confía en mí.
Con situación, claramente se refería a Loú.
—Sí, ya estoy bien.
Falso.
—Melinòe, cariño, ¿qué te he dicho sobre las mentiras? No es necesario que finjas con papá —Henry le depositó un gentil beso en la coronilla.
Y por un breve instante, Melinòe volvía a sentirse completa... amada en realidad.
Luego el rostro angustiado de su madre retornaba a sus memorias y la sensación desaparecía.
—Yo... preferiría estar sola.
Henry lucía inquieto, abrumado por la respuesta.
—Uhm, lo entiendo. Si eso es lo que deseas —Se dirigió a la salida de la habitación con mucha lentitud—. Sabes que siempre estaré aquí para ti, ¿verdad?
—Lo sé, papá.
El hombre sonrió risueñamente, parecía complacido.
—Muy bien, muy bien —aplaudió con suavidad y antes de cerrar la puerta añadió en tono severo—: Si el idiota de Lawrence te molesta, solo dímelo. Me encargaré de él —sus ojos azules chispearon a través de la luz menguante.
—Lo haré.
—Te amo, mi pequeña mentirosilla... no lo olvides.
Verdad.
Melinòe no pudo evitar sonreír, y por primera vez en el día, ya no quiso desaparecer.
...
PIE DE PÁGINA:
¹* Hogar, casa.
Bienvenidos lectores al capítulo IX, Traemos otra ilustración, esta vez con 3 de los personajes principales (Melinòe, Ava y Larss) retratados en un escenario ficticio y un poco mayores.
BinnieOut
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